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La saga de los Avatares - Ascensión

Iniciado por Psyro, 06 de Mayo de 2009, 20:25

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Psyro

Pues nada, que me he animado a colgar mi novela a cosa de dos capítulos por semana. Estoy intentando publicarla, así que ya avisaré de cualquier novedad.

Obviamente...

Esta obra está bajo una licencia Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 de Creative Commons. Para ver una copia de esta licencia, visite http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/3.0/ o envie una carta a Creative Commons, 559 Nathan Abbott Way, Stanford, California 94305, USA.

Aparte, ya ha sido registrada como toca en el RPI.

...así que la cuelgo aquí en exclusividad. Hale, voy a ello.

Ah, aviso, los capítulos van en plan Canción de Hielo y Fuego o El círculo de Fuego (que es de dónde saqué la idea, irónicamente). Es decir, cada uno, salvo el prólogo, está desde los ojos de una persona distinta.

INDICE

Prólogo
Filion
Garret
Ailen
Sartash
Demian
Ailen
Filion
Hans
Garret
Demian
Ailen
Hans
Sartash

Sorry but you are not allowed to view spoiler contents.

Liga ociosa de supervillanos matagatitos.

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Psyro

Prólogo


La luz apenas lograba atravesar las frondosas copas de los árboles que formaban el bosque de Akneth. Aquel era sin duda un lugar único, donde el pasado y el presente se unían para hacerse uno, donde las leyendas parecían cobrar vida. Y por mucho que eruditos y estudiosos de todas las clases rieran ante tales afirmaciones, Akneth se alzaba, desafiante, como devolviendo la carcajada. Sin duda, la leyenda negra de este antiguo rincón había crecido en gran medida gracias al pueblo, pues pocas cosas son más agradecidas en una taberna que un viajero con una buena historia y monedas que gastar en cerveza.

Sin embargo, la fama del bosque no se debía sólo a la difusión de estos cuentos. Era innegable la sensación de que los árboles albergaban algo más que pájaros y lobos, algo tan oscuro que hacía que los caballos se sintieran poco dispuestos a atravesar la foresta. Aunque hacía siglos que las caravanas de comerciantes no cruzaban por allí, no pocos los viajeros que, desoyendo al sentido común, se habían perdido en el intrincado laberinto de ramas por intentarlo. Incluso los abrathianos provenientes del sur, cuya larga tradición como mercaderes les había dado fama de ser capaces de vender "hasta agua al mar", según rezaba un refrán athoriano, preferían rodearlo.

Con todo, Érica había decidido que prefería cruzar sin los caballos antes que perder el tiempo trazando círculos. Y cuando la joven decidía algo, poco podían hacer sus compañeros.

Pero por fortuna para ellos, contaban con la extraordinaria vista de Filion, característica de los de su raza. Los tharen de Isdar no se diferenciaban demasiado del resto de los hombres. Aunque algo menos robustos que sus congéneres de ciudad, el haberse habituado a una vida en los bosques les había dotado de mayor agilidad y unos ojos tan hábiles que resultaba difícil escapar de su alcance. Con todo, el único rasgo físico que permitía distinguirles con efectividad eran sus orejas, un tanto puntiagudas en el extremo superior.

Filion caminaba despacio, buscando el trayecto más corto hacia la salida. En otras circunstancias, la marcha le supondría mucho menos tiempo y esfuerzo; después de todo, los suyos habitaban Isdar, el mayor bosque del mundo, desde que el mundo era joven. Sin embargo, ahora avanzaba con más cuidado del habitual. Un solo descuido podía suponer el riesgo de perder de vista a alguno de sus compañeros. Y además, Akneth no se parecía en nada al bosque blanco que le vio nacer.
Por detrás de él caminaba Érica, aferrando su espada con una serenidad sorprendente para sus diecinueve años. Y tras ella, su hermana pequeña, Deidri. Pese a la diferencia de edad, las dos muchachas guardaban un gran parecido. Ambas tenían el pelo rubio, como toda su familia paterna, y los delicados rasgos de su madre. Solo que ellas no lo sabían, salvo por los comentarios que habían ido oyendo en boca de viejos amigos de sus progenitores. Sólo un puñado de personas, entre las que se encontraron las hermanas y su nodriza, lograron salvarse del devastador incendio que asoló el castillo que las vio nacer, cuando la menor no tenía ni un año cumplido.

Desde entonces vivían a cargo de su tío, quien las acogió sin dudar al recibir la noticia de la muerte de su hermano. Puesto que no tenía vástagos propios pese a haber contraído matrimonio en más de una ocasión, pronto pasaron a serle tan queridas como si fueran suyas. Habían recibido la educación que se esperaba de dos jóvenes nobles de su clase: nada menos que las herederas de Lord Barthor, "Soberano de la provincia de Darnia en nombre de su majestad, Wilhem II de Athoria", tal y como rezaba su título. Con la salvedad de que Érica pasó más horas de su infancia con una espada en la mano que con una aguja.
Es como su padre -solían decir todos-. Igual de valiente y testaruda.
Hasta tenía sus mismos ojos verdosos. Los de la pequeña, de un marrón casi cobrizo, guardaban más semejanza a los maternos. Y, como si aquello fuese un reflejo del carácter de las muchachas, también poseía el aura de encantadora inocencia que no abandonó a su progenitora ni en la adultez.

Cerrando la comitiva iba Sartash, el clérigo que se encargó de buena parte de su educación en el castillo igual que hiciera años atrás con lord Barthor, por mucho que le pesara tanto al maestro como a la mayor de las pupilas. La única razón que empujaba a Erica a soportarlo era su deplorable costumbre de llevar la razón en todo, y la inexplicable confianza que su tío depositaba en él.

Y la única razón que le obligaba a él a soportar a la joven era una promesa formulada una tormentosa noche de invierno, en la que tenía más cerveza que sangre corriéndole por las venas. El tío de las muchachas había sido pupilo suyo largos años atrás, y aunque Sartash dejó la profesión de docente cuando las chicas crecieron, a menudo solía llamar a su viejo maestro para pedirle consejo. No obstante, sabía que la única forma de convencerle para guiar a sus sobrinas en el viaje era emborrachándole, pese a que el anciano tuviese, en teoría, la obligación de obedecer al amo del castillo. Cuando el clérigo despertó a la mañana siguiente, felicitó a su señor y amigo por haberle engañado. Después le golpeó las piernas con su bastón "por no respetar las canas".

Y ni la oposición de la joven heredera ni su intentona de salir del castillo antes de lo previsto para que el anciano no las siguiera sirvieron de algo. Cuando ya creía haberse librado de él, apareció en el camino con una sonrisa triunfal y un brillo en los ojos que parecía decir "Fastídiate ogro, sabía que lo ibas a intentar". A ella la sacó de quicio. Podía haberse quedado en la cama. Se hubiese evitado acompañarlas, que era lo último que le apetecía en el mundo, y hubiese tenido una excusa perfecta para ello. Pero decidió que fastidiarla era mucho más divertido.

A ella y a todo el mundo. Hasta se reía de los otros clérigos, llevando esa túnica negra que no se quitaba salvo para lavarla. El blanco, el marrón y el rojo eran los colores que siempre habían caracterizado a los miembros de la Orden, al menos en Athoria. A él, si no fuera por el medallón que le colgaba del cuello, cualquiera podía tomarle por un bibliotecario.

Filion se detuvo. Ahora se encontraban frente a un pequeño lago. Tras más de un día de estancia en el bosque, los árboles parecían por fin desaparecer a su alrededor, permitiendo que el sol iluminara el paisaje. Todos tuvieron que apartar la vista o protegerse los ojos con la mano, acostumbrados como estaban ya a la oscuridad de Akneth.

-Qué extraño. Según mis cálculos, el bosque debería continuar dos kilómetros al sur. Pero ya no hay más árboles.
-Claro, orejas picudas -le llamó Sartash-. Fíjate bien.

El tharen dirigió su mirada hacia el horizonte. La luz le daba de cara, aunque no era un problema para los tharen, acostumbrados a la luz del bosque de Isdar. Consiguió vislumbrar los altos muros de la ciudad, que se erguían a pocos kilómetros de distancia. Una enorme explanada carente de vegetación era lo único que les separaba de su destino. Eso y el diminuto acuífero, bordeado por decenas de tocones de madera.

-Lo han talado -pronunció, apretando el puño-. ¿Para qué pueden querer...?

Por cada tronco dañado, un hueso roto. Esas palabras constituían el único cartel de bienvenida del reino de los tharen en Isdar, y resumían a la perfección la opinión sus habitantes acerca de los leñadores.

-Filion -le llamó Érica, mientras apoyaba su mano en el hombro del interpelado-. No tenemos tiempo. Pronto se pondrá el sol y debemos llegar a la ciudad antes de que eso ocurra.
-La muñeca rubia tiene razón. Con lamentos y maldiciones no vas a conseguir nada, orejas picudas, así que puedes quedarte aquí plantando hierbajos o seguirnos -proclamó el clérigo, mientras se dirigía hacia las murallas, cojeando como siempre.
Érica dirigió a su amigo una mirada de soslayo y corrió tras Sartash, mientras el tharen meditaba, cabizbajo.

Entonces notó cómo una mano agarraba la suya. Filion se giró para contemplar a Deidri. La joven le dedicó una sonrisa y empezó a andar, llevando a su compañero consigo sin permitirle siquiera una protesta. En el fondo, tenía el mismo don que su hermana para hacerse obedecer, aunque era algo más instintivo. La pequeña poseía una dulzura natural que no podía compararse al genio de la mayor.

-"Mejor" -se dijo Filion. No quería imaginarse a Deidri enfadada.

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Psyro

Filion


Los muros de Akneth, diseñados por los mejores arquitectos de su tiempo, se alzaban majestuosos, como retando al cielo. Su estructura era sólida y, pese al paso de los siglos, parecía en perfecto estado. No en vano, la ciudad se vanagloriaba de no haber sido tomada nunca. La enorme puerta de entrada, ante la que se encontraban brillaba bajo el cielo azulado, con los estandartes rojos mostrando unos lobos que parecían abalanzarse sobre ellos al ondear al viento. Deidri atravesó el umbral con aire alegre. Podían verse ya las concurridas calles, abarrotadas de vendedores e ilusionistas. Parecía que la ciudad entera estaba celebrando algo.

-Lo había olvidado por completo -se lamentó Érica-. Son las fiestas de primavera. Nos va a ser difícil encontrar un sitio donde... ¡Deidri, ven aquí!

La muchacha obedeció. Se había dejado seducir por ese aire festivo y estaba a punto de adentrarse aún más entre la multitud.

-Perdona Eri. Sólo quería verlo todo más de cerca
-Está bien, pero no te alejes de nosotros.

El grupo avanzó entre la agobiante multitud. Montones de personas se abalanzaban sobre la hilera de puestos donde los comerciantes vendían sus productos, por lo general a un precio desorbitado. La alegre música de los artistas callejeros sonaba por toda la ciudad. Resultaba imposible que alguien estuviera pasando un mal rato en esa situación. Y sin embargo...

Filion sabía que aquellos sonidos se clavaban en la mente de Sartash como si fuesen aguijones. El clérigo no acababa de comprender cual era la emoción que podía suscitar un tipo con la cara pintada haciendo el ridículo, tal y como le había expresado al menos un centenar de veces. Según él, ilusionistas al menos tenían algo de mérito pero... ¿esos bufones cantarines?

-Deberíamos ir buscando un sitio donde pasar la noche -sugirió, si bien empleó un tono que se asemejaba más a una orden.
-¿Con todo este lío aquí montado? -murmuró Filion -Va a ser difícil.
-Perdone -dijo Érica, dirigiéndose al encargado de uno de los puestos-. ¿Sabe de algún lugar donde pasar la noche?
-Mtrifsca voyan dem nitiebscy -contestó este, tendiéndole un puñado de pulseras de cuero-. Quirien deft

El clérigo trató de contener la risa mientras el mercader abrathiano los miraba sin comprender. Ella los ignoró, y le repitió la misma pregunta a un segundo vendedor con aspecto más local.

-Claro preciosa. Tú puedes pasar la noche conmigo si quieres.

Ahora sí, Sartash tuvo que hacer un enorme esfuerzo para no prorrumpir en carcajadas. Filion tuvo que sujetarla con fuerza para evitar que la muchacha le atizara un puñetazo en la nariz. Lo que el tharen no sabía era si pensaba darle al vendedor o al clérigo.
Indignada, se alejó de allí con las risas sonando aún en su cabeza. Sin embargo, pronto se detuvo. Apenas había dado media decena de pasos cuando percibió que la multitud se encontraba rodeando a dos hombres. Filion se acercó también a curiosear, aunque no necesitó aproximarse demasiado para contemplar la escena.
El primero de ellos parecía un guardia. Su rostro era hermoso, pero tenía una expresión de superioridad que le hacía parecer repulsivo. Era alto y ancho de hombros, y vestía una espectacular armadura sobre el uniforme rojo de los soldados de Akneth con el escudo de la ciudad, una cabeza de lobo, grabado en el pecho. Esgrimía además una espada adornada con joyas en la empuñadura. Era, a todas luces, un equipo bastante caro, sobre todo en comparación al de su oponente. Debía de ser capitán de la Compañía Roja como mínimo.

El "hombre" que tenía enfrente, pues no debía de ser mucho más mayor que Deidri, vestía ropas modestas y manchadas de hulla y ceniza. Tenía el pelo oscuro, lo que contrastaba con sus ojos, de un color verde claro. Lo más seguro es que fuera herrero. Aún así, aquellos brazos parecían habituados a trabajos mucho más ligeros que los de la forja. Su "arma", pues casi era una broma al lado de la de su rival, temblaba en el brazo de su portador. Filion pensó que aquel acero mal templado debía de estar a punto de salir huyendo de allí, y era probable que los demás presentes opinaran igual.

Pero los demás presentes no tenían la vista de un tharen. Se fijó en sus ojos, al principio con curiosidad. El color era bastante similar al tono de los de Erica. Luego notó en ellos una chispa que no supo describir. ¿De verdad estaba tan nervioso como les hacía creer?

-¡Muchacho! -gritó el guardia-. No veo necesidad de teñir el suelo de sangre. Si lo que quieres es morir, inscríbete en el torneo de mañana y deja a esta buena gente seguir con sus compras
-¡Retira lo que has dicho!
-Hijo... -La mano de un hombre que acababa de salir de entre la multitud, quizá su padre, se posó en su hombro-. No es importante, por favor, vayámonos -dijo, con un brillo de tristeza en sus ojos.
-¿Vas...? ¿Vas a permitir que nos insulte?

Érica estaba tan concentrada en la contienda que no se dio cuenta de que sus compañeros se hallaban ya detrás de ella. Siempre le había interesado más esgrimir una espada que oír cuentos en los que eran otros quienes luchaban. Filion sonrió para sí al reparar en el interés que ponía la muchacha en aquella discusión. En parte, era bastante responsable de su gusto por el acero. Después de todo, fue su primer rival.

-Maldito crío, haz caso a tu padre
-Lo haré si pides disculpas.
-Se acabó. No sé quien te has creído que eres, pero esto no va a quedar así.

La multitud observaba horrorizada cómo el caballero cargaba contra el joven. Sólo unos pocos, que por su equipo adornado con el rojo de Akneth prometían no ser demasiado imparciales, animaban a los luchadores. Pero en contra de todo pronóstico, el muchacho esquivó el golpe. Apenas tardó unos segundos en reincorporarse y atacar al soldado. Este, sorprendido, a duras penas logró interponer su acero en el camino del de su rival.

Filion comprendió. No eran nervios lo que muchos creyeron adivinar en el temblor de su mano: era rabia. El chico sabía lo que hacía.
Ahora sí, la multitud prorrumpió en vítores. Lo que en principio parecía una lucha desigual estaba resultando ser mucho más entretenida. Solo el anciano padre del muchacho parecía estar pasándolo mal.

Una nueva embestida del caballero, ahora furioso, obligó al joven a hacerse a un lado con rapidez. La ferocidad del ataque fue tal que el guerrero no tuvo tiempo de frenarse. Algunos espectadores se apartaron entre gritos. Después se oyó un golpe seco, y la espada terminó clavándose en una de las vigas de madera que sujetaban la caseta de un mercader de Abrath.

-¡Acaba con él!
-¡Vamos chico, ya es tuyo!

El gentío aullaba y pateaba eufórico, mientras el fornido guerrero hacía acopio de toda su fuerza para desincrustar su arma con el mercader balbuceando a su alrededor una incomprensible mezcla de idiomas. No obstante, el muchacho no movió un solo músculo. Solo cuando su rival logró recuperar su espada, atacó. Algunos aplaudieron este acto. Otros estaban convencidos de que, o bien era imbécil, o bien quería morir ahí mismo.

-¡Vaya, este chico es un héroe! -bramó Sartash-. Igual de idiota perdido que todos los héroes, al menos.

El espectáculo continuó, con varias acometidas más por parte de los rivales. Ambos estaban ya exhaustos, si bien el cansancio era más acuciante en el joven. Puede que tuviera madera de espadachín, pero no llegaba ni de lejos a la experiencia de su rival. Y si había logrado a aguantar el desequilibrio de fuerzas era sólo porque su tamaño y la falta de armadura le daban una agilidad que el soldado no poseía. Con el tiempo, sin embargo, sus movimientos fueron volviéndose más torpes. Ante la última embestida del guerrero se vio obligado a retroceder, acercándose más al impaciente público.

Filion percibió un movimiento a espaldas del muchacho. Momentos después, dos enormes brazos se cernieron sobre el agotado herrero, sujetándolo con fuerza. El apresado intentaba liberarse, pero sus esfuerzos resultaron en vano. El tharen buscó con la mirada al culpable de la treta. No se sorprendió demasiado al descubrir a uno de los compañeros del soldado.

-Te pedí que abandonaras, niñato.
-¿Necesitas que te echen una mano para librarte de un niñato?
-Insolente...

Una mueca burlona afloró en el rostro del guerrero. La multitud abucheaba. Al menos, casi toda la multitud. Algunos hasta se atrevieron a arrojarle un par de pedradas, que rebotaron en la armadura sin demasiadas consecuencias. Pero nadie se mostró dispuesto a ayudar al joven.

-Voy a echarle una mano -anunció Erica.
-Y un huevo, tú te quedas aquí -la contradijo Sartash, agarrándola por el brazo antes de que llegara a desenvainar.
-¡Le va a matar! ¿Es que eres tan...?
-¿Tan qué? ¿Sensato? Perdona por no querer pelearme con toda la maldita guardia de la ciudad.
-No estamos solos.
-Lo estaremos cuando haya que buscar responsables. Y recuerda de quién eres sobrina. ¿No eras tú la del "paso de que nos escolten treinta caballeros, viajaremos de incógnito"? Pues quédate quieta y no llames la atención.
El soldado alzó la espada...
-Lo siento, pero no puedo dejarlo así -pronunció una voz femenina.

...el acero silbó al cortar el aire...

-¡No! ¡Quieta! -exclamó Filion, tratando de detenerla.

...y detuvo la estocada en el último momento. Alguien, una jovencita de cabellos rubios, había saltado desde la muchedumbre, interponiéndose entre ambos contrincantes. No llevaba arma alguna. Si el guardia no la hubiese visto a tiempo, le habría partido la cabeza en dos.

-¡Deidri! -gritó su hermana, sin creer lo que estaba viendo.

El tharen maldijo en silencio. Estaba tan centrado en la batalla que casi no tuvo tiempo de reaccionar. Para cuando se dio cuenta de que la muchacha se disponía a saltar al círculo, era tarde.

-Agarro a una, y se me escapa la otra, iros al cuerno -murmuró Sartash.
-No pueden hacerla daño -dijo Filion, tratando de calmar a Erica.
-Pero me temo que nuestro plan de pasar desapercibidos se ha ido al traste -insistió el clérigo.
-Pequeña, apártate -ordenó el soldado con un tono casi infantil-. No me importa acabar con la vida de ese insolente, pero si me viera obligado a matarte, mi pesar sería profundo.
-No voy a permitir que le toques -replicó la muchacha, sin perder la sonrisa.
-¡Hoy debe de ser el día de las causas perdidas y las muertes innecesarias y no me han informado! ¡Te doy una ultima oportunidad, niña! -exclamó. La muchacha no se inmutó. Tras unos segundos de espera, el guerrero estalló en cólera.- Como gustes.

La espada se dirigió contra el delicado cuello de la joven. La muchedumbre ahogó un grito, esperando ver el suelo teñido de sangre de un momento a otro. Pero eso jamás ocurrió. Antes de que el acero impactara contra su objetivo, el arma se tiñó de un color rojo vivo. Su portador tuvo que arrojarla al suelo con rapidez, entre gritos de dolor. Por el humo que brotaba, el puño de su espada parecía haberle abrasado la mano.

Pocos entendían lo que acababa de ocurrir. La joven ni siquiera se había movido. No había hecho nada por parar el golpe, al menos en apariencia. Y aun así, estaba ilesa.
Un segundo soldado saltó junto a su compañero. Por un momento, todos se olvidaron del herrero, que cayó al suelo agotado.

La muchacha dio un paso hacia delante, entre los gritos de los asombrados espectadores: sus manos estaban envueltas en llamas, pero no parecía dolorida ni asustada. Entonces todos lo comprendieron, y algunos comenzaron a correr sin esperar a la resolución del enfrentamiento.

-¡Es un avatar!
-¡Una enviada de los dioses!

El guerrero, aunque desalentado, se abalanzó sobre la muchacha. Deidri no se movió hasta que tuvo a su agresor lo bastante cerca. Entonces, una  columna de fuego brotó de sus manos para golpearle, arrojándole al suelo. Aún así, Filion estaba seguro de que la chica no tenía intención de herirle. Más que las llamas en sí, había empleado como arma el calor. La elegante armadura se había convertido en poco más que una bonita cacerola al contacto del fuego, y su portador sintió como si estuvieran cocinándole vivo. Entre lastimosos gemidos de dolor, lo que parecía ser una segunda arremetida se convirtió en un desesperado intento por zafarse de su defensa. Algunas risas se hicieron audibles cuando su piel afloró, toda roja y sudorosa y aumentaron de volumen ante la improvisada retirada de los soldados, en especial del que había quedado en ropa interior.

Una parte de la multitud estalló en aplausos y ovaciones. Otros huyeron asustados a ejemplo de los guardias, recordando las historias antiguas. Lo que era seguro, es que el plan de pasar desapercibidos se había ido al traste.

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Superjorge

el prólogo no cuenta como capítulo, quiero otro ><
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Khram Cuervo Errante


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Psyro

se agradecen los comentarios, pero no voy a poenr demasiados capitulos a la semana porque así es difícil ponerse a leer un tochaco de tropecientas páginas

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hyspano

Hola, quería preguntar por la ración de 2 capitulos de esta semana, que viendo que se acaba la semana y no se sabe nada, me he decidido a preguntar.

Sólo es curiosidad. Qué me va gustando y quería seguir leyendo la historia, si se va a seguir colgando; sino pues una pena, pero estás en tu derecho Psyro.

Saludos, Hyspano

master ageof

También yo leí esta parte.
Ya sabes que me encanta esta saga. Es genial que la continuaras y que ahora la vuelvas a postear.

Empecemos con los nombres. Creo que ya te lo dije antes, eres un hasha con los nombres. Son todos tan buenos, tan sonoros, tan identificativos.

En el terreno de corrección lingüística, reitero que está muy bien, aunque he encontrado un laísmo:
Citar-No pueden hacerla daño -dijo Filion, tratando de calmar a Erica.
Aquellos pueblos que olvidan su historia... golpe de remo

Psyro

Hombre master, gracias por señalarme los fallitos esos que está bien corregirlos. Lo habré leído como 2000 veces y siempre se escapa algo.

Mañana postearé dos o tres más. Quizá le meta prisa al número por semana porque algunos ya habéis leído los primeros

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Garret



El rey dormía.
Wilhem II el grande había gobernado el reino de Athoria durante más de cincuenta años. Se le entregó la corona cuando no era más que un niño de quince. Un niño asustado, como todos en aquella época. Su padre Gregor, apodado "el cruel", muerto en extrañas circunstancias, dejó como heredero al hermano mayor de Wilhem, un muchacho huraño y enfermizo llamado Joseph. Pero aquel joven, lejos de inspirar confianza, se ganó el rechazo del consejo real, que no tardó en deponerle en favor de su hermano menor.

Wilhem fue nombrado rey casi por azar, en una época que todos prefieren mantener en el olvido. La época de los avatares. Pese a ello, el monarca logró sacar a Athoria de la pésima situación en la que se encontraba sumida. Fue él quien estableció de nuevo la división del reino en seis provincias para mejorar su administración y articuló las Compañías velando por la protección de sus súbditos. Quien animó a los suyos en la contienda. Quien la ganó.

No era extraño que la noticia de su enfermedad hubiese caído como un jarro de agua fría, pese a sus sesenta y siete años de edad. Quizá todos habían asumido que viviría para siempre.
Garret de la Casa Thandruin, al igual que la inmensa mayoría de los athorianos, no había conocido otro rey. El monarca ya ocupaba el trono de plata mucho antes de que él naciera.

Y ahora a él, como soldado de la Compañía Azul al servicio de su majestad, le había sido encomendada la misión de vigilar la entrada de los aposentos de Wilhem. A sus veintidós años. Cualquiera en su situación estaría orgulloso, y Garret Thandruin no era una excepción, aunque por motivos quizá algo distintos a lo que cabría esperar. A él no le preocupaba demasiado el honor ni la confianza. De hecho, se sentía incómodo si la gente volcaba en él demasiadas expectativas. Más bien era la facilidad con la que se desarrollaba su cometido lo que le llenaba de satisfacción.
Pasaba las horas frente a aquella puerta, impidiéndole el paso a quienquiera que pretendiese entrar. Sólo el príncipe Eduard podía ver a su padre, además del equipo de clérigos que velaban por mantener con vida al rey. El joven guardia pensaba que podía hacerse un ejército con todos aquellos viejos de túnicas marrones, blancas y rojas. Pero por fortuna para él, tanto el príncipe como los sanadores solían permanecer en la habitación todo el día, salvo cuando las responsabilidades del heredero le mantenían alejado de su padre. En ese caso, podía pasarse horas y horas sin aparecer, lo que no suponía ningún contratiempo para la labor de Garret.
Y a pesar de que el trabajo pudiese antojarse arriesgado, más idóneo para algún hombre de valor y destreza que pudiese garantizar la seguridad del rey, la realidad era bien distinta. Más que protector, uno diría que cumplía la tarea de cualquier portero. A nadie que no estuviese autorizado para entrar se le ocurría jamás ir a molestar. Y por supuesto, no debía de haber nadie en toda Athoria que quisiese lastimar al monarca... pero si así fuera, un grupo de no menos de diez soldados se encontraban siempre deambulando por el pasillo. De modo que el trabajo de vigilante consistía en limitarse a permanecer de pie en la entrada a la habitación del enfermo y soltar algún "Buen día, mi señor" cada vez que alguna persona importante cruzaba el pasillo.

Justo en ese momento, Garret notó cómo la puerta se abría a sus espaldas. Haciéndose a un lado pudo ver al joven lord Eduard. Le caía bien el príncipe. A veces se detenía a hablar un poco con el guardia. Sin embargo, hacía unos días que no le dirigía la palabra. Y no le culpaba por ello: sus obligaciones con el reino eran muchas y a eso había que añadir la preocupación que sufría por su padre.

-Buen día, mi señor -pronunció con toda su cortesía.

Su saludo fue contestado con un ligero movimiento de cabeza. Lucía un carísimo atuendo con el verde y el azul, los colores de Athoria, como motivo principal. Su frente, como de costumbre, iba ceñida con una diadema delgada de plata. Garret dedujo que iba a otra de esas fiestas que los nobles del castillo celebraban en honor del rey para pedir por su pronta recuperación. Durante el instante en que pudo ver el rostro del heredero, contempló con preocupación dos oscuros surcos bajo sus ojos grises.
Era tarde, y el sueño comenzaba a adueñarse de Garret Thandruin. Por fortuna, Ernst llegó como cada madrugada para hacer el cambio de guardia.
Los dos eran hombres de la Compañía Azul, tenían la misma edad y llevaban cerca de dos semanas viéndose todos los días, y a pesar de ello no hablaban nunca. Esto intrigó a Garret en un principio. Entendía que un gran lord no se dignara a hablar con él pero no que le ignorara su propio compañero.

Aunque no era curioso por naturaleza, trató de averiguar el porqué de semejante actitud, temeroso de haber ofendido a Ernst en alguna ocasión que no recordara. Casi sintió alivio al descubrir que el motivo de que no le hablara era otro bien distinto. Según Dihl, el soldado había sido un ladronzuelo durante toda su vida hasta que le atraparon. El rey Wilhem le dio la oportunidad de evitar la prisión vistiendo el azul como compensación por sus numerosos aunque poco graves crímenes. Lo que el buen rey no sabía es que tan pronto como fue admitido en la compañía azul al servicio de su majestad, el capitán Danethorn le cortó la lengua con un cuchillo. Y si Dihl lo decía debía de ser cierto.
No sólo porque fuese su mejor amigo y confiase en su palabra, sino porque parecía  tener la habilidad de enterarse de todo lo que ocurría en el castillo incluso antes de que pasara. Los que le conocían habían llegado a pensar que era como uno de esos brujos que aparecen en los cuentos. O peor aún. Estaba en todas partes: uno pensaría que tenía orejas en cada rincón de la fortaleza.

Sin poder quitarse de la cabeza la imagen de su amigo aguardándole en cada recodo del camino, Garret avanzó por el gigantesco pasillo en dirección a su cuarto. Por lo general, los soldados de azul dormían en un cuartel situado cerca del castillo. Pero él era el encargado de velar por el rey y se le había habilitado un pequeño espacio en la fortaleza.
El primer día de servicio casi se pierde en aquella enorme construcción. Orientarse no era su punto fuerte y tuvo que dibujar un mapa en una servilleta que guardó tras la comida. Le costó unos días aprenderse el recorrido de memoria. La vieja casa de su abuela, o hasta el cuartel de la compañía, no eran más que cobertizos al lado de la monstruosa mole de roca que se alzaba en el corazón de la capital del reino desde tiempos inmemoriales.

-Giro a la derecha desde los aposentos del rey y continúo recto -murmuró para sí mismo -Y ahora a la derech... izquierda.

Algo llamó su atención cuando estaba a punto de doblar la esquina. Dos personas parecían discutir a pocos metros de su cuarto. Procurando no hacer ruido, se apoyó en la pared y prestó atención.
Eran dos hombres. Reconoció la voz del primero sin problemas: se trataba del clérigo que estaba al cargo de Wilhem. Un gran médico, con fama incluso en el bosque de Isdar. Todo el mundo sabía que la medicina de los tharen era más avanzada, sobre todo en lo referido a botánica. Aún así, los miembros de la Orden que decidían dedicarse al arte de la curación, que no eran todos ni mucho menos, eran hombres capaces y expertos, más que cualquier médico ambulante de los que iban recorriendo pueblos y ciudades.

-Por última vez, ¡no puedes verle! -exclamó
-¡Demonio con túnica! Tengo más derecho que tú a velar por él en estos momentos.
Garret  estaba seguro de haber oído a ese tipo antes, pero no conseguía recordar quién era. De todas formas, no era muy bueno con los nombres.
-Las órdenes del príncipe fueron claras. Sólo él y los médicos que atendemos al rey podemos verle. Lo siento, Joseph. -mintió. Resultó tan evidente el uso del sarcasmo que hasta el guardia pudo percibirlo a la primera. Sonrió, satisfecho por su perspicacia, antes de caer en la cuenta de lo que acababa de oír.
-"¡Joseph!" -se lamentó el soldado. El sobrino del rey fue poco querido por el pueblo desde que nació. Era igual que su difunto padre, y no solo en el nombre.
-¿Y quién va a impedirme que entre en su cuarto? ¿Tú, anciano?
-¡Los centinelas que deambulan por ese pasillo! ¡El guardia de la entrada!

Una fugaz oleada de orgullo se apoderó de Garret por un instante. Se preguntó si el clérigo lo conocía de algo.

-"No, es evidente que no" -pensó.

El ingenio del guardia a la hora de meterse consigo mismo le sorprendía hasta a él. Con los otros no le funcionaba por mucho tiempo que empleara en hallar una respuesta mordaz.
Pero siendo sinceros, no se imaginaba deteniendo a nadie con eficacia. El motivo por el que le habían designado para su misión se le escapaba, habiendo decenas de hombres más fuertes, inteligentes o experimentados. Debía de dar igual: con los vigilantes del pasillo, nadie lograría entrar sin permiso en la habitación.

-A no ser que trepase por la pared y se colara por la ventana -rió. Con la altura del castillo, aquello sólo era posible para los pájaros.

Al reparar en que lo había dicho en voz alta, contuvo las ganas de darse un bofetón. Lo último que necesitaba era que le descubrieran espiando.

-Sé lo que te propones, y no lo permitiré -siguió hablando el clérigo, ajeno a las cavilaciones de Garret.
-¿Lo que me propongo?
-Si Eduard desapareciera, tú heredarías el trono. Vamos, no mientas. Anhelas reinar. Entérate, joven: el trono le pertenece por derecho a tu primo.
-Por derecho, le pertenecía a mi padre. Pero eso no me importa. Sólo quiero ver a mi tío.
-Como ya dije... las órdenes del príncipe son claras. Pasa una buena noche. Se te ve cansado -observó el anciano-. ¿Me acompañáis, Padre?

Garret se rascó la cabeza. ¿Cómo iba a ser Joseph el padre de un clérigo que debía de doblarle en edad como poco?
Entonces recordó que ese era el nombre de un cargo de la Iglesia. El líder de los clérigos de toda Athoria, si no se equivocaba. Que la abuela le perdonara, pero tenía muy descuidados sus conocimientos sobre religión. Entonces ¿había otra persona allí? Porque él no la había oído hablar.
Trató de asomarse en la esquina del pasillo para ver mejor. El corazón casi se le escapó por la boca. ¿Qué estaba haciendo? Cerró los ojos y volvió a su posición tras el muro como si se hubiese descubierto a sí mismo en alguna clase de pillería.

-Oh, no, muy gentil por tu parte -respondió la voz de un tercer hombre, también de edad avanzada-. Mi ayudante debe de andar como loco buscándome. Creo que me he entretenido demasiado...

Garret oyó pasos, y se apresuró a apoyarse contra la pared. El clérigo pasó a su lado como si no existiera. Claro que no había más que fijarse en sus lentes para percatarse de que no debía de ser un lince, ni mucho menos.

-Espero que sepas perdonarle -pronunció el Padre con una voz serena-. Blinthem es un gran hombre, muy sabio. Pero peca de desconfiado, y juzga en exceso las apariencias.
-No le excuséis, por favor. De todas formas, estoy acostumbrado. Vaya a donde vaya, me miran con cautela. Y ni siquiera puedo casarme hasta que lo haga mi primo, para evitar que se piense que intento asaltar el trono, o algo así. Lo siento -suspiró-, no sé por qué os cuento esto.
-Porque lo necesitabas. Buena parte de mi trabajo es escuchar al que lo necesita, lord Joseph. Sabes dónde encontrarme, si así lo deseas.
-Claro. Hasta otra, Padre.
-Hasta otra.

De nuevo, oyó pasos. Sin embargo, la voz de Joseph los interrumpió.

-¿Aunque cómo estás tan seguro de que lo que quiero de verdad no es quedarme con el trono?
-Nadie puede estar seguro de nada. Ni siquiera yo.
-Desearía que mi primo fuese un gran rey -respondió al fin, tras unos segundos de silencio interminables.
-Yo también, hijo. Yo también...

El soldado abandonó su escondite y, tras sendos "Buenos días, señor" a los presentes, que comenzaban a separar sus caminos, corrió hacia su habitación. El Padre parecía buena persona. Joseph no le daba tan buena espina. Daba igual. Tampoco tenía que tratar con él.

-Qué bien me va a venir echar un sueñecito... -se dijo.

A pocos metros de allí, el rey dormía.

Sorry but you are not allowed to view spoiler contents.

Liga ociosa de supervillanos matagatitos.

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