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Comunidad CientoSeis => Literatura => Mensaje iniciado por: Psyro en 08 de Diciembre de 2010, 12:23

Título: [VI CRAC] Relatos
Publicado por: Psyro en 08 de Diciembre de 2010, 12:23
Voy a ir poniendo los relatos. Dejo este post en blanco para posibles correcciones o matizaciones.

Hale, ya están todos. Si me he saltado algo o he copiado alguna cosa mal, avisadme.
Título: Re: [VI CRAC] Ralatos
Publicado por: Psyro en 08 de Diciembre de 2010, 12:23
Precios

- Cuando salí de España yo no era tan distinto de vosotros. Tenía mis ilusiones, mis esperanzas. Pensé que me liberaría embarcarme y vivir en el mar. Reconozco que me equivocaba. Esperaba encontrar libertad y, en principio, parecía que era así. Pero ¡qué mentira tan grande es vuestra libertad! Aunque lo peor no es la mentira, sino que vosotros mismos os la creéis.

Así hablaba el hombre que estaba colgado de la mesana por las muñecas. Seguramente, si el capitán le hubiera tenido por algo menos que un fiel amigo, habrían sido sus pulgares los que estarían amarrados de las sogas y suspendiendo todo su cuerpo en el aire. Si seguía hablando, lo más probable es que acabara de esa temida forma, tambaleándose con cada cabeceo del apresado galeón, que, fondeado, se mecía adelante y atrás por la acción de las olas que se estrellaban contra el casco de forma casi tímida, para acabar pasando bajo la quilla y levantando su enorme tonelaje como pequeña revancha por haber contenido su furia. De vez en cuando, alguna ola más grande sacudía con mayor fuerza el barco, vengadora de sus hermanas más pequeñas. Entonces tenía que agradecer a Dios que la espuma lo salpicara en la cara, aunque luego maldijera hasta a su Santa Madre por el balanceo que le descoyuntaba las articulaciones de los brazos. Las horas que había pasado expuesto al terrible sol de los Sargazos le habían resecado la piel, la boca y ahora, incluso, los ojos. Empezaba a ver borroso. Y se estaba volviendo loco, lo sabía. O mejor dicho, lo intuía, pues al no estar completamente en sus cabales, no podía saber si sus deducciones eran o no correctas.

Abajo, el capitán y su contramaestre, lo contemplaban desde la toldilla, sentados en taburetes de estilo turco y soportando el calor bajo una lona que les arrojaba una confortable sombra desde la que observarlo. No sonreían. Cuando habían torturado a otros hombres colgándolos de forma similar, había visto que se divertían con lo que hacían. Ahora no. Sus feísimos dientes se escondían tras los adustos gestos admonitorios y las barbas, largas y pobladas, temblaban. ¿De ira, de frustración o de temor? Nunca lo sabría. Así que, conocedor de su suerte, siguió hablando.

- Nací en Madrid, en Alcalá de Henares, una ciudad bastante bulliciosa y llena de vida. Claro, ¿qué ibais a saber vosotros, pobres diablos? Es por la Universidad. Ya no va la gente tanto a Salamanca como hacía antes. Ahora se reparten más y hasta unos palurdos como vosotros tenéis que conocer a Quevedo o a Lope. Estudiaron allí y su fama les ha precedido y servido a la ciudad para prosperar. Claro, que no todo el mundo es igual. Mi padre criaba palomas. Sí, palomas mensajeras, de Flandes. Nació en Luxemburgo y allí las palomas tienen buena fama. Se jactaba de servírselas al mismísimo rey Felipe III y de ser amigo personal del monarca. Lo cierto es que el ejército sí que le había comprado algunas y le habían felicitado por ello, pero de ahí a lo que decía...

"El caso es que yo acabé haciendo lo mismo que hacía él. No teníamos dinero para mandar a más de un hijo a la universidad y mi hermano Juan, mayor que yo, ya había ingresado. Además, había que mantener la tradición del negocio y, en lugar de aprender derecho canónico como mi hermano, tuve que desarrollar mis habilidades en la colombofilia. Así pues, me pasé mi infancia y mi adolescencia entre pollos, pichones, palomos y mensajes que no podía leer. Mi padre prosperaba y mi hermano ingresó en el Cister. Y yo, como no era más que un estorbo, fui enviado al puerto de Valencia, para ayudar a la Armada del rey Felipe. En alta mar, claro, las palomas son muy útiles para enviar mensajes desde los barcos a tierra y ni una sola de ellas se perderá nunca. Son muy listas.

Cuando llegué allí tuve que acomodarme en un sitio muy pequeño, pero muy barato. Lo bueno es que tenía un enorme corral donde pude alojar a las cuatro parejas de aves que mi padre quería que empezara a adiestrar y a reproducir. Estaba muy cerca del mar y me enamoré del sonido de las olas y del olor del salitre. El olor a mierda de pájaro no es muy agradable y, aunque era un aroma con el que había crecido y medrado, le había acabado cogiendo asco. No me malentendáis... la mierda de gaviota no me resulta mucho más agradable, pero sin duda prefiero el olor a mar y a pescado que a pájaro mojado. Los más de los días, abría los postigos de mis pequeñas ventanas y mientras esperaba que llegaran los mensajes, dejaba que el salitre invadiera mi pequeña casita, compensando así el tufo de mis animalejos.

No voy a quejarme, pero tampoco voy a decir que era feliz. Mi mayor anhelo, por entonces, era subirme a un barco, navegar por los océanos de oscuras aguas y visitar lejanas tierras. Pero a bordo no es necesario nadie que críe y adiestre palomas, porque cualquiera que sepa darles de comer sabe mantenerlas vivas. Y hasta el más tonto sabe atarles un mensaje a la pata, ¿verdad, capitán?

Divago, es cierto... ¿por dónde iba? ¡Ah, ya recuerdo! Como iba diciendo, mi deseo por entonces era embarcarme rumbo a donde fuera. Así que comencé a ofrecer mis servicios como estibador. Me pasé un par de años cargando y descargando bodegas de galeones y goletas antes de atreverme a preguntar si podía embarcarme. No hizo falta mucho negocio, pues el armador del barco en el que me lancé a mi oceánica travesía estaba encantado de tener otro par de brazos sobre la cubierta que ayudaran durante el viaje. Ni corto ni perezoso, recogí mis escasas posesiones, enjaulé a las pocas aves que me quedaban en el corral y las instalé sobre algunos travesaños entre los mamparos de la bodega. Al principio el capitán no pareció demasiado contento de hacerlo, pero una breve charla con el armador acabó por convencerlo.

Me nombraron, irónicamente claro, oficial de comunicaciones de la nave. El capitán iba y venía de su camarote a la bodega varias veces al día para enviar todas las aves que tuviera disponibles y cuando volvían, me exigía pronta respuesta. No dejaba que descansaran más que lo imprescindible antes de volverlas a soltar.

Sus constantes idas y venidas a mi puesto en la bodega acabaron por trabar una buena relación entre ambos. No diré amistad, porque no nos llegamos a conocer, pero sí que nos llevábamos bastante bien. Era un hombre rudo, marinero de toda la vida que llevaba con mano de hierro a toda su tripulación y no pudo prever lo que iba a pasar, por supuesto. Pero quería tenerlo todo bajo control y esa era la razón de que enviara tantos mensajes a tierra usando a mis animales.

Fuera como fuere, el caso es que cuando estalló la epidemia, ninguno se salvó. El hombre estaba desquiciado, viendo como todos los marineros que había enrolado iban cayendo víctimas de la enfermedad, uno a uno, sin saber qué mal los aquejaba. Primero se quejaban de dolores en las articulaciones. Atribuyéndolo al escorbuto, se aseguró de tener aún productos frescos en la bodega. Viendo que así era, no se preocupó, pero poco después, las fiebres comenzaron a brotar en todo el personal de cubierta y también en los mandos. Tanto el capitán como el contramaestre tuvieron altísimas temperaturas durante varios días antes de morir. El sobrecargo, que asumió el mando, tampoco sobrevivió. Finalmente, me vi atrapado en un ataúd flotante. Hasta que llegasteis vosotros y me sacasteis de allí."

Los dos hombres que dormitaban bajo la lona sabían perfectamente lo que había ocurrido a partir de entonces. La verdad es que no había sido una captura difícil con un solo hombre a bordo. Dicho hombre dijo haber eliminado a toda la tripulación y haberse hecho con la nave.

Desde luego, la historia de Caramuel era bien distinta de la que les había contado. A los diablos que abordaron el navío y se encontraron con aquel hombrecillo al timón, les dijo que le habían condenado a trabajos forzados en América y que lo llevaban preso en aquel barco. Los hombres comprobaron que las celdas de la bodega estaban abiertas, por lo que era verosímil que aquel hombre hubiera estado entre rejas durante parte de la travesía. La historia de su huida debió ser toda una aventura. Por lo que él mismo contaba, uno de los marineros se acercó para darle la comida y él, robándole el cuchillo, lo degolló. Esperó a que cayera la noche y el sopor etílico sobre los marineros que lo llevaban a su condena y los fue matando uno a uno, como un verdadero asesino. Pronto tuvieron ocasión de ver que decía la verdad. Jonás de Caramuel, como un verdadero demonio, abordó el siguiente velero que encontraron, con la fiereza de una bestia, pasó a cuchillo y a espada a media tripulación él solo y en su ira tiró los cadáveres de aquellos que iba ajusticiando. El capitán, contento con su nueva adquisición, lo enroló en su barco, aprovechó las palomas (que, extrañamente era lo único que había pedido para sí del botín de aquel navío) y dio buena cuenta de los botines que este hombre tan aguerrido le ayudaba a procurarse.

Durante meses, el pirata Caramuel fue temido por todas las marinas mercantes, incluida la Compañía Británica de Indias. No tenía piedad ni misericordia y arrasaba todo a su paso. Durante un asalto, una goleta bien armada destrozó el navío de Caramuel. Éste, ni corto ni perezoso, abordó dicha goleta, asesinó al oficial al mando y con los cañones cargados y la tripulación que se pudo salvar del hundimiento, mandó a pique al resto de escoltas y capturó tres galeones llenos de oro y mercancías. El gobierno británico sintió pánico. Si sus naves, tan bien pertrechadas, sucumbían ante un único hombre loco, perderían millones. Se suspendieron los viajes a las Américas y se dejó de cobrar una importante suma de oro que debía haber sufragado los gastos de la Corona.

El corte de las rutas navales también supuso un golpe para Caramuel. Sin objetivos, los piratas se quedaban sin comer, debido a que el gobierno que Le Vasseur impuso sobre Tortuga, tiránico y cruel, requería que todos los botines pasaran por su cubil para ser trillados por él. De las sobras que quedaban tenía que comer toda la tripulación. Si el botín había sido bueno, los marineros podían disfrutar de varios meses de bonanza, en parte por el botín y en parte por el celo que Caramuel ponía en guardar a sus palomas. Así, el recinto donde estaban las palomas era sagrado. Uno de los matones de Le Vasseur intentó entrar en él un día, pero cuando salió era un palmo y medio más bajo, tres kilos menos pesado y mucho, muchísimo más feo. Para cuando el gobernador oficioso de Tortuga supo de esto, Caramuel era un jodido depravado que se tiraba a sus propias palomas y que mataba a cualquiera que se acercara a ellas sin permiso. Oído esto, Le Vasseur no volvió a ordenar que se registrara la estancia de las palomas. No quería perder más hombres a menos que quedara alguno para traerle algo que engordara sus ya repletas arcas.

- ¿Sabéis? Entonces me sentía libre. Tenía camaradas, tenía compañeros... el mar, la brisa, la espuma al romper las olas contra el casco de la nave. Íbamos y hacíamos lo que queríamos. ¡Qué sensación tan hermosa! No tengo más palabras que esa. Hermosa. La sensación que yo tenía era tan diferente a todo lo que había sentido antes... me había atado siempre a mi familia, a mi deber, a mi patria, a mi rey... El estómago me daba un vuelco cada vez que la brisa marina me echaba la espuma en la cara, el corazón se me aceleraba cada vez que una ola salpicaba la cubierta, llenando de olor a salitre el ambiente. El sonido de todo el trapo largado, restallando contra el viento era más dulce que la caricia de una amante. Cuando estaba en tierra me bastaba regresar a la cala y admirar los tres mástiles del galeón para henchirme el pecho de un nuevo orgullo por mi nueva condición. El velamen, tristemente amarrado sobre las vergas, me hacía añorar los días que pasábamos en alta mar. El trinquete y la mesana eran mi padre y mi madre y no les debía nada, excepto llegar a puerto sano y salvo. Y eso es lo que debía andar haciendo cuando ocurrió lo que no debía...

Pero el francés no era hombre que se fiara de nadie y demasiado maquinador como para perder una única moneda de oro, aunque el hombre que las guardara estuviera tan loco como para matar al mismísimo diablo. A Le Vasseur le bastaron dos jarras de grog, unas pocas horas de conversación y arrancar dos dedos de un pie al capitán del barco de Caramuel para ganarse la connivencia de este. Una noche, mientras cenaran, el capitán ofrecería a Caramuel un vino un tanto aderezado. Cuando cayó redondo sobre los mamparos del camarote de su superior, dos de los esbirros de Le Vasseur entraron en la celda donde estaban las palomas y abrieron la falsa pared que el capitán había hecho instalar en ella, contra los mamparos. A buen seguro, el francés estaría todavía disfrutando del oro y las joyas que el capitán escondía allí. Con la confianza que le daba la ferocidad de Caramuel en la defensa de sus animales, el capitán había sisado el tributo a Le Vasseur. Tampoco es que importara demasiado, porque éste sabía cómo sacar provecho hasta de las situaciones más adversas. Y es que, después de ese episodio, nunca se volvió a saber del antiguo capitán, aunque más de uno y de dos que estaban de guardia esa noche habrían jurado oírle gritar incoherencias. Si la bodega no hubiera estado tan atestada de trastos viejos e inútiles, comida podrida y ratas, el tufillo a cadáver tampoco habría bastado para localizarlo, a menos que se supiera lo del escondite en la celda.

Aunque el oro no fue lo único que encontraron.

En un lado había un paquete de cartas atado con una cinta y con el membrete de la Armada española. Cuando llegaron a Le Vasseur, éste montó en cólera. Según el contenido de la correspondencia, había alguien a bordo de ese barco que había estado delatando la posición de los barcos que salían de Tortuga, las rutas más utilizadas por sus "súbditos" y los posibles objetivos de dichos barcos. Y a bordo de ese barco sólo había una persona que supiera leer y escribir.

- Debería haberme quedado en tierra cuando ese gabacho de mierda ordenó cambiar de capitán. Supongo que os habréis ocupado convenientemente de él. Pero, ¿cómo dudar si aquellas operaciones eran normales con Le Vasseur al frente? Menudo cabrón...

- Me aburres, imbécil.

El capitán alzó la pistola y la cargó con la pericia y la velocidad que dan la experiencia y la premura del combate. Apuntó brevemente y disparó...

Pero el cañonazo no provino de la pistola, sino de una goleta. El galeón pirata había quedado al descubierto y, sin vigía en la cofa, nadie había visto acercarse al barco de guerra. Y no venía sola. La acompañaba una escolta de tres fragatas fuertemente armadas. Se abrieron en abanico y envolvieron, en una preciosa maniobra, a la nave renegada. Los cañones vomitaron plomo y los fogonazos relucieron incluso a pleno sol. Se extendió el olor a pólvora por toda la mar y los gritos empezaron a abrirse paso entre los estruendos de las armas. Resonó el acero cuando se dio la voz de "¡Al abordaje!" y las tropas comenzaron a invadir el barco de Caramuel. Por todas partes se trababan combates entre marineros y piratas. Los sables y las espadas hacían saltar chispas por toda la cubierta y la sangre rivalizaba con el agua de mar por cubrir el maderamen. Los miembros cercenados, las tripas derramadas y las heces y orines de los moribundos convirtieron la escena en un dantesco cuadro. Los supervivientes luchaban contra los adversarios y por no resbalarse en aquel fangoso limo que se estaba acumulando sobre la madera, que provocó que muchos hombres cayeran al agua por encima de las batayolas.

En la cubierta de artillería también había trabajo. Dispuestos a no perder el galeón, los operadores de los cañones los hicieron escupir sin descanso. Una de las fragatas se escoró rápidamente al recibir el impacto directo de dos balas en su tajamar. Arriba tuvieron que esforzarse aún más en cortar los ganchos que mantenían ambos barcos unidos. Uno de los cabos cayó con tanta fuerza que se llevó una pieza y a sus artilleros al fondo antes de que el navío de guerra fuera engullido por completo.

Los alaridos de guerra y de muerte se multiplicaron por toda la crujía, ahogados por los truenos que expulsaban las naves atacantes que aún quedaban sobre la marea. El caos era total, pero poco a poco volvió a reinar la calma. Los pobres diablos que sobrevivieron fueron apresados y, con seguridad, serían ahorcados en cuanto se tocara tierra.

- Alférez – la voz del almirante hizo volverse al menudo Rediezmo, que se afanaba por contar los prisioneros y los muertos. - ¿Qué hay de nuestro hombre?

- ¿De Caramuel? Venga conmigo, almirante Boadilla.

Recorrieron el barco hasta la toldilla. Desde allí, el alférez señaló hacia arriba. Los ojos de Rafael de Boadilla y Pimentel siguieron la dirección que indicaba su subordinado y observó algo que se balanceaba patéticamente con el ir y venir de las olas. Colgado de las vergas donde ondeaba una jarcia desjaretada, se mecía un brazo desgajado de un cuerpo.

- Suponemos que uno de los cañonazos lo arrancó de ahí, señor. No encontramos ningún cuerpo que correspondiera a la descripción que se había dado de nuestro contacto en Tortuga, así que debe estar en el fondo, alimentando a los peces. Es una gran pérdida, porque la información que nos daba era muy valiosa. Pobre pago para tan gran servicio.

El oficial se dio la vuelta y con gesto adusto concluyó la conversación.

- Es el precio de la traición. Sí, ese hombre nos dio una información muy útil, pero traicionó dos veces. La primera, a su patria, a quien debía lealtad. La segunda, a estos delincuentes a quienes llegó a llamar sus amigos. Si siente lástima por él, alférez, quizá deba seguir su mismo destino.

El alférez se quedó allí plantado observando el brazo mutilado mecerse al compás del barco.

- No, almirante. Es el precio que pagó por querer ser libre.
Título: Re: [VI CRAC] Ralatos
Publicado por: Psyro en 08 de Diciembre de 2010, 12:24
Otra Perspectiva.

Perdone usted que le moleste, seguramente se disponía a comer ¿verdad? Lo siento, no me he dado cuenta de la hora... La verdad es que no he podido esperar y por eso he venido directamente. No sé ni por dónde empezar, pero bueno, supongo que estará bien si empiezo por el principio y terminaré lo antes que pueda.

Todo empezó mientras copiaba unas hojas de cuentas en la fotocopiadora del pasillo. Recuerdo estar siguiendo con la mirada el rayo de luz oscilante disfrutando del olor del papel tostado cuando de pronto la oficina desapareció y todo fue oscuridad.

Me encontré en un lugar distinto, lejos de la fotocopiadora y de su apresurado pero rítmico sonido. Lejos del cálido abrazo de las luces blancas  y el murmullo incesante de la oficina. En aquel lugar no había más que oscuridad y silencio, y todo lo que podía percibir es que ahora estaba sentado. Mi primera reacción fue de sorpresa, una gran sorpresa por hallarme en un asiento tan cómodo situado en un lugar tan desconocido como poco acogedor. Antes de que pudiera siquiera alarmarme o preguntarme cómo había llegado hasta allí, una voz metálica y sin vida se dirigió hacia mí como hablando desde el techo.

- Arturo López, ¿es correcto?

Aunque en mi mente surgían mil preguntas y ninguna respuesta, no pensé que fuese sensato contrariar a aquella voz, que a fin de cuentas y sin esfuerzo alguno me había transportado de alguna forma misteriosa a un lugar recóndito. De modo que aunque era consciente de lo extraño de la situación y empezaba a creer que quizá estuviera en peligro, contesté con toda la calma de la que fui capaz.

- Sí, ese soy yo, Arturo López.

Por toda respuesta recibí un escueto "espere" seguido de una calma interminable. De alguna manera, estaba seguro de que romper el silencio era un error, así que me mantuve callado y a la espera, tal y como me había dictado la voz. Tras un breve instante, un zumbido comenzó a sonar desde el suelo y fue subiendo hasta terminar algo más arriba de mi cabeza. Cuando cesó, la misma voz volvió a sonar, esta vez para ofrecerme algún dato más.

- Arturo López, usted es un individuo muy afortunado. En algunos planetas se considera un gran honor servir de sujeto para la clonación múltiple molecular...

- ¿La clonaqué? - Me vi obligado a preguntar.

- Por favor, no interrumpa, todas sus preguntas recibirán adecuada respuesta pero para ello debo explicarle unas cuantas cosas, dada la inmensa ignorancia de los procesos estándar galácticos propia de su civilización. No debe avergonzarse, no se puede culpar a una civilización pre-contacto de no conocer las reglas más básicas de la multisociedad galáctica.

Pude darme cuenta de que mi pregunta había estado fuera de lugar y sin duda debía de haber causado cierta irritación a mi amable interlocutor, por lo que de nuevo decidí guardar silencio y escuchar lo que aquella voz tenía que decirme.

- Usted, Arturo López, reúne todas las grandes virtudes del ser humano en un grado tan elevado que resulta totalmente único. No es casualidad que de todos los seres humanos le hayamos elegido a usted. Ha de saber que el proceso de selección es sumamente complejo, y usted, de los millones de sujetos analizados, ha resultado ser el humano más perfecto.

No pude evitar dirigir un pensamiento hacia mi coronilla despejada con sus correspondientes entradas. Sin embargo, no me dio tiempo a hacer inventario mental de mis múltiples defectos porque la voz continuaba su discurso y yo debía escuchar lo que me decía.

- Posee usted un instinto sobrehumano para detectar quién ostenta la autoridad en cualquier situación que se le presente. Por ejemplo, ahora, tras este inesperado proceso al que ha sido sometido y hallándose en un medio desconocido y aparentemente hostil no muestra la más mínima señal de rebeldía. Todo ello pese a que la sustracción de su cuerpo físico no autorizada supondría para muchos miembros de su imperfecta sociedad una violación de la regla tribal del espacio físico personal.

No entendí del todo aquello de la violación tribal, pero a pesar de todo noté cómo aquellas palabras comenzaban a arañar la superficie de algo en mi interior, y era consciente de que aquel discurso estaba dejando algún tipo de huella en mi persona.

- Pero no hay por qué usar una situación tan poco cotidiana como ésta; su vida está plagada de ejemplos de reconocimiento correcto de la autoridad. Por ejemplo, en su matrimonio, usted ha aceptado con complacencia cada decisión que ha tomado su compañera reproductiva sobre el vehículo que ha de usar, la ornamentación doméstica, la educación de sus vástagos... También reconoce la autoridad de su superior profesional, que le mantiene trabajando más horas que a sus compañeros con un sueldo algo inferior, condiciones que usted no ignora.

Por fin entendí bien en qué consistía aquella huella. Me estaba tocando las narices de mala manera todo aquello de la docilidad y la sumisión. Pero en fin, la prudencia, mi más fiel compañera, me aconsejaba no manifestar de forma exterior aquella rabia y continuar escuchando para ver a dónde llegaba el asunto.

- En definitiva, dadas sus excepcionales características, se le considera a usted el tipo exacto de unidad de trabajo que se necesita en las colonias para la administración de las plantas de extracción de deuterio. Dada su completa falta de ambición y la complacencia ante la total dirección de su vida por parte de un agente externo, resulta ser el individuo idóneo. Es por eso que hemos sometido su cuerpo a la clonación múltiple molecular. Para que lo entienda mejor, puede observar a través de la pantalla que tiene en frente el resultado del proceso.

En ese momento, la oscuridad cedió, y un rectángulo brillante de luz blanca surgió justo en frente de donde yo me hallaba sentado. Lo que pude ver a través de aquella pantalla me impactó profundamente. Quise decir algo, pero me quedé paralizado, tratando de encontrar alguna forma de expresar la sensación interior que aquello me causaba. Cientos de versiones idénticas a mí, provistas del mismo traje de oficina, la misma barriga cubierta por la misma camisa con la mancha de café de unas horas antes, las mismas entradas, la misma corbata regalo de mi mujer... Todas ellas, colocadas sobre una cinta transportadora serpenteante, circulando por delante de la pantalla en estado catatónico. Observé cómo aquellas figuras, de pie, una tras otra, con la mirada puesta en el infinito, avanzaban hasta desaparecer por la parte izquierda de la pantalla sin el más mínimo gesto.

Sin darme tiempo siquiera a balbucir alguna incoherencia, la voz volvió a hablar:

- Exactamente dos millones de versiones molecularmente idénticas a usted, que pronto estarán trabajando en distintos puntos de la galaxia por el bien común. Tenemos la seguridad de que lo harán muy bien. En cuanto a usted, no se preocupe, recuperará su vida. Aunque no lo sepa, se considera inmoral destruir al sujeto original, o someterlo a un trabajo fuera de su ambiente natural si proviene de una civilización pre-contacto. Por tanto, puede volver ahora a su planeta y continuar con su feliz vida sin más preocupaciones.

Dicho esto, la pantalla se apagó, y la cabeza me dio vueltas mientras la oscuridad cedía y una nueva luz surgía. Me hallé de nuevo de pie, frente a la máquina de fotocopias, que ya había terminado y descansaba esperando el siguiente trabajo. Otra voz fue la que me sacó de mi aturdimiento, una voz humana, cálida, agradable al oído en comparación con la fría voz que había oído hasta apenas un instante antes.

- Eh, Arturo ¿estás bien? ¿has terminado? Tengo que fotocopiar unos papeles.

Era Lucía, la secretaria de Antonio, el de recursos humanos, ya sabe... En fin, le cedí el puesto con un murmullo y volví a mi puesto de trabajo con paso vacilante. Estuve allí menos de cinco minutos, ¿sabe? Después me vine directo hasta aquí. No pude esperar mucho más, el asunto requería acción inmediata y yo no podía retrasar más esta visita. El caso es que tengo algo importante que pedirle, y espero que usted lo entienda...

Señor Ramírez, me gustaría saber si es posible que me concedieran un aumento de sueldo.
Título: Re: [VI CRAC] Relatos
Publicado por: Psyro en 08 de Diciembre de 2010, 12:25
Posdata de un enamorado

[RELATO BORRADO A PETICIÓN DEL AUTOR]
Título: Re: [VI CRAC] Relatos
Publicado por: Psyro en 08 de Diciembre de 2010, 12:27
Mañana vuelvo al Subte.

7:49 am. era el horario que indicaba la pagina que debía venir el tren, eso tenia en la mente cuando desperté esa mañana. Siempre con lo justo me levanto. El tiempo ya no estaba con tiempo.

Esa mañana era diferente, el primo de mi papá ya no estaba en este mundo y con tristeza mis papás partieron rumbo a despedirlo.
Ese cambio de planes hizo que debiera tomar ese tren de las 7:49 am, y así fue, con la mañana sobre mí, salí disparado para alcanzarlo. En la mitad del camino hacia la estación veo el techo blanco de mi tren llegar antes de lo previsto, mis piernas no respondían en ese momento para alcanzarlo. Eran y cuarenta y cinco y mi tren se adelantó,  di por hecho que no llegaba a tiempo al trabajo ese día.

Al entrar en el anden, después de hacer la cola de la boletería, subí con mi almohada sobre mi cara y no se porque motivo gire para verla y ahí estaba mirándome, era ese tipo de chica que suelta esa dulzura aun a esas horas de la mañana, no se como lo hacen, no se como logran, pero consiguen llamar tu atención y hacer que tu postura cambié, que tus ojos se abran para no mostrar que recién te levantás, logran hacerte olvidar que el tren se fue sin razón.

El transporte público se tomo su tiempo en llegar a la estación nuevamente, y me dio ese rato para observar de reojo a esa chica tan tierna que se paraba junto al poste.
El tiempo seguía corriendo, el tren continuaba demorando su llegada, y la gente era cada vez más en el andén.

No había bolso de piel marrón, ni era domingo, así que no podía tener "ese vestido", pero así y todo me recordó a Penélope aunque sin su abanico. Tenía que alejarme un poco de ella para no correr el riesgo de que eso hiciese que dejara de mirarme. Si! me miraba tanto como yo a ella tal vez.

Con disimulo lo hacen, con su mejor indiferencia logran estudiarte de arriba abajo, entienden que las mirás, entienden lo que pensás, solo ellas lo logran, pero te observan. No había desprecio en su mirada, una chica con esa delicadeza en su andar, siempre te ignora, pero ella no, ella se daba vuelta a mirarme cuando yo observaba a ver si venia el próximo tren.

El tren se dignó a llegar y ella, que se paraba a apenas a unos metros de mi, se empieza a acercar con cara de preocupación, porque todos las personas en ese lugar no teníamos idea de cómo íbamos a entrar en el vagón, y mientras yo escuchaba la canción "y ya lo sabes, nada es casualidad"  pensaba si quedaba bien que yo me acercara a su puerta para ir junto a ella, pero me facilitó las cosas y sin cuidado se acomodo junto a mi.
Con la mochila ya en mis manos intentamos dejar llevarnos por la multitud y que la corriente de gente nos introduzca solos en el vagón colmado. Y así de la nada, ya dejó de estar a metros mió y paso a estar pegada a mi, su pelo marrón lo sentía justo en mi nariz, ella con su preocupación a cuestas se encontraba delante mío.

Yo, inmóvil, no solo por la falta de espacio sino también para no deslizar mis manos sobre nada que no me correspondiese, viajé esa única estación con los brazos tensos, y las manos apretadas. Tampoco quería demostrar que su encanto me llamaba tanto la atención. Cualquiera de los que estaban allí estoy seguro que no se dispusieron a disfrutar de ese viaje, pero yo si, ella hizo que ese tramo se hiciera a gusto. Esa símil Penélope que estaba junto a mi juro que me miro con algo de ternura.
Hicimos la primer estación y alguien del fondo gritó que descendiéramos para que él mismo pudiese salir, y ahí fue cuando tuve que memorizar su perfume porque no la iba a tener mas cerca, ella quedó del lado de la gente que no quiso bajar, y yo sin ganas accedí lentamente a dar lugar al pobre hombre que culminaba su viaje ahí mismo.

Mientras que la música continuaba sonando en mis oídos, el viaje hacia mi trabajo seguía en pie, y ella de aquel lado, del lado donde apenas mi mirada y la suya podían encontrarse a través de una espesa capa de personas, hizo su viaje hasta el final del recorrido.

A medida que pasaban las estaciones, no se como, pero seguía entrando gente en ese vagón, ya no eran sus ojos los que veía, sino que apenas alcanzaba a distinguir su mano que sostenía el caño de metal. Con la mente en blanco, y sin importar la compresión de la gente sobre mi, yo continué observando su mano tan dulce de a pequeñas miradas hasta llegar a la estación.

Ya con 10 minutos en contra mío, cesó el viaje en la estación Terminal tan deseada por muchos, logre atravesar las puertas corredizas y apunte a la parte menos poblada del lugar para respirar un poco de aire fresco.

La chica desapareció entre la multitud, y a mi mente vino una pregunta clave, "¿Qué haría George Cloney en mi lugar?" seguro que la buscaría y le ofrecería llevarla en taxi y ella seguramente hubiese accedido sin importarle hacia donde se dirija ese taxi. Pero vamos! yo no era George, y esto no era Los Ángeles, era mi Buenos Aires querido, y esa pregunta se desvaneció al cruzar el molinete.

El taxi lo iba a tomar, porque al trabajo caminando tenia 20 minutos más, y ya no había tiempo de nada.
Cuando logro conseguir un auto amarillo y negro, vuelve a mi vista esa chica que transformó el transporte de ganado en un viaje de primera clase a Paris. Solo un instante pasó, y yo ya estaba subido al taxi y la vi irse por el otro lado de la calle, se me fueron mis esperanzas de poder saber su nombre.

¿Y si mis papas no se hubieran ido a despedir a su primo fallecido? Tal vez hubiera ido hacia el subte con ellos y ni la cruzaba. ¿Y si el tren no se adelantaba en su horario? Yo hubiera tomado un tren distinto a el de ella ¿Y porque sonaba esa canción justo cuando la vi por primera vez? ¿Por qué decidió ir por mi puerta y no por la que le era más cómoda? ¿Por qué apareció de golpe justo cuando tomaba el taxi si ya la había perdido de vista? 

La verdad que yo no se si ese era mi tren, no se si llegó tarde o tal vez fui yo el que se confundió el horario al despertarme, nunca pude confirmarlo.
"y ya lo sabes, nada es casualidad" corría en mi reproductor de música cuando la vi sobre el anden, esa canción la escucho seguido así que hubo muchas posibilidades de que coincidiera esa parte con ese momento.
Tal vez se acercó a mí porque la otra puerta estaba aun más colmada que la mía y quedamos juntos porque no había otro lugar donde quedar.
Ya no se si me miraba a mi o miraba algo mas.
¿Como iba a querer llevar a una desconocida en taxi? eso solo ocurre en las películas.

Simplemente esa chica que viajo durante 4 minutos junto a mi de una estación a otra no era mas que eso, una dulce chica que hizo acelerar mi corazón durante unos instantes, pero que me miró con ternura. Hizo que mi angustia que traigo conmigo hace tiempo, se deshiciera por unos segundos, produciendo una sonrisa en mi rostro a minutos de despertarme. Ella logró que mirara por la ventana del taxi aun cuando nunca hay nada para mirar.

Cuando te sentís ahogado, cuando no entendés porque pasan algunas cosas, cuando ya no hay nada más para decir, cuando no queres sentir lo que sentís, y crees que nada puede ser peor, estas cosas pasan, esa angustia que traes de días tras días se desvanece en un instante logrando que permanezcas en equilibrio durante un rato, solamente con una mirada.

Aún recuerdo su perfume.

Mañana vuelvo al subte.

[Nota de la organización: el relato se presentó sin especificar un título. No queda claro si "Mañana vuelvo al Subte" es el título o el párrafo introductorio. Ruego al autor que me confirme por mp si está bien]
Título: Re: [VI CRAC] Relatos
Publicado por: Psyro en 08 de Diciembre de 2010, 12:29
Los tres policías, la huella dactilar y el desenlace en el lago.

Tu teléfono vuelve a sonar. Parece que alguien requiere de tus servicios. Deberías cogerlo, hay mucha gente que te necesita. Te revuelves entre las sábanas y sacas una mano que acepta la llamada. Efectivamente, un nuevo crimen al que debes acudir.

Te levantas de la cama. Por el suelo está tirada toda la ropa con la que llegaste ayer por la noche. Está sucia así que buscas algo limpio. Sales rápidamente y coges el coche.

A mitad de camino observas que el depósito de gasolina está casi vacío, así que debes parar en una gasolinera a repostar. El trayecto de ayer hasta el lago casi hace que hoy no puedas llegar a tu destino.

Después de cargar el depósito continúas tu trayecto. El GPS te indica girar en la próxima calle y así lo haces. Puedes ver diversos coches de policía, pero para no molestar aparcas al principio de la calle.

Caminas hasta llegar al lugar que te ha indicado tu compañero, el inspector Allan, que te llamó antes por teléfono. Te encuentras frente a una gran mansión. Un policía te reconoce y te lleva donde están reunidos todos.

Entras en la habitación, parece la de un estudiante. Tiene la cama hecha. El escritorio está ordenado. Hay dos estanterías llenas de libros. En él hay un ordenador apagado. En el suelo hay una cinta blanca que simula la forma de un cuerpo. Una gran mancha de sangre en las baldosas del suelo. Parece ser que esa es la habitación del crimen.

El inspector Allan te reconoce y saluda:
—Hola, Ian. Veo que has tardado un poco.
—Sí, he tenido que parar ha poner gasolina ¿qué tenemos?
—Universitario asesinado por arma blanca, posiblemente al volver por la noche de una fiesta. No hay signos de que estuviese borracho o drogado, así que el asesino debió de esperarlo en la habitación o le acompañó hasta ella, de cualquier modo, debió de verlo o por lo menos conocer al criminal.
—¿Algún sospechoso? —preguntas.
—Posiblemente alguien de la casa, ya que sus amigos confirman que vino solo en su coche. Tres personas estaban presentes, se les está interrogando en este momento.
—No servirá de nada, si la víctima volvió por la noche todos dirán que estaban durmiendo y posiblemente no oyeron nada raro.
—¿Cómo que no oyeron nada? —pregunta el inspector extrañado.
—Porque si hubiesen oído algo, como el grito de la víctima, hubiesen descubierto el cadáver más tarde, sin embargo tú me has llamado cuando ya había salido el sol. Sabiendo como me conoces me sueles llamar en seguida que hay algún caso interesante, así que el cadáver debe de haber sido encontrado entre las 7 y las 8.
El inspector se queda sorprendido por tu deducción pero te lleva la contraria:
—Excelente chico, pero según las primeras impresiones el cadáver fue descubierto por todos los miembros cuando la víctima gritó.
—¿Llegó a las 7 de la fiesta?
—Como se nota que ya estamos mayores y estos tiempos no son como los de antes.
Te ríes con Allan. Llevas con él desde hace mucho tiempo y tenéis plena confianza para hacer bromas entre vosotros. Pero este dato puede cambiar la perspectiva. El asesino tal vez aprovechó el grito para disimular entre las otras personas como si lo acabase de oír y simular ser un testigo. La cosa será más complicada.

El policía que te acompañó se os acerca. Se llama Willy, y os muestra el arma utilizada. Es un cuchillo de cocina, un arma que iba a dar mucho de que hablar:
—Señor, la huella no coincide con ningún sospechoso y aun desconocemos el motivo por el cual solo está marcada una pequeña parte del dedo pulgar.
—¿Una huella? —te invade la curiosidad.
—Sí, el cuchillo tenía una huella, no coincide con ningún cuchillo de la casa, así que suponemos que el cuchillo venía del exterior. Además contiene una única huella y está fragmentada, correspondiendo solo ha una pequeña fracción de la huella completa del dedo pulgar.
—Entonces eso significa que el cuchillo vino de fuera de la casa, la lista de sospechosos aumenta —piensas en voz alta.
—No, porque volvemos a la misma situación de que la víctima vino sola a casa. Según comentaron sus compañeros el móvil se le había quedado sin batería, con lo cual nadie le pudo llamar para que les fuera a recoger. No tiene sentido —responde Allan a tus pensamientos.
—En fin, Willy, te importaría preguntar a los vecinos si vieron algo —pides al joven policía.
—En seguida —responde él.

Willy se marcha y os quedáis solos Allan y tú. Los interrogatorios a los sospechosos han acabado y te informas de la situación. Las personas que descubrieron el cadáver y son sospechosas son tres: la madre, la novia y el mayordomo de la casa.

La madre estuvo hasta tarde viendo una película en la televisión. No estaba con nadie, pero durante la publicidad llamó para pedir un producto de teletienda, un juego de cuchillos que lo cortaban todo. Han preguntado a la compañía que vende el producto y efectivamente realizó esa llamada.

La novia de la víctima vivía en un piso de estudiantes, pero cuando conoció al estudiante se fue a vivir con él. Fue aceptada en la familia, así que tenían buena convivencia, pese a que los dos novios se encontraban en habitaciones separadas solían quedar por la noche en la habitación de alguno para hacer el amor. No acompañó a su novio a la fiesta porque estaba resfriada.

El mayordomo de la familia se retiró a su habitación. Se despierta pronto por la mañana para hacer footing. Después de volver, mientras preparaba el desayuno, oyó el grito.

No hay nadie que pueda corroborar sus coartadas, todos dormían excepto el mayordomo, pero si le mató después de volver de hacer footing no se podría haber desecho de las pruebas... ¡Espera un momento!

—Inspector Allan, convoque a todos los sospechosos. Tengo al asesino —dices en tono serio, acabando de encuadrar tus sospechas en tu mente.
Los sospechosos que habían sido interrogados en una habitación cercana llegan hasta el dormitorio. Todos te observan y comienzas tu deducción.

—Comencemos. Hoy, durante la mañana se ha cometido un asesinato en esta habitación. Este crimen no supone mayor riesgo que apuñalar a una persona y huir, pero tal y como se ha presentado el asesinato no lo hemos podido organizar bien.
Los murmullos entre los presentes comienzan, pero continuas como si nada pasase.
—Para empezar la víctima vino sola a casa, tal y como indicaron sus compañeros. Al llegar a su habitación, el asesino le estaba esperando. No le extrañó, era una persona que pertenecía a la casa así que no le sorprendió su visita. Pero la persona que le esperaba le apuñaló y la víctima gritó. Pero los hechos no se sucedieron así exactamente.
Todos los presentes se quedan sorprendidos, esperan que les expliques a que te refieres.
—La persona que gritó no fue la víctima, sino el asesino. Es más, posiblemente el asesino no gritase justo en el momento después de la muerte sino más tarde. Llamó la atención de los presentes en la casa, y se infiltró entre ellos como si acabase de escuchar el grito.
—¿Pero quién lo mató? —pregunta impaciente el inspector Allan.
—El mayordomo -respondes secamente.

Todos se sorprenden, hasta el mismísimo mayordomo y entonces lo explicas todo.
—Esta mañana, el mayordomo había venido a la habitación. Cuando ha llegado la víctima, con el pretexto de que estaba limpiado, ordenando o a saber qué, le ha apuñalado. Luego ha hecho su habitual paseo de footing deshaciéndose de todo: ropa ensangrentada y el cuchillo.
—¿El cuchillo? —te pregunta el inspector.
—Sí. El señor mayordomo lleva guantes, así que en principio sería difícil que dejase huellas. Pero no te parece extraña la forma de la huella, eso es muy fácil de explicar. Si la huella hubiese estado antes y alguien la hubiese querido limpiar directamente se habría llevado el cuchillo y no habría dejado una huella dactilar ahí en medio que le pudiese inculpar. Sin embargo tenemos una huella dactilar, que no encaja con nadie de la casa.
—Insinúas que dejó deliberadamente el cuchillo para que pareciese alguien del exterior —se sorprende Allan.
—Posiblemente. Después de venir de hacer su paseo habitual de footing gritó desde la habitación donde había matado previamente a la víctima y después se unió al grupo como si acabasen de descubrir el cadáver. ¿Me equivoco? —preguntas dirigiendote al mayordomo.
—Por supuesto que sí, no tiene sentido que yo haya hecho eso, no tenía ningún motivo para matarle —grita el mayordomo desesperadamente.
—Está claro que no nos dirás si tenías algún motivo, tal vez tuvisteis algún roce o algún problema y buscabas venganza.
—No, yo no haría nada de eso. Además ¿y las pruebas?
—Dígame el recorrido por el cual hace footing y no tardaremos mucho en encontrar la ropa y el cuchillo del que se deshizo —respondes desafiante.

El mayordomo indica a unos policías el recorrido que hace habitualmente. Al cabo de un par de horas, encuentran en un contenedor de basura las pruebas que lo incriminan y detienen al mayordomo.

Caso cerrado

* * *

Se ha acabado el caso, gracias a tu amigo Ian. Se marcha en su deportivo que tiene al final de la calle. Debes recoger todas las cosas.

Antes de volver te das cuenta de que falta uno de tus hombres, Willy, que fue hace horas a preguntar a casa de una vecina si había visto algo. Al no verlo llamas a casa de la vecina a la que fue a preguntar y una viejecita te abre la puerta:
—Oh, otro señor policía, pase, pase.
—No, gracias. ¿Está por aquí uno de mis hombres? —rechazas la invitación a entrar.
—Sí, ahora me estaba moviendo otro mueble —responde con una sonrisa de oreja a oreja.

Al final no te queda más remedio que entrar. Willy ha estado moviendo muebles y ayudando a la viejecita. Pero eso no era todo:
—Disculpe señora podría contarme lo que me ha dicho antes del coche que vio esta mañana —le pide amablemente Willy.
—Claro. Verá a mí me cuesta mucho dormirme y hay veces que me despierto muy pronto. Mi médico me ha dado algunas pastillas para dormir...
—Señora le importaría avanzar a la parte del coche —la interrumpe Willy.
—Vale, pues verá esta mañana, a eso de las siete, después de que llegara el coche de mis vecinos, un deportivo azul aparcó en frente de la casa. Y un hombre siguió al muchacho que acababa de llegar. No le presté atención, pero oí un grito y vi como salía corriendo de la casa y se marchaba en el coche.
—¿Está segura de lo que dice? —me intereso ya que puede ser un dato interesante, aunque ya sabemos que fue el mayordomo.
—Sí y por si fuera poco me ha parecido ver al mismo coche aparcado, esta misma mañana, al final de la calle.

¿Cómo ha dicho? Un deportivo azul. ¿El coche de Ian? No puede ser, él no podría hacer nada así. Sé que me estoy guardando información para defender a mi compañero, pero tal vez me este equivocando, tal vez la señora se haya confundido. Mejor no hablar más del tema y volver a comisaría.

Vuelvo en coche con Willy. Por el trayecto le voy contando como se ha resuelto el caso y entonces comenta algo que me deja de piedra:
—Pues que asesino más tonto. Si realmente había tirado la ropa ensangrentada, debería haber dicho otro trayecto en vez del que hace habitualmente para que no encontraran las pruebas que le incriminaban.

Tiene razón. No tendría sentido, cojo el móvil y llamo a la central. Tienen archivada la huella dactilar del cuchillo que apuñaló a la víctima, así que les pido que la cotejen con la huella de Ian. Tardan unos pocos segundos. Encajan en un 94%.

Freno en seco y doy media vuelta con el coche, me dirijo a casa de Ian. Creo que necesito algunas explicaciones. Aunque en estos momentos Willy me las pide a mí, a lo que le respondo:
—Ese cabrón, no se que motivos tendría su huella dactilar para estar en el cuchillo, pero me ha engañado. Nos la ha jugado a todos —gruñes muy enfadado.

Llegáis a casa de Ian. Por mucho que llamáis nadie os abre. Coges la llave de repuesto que suele en el doble fondo del pomo y entras. Todo parece normal, pero al llegar a su habitación ves la ropa manchada. La ropa no está manchada de sangre, sino de tierra. ¿Qué significa eso? Tal vez intentó enterrar algo. ¿Dónde se pudo manchar la camiseta? Un campo, un parque, un bosque... Demasiados sitios.

Entonces te viene a la mente cuando te lo encontraste por la mañana. Dijo que había parado en la gasolinera. La más cercana está a unas pocas calles y no mucha gente suele acudir con un deportivo azul, tal vez se acuerden de algo.

Willy y tú, salís de la casa, volvéis a esconder la llave, ya que no teníais una orden de registro si alguien se entra de eso sería un problema, y os dirigís a la gasolinera.

Al llegar allí mostráis vuestras placas y preguntáis a los trabajadores. Uno de ellos recuerda el coche:
—Difícil de olvidar ese tipo de coches, pero bueno no dijo nada a parte de pedir que le llenáramos el depósito entero. Eso sí, parecía que iba con prisa por acudir a algún sitio —os dice el joven que repostó el coche de Ian.
—¿Entonces nada raro? —preguntas con insistencia.
—Pues no —el chico no tiene más información, hasta que se da cuenta de un detalle—. Aunque bueno pensándolo bien, ayer ya llenó el depósito, no sé como ha podido gastar todo en un solo día.
—¿Ayer repostó? —pregunta Willy.
—Sí, parecía que iba al lago ya que llevaba cañas de pescar. ¿Ocurre algo?

No respondéis al chico y os marcháis corriendo con el coche. La dirección es obvia: el lago. El lago se encuentra rodeado de bosques y tierra, posiblemente estando allí se manchó la ropa:
—¿Pero cómo gastó el depósito entero? La ida y vuelta del lago no creo que llegue a gastar ni la mitad del depósito —pregunta Willy.
—Tal vez fue después a otro sitio. Pero bueno, supongo que en el lago saldremos de dudas.

El camino dura casi una hora. Se hace eterno, sobretodo cuando estás sumido en tus pensamientos. Al llegar veis el deportivo azul. Ian está en el lago. Pero no le ves.

Bajáis del coche e inspeccionáis la zona. Nada raro. Miráis dentro del coche, la ropa que llevaba esta mañana Ian está tirada por dentro. ¿Se ha desnudado? Mientras miráis el coche alguien os llama la atención por detrás. Un hombre con un traje de buzo. Es Ian.

Te diriges a él:
—¿Tienes algo que explicarnos?
—¿Explicaros? Explicadme vosotros porque estáis aquí —se lo toma como una broma.
—No me jodas Ian, tu huella coincide con la del cuchillo y han visto tu coche esta mañana sobre las siete en casa de la víctima —te pones serio.
—¿Qué quieres decir? No sé nada de eso. Es imposible que mis huellas estén ahí, además de que no me he despertado hasta que tú me has llamado, no he podido ir a ningún sitio.
—Ian no me toques los cojones, si tienes algún problema lo podremos solucionar. ¿A qué vienen tus viajes al lago?
—¿Hola? Ayer vine a pescar, al llegar a casa me di cuenta que faltaba la caña. La caña de pescar es de mi padre, así que se la tenía que devolver por lo que volví a buscarla, pero no la encontré. Pensé que tal vez se había caído al fondo del lago en algún descuido, así que hoy he vuelto a ver si la recuperaba.
—Dime la verdad, Ian.
—¿Qué más quieres saber, Allan? No tengo nada más que decirte. Además quedó bastante claro que el asesino era el mayordomo —replica Ian.
—No tendría sentido que el mayordomo nos dijera el recorrido que hace, si podíamos encontrar la ropa manchada de sangre. Si fuese el asesino hubiese mentido sobre el recorrido.
—¿Y yo que quieres que haga? Tal vez bajo la presión decidió rendirse —empieza a aumentar el tono.
—Pero entonces... —eres interrumpido.

El teléfono de Willy suena:
—Sí... Sí... ¿Cómo dice? ¡La sangre de la ropa no encaja con la de la víctima!
Esa es la última prueba que necesitabas. La ropa ensangrentada era falsa.

—Ian, por favor, acompáñame a comisaría.
—No Allan, estás muy equivocado.
Sacas tu pistola
—Ian, por favor, ya no tiene sentido seguir mintiendo
—No tienes pruebas sólidas contra...

¡BANG!

Una bala perfora el cuerpo de Ian.

* * *

Acabas de disparar a Ian. Allan se gira sorprendido, te acercas a él y le disparas a bocajarro. Con la pistola que tiene Allan en la mano haces un par de disparos al aire, para que se le quede un poco de pólvora en la mano y le cambias la pistola. Recoges los casquillos de los disparos al aire y te marchas a tu casa.

De esta manera parece que Allan disparó a Ian y luego se suicidó.

Repasas si has dejado algún cabo suelto.

El día anterior, mientras Ian estaba distraído pescando, haces un duplicado de la llave de su coche. Para la huella dactilar le robas la caña mientras guarda las cosas en el coche.

Recuerdas como repartiste folletos de una macro-fiesta y como investigaste a una familia para buscar a tu víctima.

Pero el broche final ha sido hoy. Esta mañana con el duplicado de la llave, coges el coche de Ian. Sigues al chico hasta su casa y con el pretexto de que eres policía le pides que te muestre todos los documentos. Debe entrar en su casa para buscar algunos. Le sigues y le apuñalas con el cuchillo que tiene la huella de Ian. La víctima grita y te marchas corriendo en coche.

Devuelves el coche a su sitio. Te llaman de la central, ha habido un asesinato. Mientras llegas, dejas ropa ensangrentada en un contenedor cercano, para que parezca cosa del mayordomo mientras hacía footing.

Sacas el tema de la huella para que debatan los policías y cuando vas a casa de la vecina gastas todo el tiempo posible para que tu superior te venga a buscar y entonces habláis del coche de esta mañana.

Dejas que Allan cree su propia paranoia. Y entonces matas a tus dos superiores.

Años de servicio para que nunca te hayan ascendido. Siempre la misma mierda. Ahora todo saldrá bien.

Vuelves a tu casa. En tu cocina falta un cuchillo y tienes una caña de pescar pese a no tener ni idea de ello. Usaste sangre para manchar algunas prendas de ropa. Todo ha ido perfecto.

Aprovechas que sabes como entrar en la casa de Ian con la llave escondida en el pomo y dejas allí el juego de cuchillos en el que falta uno. Ahora quedará claro que Ian era el "supuesto" asesino. El inspector Allan lo descubrió y al matar "supuestamente" a Ian, se suicidó bajo la presión.

Entonces, tu móvil suena. Alguien grita alarmado:
—Willy, ha ocurrido una cosa terrible...

Se equivoca. Es la mejor noticia que podías recibir.

A la semana te han ascendido.
Título: Re: [VI CRAC] Relatos
Publicado por: Psyro en 08 de Diciembre de 2010, 12:30
Bajo la luz del prisma


Justo a las dieciocho en punto, sonó el hilo musical que les informaba de que su turno había acabado. Alexander R-03 dejó los informes bien ordenados sobre su mesa, apagó su ordenador, y salió de su despacho. Continuó por el pasillo, el cual tenía trazada una línea recta roja a la altura de la cintura, hasta el ascensor.
Allí, un puñado de hombres, todos con los mismos uniformes de color rojo como él, esperaban en un silencio tenso. Se escuchó un pitido, y la puerta se abrió. De ella salieron otros hombres y mujeres, también de rojo, que se dirigían a los puestos que acababan de ser desocupados. Algunos intercambiaron miradas y saludos en voz baja.

Una vez se hubo vaciado, los trabajadores entraron en él y uno de ellos pulsó el botón sin preguntar, pues no cabía que nadie fuera a otro sitio que a la planta baja y saliera del edificio. Justo cuando la puerta se estaba cerrando, una figura apareció delante del ascensor. Se trataba de un hombre alto, robusto, y con cara de pocos amigos. Pero esto no fue lo que lo obligó a salir, junto con sus otros compañeros, y cederle el sitio.
Aquel hombre vestía de amarillo.

Alexander maldijo en voz baja y miró su reloj: las dieciocho y ocho. Si no se daba prisa, perdería el metro multicolor, que normalmente lo llevaba a su barrio rojo, donde residía en una casa, completamente roja. Sólo que esta vez se bajaría un par de paradas antes, e iría al hospital, del mismo color. Su mujer, según le había comunicado desde allí, se encontraba de parto.

Otro pitido lo sacó de su ensimismamiento, y cuando la pareja que lo ocupaba salió, se metió dentro bruscamente. Con una lentitud exasperante, el ascensor bajó las cuarenta y tres plantas y los depositó con suavidad en el suelo firme. Cruzó como un rayo la recepción, sin reparar en los comentarios la gente hacía al pasar. Bajó las escaleras de tres en tres, pasó su pulsera de identificación por el torno, y se precipitó hacia las vías, serpenteando entre la marea de gente multicolor.

Por suerte, el metro todavía seguía allí. Estaba a punto de entrar al vagón cuando alguien gritó desde detrás.
- ¡Eh, tú! ¡El de rojo! – Sonó una vocecilla aguda. Al momento, los veintitantos trabajadores que estaban en fila se dieron la vuelta, como una sola persona.

Un hombre bajo y delgado, que vestía un uniforme negro, acompañaba a otro esbelto de uniforme verde, que se agarraba un codo con la otra mano.
- Sí, tú, el moreno con cara de preocupación. – Volvió a decir el hombrecillo. - ¿Es que no te has dado cuenta de que has derribado a un CS Verde?

Alexander sintió una punzada de miedo.
- Maldito rojo de los cojones. – Increpó el hombre. – Me he hecho polvo el codo.
- Lo siento, señor, mi mujer . . . – Comenzó él, con la vista baja.
- ¡Me importa una mierda tu mujer! – Estaba realmente furioso. – El Complejo Alfa tiene unas normas.
- Lo sé, señor. Lo siento. – Se disculpó.
- Tú, trae acá tu terminal. – Le dijo al hombrecillo de negro. Prácticamente le arrebato de las manos una pequeña pantalla que este llevaba en las manos.

Tecleó frenéticamente durante unos segundos.
- Dame tu mano. – Ordenó.
- ¿Qué? – Preguntó, confuso. Sin hacer caso, aquel hombre aferró su brazo, y pasó su pulsera de identificación por el lector de códigos de la terminal.
- Alexander R-03, expediente disciplinario por alteración del orden público y por agresión a un superior. -Y su boca esbozó una sonrisa de superioridad.

Alexander sintió el deseo de abalanzarse sobre él y partirle la cara de gilipollas que tenía. De gritarle que su esposa estaba de parto en el hospital mientras lo hacía, pero se quedó callado. La vida no era completamente justa en el Complejo Alfa.
- Así aprenderás, rojo. – Lo dijo con una mueca de asco.


La lenta espera lo estaba matando. Sus ojos iban desde el reloj digital colgado enfrente, hasta las otras personas que esperaban con él. Una mujer, con su hijo en brazos, hablaba desenfrenadamente con el señor que estaba a su lado, mientras  que este doblaba el periódico. Era un ejemplar de la Gaceta Roja, el único que tenían permitido leer.
Un poco más allá, un muchacho esperaba serenamente, sentado con las manos apoyadas encima de sus rodillas. También había una muchacha rubia, que llevaba varios minutos mirando la máquina expendedora, y que parecía no ser capaz de decidirse por el comestible en cuestión. Todos ellos con un uniforme rojo.

Obviamente, ninguna de aquellas personas estaba esperando mientras su mujer daba a luz. Y obviamente, no habían tenido un hijo que había sido descartado.

Alexander lo recordaba como si fuera ayer mismo. Estaba sentado en el mismo sitio que hacía dos años, masticando chicle como un loco. Cuando iba por su segundo paquete, la enfermera le llamó. Allí, en medio de un largo y lúgubre pasillo, le esperaba el doctor, todavía con las manos enguantadas.
- ¿Señor Alexander R-03? – Preguntó con voz grave. Este asintió. – Verá . . . su hijo ha nacido con un peso por debajo de la media. Siguiendo el protocolo para estos casos, he ordenado que le hicieran las pruebas postparto.

Estaba tan tenso que si le hubieran golpeado con un martillo, se habría roto en mil pedazos.
- Lo quiero decirle es que su hijo no cumple los estándares de un CS Rojo. – E hizo una pausa.
- ¿Quiere decir . . . quiere decir que será un infrarrojo? – Preguntó con la boca seca.
- Me temo que no, Alexander. Su hijo tampoco cumple los estándares de infrarrojo: es pequeño, incluso para ese estatus, y es propenso a enfermedades cardiovasculares e, incluso –hizo una pausa para mirar el informe- incluso cáncer.

Alexander se llevó una mano a la frente.
- ¿Entonces . . .? – Apenas pudo pronunciar.
- Su hijo ha sido descartado. – Sentenció.

Dicho esto, se dio la vuelta y lo dejó sumido en la angustia. Alexander no pudo sino romper a llorar en silencio, como un niño.
Mientras recordaba aquella conversación con dolor, le pareció escuchar su voz.
- Alexander R-03. – Dijo de nuevo la voz de la enfermera. – El doctor lo espera. Pase, por favor.

Se levantó, y se enjugó unas lagrimillas que había brotado de sus ojos con la manga de su uniforme. Temblando de puro nervio, cruzó el umbral. Allí, en el mismo pasillo lúgubre, se encontraba el médico, con las manos enguantadas.
Al verlo llegar, puso una mano encima de su hombro y negó con la cabeza. Dijo un par de frases, con la cara llena de tristeza, y se marchó. Al igual que la otra vez, Alexander no pudo sino llorar como un niño pequeño.


Las aguas de la planta de tratamiento seguían el canal y se perdían a través de un gran conducto. Alexander siempre se había preguntado si ese canal iba a parar al mundo exterior, al mundo fuera del complejo. Lo que había fuera de él era un misterio, pero los rumores decían que el exterior era inhabitable.
La verdad es que aquel sitio no olía especialmente bien, pero eso no le importaba. Se trataba de un lugar cercano a su casa, y lo suficientemente solitario como permitirle escapar por un momento de la complejidad de todo aquello que lo rodeaba.

Soltó un suspiro. Sus dos hijos habían sido descartados y ni siquiera había tenido la oportunidad de verlos. Tampoco su mujer, Anna R-07. El recuerdo de su cara hundida en la almohada se le apareció como un fantasma. Si él estaba destrozado, ella lo estaba el triple.

Escuchó unos pasos y se apresuró a cambiar la cara, que debía ser un poema en ese momento. Por la vieja escalera apareció un hombre de unos cincuenta o sesenta años. Vestía de amarillo.
- Oh, vaya. – Dijo al verlo. – No sabía que había alguien aquí. Por lo general, este lugar suele estar desierto.

Alexander lo miró, extrañado.
- Supongo que usted no es uno de los trabajadores de la planta revisando quién-sabe-qué. – Comentó animado, y se acercó a la barandilla donde estaba apoyado él.
- No, yo sólo . . . sólo necesitaba desconectar un poco. – Concluyó Alexander, que dudaba de si había hecho bien diciendo aquello.
- Lo suponía. Esos tipos visten de negro. -  Y miró al caudal.

Se hizo el silencio. Alexander se incorporó y comenzó a andar en dirección a las escaleras.
- Es curioso, ¿verdad? – Preguntó aquel señor de amarillo.
- ¿Disculpe? – Inquirió.
- Tenemos todo dentro de este complejo, pero a veces sentimos la necesidad de escapar de él.
- Y se volvió hacia nuestro protagonista.
- Sí, supongo que sí. – Contestó, esquivo.
- Rojos, amarillos, verdes, azules. – Continuó. – Al fin y al cabo somos personas, no máquinas, por mucho que se esfuercen los de Central.

Este asintió.
- Tengo que regresar a mi casa. Hasta luego, señor. – Se despidió.
- Hasta otro día, rojo. – Lo despidió sin volverse. Cogió una piedrecita y la tiró lo más lejos que pudo. Por un momento, pareció un niño pequeño, en lugar de un status superior.


- Cariño, ya he llegado. – Dijo mientras abría la puerta. Se quitó los zapatos, los dejó a un lado, y se dirigió al salón. Esperaba ver a su mujer tumbada, en un estado de apatía total, tragándose toda la mierda que echaban en la televisión. Pero no fue así.
- ¿Cariño? – Preguntó de nuevo, y anduvo por el pasillo. No estaba en la cocina. Tampoco en el cuarto de baño.

Alexander entró en su habitación y se la encontró tumbada en la cama, de espaldas a la puerta.
- Anna, ¿estás dormida? – Preguntó en voz baja, y se sentó al borde. Le movió el hombro con suavidad para despertarla, pero su mujer no respondió con los habituales ronroneos. Es más, estaba fría. – ¿Anna?

Tomándola por el brazo, le dio la vuelta. Entonces quedaron al descubierto tres envoltorios plateados. Alexander los miró durante un segundo, y luego a su mujer. No hacía falta que le tomara el pulso. Simplemente la abrazó en silencio y comenzó a llorar sobre su belleza muerta.


Veía el ataúd que contenía el cuerpo de su esposa en la cinta de la incineradora. Veía los envoltorios plateados en  su cama. Pero no veía los informes que se iban amontonando encima de su mesa. Alexander parecía una sombra de sí mismo.

Uno de aquellos interminables días, mientras hacía como que leía la pantalla de su ordenador, alguien tocó a la puerta.
- Alex, el supervisor quiere hablar contigo. – Le informó Robert R-15, su calvo y bonachón compañero. – Creo que te espera una buena.

El aludido se levantó con pesadez, se restregó los ojos y cruzó toda la planta de oficinas hasta la puerta número sesenta y tres. Golpeó un par de veces y esperó. Una voz grave le instó a pasar.
- Siéntate, Alexander. – Dijo su supervisor. Se trataba de un amarillo barrigón, con un frondoso mostacho y el pelo peinado a lo cortinilla para disimular su incipiente calva. Parecía enfadado. Mucho.
- ¿Quería verme, señor? – Inquirió él.
- Alexander, este es un gráfico de tu productividad a lo largo de los –miró el dato en el informe- de los doce años que llevas trabajando aquí. – Dijo mientras le enseñaba un folio. – Desde hace aproximadamente tres meses, tu productividad ha bajado estrepitosamente. Está prácticamente en cero. ¡Cero!
- Señor, ya sabe que mi mujer . . . – Comenzó, pero fue interrumpido.
- El Complejo Alfa es un sofisticado mecanismo, Alexander. – Explicó mientras se echaba para atrás en su elegante y cómodo sillón. – Todos los engranajes tienen que funcionar. Si uno de ellos falla, se interrumpe todo el funcionamiento.

Hizo una pausa, mientras escrutaba el rostro de su subordinado.
- Podemos intentar limpiar el engranaje, podemos engrasarlo, pero si la cosa sigue igual, no tenemos más remedio que sustituirlo. – Y dio un golpe en la mesa.
- Señor, todas estas cosas que han sucedido . . . mi mujer, y mi hijo . . . – Pero no pudo continuar.
- Aquí tengo tu expediente también. – Y lo movió cerca de su cara. – Alteración del orden público, agresión a un superior. Ambas son bastante graves. También veo un parte por insultos a varios compañeros, actitud inapropiada en el trabajo y etcétera.
- Usted no lo entiende. – Dijo, y sintió una punzada de ira. Una ira que fue creciendo poco a poco.
- El que no lo entiende eres tú, Alexander. – Y arrojó los documentos contra la mesa. – Sólo espera a que mande a Central el informe que estoy redactando. Si es que, para colmo, tu material genético es deficiente.

Alexander se levantó súbitamente y colocó los puños cerrados sobre la mesa. Su supervisor, que no se esperaba tal reacción, se echó hacia atrás, temeroso.
- No se atreva a hablar así de mis hijos. – Murmuró entre dientes. Durante un tenso segundo, se miraron a los ojos. Luego, sin mediar palabra, se marchó, dejando a su superior con cara de estúpido.

Estaba demasiado exaltado para dirigirse a su casa, de modo que salió del edificio y echó a caminar sin ni siquiera fijarse en el camino. Anduvo durante una hora y media aproximadamente, hasta que sus pies lo llevaron a aquel sitio de nuevo. Se apoyó en la barandilla y miró el gran caudal de agua. Gritó, expulsando todas esas pestes por su boca. Aquello lo hizo sentir mucho mejor, sin duda.

No supo cuánto tiempo permaneció allí, contemplando el río hediondo. Quizás horas.
- Hola de nuevo. – Dijo una voz. Nuestro protagonista se giró, sobresaltado.
- Me ha asustado. – Dijo a modo de saludo.
- Lo siento, muchacho, no era esa mi intención. – Y se posó a su lado. Su cara estaba llena de arrugas, pero Alexander podía ver una voluntad inquebrantable debajo de todas ellas.

Se hizo un silencio eterno.
- ¿Cómo te lo imaginas? – Preguntó.
- ¿Perdón?
- El Exterior, ¿cómo te lo imaginas? – Volvió a preguntar.
- No lo sé. – Dudó ante lo inusual de la pregunta. Más aún hecha por un CS superior. – Salvaje, supongo. Con edificios en ruinas.
- Yo creo que no quedan ni ruinas. – Comentó el anciano. – Sólo una explanada árida, quizás montones de chatarra por aquí y por allá.
- Puede ser. – De escuchar alguien la conversación que estaban teniendo, habrían peligrado sus ya restringidas libertades.
- ¿Y el cielo? – Preguntó.
- No sé qué eso. – Se sinceró.
- El techo del Complejo es la cúpula, ¿no? – Pero allá afuera no hay ninguna cúpula. ¿De qué color será?
- No lo sé. – Y añadió. – Pero me gustaría que fuera rojo.

El anciano lo miró y esbozó una sonrisa. Sus arrugas se acentuaron aún más.
- ¿Rojo? – Preguntó, y soltó una carcajada. Ambos rieron, pero él lo hizo para disimular lo desdichado que se sentía en realidad.


Llevaba un par de días tirado en el sofá, dejando pasar el tiempo como arena entre los dedos.
Algo en su pequeño y perfecto mundo había fallado, y cual castillo de naipes, todo se había derrumbado. La verdad era que ya nada le importaba. Sentía que ya no pertenecía a ese lugar.
Alexander alargó la mano para echar un trago al cartón de leche, pero este sólo contenía aire.
Refunfuñando, se puso en pie y fue hasta la cocina. Abrió en el frigorífico y se sorprendió de encontrarlo desierto. Después cayó en la cuenta de quién se encargaba de llenarlo era su esposa. Aquello lo hizo derramar unas cuantas lágrimas.

Se vistió, se alisó el pelo alborotado con la mano y bajó a la calle, que ahora se le antojaba fría. Compró unas cuantas cosas básicas, pues no quería permanecer más tiempo del necesario fuera, y volvió rápido a su bloque. Debía tener un aspecto horrible: ojeroso, con barba incipiente, desaliñado. Se sentía un fugitivo.

Subió las escaleras portando sendas bolsas y cuando giró, se quedó clavado en la esquina. Allí, dos hombres vestidos completamente de gris esperaban delante de su puerta.
Aquello desenterró un recuerdo; un par de agentes como esos habían venido un día a visitar a su viejo vecino Lars R-03, y nunca más lo habían vuelto a ver. Nadie sabía qué es lo que había hecho el pobre Lars. Pocos días después, una nueva pareja se instaló en su departamento. Quizás se había vuelto demasiado viejo. Y el Complejo no se podía permitir ese tipo de lujos.

Alexander tragó saliva y retrocedió un paso. Uno de los agentes levantó la vista y lo vio en las escaleras, reculando.
- ¡Eh, usted! – Gritó. - ¡Deténgase!

Aquel fue el pistoletazo de salida. Nuestro protagonista dejó caer las bolsas al suelo y bajó las escaleras tan rápido como pudo, mientras ambos salían detrás de él.
Salió a la calle y miró en ambas direcciones, y entonces corrió, deshaciendo un camino que no debía haber hecho.

Empujó a un par de trabajadores que caminaban con parsimonia por la acera y cruzó la carretera, mientras un par de coches frenaban en seco para no atropellarlo y pitaban indignados.

Corrió como un loco, mientras notaba cómo sus pulmones ardían con cada bocanada y sus músculos chirriaban. Los agentes le pisaban los talones.
Continuó evitando y empujando a varias personas y bajó unas escaleras, cruzó un callejón y volvió a bajar unas escaleras. Sólo corría hacia aquel lugar, pero no sabía qué hacer una vez llegara allí. Volvió a bajar unas sucias escaleras y llegó hasta su querido mirador de aguas fecales. Se apoyó en la barandilla e intentó recuperar un poco el aliento.

Durante un momento, pensó que había dado esquinazo a los dos agentes, pero su esperanza se rompió como una hoja de papel en cuanto escuchó los zapatos caros bajando a trompicones las mismas escaleras.

Ambos se detuvieron también a recuperar el aliento.
- No se mueva, Alexander R-03. – Dijo uno de ellos. Y dio un paso hacia él. – Va acompañarnos. Ahora mismo.

Su compañero se llevó las manos a la chaqueta gris y sacó unas esposas de aspecto cruel.
- Están ustedes equivocados. – Repuso él. – No tengo pensado ir a ningún sitio.
- Está usted acusado de diversos delitos, Alexander. – Explicó, y se acercó más a él. – Algunos muy graves, como la insubordinación de hace unos días. Pasará una buena temporada en un módulo correccional.
- ¿En un módulo correccional? – Se mofó. – ¿Me quitarán de en medio igual que al pobre Lars?
- No oponga resistencia, Alexander, o tendremos que reducirlo por la fuerza. – Estaban a escasos dos metros de él.

Entonces, Alexander hizo algo inesperado. Se subió a la barandilla, extendió los brazos y miró las aguas fecales.
- ¡Está loco! – Ladró uno de los agentes.
- No, eso es lo que quieren que crean ellos. – Dijo, y se tambaleó.
- Se va a caer. Y se ahogará. – Dijo el que sujetaba las esposas. Estaba muy cerca.
- O nadaré y saldré al exterior. – Replicó, y volvió a tambalearse.
- ¡El exterior ya no es habitable! – Lo dijo convencido de que estaba loco.
- Puede ser. O puede que no. Quizás sólo sea una mentira, como todo lo demás. – Respondió.
- La pérdida de su mujer, y sus dos hijos desechados, le ha hecho perder totalmente la cabeza.
- No, no me han hecho perder la cabeza. Me han hecho ver la realidad. – Continuó.
- ¡Detenlo! ¡Ya! – Gritó a su compañero.

Antes de que pudieran actuar, Alexander saltó. Su cuerpo se hundió completamente aquellas sucias aguas. Permaneció sumergido durante unos segundos, y salió a respirar más allá, arrastrado por la corriente.

De repente, notó una punzada ardiente en su hombro, y después el estruendo. Más estruendos y silbidos pasaron cerca de él. La corriente siguió arrastrándolo hacia una oscuridad creciente.

Ambos personajes miraron cómo el cuerpo desaparecía bajo las aguas, hacia el túnel.
- Mejor muerto. No creo que la resocialización pudiera traerlo de vuelta de su demencia. – Murmuró.
- Control total del sistema. – Ambos rieron.


Tosió varias veces, pues su boca y su garganta estaban llenas de asquerosa mierda líquida. Notaba como sus piernas eran mecidas por una ligera corriente, pero estaba apoyado sobre tierra. Más que tierra, barro. Un barro asqueroso también. Por si esto fuera poco, un dolor terrible lo atravesaba desde el hombro.

Consiguió darse la vuelta con un esfuerzo y agonía extrema, y abrió un poco los ojos escocidos.

Una vasta extensión de tierra cenicienta se hallaba ante él. Repartidos por toda la llanura estéril había montones de chatarra oxidada, cuales colosos derribados. La desalentadora imagen estaba bañada por una luz rojiza y mortecina, que se colaba a través de las nubes enfermizas que cubrían el techo del Exterior de forma casi completa.

No pudo hacer otra cosa que soltar una carcajada amarga. ¿Aquello era realmente el mundo?
La vida, que ahora se le escapaba por la herida, le pareció dulcemente irónica.

Y entonces, cerró los ojos, y sintió paz.





Título: Re: [VI CRAC] Relatos
Publicado por: Psyro en 08 de Diciembre de 2010, 12:31
El gato

   Dos pares de ojos observaban con atención aquel gato que, mordisqueando con afán a su amo, ignoraba ser el centro de atención. Aquel gato gordo se estaba entreteniendo en arrancar un pedazo de carne casi desprendido del destrozado cráneo de Luis Saavedra, su atento amo durante casi siete años, mientras dejaba sobre la piel del cadáver pequeñas huellas impresas con sangre. Al observarle, me pareció que nunca había visto a nadie comer con tanto respeto como lo hacía aquel gato con su amo, como si al hincharse con su carne le estuviera demostrando el mayor de los cariños tras siete años de abnegada atención y cuidados. Ese gato glotón al que nada le importaba estar sobre un charco de sangre, trozos de hueso y sesos que poco a poco se iba resecando; ese gato con los bigotes y la boca llenos de sangre que conservaba en sus ojos una mirada de calma total y absoluta, como si todo aquello no tuviera nada de extraordinario; ese gato que no nos había preocupado lo más mínimo durante las más de cuatro horas que habíamos pasado registrando el lugar; ese gato nos iba a resultar un problema.

   - ¿Entonces tú crees que está dentro del gato? - pregunté ya por tercera vez.
   - ¿Se te ocurre alguna otra cosa? Está claro que en esta casa no está.
   - Sí, pero ¿dentro del gato? Podría haberla metido en la caja de algún banco o habérsela dado a alguien. Además, nada nos asegura que no se nos esté pasando algo por alto - me detuve un momento y observé al gato que estaba sacando tajada del labio superior de su amo-. Por Dios,  Marco, ¿por qué siempre se complican tanto las cosas con los alquimistas? Si al menos estuviera vivo.
   - Sí. Habría sido más fácil dejar que ese viejo loco te estrangulara y después preguntarle dónde había metido la dichosa piedra. Seguro que así obteníamos la respuesta. Las cosas están como están y a mí el gato me parece una buena opción. - había que reconocer que Marco siempre había sido una persona pragmática y, aunque sus decisiones no habían facilitado las cosas precisamente, siempre habían solucionado el problema inmediato. Comprobar si la piedra estaba dentro del gato no era del todo estúpido, pero seguía planteando un problema...
   - Ya, vale, pero ¿cómo piensas hacerlo? No podemos dispararle, ni usar un cuchillo: si el metal toca la piedra todo podría irse a la mierda y yo paso de morirme solo por contener un pico algo fuera de lo normal.
   - Once veces por encima de lo normal. Por un pico normal no hay que hacer todo esto.
   - Lo que sea. ¿Y por qué el gato? ¿Por qué no dentro de él mismo, por ejemplo?
   - ¿Tú te tragarías esa piedra? ¿Crees en serio que este tipo estaría tan loco como para hacerlo?
   - Supongo que tienes razón, claro. ¿Cómo piensas hacerlo?
   - Ya se nos ocurrirá algo... - empezaba a inquietarme: estaba viendo cómo una idea cada vez más y más clara iba formándose en su cabeza y la verdad es que no me hacía la más mínima gracia.

   Cruzó aquella habitación total y absolutamente destrozada, en parte por la lucha que se había producido al llegar nosotros, en parte por el posterior saqueo. Se acercó al animal procurando no pisar aquel charco cuya visión realmente empezaba a revolverme y lo cogió con ambas manos mientras disfrutaba un pedazo de carne tras el cual soltó un maullido apagado.

   Aquello me molestó. El gato estaba tranquilo; Marco estaba tranquilo; el muerto estaba tranquilo; todos estaban tranquilos excepto yo. Un muerto es un muerto, un gato es un gato y Marco tenía mucha más experiencia que yo en todo aquello; pero, aún así, el sentimiento de no estar a la altura de las circunstancias allí donde un gato que estaba a punto de morir sí lo estaba se me clavó entre las muelas.

   Seguí a Marco fuera de la habitación, hasta la cocina. Se trataba de una habitación mal iluminada pero bastante limpia y ordenada: algo muy común en un alquimista, que acostumbran a guardar sus compuestos en la nevera con la comida. Se sabe de más de uno que ha acabado muerto por un pequeño descuido.

   Una vez allí ya lo teníamos claro, no tenía que decirme nada, para eso yo era un lector. Me acerqué al microondas y abrí la puerta. Marco metió al gato, que entró sin protestar y sin intentar escapar y entonces cerré la puerta:

   - ¿Cuánto tiempo crees que hace falta? - me preguntó.
   - Yo qué sé. Yo uso el microondas para hacer palomitas, no gatos. - me sentía francamente estúpido e inútil, sensación que reforzó la mirada que obtuve como respuesta.
   - ¿Qué te parecen cinco minutos? ¿Crees que bastará para que explote?
   - Sí, supongo que será suficiente.
   - Entonces vamos. - dicho lo cual Marco estableció el tiempo en el cronómetro y puso en marcha el microondas.

   Todo lo que vino después hasta el momento de dejar la casa ha permanecido en mi cerebro como una de las experiencias más desagradables que recuerdo, y hay muchas donde elegir.

   Al principio, el interior del microondas se iluminó y el plato, supongo, comenzó a dar vueltas. Apenas fueron necesarios unos segundos para que el gato, notando que algo iba mal,  empezara a maullar en un intento por dar lástima. En menos de veinte segundos, aquellos maullidos apagados se habían convertido en los más terribles bufidos que jamás hubiera escuchado: oíamos al gato gritar y oíamos cómo se arrojaba contra las paredes del electrodoméstico tratando de encontrar una salida. En varias ocasiones estuve convencido de que iba a conseguir abrir la puerta y escapar de allí disparado y, en cierto modo, esperaba que lo lograra.

   Pasados casi dos minutos los bufidos del gato y sus sacudidas en el interior del microondas fueron cesando hasta que finalmente solo quedó un quejido monótono y cada vez más leve que acabó por extinguirse.

   En este tiempo, un olor a pelaje quemado había empezado a invadir la estancia y resultaba cada vez más intenso. Empezaba a sentirme mareado y aquello no parecía llevar a ninguna parte:


   - Apágalo de una vez, por Dios. No va a explotar.
   - Sí, seguramente tienes razón. Sácalo - respondió Marco y entonces se apartó del microondas y empezó a mirar en los armarios de la cocina-. Voy a buscar algo para poder abrirlo.

   Con el corazón en un puño y el estómago en el otro, me dispuse a detener el pequeño electrodoméstico. Abrí la puerta  y de allí salió una pequeña nube de humo fétido que corrió a enterrarse en mi nuca y cerebro y me produjo una profunda arcada que la imagen del gato en el microondas convirtió en incontrolable. La saliva acudió a mi boca en avalancha. A duras penas pude girar mi cabeza a tiempo para vomitar sobre mis pies en lugar de sobre el gato.

   Sin lugar a dudas, habría preferido ver un gato reventado y recoger todas sus vísceras: el gato había quedado encogido contra el suelo en el centro del plato, en un inútil intento de alejarse de la resonancia que había en la parte superior del microondas. Su largo y abundante pelaje, responsable de aquella peste, había quedado chamuscado. Las orejas estaban consumidas y resecas dejando como único vestigio una pequeña fracción de piel negruzca donde los pelos habían prácticamente desaparecido. Los ojos del felino habían quedado entrecerrados; habían perdido todo su brillo y se habían ablandado, transformando el globo ocular en una sustancia gelatinosa que se doblaba hacia el interior de la cavidad ocular. En las almohadillas de las patas, así como la nariz, la boca del animal y en torno a sus ojos la piel había enrojecido y se había hinchado en una desagradable colección de ampollas que, en algunos casos, habían reventado dejando paso a un fragmento de carne marchita ligeramente ennegrecida.

   Una vez recuperada la compostura, me quedé ensimismado con esta visión. Lo escabroso siempre tiene algo de hipnótico en la gente: no sabemos vivir sin el sufrimiento y es por ello que éste nos atrae y lo repulsivo acaba por volverse interesante. Fue el proceder de Marco el que me hizo volver a la realidad y es que, mientras yo observaba fijamente al gato,  él estrelló un plato de porcelana contra la estantería provocando un considerable estruendo que me devolvió a la realidad. Tomó un pedazo grande en su mano y miró hacia mí que, por mi parte, tomé el plato del microondas sobre el cual se encontraba la mayor parte del gato y lo saqué fuera del electrodoméstico: no estaba dispuesto a tocar a ese animal si no era necesario.

   - Joder. Creo que no volveré a comer pollo en mucho tiempo. - dijo en una broma cuya gracia no supe encontrar.

   Puse el plato junto a Marco, que sujetaba el pedazo de porcelana en la mano derecha a modo de cuchillo.  Tomó al animal del pescuezo con la mano izquierda y lo alzó en el aire. Acercó el improvisado cuchillo a su vientre; pero, justo antes de abrir en canal al animal, el pelo de éste se desprendió de su piel y el gato cayó absolutamente rígido sobre el suelo de la habitación mientras un matojo de pelos permanecía en la mano de Marco. Aquella situación no solo  resultaba grotesca, sino además ridícula. Para mí, fue el golpe definitivo que me hizo tomar conciencia de un momento al que nunca debimos haber llegado. Lo mejor sería acabar con ello cuanto antes.

   Cogí al gato y lo puse sobre el plato, panza arriba: estaba caliente y, tal y como aparentaba, su pelaje había perdido toda suavidad posible.  Marco puso la punta de la porcelana bajo el esternón del gato y apretó con fuerza, intentando deslizarlo hacia abajo. No pudo hacerlo: al romperse, el corte generado por el plato no había resultado suficientemente afilado. Sin embargo, la punta sí había conseguido hundirse bajo la piel del felino, por lo que insistiendo logró hacer una incisión más profunda. Comenzó a dar tirones hacia abajo mientras brotaba algo de sangre, aunque no demasiada. Tras el primer tirón, se desgarraron casi dos centímetros de carne de cuyo interior surgió una pequeña nube de vapor. No llegué a olerla, pero el asco que experimentó Marco fue tan profundo que su pensamiento me golpeó con fuerza, haciendo que me retirara por miedo a experimentar lo mismo.

   Poco a poco fue desgarrando la piel del animal hasta tener su vientre totalmente abierto. No estoy seguro de cuál debía ser el aspecto natural de aquellos órganos; pero, sin lugar a dudas, no era aquel:  estaban como cocidos, sudorosos e hinchados. A duras penas era capaz de distinguir algo más allá del estómago, los intestinos o el hígado. Me alegré muchísimo de no ser yo quien tuviera que meter las manos ahí dentro. Marco, por su parte, tampoco parecía muy contento con su tarea; pero, como descubriría más tarde, él era mucho más consciente del poco tiempo del que disponía. Así que, mientras se arremangaba las mangas de la camisa, musitó algo similar a "espero que esto valga la pena" e introdujo las manos de lleno dentro del cuerpo del animal.

   Durante un par de minutos pude ver cómo, en absoluto silencio, Marco palpaba todos y cada uno de los órganos del gato, como alzaba y estrujaba sus intestinos en el aire. Entonces, con las manos hundidas en el vientre del felino exclamó:

   - ¡Creo que tengo algo!
   - ¿Dónde?
   - Aquí, en el hígado o lo que quiera que sea.
   - ¿Estás seguro?
   - Bastante... ¿cómo coño puede haberlo metido aquí dentro sin abrir al bicho?
   - No lo sé y, la verdad, no quiero saberlo. Sácala de ahí, lo comprobamos y nos vamos. Empiezo a sentirme como un templario.
   - Y que lo digas. - dijo en tanto que clavaba su cuchillo de porcelana en el hígado del animal. Pronto tuvo en su mano una pequeña piedra oscura totalmente cubierta de sangre.
   - ¿Es?
   - No estoy seguro, compruébalo.

   Saqué de mi bolsillo el bote de arena y lo acerqué a la mano de Marco: entre sus dedos, la piedra se puso a zumbar como loca. Saqué el móvil e hice la llamada pertinente:

   - La tenemos. Vamos para allá. Envía a los barrenderos. - y entonces, sin mediar ni una palabra, salimos de allí a toda velocidad.

   El gato se llamaba Prometeo.
Título: Re: [VI CRAC] Relatos
Publicado por: Psyro en 08 de Diciembre de 2010, 12:32
Tarde de invierno

Hubo una vez, quién sabe dónde y cuándo, en que alguien me contó que el tiempo es un brutal torrente de acciones qué, de alguna manera, escapan al control de cualquiera. Aún recuerdo cómo reí ante tal afirmación; cómo, regocijándome de mi propia existencia, arremetí con palabras grandilocuentes y grandes aspavientos contra todos aquellos que no creyesen que el futuro siempre está en las manos de uno. ¡El destino! ¡Ha! Hermosa palabra para los cobardes, para todos aquellos incapaces de aferrarse a sí mismos y así poder navegar por su curso contra esta corriente llamada presente. Tenía tan claro qué hacer y cuando hacerlo, las decisiones eran mías, de nadie más. Era todo tan fácil...

En ocasiones, aún me pregunto qué motivo tendría el dios qué, de entre miles de nosotros, nos eligió a ti y a mí. Me cuestiono si no fue más que azar o si nuestros caminos llevaban ya milenios esperando para cruzarse. Si, en el fondo, lo que hoy siento por ti no es nada genuino, nada más que la nova tras la estrella: Un increíble destello que lleva ya un milenio tras mis pasos.

Amor a primera vista. Desde el mismo momento en que coincidimos entre las grandes corrientes de este mundo supe que mi destino era estar junto a ti. No fue una decisión arbitraria. Yo, el paradigma de la soledad ¡Era feliz! Y ahora me hallo sumido en este remolino de sentimientos contrarios, de dolor y sufrimiento. Si pudiese dormir pasaría noches en vela, si pudiese luchar capearía mil y una tormentas para volver a ti. Si pudiese, serías mía.

Ante todo, pero, quiero que sepas una cosa: Soy tímido. Quizás no lo pareciese, lo sé. Fue todo tan natural... sentía tu presencia aleteando a mi alrededor mientras, entre el rugido del viento, nosotros permanecimos juntos. Girabas y girabas cual bailarina, animando mi helado corazón a seguir tu ritmo, tu estela. ¿Fue eso lo que encendió la llama?, ¿ese instante de armonía en que nada podía interrumpirnos, en que ningún elemento hubiese sido capaz de separarnos?. Pocos creerían que tanta pasión pudo brotar de esos instantes en los que solo fuimos nosotros: Cada uno el espejo del otro. ¡Ni siquiera llegamos a tocarnos, a rozarnos¡ Mas ahora me percato de que hubiese sido un gran error. Si ya en estos momentos siento como la flaqueza inunda mi ser y lo único que me mantiene en pié es tu recuerdo, ¿qué hubiese sido de mi si hubiese recibido más? Si ya ahora me sumiría en lo más profundo del océano para encontrarte, ¿qué sería de mí si más que mi princesa  fueses mi diosa y mi deber?

Miles de preguntas inundan cada rincón de mi mente mas una se encuentra por encima de las demás. Ante la certeza de que algún día llegaré hasta ti, ¿qué haré al verte? No lo negaré, me intimidas. Imaginar que estoy junto a ti me llena de júbilo y a la vez hace que me sienta insignificante ante tu nívea belleza. No soy nada a tu lado, no más que cualquier otro de los nuestros: Ni más elegante ni más entregado a ser quien debo ser. Y es aquí dónde mis sentimientos más primarios surgen a saludar el aire helado que ahora me acompaña. La rabia y la impotencia se apoderan de mí y me llenan de oscuras ambiciones, de terribles pensamientos. Algo, muy profundo, llama mi espíritu a las armas, algo que prefiere morir contigo a vivir sin ti. Si pudiese empuñar una espada, una lanza, una simple rosa... Son tantos los deseos que surcan las costas de mi conciencia y que no pueden ser saciados, ¡Tantos!. No estoy seguro que nadie me llegue nunca a comprender, ¿por qué motivo tengo que ser tan diferente a ti, a todos los demás? ¿Por qué?

Quisiera enterrar mi rostro entre mis manos y mis puños sobre otros ajenos. Quisiera poder sacar todo esto que llevo dentro sin tener que hablar contigo, o conmigo mismo pues, en ocasiones, ya no se para quien hablo: Si para ti o para mí.

Odio este vaivén que ahora me sostiene aquí, perdido. Giro y giro, buscando lo poco que de ti me queda, y solo veo exactamente lo que la última vez. ¿Impaciente? Por ti, no. Ni siquiera creo que seas capaz de imaginarte lo que he llegado a anhelar tu presencia. De hecho, no creo que me recuerdes, o que me vieses, o que Seas... Esta última opción me horroriza, me desborda, me enloquece. La posibilidad de que no tengas conciencia es algo que incluso prefiero obviar, no sería posible. Hubo demasiada tensión en ese momento mágico, fue mucho más que un simple voltear alrededor de un punto de equilibrio, ¿verdad? ¡¿Verdad?!

Oh, Dios, dioses, o quien sea que tiene poder para reinar aquí, ¿de verdad permitiríais una injusticia así? No respondáis, por favor. En lo más profundo de mi ser hay algo que prefiere no conocer esa respuesta.

Ser único es algo que muchos buscan y no encuentran. No son capaces de imaginar lo duro que es saber que quizás eres uno. Tan diferente que no puedes más que lamentar tu propia soledad. El hecho, pero, es que yo se que solo no estoy. Algunos otros como yo he encontrado durante mi eterno periplo, todos con alguna meta, algún objetivo, alguna obsesión. Todos deseaban necesitar para sentirse más vivos. Me envidiaban, yo era el único libre entre tantos encadenados. Y ahora he pasado a ser el que sus argollas no dejan siquiera respirar.

Debes saber que cada vez estoy más cerca del fin de esta etapa. En nada seguiré mi largo camino en tu búsqueda. Esta vez por lagos y ríos, por las cimas de las montañas y por las grietas de los glaciares. Esperame, que ya estoy llegando... Desde esa vez, ese fatídico instante en el que las turbulencias del destino nos separaron, no he dejado de sentir que te acercabas. Una y otra vez. Tal vez aquello a lo que yo llamo conciencia no es más que una variante de la locura, algún tipo de bucle infinito de pensamientos: Una órbita cerrada alrededor de ti. Es evidente, pues, que eres mi astro rey, el Sol que más que abrasarme con su calor me arropa con su recuerdo. O quizás eres mi mundo y yo soy tu Luna, siempre cayendo por ti pero nunca hacia dónde tu te encuentras, iluminada solo mientras tu no decidas eclipsar la poca luz que sobre mi ya incide. ¿Quien iba a decir que yo, precisamente, acabaría así? Y lo que es más triste es qué, en lo más profundo de mi, anidan las mayores dudas y no las mayores verdades. No puedo dejar de imaginar un universo en el que no llego a encontrare, o una noche en la que te encuentro y no hay más que un helado vacío, una ausencia de todo excepto materia.

De lo que no tengo dudas, pero, es de que te reconoceré, estés en el estado en el que estés. Seas pura e inmaculada, seas dura y helada, seas sencilla y escurridiza, seas una o seas millones. Tu esencia es todo lo que yo quiero, lo que necesito. Solo busco tu compañía y, si fuese posible, si tu me quisieses tanto como yo a ti, intentar convertirnos en uno. Quizás te parezca atrevido, o aberrante, o como prefieras llamarle, pero no estoy muy seguro de que pudiese ser feliz sabiendo que, en cualquier momento, puedo perderte de nuevo. ¿Egoísta? Sí, probablemente. Pero ¿es ser egoísta no querer perder lo que en verdad amas? Yo creo que no. No me planteo siquiera el hecho de que puedas pertenecer a otro. No quiero planteármelo pues solamente la imagen ya provoca un dolor infinito en mis entrañas. Y es difícil reprimir tanto sufrimiento cuando se que, en el fondo, nunca serás totalmente mía: Llevo demasiado tiempo fundiéndome, sublimando, dejando que mi corazón precipite y pase a ser parte de una red mucho más grande y sólida para poder moverme a través de los grandes océanos cómo para saber que dos nunca serán uno. Es algo natural: Si para dos esencias unirse fuese tan fácil ¿qué sería del amor, de la pasión? ¿Dónde quedarían los celos, las inquietudes?

Aún así, no perdamos la esperanza. Si yo puedo sentir este cauce de emociones sin ser quien debería, ¿por qué motivo no deberíamos poder romper las reglas para estar juntos? Unas normas creadas por algún dios aburrido que no quería más que complicarnos la existencia. Del mismo modo creó el dolor, el frío, el miedo, el sufrimiento, y cada día los afronto con dignidad y los desprecio para poder seguir. Seguir sin ti.

¿Te he hablado nunca del tiempo? Seguro que sí, quizás incluso hoy mismo. O ayer. O ambos. De hecho agradezco tu silenciosa escucha, tu paciencia conmigo, pero lo entiendo. Si tu me hablases una, mil, un millón de veces, no cansaría tu voz. Si me repitieses lo mismo una, mil, un millón de veces, no cansaría tu conversa. Si te viese una sola vez más, solo una, no cansaría mi viaje pues, con la certeza de que te puedo encontrar, lo repetiría hasta el atardecer de la realidad.

Hoy hace un día precioso, la verdad. El aire está quieto y muchos de nosotros lo surcamos de aquí para allá con una calma inusitada. ¿Es esto lo más triste? ¿El hecho que de entre miles seas la única que no soy capaz de encontrar? ¿O es que todo ésto no es más que el precio a pagar por la felicidad? Si es así, nadie nunca me advirtió de que la soledad era mejor que este estado de entre muerte y vida. Quizás, si hubiese sido consciente de que ésto solo me llevaría a este pozo sin fondo hubiese cerrado mi vista al mundo y me hubiese dejado llevar por las corrientes del tiempo. Con algo de suerte, de azar, no hubiese sentido tu increíble presencia, no hubiese quedado prendado de un posible imposible. Mas admito que siguiendo este camino de tirocinio y paciencia he descubierto cosas de mí que nunca hubiese imaginado. He encontrado por entre los recovecos de mi ser vestigios de emociones que no sabía ni que existiesen: Ofuscación, desesperación, esperanza, valor, obsesión, y la peor de todas, la frustración. Sentirme encerrado dentro de este cuerpo que parece no querer obedecer ninguno de mis mandatos es algo que me supera, me exaspera. Mi alma se estremece al sentirse atrapada en algo tan inerte, al no poder expresarse ante el mundo como un ente libre, y, sin embargo, lo que siento por ti ahora es tan humano... Maldita y triste ironía es lo que los dioses regalan cuando nos hacen esto, cuando permiten que un alma anide en nuestros corazones. Y más cuando ésta es capaz de sentir, de amar, de llorar.

A cada segundo que pasa me acerco más a mi actual meta y eso me reconforta. Lenta pero inexorablemente sigo el camino que el mundo decide por mí y espero que sea el que el destino cree que es la mejor ruta para llegar a ti. Las grandes corrientes me llevan en pos de mi destino y mi opinión en ello es nula, inocua. Ya quisiera yo volar a un palmo del suelo, surcar los mares a cientos de millas por hora, correr tras tus sombras cual amante siguiendo su querida en noche cerrada. Desearía poder preguntar por ti a cada rincón, encontrar un pañuelo de seda asido a un balcón para llegar a tu lecho.

Hace poco he conversado con otro cómo yo, cómo tú, cómo nosotros. Ha dicho algo que me ha hecho reflexionar mucho: "No soy nada a tu lado, no más que cualquier otro de los nuestros: Ni más elegante ni más entregado a ser quien debo ser.". Quien iba a decir que un semejante conseguiría qué, de nuevo, pensase en ti. Me siento afortunado, pero, de encontrar gente que me hable de vez en cuando. No puedo negar que su voz me recuerda a la mía y eso es algo que nos une a todos, ¿te das cuenta? Seguro que cuando en tu alma resuenan mis palabras piensas lo mismo, ¡es inevitable! Alguna conexión ha de existir entre todos para que no pensemos que estamos solos, para que seamos conscientes de que nuestra existencia no es única. O al menos, y por el bien de mi cordura, así lo espero.

El final está aquí, viene lentamente a mi encuentro. Hace frío, mucho, por lo que tendré tiempo de sobras para prepararme la siguiente etapa. Para familiarizarme con mis nuevos y simples compañeros de viaje. Unos ya llevan un tiempo conmigo, otros nos esperan con los brazos abiertos, juntos, compactos.

Quizás no llegue nunca a sentir como un humano. Quizás mi existencia quede en una mísera anécdota, en uno que sintió cuando no debía, en una misera gota de escarcha, un solitario copo de nieve que se enamoró de un semejante y que vagó eternamente en pos de este. Probablemente no estaré nunca completo pues soy solo conciencia atada a un ancla helada que me convierte en prisionero del mundo, un prisionero inmortal que representa el amor en su faceta más dura. Nunca seré mortal y esa es la única oportunidad que me queda para encontrarte.

Hasta ese momento se que no volveré a ser feliz y éste será mi tormento. Quizás no llegue a sentir como un humano, no, pero hay algo de lo que estoy seguro: Ésta, seguro, debe ser una bonita tarde de invierno.
Título: Re: [VI CRAC] Relatos
Publicado por: Psyro en 08 de Diciembre de 2010, 12:33
Las murallas

En medio de la nada, en un rinconcito del mundo prácticamente deshabitado, se alza una inexpugnable muralla que cobijaba en su interior un exótico y rico  país. La muralla, de la que nadie recuerda el origen y seguramente nadie recordará el final, cruza la yerma tierra de los alrededores, de este a oeste, de norte a sur, elevándose como un obstáculo infranqueable.

Sólo dos son las puertas que abren el país al mundo, una de ellas en el sur, y la otra en el norte, separadas por infinidad de leguas. Yo, Merthor, era el Guardián de la puerta del norte, y en mis manos estaba el deber de impedir que nadie que no cumpla con los requisitos del rey cruce las puertas de nuestro país.

Es un trabajo hermoso, fatigoso a veces, pero hermoso. Desde mi atalaya veo pasar inexorablemente un pequeño enjambre de visitantes, ya sean comerciantes, exploradores, aventureros, ladrones, embajadores... Tanto es así que a menudo tengo la impresión que, en verdad, conozco mejor los otros países, de los que nos llega un flujo constante de personas, que mi propio país, del que prácticamente desconozco todo, ya que mi vida se reduce, desde que tengo memoria, a mi casita cerca de la muralla y a la muralla misma.

A menudo temo que, debido a mi edad, tenga que dejar este trabajo, el único que conozco, para adentrarme en un país del que desconozco las costumbres. Es este mi más atroz miedo, pero para mi alegría este momento parece demorarse día a día, dejándome inmerso en mi amada monotonía.

Pero un día la monotonía de mi vida se rompió cuando una difusa figura parecía acercarse a mi puerta. Aunque le había vislumbrado al amanecer, hasta bien entrado el día no le tuve suficientemente cerca como para hablar con él, tan buena era mi vista. La figura en cuestión era alta y erguida, con una larga cabellera color azabache perlada de hebras plateadas; un rostro adusto y severo, cubierto por una mal cuidada barba, y una cota de malla que refulgía a los rayos del sol. El hombre, además, iba a lomos de un alazán que parecía tomarse con especial calma el camino.

-¡Abrid las puertas!- gritó cuando se encontró delante de las nobles y gigantescas puertas de entrada.
-Buenos días, señor- respondí, nunca falto de educación-. ¿Qué os trae por aquí, y qué buscáis en nuestro país?
-Lamento mi falta de educación, pero desconocía que estuvieseis enterado de mi visita, y por eso me dirigí de esta y no otra manera-. Hizo una especie de ademán con la cabeza, en tono de disculpa-. Mi único deber en este país vuestro es comunicar unas noticias, pues dicen de mí que soy mensajero, y uno de muy bien adiestrado y veloz, si se me permite enorgullecerme-. Esbocé una queda sonrisa, al recordar la lentitud con la que se había acercado. ¿O quizás era yo, que medía el tiempo a mi antojo? No importaba.
-Mensajeros veo pocos, por aquí, pero veo además que lleváis una espada pendida del cinto. ¿Han cambiado mucho los tiempos para que los mensajeros lleven armas?
-No sabéis cuánto, mi buen guardián. No son días fáciles para un simple mensajero como yo. Pero abridme la puerta, la cabalgada ha sido larga y necesito descansar y tomar algo.

Yo, medio a regañadientes, decidí abrir las puertas, pues no parecía un tipo peligroso. Tras ordenarlo, un pequeño ejército de ayudantes se dispuso a abrir las pesadas puertas, sólo un poco, lo suficiente para que el jinete entrase.

-¿Y cuáles son esas noticias que traéis, si puede saberse?- Pregunté una vez hube servido una copa de vino endulzado con miel al mensajero y lo hube acomodado en mi casita de guardia.
-Noticias tristes y negras, noticias de guerra. Pero no es lo único que me ha traído aquí, sino que vengo también a hacer una petición a vuestro señor.
-Guerra...- dije meditabundo-. Hace mucho tiempo que no se oye tal palabra por aquí. No somos un país beligerante, bien lo sabéis.
-Pero en estos tiempos de oscuridad debéis serlo, porque necesitamos de vuestra ayuda para hacer frente al invasor. Solos nos vemos superados- mintió el mensajero.
-¿Qué decís? ¿Por qué deberíamos ayudaros? Si ni siquiera sé de qué país sois, emisario. Y aunque lo supiera, tu misión es vana, pues nuestro pueblo nunca sale de estas murallas que nos rodean, desde que el tiempo es joven. Y no va a ser la excepción.
-Entonces, la guerra llegará hasta aquí.
-No. No tenemos nada que los demás quieran, no molestamos ni somos molestados.
-¡Cuánta razón os falta! Tenéis algo por lo que muchos matarían, y apostaría mi mano de empuñar la espada que eso hará que pronto, muy pronto, veáis aparecer en lontananza una hueste de soldados. Y por eso vengo ahora, antes que lleguen las tropas, a hacer una petición a vuestro rey, porque quizás nos dé aquello que tanta gente codicia y poca ha obtenido.
-Nosotros no tenemos nada de valor, nada que otros puedan desear y no tener. No somos ni especialmente ricos, ni especialmente buenos comerciantes. Somos un pueblo que sólo pretende subsistir.
-Seguís sin comprender nada... Esperemos que vuestro señor sí lo haga, pues de otro modo veréis, por primera vez, la sombra de la guerra sobre vuestras estimadas murallas-. Y calló, mientras apuraba de un sorbo la copa de vino.

Se instauró un profundo silencio en la sala, que resultó roto, al cabo de no poco tiempo, por el mensajero.

-Habladme de vos. ¿Cuánto tiempo lleváis custodiando esta muralla? Parecéis viejo, si se me permite hacer tal apreciación.
-Y lo soy, por cierto que lo soy. He visto pasar muchas primaveras, quizás demasiadas. Mucho tiempo llevo aquí arriba, viendo pasar a embajadores, a comerciantes, a algún que otro pillo...
-Y, sin embargo, seguís aquí, haciéndoos cargo de la seguridad de vuestro pueblo.
-Así es, aún no es tiempo de dejar mi puesto a otro, y espero que eso tarde en llegar.
-Y tardará, podéis estar seguro- dijo enigmáticamente el mensajero.

Pronto, al día siguiente, partió a galope tendido en dirección al centro del país, lugar totalmente desconocido para mí. A pesar de lo largo del viaje, bien sabía yo que era inútil. Mi pueblo no va a la guerra. Yo, que me consideraba tan viejo como el tiempo, no había visto nunca a un ejército siquiera acercarse a la altiva muralla que nos  aislaba del mundo exterior.

Pasaron varios días sin noticias del mensajero, ni de ningún otro. El flujo de visitantes pareció reducirse bastante, pues en los días que pasaron apenas uno o dos eran los que habían cruzado las puertas.
 
Al cabo de una semana, o quizás más, en este lugar el tiempo a menudo pasaba desapercibido, partió el jinete de la capital, sin conseguir lo que se proponía, como yo bien sabía. Pronto lo atisbé, forzando al alazán como antes no lo había hecho. Sacando blanca espuma por la boca, aferrado a su crin, el jinete llegó a mi puerta al galope, y, sin dirigirme palabra alguna, se escabulló por entre la puerta abierta y se perdió a galope tendido.

El recuerdo de su fugaz venida no tuvo tiempo de desaparecer de mi vieja memoria cuando pronto, o quizás tarde, quien sabe cómo medir el tiempo, vi aparecer lejos, muy lejos, en el horizonte, una hueste de hombres. Me resultaba imposible discernir si eran soldados, campesinos o qué eran, pero nunca antes había visto tantos hombres acercándose, pues no tenían otro camino que seguir, a nuestras murallas.

¿Acaso serían ciertas las palabras del mensajero? Así lo parecían entonces, al ver tal número de hombres acercándose inexorablemente a nuestras murallas. ¿Qué debía hacer yo? Apenas contaba con hombres a mis órdenes, y estos apenas sabían blandir una espada, de tan pacífico que era nuestro reino. Nunca antes habíamos marchado a la guerra, y esperábamos no tenerlo que hacer nunca, pero parece que nuestras esperanzas eran vanas.

Sorprendidos como estábamos, fuimos incapaces de actuar y poco a poco, al transcurso del día, veíamos cómo las huestes enemigas se acercaban. Entonces, distinguí en la cabeza del ejército a la figura que, días antes, había traído a nosotros las agoreras noticias. Ataviado con una cota de maya reluciente, pendida de su cinto la misma espada, y portando en el brazo un yelmo plateado, parecía ahora un hombre más noble.

Se acercó lentamente a la enorme puerta, custodiada por todos los soldados de que disponía yo. El solitario jinete, alejado del grueso del ejército, carraspeó sonoramente y habló:

-¡Guardián! Bien veis que no miento. Dadme lo que busco y marcharemos.
-¿Qué buscáis? Nada aquí puede ser de vuestro interés, pues nada tenemos que codiciar. Idos ahora, antes de intentar traspasar estas murallas.
-¿Aún os afanáis en desmentir lo que todos sabemos? Dadme el secreto que persigo.
-¿De qué habláis? ¿Qué secreto atesoramos que os interesa tanto?
-El secreto de la inmortalidad. Vuestro pueblo no muere, aquí encerrados tras estas murallas veis pasar los días, las primaveras, los años sin inmutaros, por muy viejo que digáis que estáis, no son que mentiras. ¡Decidnos cómo, y marcharemos!

Sus palabras me dejaron sorprendido. No conocía la inmortalidad, en tanto que no conocía la mortalidad. Cierto era que llevaba tiempo, mucho tiempo, custodiando estas murallas, y que no recordaba nada más allá de ellas, pero no sabía que eso era extraño, pues apenas conocía a nadie durante poco más que unas horas, el tiempo que los visitantes restaban en la muralla antes de entrar o salir del reino.

Totalmente desconociendo de lo que me hablaba, no pude darle ninguna respuesta que le satisficiera, y el jinete marchó al galope, preso de la furia.

Lo que vino después apenas puedo contarlo, tan atroz fue. Atacaron con furia exacerbada nuestras murallas, destruyéndolas completamente, y entraron en nuestro reino, quemando a su paso todo aquello que podía ser quemado.

Yo escapé de sus furibundas espadas, pero creo que nadie más pudo decir lo mismo.
Los invasores no encontraron lo que vinieron buscando, pero se llevaron vidas que no debían morir, por lo que descubrí entonces, y arrasaron el país sin encontrar en él nada.

Ahora me encuentro ante las destruidas murallas, siendo, creo, el  único que recuerda su antigua gloria y su destrucción. Los invasores, llevados por un ardor destructivo, se fueron de allí como vinieron, mortales, y destruyendo el único lugar donde reinaba la inmortalidad.

Me temo que pronto, cuando muera, pues la muerte llegará a mí ahora que las murallas se han derrumbado, nadie recordará este pequeño reino que atesoraba un don codiciado y sus altas murallas, cuyo origen ya nadie recuerda y cuyo fin nadie recordará.
Título: Re: [VI CRAC] Relatos
Publicado por: Psyro en 08 de Diciembre de 2010, 12:34
Ciudad de la Penumbra



Fragmentos de un diario encontrado en la Zona D – Perteneciente al Dr. Kirt.


Miércoles 18 de Agosto de 2066

MI nombre es Jason. Jason Kirt. Treinta y seis ciclos han pasado desde mi nacimiento. Treinta y dos desde que emigramos a la Gran Mozrrac, capital e insignia de nuestro actual imperio. Veintiocho desde que mi corazón se fundió con el acero de mi ciudad. Y solo tres desde la llegada de mis hijos.

...Creo que esta frase es demasiado ostentosa para el comienzo de un diario. Por el momento la dejaré así. Por lo menos hasta que encuentre una mejor...

"VIVO EN LA MALDITA MOZRRAC, CIUDAD DE LA PENUMBRA. Y TODO ES MI CULPA."

¿Qué mas puedo decir en este esplendido día? Podría hablarte de mi esposa, la pro-psicóloga. O de mis hijos, tan pequeños y tiernos, pero no sería una buena introducción. Así que comenzaré con el ¿Por qué? ¿Por qué estoy escribiendo esto? Dos palabras, fácil. Mi esposa. Según ella, al escribir no solo se describen sucesos, historias o acontecimientos. Sino que además influimos la escritura con nuestra personalidad. Mi personalidad. De este modo podré descubrirme y eso me ayudará a ser mejor ciudadano, persona, bla, bla y bla. Suficiente.
Seguiremos con el ¿Dónde? Bueno, mi hogar se encuentra en la zona céntrica de Mozrrac, o la "Gran Mozrrac" como nos gusta llamarla a nosotros, sus orgullosos habitantes. Es una ubicación estratégica, casi perfecta debo decir. Cerca de la academia para los niños, cerca del Alto Mando, a unos bloques del depósito y tan solo a la vuelta del laboratorio. Allí es donde trabajo. Allí es donde desarrollo toda mi investigación.
Millones de habitantes convivimos en esta bella ciudad-fortaleza todos los días. Millones de habitantes compartimos el amor y la alegría de vivir seguros dentro de nuestra impenetrable montaña de acero. Todos estamos orgullosos del esplendor y la gloria de Mozrrac.



Viernes 24 de Diciembre de 2066

Jamás creí que seguiría escribiendo mi diario. Uno o dos solitarios párrafos por semana, podría decir que ya es costumbre. Me gustaría escribir mas, mucho mas, pero La Resistencia nos mantiene muy ocupados.
Distintos informes de espionaje nos revelaron que están planeando algo grande. A pesar de nuestros esfuerzos, no hemos podido descubrir de qué se trata. Por otro lado, aunque mucho menos importante, se reportaron extrañas formaciones climatológicas en un gran numero de islas del Pacífico. Un escuadrón de sondas fue enviado para investigar dicho fenómeno.


...suena muy técnico, pero creo que es necesario que así sea... 


Martes 11 de Enero de 2067

Hoy fue un gran día. Mis hijos ya están aprendiendo a leer, mi esposa esta cada día más bella. Todavía esta recuperándose de la infección pulmonar que casi la mata, pero no falta mucho para que vuelva a ser la misma de antes.
Una euforia general llena los corazones de la población, hemos destruido dos de las tres bases de La Resistencia. Es cuestión de tiempo a que caigan ante el plasma de nuestras cañones.
Aun no han aparecido las sondas que enviamos a investigar el fenómeno climatológico del Pacífico.


...una victoria muy significativa. Quisiera estar de acuerdo con todos los demás, pero algo en lo mas profundo de mi ser me dice que no lo haga. Algo me dice que esto aun no ha acabado...


Lunes 7 de Febrero de 2067

En el día de ayer, la ultima y desesperada arma de La Resistencia fue liberada. Unos extraños misiles estallaron en algún lugar de la estratosfera, justo encima de nuestra Ciudad. Fue demasiado rápido, no tuvimos oportunidad de defendernos. Creímos que cientos de bombas caerían sobre las cúpulas de protección de la Fortaleza, nada de lo que preocuparse, pero no fue eso lo que sucedió. Un gas de color azul oscuro, casi negro, se esparció por todo el firmamento. Tiene la contextura del algodón y la opacidad del acero.
La luz del sol desapareció, las plantas de energía solar dejaron de funcionar, y la ciudad quedo en penumbra. De ahora en adelante así se llamaría a nuestra capital: "Mozrrac, Ciudad de la penumbra". Los esbeltos y magníficos edificios fueron reemplazados por oscuridad y sombras. Altas e imponentes se alzan, allá donde quiera que uno pose la vista, ennegreciendo los pensamientos de los ciudadanos.
Un solo sentimiento invadía el corazón de todos: la impotencia. Por suerte nuestra energía de reserva se activo, y en ningún momento fuimos vulnerables a ataques externos.
El misteriosos gas no descendió, sino que se mantuvo "estacionado" en el cielo. Suponíamos que su cometido, fuera cual fuese, había fracasado.


"SOLO POR UN MOMENTO"


Martes 8 de Febrero de 2067

Incontables misiones se están llevando a cabo para descubrir el sentido de este ataque. Algunos afirman que fracasaron, y que el gas desaparecerá pronto. Otros aseguran que este el comienzo de nuestro fin.

"LO ES"


Jueves 10 de Febrero de 2067

El misterio fue revelado. Luego de tres días y cuatro noches el gas se asentó completamente, formando así una gigantesca e inmunda nube de contaminación que amenazaba silenciosamente nuestra amada ciudad.
Al atardecer del cuarto día (claro, si se puede llamar atardecer) la nube descargó su ira sobre nosotros. De nada sirvieron las cúpulas de protección. Una intensa y podrida tormenta inundo las calles de Mozrrac. No daño estructuras, ni instalaciones, ni tecnología. NO. La punta de la lanza se clavó directamente en nuestros corazones. Al anochecer, las primeras víctimas de una nueva enfermedad ya habían comenzado a caer.



Miércoles 13 de Abril de 2067

Tras poco mas de dos meses, la nueva epidemia se había cobrado una décima parte de nuestra total población. Incluyendo a mi esposa. La milagrosa cura con forma de vacuna no tardo en aparecer, pero lamentablemente ya era tarde para la madre de mis hijos. En su estado crítico nadie hubiera sobrevivido. Por suerte los niños se salvaron, logre suministrarles la vacuna a tiempo y ahora se encuentran recuperándose. Todavía son muy pequeños para saber lo que esta pasando, sin embargo presienten que algo malo le sucedió a su madre.
La inocencia y el amor de mis pequeños me ayuda a pasar los momentos mas difíciles, y me ayuda a pegar un ojo en las incontables noches de insomnio.
La semana que viene termina mi licencia en el laboratorio.


...el recuerdo de Argie es muy intenso en estos meses, pero debo seguir moviéndome. Debo encontrar NECESITO venganza....
   

Viernes 15 de Abril de 2067

Dos días mas pase lamentándome por la muerte de mi esposa, pero ya es hora de dejar el pasado atrás, y poner manos a la obra en mi siguiente plan.
En el día de hoy, algunos científicos de nuestro laboratorio han descubierto la composición de la nube de contaminación: una compleja combinación de gases y agentes químicos que no conocíamos, capaces de traspasar las cúpulas sin ser dañados.
Tema Aparte. Decidieron plantar las semillas que trajimos con nosotros, en las afueras de la Fortaleza. Tal vez alguna de las hierbas nos ayude a encontrar la solución.


...ya era hora de que hagan algo bien para variar...


Martes 19 de Abril de 2067

Un memorando del Alto Mando llego a mi oficina hoy. Escrito por el mismísimo Jefe de Operaciones. Ante mi sorpresa me nombró director del proyecto M.A.C. (Misiles Anti Contaminación). La verdad, es lo que estaba esperando. Pienso dedicarle mi vida a este trabajo, no descansare hasta conseguirlo.

...aun siguen apareciendo victimas, aunque en cantidades muy disminuidas. La muerte sigue acechando en cada esquina...


Miércoles 15 de Junio de 2067

Mis contactos en el Alto Mando lograron filtrarme algo de información acerca de la guerra. A pesar de todas nuestras bajas a manos de la pestilente nube, seguimos ganando la guerra contra La Resistencia. Sus defensas se ven sobrepasadas en número por nuestros batallones. Sus ofensivas se retiran en medio de un mar de fuego y dolor. No falta mucho para que los dominemos completamente.

...muchos soldados perdieron familiares en el incidente de la nube. Creo que eso ha ayudado a nuestras tropas a sobrepasar las líneas enemigas...


Jueves 22 de Septiembre de 2067

Todavía no hemos encontrado la solución definitiva al mal que pesa sobre nosotros. Logramos reducir provisoriamente la nube con varios de nuestros experimentos. Pero ella sigue estando sobre nuestras cabezas, afectando a nuestra pobre comunidad.
La crisis económica de nuestra fortaleza es inminente. Generadores suplementarios fueron instalados fuera de la ciudad-fortaleza para compensar la pérdida de energía de las plantas solares existentes. Millones se invirtieron en estos nuevos generadores. Gracias a ellos, nuestros sistemas de defensa se mantienen sanos y salvos.
Por un momento pensamos en la posibilidad de trasladar nuestra Fortaleza, pero eso conllevaba un gasto de recursos y energía muy grandes. Los cuales no estaban a nuestro alcance.
Como si fuera poco, nuestra población esta en decadencia y disminuyendo, no por culpa de la epidemia, sino por que están emigrando hacia otras ciudades-colonias ubicadas a miles de kilómetros de distancia. No habría ningún problema si no fuera por que hace dos días perdimos toda comunicación con las colonias, y con todos sus habitantes.
Misiones de exploración ya se están llevando a cabo para saber que es lo que sucedió en el resto de las ciudades.


...casi no veo a mis hijos. El trabajo en el laboratorio me mantiene ocupado día y noche. Siento que los estoy perdiendo...


Viernes 14 de Octubre de 2067

Una inesperada ofensiva enemiga ha destruido la mayor parte de nuestras tropas y naves. Nuestros soldados, llenos de odio y venganza, dejaron de lado su racionalidad y cayeron directamente en un trampa.

...Al parecer, no estábamos a punto de ganar la guerra...

La autoridades presionan constantemente a mi equipo. Sino encontramos la solución en menos de 3 meses nos quitarán los fondos para seguir con nuestro trabajo. Debo evitarlo a toda costa.


Domingo 1 de Enero de 2068

En el día de hoy, salimos a recolectar muestras de hierbas con mi ayudante. Todo iba bien hasta que un aroma dulzón e hipnotizante llamo nuestra atención. Lo que vimos nos dejo plasmados. Una extraña hierba de color azul metálico crecía sobre un antiguo árbol terrestre. Poseía unas flores púrpuras muy llamativas que segregaban un liquido color ámbar, de ahí el aroma dulzón. Nunca habíamos visto algo similar, tan hermosa y peligrosa a la vez, decidimos llevarla a nuestro laboratorio.
Inmediatamente comenzamos los análisis correspondientes para catalogarla, y para saber si sus fluidos nos serían de alguna ayuda.



Martes 3 de Enero de 2068

Tenemos los resultados de las pruebas. Aunque parezca increíble, encontramos que la segregación de la extraña planta posee componentes capaces de "devorar" la nube de contaminación. La nueva especie fue catalogada en peligro extremo de Extinción, fue almacenada y clonada. Su nombre científico es "flôs dê eleutheria". Hoy mismo empiezan las pruebas parciales para nuestra salvación. En unos días tendremos los resultados.


Viernes 6 de Enero de 2068

Tras nuestra presentación hacia el alto mando, decidieron concedernos recursos ilimitados para seguir desarrollando nuestra investigación. Mi investigación a decir verdad, yo descubrí la Flor, yo descubrí la salvación.
Gracias a nuestras avanzadas tecnologías pude crear el arma que eliminaría de forma definitiva a la nube de contaminación.



Miércoles 23 de Mayo de 2068

Hoy fue el día de lanzamiento de los misiles M.A.C. La mirada de millones de personas estaba volcada junto a tres pequeños cohetes. Solo tres minutos pasaron desde el despegue hasta el contacto con la nube. Y como si fuera por arte de magia, el sol reapareció, tan brillante y calido como nunca antes lo habíamos visto. Por tres agujeros en la nube sus rayos se escaparon hacia la Fortaleza. La inmensa nube azul comenzó a abrirle el camino a la Luz. Pero algo andaba mal. No solo dejo de abrirse el cielo, sino que además la nube se fortaleció y empezó a tomar un color rojo sangre. Pasando por tonalidades violáceas, los agujeros de luz se cerraron para nunca más abrirse. Una hermosa y letal lluvia dorada comenzó a caer del cielo.
Circuitos y cables quedaron inutilizados al instante. Cúpulas y defensas se derrumbaron por igual. La desesperación y el caos se apodero de toda la población.


...los misiles no estaban diseñados para esto. Debían acabar con la nube, no fortalecerla y destruir toda nuestra tecnología...

"EL COMIENZO DEL FIN"


Jueves 24 de Mayo de 2068

Estamos acabados. Toda nuestra fortaleza quedo inutilizada. Lo que una vez fue nuestra protección, hoy es nuestra prisión. Odio esta ciudad.
Los más valientes intentaron escapar trepando murallas, o cruzando drenajes. Pero La Resistencia, ahora en las puertas de la propia Mozrrac, los extermina como moscas.


...Mismo destino es el que correremos todos nosotros...


Viernes 25 de Mayo de 2068

Las cosas suceden cuando uno menos lo espera, y nuestro fin no es la excepción. Mirando hacia el horizonte y divisando esas dos pequeñas naves semejantes a un Cazador pero con unos bultos mucho más grandes que los acostumbrados tanques de reserva de combustible en su "panza" me di cuenta de todo, tarde. Al parecer están jugando con nosotros, ya que la pareja de naves esta aproximándose a mínima velocidad. Supongo que quieren gozar de su victoria hasta el ultimo instante.

...Solo tardaran unas horas en llegar, lo suficiente para escribir mis ultimas lineas. Solo tardaremos unos segundos en morir. Claro, si esas bombas son de Plasma-fusión, porque si fueran de Neo-napalm, tendríamos una muerte bastante mas larga y dolorosa...

Cada pieza del rompecabezas encaja en su lugar. Los misiles, la nube, los compuestos químicos, la misteriosa planta, la milagrosa salvación. Como una aguja en un telar sin fin el destino es tejido, el destino de nuestra raza estaba escrito.

Los humanos    plantaron esa extraña hierba. Todo dependía de que yo la encuentre y la utilice. Lo que me deja con la duda: Si ellos ya tenían la solución, ¿Por qué no desataron inmediatamente la furia de la nube roja? Solo hay una respuestas posible: No poseían la tecnología suficiente para desarrollar los agentes químicos de mis misiles, y por eso lo dejaron en mis manos.

Jugué una última vez con mis niños y luego los mande a la cama. No hacia falta que vieran lo que nos esperaba. Tan pequeños y con toda su vida por delante, arrebatada a manos de La Resistencia. Una ultima mirada de sus cabellos oscuros y de su piel color esmeralda (igual a la de su madre) logro tranquilizarme por un instante.


...Yo solo traté de salvarnos...

"YO ANIQUILE A TODA MI RAZA"

...Miles de pensamientos inundan mi mente, cientos de dudas oprimen mi corazón. ¿Por qué yo? ¿Por qué tuvimos que invadir este planeta? ¿No alcanzaba a caso con las maravillas y la creciente belleza de nuestro planeta? Por un instante casi lo olvido. Nosotros destruimos nuestro planeta. Después de todo no somos tan diferentes...

Solo espero que la humanidad recuerde y utilice su pasado.
SOLO ESPERO QUE NO SIGAN NUESTRO CAMINO.

...Una única, estúpida y final idea invade mi cabeza: "Ya encontré la frase adecuada para dar comienzo al diario."...
Título: Re: [VI CRAC] Relatos
Publicado por: Psyro en 08 de Diciembre de 2010, 12:35
Espejo veteado de pinceladas cortas.


Las olas rompían con un ímpetu desmedido sobre la playa de San Lorenzo en aquella noche de viernes. Numerosos viandantes se detenían junto a La Escalerona para contemplar el espectáculo de luces reflejadas sobre un espejo informe de negrura veteada de franjas blanquecinas. La deslumbrante vista se veía acompañada por el profundo rumor exhalado por unas aguas embravecidas. Todo ello en contraste con una noche magnífica, primaveral y apacible.
Esforzados deportistas, parejas de enamorados, cansados oficinistas, vitales jubilados recorrían el paseo deleitándose en la espléndida noche. Una amalgama de piernas en movimiento bajo el auspicio de un tiempo favorable.
Bares, mesones y restaurantes se hallaban a rebosar de un gentío bullicioso y alegre. Un ambiente de fiesta reinaba en la ciudad de Gijón, un estado que incluso los que aguardaban por una mesa libre compartían con devoción.
Mas había lugares en los que el revuelo era tan extraño como la contraposición entre el violento mar y el apacible cielo de la hora en cuestión. En el más lujoso de los restaurantes, en el más discreto de los reservados, un hombre y una mujer se enfrentaban en extremos opuestos de una magnífica mesa.
El varón, de unos treinta años, vestía un impecable traje gris aderezado con una carísima corbata. Sus ojos se hallaban fijos en algún punto del infinito y mantenía los labios apretados, al tiempo que sus dedos jugueteaban con una pequeña caja que guardaba en el bolsillo izquierdo de su chaqueta.
La mujer, de edad similar, pelo rubio rizado y un amplio escote logrado gracias a dos botones desabrochados en su blusa de seda, describía con todo lujo de detalles la nueva tienda de complementos que habían inaugurado en el centro de la ciudad.

"Ya está otra vez en Babia. Es inútil que siga con las indirectas sobre mi regalo de cumpleaños. Seguro otra vez me tocará el set de maquillaje o el típico perfume."

Un esforzado camarero apareció con los platos que habían elegido. Les rellenó las voluminosas copas de vino y se retiró discretamente. La mujer detuvo su discurso para degustar el elaborado plato: un solomillo con salsa de frambuesas, acompañado por manzana asada en rodajas y virutas de jamón ibérico. Un espeso silencio se instaló en la estancia, viéndose roto de vez en cuando por el tintineo de los cubiertos. Su acompañante demoraba el inicio de su cena, un bacalao a la bilbaína. Continuaba absorto en sus pensamientos, mientras bebía de su copa a pequeños sorbos. Su mirada abandonó el infinito por unos instantes, dividiéndose entre los grises ojos y la prominente voluptuosidad del pecho de su compañera de mesa.

"Mejor espero al postre. Quiero que sea uno de los mejores recuerdos de nuestra vida y no estaría bien que la sorprendiese con la boca llena. Hoy está tan guapa como en los viejos tiempos, con un poco de suerte... esta noche tenemos fiesta."

El resto de la cena transcurrió entre alabanzas a la fina cocina del restaurante, la decoración del reservado y la delicadeza de los camareros. Compartieron el mismo postre y, mientras esperaban por el café, la mujer se levantó de la mesa para ir al servicio.
Su acompañante la observó con detenimiento antes de que desapareciese de su vista. Comenzó el recorrido visual por las altas botas negras que calzaba la mujer; fue subiendo por las medias, falda, cinturón y blusa para terminar en los rizos rubios que tapizaban la parte alta de su espalda.

"¡Esas piernas! ¡Cuántas veces soñé con ellas! Y ahora, doce años después, Elsa es mía y solo mía. Es verdad que esas caderas son más anchas de lo que fueron y que en su pelo se adivinan unas raíces oscuras. Bien sé que lo que se sueña nunca coincide exactamente con la realidad. Con dieciocho años todo parece perfecto, con treinta sabes que nada lo es. Pero ella se acerca mucho al ideal. Seguro que será una estupenda esposa y madre. Mi sueño cumplido."

Cinco minutos después, la mujer comenzaba a perder la paciencia delante del servicio de señoras. Golpeó la puerta tres veces con la palma de la mano extendida, con determinación y firmeza. Se oían sonidos procedentes del interior, pero nadie contestó al toque de atención. El enfado se hacía patente en su faz: fruncía el entrecejo y las aletas de su nariz permanecían en tensión. Inspiró aire profundamente y amenazó a viva voz con llamar al encargado del restaurante si no abrían. Tres minutos después, se descorrió el pestillo y salió una pareja de jóvenes entre risas y arrumacos. El chico llevaba la camisa fuera del cinturón y abrochada por un único botón.
La indignada mujer los miró fijamente, al tiempo que exclamó:

- ¡Qué vergüenza! ¡Qué falta de consideración!
- Nun me amoles, ¡déxalu ya!. Que nun ye pa tanto, muyer. Calma esos ñervios  (*)– replicó la joven sin dejar de sonreír.

(*) Nota del autor.
En lengua asturiana: "No me molestes, déjalo ya. Que no es para tanto, mujer. Calma esos nervios".


Mientras tanto, en el reservado, el solitario treintañero sacó la pequeña caja que guardaba en el bolsillo. La abrió, echó un vistazo a su contenido y la volvió a cerrar. Repitió la operación cuatro veces. La última de ellas, el pequeño objeto azul marino se le escurrió entre los dedos y fue a parar al suelo.
Estaba agachado recogiéndola cuando la mujer regresó del escusado. Tenía las mejillas coloradas y mantenía crispados los músculos de la cara.

"¿Y este dónde está ahora? Con el cabreo que llevo lo mejor será marcharse a casa."

"Mierda, que me pilla"

- ¿Qué hacías? - preguntó la recién llegada.
- Nada, me ataba los cordones – respondió el hombre con una voz que no transmitía mucha convicción.
- ¡Pero si tus zapatos no llevan cordones! Mira, no estoy para tonterías. Si vieras lo que me acaba de ocurrir en el baño...
- ¿Ah, sí? ¿Qué ha pasado? - la voz surgió cavernosa de su encorbatada garganta.

"Que me ha pillado, tengo que distraer la atención; que se me estropea la sorpresa."

- Este restaurante ya no es lo que era. Ahora dejan entrar a cualquiera. He estado esperando en la puerta del baño un cuarto de hora por...

"¿Un cuarto de hora? Cinco minutos, más bien..."

- ... culpa de un par de paletos que se estaban dando el lote dentro. En otros tiempos este restaurante tenía una clientela más selecta. "Nun ye pa tanto, muyer". Eso es lo que me ha dicho la muy aldeana, como si acabara de salir de un pajar de magrearse con su maromo.

"Ya le ha salido la vena señoritinga. No la soporto cuando se pone así de clasista."

- El hecho de hablar en bable no la convierte en una aldeana...
- ¡Claro que sí! Y si no es una aldeana... ¡mucho peor! Eso significaría que es una de esas que piensan que cuanto más incultas se vuelven, más progresistas son.
- Oye, Elsa. Creo que estás sacando las cosas de quicio. El asturiano es una lengua que está muy en desuso, pero no tiene nada de indigna. Es parte de nuestra cultura. Y ser aldeano tampoco es ninguna deshonra. No entiendo ese tono despectivo que utilizas.
- ¿Lengua? ¡Si solo es una jerga de ignorantes!

"Pero... ¿quién se cree esta? ¿A qué viene tanta hostilidad? ¿No irá por mi padre, que de cada cuatro palabras suelta una en bable? Ya me está tocando la moral la señorita de ciudad"

- ¿Estás llamando ignorante a mi padre? ¿Y a tus abuelos? Sí, esos que vivían en una aldea perdida en medio del monte. Esos que dormían pared con pared con las vacas y compartían el mismo piso de tierra con ellas. No te hagas la tonta, que me lo contó tu padre. ¿Te avergüenzas ahora de tu pasado?
- Tú no tienes ni idea de quiénes fueron mis abuelos, así que mejor te estás callado. Te recuerdo que soy abogada, hija de abogado. De un prestigioso abogado. ¡¡Y no voy a tolerar que llames a mi familia aldeana ni ignorante!!
- ¡Pero si lo has dicho tú! Mira, Elsa. Estoy muy, muy harto de que trates al resto de la gente como a seres inferiores. Sí, como a seres inferiores. Y sé de qué hablo porque en la universidad a mí me tratabas igual. Claro que en aquellos tiempos no tenía un duro y vestía vaqueros comprados  en el hipermercado y camisetas de mercadillo. Parece que hay que ser directivo de una multinacional y vestir de Loewe para ser digno de ti. ¡No eres más que una clasista, joder! - el hombre, que parecía no recordar que llevaba una caja en la mano, golpeó la mesa usándola como si fuese una aldaba.
- ¡¿De verdad crees eso?! - exclamó la mujer levantándose de la mesa de un salto – Se acabó, Javier. Hemos terminado.

Agarró el bolso y salió a toda prisa del reservado con la frente muy alta, cruzándose con el camarero que regresaba con la cuenta. El hombre hizo ademán de levantarse para ir a buscarla, pero se detuvo.

"Joder, joder y joder. Ahora sí que he metido la pata. ¿Cómo arreglo yo esto? Mierda, aún tengo que pagar..."

- *** -

Cuando el hombre salió del restaurante, miró a ambos lados de la calle, pero no encontró lo que buscaba. Había pocos transeúntes a las doce y media de la noche. Palpó el bolsillo del pantalón desde fuera y echó a andar hacia el parking de enfrente. Iba cabizbajo, mientras agarraba con fuerza la pequeña caja azul marino. Cuando llegó a su destino, un imponente BMW de color negro, se desplomó sobre el asiento del conductor. Permaneció allí sentado durante media hora, con los ojos humedecidos y mirando hacia un inexistente horizonte.

"Siempre tienes que meter la pata. Mira que la conoces, no la vas a cambiar. ¿A qué vino eso de llamarla clasista? ¿A quién se le ocurre meter a su familia en la discusión? Un metepatas, eso es lo que eres, Javier. Por una tontería, has pasado de comprometerte con la mujer de tus sueños a romper con ella. ¿Y qué haces ahora? ¿Cómo la recuperas? Esta vez sí que está dolida, no te ha dejado ni siquiera llevarla de vuelta a Avilés. Lo peor es que has dicho lo que piensas. Porque realmente dudas del porqué Elsa está, o estaba, contigo.
¡A emborracharse! Eso es lo que harás, como en los viejos tiempos. Quizá si te acuestas borracho como una cuba no te acordarás de este desastre y al menos podrás dormir, que falta te hace.
"

De repente, salió de su trance. Se desabrochó la corbata, se quitó la chaqueta y dejó ambas en el maletero del coche. Pasó por la garita del cobrador para preguntarle si podría dejar el vehículo hasta el día siguiente y cuánto le costaría.
Veinte minutos después, estaba sentado sobre un taburete en la barra de una vetusta cervecería con una pinta de Murphy roja en la mano. Había entrado en el primer local con el que se topó en un errabundo paseo. Le atendió una joven camarera con unos pequeños ojos azules de gata. Durante los primeros tragos miraba de nuevo hacia ese infinito horizonte imaginario, pero ante los continuos cruces de la camarera ante su campo visual, se entretuvo siguiéndola con los ojos disimuladamente.
Ya casi había terminado la pinta, cuando sintió un pequeño toque en el hombro. Giró sobre sí mismo en el taburete y se vio sorprendido por una mujer esbelta, de pelo castaño corto y ojos color miel. La mujer sonreía, pero él parecía desconcertado.

- Soy Martina, ¿no te acuerdas de mí? De la siguiente promoción a la tuya, aunque coincidimos en clase de historia.
- ¡Claro que sí! ¡Historia de la economía, mi cruz particular! Perdona, ¡es que has cambiado mucho!

"Esta tremenda mujer... ¿es aquella chiquilla delgadita? Parece imposible."

- Espero que no sea para mal...
- ¡Al contrario! - aseveró con un tono excesivamente alto -. ¿Qué haces por aquí?
- Eso tendría que preguntarlo yo, que soy la que vivo en Gijón – sonrió de nuevo –; estoy en una cena de trabajo, vinimos aquí para tomar algo después del restaurante. Pero ya se marcha todo el mundo a casa. Son unos muermos.
- Pues a mí me han dado un plantón. ¿Te quedas un rato conmigo para recordar los viejos tiempos?

"Seguro que dice que no."

- Me encantaría. Además hace una noche demasiado buena como para irse a la cama tan pronto.

Tres horas después y, tras dos pintas y tres copas, Martina y Javier seguían con una alegre cháchara en un pub atestado de gente. La música estaba muy alta y tenían que hablarse al oído para poder entenderse.

"Está aún más bueno que en la facultad. Sigue con ese aire ausente que me volvía loca, pero ahora tiene un toque de hombre experimentado que lo hace aún más atractivo. Espero que no siga con la pija de Elsa. Aunque por su actitud, no lo parece."

Javier le hizo una seña a su antigua compañera para que le esperase y se dirigió hacia el fondo del local, donde se hallaba el retrete. Cuando regresó, apenas tres minutos más tarde, se la encontró hablando con un hombre. Este parecía insistir en bailar con ella, a lo que Martina se negaba. Javier, con total seguridad y sin mediar palabra, la agarró por la cintura y la condujo a un baile sugerente y sensual. El hombre se retiró con gesto de derrota, mascullando con desilusión la palabra "novio". Aunque la maniobra surtió el efecto deseado, el baile no cambió de tono cuando regresaron a su soledad envuelta por la multitud que llenaba el local. Más bien, sus cuerpos se fueron aproximando cada vez más, al ritmo de una nueva y pegadiza canción. Cuando sus rostros ya casi se rozaban, Martina le susurró al oído:

- Me vuelves loca.

"¿Lo he dicho en alto?"

Entonces se besaron. Fue un beso violento, al compás del frenesí musical. Ambos ladeaban sus cabezas rítmicamente siguiendo la estela de sus pasos, durando el ímpetu irreflexivo hasta que el disc-jockey dio entrada a una nueva canción, una balada. Sus cuerpos dejaron entonces de retorcerse, pero sin dejar de besarse, fueron allegándose a un rincón donde continuaron con sus desaforadas muestras de pasión.

"Te estás perdiendo, Javier. Te estás perdiendo. No me pierdo, técnicamente ya no estoy con Elsa. Ha sido ella la que me ha dejado. Ahora soy libre."

Cuando en el pub se apagó la música, anuncio del cierre, Martina y Javier abandonaron por un momento sus mil besos y caricias.

- ¿Te vienes a casa? - inquirió Martina mientras se mordía sugerentemente el labio inferior.

"Esta mujer no pierde el tiempo."

- Claro que sí. Nos tomaremos la última.

"No me lo creo. Mi amor platónico de juventud, en mi casa, a mi merced. Se va a enterar de lo mucho que he cambiado. Voy a hacer que no olvide esta noche jamás."

El apartamento de Martina estaba a cinco manzanas del pub. Caminaron por las aceras cogidos de la mano, con paso apresurado, como si llegasen tarde a alguna imperiosa cita. La noche continuaba siendo magnífica, sin el menor atisbo de la brisa fresca del Cantábrico, a pesar de que se acercaba el alba.
Martina vivía en un edificio antiguo, con solera,  en un tercero sin ascensor.
No llegaron a tomar esa última copa. Nada más cerrarse la puerta, se miraron a los ojos sin decirse nada y se unieron en un desbocado remolino de toqueteos y ahogados jadeos. Avanzaron por el estrecho pasillo golpeándose con las paredes. A lo largo del camino hacia el dormitorio dejaron un desordenado rastro de prendas:  un cinturón junto al recibidor, una chaqueta en la alfombra, unos zapatos contra la pared.

Las horas que siguieron fueron testigos de una vorágine de cuerpos contorsionándose, en una sinfonía de cinco sentidos en su máxima expresión. Visiones de sensualidad entre ojos ávidos de complicidad, rumores de placeres jadeantes e inconfesables, aromas destilados de esencias ancestrales, sabores de especias tan exóticas como cercanas, caricias y cosquilleos de suavidad y firmeza en tierras inexploradas. Se amaron como dos aprendices que, maravillados, descubren sus secretos en el transcurso de un privilegiado tirocinio.

"Desfallezco, esta mujer me mata, pero no se me ocurre mejor acabar. Hoy es mi primer día en el más allá de una vida anterior, en un nuevo mundo maravilloso y desconocido".

"Es él. Lo supe desde el primer día, hace tanto tiempo. Hemos nacido para compartir la vida juntos".

-***-

Javier llegó a su casa de Avilés a las dos de la tarde. Ya estaba en el ascensor cuando tuvo que regresar al garaje. Había olvidado la chaqueta y la corbata que había dejado en el maletero la noche anterior. Estaba ojeroso, somnoliento, aturdido; pero una amplia sonrisa llenaba buena parte de su faz. Colgó ambas prendas de su brazo derecho y se dirigió de nuevo hacia la puerta que unía garaje y escalera. Entonces sintió el contacto de un bulto contra su cuerpo: la caja azul marino.

"¡Qué noche más maravillosa y extraña! La cena es un manchón borroso, de una realidad pasada y caduca. El anillo, el símbolo de una disipada estupidez. Lo que parecía un absoluto desastre me condujo a un paraíso nunca imaginado. Martina. Martina. No me la quito de la cabeza, cada minuto sin ella me parece una eternidad."

Abrió la puerta con solo media vuelta de llave. Javier se mantuvo pensativo un instante, pero luego ladeó la cabeza y entró en su apartamento. Al fondo, un tenue resplandor iluminaba el pasillo.

"Anoche estaba atontado. Ni cerré con llave, ni apagué todas las luces."

Entró en su dormitorio con intención de deshacerse de chaqueta y corbata, pero halló algo que no esperaba. Elsa estaba tumbada sobre la cama, vestida tan solo con un picardías casi transparente y unas medias rojas asidas a un liguero de lencería fina. Su cara contenía un curioso gesto con una ceja levantada y una media sonrisa. Javier se quedó petrificado con la dichosa caja en un mano, chaqueta y corbata en la otra.

"¡Sorpresa, sorpresa! Pobrecito, últimamente no dejo que me toque casi nunca. Pero nada como una buena ración de sexo para una reconciliación. ¡Vaya cara más mala que tiene! Ha debido pasarse toda la noche en vela, llorando. ¿Qué será esa cajita que ya llevaba ayer? ¿Mi regalo de cumpleaños adelantado? ¡Qué ilusión!"

El hombre, volvió hacia abajo ambas manos, cayendo tres objetos sobre el suelo. La caja, aún entre sus dedos, se abrió expulsando su contenido: una sencilla sortija con un solitario brillante de varios quilates que rebotó sobre el parquet, emitiendo un casi imperceptible tintineo.
Javier exploró con atención los ojos grises de Elsa. Sin decir nada, recorrió sus incipientes patas de gallo, sus amplios y flácidos pechos, sus anchas y estriadas caderas.
Entonces, bajó la vista y con un disimulado movimiento de su pie derecho, le pegó un golpecito a la sortija, suficiente para empujarla debajo de la cama.

- Me he confundido de casa. Mil perdones – fueron todas sus palabras antes de que se alejase con una extraña calma interior, semejante a un límpido cielo de primavera; en contraste con el encabritado y agitado mar de temporal que dejaba a sus espaldas.

-FIN-
Título: Re: [VI CRAC] Relatos
Publicado por: Psyro en 08 de Diciembre de 2010, 12:36
Errores reales

Dicen que la gloria de los reinos la escriben sus ejércitos y sus comandantes pero son los reyes y gobernadores los que con su imprudencia, insensatez y con su soberbia propician su sufrimiento. Los errores de los reyes, si no se subsanan, acaban revelándose, y normalmente es el pueblo el que sufre los reveses.

Cuenta la historia que en el reino de Grün hubo un príncipe consentido que se enamoró locamente de una esclava, Tiara, cuyos ojos, cuales gemas engastadas en unas estilizadas facciones enmarcadas en una larga melena morena, habían hipnotizado al heredero; sus padres, no pudiendo permitir semejante deshonra mandaron encerrar a la esclava en las catacumbas del castillo para que el futuro rey no pudiera ser visto públicamente con ella. El príncipe, superando su odio, les pidió que la cambiaran a una celda de la torre para que al menos pudiera ver la luz del sol y, a cambio, él se desposaría con quienes ellos eligieran. Por supuesto, los reyes aceptaron sin reparos. Dos días después, el príncipe y la esclava desaparecieron del castillo y no hubo nadie en todo el reino que los viera huir ni siquiera vieron a nadie subir a la torre aquel día.

Cincuenta años más tarde.

La celda estaba en orden, la paja cubría el suelo de manera uniforme, como recién esparcido, el camastro parecía no haberse usado la noche anterior, el cuenco de la cena se vislumbraba cerca de la portezuela lateral por donde se les daba a los presos la amalgama de trigo, agua y hierbas, todo estaba como se esperaba, a excepción de que la celda estaba en silencio, sus barrotes no recibían traqueteos, ningún movimiento se revelaba en su interior, en definitiva, estaba vacía. Hasta siete soldados se congregaron ante la celda, su asombro era mayúsculo, no había escondite ni salida posibles en aquel espacio cerrado entre paredes de piedra maciza, con la salvedad de un ventanuco situado muy por encima del alcance de cualquier preso que, aparte, estaba cubierto de cristales rotos y custodiado por barrotes, por si a alguien se le ocurriera pensar en sobrevivir a una caída de más de treinta metros, que eran los que separaban el ventanuco del suelo. Aun y así nadie abrió aquella estancia sin que su comandante se personara allí y decidiera cómo proceder.

El comandante Crumm no tardó en llegar, de aspecto sofocado y con la respiración alterada se notaba que la noticia le había sobresaltado dejando todo menester que le ocupaba para presentarse ante la celda vacía, la celda vacía en la que debía encontrarse Carrel, el más sanguinario violador que habían conocido los reinos de Grôling y de quien ni siquiera canciones o poemas habían sido escritas por la crudeza y la violencia que presentaban sus víctimas. Los soldados se apartaron ante el andar nervioso y irritado de su comandante, sus ojos inyectados en sangre denotaban que pronto se pronunciaría como así fue.

-¡NOOOOOOO! ¿¡Cómo es posible que Carrel no esté en la celda!? – En la mente de Crumm comenzaban a amontonarse recuerdos e imágenes de la sonrisa histérica de Carrel junto con conjeturas sobre cómo se había podido escapar de su celda sino era con ayuda de alguien. En cualquier caso, decidió actuar rápidamente. – ¡Abrid la celda, quiero inspeccionarla ahora mismo!

El comandante Crumm y sus soldados revisaron cada centímetro de la celda, removieron cada brizna de paja y presionaron cada roca de las que conformaban las paredes en busca de algún rastro, señal o vestigio que pudiera indicarles cómo un hombre podía haberse escapado de aquella estancia aislada. Pero conforme había empezado a sospechar, y después de no encontrar nada que delatara una huída fraguada desde el exterior, todo indicaba que alguien de dentro había dejado escapar a aquel asesino despiadado.

-¡Quiero ver a todos los sirvientes y soldados del castillo reunidos en el salón comedor cuanto antes! Capitán, dispones del tiempo que tarde en hablar con el rey. Si alguien está durmiendo lo despertáis, si alguien no quiere venir lo detenéis y lo traéis por la fuerza, y si os enteráis de que alguien no está donde debería lo apuntáis en una lista para buscarlos en cuanto dé la orden.- La última frase del comandante quedó en el aire mientras daba la vuelta y se dirigía a grandes zancadas a informar a su rey.

La vista con el rey no se alargó demasiado, aunque la primera reacción había sido de furia y de reproche hacia su comandante, pronto recapacitó y le preguntó qué pensaba hacer para capturar de nuevo a Carrel.

- Comandante Crumm, no tengo dudas de que sois el primer interesado en capturar de nuevo a esa alimaña inmunda de Carrel. Sé que en parte esto no habría pasado si le hubiera escuchado cuando pidió su muerte cuando le capturasteis, pero el día de mi envestidura juré ante todo el pueblo de Grün que la pena de muerte no volvería a existir, y pienso cumplir mis promesas.

- Lo sé, mi rey, y en parte esa fue una de las razones por las que le juré lealtad absoluta, pero Carrel no puede ser considerado un ser humano y seguro que todo habitante del reino estaría de acuerdo en que se hiciese una excepción en este caso. Muchas son las familias que perdieron a sus hijas a manos de ese malnacido...

El porte majestuoso del rey se iba empequeñeciendo a pasos agigantados, como si de golpe todo el peso de su reino hubiera sido colocado sobre sus hombros, y su actitud también se vio alterada. – Capturadle, por favor, comandante. Haced todo lo que creáis oportuno y disponed de cuantos soldados necesitéis para cazar a ese hombre, y hacedlo rápido, el pueblo y vuestro rey os lo pedimos.

- Así lo haré, alteza. –  El comandante se irguió y tras una leve reverencia salió por la puerta decidido a dar caza a Carrel.

Mientras se dirigía al salón comedor, donde había de reunirse con su capitán y toda persona que estuviera en el castillo, Crünn no pudo evitar darle vueltas a la última orden de su rey, si es que se podía diferenciar entre orden y súplica. Él siempre se había sentido orgulloso del rey de Grün, desde el día de su investidura nunca había actuado en contra de su pueblo y sus leyes habían sido justas y consensuadas con la corte, mostrándose como un soberano generoso y querido. Una vez más, hoy había vuelto a dar fe del amor que le profesaba a su pueblo con aquellas últimas palabras de forma tan sentida: el pueblo y vuestro rey os lo pedimos.

Sumergido en sus pensamientos el comandante llegó al salón comedor donde su capitán y una veintena de sus soldados confianza habían empezado a interrogar a los allí reunidos. Los sirvientes estaban confundidos, se les preguntaba dónde habían pasado la noche y si sabían de alguien que ayer noche hubiera visitado el castillo o si por casualidad habían visto merodear a alguien alrededor de la torre de encarcelamiento al amanecer. Nadie había visto nada y las preguntas siguieron hasta que Crumm pidió silencio.

- Soldados, sirvientes y demás personas que aquí os encontráis, el motivo por el cual os hemos reunido aquí y por el que os estamos interrogando es porque esta noche se ha escapado un preso, y no un preso cualquiera. – Tras una eterna pausa que muchos aprovecharon para intercambiar miradas con quienes tenían a su alrededor pero no suficientemente larga como para que empezara a generarse un murmullo, Crumm continuó. – No os voy a ocultar su identidad, esta noche Josef Carrel, el violador que atemorizó el reino de Grün hace cinco inviernos, se ha escapado de su celda situada en lo alto de la torre oeste. Al parecer ha recibido ayuda desde dentro, ya que la reja que le impedía salir no estaba forzada ni las paredes ni la ventana habían sido alteradas. Por lo tanto, a nadie se le permitirá salir del castillo hasta que se dé con el culpable. Cualquier cosa que recordéis o que os llamara la atención podría servirnos para averiguar dónde pueden estar ahora la bestia sanguinaria de Carrel y su cómplice o cómplices.

Pasaron más de dos semanas en las que no se encontró el más mísero indicio de quién podía haber liberado a Carrel ni de cómo lo había podido hacer, ya que las llaves de las celdas superiores estaban fuertemente custodiadas y muy pocos hombres tenían acceso a ellas. Hombres que por otra parte eran de absoluta confianza para Crumm pero que tubo que poner bajo arresto debido a la presión que recaía sobre el comandante.

En el reino de Grün el miedo se había apoderado de la gente, nadie se atrevía a salir solo una vez el sol empezaba a caer y mucho menos si se trataba de una mujer o un niño. Todo el mundo sospechaba que aquel sádico andaba cerca y no iban desencaminados; a los pocos días se confirmaron los peores auspicios al descubrirse el cuerpo exánime de una muchacha de apenas diecisiete años cerca del río.

Por más soldados que se desplegaron a lo largo y ancho del reino y por mayor ahínco que puso el comandante Crumm en la búsqueda del desalmado, lo único que consiguieron fue recoger tres cadáveres más que terminaron de minar el ánimo de la gente de Grün, así como el de los soldados. La desolación era palpable en todos los rincones, tanto dentro como sobretodo fuera del castillo, y con cada nueva víctima el rey se hundía más en un sopor que le robaba la vitalidad y la salud.

La situación parecía que ya no podía ir a peor. El comandante se vio obligado a instaurar el toque de queda para minimizar la actividad en el reino con tal de evitar que Carrel pudiera aprovecharse de las horas de poca luz. Se prohibieron las salidas del pueblo que no fueran anunciadas y posteriormente autorizadas por la corte, que solo permitía peticiones comerciales. Incluso se había obligado a todas las mujeres jóvenes a pasar las noches dentro del castillo para evitar nuevos crímenes.

Cada noche se pasaba lista de cada mujer y niña del pueblo para confirmar que no  hubiera una nueva víctima, y durante semanas esa lista se mantuvo inamovible. Pareciera que habían conseguido que Josef Carrel no volviera a matar, pero realmente solo estaba preparando su último gran golpe antes de irse a otro lugar.

Como solía hacerse, el salón comedor se iba llenando de muchachas que tras dar su nombre se las iba reubicando en las diferentes estancias del castillo, pero aquella noche el recuento no fue completado. Cuando el comandante llegó exhausto de su búsqueda casi ininterrumpida se topó con la desgarradora noticia. Su propia hija no se había presentado aquella noche y las caras de la gente que le rodeaban tenían un semblante aciago respecto a qué había podido pasar.

- ¡¿QUÉ?! – jadeó Crumm. – No puede ser, la he visto esta misma tarde después de comer. Debe de haber algún error. – Empujando a sus soldados salió corriendo hacia el salón gritando el nombre de su hija con lágrimas bañándole la cara y perdiendo las fuerzas justo al pie de las escaleras que daban acceso a aquella estancia vacía donde esperaba encontrar a su hija. Allí no había nadie, y allí cayó derrumbado el comandante hasta que se le acercó el sacerdote y le puso una mano en el hombro. No hacía falta decir nada.

El comandante Crumm pasó la noche en su celda gritando y llorando y clamando venganza. Se escucharon juramentos que hacían retumbar hasta los cimientos del castillo. A la mañana siguiente el rey en persona fue a buscarlo a su celda con las manos tapándose la cara y pidiéndole perdón, una actitud que consternó a Crumm que no se esperaba ni dicha visita, ni el estado de la misma.

- Comandante Crumm tengo que confesarle un secreto que me está carcomiendo por dentro y que ya no puedo guardarme más. Como es sabido en el reino, soy el rey, pero no siempre lo fui o por lo menos no siempre estuve destinado a serlo. Soy el menor de dos hermanos y si no hubiera sido por la desaparición de mi hermano, esta corono hoy no descansaría sobre mi cabeza.

- Pero, ¿por qué me cuenta todo esto ahora?, no lo entiendo. – le dijo Crumm a su rey quien se había quitado la corona y ahora la contemplaba entre sus manos.

- Verá comandante, siendo yo un niño que apenas empezaba a entender el mundo que le rodeaba, mi hermano, el príncipe heredero, era conocido por su fama de caprichoso y por desgracia nuestra madre se lo consentía todo en ausencia de nuestro padre. Esta actitud acabó por ser fatal para todos. Cuando contaba veinte años, mi hermanó se encaprichó de una esclava con la que empezó a verse a escondidas y de la que acabó enamorándose perdidamente. Como es natural, nuestros padres no querían ni oír hablar de dicha relación y mandaron encarcelar a la esclava en las catacumbas del castillo para zanjar el problema de raíz. – El rey paró para resollar profundamente antes de continuar con la historia. – Por aquel entonces mi hermano ya no era un crío al que mis padres pudieran maniatar fácilmente, así que aprovechando que la torre de encarcelamiento estaba en construcción obligó al arquitecto a que se construyera una entrada secreta en una de las celdas que únicamente pudiera abrirse desde el interior y mediante un pasaje que quedaría escondido entre dos paredes de celdas contiguas. Lo había pensado todo, al tratarse de una torre redonda, si se construían celdas con paredes rectas, quedaría un espacio en forma de prisma trigonal en que un acceso quedaría camuflado y de la existencia del cual nunca nadie se daría cuenta. Sobra decir que una vez construido, mi hermano se encargó de silenciar al arquitecto. Dos lunas después la torre quedó acabada y el plan del quien estaba destinado a ser rey entraba en su fase final. Mi hermano había seguido viendo a Tiara, la esclavas a escondidas y pidió a nuestros padres que aceptaran trasladar a Tiara de las catacumbas a alguna celda de la nueva torre donde, por lo menos, podría ver la luz del sol. Él, a cambio, accedería a casarse con la heredera del reino de Targal, con quien nuestro padre había establecido ya algún contacto.

El rey dejó de hablar para fijarse en el semblante del comandante Crumm que a distinguir por como se empezaban a arquear sus cejas y a abrir su boca, se podía decir que empezaba a atar cabos.

- Así pues, y como ya sabéis, dos días después de que la esclava fuera trasladada mi hermano y ella desaparecieron y nunca más se supo de ellos... pero esta historia no es del todo cierta. Dos años después de aquel incidente mi hermano se encontró con nuestro padre durante un viaje de visita y le explicó la verdad de lo ocurrido, desde la construcción del pasaje secreto, hasta como escapó y donde se escondió con la esclava, que recientemente había muerto. En su desesperación, mi hermano le pidió a nuestro padre que le perdonara y que le permitiera volver, que nunca más volvería a desobedecerle. Pero mi padre se negó, la ofensa de mi hermano había sido demasiado grande y varios reinos vecinos se habían reído de él por no haber sabido educar a su primogénito y haber permitido que se escapara con una esclava. Aquel mismo día mi padre me lo explicó toda la historia, que acaba con el destierro de su propio hijo, y juntos nos adentramos en la gruta secreta cuya entrada estaba en el lecho del río, a unos treinta metros de la torre de encarcelamiento.

- Pero, ¿cómo has podido guardar silencio durante todo este tiempo?, ¿cómo permitiste que encarcelaran allí a Carrel sabiendo que existía una posibilidad de que pudiera escaparse? – La rabia contenida le hacía erguirse por encima de su propio rey a quien ya no veía con los mismo ojos. Su respeto, su admiración todo se había desvanecido en un instante tras la confesión que acababa de hacerle.

Sin pensárselo dos veces cogió por el brazo al rey y le obligó a ir al río para encontrar la entrada de que recién le había hablado y, de nuevo, como hiciera con su padre, el rey volvió a adentrarse en la gruta, esta vez acompañado del comandante de su ejército. Avanzaron rápidamente por debajo del castillo hasta llegar a la altura de la torre y ascendieron por una escalera de caracol que llegaba hasta la maldita celda, justo allí, tanto el rey como el comandante encontraron su destino.

Nunca más nadie volvió a ver al rey de Grün ni al comandante Crumm. Por la mañana el pueblo se había congregado junto a la puerta del salón comedor para recoger a sus hijas y mujeres y nadie se percató de que dos hombres habían salido corriendo del castillo en dirección al río.

Aquella misma tarde, se encontró el cuerpo muerto de la hija del comandante. 
Título: Re: [VI CRAC] Relatos
Publicado por: Psyro en 08 de Diciembre de 2010, 12:36
El Rayo de la Aurora


Editado
Título: Re: [VI CRAC] Relatos
Publicado por: Psyro en 08 de Diciembre de 2010, 12:37
Los neovicios


Un campo de hierba, verde y fresca con un fuerte aroma agradable a la nariz, salpicado de flores y del rocío de la mañana. Un sol radiante en un cielo azul calentándolo todo. Nasar descansaba placidamente en una silla, sintiendo la brisa en el rostro.
Levanto lentamente su copa de vino, bebiendo y saboreando cada gota del líquido violeta. Disfrutar de cada instante de la vida a través de cada poro de nuestro cuerpo era casi un arte. El placer supremo.
La tranquilidad era tan absorbente que la sacudida pareció aun mas violenta.
Un aturdimiento, la visión nublándose y dando vueltas antes de que todo desapareciera.
El aroma, el calor, el sabor y el tacto.
¿Acaso se había quedado ciego? No, no era eso. Tenía los ojos cerrados.
¿Qué había pasado?
Abrió los ojos nuevamente; solo entonces sus sentidos fueron saturados.
Veía un cuarto sucio y frío con una ventana por la cual se filtraba la lluvia. El se encontraba en unos harapos que algún día quizás habían sido blancos y delante de él estaba sentada una mujer en bata.
– ¿Qué es esto? – Pregunto, pero el pronunciar esas palabras provoco un dolor en su garganta.
– Finalmente – Dijo la desconocida.
– ¿Qué hago aquí? –
– ¿Acaso no lo recuerda? – Pregunto la doctora, levantando una ceja y comenzando a tomar apuntes en una libreta; Nasar probó con su memoria, sin embargo era como entrar a una biblioteca muy muy antigua.
– No recuerdo nada – Dijo, rindiéndose luego de buscar infructuosamente algo distinto a su casa en aquel campo – Quiero volver a mi hogar – Exigió.
– ¿Su hogar? –
– Si, a mi cabaña –
– Usted nunca tuvo una cabaña –
– ¿Pero que dice? Estaba muy tranquilo allí hace un momento cuando aparecí aquí –
– Ah, eso – Dijo la mujer – Cuénteme donde vivía –
La pregunta extraño a Nasar. Observo alrededor y vio que solo había una puerta en la sucia y fría habitación.
– ¿Donde estoy? –
– Lleva aquí cinco años ya; es un manicomio – Dijo la mujer; pero Nasar soltó una risotada.
– Vivo en mi cabaña desde que tengo memoria – Dijo – O tal vez esto es simplemente un sueño –
– ¿Una cabaña hermosa, rodeada de belleza y sin ninguna preocupación? – Inquirió su interrogadora.
– Si, así es. Esa es –
– Bueno, señor Nasar, usted debe tomar con calma lo que voy a decirle: Usted nunca estuvo en ninguna cabaña como la que describe; su mente se ha aislado del mundo real durante los últimos cinco años, que es cuando lo internaron.
Un silencio incomodo lleno aquel rincón del mundo, roto por una sonora carcajada de Nasar, que fue sofocada inmediatamente por el dolor de su garganta.
– ¿Dice que este es el mundo real? ¿Qué estoy loco? – Pregunto Nasar; su actitud había desconcertado a la doctora, quien no esperaba tal reacción.
– Si; este es el mundo real, usted ha vivido en una alucinación creada por su mente –
– ¿Qué es lo real? ¿Aquello que se puede sentir? – Pregunto Nasar con sorna – Yo podía sentir el viento en mi rostro, saboreaba cada gota de delicioso vino, olía el aroma de las flores.
– Pero no era real, no existía –
– ¿Y que le garantiza que esto existe? – Dijo Nasar. Entonces cayó en la cuenta de recuerdos... ¿Nuevos? No, no eran nuevos, simplemente los había olvidado; clases de filosofía en lo que parecía mucho tiempo atrás.
– Dígame, ¿No le interesa conocer esta realidad? – Dijo la doctora, evidentemente eludiendo la pregunta.
– Podría ser; ¿Puedo? – Inquirió Nasar; mas la respuesta probablemente seria negativa, tomando en cuenta el sitio donde había... aparecido. Para su consternación, la mujer asintió a la vez que se levantaba de su silla.
– Acompáñeme –
Nasar comenzó a levantarse del frío suelo; sus piernas no respondían apropiadamente por no haberlas usado en mucho tiempo en aquel mundo. Con un esfuerzo enorme finalmente pudo tenerse en pie, comenzando a caminar en dirección a la puerta.
Más bastaron unos pocos pasos para que sus piernas se acostumbraran; afuera de la habitación pudo ver un pasillo igual de deprimente; la lluvia se filtraba por goteras, acumulándose como charcos en un suelo sucio y con lozas rotas, dándole un aspecto de alcantarilla.
– ¿Qué es este sitio? –
– La institución en la que fue internado –
– En otras palabras, manicomio –
– Preferimos no usar esa palabra –
– Llámelo como quiera, no me importa –
Sus pasos resonaban fuertemente por el pasillo y armonizaban con el goteo constante; pese al agua y el frío, Nasar no sentía incomodidad alguna en su cuerpo. Hizo otro esfuerzo, tratando de recordar algo de ese mundo.
– ¿Por qué este sitio es tan deplorable? –
– Estamos en el ala abandonada; aquí se depositan los casos que se consideran sin solución cercana –
– O sea irremediablemente locos; deje de usar eufemismos – Ordenó Nasar.
Continuaron caminando, y gradualmente las losas rotas fueron reemplazadas por un suelo impecable y las goteras fueron desapareciendo; tonos blancos comenzaban a desplazar la suciedad.
– ¿Esta es un ala mejor cuidada? –
– Son tres; el ala de los pacientes a poco de salir, los pacientes recién llegados y el ala de los casos perdidos – Dijo la doctora con crudeza. Nasar sin embargo agradecía que dejara de usar eufemismos.
Al cabo de diez minutos el cambio era total; estaban en una gran sala, con una salida en cada pared, siendo la suya solo una de cuatro; en dos muros estaban apilados varios televisores de tamaño medio, y en los otros dos muros, un conjunto de computadores, todos en uso por los internos.
– ¿Por qué están todos estos aparatos? –
– Unos estudios revelaron que hay una mejor recuperación si los pacientes tienen contacto con el mundo exterior – Dijo la mujer mientras señalaba los televisores – Por otro lado, el Internet ofrece la oportunidad de que los internos interactúen con otra gente sin riesgo para ellos.
Por alguna razón, estas palabras le sonaban extrañamente familiares; pero no podía precisar por que. Ambos fueron dando una vuelta alrededor de la sala, en la cual todos los aparatos se encontraban en uso por los internos que se mantenían absortos en las pantallas frente a ellos.
– ¿Cuánto tiempo permanecen aquí? –
– Todo el tiempo que no duermen, comen o reciben tratamiento –
– ¿Cuál es su índice de éxito? –
– Todos a excepción de usted lograron integrarse con éxito a la comunidad –
Aquellas palabras eran conocidas por Nasar; fue observando pantalla tras pantalla, las cuales mostraban las mismas imágenes. Recordó que había algo mal en todo eso, pero no sabía que era exactamente.
No. Si lo sabia, solo que no lo recordaba.
– ¿Cómo se llevan entre ellos? –
– Los pacientes no interactúan entre ellos –
– ¿No quieren o no les dejan? –
– Ambos –
Nasar se inclino sobre un paciente que usaba una computadora; este se encontraba absorbido por una pagina que el reconoció.
– No es real – Le dijo; el sujeto solo volteo su cabeza, dirigiéndole una mirada ausente.
– Algunos preferimos la ilusión a la desesperación –
Un suave pitido claramente audible lleno toda la sala; al momento todas las pantallas se apagaron y los internos se levantaron, dirigiéndose a una de las cuatro salidas de la sala.
– Ya es hora de dormir – Aclaro la doctora – Le enseñare su nueva habitación –
Nasar la siguió en silencio, ya que al fin y al cabo no necesitaba de nada para volver a su realidad. Esta lo condujo a una habitación blanca y limpia que contrastaba poderosamente con el sucio rincón donde estuvo al abrir los ojos a esta realidad.
– ¿Aun no recuerda nada? – Pregunto su acompañante, inquisitiva y con un tono leve de emoción en la voz; el simplemente negó con la cabeza. Al momento siguiente la mujer cerró la puerta, dejándolo solo en su habitación con un camastro empotrado.
Nasar sintió el impulso de salir, pero su instinto le decía que espere; así fue pasando el tiempo hasta altas horas de la noche. Como en un impulso, el se acerco a la cama y metió un dedo en el pequeño agujero bajo esta; palpo un objeto de metal, que al extraerlo pudo ver que era una llave, probablemente de esa habitación.
Ahora tenía la seguridad; había estado antes allí. Ya no tenía mucho sentido quedarse, pero aun le picaba la curiosidad por ver el exterior.
Escudriño el pasillo por la pequeña ventanita de su puerta; no se veía nadie. En silencio giro la llave, abriendo la puerta y saliendo de su habitación.
Los corredores estaban desiertos y lúgubres; en algún lugar de su mente surgió el mismo sitio pero atestado de gritos y desvaríos, mas esa noche todo estaba silencioso.
Camino lentamente, sintiendo el frío en sus pies descalzos; pero no importaba, solo deseaba ver algo mas antes de marcharse. Era todo cuanto ese mundo podría ofrecer.
Fácilmente ubico la salida en sus recuerdos; el lugar había cambiado poco desde la última vez que estuvo ahí. Ya afuera, vio un guardia que le dio las buenas noches y continuo leyendo.
Finalmente estaba fuera.
Al parecer, la noche estaba por terminar, a juzgar por el levísimo tono celeste del cielo que anunciaba al sol. Tenía poco tiempo para explorar antes de que se den cuenta de su ausencia.
Fue caminando en medio de la calle pavimentada; a su izquierda y derecha se encontraban casas pequeñas, todas construidas de la misma forma.
Se acerco a una al azar, la cual tenia como todas un jardín trasero y delantero, con angostos pasillos a los costados para permitir el paso. Nada especial.
Eligio una ventana al azar y miro por ella; dentro había un gran desorden y suciedad, lleno de envoltorios de plástico y cajas pequeñas,  en medio de aquel caos había un pequeño espacio libre de aquella basura.
¿Qué era? ¿Acaso un interno? No, no lo era. Era alguien sano.
Pero no había diferencia entre este y aquellos hombres que había visto dentro del manicomio; al igual que estos, se encontraba completamente absorto ante la pantalla de plasma de la computadora sin prestar atención a nada más. Una leve abertura en la pared dejaba escapar un poco de la intensa peste del interior, que no parecía afectar al hombre.
Se alejo de allí y comenzó a caminar; ya el sol comenzaba a despuntar cuando vio un letrero mediano sobre la puerta de un pequeño bar. Extrañamente, su cerebro aun recordaba todas las definiciones de aquellas palabras que probablemente no había usado en años.
Entró en aquel sitio cuyo tenue aroma alcohólico apenas era perceptible; el lugar era bastante pulcro para un bar. Apenas había una persona sentada en la barra, y de hecho dormía junto con el cantinero.
Salio del lugar y fue caminando lentamente. A lo lejos podía escucharse los equipos de búsqueda que evidentemente iban tras el.
Daba igual. Con una melancolía inexplicable comenzó a caminar por la calle; las pocas ventanas que se veían mostraban invariablemente a alguien sentado frente a una computadora.
Entonces recordó, y comprendió.
Nasar se sentó tranquilamente contra un muro mientras el sol iluminaba tenuemente el ambiente; las únicas personas que estaban en la calle ahora eran sus captores y la mujer.
– Ya recuerdo todo – Le dijo a la doctora – Usted era mi esposa –
Un silencio rodeo el lugar, roto rápidamente por un susurro.
– ¿Por qué te fuiste? – Pregunto la mujer – Un día simplemente te encontramos en estado catatónico –
– Mira a los pacientes – Replico – ¿Cuál es la diferencia entre ellos y la gente "cuerda"? – Suspiró –Ninguna. Así de simple. Esos sin embargo son los que se están por reintegrar a la sociedad, pero ¿Qué sociedad? La gente ya no fuma, ya no bebe, y en cambio es esclava de la televisión y el Internet. Son los neovicios – Rió entre dientes, recordando que así había llamado esa situación por primera vez. Había poca diferencia entre su adicción a una pantalla, que la adicción al alcohol.
¿Qué diferencia había entre su mundo y aquel en el que toda esa gente vivía?
– Quédate – Pidió su mujer, con lágrimas en los ojos.
– ¿Para que? Soy más feliz allá; hay poca diferencia entre mi catatonia y la vida que lleváis, pegados a pantallas de plasma –
Nasar fue cerrando sus ojos lentamente, dispuesto a marcharse. Sus oídos pudieron captar por última vez los gritos de todas aquellas personas.
Título: Re: [VI CRAC] Relatos
Publicado por: Psyro en 08 de Diciembre de 2010, 12:37
EVA

Eva tenía 7 años cuando me enamoré de ella. Solía observarla los martes y los jueves, sobre la hora de la merienda, en el parque que estaba enfrente de su casa. Recuerdo que yo siempre compraba un paquete de Pall Mall y unos chicles de menta en el quiosco, me sentaba en el banco más alejado de su madre y fingía leer el periódico.
Lo que más me gustaba era cuando se encontraba con otros niños del barrio y jugaban al escondite. Eva corría tan rápido como le permitían sus piernecitas, que no era mucho, pero siempre se le ocurrían los mejores escondites. Era muy lista para su edad. Yo fantaseaba con que algún día se escondiese detrás de mi banco, se encogiese a mi lado y me pidiese que le guardara el secreto, mientras me miraba con esos ojitos azules que hacían que yo me derritiese.

Ella era preciosa. Me encantaban su carita redonda y su sonrisa tímida, su piel blanquísima y su inocencia infantil. Sus padres estaban separados desde que tenía 4 años, pero a ella nunca le faltó el amor en casa; tal vez porque era tan tímida que no lo necesitaba, o quizás se volvió tan tímida al estar desacostumbrada.
Tenía un hermano pequeño (tres años menor que ella) cuyo nombre olvidé hace tiempo – para mí en cualquier caso nunca tuvo más relevancia que por ser "el hermano de Eva". Ella era muy crítica con él; a veces parecía no comprender que era demasiado pequeño, insistía ingenuamente en reprocharle cosas que él jamás dejaría de hacer mientras sirviesen para sacar de quicio a su estoica hermanita. Se querían mucho.

Me podían el brillante castaño de sus cabellos, su olor dulzón y su suave tacto entre mis dedos. Entonces lo llevaba a la altura de los hombros, con un juguetón flequillo cruzado que mantuvo hasta los 13. Tardé mucho en darme cuenta de que me estaba enamorando de ella, y me resultó muy difícil de asumir. Era algo que jamás había sentido antes en toda mi vida, o que creía haber sentido pero nunca había alcanzado a experimentar como con Eva.
Y me dio miedo.

Me enamoraba de ella su candidez, su personalidad tan pura y casi heroica. Era extraordinaria la forma en que estaba madurando para convertirse en la estricta definición de una persona buena y transparente, pues carecía de ningún motivo especial en su vida para formarse un carácter así. Era especial, una rareza, una agradable sorpresa. Jamás en todos mis años había conocido yo a alguien con un aura tan luminosa, y cuando me miraba a los ojos yo deseaba alcanzar esa luz; la sentía como mía, y por mucho que intentase olvidarla ya no podía.
Y para poder quitarme su luz de mi cabeza, traté de hacerla desaparecer. Por eso maté a su gato.

Su madre era tan consciente como yo de que no había nadie que le diese tanto cariño a su hija como él, y se asustó. Sentó a Eva frente a su silla y le dijo, con expresión grave pero serena, que Miyu se había escapado y quizás nunca volvería. Eva estiró sus bracitos y rodeó a su madre con ellos, buscando el cariño de su abrazo. Ella sonrió y se lo dio sin rechistar, con lágrimas en los ojos.
Lo que su madre no sabía es que Eva no le daba el abrazo para ser consolada, sino para consolar a su frágil madre. Podía sentir su soledad, la sentía truncada por un divorcio del que se arrepentía y abrumada por criar sin ayuda a dos niños que a veces parecían no dejar de portarse mal. No es que ella comprendiese todo eso, era demasiado pequeña; los motivos eran para ella cosas de mayores. Lo que entendía era su dolor. El dolor es el mismo para todos nosotros.

Me arrepentí mucho de no atreverme a jugar con ella cuando todavía tenía esa edad, antes de que se hiciese demasiado mayor; fue una oportunidad única en la vida que desaproveché porque vivía orgulloso de mi pretendida adultez, feliz con mis convicciones. Creía que estaba en posesión del conocimiento absoluto; me sentía superior, calculaba haberlo vivido todo. Qué equivocado estaba.
Me daba vergüenza pensar en ello, pero debo reconocer que ella me enseñó a mí antes de los 15 años mucho más de lo que yo pude enseñarle a ella.

Ella me enseñó a encontrar la diversión en las tareas más tediosas, y nunca dejó de desafiar a la autoridad cuando la causa era noble. Por mucho que yo la intentase hacer sentir culpable, Eva no se dejaba arrastrar por las opiniones de las personas a su alrededor.
Ella fue mi gran fracaso.
Nunca pude despojarla de esa terca indulgencia con la que al parecer nació. Cada palo que la vida le dio sólo sirvió para hacerla más fuerte, y os prometo que fueron palos muy duros, pero nunca pude ponerme a su altura. Me superaba. Jamás encontré un desafío que ella fuese incapaz de vencer, se resistía a jugar según mis reglas. Sin saberlo, me obligaba a mí a jugar según las suyas.
Ella no me necesitaba.
Por primera vez en mucho tiempo, sentía que me encontraba frente a frente con un igual.
No podía dejar de pensar en ella.

Descuidé mis otras ocupaciones por encargarme personalmente de su seguimiento. Yo no solía ser tan directo si no se trataba de una situación extrema, pero su capacidad de oposición me fascinaba. Aspiraba a llegar a comprenderla algún día. Intenté una y mil veces diseccionar su colosal mente bajo las más variopintas excusas, pero por mucho que me esforcé apenas alcancé a vislumbrar una pequeña parte de su exuberante mundo interior.
Era tan hermoso.
Yo no sabía que un ser humano fuese capaz de esconder tanta belleza en lo profundo. Desde luego, jamás habría sido capaz de imaginarlo durante mi anterior vida como humano. Y ese era el problema que Eva tenía; no encontraba a nadie capaz de apreciar todo lo que ella escondía. Seguramente ni ella misma era consciente de ello.
Ella se merecía a alguien capaz de ver más allá de sus barreras. Se merecía que hiciese una excepción. Mis colegas lo entenderían algún día.

Fue maravilloso redescubrir el sexo con ella a los 16, acompañarla en su primera gran borrachera a los 18; bailar con ella en su fiesta de promoción a los 19. Verla llorar como una niña otra vez a los 24, en la sala del cine, cuando Jack soltó a Rose y se hundió en el fondo del mar. Demonios, hasta yo acabé llorando.
Se me reprochó muchas veces que estaba siendo parcial con ella; creían que trataba de sobreprotegerla, pero yo nunca quise aislarla de los avatares del destino que nosotros estamos obligados a profesar sobre los humanos que un día fuimos. Mi interés en ella era puramente egoísta, lo que intentaba era aplacar mis propios y viscerales deseos.
Me sorprendí a mí mismo pensando en términos tan humanos; creía que había perdido mi capacidad para la autocomplacencia tras la muerte de mi cascarón humano y mis colegas no dejaban de reírse de mí, pero me resultaba tan evidente como doloroso.
Yo la necesitaba.

Cada vez que ella se encontraba con alguien especial, ahí estaba yo. Interpreté el papel de centenares de personas en su vida, siempre con un nombre y una cara nueva. Adopté todo tipo de personalidades, fui puliendo con el tiempo mi yo aparente de acuerdo con sus gustos y con sus necesidades en las circunstancias de cada momento. Me encantó dejar que algo de mi auténtico yo salpicara a menudo nuestras conversaciones, y gracias a eso nuestras experiencias juntos fueron gratificantemente imperfectas.
Lloré por ella la primera vez que me dejó por algún gilipollas, volvía a casa preguntándome si se aplicaría los consejos que acababa de darle un desconocido. Me sentí orgulloso de ella cuando logró sobreponerse a que su novio atleta de metro noventa la maltratase. Fue la más cariñosa de las dueñas cuando pasé unos años como su gato (se lo debía, después de lo que le hice a Miyu), y para mí fue un honor ofrecerle mi hombro para llorar en sus momentos de debilidad.
Eva era algo personal. Me hacía sentir mariposas en el estómago.

Era demasiado doloroso para mí estar condenado a mentirle siempre. Con cada relación fracasada y amistad insatisfactoria, me resultaba más difícil ignorar la cruda realidad: ella jamás sería capaz de conocerme a mí. Todo lo que podía llegar a saber de mí eran las máscaras que yo me pintase, ella jamás podría comprenderme en mi desnudez. Me sorprendí a mí mismo seleccionando las aficiones que más conversación me daban con ella, adoptando roles que se oponían a mis propias creencias con la vaga esperanza de que sirviera para que algún día me abriese su corazón. Ella ponía el filtro y yo me adaptaba servil, esperando el momento de despertar en ella la magia que su sonrisa todavía despertaba en mí.
Se suponía que yo debía ser su destino, pero ella se había convertido en el mío.
Ella era mi adversidad. Y a mí nadie podía protegerme.

Intenté abandonarla por todos los medios. Traté de volver a mi rutina y dejar que el tiempo nos permitiese olvidarnos mutuamente. Le entregué un hombre espléndido, un chico ideal al que tardé cinco años en moldear de acuerdo con sus gustos. Utilicé todos mis conocimientos sobre su persona para dar forma a un titán extraordinario; calculé al milímetro cada una de sus experiencias vitales pensando en todo lo que ella había apreciado alguna vez de mí. Cuando se vieron por primera vez fue como si se conociesen de toda la vida. Él era la suma de todos mis fracasos y frustraciones; poseía lo único que le faltaba a Eva y yo no podía darle, una verdadera energía vital, genuina humanidad rica en desafiantes imperfecciones. Él podía ofrecerle los retos que yo nunca encontré para su poderosa mente.
Sé que halló la felicidad, y me alegré por ella. No me resistí a permanecer en algunos roles secundarios en su vida, sólo para comprobar qué tal les iba. El mejor amigo de su hermano, la mujer de su casero, una de las palomas del parque en el que jugaba de niña. Pequeños papeles desde los que supervisar su unión. Lloré de felicidad y tristeza al mismo tiempo en su boda, y me sentí tan bendecido como ellos cuando supe que esperaban un hijo.
En realidad, había estado esperando ese momento desde el principio.

Esta noche, exactamente a las 23.34, Eva dará a luz a un hermoso bebé que pesará 3100 gramos y al que su padre ha propuesto llamar Albert. Será rubio, con los ojos azules de su madre y la nariz de su padre. Tendrá una infancia muy feliz gracias a dos extraordinarias personas que, no tengo duda, serán dos de los mejores padres del mundo.
Justo a esa hora yo me encontraré en la habitación de al lado en el hospital, ocupando el cuerpo de un enfermo terminal de cáncer de páncreas al que provocaré una obstrucción total de miocardio escasos segundos antes de que Albert nazca. Morir otra vez será un pequeño precio a pagar a cambio de abandonar los dolorosos recuerdos de una existencia que se me antoja demasiado larga; tener la oportunidad de volver a empezar desde cero, con la persona que amo a mi lado, siendo al fin correspondido. Con un mundo completamente nuevo que conquistar.

Sólo en el preciso momento en que mi espíritu abandona mi cuerpo por última vez, con la alarma del encefalograma plano despidiéndose de lo que queda de mi antiguo ser y el cuerpo vacío de Albert al alcance de mis dedos, soy capaz de comprender la verdad que había estado todo este tiempo oculta ante mis ojos. El tiempo, incluso para nosotros, nos reserva sorpresas que apenas somos capaces de imaginar.
Porque el corazón del recién nacido que estoy a punto de ocupar, en contra de lo que yo esperaba, carece de ningún tipo de alma y requiere mi transferencia para empezar a funcionar como un verdadero ser humano; de no haber hecho la locura que acabo de hacer por amor, el hijo de Eva habría nacido irremediablemente muerto y mi sacrificio es lo que en última instancia está dando forma a su hijo.
Y sé con certeza que no se trata de ninguna particularidad de este niño en concreto, que progresó adecuadamente a lo largo del embarazo y goza de una salud general de hierro. Se trata del gran engaño que yo y los míos hemos sufrido durante una eternidad, el propósito que cumplimos cuando nos volvemos demasiado viejos para continuar este trabajo y es necesario reciclarnos.
Yo no soy especial, y tanto yo como mis compañeros, esos que tanto se rieron de mí al conocer mi experiencia, estábamos destinados desde el principio (quizás por agentes superiores a nosotros) a enamorarnos de nuevo cuando apareciese la persona indicada, tal vez cuando nos volviésemos demasiado cínicos y estuviésemos demasiado desengañados para seguir rigiendo los destinos de este mundo.
Y con el amor renacería nuestra humanidad, y con nuestros esfuerzos los humanos llegarían algún día a encontrar hombres y mujeres tan compatibles como el que yo tardé cinco años en moldear para Eva. La energía vital de la siguiente generación de humanos no podía surgir de la nada, debía provenir de alguna generación anterior, pues al igual que cualquier otro tipo de energía no puede crearse ni destruirse, sólo transformarse.

La revelación de este secreto apenas dura una fracción de segundo en mi mente, el tiempo preciso para terminar de morir y renacer sin ningún recuerdo de mis infinitas vidas anteriores. Visualizo a Eva más cerca de mí que nunca, la veo sonreír como la primera vez que la vi.
En todo este tiempo nunca había deseado poseerla. Sólo había querido que ella me poseyese a mí.

-Te amaré siempre.

Ha sido un niño.
Título: Re: [VI CRAC] Relatos
Publicado por: Psyro en 08 de Diciembre de 2010, 12:38
Fin.

Por favor, NO posteeis en este hilo. Usad la Arena.
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