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IV CRAC. Relatos.

Iniciado por Faerindel, 02 de Enero de 2010, 02:30

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Faerindel

Sí, al fin. :gñe: Pero este tipo de retrasos es normal con estas fechas.

En esta edición van a participar un total de 17 relatos. Contra todo pronóstico (mío), se ha igualado la participación de la anterior edición.

Se recuerda que se deben votar todos los relatos (incluido el propio, si se ha participado).

Gracias a todos por participar.

PD: Si algún autor detecta algún error de forma o algo, mp.

EDIT: Se retiran dos relatos a petición de los autores, quedando 15 relatos en competición.

Faerindel

Relato nº1

La Hermandad de la Runa Llena

Se habían reunido en mitad del bosque. Uno a uno los miembros de la Hermandad de la Runa Llena fueron llegando al idílico, pero siniestro lugar. El agua salía de una pequeña oquedad en la roca, alimentando un lago del que luego fluía un pequeño riachuelo. La luna daba al lugar una extraña textura mientras que los árboles, que mecidos por el viento parecían estar vivos, proyectaban extrañas sombras sobre el entorno. Este era el lugar de reunión de la Hermandad de la Runa Llena. La Hermandad llevaba siglos reuniéndose durante la luna llena en el mismo sitio, lejos de miradas indiscretas y donde la mano del hombre no había llegado aun a corromper la hermosura del lugar.

Esta noche era sin embrago diferente del resto. Todos los miembros de la Runa Llena se encontraban allí, desde los más jóvenes aprendices hasta el anciano Acólito Supremo. El Hermano Ashunia, líder supremo de la Hermandad desde hacía más de medio siglo, se dirigió a todos los presentes:
− Queridos hermanos, todos sabéis por qué nos hemos reunido hoy aquí. Hoy es el día. Esta noche por fin el bosque retomará el poder que tenía antes de que nuestros hermanos empezasen a construir las ciudades que dominan ahora medio mundo. Esta noche, hermanos, uniremos nuestras almas para despertar al Espíritu del Bosque y la Madre Tierra retomará el poder perdido a manos del ser humano.
Todos los sectarios alabaron sus palabras. Todos menos uno, Roberto, un joven de unos veinte años que hacía cerca de media década que pertenecía a la Runa Llena. Uno de los acólitos, ayudantes del Acólito Supremo, se dirigió a el en voz baja:
− ¿Qué te ocurre hermano Kimsia? – Dentro de la Hermandad todos tenían nombre diferentes a los de la vida real − ¿No te encuentras bien?
− No hermano. Es que... no se si sería bueno despertar al Espíritu del Bosque.
− ¿Cómo se te ocurre decir eso Roberto? – El acólito estaba tan enfadado que se olvidó de que había usado el nombre real de Roberto – Es poco más que blasfemia, y más estando el Hermano Supremo aquí.
− Verá hermano...− respondió Roberto – el Espíritu del Bosque tiene fama de ser un ente vengativo. ¿Y si no sólo decide destruir las ciudades? ¿Y si decide también volverse contra nosotros?
− No lo hará. – Dijo el acólito con decisión. – Nosotros le vamos a devolver al mundo. Nos colmará de bendiciones. Pero ahora ven hermano, tenemos que iniciar el ritual.
Sin embargo Roberto no quería estar allí cuando el Espíritu regresase. Llevaba desde el siglo XX bajo la opresión del hombre y cinco siglos agonizando son algo que no se olvida. Seguramente el Espíritu del Bosque se vengaría acabando con toda la raza humana, incluyendo a la Hermandad de la Runa Llena y ni siquiera los poderes mágicos de la época de la quema de brujas rescatados por la Hermandad les salvarían.

Durante más de dos horas los hermanos de la Runa Llena estuvieron entonando cantos para devolver al Espíritu del bosque al mundo, era un ritual que sólo funcionaba una vez cada medio milenio, durante la sexta luna llena del año y si algo salía mal tal vez no hubiese otra oportunidad de salvar al planeta de la destrucción causada por el hombre.
Después de correr todo lo rápido que podía, teniendo en cuenta que se en encontraba en pleno bosque, durante aproximadamente media hora Roberto se sentó junto a un pequeño arroyo. Llevaba desde entonces casi dos horas pensando en lo que podría pasar si la Runa Llena conseguía despertar al Espíritu del Bosque. Tenía que buscar una manera de detener a la Hermandad.



− Resistid. – Ordenó el Acólito Supremo al resto de los presentes, − La puerta se está abriendo.
Y era verdad, el gigantesco roble sólo conocido por los miembros de la Hermandad parecía estar cobrando vida. Llevaban desde las doce de la noche cantando, cogidos de las manos alrededor del inmenso árbol. Algunos sectarios ya se habían desmayado por el abuso de la magia, sin embargo la mayoría seguía adelante. Con fervor. Espontáneamente un haz de luz emergió del tronco del roble cegando a los presentes.

Roberto alzó la cabeza acosado por una extraña sospesa. Y vio que el bosque parecía estar más vivo que nunca.
− No puede ser...− balbuceó.
La Hermandad se había salido con la suya. Ya no había nada que hacer.

Cuando los ojos de los miembros de la Hermandad de la Runa Llena se acostumbraron a la intensa luz vieron una figura que parecía salir del grueso tronco del roble. Todos los sectarios se arrodillaron y el hermano Ashunia habló, intentando que su voz pareciese firme a pesar de que estaba temblando... tal vez de puro terror.
− Espíritu, por fin has vuelto. Necesitamos que acabes con todas las ciudades y con los humanos que han destruido tu bosque, para que la Madre Tierra vuelva a dominar el mundo.
El Espíritu del Bosque tomó al Acólito Supremo por los hombros y le obligó, con delicadeza, a levantarse. El líder de la Hermandad de la Runa Llena miró al Espíritu a los ojos y lo que vio en ellos lo dejó paralizado. De repente notó como un ligero cosquilleo por todo el cuerpo, trató de rascarse pero estaba inmovilizado por la mirada del Espíritu del Bosque. Cuando consiguió liberarse de esa hipnótica mirada y dar la vuelta para huir de allí vio que al resto de la Hermandad le estaba ocurriendo cosas parecidas a lo que le pasaba a él. Se miró las manos y lo que vio le hizo gritar de terror: estaban empezando a crecerle hojas. El acólito que había hablado con Roberto vio lo que le pasaba a su líder, pero no podía huir. Sus pies se habían clavado en el suelo en busca de agua. Lo último que hoyó antes de perder la conciencia y convertirse en un joven abeto fue una risa cantarina... como de mujer... ¿O tal vez de hada?

Roberto no se lo pensó dos veces. En cuanto supo que el Espíritu del bosque había sido liberado empezó a correr, sin importarle las ramas que arañaban su rostro ni las raíces que le hacían tropezar. Cuando un raíz más grande que el resto hizo que se callera de bruces se acurrucó entre las ramas de un sauce llorón y se echó a llorar como un niño pequeño. Fue entonces cuando divisó una tenue luz que se acercaba hacia él. Era una mujer de increíble belleza.

Lentamente Roberto se levantó. La mujer se acercó a él y le besó con pasión. Su verde pelo le hacía cosquillas pero nada importaba al antiguo miembro de la Hermandad de la Runa Llena ya sólo le importaban los labios de aquella extraña mujer. De repente Roberto sintió algo en las tripas. Como si tuviese ardor de estómago. No. Era más que eso, era como si algo estuviese creciendo dentro de él. Roberto se separó de la mujer y vio que una sonrisa de triunfo iluminaba su rostro. Lo único que pudo balbucear antes de que una rama saliese por su tripa fue una simple pregunta: "¿Por qué?" Antes de que el sueño le venciera hoyó una risa cantarina... como de mujer... ¿O tal vez de hada?

Faerindel

Relato nº2

Falsa promesa

Salió afuera.

Debería haber estado aterida de frío. Allí, en lo más recóndito de las montañas, lejos de cualquier parte, debería haber sentido cómo se erizaban sus vellos y cómo la piel se le ponía de gallina al instante. Pero no lo hizo. Desnuda como estaba era imposible que no tuviera siquiera un atisbo de la sensación de helor que debería haberla acompañado al salir de la cueva. De hecho, si había estado en esa cueva, sin fuego o cobertura alguna, debería estar muerta. Pensó que tampoco sentía el tacto del granito bajo sus pies. Sus plantas habían sido siempre demasiado sensibles, tanto que no podía caminar descalza sobre la blanda tierra de regadío sin notar como cada grano de arena se hincaba dolorosamente en su carne. Pero ahora no notaba nada al palpar el terroso suelo. Las rocas, afiladas hasta el extremo que podían cortar en dos una hoja mecida por el viento, se alzaban crueles a cientos de metros de altura, dejando tan sólo entrever una alfombra de blancuzcas y fantasmales nubes que cubrían el paisaje que tenían por debajo.

"Es verdad, estoy muerta", pensó. "Y esto es el paraíso". A pesar de lo escarpado de aquellas sierras y lo afilado de sus quebradas, tenía que reconocer que el paisaje era digno de admirar. Era inconcebible toda aquella belleza reunida en un único sitio. Y ella tenía la suerte de admirarla desde allí, como si hubiera tenido que morir para poder contemplar todo aquello. El viento mecía su cabello y por fin volvieron las sensaciones. Sintió el helor de la cumbre mezclado con la tibieza del tímido sol que empezaba a asomar de entre el mar de nubes que cubría el valle. La caricia de la brisa hizo estremecer su cuerpo, haciéndolo vibrar con aquellas ternezas involuntarias. Ignoró el frío y se quedó allí mientras la creación entera la observaba, tomando consciencia de ella como ella la había tomado de la creación. Caminó con pasos cortos y temblorosos, con miedo de resbalarse de aquel monte de cuchillos, afianzando bien los pies antes de moverse. Se acercó al borde de la montaña y miró hacia abajo, observando todo lo que transcurría a sus pies. Nubarrones algodonosos se movían con rapidez bajo el influjo de las corrientes de aire, presurosos por llegar a algún sitio que sólo los dioses debían conocer. Y aparte de eso, nada. Estaba en medio de la nada más absoluta y ella se encontraba más a gusto de lo que se había sentido jamás, olvidada del mundo y por el mundo, recluida allí arriba, lejos de los sinsabores de la vida de la que ya había escapado.

Ahora iba a disfrutar toda la eternidad. ¿Qué se lo impedía? Su alma inmortal gozaría con los placeres terrenos. ¿Por qué no iba a disfrutar si podía sentir una brisa meciéndole el cabello? Tanta penuria y persecución iban por fin a dar por fin su fruto. ¿Venganza? Por qué no. Encarnada en aquel cuerpo sin encarnar, siendo toda esencia, su tortura, toda la tortura que había soportado durante un día y otro y otro y otro sin parar sería devuelta a sus legítimos dueños, aquellos que la habían administrado con mano fácil y despiadada. ¿Por qué habría de sentir vergüenza por aquella crueldad?

No, no la sentía. Igual que había desaparecido la culpa, la tristeza o la soledad. A pesar de haber imaginado cosas horribles, sentido cosas horribles y estar allí como único estandarte de lo que una vez estuvo vivo. ¿Se habría librado de las peores sensaciones conocidas, quedando en su alma tan solo lugar para aquellas que le provocaban algún placer? Si era así, ¿qué? No había decidido ella, sino que habían decidido aquello por ella, como tantas y tantas cosas en su vida. Primero su madre eligió su religión; después, su padre eligió a su marido; y más tarde, su marido eligió cuantos hijos debía tener. Había pasado toda su vida como una esclava. Ahora sería libre.

Libertad. Para ella aquello era muchísimo más que un sueño, su más oculto anhelo. Para ella, la libertad era la vida misma, poder decidir lo que ella quisiera hacer. Y es más: poder para decidir sobre los demás. Sus padres, su marido, su confesor... todos habían tenido poder sobre ella y todos habían ladrado órdenes en contra de sus propios deseos. Pagarían por aquello si es que su muerte no era ya suficiente castigo.

Ella sabía que no.

Había sufrido los peores castigos que podían imaginarse. Se había visto enterrada en vida, muerta mientras deambulaba entre los demás vivos. Caminaba entre los demás como una sombra, sin ser vista o percibida de modo alguno por la gente que la rodeaba. El templo se abarrotaba los días de fiesta y nadie se fijaba en ella. El mercado rebosaba de gente que no la miraba. Su padre siempre la había ninguneado y para su madre sólo existía cuando necesitaba vengarse en ella de las palizas que le propinaba aquél. Su marido había dejado que sus atenciones fluyeran hacia otras mujeres más apetecibles y de gustos más caros. Había sido un cadáver viviente entre todos los suyos, que lejos de despreciarla, apenas parecían apreciarla. La indiferencia y el olvido habían sido compañeros de juegos suyos desde niña, confidentes cuando se convirtió en mujer, cómplices en sus crímenes. Y ahora que estaba realmente muerta, ahora que su alma podía vagar libre por el éter, se volvería a entremezclar entre toda aquella gente que no parecía darse cuenta de que ella también estaba allí. Volvería a acudir al mercado y todas las doncellas se darían cuenta de que ella estaba allí y pondrían sus ojos en ella. Los cuchicheos se llenarían con su nombre, pronunciado con temor y reverencia, precursores del más profundo respeto. Los hombres la desearían y la simple visión de su cuerpo sería la más dulce tentación y la peor de las condenas. Las mujeres la envidiarían, sirviéndola con ello sin saberlo, dando a luz a sus más retorcidos propósitos, como a los hijos que no pudo tener en vida.

Abrió los brazos en cruz exponiendo al mundo su desnudez. Sus pechos turgentes apenas se deformaron con el movimiento, dejando entrever la perfección de su figura. Unas piernas bien torneadas escondían un tesoro que el pequeño monte de escaso vello púbico prometía a todo aquel que fuera víctima y objeto de sus lisonjas. Las vertiginosas curvas se fueron iluminando según ascendía el astro rey, revelando la exquisitez de sus formas, la delicadeza de sus encantos, las delicias a las que invitaba aquella constitución de pecado, llamando a varón y a hembra a cometer las impudicias más horrendas.

Se volvió teatralmente, en un gesto casi perfecto, como si lo hubiera ensayado miles de veces. Un movimiento como sólo el uso y la costumbre podían moldear. Pisó firme, sin miedo ya a caer, pues si en verdad era pura esencia imperecedera, sería inmortal. Y las cuchillas que eran aquellas piedras afiladas, que habrían cortado en dos a cualquier otro que hubiera puesto el pie en aquellas quebradas, cedieron bajo su presión, podridas ante su simple presencia. Tras de sí dejó una estela de destrucción, como si un meteorito hubiera impactado contra aquella cumbre, estallando en pedazos que horadaran la durísima superficie de aquellas milenarias rocas. Sus huellas quedaron grabadas a fuego sobre el granito y abrieron cráteres por los que manó la sombra.

Movió apenas una mano y una suave organza cubrió su desnudez lo justo y necesario para que la imaginación de cualquier raza rellenara lo que no se podía ver conforme a sus gustos y preferencias. Movió otra y la sombra que había surgido de aquellos pasos comenzó a tomar forma. La llamó. Invocó su nombre, tantas veces pronunciado, tantas veces deseado. Le quemaba en la garganta, se le atropellaba en los labios. Deseaba decirlo, oh sí. Como tantas veces lo había hecho con anterioridad. Su rebeldía la había puesto en el cadalso, acusada de herejía y condenada a muerte por aquellos que habían tomado por nombre jueces, impartiendo sólo aquella justicia que a sus voluntades convenía. Ahora ella tenía el fiel de la balanza en su mano y los dos brazos se habían desequilibrado. No habría salvación para nadie. Así ella lo había decretado.

Pronunció la palabra. El eco llenó sus oídos.

Las nubes que había debajo de sí se arremolinaron y ennegrecieron. Los truenos resonaron entre toda la cadena montañosa y los relámpagos refulgieron, levantando ambarinos destellos por doquier. Su voz hizo resquebrajar la roca y de ella surgieron delgados rayos de luz que inundaron aquella cima. La sombra seguía fluyendo y no tardó en engullir a la luz, que, en vano, trataba de abrirse paso en aquella negrura tangible.

Gritó. Gritó hasta quedarse ronca, pero su rugido fue un lamento incesante desde que naciera en lo más profundo de su garganta. Reverberó por toda la creación, haciendo tambalearse sus cimientos, llamando de lo profundo a aquello que debió quedar enterrado tras su expulsión. Sirvientes olvidados, dejados de un veleidoso señor que no quiso admitir su derrota hasta que no le quedó más remedio que exiliarse de un mundo que nunca había sido suyo. Abandonados en la rápida huida, dejados atrás. Renegados de su condición y ansiosos de venganza contra un mundo que clamó contra ellos y se levantó para hacerles frente. La sombra volvía a alzarse y, esta vez, gobernaría por encima de todo con un líder que era de aquel mundo. Su levantamiento fue un cataclismo. Cayeron montañas y otras más altas surgieron a su alrededor. Y lo que debería haber permanecido inmutable, cambió sin remedio alguno.

La rodeó un aura de indescriptible belleza e inenarrable maldad. Una luz salida de los infiernos más profundos iluminó su figura mientras su desgarrador alarido rasgaba el tejido de la realidad para bordarlo de nuevo según sus propios designios. El resplandor se volvió llama cegadora e inundó la sombra, llenando aquel Apocalipsis con su fulgor. Todo se desmoronaba y volvía a crecer para hacerle sitio, como si la propia historia hubiera estado conteniendo el devenir de los acontecimientos para tener un lugar para su llegada. Vapores insanos comenzaron a rodear la luminaria en que ella se había convertido ahora y los efluvios hicieron tomar vida a la sombra, que se erigió en enemiga de la luz y envolvió a la mujer, ahogando por fin su grito de angustia y dolor.

El silencio que siguió anegó la tierra toda. Fue un eco de la primera creación del multiverso, ese primer instante en el que la nada dejó de existir para dar paso al todo. Fue el reflejo de la separación de las fuerzas que lo rigen, llevado allí donde jamás habían tenido el poder suficiente como para tomar lo que se les había negado por su propio orgullo y egoísmo. Y allí de donde fue exiliado, su esencia surgió de nuevo con fuerza, buscando otra vez un sitio que se le había negado desde aquel instante primigenio en el que la existencia fue tal, abandonando el vacío para llenarse a sí misma.

Por fin, se disipó el vacío sonoro, llenándose de nuevo con el rugido del viento, que ahora provocaba su llanto. Unas tímidas lágrimas rodaron por su esculpido rostro en respuesta al vendaval. Al girarse, fue el mismo viento que le había devuelto la consciencia de su propia existencia el que le secó aquella tibia humedad involuntaria. Al girarse, los vio.

Un ejército como jamás pudo imaginar. Seres hechos de sombra pura, de esencia elemental que habían tenido que permanecer escondidos entre los pilares de un mundo vedado para ellos. Se alzaban ante ella impertérritos, informes. Pero estaban vivos. Los había visto muchísimas veces antes, en su mente, cuando en la rebeldía de su corazón había desoído las recomendaciones de su madre y había seguido invocando a los que habían sido desterrados por la propia tierra. Ahora, aquellas formas que había albergado en sus sueños habían tomado forma gracias a su propio deseo. Deseó también que fueran terribles, deseó que su maldad sobrepasara cualquier límite que cualquier raza hubiera podido jamás llegar a imaginar. Deseó que estuvieran a sus órdenes y la sirvieran por toda la eternidad a la que ahora estaba anclada. Y sus deseos fueron cumplidos. Aquellas sombras se esparcieron por todo el mundo llegando a los rincones más recónditos, extendiendo sus tentáculos hasta más allá de donde ella podría llegar. Saboreó aquel momento de triunfo y sacudió su melena al viento, mientras la organza que la cubría la acariciaba al ritmo que tocaba la brisa.

Dio otro paso más y quiso bajar. Puso su destructora presencia en movimiento, esperando el siseante ruido de la piedra al fundirse bajo su ardiente esencia, pero no llegó. Sus pies jamás llegaron a tocar de nuevo el suelo. Su propio espíritu había ardido rápido, incandescente y se había inundado con todo el poder que era capaz de sentir. Torrentes de inmensa potencia recorrían su materia inmortal, amenazando con llevársela al limbo. Retrocedió y de nuevo sus pies sintieron el áspero tacto de la roca.

Comprendió.

Se había quedado allí atrapada. Su rabia se encendió, incandescente y volvió a rugir, deseando que la realidad se resquebrajara de nuevo y diera origen a un nuevo cataclismo destructor que la llevara a cumplir su voluntad, pero no consiguió nada. Sus siervos sintieron su rabia y su dolor y enviaron sordos mensajes de preocupación y desánimo que llegaban por miles a su torturada mente. Sus horrísonas voces, desoídas durante eones, enterradas bajo los suelos que otros mucho más indignos hollaban sin merecerlo, atronaron su cráneo, que quería reventar para liberarse de aquella presión que la angustia de los seres inmortales, acumulada durante tanto tiempo, creaba en su interior. Se arrojó al suelo, intentando librarse de su sufrimiento, pero no pudo. Y un rayo de luz se abrió en su entendimiento. Al enviar a sus siervos a hacer su trabajo, había creado para sí una jaula de oro. Toda la libertad que había ganado con su muerte acababa allí. Su libertad estaba muriendo antes de nacer. Se había cortado a sí misma las alas. Y ahora, con toda la eternidad por delante, estaba más esclava aún de lo que había estado nunca. Ahora era esclava de sí misma. Y la comprensión de esto la hizo llorar como jamás había llorado en toda su existencia. Dos largos torrentes de ardiente llanto deformaron su bello rostro en una mueca terrible, oculta tras los velos de la virtud que sólo los ojos ciegos de los que cayeran en su trampa podían ver. Manaron incesantes las lágrimas de los ojos de la renacida comprendiendo que la eternidad contenía una trampa que en su orgullo no había podido ver. Sus lágrimas fueron testigos de excepción de la invasión de amargura que sacudió su cuerpo al entender que aquella vida que había deseado para poder ser libre la había congelado en el tiempo y el espacio, dejándola fuera del alcance de todos aquellos que podían dañarla, dejándolos a ellos fuera del alcance de su terrible venganza. Toda su esencia y poder no le servían de nada.

Había creído que la muerte la había liberado, pero no había hecho más que apresarla. Ahora añoraría la bendición del sueño eterno más de lo que jamás había añorado aquella falsa libertad. Si hubiera aceptado su destino, ahora estaría descansando, libre de toda carga. Pero al pensar que se liberaba de los brazos de la muerte, para volar por fin redimida de las ataduras que imponía la Parca a todo ser vivo, había caído en su propia presa. El poder que había demostrado imponiéndose al supremo final, saliendo victoriosa de la ancestral lucha entre la vida y la muerte, había sido la causa de su derrota.

Había llamado a la sombra, que le había respondido y ahora debía ocuparse de ella. Había modelado el mundo y su creación la reclamaba para que la mantuviera. Aquel grito que había dado seguía expandiéndose y resonando por toda Bardha, haciéndola evidente al mundo. No podía morir. Todo aquello que había odiado y de lo que quería vengarse le había impuesto una nueva condena. Ahora, con todo su poder, con toda aquella potestad fluyendo por todo su cuerpo estaba impotente, allí varada. No podía abandonar aquellas quebradas por más que quisiera. Deseó que aquellas montañas desaparecieran, pero su prisión pareció hacerse aún más sólida. Deseó no haber dado aquel paso. Pero ya era tarde.

Había dejado fluir su alma en el éter durante su vida, en el que había encontrado libertad y consuelo frente a la esclavitud y el sufrimiento que suponía el pasar la vida encadenada a una familia que te odia y un marido que te desprecia. Había permitido que el éter invadiera también su muerte, sacándola de su tumba, reviviéndola a un mundo al que no deseaba pertenecer. Aquella fuerza había sido su luz y su oscuridad y la había llevado a lo más alto desde lo más bajo para hundirla de nuevo en lo más profundo. Sus esperanzas se habían puesto en señores que habían huido, derrotados, humillados por los seres terrenales de aquel mundo dejado de la mano de los verdaderos dioses. Pues bien, ¡que los abandonaran! No era la primera vez que los dejaban en la estacada. Aquellos todopoderosos señores habían escapado dejando a sus fieles sin amparo ni protección. Ella no sería así. Ella protegería a sus siervos. Los oía, los sentía. No podía dejarlos atrás como habían hecho otros antes. Mientras que a ella la habían decepcionado, ella no decepcionaría a los suyos. Acudiría a sus llamadas, oiría sus plegarias. Todo el desamparo que habían sentido sus hijos cuando retiraron su luz de este mundo sería ahora resarcido. El sufrimiento, la desnudez a la que se vio sometida su alma en el momento de su muerte tendría justo pago. No habría ni uno sólo de sus hijos que se sintiera lejos de ella. Ahora ella sería la diosa.

Ch'taren era su nombre.

Faerindel

Relato nº3

Promesas Rotas


Un grito más.

Resonaban desde hacía horas por la enorme, solitaria y oscura casa. La habían sacado de su sueño ligero. Bajó de la cama con Blas abrazado contra su pecho. Se fue a su pequeño cubículo, ese lugar secreto en el que se escondía y trataba de escapar de esa amarga realidad que la acompañaba desde siempre, la cual no conseguía entender. Sentándose en el suelo, encogió las piernas hacía su pecho mientras escondía la cabeza entre las rodillas sin soltar a Blas.

Un grito más.

Todas las noches era lo mismo; las voces subidas de tono de sus padres la despertaban. Por alguna extraña razón había pensado que esta vez sería distinto. Se suponía que esa era una noche mágica, especial... o eso le habían dicho. Ella nunca lo había creído... pues como hacerlo si para ella nunca había existido tal cosa. Todos los años se preguntaba que mal podría haber hecho en el año para que esos amables hombres que visitaban a los niños la noche del cinco de enero regalándoles sueños, deseos esperados e ilusiones, no pasaran por su casa a dejarle un simple regalo.  Tampoco pedía mucho... quizá, a lo mejor, era demasiado... un milagro imposible de cumplir. 

Un grito más.

Pero esta vez iba haber sido diferente. La habían convencido sus amigos y los padres de estos. Hasta sus propios padres le habían prometido que sería así, que esta vez vendrían y tendría regalos, que escribiera esa inocente y a la vez ambiciosa carta que escribía cada niño pequeño de ese país. Y así lo había hecho, con ilusión. Pero una vez más sus deseos no se habían hecho realidad. No quería muñecas ni objetos vanos que a la larga se pondrían feos y terminarían siendo inútiles. Tenía demasiadas cosas; cosas que intentaban comprar su cariño y perdón. Su objetivo se cumplía hasta que en la noche se volvían a oír las mismas voces gritando de desesperación, amargura y odio. Todas las promesas que se hacían con cada regalo eran una mentira, no servían de nada y ya no les creía. Tenía en una de las esquinas de su cuarto una montaña de muñecos y peluches a los cuales no hacía caso alguno, no necesitaba ningún. El único al que ella realmente quería era al que ahora sostenía entre sus brazos, el único que realmente tenía un sentimiento implicado en él. Blas había sido creado por una gran amiga, cierto que estaba un poco deforme, pero estaba hecho con todo el amor y cariño del mundo, y era el único recuerdo que le quedaba de su amiga.

Un grito más.

Cómo se podía haber dejado convencer. Ella sabía que iba a ser lo mismo de siempre, no tenía por qué ser distinto esta vez. Sus padres se lo habían prometido más de una vez y nunca cumplían su promesa. Traicionada así era como se sentía, pero ya no solo por sus progenitores sino por todos aquellos que habían tratado de convencerla. Promesas vanas y vacías era lo único que había conseguido durante su corta existencia; todos habían tratado de engañarla, excepto Milena y ella ya no estaba. En esos momentos, en su pequeño escondrijo se sintió sola y odio al mundo. Los odio a todos por dejarla sola, por no contarle la verdad de la realidad y tratarla como si fuera tonta. Que fuera pequeña no significaba que no se enterará de las cosas ni de lo que sucedía a su alrededor. Odio a Milena por dejarla sola, por no haberse quedado con ella cuando se lo había prometido. Después se odio a si misma por odiarla; a ella, la única que persona que había estado con ella todo el tiempo que le había sido posible, si aquella miserable enfermedad no se la hubiera llevado ahora mismo seguiría con ella y ya no se sentiría tan sola.

Un grito más.

Ella levantó la cabeza. Este parecía distinto. No había sido un grito de enfado ni un grito para rebatir algo. Este había sido distinto con diferencia. Se quedo quieta en completo silencio, a la espera de oír algo nuevo. Un grito desgarrador retumbó por todo el piso inferior. Se levantó rápidamente como pudo y salió de detrás de la librería. Quiso correr, pero la alfombra le impidió avanzar. Resbaló  y cayó. Con gran torpeza volvió a levantarse y esta vez si que consiguió salir corriendo de su habitación. Bajó las escaleras casi de dos en dos hasta llegar al salón. Su madre está tirada en el suelo y bajo su cabeza había un gran charco que iba aumentando cada vez más y más. Su padre estaba a poca distancia de ella, miraba a la mujer inerte en el suelo sin ningún tipo de expresión en su rostro. Sostenía algo en sus manos, algo que debía haber cogido después de ver a su mujer muerta... o eso es lo que quiso pensar  la pequeña. Levantó la mano en la que sostenía aquel objeto, se apunto a la sien y justo antes de apretar el gatillo, miró a su hija con una sonrisa indescriptible en su rostro.

Ya no había más gritos. Todo había terminado... Ella se quedó en su sitio con la mirada perdida en la escena. Blas colgaba de una de sus manos.

Faerindel

#4
Relato nº4

Relato retirado a petición del autor.

Faerindel

Relato nº5

Luz

Hacía un día caluroso en Tebas. La ciudad transpiraba calma a esa hora, las casas, sin ventanas para protegerse del calor, acompañaban esa tranquilidad con su siesta del mediodía. Gente reposaba bajo la sombra de las inmensas palmeras a orillas del Nilo mientras algunos transeúntes se dirigían a sus viviendas. Y entre ese manto de paz, el mercado bullía de actividad. El ambiente a esas horas en el mercado era prácticamente irrespirable: los rayos del Sol i el calor corporal de los centenares de personas que acudían al bazar intensificaban el olor a especias, papiros y miles de otros matices; gente con prisa corriendo de aquí para allá, esclavos con grandes paquetes de productos para sus señores, niños correteando entre las piernas de sus mayores; montones de curiosos rodeando cada puesto de venta de algún producto exótico, otros observando como se desarrollaba alguna partida de Senet en algún rincón un poco apartado; los gritos de los comerciantes alabando la calidad de sus productos a la par de los gritos de los séquitos de nobles y allegados al Faraón ordenando despejar su camino; y en medio de tal caos, se encontraba Hacmoni.

Había salido a comprar a esa hora por casualidad. No le quedaban dátiles y se los había prometido a su hija pequeña. Pasó de largo una interesantísima partida de Senet entre dos conocidos suyos para dirigirse hacia la zona norte del mercado, donde vendían los comestibles. Dejó atrás la zona dedicada a las pequeñas figuritas de barro y se adentró en la zona de los escribas. Jóvenes y viejos por igual con montones de papiros bajo el brazo recorrían las concurridas calles de esa sección del bazar. Se detuvo para observar una parada magnífica: Papiros de miles de formas y tonalidades diferentes formaban un mosaico que rezaba "Tebas, nuestra querida ciudad". No era el único que admiraba esa obra de arte multicolor, gente de todas las edades se frenaban al ver el tapiz de jeroglíficos tan bien trenzado.
Un hombre golpeó el hombro de Hacmoni. Este se giró rápidamente para pedir disculpas pero el extraño ya se alejaba entre la multitud. Un montón de papiros habían quedado esparcidos por el suelo y un muchacho, probablemente una víctima colateral del incidente, los recogía con una prisa inusitada. Hacmoni decidió ayudarle, aunque el chico le lanzase una mirada arrogante. <<Típico de los escribas, creen ser los únicos con algo de cultura y no les gusta que les tenga que ayudar un desconocido>>. Poco a poco, el amasijo de papiros fue volviendo a una carpeta de cáñamo del joven, y fue entonces cuando Hacmoni leyó, sin querer, esa breve nota:

"El señor On, hijo del antiguo barquero de esta misma ciudad, debe morir, salve Supettien, salve Bolice asuad"

El chico le quitó casi violentamente el pequeño retazo de papiro de las manos y siguió recogiendo, mas ya era tarde. La mente de Hacmoni, siempre atenta, quizás gracias a los años que llevaba como juez, ya estaba buscando entre sus recuerdos algún señor On, infructuosamente.
Finalmente, el embrollo de papiros había degenerado en una carpeta bien ordenada y el muchacho, sin siquiera despedirse emprendió prácticamente una carrera hasta perderse entre el gentío.

Después de comer, ensalada de dátiles con maíz acompañando carne de buey y todo regado finalmente con cerveza tebana, Hacmoni se dirigió al juzgado donde él trabajaba. La misteriosa frase no dejaba de retumbar en su cabeza, hacía ya un tiempo que solo resolvía casos de fraude en la contabilidad del grano, atestiguaba algunos accidentes con algún que otro cocodrilo y con un poco de suerte cazaba algún ladrón de seda y especies exóticas provinentes de las diversas colonias egipcias. Se adentró en los juzgados, fue hacia una estatua de Maat, representada como una mujer con una gran pluma de avestruz en la frente, y le pidió que su Justicia y su Verdad le ayudasen en su día a día. Siguió andando hasta su habitáculo particular. Sobre su mesa descansaban tres papiros, tres nuevos y aburridos casos. El primero era una petición para que fuese a conocer el motivo de los retrasos en el pago de los impuestos por parte de la cofradía del puerto, el segundo la investigación de un hombre desaparecido en la zona de cáñamos y el tercero... la investigación de un grupo aparecido recientemente de asesinos por encargo. Otra vez la sentencia que había leído en el pergamino de aquel chaval le vino a la memoria.
Empezó a ojear con más detenimiento el informe. El grupo se autodenominaba con un extremo mal gusto "Bolice asuad", Policía negra. <<Lo que nos faltaba, más fanáticos que creen poder tomarse la justicia por su mano>>. Esta sociedad, recogía el documento, recibía encargos para asesinar a altos cargos de gobiernos provinciales por grandes sumas de oro y materiales de lujo. Según rezaba el informe, se transmitían los encargos en clave, de forma que si se interceptaba un papiro con el encargo no se podía saber quien sería la futura víctima. <<Por fin un caso que me sacará de la rutina>>.



Una breve caminata llevó Hacmoni hasta la zona de carga y descarga en la orilla del río. Una vez allí, no tardó en localizar el administrador del puerto fluvial. El hombre, de espeso bigote e igual melena recogida en una coleta le recibió amablemente.

-Soy el juez Hacmoni. Me trae hasta su cofradía un motivo personal referente a uno de sus barqueros.

-Si se refiere a Gibar debe saber que ya le he despedido, no pagar las comisiones en su plazo fue un error suyo pues es mucho músculo y poco cerebro, como su nombre ya me tenía que haber advertido, pero claro...

-No, por favor, dejemos ese tema para más adelante. Primeramente, me gustaría saber si conoce un hombre llamado On, hijo de un barquero que trabajó en algún momento en esta ciudad, igual trabajó para usted.

-On... Sí, tuve un empleado que se llamaba así. Anciano ya, dejó el trabajo por dolores en la espalda, supongo que ahora vive a costa de sus hijos, el viejo era de lo más aprovechado que uno se podía tirar a la cara. Supongo que no habrá muerto ya, ¿no?

-¿Perdón? – casi exclamó Hacmoni.

-En ocasiones sufría ataques, le salía espuma por la boca y una vez casi arranca un dedo de un mordisco a un joven pescador que intentó ayudarle. Todos pensábamos que los dioses estaban enfadados con él.

-Ah, de acuerdo. Por cierto, el tema de las demoras en el pago de los impuestos, ha dicho que...



Unas horas después, cuando el Sol empezaba a declinar y ya había dictado el informe sobre los retardos en el pago de impuestos, Hacmoni se dirigió a la dirección que le había indicado el encargado del puerto para encontrar al señor On. No llegó a golpear la puerta cuando esta se abrió silenciosamente. Se encontró de caras con un animal, o eso pareció hasta que para su horror se percató que era un rostro anciano, desgastado y con unas arrugas que debían llegar al mismo cráneo del pobre hombre, que además presentaba dos blanquísimos velos que le cubrían sus ojos por completo.

-No me mires así, ya se que aspecto tengo.- dijo ásperamente el anciano- Entra.

Hacmoni penetró en la pequeña casita del hombre. Esta estaba perfectamente ordenada y no mostraba señales de que viviese alguien más que ese hombre. Unos papiros reposaban en la mesa central de lo que parecía el comedor, el papiro superior rezaba: "Hitos de señor On, el abandonado".

-¿Es usted el señor On? –preguntó el juez.

-Sí, soy yo. Pero es usted el invitado, es decir que se debería presentar, ¿no cree?

-Esto... -ese hombre tenía una seguridad en si mismo que hizo temblar ligeramente a Hacmoni.– mi nombre es Hacmoni, soy juez de esta ciudad. No era mi intención molestarle, pero si estoy aquí es por su bien.

-¿Por mi bien? No me haga reír, mis huesos ya no aguantan las sacudidas bruscas. Si usted está aquí es porqué le interesa algo de mí, ya sea ayudarme o matarme, así que diga que quiere y así podré ir a dormir temprano.

-Señor On, no me tome el pelo, por favor. Mis palabras son sinceras cuando afirmo que estoy aquí por su seguridad. Hace poco, he tropezado con un pergamino que reflejaba la necesidad de que el señor On, hijo del antiguo barquero de esta misma ciudad muriese, ¿sabe porqué alguien puede querer verle muerto?

Los pelos de Hacmoni se erizaron cuando el anciano empezó a reír, parecía más la risa de una hiena que la de un hombre.

-Señor Hacmoni, veo que no hace honor a su nombre. ¿De verdad no ve el mensaje que se esconde tras esa frase? ¿Me está diciendo, señor Hacmoni, juez de la ciudad de Tebas, capital de Egipto, que no es capaz de ver ahí donde mis ciegos ojos ven con tanta claridad?

Con creciente horror, Hacmoni advirtió que el orden imperante en la casa, la seguridad del hombre, la escritura de un manuscrito, que le abriese la puerta cuando solo podía haber visto su sombra en el umbral de esta eran hitos casi sobrehumanos. <<¿Quién es?>>. La risa del señor On hendió el aire una vez más, esta vez mucho más incisiva y aguda, prácticamente no respiraba.

-Señor, recuérdeme que significa su nombre. – dijo el anciano.

-Hacmoni significa Hombre Sabio.

La risa del anciano se hizo más aguda si eso fuera posible.

-Pues ahora mismo los dioses deben estar riendo a su costa, pues no es capaz de ver el nombre de uno de ellos en sus propias palabras y mire que es evidente.

-¿Como?

-Hacmoni, ¿sabe que significa mi nombre?

-No.

-Mi nombre es el nombre que los coptos le dan a Iunu, a lo que en el norte del gran mar le llaman heliópolis. ¿Aún no es capaz de verlo?- la risa del anciano se convirtió en un sonido histérico y estridente, parecía que ya no respirase.

-Si no se explica mejor yo no...

En ese momento al anciano le sobrevino un ataque, esta vez no sobrevivió.



La única luz que alumbraba la estancia era la de una vela aromática sobre una mesa redonda. Hacmoni, sentado frente a esta observaba un pergamino garabateado de su propia mano. En el centro del pergamino, de la frase que había leído hacia unas cuantas horas, salían incontables flechas hacia nuevas sentencias, cada cual más rebuscada que la anterior, pero sin ningún resultado satisfactorio, Hacmoni no se veía capaz de resolver el misterio que rodeaba la maldita frase. Decidió concentrarse una vez más y cerró los ojos, recordando las palabras del pobre On. Iunu, la heliópolis, un antiguo barquero de la ciudad, un asesinato, "Bolice asuad",  Policía negra...

Hacmoni caía, siempre caía, ¿llevaba cayendo siempre? Sí, probablemente, pero ahora no podía ver la luz ahí arriba, había bajado demasiado, Ra ya no podía iluminarle desde su barca solar, demasiado lejos, Maat le había abandonado, ya nada le rescataría. Seguía cayendo, un pozo sin fondo, o no... el suelo vino a él.

<<Un sueño, solo ha sido un sueño>> Se dijo el juez, que se encontraba sentado frente a la mesa de su estudio. Una taza de vino dulce, aromatizado con dátiles durante meses, reposaba en la mesa junto con una hogaza de pan tierno de trigo. Su mujer se preocupaba demasiado por él. Apuró el desayuno que le pareció amargo, odiaba la frustración que uno siente cuando no es capaz de resolver algún problema.



La humedad de las cañadas era extrema a esas horas del mediodía. Hacmoni acababa de llegar y unas enormes gotas de sudor ya recorrían su frente.

-Así, caso resuelto. –dijo el juez observando el cadáver, o lo que quedaba de él, del hombre que habían reportado como desaparecido. Los cocodrilos sin duda habían dado cuenta de él.

Hacmoni se dirigió hacia la sombra de unas palmeras algo alejadas del río seguido de su comitiva judicial.

-Maldito calor, espero que este año el río crezca bien y podamos tener agua suficiente como para apagar nuestra sed. –dijo Akiiki, el escriba personal del juez.

-La verdad es que sí, este calor nos va a acabar matando, y si no es el calor van a ser los cocodrilos, así que realmente no hay de que preocuparse...-suspiró Hacmoni.

-Os veo triste, señor.

-No te preocupes por mi Akiiki, solo es que no he dormido en toda la noche.

-Ya debería estar acostumbrado, este trabajo requiere muchas horas de esfuerzo para resolver anagramas, leer documentos y actuar en consecuencia.

-Lo sé, lo sé, pero...

-Y sino, haga como yo hice al día siguiente al último desfile del faraón por el río, que fui al mercado a comprar ese té tan oscuro que venden... ¡Señor, no tenga tanta prisa, que aún no le he explicado donde encontrarlo! –dijo levantándose y siguiendo a la carrera al juez que había echado a correr súbitamente.



-Lo siento señor juez, pero no le puedo dejar pasar, solo los sumos sacerdotes y el mismísimo faraón pueden entrar a esta cámara.

-¿Y si le digo que la vida del faraón depende de ello?

-En ese caso acuda al señor director general de seguridad, el siguiente pasillo segunda entrada a la derecha, pida permiso antes de entrar, tiene... un genio bastante... encendido.

Hacmoni se dirigió a paso vivo hacia la dirección indicada. Un rato más tarde llamó a una puerta.

-Pase. –dijo una voz femenina des del interior.

-Hola, soy Hacmoni, juez de Tebas, estoy aquí porqué peligra la vida del faraón.

-Bien. Me puede llamar Batal Atalia, mi nombre real no puede ser conocido por la mayoría de Tebas, así que no me mire con esa expresión extrañada. – dijo la mujer, alta, morena y de muy buen ver- Dígame todo lo que sepa.



Una tenue luz se filtraba a través de la puerta de entrada del templo personal del faraón, en el recinto dedicado a Mut. La brisa nocturna le acarició la piel de los brazos, oscurecida con carbón. Su rostro, oscurecido idénticamente, observaba atentamente de entre los arbustos del patio. A su lado Atalia igualmente ataviada observaba atentamente la única entrada por la que alguien podría acceder al faraón, en ese momento rezando. Hacmoni llevo su mano a la daga que llevaba atada a la nalga derecha. Eso y unos trapos negros eran todas sus vestiduras.

-¿Crees que nosotros dos solos podremos parar a los atacantes? -susurró el juez a su compañera de emboscada.

-Ya te he dicho que para poder pasar los controles del templo deberá ser una sola persona y poco sospechosa, así que seguro que podremos.

-Y porqué no entramos a avisar al faraón...

-¡Maldita sea! -le espetó en voz baja- puede llegar en cualquier momento, no me hagas repetir las cosas mil veces. Imagínate que ve salir de la sala una persona pintada de negro, nadie en su sano juicio... ¡Silencio! Alguien se acerca... -dijo casi extrañada.

En aquel momento un sujeto entró en el patio. Era un anciano, vestido con una túnica blanca ceñida a su cintura por unos cordeles. Se dirigía directamente a la entrada que estaban custodiando. Hacmoni se dio cuenta de la tensión en el rostro de Atalia cuando esta se giró para comprobar que estaba preparado.

-¡Ahora!

Ambos se lanzaron sobre el anciano, reduciéndolo fácilmente. Cuando Atalia ya iba a degollarlo el juez detuvo su mano.

-Después, primero hemos de interrogarlo.

-Bien, déjalo aquí atado, yo misma iré a avisar al faraón, ve tú a la entrada y que entren los guardias a llevarse al asesino.

-De acuerdo.

Atalia se dirigió a la puerta, y Hacmoni dobló la esquina corriendo, debía avisar los guardias.

La fragancia a aceites dominaba la estancia cuando Atalia entró. El faraón rezaba con la cabeza pegada al suelo cuando un puñal se le apoyó en la garganta.

-¿Que haces Nefera? Deberías estar protegiéndome, no amenazándome.

-¿Como sabe mi nombre si nunca he hablado con usted, viejo? –dijo Atalia, totalmente desconcertada.

-No menosprecies el poder de la mente. A veces hace falta algo más que un buen plan para triunfar.

-¿Y serás tu el que me lo impida, anciano engreído?

-No, seré yo. Nefera, quedas arrestada bajo mi poder como juez de Tebas por intento de asesinato del faraón, fundadora de una organización de asesinos y como corruptora del régimen. –dijo desde el umbral.



-Quiero saber bajo que pruebas se me acusa. –la voz retumbó en la sala del juzgado. Los presentes guardaban un silencio sepulcral.

-La acusada tiene derecho a conocerlos, y yo mismo los expondré: Hace dos días me encontraba yo andando por el mercado cuando por una de esas casualidades de la vida, o por la divina gracia de Maat, me encontré con un papiro con la siguiente inscripción:

"El señor On, hijo del antiguo barquero de esta misma ciudad, debe morir, salve Supettien, salve Bolice asuad"


Evidentemente me chocó la frase y más la forma en que el papel me fue arrebatado. Ese mismo día hablé con el señor On, un hombre ciego pero con una inteligencia extraordinaria. Me explicó... me explico antes de morir que su nombre era el nombre copto de Iunu. A él le debo la resolución de la primera parte del caso. Ese mismo día el hombre murió, muerte natural. Pasé la noche trabajando hasta que me quedé dormido, fue entonces cuando debía haber resuelto parte del enigma, pero no me dí cuenta hasta más tarde. Ayer encontramos a un carpintero desaparecido en el margen del río, los cocodrilos lo habían destrozado, su cuerpo era en desastre, yo había dormido poco, y he de admitir que me afectó un poco. Fue entonces cuando Akiiki, mi escriba, resolvió el caso. -Los murmullos empezaron a recorrer la sala al tiempo que el escriba levantaba la cabeza de su trabajo.- Primero, resolvió la primera parte del caso, o mejor dicho, de la frase:

"El señor On, hijo del antiguo barquero de esta misma ciudad, debe morir."

Maldita sea, ¡había estado ciego! Estaban hablando de nuestro faraón. No en vano lleva el título de "Engendrado por Ra, Señor de Iunu". ¿Como no había caído en que Ra es el patrón de nuestra ciudad desde hace ya tiempo, y que además es el barquero de la barca solar que nos ilumina día a día? Y después me recordó los anagramas. Tanto tiempo sin casos de este tipo se me habían olvidado, ahí resolví la segunda parte de la frase:

"Salve Supettien, salve Bolice asuad"

Pensé que Supettien debia ser  un dios copto, como On era un nombre de estos mismos. Seputtien. Supettien es un anagrama de: En Ipet Sut. Sí señores, Ipet Sut, o como también le llaman: El Tempo de Karnak. Solo me faltaba avisar a las autoridades, así que acudí a avisar al faraón, cosa que no fue posible, me dirigí a avisar al director general de seguridad, el señor Nemenat, que hoy no ha podido venir. Fue entonces cuando vi en su mesa un documento firmado con dos iniciales: B.A. Cuando le pregunté por el editor me dijo que era la que ellos llamaban Víbora Negra por sus actividades ocultas, Batal Atalia. No la podían echar porqué nunca habían encontrado pruebas, todo el mundo sabia que ocultaba secretos, pero que la soberbia y el orgullo de dicha mujer eran tan fuertes que nadie se atrevía a preguntar por las posibles represalias, además de que ella no hubiese dicho la verdad. Así fue como me di cuenta del porqué del nombre de Bolice Asuad, sí, las iniciales cuadraban. Las ansias de poder de la mujer la habían llevado a delatarse. Bolice Asuad, Batal Atalia. Solo avisarla de nuestras intenciones de capturar al asesino se puso a nuestra disposición para vigilar en solitario al faraón. Cuando me pusieron junto a ella objetó incluso que no estaba bien maquillado para quedarse sola. Finalmente confirmó mis sospechas con su cara de interrogante al ver alguien que iba a matar al faraón y que no era ella misma, incluso iba a matar el sospechoso saltándose el protocolo. Después solo tuve que esperar que empezase a actuar para capturarla. Debo admitir que usar un sustituto del faraón fue algo arriesgado, pero ella nunca lo había visto en persona y finalmente el engaño fue posible. Así, la acusada de verdadero nombre Nefera queda acusada de intento de asesinato, creación de un grupo de asesinos y como corruptora del régimen.

-¿Corruptora del régimen? –preguntó un juez auxiliar.

-La señorita aquí presente colocaba secuaces en empresas importantes para retrasar pagos de impuestos y así retrasar el repartimiento de grano en los templos, con la consiguiente crisis de comida anual que iba diezmando la moral del país. Esto está confirmado gracias al administrador del puerto fluvial, que me advirtió de estar irregularidades además de aportarme información sobre el señor On.

-Muy bien, nada más a objetar.

-Por mi parte tampoco. –dijo el otro juez auxiliar.

-Así pues, se deja visto para sentencia. Caso resuelto.

Faerindel

Relato nº6


El martes

El martes, Simón Cruz se levantó a las siete menos cuarto, se arregló y desayunó el acostumbrado café con leche, zumo, y un par de magdalenas. A las 7 y media bajó a la calle, caminó hasta la parada del bus y esperó un par de minutos, lo que habitualmente tardaba en llegar el que le acercaba al trabajo.

Llevaba años haciendo el mismo recorrido, a la misma hora y coincidiendo con la misma gente, aunque prefería aislarse, simulando interés en el paisaje, antes que arriesgarse a que alguien decidiera dedicarle un insustancial monólogo matutino. Un poco antes de las ocho entraba en el edificio de la empresa, subía en el ascensor hasta el sexto piso y se acomodaba en su mesa, al fondo de una oficina con otros siete empleados. Cada uno se ocupaba de una sección, así que no compartían mucho más, a no ser esos días en los que todo parecía ir rodado y sacaban ratos de charla, banalidades y café. Simón disponía, además, de una hora para comer. Siempre iba a un pequeño restaurante familiar, un par de calles más abajo: los lunes, cocido; martes y jueves, verduras; los miércoles, pasta; viernes, paella. Mientras tomaba el menú del día leía pausadamente el periódico. Vuelta al trabajo y, a las cinco, al autobús de regreso a casa.

Es martes. Simón Cruz había pasado el día como de costumbre y acababa de coger el bus hacia casa. No encontró asientos libres, así que se quedó de pie, agarrado a una de las barras frente a las puertas de salida. Iba con la cabeza baja, pensando en la lista de cosas que tenía que adquirir en el súper, quizá pudiese dejarlo para mañana, aunque debería quitárselo de encima ya... Las puertas se abrieron con un golpe y sus pensamientos se interrumpieron. Miró afuera, no era su parada. Estaba a punto de retomar la lista de la compra, cuando algo llamó su atención, ¿le habían llamado? Giró la cabeza a uno y otro lado, pero nadie se fijaba en él. "¿Qué pasa, Simón?", se dijo con sorna. Y entonces se dio cuenta. Tenía que salir. "No tiene sentido, qué tontería, no se me ha perdido nada aquí", se resistió. Pero tenía que dejar ese autobús. Una parte de sí mismo tiró de él con fuerza y, con un salto, Simón se vio en la acera. Oyó el impacto de las puertas al cerrarse, el ruido de motor alejándose, y se imaginó ahí parado, con cara de tonto, sin saber qué hacer. Disimuló un poco echando un lento vistazo a su reloj, se acomodó la chaqueta con aire digno, respiró honda y exageradamente y dedicó unos instantes a observar la calle.

A pocos metros distinguió una plaza y se dirigió allí. Las aceras se ensanchaban al alcanzar el cruce, formando amplias esquinas, en una de las cuales se encontraba estacionado un puesto ambulante, de esos que ofrecen chucherías, frutos secos y algunos juguetes sencillos para críos. De algún modo Simón lo tuvo clarísimo, fue directo hacia él y compró un molinillo de viento, el más grande. Intentó hacerlo girar, pero apenas corría el aire. Movió los brazos, tímidamente al principio, luego describiendo arcos cada vez más amplios, incluso dando alguna vuelta, hasta que acabó sintiéndose ridículo. Un poco avergonzado, volvió a la parada del bus.

En ese momento estacionaba una furgoneta de reparto, y un tipo bajó apresuradamente, cargó algunas cajas de la parte trasera y entró en uno de los locales cercanos. Simón estaba dudando dónde dejar el molinillo, así que acabó encajando el palo, que era hueco, en la antena de la furgoneta. Al poco, el conductor regresó, montó apresuradamente y arrancó sin darse cuenta del nuevo detalle. Simón vio alejarse el vehículo con el molinillo rotando a toda velocidad en un remolino de colores. Algunos transeúntes giraron las cabezas asqueados, otros señalaron la original antena comentando entre ellos, otros hicieron un gesto jocoso, otros, absortos en sus quehaceres, no se enteraron de nada. Simón observó el cuadro y rió a carcajadas.

El miércoles se levantó a las siete menos cuarto, se arregló y desayunó como de costumbre. Fue al trabajo, tomó el menú del día en el restaurante de siempre, volvió a la oficina. Simón Cruz salió del edificio a las cinco, como era habitual.

El jueves el día comenzó como todos, pero en la oficina todo era revuelo. Alguien había hecho una pintada en el ascensor que decía "Peláez, el de la 6ª planta, tu culo me encanta!" En toda la mañana no se pudo trabajar, entre las bromas y guasas al ruborizado pero complacido Peláez, y el goteo constante de visitas de gente que se asomaba, bien preguntando directamente por el susodicho, bien haciéndose los distraídos aparentando que se habían perdido, lo que incrementaba aún más las mofas.

El viernes, unos puñados de rosas desaparecieron de un parque y se encontraron misteriosamente en los bolsos, bolsas y bolsillos de una decena de personas que viajaban en el autobús y que, alucinadas, no lograban explicarse cómo habían llegado las flores allí.

El sábado, un hombre contaba cómo otro le había abordado en el paseo principal para increparle con gritos atormentados cómo podía haber sido capaz, lo duro que había sido todo este tiempo sin él, que no se preocupase por su hijo, que se ocupaba de él y estaban bien solos, que le llevaría siempre en el corazón, pero que no volviese, que había rehecho su vida. Se fue antes de que pudiera contestar, y el hombre se sintió obligado a explicar a todos los curiosos que, expectantes, lo rodeaban, que era un error, que no lo conocía de nada y que jamás lo había visto antes.

El domingo hubo una avería en el sistema automático que hacía funcionar las campanas de la catedral, a causa de la cual, la llamada a la misa de doce estuvo sonando sin parar durante una hora.

A todo esto, Simón Cruz continúa con sus quehaceres cotidianos, de casa al trabajo y vuelta, como siempre. O al menos eso es lo que piensan los que le conocen. Nadie creería que se ha convertido en un terrorista de la rutina.

Faerindel

Relato nº7


¿Qué hará hoy el ángel?

-Me sorprende que hayas llegado a tiempo, ¿Había un vuelo directo desde Tánger?

La pregunta de Magret no cogió desprevenida a la Capitana Vázquez.

-Hice una parada en Madrid, y desde ahí solicité plaza en el primer avión que se dirigiera hacia aquí. A mí me sorprende que vayan tras un objetivo tan importante con un equipo combinado...

-Sí, cuando el jefe me dio los detalles sobre esta operación pensé por un momento que se estaba quedando conmigo. Bueno, este Ala de ángel es un terrorista importante cuyo objetivo son las cumbres de los líderes  de los países desarrollados... seguro que han montado este numerito para asegurarse de que cada país obtiene parte del mérito por su captura.

-Y nos eligen a ti y a mí para el trabajo sucio. Una misión en el extranjero justo ahora, seguro que la recomendación vino de parte del gabinete del servicio de inteligencia.

El barullo de la sala de reuniones del cuartel general de la Policía federal en Berlín cesó cuando el Inspector Jefe, Konrad Diermissen, entró en la habitación, encendiendo la pantalla plana, en la que acto seguido apareció la cara de un hombre joven, de pelo largo y lacio.

-Muy bien, vamos a comenzar el briefing de esta operación. Antes de nada, quiero que echen un vistazo a la pantalla.
El nombre de este hombre es Angelico, distribuidor comercial de cuerpos prostéticos completos. Nacionalidad Holandesa. Como resultado de cierto incidente hemos descubierto que este hombre es Ala de ángel, del que estoy seguro todos han oído hablar. Este terrorista es el responsable de más muertes, en lo que llevamos de siglo, que ningún otro.

-¿A qué incidente se refiere, Inspector Diermissen? – Preguntó un agente, que Magret identificó como norteamericano, probablemente del Imperio por el uniforme.

-Permítanme empezar por el principio. La ideología y el modus operandi siempre han consistido en su denuncia sobre el monopolio político de los países desarrollados sobre la toma mundial de decisiones. En consecuencia anunció que haría explotar un rascacielos en cada país en el que tuviera lugar una cumbre internacional, recibiendo su nombre por el número de víctimas tan elevado que ocasionaban sus lluvias de cristal, a las que él se refería como "plumas de ángel". –La pantalla mostraba en este punto varios videos, captados por aficionados, que mostraban los atentados. La delegación China, dos agentes menudos y discretos, bajaron la vista cuando el video mostro el incidente de Shangai.

-Por supuesto, los países anfitriones respondieron estableciendo estrictos controles de seguridad, pero resultó imposible de evitar un atentado bomba en, virtualmente, cualquier rincón del país en cuestión. Las autoridades competentes han tratado de identificar su rostro en bastantes ocasiones, con escaso éxito, usando como base las grabaciones de seguridad de los edificios atacados. Esto es así debido a que Ala de ángel posee un cuerpo prostético completo, lo que le permite cambiar de identidad, fisionomía y rasgos con inusitada facilidad. Por esa razón, la identidad de Ala de ángel nunca formó parte de la línea de investigación principal hasta ahora.

¿Cómo pueden estar seguros de que posee un cuerpo prostético completo? – Inquirió la Capitana con curiosidad.

-Hace dos meses un doctor especializado en medicina prostética en Holanda puso en coma inducido a un paciente, mientras realizaba una operación de cambio de cuerpo, de manera involuntaria. Varios de los recuerdos encontrados en la mente del paciente parecen indicar que se trata de Ala de ángel. De acuerdo con este doctor, entre los recuerdos extraídos había detalles acerca de atentados que había cometido, así como datos faciales de los cuerpos prostéticos a los que se había cambiado con anterioridad.

-¿Coinciden esos datos con los de las grabaciones de seguridad de los edificios atacados? – La pregunta del miembro de Scotland Yard fue recibida por Diermissen con un leve arqueo de su ceja derecha.

-Los hemos encontrado todos. Tras debatir durante varios días sobre el dilema ético que se le presentaba, finalmente el doctor se puso en contacto con la policía local, y de ahí nos llegó la información.

-Es una lástima que no contactara con nosotros antes. – añadió el Británico.

-Sé lo que quiere decir, pero no podemos culparle.

-Comprendo todo lo que dice, pero entonces, ¿por qué nos han convocado aquí, en Berlín, cuando la próxima cumbre tiene lugar en Manchester dentro de cuatro días? – La pregunta de Magret iba dirigida con toda la intención, pues esta clase de operaciones nunca le hicieron mucha gracia.

-Excelente pregunta. Las autoridades competentes ejecutaron una búsqueda de los datos faciales en los sistemas de vigilancia de todos los aeropuertos del mundo, descubriendo que antes de cada atentado, Ala de ángel realizaba una parada aquí en Berlín, marchándose de la ciudad dos días antes de la fecha en que se realizaba la cumbre. En el caso de la cumbre de Shangai fue el 17 de Febrero de 2058, antes de la cumbre de Moscú fue el 25 de Noviembre de 2059, y para la cumbre de París, el 13 de Julio de 2060. En todos los casos, fue dos días antes de la cumbre. Por alguna razón ha repetido esta pauta tres veces en el pasado, por lo que teniendo en cuenta que Ala de ángel no ha mostrado otro comportamiento de rutina exceptuando su modus operandi,  es una muestra inusual de su comportamiento.

-¿Qué ruta sigue para entrar en Berlín? – Añadió la capitana.

Eso es algo que desconocemos, pero por una u otra razón, siempre ha realizado una parada aquí, en Berlín, antes de sus atentados, por lo que existe una alta probabilidad de que entre en la ciudad y permanezca por lo menos un par de días, antes de que se marche en dirección a Manchester. Durante este tiempo podemos especular con que utilizará el mismo nombre y cuerpo prostético de este archivo de datos.
–Diermissen señaló la pantalla cuando esta mostró el rostro de Angelico.

-Esta es la primera oportunidad que tenemos en mucho tiempo para capturarlo. Durante el tiempo que esté aquí, haremos todo lo que esté en nuestra mano para detenerle.
El Inspector Jefe despidió a los diferentes equipos venidos de medio mundo otorgándoles el memorando de la reunión, y todos los datos a tener en cuenta, tras lo cual dio por terminada la reunión, comenzando el operativo.

+++++

Magret se encontraba pensativo, subido en el hombro derecho de la Gold-Else, desde donde disfrutaba de una extensa panorámica de toda la ciudad, con el Tiergarten a sus pies.

-Si llego a saber que se refería a esto con "hacer todo lo que esté en nuestra mano"... me dan ganas de mandar a la mierda esta jodida misión. Incluso con los receptores sensoriales al mínimo el frío se cuela hasta los huesos.

Miró a su alrededor -Esta ciudad, parece mentira que sufriera los ataques de la III Guerra Mundial, y resistiera un asedio de medio año durante la IV...

Los pensamientos de Magret se cortaron en seco al oír los ladridos de un perro. Miró hacia abajo y lo vió, sujeto por una mujer anciana, probablemente su dueña.

-Con el frío que hace y baja a pasear al perro... Este camuflaje óptico no puede engañar el olfato de un perro, está visto.

–Magret siguió observando la escena. Al poco rato, una niña en silla de ruedas se acercó al animal, y este dejo de ladrar, acercándose a ella. Alzó la mirada, y Magret se sintió observado por los penetrantes ojos verdes de la muchacha.

-No puede ser que me haya visto, de todos modos, ¿qué hace una niña como ella sola a estas horas, además con la que está cayendo?  -La niña bajó la vista y se marchó, mientras la seguía con la mirada. El cibercom pitó, Magret lo activó esperando recibir nuevas órdenes.

-Aquí base, comprobación de rutina, a todo el personal del sector D, informe de la situación.

Los reportes  fueron sucediéndose uno tras otro.
-Aquí D-1, la situación en la estación de trenes es normal. No hay señales del objetivo.

-D-2 informando, la situación en la Alexanderplazt es normal. No hay indicios de la presencia del objetivo.

-D-3, nada inusual que reportar, la situación es normal – Magret reconoció la voz de Vázquez al instante, tras la cual informó de su situación.

-D-4, nada de lo que informar, la situación en el Tiergarten es normal.

-Aquí base, recibido. Mantened vuestras posiciones y continuad la vigilancia, de una forma u otra, esta operación terminará en dos días. Si Ala de ángel no aparece, las autoridades de Manchester tomarán el relevo, y la investigación revertirá de nuevo en la caza de un terrorista sin nombre ni rostro. Llevad a cabo vuestra misión con toda la debida diligencia.

-Recibido Base, D-1 corto y cierro.

-D-2, recibido, corto.

-D-3, corto y cierro.

Magret se quedo pensativo mientras veía caer la nieve en toda la ciudad.
-D-4, aquí base, no le copio.

-D-4, recibido, corto. Magret se disponía a cerrar el cibercom cuando recibió una transmisión de Vázquez.

-Magret, deja de hacer el tonto. – El tono de la capitana era a la vez severo pero comprensivo.

-No he podido evitarlo, deberías saber que no estoy hecho para este tipo de misiones de vigilancia de larga duración. Además, esta nieve tampoco ayuda mucho, reduce la efectividad del camuflaje óptico.

-No hay demasiada gente hecha para esta clase de operativos de vigilancia, de todos modos.

-Acabemos con esto de una vez y larguémonos a casa.

-Todo habrá terminado dentro de un par de días...-Vázquez trataba de sonar afable -Magret, me desconecto, no hay ninguna garantía de que no puedan pinchar este canal, aunque sea una transmisión encriptada. Vuelve enseguida a tu puesto.

-Lo sé, lo sé... -contestó Magret con un tono alicaído.

+++++

-No estoy hecho para estas misiones- Magret refunfuñaba para sí mismo mientras compraba un periódico en el Kiosko de la plazoletilla central del Tiergarten.

Se sentó en un banco, encendió un cigarrillo, y se dispuso a leer para distraerse un poco del aburrimiento que le suponía vigilar y buscar a un terrorista que bien no podría ser la persona que estaban buscando.

-Avistados monstruos invisibles en las estaciones de Tren y Aeropuerto – Magret sonrió para sí al leer la noticia. – Parece que no soy el único que se aburre por aquí- concluyó. Sin embargo, su cara se tornó seria al llegar a la sección de Internacional

-Los refugiados Africanos declaran diversos puntos de España y Francia como regiones autónomas dentro de la UEO – Las cosas se están poniendo feas en casa...

Magret apagó su cigarrillo, percatándose de que le estaban mirando. Su sorpresa fue mayúscula al comprobar que era la niña en silla de ruedas de la noche anterior. Le miraba fijamente.

-No puede haberme reconocido, llevaba el camuflaje puesto, ¿qué pasa con esa cría, si es así, cómo lo ha hecho? –Magret trataba de actuar con naturalidad, como si siguiera leyendo el periódico. La niña bajo la mirada y continuó su camino.

Magret decidió seguirla., hasta que llegó a una Iglesia. Una vez dentro, halló a la niña rezando delante del altar mayor.

-Por favor ángel, dime, hace ya dos semanas que recibí el E-Mail, ¿por qué mi papá no ha venido a verme?

Magret reaccionó ante esto con estupor - ¿papá? – pensó. La niña seguía su soliloquio.

-Siento su presencia  cerca. Debe tener otros asuntos importantes.- La chiquilla percibió algo y se dio la vuelta, como buscando a alguien entre los bancos de la nave central.

- ¿Quién es? –preguntó al aire.

-¿Cómo puede ser tan perceptiva, apenas me he movido? – Magret estaba bastante preocupado.

-¿Podría ser qué...? – El vuelo de una paloma interrumpió a la cría, que se apesumbró al confundir la presencia de la paloma con otra cosa, que anhelaba más. Con rostro triste, salió de la Iglesia.

Magret la siguió, bastante confuso, hasta un orfanato. La chica entró y subió hasta su habitación, desde cuyas ventanas Magret pudo comprobar que poseían una vista privilegiada del Tiergarten, y más en concreto de la Gold-Else.

-Quizá pudo verme desde su cuarto, y por eso me reconoció en el parque esta mañana – pensó para sí. Por fortuna, la chica había abierto una de las ventanas, por lo que tal vez si se presentaba la oportunidad podría entrar y ver el E-Mail que menciono la chica en la Iglesia.

Mientras esperaba su oportunidad en la cornisa, oyó a la chica dirigiéndose a la Gold-Else
-Ángel, cuando papá me pregunta siempre le digo que no quiero nada, pero esta vez es diferente. Estoy segura de que papá volverá a casa con un nuevo cuerpo prostético –Magret apenas podía creer lo que estaba oyendo,  suspiró - y me gustaría que por una vez...

En ese momento, la Matrona llamó a la niña por su nombre.
-Teresa, te necesito abajo un momento, ¿puedes venir por favor?- La voz de la matrona tenía un tono amable.

-¡Voy! – respondió rápidamente Teresa. Magret aprovecho la situación y se coló en la habitación. En el escritorio estaba el ordenador portátil de la muchacha. Magret lo encendió y busco en el buzón de correo electrónico.

-Ha de ser este –Magret lo abrió. Tenía un archivo de audio adjunto, que rápidamente reprodujo.

-Soy papá, pasaré a verte en las próximas dos semanas. Nos veremos en la Iglesia de siempre.

Ni fechas concretas ni lugar específico en el mensaje. Magret decidió mirar en el diario de la pequeña. Tras una pequeña búsqueda, lo encontró en el último cajón del escritorio. Antes de abrirlo, pidió perdón a la niña.

-Vaya letra más mala, me cuesta leerla. –pensó mientras pasaba páginas y páginas en blanco. Había pocas entradas, la primera que encontró tenia fecha del 12 de Julio de 2060.

-Papá vino a verme esta noche, le he visto en la capilla de la Iglesia
Siguió ojeando, hasta que encontró otra entrada que le llamó la atención.

-24 de noviembre de 2059. Papá ha regresado hoy, tal y como prometió, un mes antes de navidad. Me ha traído un regalo a la capilla, un abrigo de cachemira.

Esta vez, Magret fue directamente hacia una fecha determinada, lo que confirmó sus sospechas.
-11 de Febrero de 2058. Ha llegado un mensaje de papá caído del cielo. Nos hemos visto en la capilla de la Iglesia, me ha regalado unas manoplas.

-Estas fechas son los días previos a que Angelico abandonara Berlín...-Magret siguió ojeando el diario hasta que encontró una última entrada escrita en la tapa interior del diario.

-Tenemos una contraseña por si papá regresa con otro cuerpo y yo no le reconozco. ¿Qué tiene pensado hacer hoy el Ángel? Voy a hacer llover plumas de Ángel por todo el mundo.

Magret suspiró. El padre de esa niña era Ala de ángel. En ese preciso momento Magret pudo oír la silla de Teresa subiendo las escaleras, por lo que se apresuró a dejar todo como estaba, y salir de la habitación de la muchacha. Sin embargo, permaneció en lo sucesivo cerca del orfanato para vigilar sus movimientos.

+++++

-Aquí base, comprobación de rutina. Personal del sector D, informe de la situación.

-D-1 informando, no hay señal del objetivo, la posibilidad de infiltración es nula.

-Aquí D-2, la situación en Alexanderplatz es normal, nada inusual que informar.

-D-3 informando, no hay señal del objetivo, la situación es normal.

-D-4, aquí base, ¿por qué ha cambiado de posición?

-Por aquí hay muchos perros callejeros, ni siquiera el modelo de camuflaje 3300 puede despistar su sentido del olfato.

-Recuerde que debe informar de todos los cambios de posición. Le daremos nuevas órdenes.

-Recibido. –Magret seguía vigilando la puerta del orfanato, esperando a que Teresa saliera en busca de su padre. Era la única pista fiable que tenía, y no quería perderla. No obstante, tenía que volver a su posición de vigilancia en el hombro de la Gold-Else, algo que hizo a regañadientes.

A las 11 de la noche, mientras tanto, una figura masculina entró en la Iglesia de St. Matthäus. Un hombre joven y de pelo lacio, llevando un regalo en sus brazos, envuelto en papel rojo. Llegó hasta el altar mayor, y se arrodilló. Sin embargo, una voz le sobresaltó.

-¿Estás tratando de expiar todas las vidas inocentes que has arrebatado?

El hombre se incorporó, y sacó una pistola. -¿Quién anda ahí? – preguntó desafiante. Sin embargo, una sombra invisible se acerco hacia él, pillándole desprevenido. Le desarmó, y le redujo con una llave, poniendo su cara contra el suelo.

Magret se quitó el camuflaje óptico.
-Angelico, sabemos que Ala de ángel eres tú. No compliques más las cosas.

-¿De qué está hablando? ¿Yo...? –el hombre trataba de disimular sorpresa.

-Ni lo intentes – interrumpió Magret – Tenemos pruebas de que eres tú. Si no, dime, ¿por qué iba a haber un policía aquí a estas horas?

Angelico cambió su semblante de uno de perplejidad pretendida a uno más serio, pensativo. Se quedó mirando el regalo que había traído consigo.

-Después de arrebatar tantas vidas en nombre de tus egoístas ideales ¿aún pretendes ser un padre para tu hija?

–Magret estaba irritado – Debía haber muchas madres, padres e hijos esperando recibir regalos en todos esos lugares en los que volaste edificios e hiciste llover cristales. Si crees que puedes matar a toda esa gente y luego ir a ver a tu hija como si nada, estás muy equivocado. Lo siento colega –Magret cambió a un tono más sardónico- pero me parece que no volverás a ver a tu hija.

-Supongo que no. -respondió Angelico- Tienes razón. Magret se disponía a ponerle las esposas cuando Angelico le interrumpió

-Oye, ¿conoces a mi hija? – Magret se sorprendió ante la pregunta – Tengo que pedirte algo, si sabes quién es mi hija, ¿puedes entregarle ese paquete? Es un regalo que lleva esperando mucho tiempo, y que le hacía mucha ilusión.

Dubitativo, Magret giró la cabeza para ver el paquete, bajando la guardia, momento en que Angelico se deshizo de la llave inmovilizadora y sacó un arma. Disparó.

Magret pudo esquivar el disparo por poco, al rodar para esquivarlo, pero al incorporarse, vió cómo Angelico corría a toda velocidad entre los bancos de la nave central de la Iglesia. Confiado, Angelico siguió corriendo, pero fue detenido en ese instante por la Capitana Vázquez, que le propinó sendos golpes en el abdomen, que le hicieron aterrizar en el suelo.

Magret sacó su pistola y le disparo en las piernas y los brazos, para inutilizarlos, preso de la rabia y la frustración que sentía al ver cómo un hombre se aprovechaba de su hija de ese modo.

-Capitana – alcanzó a decir Magret mientras Vázquez inducía a Angelico al coma con el neuralizador, y conectaba su sistema nervioso a un dispositivo de almacenaje.

-¿Desde cuándo sientes lástima por la gente?- respondió Vázquez una vez neutralizado Angelico, con un tono severo. – Iva a observarte sin meterme, pero has sido muy descuidado.

-Lo siento –Magret bajó la cabeza. -¿cómo has sabido que estaba aquí?

-Pinché tus receptores visuales sin que te dieras cuenta.

-¿Cuándo fue eso?

-Si no hubieras sido tan descuidado, te habrías dado cuenta – Vázquez empleo un tono sarcástico, una costumbre muy suya, como Magret estaba acostumbrado a padecer. – En cuanto lo notifiquemos al Cuartel General, y vengan a recogerlo, la operación se habrá terminado. Volvemos a casa.

En ese instante, ambos se sobresaltaron al oír la puerta de la iglesia y sacaron sus armas. Las guardaron al ver que era la niña, Teresa.

Avanzó por la nave central, levantando los brazos, como palpando el aire – ¿Papá? ¿papá eres tú? Acabo de escuchar unos ruidos – dijo con voz temblorosa. - ¿Qué ha pasado?

Magret se quedo estupefacto – Tú...no podías verme, porque eres ciega – Sin darse cuenta, había pensado en voz alta. Teresa se sobresaltó.

-¿Quién hay ahí? ¿Papá? – Teresa trató de levantarse de su silla de ruedas. Trastabillando, logró agarrarse a un banco, y continuó andando como pudo.- ¿Eres tú papá? Estoy segura.

Vázquez miró cómo la niña avanzaba torpemente, sin percatarse de la presencia de su padre, que efectivamente estaba allí, pero tumbado en el suelo, inmóvil. Teresa tropezó con la pierna de su padre, pero volvió a incorporarse -¿Papá? Estoy asustada, dime algo, ¿papá?
Magret y Vázquez permanecieron inmóviles, sin saber qué hacer.

-¿Estás ahí verdad? – Teresa estaba cada vez más cerca de Magret. Tentaba el aire con su brazo izquierdo, mientras que con el derecho se apoyaba en los bancos para avanzar, renqueando, en busca de su padre. - ¿Qué va a hacer hoy el ángel? ¿Qué tiene pensado hacer hoy el ángel, papá?

Magret no pudo soportarlo más. –El ángel...- dijo titubeando.

La cara de Teresa se iluminó, sonrió, y prosiguió – ¿El ángel?

-El ángel...no va a ir a ninguna parte.

Faerindel

#8
Relato nº8


Venganza incumplida:


La edad no es importante, sobre todo si eres un asesino.

Tenía yo pocos años, era una dulce niña muy habladora y creativa, extremadamente alegre, de ojos brillantes y sonrisa sincera que vivía al otro lado del charco, en Estados Unidos.

Cumplidos los cinco inviernos, llegó ella.

La vi por primera vez como una intrusa, como una invitada temporal. No me hice preguntas al ver sus numerosas maletas, llenas de seguramente ropa, cosméticos y otros objetos superfluos sin valor. Mis ojos sólo querían fijarse en el chico que iba tras ella, como un perro a las faldas de su dueña. No demasiado mayor que yo, quizás tuviera ocho o nueve años, pero su expresión tras esas gafas de empollón no era la de un niño inocente. Tenía una mirada hosca, y su manera de tratarme era bastante hostil. En eso se parecía mucho a su madre.

-   Papá –le pregunté al ver que, bien entrada la noche, no se iban- ¿Cuándo se van a ir?

Mi padre en realidad no era mi padre. Se llamaba Michael Richard Barton, de lo cual mi único recuerdo consiste en levar su apellido. Lo único que recuerdo de él eran sus ojos; verdes, oscuros y suaves, como el musgo. Alto, fuerte, de carácter apacible y de buen corazón que me hacía disfrutar con sus juegos de magia. Es la imagen que atesoré entre mis recuerdos más valiosos.

-   No se van a ir, Gaby –me dijo él después de soltar una carcajada- ella será tu segunda madre.
-   ¿Cómo que una segunda madre? ¡Yo ya tengo a mamá! –grité confundida.
-   Pero ella está muy lejos, y yo quiero a esta mujer... -me dijo él, con una sonrisa que me pareció de lo más cínica.
-   Aun así, seguiré viendo a mamá, ¿no?
-   Claro que sí, amor. Podrás ir todos los veranos a verla a España.

También me enteré de que aquel niño tan borde iba a ser mi hermanito.  No podía haber nada peor que convivir con dos completos desconocidos, pero lo que yo imaginaba... Ni si quiera se asemejaba al pequeño infierno que creó esa persona...


-   ¡Me voy! –dijo mi padre, ya vestido con su traje de militar.
-   ¡Adiós papá! –corrí a despedirle, pero aquella señora estaba colgada de él y se despedía de él con palabras de <<¡Que tengas un buen día en el trabajo!>> y <<¡Vuelve pronto!>>, sin permitir que me acercase para decirle adiós... Porque al intentarlo, me cerró la puerta en las narices.

Esta vez, la mirada de esa mujer me dio pánico... Me observaba cual serpiente mira a una presa: Dispuesta a atacar en cualquier momento... Pero sin ninguna prisa, como si tuviera todo el tiempo del mundo por delante... Y, en realidad, mi padre trabajaba el día entero, y no volvía antes del crepúsculo.

-   ¿Vas  a llevarme a la guardería?

Ella se limitó a mirarme mal, pero ni me contestó. Se dirigió al coche y se largó, a todo rugir del motor, cuando vio que mi padre ya había desaparecido por el horizonte. Sola en un chalet abierto a cualquier persona, buena o mala, con la única compañía de mi hermanastro, que había salido de su cuarto al notar la ausencia de su madre.
-   Esto... Tu madre se ha ido –me atreví a decir.

Como su madre, me hizo el peor de los vacíos. Se encerró en su cuarto y no pude hablar con nadie hasta que unas horas más tarde, la intrusa volvió.

-   ¿Por qué no me has llevado a la "guarde"? –le pregunté a la parásita que residía en mi hogar... Un hogar que no era el suyo.

Me molestaba mucho que ni si quiera me mirase, haciéndome ese desprecio. Porque era MI casa, y ella no tenía derecho alguno a vivir en ella, así que levanté la voz para que me prestara atención:

-   ¡Eh, que te estoy hablando! ¿Estás sorda?
-   ¿Quién te has creído que eres? –me habló por primera vez, con veneno en la voz- ¿Tú eres imbécil o qué?
-   ¡Has dicho una palabrota! –exclamé. Nunca había escuchado una palabra malsonante en mi vida, quizás en la calle, pero, ¿De mi padre?
-   Tú debes de ser tonta, estúpida –me escupió a la cara- Creo que no lo has entendido. La que manda –se acercó mucho a mí- soy yo, ¿Te queda claro?
-   ¿Por qué? El que manda es papá –no podía entender lo que estaba ocurriendo, pero los insultos hacían en mí mella profunda.
-   Pobrecilla... Eres demasiado tonta para entenderlo, ¿Verdad?
-   ¡Yo no soy tonta! –grité con los ojos aguados.
-   Pobrecilla, además de tonta ni si quiera es guapa... Mírate. Das asco.

Corrí a mi habitación porque no podía seguir soportando semejante humillación. Tenía que decirle a mi padre lo mala que era ella, esa bruja con cara bonita. Me metí en la cama y me tapé con las sábanas, mientras lloraba desconsoladamente, pero en silencio. Las sombras empezaron a colarse en mi habitación mientras anochecía.

También mi vida se tornaba muy negra y no estaba segura de que pudiera haber un nuevo amanecer.

Fuera, las ruedas de un todoterreno batían la tierra húmeda y dos pares de focos iluminaron la habitación. Me asomé por la ventana y comprobé que, en efecto, era mi padre de regreso.

-   ¡Papá! –gemí de alegría, pero antes de que pudiera salir de mi cuarto, ella entró y dijo, con cara de ángel:
-   Sal a recibir a tu padre, Gabriela. –como un rayo, me calcé unas zapatillas y salí a su encuentro, pero ella me detuvo y me susurró al oído- Si le dices algo, te mato.

Te mato.

Como una cinta que rebobinas muchas veces, como si fuera un disco rayado, como el ciclo del agua...: Repitiéndose una y otra vez, dentro de mi cabeza.

-   ¡Hola, Gab! –era el apodo cariñoso de mi padre- ¿Qué tal ha ido hoy? ¿Todo bien?
-   Sí... -respondí como una autómata. Porque mi mente decía: ¡¡AYÚDAME!!
-   Me alegro. ¿Se ha portado bien la niña, cariño? –le dijo a esa detestable.
-   Bueno... Es un poco maleducada –Las lágrimas volvían a luchar por salir- pero he podido ocuparme de ella. No se porta demasiado mal. ¿No crees que está un poco malcriada?

Mientras seguía dándole una falsa imagen de mí a mi querido progenitor, lo único en lo que podía pensar era en cómo conseguiría soportar el día a día... Porque mi intuición me aseguraba que, a partir de ese momento, todo iba a ser mucho peor.


-------------------13 años más tarde-------------------
*Cambio de personaje*

El bar estaba atestado de gente que olía a tabaco y a alcohol. No necesité saber que una chica había entrado en el garito, sólo hacía falta oír las obscenidades que abucheaba el gentío. Noté su presencia a mi izquierda, pero ni la miré. Di otro sorbo más a mi cerveza.

Me llamo Syrus, aunque en español se pronunciaría "Sairus". Aun si es difícil de creer, es un nombre de tío. Soy un chico normal, alto y un poco delgaducho que se cree que bebiendo se puede enterrar el pasado... e incluso el presente, porque mi vida no vale una mierda.

-   Eh, tú. ¿Me oyes? –me dice la chica que tengo al lado.
-   ¿Eh? ¿Qué? –una respuesta brillante, sin duda.

Ahora me tomo el privilegio de mirarla embobado, con más atención: Es morena, tiene el pelo ondulado y largo hasta los hombros, y unos ojos castaños que parecen tener brillo propio. No está gorda, aunque sí un poco ancha, pero tiene unas curvas que seguramente más de una envidiaría. No lleva nada de maquillaje. Quizás sea la única chica que conozco que no lleve, y además, lo cierto es que no lo necesita. Se muestra sorprendentemente inocente, a pesar de llevar una camiseta con escote y unos vaqueros ajustados. Es muy joven, tendrá unos 3 años menos que yo. Parece una cría en el cuerpo de una mujer.

-   ¿Le pongo algo, señorita? –le pregunta el de la barra.

-   ¿Tienes coca-cola sin cafeína, por casualidad? –responde. Su voz es bonita, pero me trae malos recuerdos. Aunque no pueda entenderlo, es como si quisiera alejarme de ella lo antes posible.- La cafeína me vuelve loca, ¡y el alcohol ni te digo...!

-   Perdona –le digo- ¿Te conozco de algo?

-   ¡Por fin te dignas a hablarme! –me dice, con tono de reproche, aunque cuando sonríe me doy cuenta de que bromeaba.- No, llegué aquí ayer, soy de España... Por allá en Europa, al este, atravesando el océano... -dice con ojos de  soñadora.

-   Sí, sí, sé dónde está España –le digo, casi enfadado- ¿Qué quieres?

-   Estoy buscando a alguien –su expresión cambia de repente por una repentinamente seria, aunque vuelve a ser la de siempre en unos segundos y dice- ¡Es que creo que eres el único que me puede ayudar aquí! –y echa a reír.

Ciertamente, es una persona muy curiosa. Nunca me había topado con alguien de estas características. Pero no tengo la obligación de ayudarla, que se busque la vida como pueda. La miro con atención y preparo mis palabras, para que no suenen tan duras.

-   Aquí tienes... -nos sorprende el del bar- una coca-cola sin cafeína. Invita la casa.
-   ¡Gracias! –y cuando se va, me dice- Menos mal, porque no me queda ni un duro... Bueno, ¿Puedes ayudarme?
-   Pues... -veo cómo va a coger el vaso helado y le prevengo- Cuidado con eso, está muy frío.
-   No importa, no tengo demasiada sensibilidad para el frío. ¿Y bien?

Aunque no lo comprendo, me dan ganas de ayudarla en todo lo que pueda. Pero, ¿Por qué quiero ayudar a una desconocida?

-   Ni si quiera sé cómo te llamas –le digo, receloso.
-   Soy Gabriela, encantada –me tiende la mano. Y aunque me quiero acordar de ese nombre, no consigo visualizar nada más que la chica que tengo enfrente.

No sé como llegué a esto, pero ella estaba en mi casa, sentada en mi sillón, mirándome despreocupada.

-   Te prometo que mañana me voy –me dijo.
-   No te preocupes, duerme bien. –la miré, mientras se acurrucaba en el mueble- ¿No sería más correcto que tú durmieras en la cama y yo en el sillón?
-   No. Soy una total desconocida que se ha colado en tu casa. Ya es mucho que pueda dormir aquí. Buenas noches.
-   Hasta mañana –me despedí.

Con la inquietud de saber que ella estaba en mi casa, el sueño me abandonó por completo. Me levanté antes del alba a por un café, sin hacer nada de ruido. Mientras lo hacía, ella entró en la cocina con un sonoro bostezo.

-   No he dormido nada –se quejó- aunque es muy probable que tú tampoco. ¿Eso es café? Ni se te ocurra acercármelo –bromeó.
-   ¿Quieres algo?
-   Un vaso de leche muy fría, por favor.
-   Marchando. –mientras iba a por la leche su voz seguía articulando palabras.
-   Agradezco lo que has hecho por mí. Menos mal que te conocí en aquel lugar... No sé si me las hubiera apañado sola. En serio, gracias por todo, pero no quiero causarte más molestias. Puedo seguir buscando por mí sola.
-   ¿Estás segura? –le dije, ofreciéndole el vaso de leche.
-   Ajá. No sé cómo pagártelo... Ya te lo he dicho, no tengo ni un mísero duro.
-   No pasa nada. Eres bienvenida por aquí.

Y así, sin más, se fue de mi casa. Mi apartamento volvía a ser tan silencioso como siempre, nadie la llenaba con su risa. Encima del escritorio me pareció ver algo extraño...

-   ¡Es su bolso! –me dije.

No debería hacerlo, pero la curiosidad me pudo y lo abrí. Después de sacarlo todo, me llevé la mano a la boca, y murmuré:

-   Oh, Dios mío...

Salí de casa corriendo, cogí el coche y puse rumbo a mi hogar de la infancia. Sólo había tenido tiempo de mirar una cosa: Su DNI.
-> Nombre: Gabriela Richard
-> Apellido: Barton

Y, en el fondo del bolso, había una funda de algo... algo parecido a una pistola. (...)

Llegué a tiempo para oír un disparo.

-   ¡MAMÁ! –grité, corriendo hacia esa casa que tantos recuerdos oscuros albergaba. Seguía allí, en el mismo campo que trece años atrás, como esperando a que su legítima dueña regresara.

Abrí la puerta, y ver que estaba abierta tras ser previamente forzada me puso más nervioso. Subí las escaleras, y entré al salón del piso superior.

-   ¡Mamá...!

Me quedé paralizado al ver a mi madre tirada en el suelo, respirando agitadamente, al igual que mi hermanastra. Ella se apoyaba en el marco de la otra puerta. La televisión estaba hecha añicos debido al disparo.

-   ¿Quién diablos eres tú? –preguntó mi madre, llena de pánico.
-   ¿Es que no te acuerdas de mí, "mamá"? Soy esa pequeña escoria de la que tanto te aprovechabas. ¿Te refresco la memoria? –dijo ella, con furia asesina en sus ojos, normalmente tan dulces e ingenuos.
-   ¡T-Tú! –gritó ella, horrorizada.- ¿Qué haces aquí?
-   Quiero... Venganza.

De nuevo, el revólver sonó y la lámpara cayó al suelo. Para mi sorpresa, porque todavía no había podido moverme del sitio, Gabriela...

...estaba llorando.

-   ¡Joder, ¿Por qué no puedo matarte?! –decía entre lágrimas- ¡¡Te detesto, te quiero ver muerta!! ¡¡¡TE ODIO!!! –y se derrumbó en el suelo, tapándose los ojos mientras lloraba amargamente. Intenté acercarme, pero me apuntó con el arma y me amenazó- ¡¡No te acerques!! ¿¡Por qué...!?
-   Tranquilízate. Soy yo, Syrus.
-   ¡Sé perfectamente quien eres! ¡Te mereces lo peor después de ella!
-   Gabriela, no vas a matar a nadie. Es imposible. Tú no eres así, no eres capaz. Ni si quiera a ella.
-   Mi padre... -murmuró, temblorosa.
-   Ven. Te llevaré a verlo. Pero suelta el arma, ¿Quieres? La venganza no te conducirá a nada.
-   ¡No te servirá para nada matarme! –intervino mi madre.
-   ¿Y tú qué sabes? Me has arruinado la vida. Todo. Me separaste de mi padre...
-   No era tu padre –dijo.
-   ¡¡Sí que lo era!! –respondió la pequeña- ¡¡Un padre es el que te lee cuentos por la noche, el que te arropa antes de irte a dormir, el que te pregunta cómo te ha ido el día...!! Eso es un padre. Y tú me lo arrebataste. –ahora no mostraba una expresión de ira, sino de cansancio y tristeza. Tiró la pistola al suelo y se acercó a mí.- Llévame con él, por favor.

Así es como mi madre salvó su vida, a pesar de haber deshecho la de Gabriela. Sin embargo, hasta el día de su muerte, no supe que la atormentaban los fantasmas y el remordimiento, porque en el fondo seguía siendo una persona. Yo llevé a Gabriela a ver a su padre al cementerio. Se mudó aquí, a Estados Unidos, y se instaló en mi casa, diciendo que "parte de mi herencia es suya". Pero bueno, no me importó demasiado, ya que es la única que consigue que mi vida tenga algo más de color.

A veces me pregunto qué hubiera pasado si no tuviese un alma tan pura como la que tiene. Puede que hubiera cometido un asesinato o dos. Pero el destino me la trajo de vuelta, así que ya no necesito beber más para borrar el pasado que ahora convive con el presente.

Faerindel

#9
Relato nº9

Relato retirado a petición del autor.

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