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Estudios vanguardistas han demostrado que realizar el coito en la playa te deja la raja llenita de arena

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III CRAC. Relatos.

Iniciado por Faerindel, 01 de Mayo de 2009, 00:16

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Faerindel

Relato nº11

Título: TRASPIÉ

Relato:


Las chicas eran camareras. Trabajaban en un tren, sirviendo bebidas a los viajeros. Unas chicas normales, dentro de lo que cabía. Les gustaba salir de noche, ligar con chicos guapos y salir de compras. Habían sido amigas durante mucho tiempo, y habían entrado a trabajar juntas. Habían adquirido y compartido experiencia durante años, y se apoyaban mutuamente.

Un traspié fue la causa de todo. Una de ellas vertió, sin querer, y debido al fuerte vaivén del tren, todo el contenido de la cafetera que llevaba por encima de su compañera. Un acontecimiento fortuito, sí, pero lleno de consecuencias.
No habría pasado de un ligero remojón si no fuera porque el atuendo que llevaban distaba mucho de ser sobrio. Parecía ligeramente la vestimenta de alguna fantasía sexual. Sí, les gustaba llevar ese tipo de ropa y sus jefes (hombres, obviamente) se lo permitían. Si bien es verdad que de vez en cuando alguna mujer "retrógrada" se escandalizaba por tal manera de vestir, rápidamente era acallada con descuentos u otras compensaciones. En cambio, los viajeros masculinos estaban encantados.
El vestido de camarera se empapó por completo del pecho hasta el abdomen. Para su desgracia, y regocijo de aquellos hombres que se encontraban a su alrededor, el tejido comenzó a volverse transparente. Formas sensuales comenzaron a aparecer como por arte de magia. La chica, avergonzada, decidió taparse con la bandeja que portaba y huir. Sin embargo, otra parte de su ser se sentía observada y excitada. Le encantaba que los hombres se la comiesen con los ojos. Esa sensación de ser deseada... no se podía explicar con palabras.
Se limpió y recompuso como pudo, y salió dispuesta a enfrentarse (acaparar) todas las miradas. Sin embargo, antes de que pudiera murmurar una palabra de disculpa o un simple "perdonen", un hombre se le acercó y le dio una tarjeta, sonriendo mientras lo hacía. Iba trajeado y era bien parecido. Lo que se acercaba más a la definición de "hombre", al menos para ella. Al coger la tarjeta, el hombre dijo unas palabras:
- Tu compañera y tú podríais trabajar como reinas en mi club. Venid mañana a las 10, hay fiesta y conoceréis el sitio. Si podéis, con la ropa que tenéis puesta.
El hombre se dio la vuelta y volvió a su asiento. Cuando la chica se disponía a dirigirle la palabra, su compañera comunicó por megafonía la llegada del tren a su destino.
- ¿Estás bien, chica? – pregunto la compañera, preocupada.
- Sí, estoy bien. Mira, un tío con un polvazo impresionante me ha dado esta tarjeta, creo que quiere que trabajemos en este club, mañana podemos ir a una fiesta a las 10 de la noche, con la ropa que llevamos ahora – dijo tendiendo el pedazo de cartón a su amiga. En este aparecía reflejado un nombre de un club y una dirección. Por lo que parecía, la oferta era bastante atractiva. ¿Qué podían perder?
10 de la noche. Música, luces de neón, humo. La noche parecía concentrarse alrededor de esa discoteca. Un guarda de seguridad las esperaba en la puerta. Al presentar la tarjeta, sonrió y las dejó pasar mientras que susurraba algo por un micrófono. Pasaron a través de gente bailando, tocándose, besándose, susurrándose, gritándose. Un olor a humanidad desbocada inundaba el ambiente. Llegaron a un pequeño local donde la música no resonaba a un volumen que impidiera una conversación normal. Allí se encontraron con el mismo hombre, que tenía frente a él dos copas llenas de lo que parecía champán. Con un sencillo gesto y una sonrisa en la boca, las invitó a sentarse en unos mullidos sillones de cuero.
- Bien, veo que habéis decidido darle una oportunidad a mi oferta... no os arrepentiréis – dijo el hombre. Parecía extremadamente complacido.
- ¿De qué se trata el trabajo? – dijo una de ellas.
- Veréis, al llegar a cierto punto de la noche, los instintos primarios de la gente que baila se disparan. Necesitan ver aquello que más anhela su cuerpo, – dijo mientras hacía otro gesto con la mano para que bebiesen de las copas – es decir, más personas bailando, pero ya en actitudes... provocativas. La gente quiere ver carnes estilizadas bailando ante sus ojos.
- ¿Y qué podríamos hacer nosotras? – preguntó la otra, mirando al hombre por encima del borde de la copa.
- Bailar para mí. Bueno, y para el resto de la gente. No os pediré que os desnudéis de todo, pero sí en ropa interior, pues es lo que hace el resto de bailarinas. Se os pagaría muy bien, podríais disfrutar de todas las ventajas de estar aquí... y podríais llegar a pasar la noche con hombres muy ricos. E importantes – otra sonrisa. Sonrisa de póker.
Las chicas se miraron e hicieron un gesto afirmativo. Antes de entrar, estaban recelosas, pero tras sentarse (las copas) estaban mucho más relajadas y (eran las copas) eufóricas. Querían ver las miradas (las copas tenían algo) que arrojarían hombres eufóricos sobre ellas, con ansias de alcanzarlas, de saborear su belleza, de manosear sus pechos, quitarles la poca ropa que les quedase, yacer en la cama con ellas. La desesperación que sufrirían todos ellos sería la que las alimentaría.
Ambas ponen una sonrisa sensual.
- Haremos lo que usted diga, señor... - dice una de ellas, la que había recibido la tarjeta.
- El nombre no importa, podéis llamarme "jefe". En fin, si queréis, empezad a trabajar ahora mismo. Todas las copas son por cuenta de la casa, pero no os sobrepaséis. Espero que hayáis venido bien equipadas por dentro... - más sonrisas.

Las chicas salieron. Más guardas las escoltaron hasta unas barras. La que había sufrido el percance fue llevada hasta un sitio especial. Casualidades de la vida, esa barra de "striptease" tenía incorporada una ducha. "Para limpiar el traje" – pensó inconscientemente. Al abrirse el agua, la chica sintió una especie de Déjà-vu, de haber vivido esa situación antes.
El vestido pegándose a su cuerpo, revelando todas sus partes.
Las miradas de una jauría de hombres hambrientos.
Esas miradas.
Entre esas miradas, una no tenía la lujuria grabada a fuego. Esa mirada era la mía.

Solía frecuentar esos sitios, para acabar con las injusticias que por ese tipo de antros se cometían. Era un pistolero de la noche, un justiciero solitario. O al menos así me gustaba llamarme, aunque no pasara de ser un pelagatos con ínfulas de superhéroe. Tenía las sospechas de que en aquel local había asuntos turbios, y estaba allí para averiguarlo.
Comencé a sospechar cuando una de las chicas, la que no se estaba duchando, fue llamada por uno de los guardas. Éste susurró algo que a la chica no le debió de parecer bien, a pesar de que tenía todo el aspecto de estar drogada. Maldito jefe bastardo que explota a jóvenes chicas. La joven comenzó a gritar, pero fue prontamente reducida por los vigilantes, que la llevaron a una habitación, donde yo suponía que las explotaban y las obligaban a prostituirse. Un burdel de lujo, pero por la fuerza.
Tenía que hacer algo.
¿Llamar a la policía? ¿Para qué? ¿Para que perdiesen el tiempo con papeleo burocrático inútil mientras que esos hijos de puta escapan? No señor, yo tenía que hacer algo y tenía que hacerlo ahora.
Me dirigí disimuladamente hacia tal habitación, intentando que nadie notase mi presencia. Pasé al lado de un par de borrachos que me miraron, por el resto, nadie más observó cómo me iba acercando a la puerta. El guarda acababa de entrar, así que abrí la puerta y me asomé. No estaba preparado para ver lo que mis ojos contemplaron.
Dentro de esa habitación había un gran local, como un gimnasio. En él, muchas sillas puestas en filas. Y en cada una de esas sillas, había una mujer desnuda y atada. Un par de guardas, entre ellos el que acababa de entrar, vigilaban, al parecer, que ni hablasen ni hiciesen ningún movimiento extraño.
"Bien, tengo que hacer algo" – volví a pensar. Antes de que el guarda que tenía más cerca se percatase de mi presencia, le lancé un golpe al cuello que lo dejó noqueado en el suelo. Mientras que el guarda del otro extremo se giraba, agarré el arma que tenía el cuerpo que yacía en el suelo. Un revólver de 6 disparos. "Mierda, espero que no oigan el ruido con la música puesta".
Disparé.
Le di. El otro guarda también cayó al suelo. Me apresuré a desatar a todas las chicas. Muchas de ellas eran extranjeras. "Hijos de puta de la Mafia." Entre todas esas caras de desesperación vi a la de la chica que había visto entrar. Me dirigí hacia ella y la liberé de las cuerdas. Se abalanzó sobre mí y empezó a llorar.
- Tranquila, pronto acabará todo esto, – le dije – tenéis que salir de aquí todas juntas, así no os podrán hacer nada.
- Pero, pero... ¡hay más encerradas! – gritó.
- ¿Cómo? ¿Dónde? – quise saber. La maldad de los que dirigían ese sitio parecía no acabarse.
- En... en... - balbuceó - ...dijeron que las "llevarían al zulo al resto", y después de eso se fueron para arriba.
- Muy bien, ahora, ¡corred!
Aprovechando la confusión que estaba a punto de organizarse, salí afuera, pistola en ristre, y busqué unas escaleras. Algo me decía que la habitación que encontraría no estaría en los planos del edificio, y allí probablemente alojasen a las chicas que peor lo estuvieran pasando.
Al subir, me encontré con un par de guardas más. Un par de tiros acabaron con ellos, aunque uno me rozó con un disparo el brazo. Agarrándome lo que pronto sería una hemorragia, seguí mi ascenso. Al llegar al siguiente piso, vi un entramado de puertas a ambos lados. Empecé a abrirlas. Dentro de ellas no había más que habitaciones con camas, almacenes y otras salas sin utilidad. Empecé a desesperarme. En nada subiría el grueso del "ejército" personal del dirigente de este local, y entonces estaría acabado. Sin embargo, acabé por darme cuenta de que un zulo nunca está detrás de una puerta. Sangrando, observé cada trozo de suelo, hasta que di con una baldosa medio suelta.
"Aquí están" , pensé. Tanteando con los dedos, conseguí sacar esa baldosa. Bajo ella, una tapa de madera. La abrí.
En ese agujero había 3 chicas. Un cadáver en el suelo. Deshidratadas, desnutridas, en los huesos, a punto de morir. Les hice gestos para que saliesen. Una por una, fueron dejando aquella oscuridad, y huyeron despavoridas por las escaleras.
"Ya he cumplido aquí, ahora solamente me queda salir."
Me acerqué a la ventana más próxima y observé el exterior. Esperaba que estuviese todo desierto, pero en ese momento un furgón con luces aparcó en la bocacalle a la que estaba asomado. De él bajaron 10 hombres uniformados.
"Fuerzas especiales. Parece que las chicas han decidido avisar a alguien y las han tomado bastante en serio. Bueno, espero que sepan hacer algo. Ahora puede que tenga una oportunidad de destruir a esos hijos de puta.". Les grité cuidadosamente desde dónde estaba situado, diciéndoles que subiesen hasta la ventana, ya que desde allí tendrían una mejor posición. Tardé un tiempo en convencerlos, ya que no tenía nada con qué demostrarles que era de fiar, hasta que arrastré dificultosamente el cadáver de uno de los guardias y se lo arrojé por el hueco. Eso debió de impresionarlos. Colocaron una escalera y subieron. Les dije que en poco tiempo tendrían al resto de los vigilantes encima, que lo mejor sería esperarlos ocultos en las habitaciones vacías y salir cuando llegasen. Me hicieron caso, y se metieron detrás de las puertas. Yo arrimé mi oído a una de ellas, y esperé.
Gritos, ruidos y pasos. "¡Como se haya escapado alguna de las chicas os cortaré los huevos!" – oí. ¿En serio les ibas a cortar los huevos? ¿O más bien serían los tuyos los que acabarían en la trena? O peor, ¿pisoteados por el resto de tus compinches? Bien, averigüémoslo.

Dando una patada a la puerta, grité "¡Ahora, vamos!" A pesar de mi brazo sangrante, reuní el suficiente coraje para levantar el arma y abrir fuego.
Fuego y balas. Una carnicería. Cayeron muchos de ambos bandos. Los vigilantes restantes se estaban retirando, mientras que las fuerzas especiales los perseguían y registraban las habitaciones en busca de más amenazas. Guardé el revólver en el bolsillo y me dispuse a explicar bien la situación a aquellos que me habían ayudado. Sin embargo, el dolor de mi brazo me hizo titubear y tropecé. Ese movimiento hizo que no alcanzase a ver el rápido movimiento de uno de los vigilantes abatidos en el suelo. Estaba levantando el arma.

Una bala perdida. ¿Qué? ¡No puede ser! Tras haber hecho todo esto, ¡no puedo acabar así! ¡Debería poder, al menos, recibir las gracias! ¡Que algo de lo que haya hecho tenga sentido!
Pero, ay. La vida no entiende de sentimientos. Caí abatido de la manera más humillante posible, una bala disparada a traición. El suelo se empapó de mi sangre, mezclada con un gran charco granate que se estaba formando junto al resto de cadáveres.

Y todo por un traspié.

Faerindel

Relato nº12


30 de Abril:

30 de Abril, 9:00. Despierto de un sueño poco agradable y la prisa me corroe. Me levanto y desayuno, intento concebir algo para poder acabar a tiempo.  Mis intentos por encontrar algo novedoso, resultón y original  se prevén infructuosos.  Además las legañas en mis ojos no me dejan concentrarme en una idea poco común.

9:30. Oh sí, oh sí, me ha llevado 30 minutos levantarme, continúo con las mismas legañas de antes, a este paso se harán mis amigas. Comienzo a agobiarme y a preguntarme por qué me dedicaré a participar en tantas cosas si luego no voy a ser capaz de hacer nada. La respuesta a esa pregunta está clara, soy idiota.

9:40. Un idiota que lleva diez minutos pensando en algún tema, aunque sea un tema absurdo, aunque luego a todos les de pena, nada, mente vacía, cero patatero. Al menos ya estoy de pie. Maldigo a las musas, maléficas rameras que vendrán mañana cuando ya no me hagan falta.

9:48. ¡¿Me he pasado ocho minutos en Babia?! Desde luego no sé donde tengo la cabeza, bueno si lo sé, también se que intentar fusionar mi cerebro con mi imaginación no está dando resultados, al final, llegará la hora y no tendré nada.

9:50.  Siempre es buen momento para tomarse un cola cao, aunque yo tome nesquik, pero bueno.  Me asalta una duda impertinente, ¿nesquik con o sin galletas? Sin galletas, quizá luego.  ¡Al salón! Veamos que echan hoy por la tele, a ver si me inspira un poco.

9:55. ¡Viva! Al menos si no consigo la inspiración siempre me quedará viajar a México a contagiarme de gripe porcina, volver, ponerme la antiviral y así quizá me vuelva la inspiración. Aunque ese plan, sigue sin convencerme del todo. Miraré un rato las noticias, a ver si suena la flauta.

10:20. Nada. Las noticias son ideales para la depresión. Así que los únicos que sobrevivirán con éxito a esta crisis son los psicólogos, bueno y también los psiquiatras.  Paso de ver más noticias. Una ducha me vendrá bien, seguro que el agua en mi nuca  ayuda a encontrar algo en mi mente, lo que está claro es que una ducha ayudará a la humanidad a no tener que olerme recién levantado.

10:50.  ¡Media hora en la ducha! He tenido que mirar y tocarme los bajos para comprobar que sigo siendo un tío. Aunque si me hubiesen crecido tetas no me habría importado. Si eso ocurriese alguna vez, olvidaos de mí para siempre, estaré ocupado disfrutando del nuevo placer que me ha regalado la vida, espero que sea un regalo en condiciones, no lo quiero de menos de 90, copa C. 

11:05. Vaya, las once y cinco,  quince minutos imaginándome con pechos sería poco tiempo normalmente, pero ahora teniendo en cuenta que la inspiración aún no ha llamado a la puerta, pues...  Me pregunto cómo será la inspiración. Al ser "la" inspiración, seguro que es una tía, ¿Estará buena? ¿Será lesbiana? Tiene que ser lesbiana, porque yo no soy tan feo como para rechazarme así, de buenas a primeras y sin ninguna explicación. ¿Por qué no soy tan feo, no?

11:10. Definitivamente no soy tan feo. Inspiración, corrupta, lesbiana, ven a mí a que te haga mujer. Nada, no funciona, por más lascivo que intento ser, esto no da resultado, además seguro que ahora después de mi repertorio de insultos a su persona, no viene a mí, ni aún que me crezcan las dichosas tetas.

11:30. Veinte minutos delante del ordenador leyendo las novedades, definitivamente no me da tiempo a ir a clase. Qué pena, tendré que quedarme en casa una vez más, aunque hubiera sido redondo salir luego a tomar unas cañas con los colegas, pero hoy no va a poder ser. Mi madre siempre dice que no se puede tener todo en esta vida, eso, y que la llame de vez en cuando que está preocupada.

11:45. Los foros siguen igual. Me aburro. Mis musas están en el Caribe de vacaciones y me han dejado aquí tirado pensando. Pronto solo me quedarán 12 horas. ¡Genial! Ni siquiera sé que haré hoy de comer. En el menú 1 tenemos una familiar barbacoa,  con patatas y Pepsi, en el menú 2 tenemos un maravilloso plato combinado del oscuro y tabernario bar de abajo, en el tercer menú tenemos kebab con patatas y Coca-Cola y en el menú especial, espaguetis con tomate y atún caseros.

11:50. Solo con pensar en que comeré me ha entrado tanta hambre que bajaré al bar a tomar una caña y un pincho de tortilla, seguro que con el estomago lleno se piensa mejor.

15:35. Mierda, mierda, mierda, mierda, joder, mierda, me cago en todo lo cagable. He bajado a tomar el pincho y de paso que estaba he jugado una a los dardos con Tomás, perdí así que fui a por la revancha y perdí de nuevo. Total que como ya era la una y media, me quedé a comer y a las 14:30 habíamos acabado, el del bar nos invito a unos cafés y ya puestos nos tomamos unos chupitos, nos dedicamos a culpar al gobierno un rato y cuando mire el reloj eran ¡las tres y media! Subí a casa apurado y aquí estoy. 

15:40. Pues nada aquí estamos de nuevo, el portátil y yo. Hoy no tenía clases de tarde, mañana es fiesta así que cuanto antes termine esto, antes me voy de juerga padre.

15:45. Padre Nuestro que estás en los cielos, Santificado sea tu nombre. ¿Tú tampoco me vas a echar un cable verdad? ¿Sabes que Sandman me odiará de por vida por esto?  Me miraran con rencor como el único eunuco del foro incapaz de presentar un relato al CRAC. Harán motivationals con mi nombre, con mi foto, me pondrán hasta en 4chan, yo que ni sé que es eso. Dormiré un rato, aún tengo toda la tarde para empezar el dichoso relato.

19:49. ¡No puede ser! ¡Esto no puede estar pasándome a mí!  Las ocho menos diez, como no entregue algo Sandman me capará y no quiero ni pensar lo que hará Khram con mis intestinos, me ahorcará con ellos o cualquier cosa gore que se le ocurra. Tengo que pensar algo rápido y bueno, venga, 1, 2, 3... ¡Escondite inglés! Mierda, ¿pero qué gilipolleces digo? Esto parece una película de terror horrible. ¡Resines despiértate ya!

20:00. Las ocho, basta de lamentos. Tengo que ponerme en serio. Si no me darán una paliza que me van a dejar culo de mandril. Veamos por donde empiezo... ¡Ah, sí! Llamaré a Telepizza, como tardarán sobre 1 hora, podré escribir tranquilo y luego llegará mi rica cena.

20:10.  "Sí, quería una pizza barbacoa con extra de salsa barbacoa, dos litros de Pepsi, bueno o Coca-Cola lo que tengáis, que sí que sí, ponme también unas patatas bravas. Pagaré en efectivo traiga cambio de 20, que sí, no, no me interesa la promoción de las alitas de pollo y la ensalada mixta con extra de cangrejo, ¡No! Tampoco quiero entrar en la promoción del sorteo de las colchonetas de playa, que aún no es verano, cojones. ¿Qué no me ponga borde? ¿Usted se imagina el tiempo que me está haciendo perder con sus memeces señorita? Mire, envíeme la pizza y cállese, para pensar ya estamos los demás." ¿No va y me cuelga? Menuda cretina, no me extraña que tengan contratos basura, no saben ni ser amables.

20:35. "Hola, ¿Pizzahut? Perfecto. Quería hacer un pedido, una pizza mexicana con extra de salsa picante, 2 litros de Coca-Cola, joder, vale, que sí, que Pepsi que lo que sea, y póngame unas patatas fritas grandes. Pagaré en efectivo, cambio de 20 por favor. Y ahora si no le importa me retiraré del teléfono, sus promociones no me interesan, gracias."

20:45. Al fin he conseguido pedir mi cena, pero son casi las nueve. A la mil va la vencida.  Después de un mes para entregar, tiene que ser ahora o nunca. Fae espera el relato y como no le llegue seguro que le da un chungo, tiene pinta de tío sensible.

21:00. Veamos, probaré a buscar la inspiración en las pequeñas cosas, miraré objetos de la mesa y los uniré en una historia sin parangón. Que tenemos por aquí... lata de coca cola vacía, pilas AA, treinta céntimos de euro y el CD del PRO. Pues me han entrado ganas de jugar al PRO, cojonudo, a ver quien narices se concentra ahora. Empecemos.

21:15. "Las pilas AA lucían descargadas y brillantes sobre la mesa, nadie presagiaba que aquella noche iba a ser fatal para ellas, los treinta céntimos de euro miraron al CD del PRO y respiraron aliviados, hoy no era su hora, la lata de Coca-Cola vacía desde hacía  días comenzó a llorar mientras la tibia mano de Juan la sujetaba, la lata se sintió violada cuando Juan perpetró su agujero con las dos pilas descargadas. La bolsa de la basura firmó un trabajo casi perfecto."

21:55. Bueno, esto va tomando forma. No, para que engañarnos, sigue siendo tan amorfo como cuando ni existía, pero bueno, si un cuchillo ganó el certamen anterior, ¿por qué no la aventura de las dicharacheras pilas descargadas y la lata de Coca-Cola vacía?

22:00. Perfecto, mi cena, más de media hora de retraso, han decidido tomarme por idiota todos hoy.  Tengo menos de dos horas para corregir las faltas de ortografía y mandar el mensaje a Fae. Intentaré mandarlo cinco minutos antes, por si internet va lento.

23:30. El relato no es muy largo, no llega ni a 3000 caracteres, pero bueno, al menos tiene una historia ¿no? Alea jacta est. Descansaré un poco y enviaré mi pequeño cuento al CRAC.

23:55. ¡Nooooooooo, Noooooooooooooo, Nooooooooooo! ¡¿Por qué?! ¡¿ Tu quoque, Hostgator, fili mi?! Por mucho que maldiga mi existencia, nunca será suficiente para expresar la desesperación de este momento.  F5, F5, F5. Bien, bien ha vuelto, perfecto. Pero ya son las 00:00:27 del 1 de mayo. Tarde otra vez.

Faerindel

Relato nº13


In vino Veritas

El tañido de las campanas del Big Ben resonó cuatro veces a lo largo del Támesis, mientras un taxi recorría la avenida Bullworth entre el tráfico infernal de la ciudad.
-¿Qué le ha parecido la reunión, Teniente, no es la segunda vez que visita la S.A.S.?
-La primera unidad cibernetizada del mundo continúa en la brecha, pero debo admitir que sus tradiciones me sacan de quicio. Jefe, ¿qué le apetecería hacer hoy? El vuelo al continente no sale hasta mañana...
-Tengo que hacer una visita personal.
Acto seguido, Deveraux indicó al taxista que girara en la siguiente bocacalle.
El taxi giró hacia la derecha, adentrándose en una callejuela. Los edificios victorianos del centro de la City le daban un toque pintoresco a la zona, como si la ciudad no hubiera cambiando en 150 años. A los pocos metros, el taxi se detuvo frente a un edificio pequeño, cualquiera diría que se trataba de una vivienda unifamiliar más, con un pequeño jardín delante de la fachada principal, y unas escaleras adornadas con una balaustrada forjada en hierro, de etilo eduardino. Sin embargo la marquesina que se situaba en la parte superior del marco de la puerta mostraba la insignia de la monarquía, por lo que se trataba de un establecimiento privilegiado por el Rey de Inglaterra.
-¿Dónde estamos? Preguntó la teniente mientras Deveraux bajaba del vehículo.
- Una vieja amiga trabaja aquí, lleva un fondo de vinos.
-¿Un fondo de vinos?
-Es un sistema de administración de bienes en el que el vino es adquirido y conservado en depósito utilizando los fondos del inversor. Como resulta realmente complicado duplicar o sintetizar el aroma y el sabor de un vino añejo, es una excepcional manera de especulación a largo plazo. La antigüedad lo significa todo cuando se trata de vino, su valor no deja de incrementarse con el paso del tiempo, por lo que es también una inversión segura.                                             
Mientras se alejaba del taxi, apuntilló a la teniente – Recógeme en dos horas, hasta entonces, eres libre.
Marchand se quedó mirando al jefe subir las escaleras, mientras en la puerta una mujer, de unos treinta a cuarenta años, le esperaba. Pese a su edad, parecía bastante más joven, e incluso podría decirse que era muy guapa. Al acercarse el jefe, lo recibió con un cálido abrazo.
-Así que una vieja amiga- Pensó la teniente. –Arranque- le dijo al conductor mientras cerraba la puerta del vehículo.
El interior del edificio estaba en consonancia con la fachada exterior, una gran librería ocupaba la pared posterior de la sala de estar, Deveraux alcanzó a ver varios ejemplares de la enciclopedia Británica, así como algunas ediciones de las obras completas de Shakespeare.
-Acabo de cerrar. ¿Cuánto tiempo ha pasado, dos años quizá? Inquirió Catherine Bell, la directora del fondo de vinos, mientras se sentaba delante de su viejo amigo y le servía una taza de té.
-Fue toda una sorpresa que dejaras de improviso la política y emigraras a Inglaterra- Contestó mientras se fijaba en el anillo de oro blanco que llevaba Catherine en el dedo anular derecho
-Actualmente estoy más interesada en los negocios que en la política- respondió mientras sonreía
-Ya veo...¿Y, sobre qué querías hablar?
-Tan brusco como siempre. Muy bien, la cuestión es que sospecho que la mafia está blanqueando dinero con la ayuda de altos cargos administrativos de mi banco.
-¿Blanqueo de dinero? ¿Tienes alguna prueba sólida?
-Hay un archivo dentro de la base de datos que ha sido modificado y hábilmente ocultado en nuestro registro. No puedo confirmar qué tiene dentro porque está muy bien protegido, pero probablemente se trate de una cuenta secreta.
-Ajá, asique la idea del banco es convertir el dinero de la mafia en vino, almacenarlo un tiempo, y luego convertirlo en dinero después de que el valor del vino haya aumentado.
-Además – interrumpió Catherine- debe haber una tercera parte implicada que actúe como intermediaria entre el banco y la mafia, pero no sé quién puede ser. Si al menos pudiera obtener la prueba que necesito, podrían arrestarles a todos de golpe. Entonces, ¿me ayudarás?
Deveraux tenía un semblante serio, pensativo. Catherine volvió a la carga.
-Quiero que me ayudes a descubrir quién es el intermediario, me aborrece tener que aparentar que no sé nada mientras tomo parte en estos negocios sucios.
-Pero – Deveraux hablo dubitativamente- Esto es Inglaterra, está completamente fuera de mi jurisdicción, podrían acusarme de prevaricación y extralimitación en mis funciones. Además...
-"No puedo dejarme llevar por mis sentimientos", tu frase favorita, si no recuerdo mal
Catherine sonrió ligeramente mientras cerraba los ojos
-Entiendo- prosiguió- Supongo que no debería sorprenderme, lo comprendo. En ese caso vamos a dejar el tema, hace siglos que no nos vemos. ¿Qué te parece si nos ponemos al día y hablamos de los viejos tiempos?
Deveraux sonrió y tomó la taza de té que tenía delante suya.
Mientras, en el Hall del edificio, dos hombres entraron. El guarda de seguridad se levanto y se acercó a ellos.
-Lo siento mucho señores, pero ya está cerrado
- Si, está cerrado- dijo uno de los hombres mientras sacaba una pistola.
Ante la impresión, el guarda se dejó sorprender por el otro asaltante, que le noqueó rápidamente, dejándole inconsciente.
-Asegúrate de que no queda nadie por ahí – Le ordeno uno de los asaltantes a su compañero, para acto seguido saltar el mostrador de atención al cliente e introducir en la terminal de la base de datos un disco de memoria, mientras su compañero forzaba al sistema de seguridad a adoptar el modo autista. Todas las conexiones con el exterior, excepto las del manejo de las bases de datos, se cortaron de inmediato, las puertas se cerraron, y las ventanas vieron cómo las persianas bajaban a toda prisa. Incluidas las de la sala de estar.
El sobresalto de Catherine fue mayúsculo, mientras Deveraux, aunque algo sorprendido, trataba de mantener la calma
-¿Qué pasa? En el edificio nos encontramos solo el guarda de seguridad, tú, y yo - El tono de Catherine era cada vez más tenso.
-Creo que provenía de la puerta principal, voy a ver.
Deveraux se levantó, pero justo en ese momento uno de los asaltantes, algo bajito y rechoncho, abrió la puerta de la sala de estar bruscamente, apuntándoles con una semiautomática.
-Quietos, no os mováis- Les dijo.
Catherine y Deveraux fueron conducidos a la sala principal, donde el otro intruso, un hombre alto y delgado, de tez morena, manipulaba los terminales informáticos. Les ataron a unas sillas.
Deveraux se fijo en el hombre moreno. Parecía que sabía exactamente qué hacer con el terminal, sus dedos tecleaban rápidamente y sin descanso, traspasando los sistemas de seguridad de la base de datos como si fuera lo más sencillo del mundo...o como si conociera las claves de acceso.
Ajá- exclamó el hombre moreno- encontré la información que estábamos buscando Bill
-Genial Charles, de esta nos largamos del país
-¿Cómo habéis logrado saltaros el sistema de seguridad?- Pregunto desafiante Catherine
-Cuando dejamos la organización, trinqué la clave para encontrar la cuenta y los vinos asignados a ella. Parece que todo el material de primera está en la estantería E-5 de la bodega B. Voy a por el Vino, quedate aquí y vigilales, Bill. Este asintió y se quedó cerca de Catherine, mientras seguía apuntándoles con su arma.
Charles accedió a la bodega B, situada en el semisótano del edificio. Las botellas de vino se apilaban en enrejados típicos de cualquier bodega, conservados en un microclima favorable gracias al sistema de refrigeración, que simulaba artificialmente las condiciones de una bodega clásica. Sin embargo, la Estantería E-5 no estaba allí.
-Mierda, todo lleno de vino y justo el que queremos no está- Charles, preso de la frustración, cogió la primera botella a su alcance y la estrelló contra el suelo.

+++++++

Mientras tanto, en la comisaría metropolitana del barrio de King's avenue, sonó un teléfono. El oficial al cargo, John Meyers, descolgó y se puso al habla.
-Meyers, brigada criminal.
-Hola Meyers, soy yo. Ha ocurrido un atraco a un banco, te paso la dirección. Movilización inmediata, recuperar la cuenta es nuestra máxima prioridad. Según la información que manejamos, la directora del Banco y un guarda de seguridad están en el edificio como rehenes.
-Eso complicará las cosas.
- No, en este tipo de asaltos suelen ocurrir "accidentes". Las bajas son inevitables.
-Entendido, salgo hacia allí inmediatamente.

Al cabo de media hora la zona estaba acordonada, y varios coches de la policía controlaban el escenario. Bill curioseaba entre las persianas y trataba de evaluar el despliegue policial.
Deveraux de pronto observó en los ventanales superiores varios destellos, y rápidamente lo interpretó. Estaban rodeando el edificio y posicionando francotiradores en las azoteas cercanas.
-¡Eh tú, el gordo! ¡El idiota de la ventana! – Bill se giró - ¡Ven aquí un momento!
-Maldito viejo, ¿qué quieres?, al final vas a recibir- Bill se alejo de la ventana justo en el momento en que los cristales saltaron por los aires debido a los impactos de bala.
Alertado por el sonido de los cristales rotos, Charles subió de la zona de bodegas rápidamente
-¿Qué ocurre? ¿Qué demonios está pasando? – Al llegar a la sala del terminal, observó a Bill en el suelo, rodeado de cristales rotos. – Francotiradores- pensó. - ¿Cómo puede haber llegado la pasma tan pronto?
Charles se acerco a Deveraux y Catherine – Vosotros debeis haber hecho algo, ¡seguro!- dijo mientras apoyaba su pistola en la frente de Deveraux. Catherine estaba cada vez más nerviosa y el desarrollo de los acontecimientos no ayudaba.
-Tú cortaste todas las conexiones con el exterior al iniciar el modo autista, incluso nuestros cibercoms están bloqueados. La única línea activa es la del terminal de la base de datos – Respondió Deveraux manteniendo la sangre fría.
Catherine se extrañó – Me resulta francamente raro, la verdad. En general, los bancos Ingleses desconfían de forma innata de la policía. Nosotros tenemos un sistema de seguridad conectado a una compañía privada...si un acceso a los registros fuera detectado, la compañía de seguridad respondería primero.
-Correcto- terció Deveraux- ahora empieza a estar claro quién es el intermediario entre el Banco y la mafia, ¿No crees? – dijo mientras le dedicaba una sonrisa cómplice a Catherine.

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La Teniente paseaba por el centro de la ciudad despreocupada, hacía menos de una hora que había dejado al jefe en el fondo de vinos, por lo que decidió ir de tiendas. Un escaparate de una tienda de regalos llamó su atención. Un precioso sacacorchos de sumiller, en madera noble, adornado en plata, fijó su mirada.
-Vino- pensó mientras entraba en la tienda. Dentro, pudo observar más modelos, pero ya tenía en mente cuál comprar.
-¿Se lo envuelvo para regalo, señorita? – dijo en tono servil la dependienta
-Si..bueno, no. La verdad, no sé.
-¿Para qué clase de persona es? Puedo elegir un envoltorio adecuado en función de sus gustos.
-No se preocupe, me lo llevaré así. Gracias.
Marchand salió de la tienda y cogió un taxi, después de vagabundear una hora más por el centro de la City. Al ser adelantados por un coche de policía, pronto se dio cuenta de que algo no marchaba bien, hecho que se confirmó al ver el cordón policial, que le impedía el paso.
Bajó del taxi y se acercó al policía que guardaba el perímetro.
-Necesito hablar con el oficial al mando.

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Charles continuaba  apuntando con su pistola a Deveraux.
-Escuchame viejo, no he oído nunca algo parecido a polis que trafican con vino, no me trago esa mierda.
-No hubo sonido de disparos cuando dispararon a tu amigo. Se utiliza silenciador cuando el objetivo es asesinar a alguien. Estáis metidos en una situación bastante complicada, me temo que no podéis volver a vuestra organización, y el entregaros a la policía tampoco garantizará vuestra seguridad.
-Maldita sea- el tono de Charles era de autentico pavor- tenemos rehenes, eso debe darnos alguna ventaja.
-No – interrumpió bruscamente Deveraux- no tenemos ningún valor como rehenes.
-¿Estás diciendo que tratarán de eliminarnos al mismo tiempo que a ellos? – Preguntó Catherine.
-Sí, eso es lo que creo. Eliminarán a todos los que tengan conocimiento de la existencia de esa cuenta. Lo fundamental es preservar el secreto, luego ya se encargarán de los detalles.

++++++

-Soy miembro de la policía de la Federación Europea, existen muchas posibilidades de que mi comandante en jefe se encuentre dentro del edificio. Solicito un informe de la situación y unirme a la operación...
-Petición denegada. Nos encontramos en nuestra jurisdicción, y es a nosotros a quienes compete este asunto. Si sigue entrometiéndose, nos obligará a arrestarla, ¿entendido?
La teniente se alejó de la zona – En momentos como este es cuando más se aprecia la labor del jefe moviendo los hilos- pensó, preocupada por el estado de su superior. Tenía que hacer algo.

Dentro del edificio, Charles y Bill discutían acaloradamente. Deveraux trataba de calmar la situación.
-Necesito que me mostréis todas las armas que tenéis aquí – Los dos asaltantes se callaron al sorprenderse por lo que acababan de oír.
-También tenéis un mapa, ¿no?- continuó Deveraux- Prepararemos un plan de huida con todo eso.
-¿Te estás quedando conmigo, viejo? ¿No te das cuenta de que eres un rehén?
-Relájate. Nosotros tampoco queremos quedarnos aquí sentados esperando que nos maten. Vosotros ponéis las armas, yo pongo la materia gris.
Charles bajó su arma.
-No tenemos tiempo- prosiguió Deveraux- desatadnos.
-Eh Charles- interrumpió Bill- Hasta la jodida prensa está aquí.
Deveraux sonrió- Eso debe ser cosa de la Teniente. Nos acaba de dar un tiempo muy valioso, ahora encontraran más dificultades para forzar la entrada con métodos expeditivos. Será mejor ponernos en marcha, utilizad los cierres de seguridad en las ventanas. Por cierto, ¿teníais una granada de mano, verdad?
-Eh, para el carro viejo, aún no me fío de ti. Si tratas de hacer algo te mataré yo mismo antes de que entren los maderos.

Deveraux apenas hizo caso a la amenaza de Charles, mientras observaba un mapa de Londres.
-Tenemos que ganar tiempo para la huida. La entrada principal es el único punto débil, colocaremos allí una trampa explosiva con la granada. Se verán forzados a cambiar la ruta de asalto.

Mientras tanto, fuera, el grupo de asalto de la policía metropolitana se preparaba para entrar.
Meyers empezó el briefing.
-Gracias a las imágenes obtenidas por la cámara de seguridad, sabemos que existen dos rehenes, el guardia de seguridad, Steve O'meath, y la Directora del Banco, Catherine Bell, así como la presencia de dos asaltantes, que forman parte de un grupo criminal asociado a la Mafia. Grabad los datos en vuestra memoria externa.
Si los criminales se resisten, no tengáis piedad. No hace falta que diga que quiero a los rehenes sanos y salvos.
El grupo de asalto tomo posiciones en torno a la entrada principal.
– Pero si pasa algo inesperado, eso ya es otra historia- pensó Meyers mientras cargaba su arma.

Aprovechando la confusión previa a la preparación, la teniente logró introducirse en una de las furgonetas antidisturbios, y ponerse un traje de operativo de asalto
-Demonios, que grande me queda, espero que no se den cuenta- Pensó, mientras veía a Meyers cargando su arma, pensativo. Marchand corrió a las posiciones del grupo de asalto, esperando no llamar demasiado la atención. Por suerte, la máscara antigás solo dejaba los ojos a la vista.

Por su parte, Deveraux seguía completando el plan de huída. Una vez colocada la trampa explosiva en la puerta, ordeno a Charles y Bill que movieran el cuerpo aún inconsciente del guarda de seguridad a la salida del desagüe del edificio, desde donde se podía acceder a las alcantarillas, y de ahí al Támesis. Mientras, él buscaba un reloj.
-¿Cómo sabe tanto sobre todo esto el viejo ese? Preguntó Bill a Charles mientras movían el cuerpo del guarda.
-¿Y yo que sé? Respondió Charles escéptico. –Solo espero que todo esto funcione y podamos largarnos del país.
Una vez terminado el trabajo con el guarda, Deveraux les ordenó copiar todos los archivos de la cuenta secreta en un disco de memoria. Con el disco copiado, salieron de la sala del terminal.

-Bien, ya hemos hecho todo lo posible para ganar tiempo, ahora debemos salir de aquí, seguramente vayan a entrar de un momento a otro.
Deveraux no se equivocaba. En la puerta principal, un pequeño taladro perforó la pared, y del agujero resultante surgió una minicámara. Pronto observaron la trampa explosiva, una simple granada atada a una maceta con celofán de oficina, pero sin la anilla de seguridad. Seguramente al abrir la puerta, la granada de activaría. La entrada principal no era segura.

-Bien, cambiamos el punto de inserción, tiraremos la pared de la casa de al lado – ordenó Meyers.
Una vez hecho esto, el grupo de asalto penetró finalmente en el edificio. Desactivaron la trampa explosiva de la entrada, y rastrearon todo el complejo. Tan solo hallaron unas cuantas cajas de vino en la sala de estar, unas cuatro o cinco, bastante voluminosas.
Marchand se fijó en dichas cajas, no era lógico que estuvieran fuera de la bodega. El grupo de asalto no les prestó demasiada atención, de todos modos. Meyers, por su parte, accedió a la sala del terminal, desactivándolo con un par de disparos, para evitar su posterior investigación pericial tras asegurar el edificio. Los gritos de alerta de varios miembros de la escuadra le llevaron al semisótano, donde el cuerpo del guarda de seguridad estaba sentado, inconsciente aún, sobre la tapa del alcantarillado.
Meyers se acercó para moverlo, pero el sonido de un tic-tac le detuvo.
-Mierda, llama al cuerpo de artificeros, le han adosado una bomba en la espalda a este hombre.

La confirmación por parte del resto del grupo de asalto de que no había nadie más en el edificio salvo ellos llenó de frustración a Meyers. Se le habían escapado en sus narices, con la información de las cuentas secretas que el superintendente de la policía metropolitana y él habían pretendido ocultar.
Ante la situación, el superintendente lanzó una orden de búsqueda y captura, sellando prácticamente todo el Tamesis con la vana esperanza de localizar a los asaltantes, y con ellos, la información de las cuentas secretas.
Todo fue en vano, parecía como si se hubieran esfumado de la tierra. Pasaron las horas y la situación no había cambiado un ápice.
Ya por la noche, el edificio del fondo de vinos seguía acordonado. En la puerta principal, un Bobby cambiaba su puesto con otro, que le hacia el relevo. Una vez solo, entró en el edificio.

La Teniente se quitó el casco, y observó con más detenimiento el escenario. A la derecha de la entrada, un agujero enorme en la pared, por donde entraron los grupos de asalto. De frente, la sala del terminal, con el susodicho inservible por los balazos. Y en la sala de estar, a la izquierda, las cajas de vino. Un vino muy caro. Casi sin darse cuenta, Marchand de repente notó el extraño sonido que tenían sus pasos en dicha sala.
Y lo comprendió. Una bodega secreta, debajo del suelo de la sala de estar. Levantando la trampilla se alegró al ver a su superior abrazado a su amiga, y los dos ladrones dentro.
-¿Qué habrías hecho si no hubiera descubierto dónde estabas? Dijo en tono burlón la Teniente
-Sabia que lo harías- El tono de Deveraux era de profunda confianza.
-Perdón por el retraso, es que les ha costado mucho despejar la zona. ¿Quizá debería haber esperado un poco más?
La Teniente les ayudó a salir de la bodeguilla. Deveraux no tardó en responder.
-Si lo hubieras hecho, un montón de vinos sensibles a la temperatura y la humedad se habrían echado a perder. Tuvimos que sacar unas cuantas botellas.
-Una bodega de vinos escondida, por lo que veo.
-Sí, almacenan ahí sus mejores vinos, los de primera calidad – Deveraux se giró para hablar con Charles y Bill- En cuanto a vosotros dos, olvidaos de todo este asunto, después de todo, gracias a vosotros encontramos la información necesaria para destapar las cuentas secretas y sus propietarios.
Charles y Bill se quedaron estupefactos, en algún momento Deveraux les había robado el disco con la información.
-¿Qué me decís? ¿No os sentís afortunados de salir con vida de todo este embrollo? –Deveraux les dio la espalda- Vosotros decidís.
Los dos asaltantes salieron corriendo del edificio como alma que lleva el diablo. La Teniente les vio alejarse.
-¿Seguro que quieres dejarles marchar? Su intento de robo puede haber sido frustrado, pero siguen siendo criminales
-Bueno- Deveraux inspeccionaba mientras una botella de Chateau-Briand de la cosecha de 2017- Supongo que no es asunto nuestro, está fuera de nuestra jurisdicción.
La Teniente sonrió.

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El superintendente de la policía metropolitana estaba cada vez más nervioso. Hacia horas del asalto al fondo de vinos, y tanto los secuestradores como los rehenes no habían aparecido aún. Sonó el teléfono, y el superintendente lo descolgó con avidez.
-¿Los habéis encontrado?
- Eh...jefe, aquí hay un hombre llamado Deveraux que quiere verle.
-¿Quién? – El estupor del superintendente era cada vez mayor.

Deveraux y la Teniente Marchand entraron en ese momento por la puerta de su despacho. La Teniente portaba un disco de memoria. Deveraux se dirigió al superintendente.
-Este disco contiene información de todas las transacciones ilegales del pasado que prueban su conexión con la mafia. Un astuto método de blanqueo de dinero, no lo niego, no dejaba huellas. Quizá debería haber mostrado algo más de aprecio por la vida humana.
-¿Dónde se habían escondido todo este tiempo? El superintendente se sentó, abrumado por el peso de la culpa, y la incertidumbre sobre su futuro.
Varios agentes del departamento de asuntos internos de la policía metropolitana, así como agentes del Ministerio del Interior, entraron dentro del despacho para efectuar la detención oficial del superintendente. La Teniente entregó el disco a uno de los agentes del ministerio.
Mientras salian del despacho, Deveraux se giró para hacer un último comentario al superintendente.
-Creo recordar que los Ingleses tienen un dicho, In vino veritas, La verdad está en el vino, ¿no es así?.
Deveraux se fue con una amplia sonrisa en su cara, satisfecho por haber cumplido con su deber, y por haber ayudado a una vieja amiga en apuros.
Catherine les estaba esperando en la escalinata de acceso a la comisaría central de la Policía Metropolitana. La Teniente continuó andando hasta el taxi, mientras Deveraux se acercaba a su amiga.
-Dejamos la información en manos de las fuerzas de seguridad locales. Les hemos dado un punto de partida, espero que sigan adelante con la investigación.
-Siento haberte involucrado en este asunto, pero no hubiera podido resolverlo sin tu ayuda. Te lo agradezco de veras- Catherine sonreía y su cara denotaba felicidad.
-Solo me he visto involucrado por la forma en que se han desarrollado los acontecimientos, no te preocupes. Bueno, supongo que es hora de irme, dale un saludo a tu marido de mi parte.
Catherine se sorprendió.
-Ah, ¿esto? – dijo mientras se miraba el anillo en su mano derecha- Tenía planeado mantenerlo en secreto para siempre, pero al final no me casé con él. La razón por la que vine aquí fue porque necesitaba empezar de nuevo, lo llevo para alejar a los hombres. Dime, ¿pospondrías tu regreso un día más?
-No – Deveraux usó un tono algo seco, aunque complaciente- Me gustaría, pero tengo una montaña de trabajo esperándome.
Catherine hizo una mueca de desilusión. –Entiendo, en ese caso, permíteme darte esto como obsequio, aunque esperaba que la pudiéramos beber juntos- Catherine tenia una botella de vino, un Pinot Noir de la cosecha de 2024.
Deveraux se sorprendió. Catherine intervino rápidamente – No te preocupes- le dijo- esta es de mi colección personal. Deveraux aceptó el regalo y subió al taxi.
Mientras subía, la teniente se dirigió a su superior
-En realidad, no hubiera importado posponer un día el regreso a casa.
-Al igual que el vino, algunas relaciones humanas necesitan tiempo para madurar. No le des más vueltas.
-De acuerdo- dijo la teniente condescendientemente. Deveraux se quedó mirando la botella de vino.
-Va a ser difícil pasar esto por la aduana. Teniente, cuando lleguemos al hotel, pásate a tomar una copa.
-Perfecto, precisamente hoy había comprado esto – La teniente mostró el sacacorchos de sumiller que había comprado esa misma tarde.
- ¿Por qué no me sorprende? Contesto Deveraux. Y ambos rieron.

Mientras, el taxi se alejaba por la ribera del Támesis, el tañido de las campañas del Big Ben sonó 11 veces a lo largo del rio.

Faerindel

Relato nº14


Angy


Desde pequeña Angy siempre había estado unida a su padre, Joseph Mitchum, un eminente científico de reconocido prestigio y brillante currículum, empeñado en cumplir un sueño, viajar en el tiempo. Cuando Angy contaba dos años, su madre murió entre horribles espasmos por una enfermedad desconocida para la que no se encontró tratamiento, y Joseph se ocupó personalmente de la educación de su hija, a quien inculcó su amor por la ciencia y su sueño por conseguir viajar en el tiempo.

Conforme Angy fue creciendo y los cimientos de la física y las matemáticas iban conquistando su intelecto, su padre la hacía participar cada vez más es sus investigaciones. Al principio, Angy no entendía apenas nada y siempre estaba preguntando sobre todo lo que veía y no comprendía, sintiéndose como un completo estorbo para su padre, pero Joseph siempre la miraba con una sonrisa y le decía: Tú nunca serás un estorbo cariño, tus ganas de aprender y tu imparable curiosidad son mi mayor motivación, estoy seguro de que juntos cumpliremos nuestro sueño.  

A parte de disfrutar cada segundo que Angy pasaba con su padre en el laboratorio que tenían montado en el garaje, lo que más le gustaba era el momento de la cena; se sentaba junto a su padre al cobijo de la chimenea y dejaban volar su mente. Imaginaban momentos de la historia a las que les gustaría viajar. Era en esos momentos cuando veía a su padre sonreír mientras soñaba despierto y le contaba su deseo de retroceder al año 1921 y ver como le otorgaban el premio Nobel a Albert Eisntein, para él, el mayor genio de la humanidad. Eran momentos especiales en los que Angy se sentía más unida a su padre que nunca y su felicidad era casi plena, solo le perturbaba no haber tenido una figura materna y soñaba con utilizar la máquina del tiempo para encontrarse con ella. Joseph siempre le habló maravillas de su madre pero siempre que salía el tema llegaban a la conclusión de que lo mejor sería ir a ver a su madre cuando tuvieran una cura para la enfermedad que sesgó su vida.

Pasaron diez años en los que padre e hija habían dedicado todos sus esfuerzos en demostrar que era posible viajar en el tiempo. Fueron diez años de pequeños y grandes avances pero también de enormes frustraciones, tiempos que superaron gracias a la fuerza que les daba tener un objetivo común por el que luchar codo con codo. Uno de los principales problemas teóricos que se encontraron fue que el hecho de que viajar en el tiempo implicaba que, independientemente del momento al que se trasladaran, aparecerían como materia nueva en ese momento del tiempo, materia creada de la nada, y eso, según sus razonamientos teóricos, significaba energía, mucha energía, exactamente la cantidad de energía equivalente a la cantidad de materia creada. Si estaban en lo cierto, aplicando los principios de la ecuación de la equivalencia masa-energía de Einstein, la energía necesaria para enviar un cuerpo a una época determinada era igual a la masa de ese cuerpo por la velocidad de la luz al cuadrado, es decir, demasiada energía, más de la que podrían conseguir.

Pero su tesón y su motivación científica no se resintieron lo más mínimo ante tamaño contratiempo, así que continuaron teorizando en otras direcciones buscando posibles soluciones. Fue entonces cuando Angy arrojó un rayo de luz sobre la viabilidad de su proyecto. Basándose en su observación de la naturaleza y sobretodo de la física había visto constantemente que toda acción tiene su opuesto. Por ejemplo, para andar ejercemos fuerza hacia atrás con los pies para ir hacia adelante, para que un cohete se eleve tiene que ejercer una tremenda fuerza de propulsión en dirección opuesta a través del empuje de los gases calentados por la combustión que salen a chorro a través del difusor. Tomando esto en consideración, Angy proponía que para que el viaje en el tiempo pudiera llevarse a cabo, al desplazar algo del presente algo desde el otro momento del tiempo debería desplazarse al presente. Como resultado lo que estaría teniendo lugar sería un intercambio de materia entre dos momentos del tiempo en el mismo instante. Por tanto para que ello fuera posible, debía haber un punto de unión entre los dos momentos de tiempo.

Joseph estaba escuchando toda la disertación de Angy y se sentía invadido por una infinita felicidad, estaba viendo como su hija se había convertido en una científica plenamente. Gozaba de la situación como un niño con zapatos nuevos, Angy era observadora, diligente, minuciosa y lo que es más importante en su profesión, tenía una imaginación ilimitada que le dejaba ver el mundo desde un punto de vista diferente al de cualquier otra persona, y ese sentimiento estaba a punto de crecer aun más con el final de la explicación que Angy iba a darle a toda su hipótesis.

- Padre, si esto que acabo de proponer puede parecer descabellado, lo que quiero explicarte ahora puede hacer que caigas de bruces.
- Por favor Angy, hazme partícipe de lo que tienes en mente, no puedes llegar a comprender lo feliz y excitado que estoy después de escucharte, sigue y haz que me sienta el padre más orgulloso de su hija que haya existida nunca.

Así pues, Angy continuó. Según ella, el propio tiempo era la fuente de ese nexo entre todos los instantes de la historia del universo.

- El tiempo, es la variable más continua que conocemos. Es imposible parar el tiempo, pero creo que sí es posible viajar por él. Ahora bien, para desplazarte a pie necesitas un medio por el que hacerlo, pues con el tiempo pasa lo mismo, y aquí es donde entra en juego mi teoría. Yo creo que el tiempo no transcurre sin más, sino que deja una huella, un rastro, que debe dejar constancia, es más esa huella de algún modo que no sabría explicar debe tener cierta esencial material, aunque en otro plano de exitencia, o como dirían tus compañeros, en otra dimensión del espacio-tiempo. Pero como todo lo conocido por el hombre, nada permanece inmutable indefinidamente, por tanto esta huella temporal se irá desintegrando poco a poco, haciendo que la posibilidad de viajar al inicio del tiempo sea virtualmente imposible, pero que sí nos permitirá viajar a cualquier momento de la historia conocida, incluso a la prehistoria.

Durante esos diez años, Joseph había comprendido que si llegaban a demostrar que era posible viajar en el tiempo teóricamente, lo siguiente sería diseñar y ensamblar un artefacto capaz de hacerlo. De esta manera durante los últimos cinco años había empezado a invertir cada vez más tiempo en ampliar sus conocimientos de ingeniería, viendo los grandes avances que estaban consiguiendo. La propia Angy que era tanto o más capaz que él de sacar adelante el planteamiento teórico, se convenció de que ésta era la mejor opción.

De este modo, con la base teórica bien asentada, se metieron de lleno en la construcción de la máquina del tiempo llenos de ilusión. Joseph, movido por el sueño que compartía con su hija, se había convertido en un ingeniero meticuloso y muy mañoso en el uso de herramientas, y Angy era una ayudante incansable que, de nuevo, mostraba una capacidad casi ilimitada para asimilar todo lo que iban haciendo. El año y medio que pasaron con la construcción del artefacto fue la mejor época de sus vidas, siempre animados y siempre juntos, sin duda, su instinto de superación hizo que cualquier escollo fuera sobrellevable hasta que, por fin, el 17 de febrero del año 2076 la máquina del tiempo estuvo lista. A la mañana siguiente abordarían el viaje en el tiempo.

Angy se levantó sobresaltada cuando la casa empezó a temblar, saltó hacia delante y corriendo se dirigió al laboratorio. En cuanto abrió la puerta vio a su padre subido en la máquina, quien la miró con infinito cariño y al momento siguiente la máquina explotó en mil pedazos, quedando una masa de deshechos y cenizas.

Cuando Angy recuperó el conocimiento sintió como una amalgama de sentimientos se apoderaban de ella, a penas si podía respirar, las lágrimas le perlaban toda la cara debido al temblor nervioso que se había hecho dueño de todo su cuerpo. Desconsolada y con la mirada perdida, subió a la cocina y se encontró una nota de su padre que decía:


      Lo siento Angy, no he podido soportar la idea de arriesgar tu vida por cumplir nuestro sueño. Te quiero más de lo que jamás podré expresar con palabras, espero que sepas perdonarme.

                        Te querré siempre,

                        Joseph Mitchum.



Sin duda, el experimento fue un fracaso a ojos de Angy, según la teoría que habían desarrollado, algún objeto del pasado debería haber aparecido en sustitución de su padre pero no encontró nada, a parte la máquina había explotado y nada pudo recuperar de lo que quedó.

La carta de su padre y el hecho de que había dedicado toda su vida a conseguir el viaje en el tiempo no paraban de atormentar a Angy día y noche, apenas dormía y pasaba días sin comer hasta que acabó autoconvenciéndose de que ella debía seguir luchando por conseguir el sueño de su padre y el suyo propio. No tenía otra opción, era eso o sentirse muerta en vida.

Con mayor decisión que nunca estudió de nuevo todas las teorías, repasó todos los cálculos, supervisó todos los planos y el diseño que hiciera con su padre y se entregó en cuerpo y alma a hacer una nueva máquina del tiempo. Tardó dos años en rehacerlo todo, pero esta vez estaba segura de que todo era correcto y se convenció a sí misma de que nada podía fallar. No esperó, cogió lo que le pareció indispensable y se introdujo en la máquina. Miró al cuadro de mandos y marcó Octubre de 1921 mientras pensaba: Padre, el primer viaje temporal será donde tú siempre quisiste ir. Apretó una serie de botones y una nueva explosión destrozó el garaje de la casa de los Mitchum igual que pasara dos años antes.

Año 1921, en Sala de Conciertos de Estocolmo mientras el comité de la Real Academia de las Ciencias de Suecia estaba a punto de dar el nombre del galardonado con el Nobel de física, Angy entraba por la puerta. Nada más cerrarla una mano se posó en su hombro, una mano envejecida, cálida, conocida, una mano sobre la que Angy reposó su cara mientras las lágrimas le recorrían la mejilla y se fundió en un abrazo con su padre.

Faerindel

Relato nº15

Stan

Me llamo Stan, tengo 24 años y soy un Tiranosaurio Rex. Hace unos cuatro años conocí a una Diplodocus llamada Marsh. Es una historia bastante convencional, nos vimos en una fiesta, nos conocimos, empezamos a quedar y nos enamoramos. Hará cerca de un año, cuando conseguí un trabajo estable, pedí su mano en matrimonio.

Nuestros padres, lo aceptaron, pero los miembros más antiguos de nuestras familias, eran un poco más reticentes a nuestra unión, ellos pensaban que los T-Rex debían permanecer con los T-Rex y los Diplodocus con los Diplodocus, algo un poco endogámico a mi parecer. Pero es no cambió nuestra decisión y organizamos la boda durante este tiempo, y hoy es el gran día.

Al despertar, me encontraba un poco nervioso, mi pánico escénico atacaba de nuevo, nunca he soportado las grandes concentraciones de dinosaurios. Hice de tripas corazón y me levanté de la cama. Mi mascota humana estaba esperándome con ansiedad para que la sacara a pasear, "Ahora no, Fluffy, hay muchas cosas que hacer durante la mañana". Ella también se había preparado para la boda, se había puesto el vestido nuevo que le compré y se había arreglado el pelo. Decidí tomar su ejemplo.

Después de ducharme, fui a desayunar, tenía el estómago cerrado, apenas pude tomar dos ciervos y un café con leche, "No importa, ya habrá tiempo de comer más tarde", pensé. Después de eso, me lavé los dientes y demás, me puse mi traje nuevo y la corbata favorita de Marsh. Cogí la correa de Fluffy y nos pusimos de camino hacia el coche.

Cuando llegamos metí a Fluffy en el asiento de atrás, al intentar arrancar el coche, el motor hizo un ruido estruendoso bastante raro y dejó de funcionar soltando una voluta de humo negro. "Oh no, esto no puede pasar justo ahora". Me puse a pensar un plan alternativo, por suerte, vivía cerca del metro y la iglesia estaba a tan sólo a unas pocas paradas. Cogí a Fluffy en brazos para ir más rápido y corrí hacia el metro.

Hacía millones de años que no había cogido el metro, y estaba más concurrido que como yo lo recordaba. Tuve que sortear varios velocirraptores y algún que otro brontosaurio. Conseguí montarme al fin en el vagón y, por fin, llegué a mi destino.

Por suerte mi ropa no había sufrido grandes desperfectos. Entré corriendo en la iglesia y, aliviado, comprobé que no había llegado tarde, los invitados estaban ya colocados en sus sitios y mi radiante diplodocus no había hecho su aparición aún. Con un paso ya más tranquilo fui a dejar a Fluffy a buen recaudo y a ocupar mi puesto. Por suerte, todo había pasado. En ese momento Marsh apareció en escena. Iba preciosa, llevaba un vestido blanco hasta el suelo que resaltaba sus lindas facciones, caminaba con la gracia propia de un dientes de sable. Detrás de ella iba su sobrina Linda, sujetándole la cola. Se aproximaban al altar, donde a su vez apareció el padre triceratops, quien oficiaría el enlace.

Fue una ceremonia tranquila, sin más sobresaltos, nos dimos el sí quiero, todo fue de maravilla, parecía imposible que después de como había empezado el día, fuese a ir todo tan bien. Por supuesto, hubo malas caras por parte de los invitados más retrógrados, no le dimos más importancia. Por fin, había llegado la hora del convite, mi tripa me gruñó a la vez que recordaba que apenas había desayunado. Pero ahora estaba más relajado, podría comer con tranquilidad.

El convite era un salón de celebraciones un poco más lejos, pero por lo menos ahora podría ir en coche con mi flamante esposa. El salón estaba decorado con muchas flores y velas, la comida consistiría en hojas de coníferas varias para los hervívoros y vacas para los carnívoros. Todo iba a ir perfecto.

De repente oí un gran tumulto entre los invitados. Me acerqué a ver que pasaba. Resulta que mi abuelo había mordido la cola a uno de los parientes de Marsh. Pensé que esto no podría estar pasando, me acerqué a ver qué podía solucionar. Al final resultó que mi abuelo había perdido las gafas y había confundido a mi pariente político con los entremeses...

¿Qué más podría pasar? Estuve aterrorizado durante el resto de la velada, pero por suerte, todo fue sobre ruedas, a partir de ese momento. Llegamos a casa y empezamos nuestra nueva vida de casados.

Faerindel

Relato nº16


El legado de los Elduin

Éldaron ofrecía la imagen de un muchacho que apenas rozase la veintena. Sus ojos claros y su pelo castaño enmarañado sobre la frente contribuían a aportarle esta apariencia. Tan sólo sus pobladas cejas dejaban traslucir apenas un atisbo de la sabiduría y la experiencia que en realidad encerraba aquel cuerpo. Sentado en el segundo piso de una cafetería céntrica de Madrid, Éldaron observaba desde su privilegiada atalaya el ir y venir de las gentes. Le encantaba pasar la tarde en aquel lugar, porque le permitía abstraerse de su labor y sencillamente contemplar el legado de los de su raza. Su maestro, Eldarath, le había relatado todo lo que necesitaba saber sobre la historia de los Elduin; los vigilantes, que habían llegado a este planeta cuando los humanos daban sus primeros pasos. Su misión no era otra que la de proteger la sociedad de amenazas externas y garantizar de esa forma su evolución natural. El problema para Éldaron era que, tras siglos y siglos de vigilancia, se había quedado solo en el planeta. Hacía ya más de un siglo que vio partir al último de sus compañeros Elduin hacia su tierra de origen. Las causas de este éxodo eran inexplicables para él. Hubo un tiempo en que varios centenares de los Elduin habitaban el planeta; sin embargo, algo hizo que empezaran a marcharse lentamente hace por lo menos dos milenios. Precisamente por esas fechas fue cuando Éldaron llegó a La Tierra.

¿Por qué abandonaban sus congéneres el planeta a su suerte? ¿Por qué arriesgarse a echar por tierra el trabajo de tantos milenios? Éldaron no encontraba la respuesta a estas preguntas. Sus compañeros no deberían haber sido tan imprudentes, la humanidad aún corría grandes peligros. Tendrían que ser conscientes de que un solo Elduin no puede hacer frente a cualquier amenaza que pudiera surgir. Ciertamente, los dos últimos siglos habían sido bastante tranquilos. Los Elduin no debían intervenir ante cualquier amenaza; la sociedad necesita enfrentarse a ellas para poder madurar. Su maestro se lo repitió varios cientos de veces durante los tres siglos y medio de aprendizaje en Roma. Después, él también partió, y Éldaron quedó a su propia merced. Recordaba cómo en su día encargarse de la vigilancia de buen parte del oeste del Mediterráneo le parecía demasiado para un solo Elduin. Qué hubiera dicho entonces si hubiera sabido que llegaría el día en que tendría a su cargo todo el planeta.

Absorto en sus pensamientos, Éldaron tardó en prestar atención a la luz verde que parpadeaba en su muñeca. Cuando lo hizo, su corazón eterno dio un vuelco, y por un instante quedó totalmente paralizado. Aquella luz llevaba varios milenios sin brillar. La luz verde solamente brillaba cuando la humanidad al completo corría el riesgo de desaparecer. Sin perder un instante más, Éldaron saltó de su silla y corrió escaleras abajo, llevándose por delante la bandeja de un corpulento hombre rubio que no dudó en insultarle en lengua germánica. Ya en la calle, continuó su carrera, encontrando nada sencilla la tarea por la enorme multitud que se agolpaba. Ceñido a la pared, intentaba adelantar puestos entre la maraña de gente, logrando sin embargo escaso éxito. Escuchó los gritos malhumorados de algunas señoras a las que les parecía una falta de respeto enorme lo que hacía aquel insolente joven. Diez minutos después, Éldaron había conseguido abandonar el gentío y subirse en su coche deportivo, aparcado en el subterráneo de un hipermercado. El tiempo podía ser clave en este tipo de situaciones; darse prisa era crucial para tener alguna oportunidad de salvar aún a la humanidad.

A doscientos por hora, a Éldaron no le preocupaban las multas. Se dirigía hacia el centro de operaciones que había instalado en un lugar oculto en la sierra de Madrid. Por suerte, el tráfico no era denso, resultando así menos dificultosa la tarea de esquivar los coches más lentos. Las montañas nevadas crecían en el horizonte a buen ritmo, mientras el motor rugía devorando kilómetro tras kilómetro. Cuando las autopista empezaba a adentrarse entre los primeros cerros, tomó un desvío, y lo que era autopista pasó a ser carretera regional, después camino de tierra, y por último, camino de parcelación. El deportivo no podía circular por lo que no eran más que dos rodadas irregulares de tractor, de modo que continuó a pie. Las vacas interrumpían durante un momento sus rumiantes quehaceres para verlo pasar a toda velocidad. Por fin, el camino terminó en un prado. Éldaron lo atravesó, saltó la linde de piedra con gran agilidad y continuó corriendo. Aún pudo saltar otras cuatro o cinco vallas antes de llegar al lugar que buscaba. Se trataba de un riachuelo que en aquel momento transportaba el agua del deshielo hacia tierras más bajas. Los densos fresnos rodeaban la rápida corriente, mientras que la hierba alta empapaba los bajos de los pantalones y calaba las zapatillas de Éldaron, que sin embargo debía continuar. Tras un cuarto de hora de incómodo camino, un antiguo molino abandonado surgió de entre el cada vez más denso bosque. Era un alivio comprobar que tras cientos de años de abandono, todavía no se había convertido en una urbanización.

El techo se hundía bajo las tejas pobladas de líquenes, y de las puertas tan solo quedaban los restos de unas tablas mohosas yaciendo en el suelo, junto a dos enormes bisagras oxidadas. El interior se hallaba invadido por la hiedra, y desde un agujero en el techo colgaban ramas de enredaderas que transportaban el agua de la lluvia al interior. La rueda del molino había desaparecido, y todo lo que quedaba era un agujero en el pavimento por el que se veía circular la estruendosa corriente. En una pared de la izquierda, una pintada de la falange daba testimonio de que la gente conocía, o había concido aquel lugar. Éldaron se arremangó el brazo derecho, dejando ver una muñequera que seguía emitiendo la luz verde parpadeante. Apretó en su superficie, y la luz dejó de parpadear mientras el suelo empezó a temblar. Un círculo perfecto se trazó en el pavimiento de piedra del molino, bajo la suciedad. Éldaron puso ambos pies dentro del círculo, y éste empezó a hundirse en el suelo lentamente.

La base de operaciones, pese a los años, mostraba el mismo aspecto de siempre. Se trataba de una habitación pequeña de techo bajo con paredes metálicas, sin decoración alguna. La habitación tenía forma de "d" mayúscula, siendo una de las paredes totalmente plana, y la otra curva. El techo emitía en toda su superficie una luz pálida, dando aspecto a la habitación de estar siendo iluminada por el sol. En el centro se encontraba una silla orientada hacia la pared plana. Éldaron se sentó en ella. Al hacerlo, la pared se iluminó. Se trataba del equivalente Elduin de una computadora. Mediante comandos de voz y moviendo los dedos sobre los brazos de la silla, Éldaron podía interactuar con ella para obtener los datos necesarios. En escasos minutos hubo terminado. Hundió la cara entre las manos en un gesto desesperado. La amenaza no podía ser evitada con los medios con los que él contaba. A decir verdad, ningún Elduin había tenido que hacer frente a una alerta verde en solitario. Su maestro le había explicado que ante una alerta verde, los Elduin realizaban acciones coordinadas para prevenir la amenaza. Pero ahora él estaba solo, y tenía muy claro que era demasiado tarde para actuar.

Se trataba de un meteorito gigantesco en ruta de colisión. Su velocidad y su masa eran enormes. Si hubiera sido previsto meses antes, se podría haber evitado la catástrofe, pero la detección había llegado demasiado tarde. Seguramente el asteroide no pertenecía a la enorme lista que manejaba la computadora. Quizá provenía de algún cinturón exterior. Perturbaciones gravitatorias lo empujarían hacia el sistema solar interior, convirtiéndolo en un objeto cuya trayectoria no se había estudiado. Por eso había sido detectado apenas veinte horas antes de su impacto. Muchas ideas rondaron por la cabeza de Éldaron mientras yacía en la silla mesándose los cabellos. Pensó en alertar a la población, pero ¿Quién iba a creerle? Y aunque lo hicieran ¿Qué iban a hacer para evitarlo? La sociedad moderna, aunque avanzada, no podía hacer frente a un asteroide de ese tamaño con tan poco tiempo de reacción. Su maestro hubiera estado orgulloso de lo que había avanzado la humanidad en este tiempo, y sin embargo, todo había sido en vano. El legado de los Elduin en aquel planeta estaba a pocas horas de desaparecer. Éldaron decidió que no era sensato quedarse en el planeta. Con paso vacilante, se dirigió hacia una de las paredes metálicas, abriéndose ésta al detectar su proximidad. Allí, oculta durante generaciones, seguía su nave espacial monoplaza de impulsión magnética. Tras milenios conviviendo entre humanos, para Éldaron resultaba maravilloso lo que los Elduin habían logrado construir incluso miles de años antes. Si tan solo hubieran podido vivir otros dos siglos, quizá los humanos hubieran desarrollado aquella tecnología también. Aquella lenteja metálica de casi diez metros abrió su puerta lateral, permitiéndole el paso. Al sentarse, el material sintético del asiento envolvió su cuerpo, proporcionándole la sujección que necesitaría durante el violento despegue. Por fuera, la nave parecía ser de plata maciza, sin embargo, desde el interior podía verse todo el hangar a través de las paredes. Un círculo se trazó justo delante de él en la pared del hangar, y progresivamente fue hundiéndose en la pared, convirtiéndose en un túnel cilíndrico. Pocos segundos después de poder ver la luz a través del túnel, Éldaron surcaba los cielos.

El azul del cielo fue haciéndose paulatinamente más oscuro, y pronto las estrellas brillaron sobre un fondo totalmente negro. El sistema de seguridad desligó a Éldaron de su asiento, y reinó la calma más absoluta. Tan sólo podía escucharse un ligero zumbido proveniente de los motores. En aquel silencio, nadie hubiera podido imaginar que la civilización estaba a punto de sucumbir. La nave no disponía de pantallas para el guiado, sino que sencillamente indicaba los objetivos en las propias paredes transparentes. En ese momento, una luz verde en la pared derecha señalaba el lugar del asteroide en el espacio. Éldaron indicó a la nave que se dirigiese en aquella dirección. Sin ningún plan alternativo, sencillamente pretendía observar de cerca al asesino que iba a arrancar de un plumazo la vida de tantas almas. La nave silenciosamente fue girándose y acelerando, hasta que el punto verde se situó justo frente a él.

Tras hora y media de camino, la nave comenzó a decelerar. El asteroide aún no era visible, pero no tardaría en aparecer. Silenciosamente, un punto de luz surgió dentro del punto verde, y con el mismo sigilo fue creciendo hasta adquirir forma. Se trataba de un insulso asteroide rocoso, de los que pasean por el espacio a cientos en órbitas estables. La distancia hacía que se asemejara a una piedra lanzada al aire por una mano imprudente. La nave continuó acercándose lentamente para obtener una imagen más clara de su superficie. Entonces, se percibió un sonido, y en la cara oscura del asteroide se dibujó un punto amarillo, idéntico al punto verde que indicase anteriormente la ubicación del asteroide.

¿Qué demonios? Éldaron no entendía nada. ¿Una fuente emisora de radio situada en un asteroide que se dirige a toda velocidad hacia la tierra? Tras comprobar su frecuencia, la señal resultó ser evidentemente humana. El contenido del mensaje eran números, seguramente coordenadas y datos referentes a distancias o a velocidad. Pero, ¿Qué podía significar aquello? ¿Los humanos conocían de la existencia de aquella roca enorme? ¿Cual era el propósito de aquel dispositivo? La respuesta no se haría esperar. Un sonido de alarma rompió el silencio en la nave. Varios puntos de color rojo se situaron en algún lugar hacia la izquierda. Éldaron trató de distinguir de qué se trataba, pero en la inmensa oscuridad no hubiera podido verlos ni aunque estuvieran veinte veces más cerca. Fueran lo que fuesen, provenían de La Tierra. Mediante un comando tactil, aquella parte de la pared de la nave se amplió cientos de veces ofreciendo una imagen cercana de los objetos. ¡Misiles nucleares! Sin tiempo para pensar, Éldaron aceleró la nave al máximo, quedando incrustado de mala manera en el asiento. Segundos después ocurrieron las primeras detonaciones. Una, dos, tres... Las explosiones sucedían en el silencio absoluto del espacio, pero pese a ser silenciosas, su poder era inmenso. Éldaron situó un filtro de luz en la dirección de las explosiones para no quedar ciego. Pero ¿Cuantos misiles estaban lanzando? Éldaron intentó contar los puntos rojos de la pared pero su número era demasiado grande. La computadora le mostró el resultado. Números en el lenguaje de los Elduin se dibujaron en rojo sobre los puntos. Crecían continuamente, pero ya eran más de doscientos. Sin duda, una iniciativa coordinada a nivel mundial entre todos los países.

Las explosiones sucedían a varios cientos de metros del asteroide, tratando de evitar fragmentarlo. La puntería humana sorprendió a Éldaron. Algunos misiles explotaron demasiado lejos y algunos otros demasiado cerca, pero la mayoría detonaban a la distancia adecuada. Pedazos enormes de roca se separaron del asteroide, que sin embargo continuaba su marcha inmutable. Pero las explosiones no cesaban, y aún quedaban muchos misiles por llegar. Éldaron solicitó datos de trayectorias y velocidades a la nave. Las explosiones estaban dando resultado. La fragmentación y las ondas expansivas habían cambiado ligeramente la velocidad de caída del asteroide, alterando el curso de su marcha. Media hora después, no quedaban misiles por explotar, pero ya no eran necesarios. El asteroide había sido desviado en grado suficiente. Algunos de los fragmentos más grandes pasarían cerca de la tierra, seguramente proporcionando un espectáculo de luces a sus habitantes, pero el fragmento más grande, de varios kilómetros, pasaría bastante lejos del planeta, seguramente para acabar haciendo otro cráter en La Luna.

La calma y la oscuridad volvieron a reinar. Éldaron orientó la nave hacia La Tierra y amplió su imagen. Europa estaba en ese momento entrando en la sombra, y las luces de las ciudades rompían el continuo de oscuridad. Durante un rato, se sumió en sus pensamientos observando esta imagen, de la misma forma en que contemplase la gente unas horas antes en la céntrica cafetería madrileña. Sus reflexiones lo llevaron por el tiempo y el espacio. Recordó sus andanzas en Roma, milenios atrás, y cómo había emigrado a oriente durante la edad media. Recordó las lecciones de su maestro sobre los Elduin, sobre su raza, sobre la misión. Los humanos habían vivido durante miles de años, generación tras generación, bajo el amparo de los Elduin, quienes evitaban el derrumbe de la sociedad y promovían el desarrollo científico y tecnológico. Durante algunas épocas, la sociedad parecía sumirse en la sombra, sólo para resurgir a continuación un brillo mucho mayor. El ser humano había desarrollado un potentísimo armamento con el que exterminar a otros humanos. Pero fuera de esas chiquilladas, ¿No era como para orgullecerse el pensar en millones de personas preocupadas por el cambio climático? ¿Por el hambre? ¿Por la pobreza? Semejante preocupación social había sido el fruto de una larguísima evolución que a poco estaba de culminar. Infinidad de cambios sociales habían conducído al hombre a su estado actual. La ética de la sociedad estaba a pocos pasos de alcanzar la madurez que necesita para enfrentarse a la conquista del espacio. Éldaron observaba La Tierra como un padre observaría a su hijo adolescente cuando le presenta a su primera novia. Y en ese momento, todo fue se hizo claro para él.

En el amanecer de los días, sin los Elduin, los humanos hubieran podido perder el norte y llegar a un callejón sin salida. Pero más adelante, cuando las ciudades comenzaron a proliferar, cuando se domesticó el ganado, cuando los cultivos extensivos empezaron a estar a la orden del día... ¿Cual era la verdadera misión de los Elduin? Tan solo estaban ahí por si llegase el momento en que debieran evitar una gran catástrofe. Es por eso que paulatinamente la presencia de los Elduin en La Tierra se hizo más y más innecesaria, haciendo que éstos volvieran a su lugar de origen con la sensación del deber cumplido. Éldaron, haciendo de padre sobreprotector, permaneció en La Tierra sólo para ver cómo la humanidad se protegía a si misma mejor de lo que lo pudiera haber hecho él. Fue entonces evidente para él también, que los Elduin ya no eran necesarios en La Tierra. Entonces, salió de su ensimismamiento y programó su nave para un largo viaje hacia su tierra de origen. Más de dos mil años habían transcurrido; seguramente la encontraría bastante cambiada. La nave entonces orientó la parte frontal hacia lo que los humanos llaman constelación de Orión, y Éldaron quedó sumido en un profundo sueño.

Y así es como el último de los Elduin abandonó La Tierra a su suerte. En su mente, la expectativa de un futuro reencuentro de civilizaciones. Quién sabe, ¿Quizá dentro de dos siglos? ¿De tres siglos? En cualquier caso, a los Elduin ya sólo les resta esperar.

Faerindel

Relato nº17


MI PRIMERA BATALLA


La mañana era fría, sentía el aire cortante entrar por los huecos de mi armadura, esa armadura que me deslumbro el día que mi padre en mi 16 cumpleaños me regalo, esa armadura que ahora me pesaba como si llevara un losa encima .Aquel aire gélido se unía en mi rostro con el sudor que lentamente recorría mi frente y un extraño escalofrió recorría mi cuerpo, por suerte el robusto casco impedía ver mi rostro a mis hombres.
Había estando esperando aquel momento durante años, incluso soñaba con ello, pero nunca me había imaginado que llegada la hora mi cuerpo reaccionaría de esta manera, por momentos parecía que perdiera el control de él, mis manos temblorosas, mis piernas parecían las de un anciano que ya no puede soportar su propio peso, esperaba que mi pesada armadura pudiera disimular  las reacciones de mi cuerpo.
Me giré un instante hacia detrás, intentando disimular, allí estaban mis hombres, por primera vez desde que habíamos formado pude verlos, estaban  en posición de descanso manteniendo la formación, aún así tenían los cuerpos rígidos, tensos.
Los últimos meses nos habíamos estando preparando juntos, habíamos comido, dormido, reído y compartido cada momento del día en el campamento de la montaña , aquellos 30 hombres y yo nos sentíamos como una sola persona , como un pelotón, que era para lo que nos habían preparado.
Pude observar a través de sus ojos que la sensación que me estaba embargando a mi también la veía en ellos, éramos todos  novatos, nadie había participado en ninguna batalla, en principio yo no tenía que llevarlos a la batalla, pero el sargento al mando de nuestro pelotón tuvo la noche anterior un desgraciado accidente con su caballo y se había fracturado varias costillas y una pierna, por lo que el soldado de mayor graduación, que era yo, se tuvo que hacer cargo del pelotón. Pensé en decirles algo, pero al intentar hablar sentí como si una ola de arena recorriera mi boca y era incapaz de articular palabra, intente tragar saliva, pero fue peor solución por que aquella sensación de sequedad hizo que me atragantara, empecé a toser y rápidamente volvía girar la cabeza a mi posición original,

Estaba recuperando el aliento cuando sentí un golpe en mi espalda, me volví y allí estaba el capitán de la compañía.

-¿Cómo va  eso alférez?-me pregunto
-Bien mi capitán.
-Relájate, lo harás muy bien y tus hombres también, confían en ti.
-Si señor-respondí, intentando mantener la voz firme.
-Si pensáramos que no lo ibas a hacer bien, no te habríamos puesto al frente del pelotón,
- Si señor,
Volvió a golpearme el hombro y empezó a alejarse hacia su posición.

Volvía tragar saliva, pero esta vez no tuve ningún problema, respire profundamente y el aire que hacía un momento me parecía gélido lo sentí como un elixir revitalizante, aquellas palabras del capitán me habían relajado, aquellas sensaciones en mi extremidades poco a poco fueron desapareciendo, el sudor se seco  y por un momento sentí que yo solo podría con todo el ejercito enemigo.
Con aquella confianza, me volví hacía mis hombres de nuevo, inmediatamente note los ojos de aquellos hombres mirándome fijamente, repase todos los rostros de la primera fila e intente esbozar una sonrisa, con la esperanza que la pudieran vislumbrar bajo mi casco, y juraría que la vieron, por que pude comprobar que la expresión de sus ojos cambiaba y  lo poco que podía observar bajos sus casco, vi que sus rostros se relajaban.

Ahora estaba seguro que estábamos preparados para la batalla.

Mire al horizonte, al campo de batalla, la niebla que cubría todo el campo se había convertido en una suave neblina al transcurrir de las horas, a lo lejos pude vislumbrar los estandartes del enemigo y bajo ellos al ejercito invasor, los temibles guerreros del norte que habían estado arrasando los territorios vecinos y al fin habían llegado a nuestro reino.
Observe a nuestra tropas, como éramos los más jóvenes, nos habían situado en el flanco izquierdo, delante teníamos a las tropas de elite, por lo que no seríamos carne de cañón.
Al frente de todo nuestro ejército estaba la infantería, y justo detrás teníamos a los caballeros, con aquellos impresionantes corceles con sus armaduras, cuando pasamos aquella mañana a su lado para situarnos nos habían parecido gigantes.
Aquellos bárbaros no podrían con nuestro ejercito, éramos más y mejor preparados.
Escuchaba al general arengando a las tropas, andaba con su caballo pasando entre las filas, por donde pasaba los soldados gritaban y alababan a nuestro rey y a nuestro reino,
Hasta que llego a nuestra zona, paso delante de la tropa de elite pero su voz robusta y profunda se podía oír claramente, alzando su espada, gritaba sobre la cobardía y barbarie de nuestros enemigos y que no iban a poder con nosotros que no dejaríamos que llegaran a nuestros pueblos a nuestras casas, a nuestra mujeres y niños, ensalzo nuestro valor y nuestra historia.
Todos gritamos enaltecidos, nos sentíamos fuertes, nos sentíamos poderosos.
Con la espada alzada se dirigió hacia el centro del ejército y se puso delante, una vez más grito:
-Por nuestro rey y nuestro reino, a por ellos.

Diciendo la última frase toda la infantería, que estaba situada en primera línea, salio corriendo en busca del enemigo, los vi alejarse cada vez más, alce la vista y vi que el ejercito enemigo también habían salido. Cada vez estaban más cerca, cada vez los gritos eran más débiles, por fin ambos ejércitos coincidieron en su carrera, el sonido metálico del choque del metal de las espadas ahogo los gritos, en pocos segundos aquel valle verde, tranquilo y en silencio, empezó a teñirse de rojo, de alaridos de dolor.
Pasaron minuto, que se estaban haciendo eternos, cuando observe que la caballería de ejercito enemigo enfilaba la colina hacia el valle, nuestro general grito y la caballería situada detrás salio a galope pasando entre los amplios pasillos de nuestro ejercito .Se volvió a repetir la escena  ,esta vez la velocidad fue mayor , el centro del valle era una locura , la infantería de ambos bandos empezó a retirarse , los caballeros luchaban furiosamente , y poco a poco iban quedando menos, cuando los caballeros enemigos quedaron en minoría ,iniciaron la retirada.
Nuestro ejercito grito y vitoreo, el general dio una nueva orden, mi capitán  se volvió hacia nosotros y nos grito:
-A por ellos, no dejéis ni uno vivo,
Esa era la señal, salimos los 6 pelotones .Delante de nosotros iban las tropas de elite, empezamos a correr hacia el campo de batalla, parecía mentira que hacía solo unas horas aquella armadura me pareciera pesada, corríamos veloces al encuentro del enemigo, por un segundo gire mi cabeza para ver a  mis hombres:
-vamos chicos, a ver quien mata a más- les dije totalmente emocionado por el momento.
Estábamos casi en el centro del valle, habían cuerpos esparcidos por la hierba,  sangre, caballos tirados, relinchando de dolor. Escuche un zumbido, como de una abeja, pero más fuerte como un auténtico enjambre,
-Cubríos- grito alguien
Alce la vista y descubrí de donde venía aquel sonido, una nuble de flechas se cernía sobre nosotros, solo ladee un segundo la cabeza para avisar a mis hombres.
Las piernas me fallaron, de repente me vi arrodillado en el suelo, seguro había tropezado con algún cuerpo, mis hombres continuaron su carrera ya me habían sobrepasado todos, así que decidí levantarme y seguirlos. Apoyé mi espada en el suelo e intente incorporarme cuando  note un pinchazo en mi pecho, me faltaba el aire, por inercia solté el escudo y alargue la mano para mitigar el dolor en el pecho, baje la mirada y la vi.
Tenía una flecha clavada en el pecho, a pesar de mi coraza, me había traspasado y salía por la espalda, levante la palma de mi mano y estaba teñida de rojo, era sangre, mi sangre. Me ahogaba, intente con las pocas fuerzas que me quedaban, quitarme la coraza, pero con la flecha allí, me resulto imposible, me faltaba el aire, conseguí quitarme el casco, respire profundamente. El aire fresco y gélido de la mañana se había convertido en un aire viciado, con olor a muerte, aún así inspire y aquello me produjo un gran dolor, sentía como si mis pulmones quisieran salir de dentro de mí.

De repente ya no escuchaba nada,  había dejado de oír los alaridos, las espadas, los gritos, los relinchos de los caballos moribundos.
 
Todo se había vuelto silencio, mi cuerpo se derrumbo sobre la hierba, sentí dentro de mi aquella condenada flecha quemándome, me tumbe mirando al cielo, la punta de la flecha volvió a introducirse dentro de mi, quise gritar de dolor y mi voz se ahogo en sangre, una lagrima recorrió mi mejilla. Mire al cielo, era azul, un azul claro y  suave, y por un momento me sentí bien, relajado, vi un águila surcar aquel maravilloso cielo, suspire, cerré los ojos y se hizo la oscuridad.

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