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I CRAC. Relatos.

Iniciado por Faerindel, 19 de Julio de 2008, 00:16

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Faerindel

Recordamos que son anónimos, si reconocen el estilo de algún participante, chachi para ustedes.

Relato nº1:
Carta:

Buenos días, mi amor. ¿Qué tal tu noche? ¿Has dormido bien?

¡Qué preguntas hago! Como si no hubiera sido yo el que sostuvo tu cabeza en la cuna de mis brazos mientras dormías, como si tu respiración no me hubiera conmovido al rozar mi piel, como si no fuera yo quien siempre ha estado a tu lado.

Aunque esto no te importa.

No pienso actuar como si nada hubiera ocurrido. No pienso seguir fingiendo que no ha pasado nada. Iluso de mí, marchándome a la cama solo, maldiciendo tu empleo por acapararte de esa forma, creyéndote cuando me llamabas para suplicarme perdón por llegar tarde a casa... Una vez más. Confiando plenamente en que tu esfuerzo en el trabajo te acabara reportando algún beneficio, orgulloso de que mi esposa no tuviera miedo al esfuerzo.

Pero no te esforzaste tanto, ¿cierto?

Tienes razón, estoy mintiendo. Tuvo que ser tremendamente costoso ocultarme tus acciones de esa forma. Me alegra que, al menos, no me consideraras lo suficientemente idiota como para que no hiciera falta mentirme.

Noches de pasión ardiente, de lujuria, de íntimos momentos en que mis manos acariciaban tu piel, tu pecho, tus caderas y la suave depresión de tu cintura. Noches en que, agotados y sudorosos, nos susurrábamos palabras de amor. Noches en que juraste y perjuraste tu amor por mí, después de que yo hiciera lo mismo contigo.

Ahora entiendo tu diplomacia.

Te creí, como el tonto enamorado que soy. Pasabas más noches fuera de casa que dentro, y jamás sospeche de tus regresos a altas horas de la madrugada. Era siempre lo mismo; oía la llave girar en la puerta de la entrada, escuchaba como cerrabas con suavidad, subías al piso superior, te duchabas, y media hora después te acurrucabas en la cama junto a mí, abrazándome como si no hubiera nadie más en el mundo, como si temieras verme desaparecer. Como si no quisieras perderme.

¿Querías ser una chica Almodóvar? Déjame decirte que vas por buen camino.

Tras tu llegada a las cuatro, mi despertar a las seis. Dos horas de sueño almacenadas para afrontar las veintiocho siguientes. El despertador sonaba, yo lo apagaba con rapidez, y me separaba de ti suavemente, evitando que despertaras. A las siete llegaba a la emisora de radio. Los oyentes, ansiosos, esperan cada mañana el sonido de mi voz informándoles de las noticias del día.

Pero ya no era mi voz.

No, no podía ser yo. ¿Por qué? Muy sencillo. Porque Manuel Pozos no estaba en la sala de emisiones. Allí sólo se encontraba un cuerpo. Un mero cuerpo que ocupaba una fría silla, un micrófono, y unos auriculares, y que dejaba oír su voz.

Yo seguía contigo.

Me preguntaba si ya habrías despertado. Si estarías en casa seis horas después, cuando yo me dirigiese a casa arrastrando los pies, deseando llegar a mi hogar y llevarme algo a la boca, pero sobre todo, ansiando verte a ti. Desde el comienzo de tus correrías nocturnas, hace dos meses, cada vez que he regresado a casa he sentido lo mismo, he recordado lo mismo.

Fue hace dieciséis años, ¿recuerdas?

Un joven pelirrojo, con la cara manchada de pecas, gafas cuadradas y que mordía sus labios en un intento de ocultar una reciente ortodoncia, subió al autobús. Pagó su ticket y avanzó por el abarrotado pasillo de un transporte público en hora punta, en un vano intento de encontrar un lugar donde sentarse.

Eso en realidad no importa.

Justo detrás de él, una muchacha. Su pelo castaño y ondulado, descendía graciosamente hasta la mitad de su espalda. Sus ojos, de un verde asombroso, observaron con desesperación la tremenda aglomeración de gente, al tiempo que se veía obligada a avanzar para no interponerse en el camino de otras tres personas que también tenían que tomar el autobús.

Una brusca sacudida del vehículo la empujó hacia delante, haciéndole caer entre los brazos de un joven que leía, distraído.

"Lo siento". Esas fueron tus palabras. No pude reaccionar ante la disculpa de tus ojos, la melodía de tu voz, y el rubor de tus mejillas.

"No te preocupes, no ha sido nada...", contesté sin que se me ocurriera nada mejor.

Te levantaste como pudiste y te aferraste con fuerza a una de las barras metálicas del interior del vehículo, evitando mirarme.
Sacudí la cabeza. ¿Dónde estaban mis modales? Me levanté lentamente del asiento y con una mirada te lo ofrecí.

Me miraste con sorpresa, con esos enormes ojos tuyos llenos de incredulidad, vergüenza y agradecimiento, y tomaste asiento con lentitud.

Ese fue el primer encuentro, la primera mirada, el primer sentimiento. ¿Quién iba a decirnos entonces que trece años después contraeríamos matrimonio? Y sobre todo, ¿quién me iba a decir a mí que, tan solo tres años después de nuestro enlace, iba a averiguar tu doble juego, un juego de tres jugadores?

Si alguien me lo hubiera advertido, yo no le habría escuchado.

Amada mía... Cuando acabes de leer esta carta yo ya estaré lejos. Tan lejos, que seguramente no nos veremos hasta que Satanás te envíe a hacerme compañía.

Te odio, mi amor.

Faerindel

#1
Relato nº2:

"El reino más prospero de la especie más próspera"

El Sol mostraba su inmensa capacidad a lo lejos, los gigantescos ejemplares vegetales permitían hacer soportable el calor que se respiraba en el ambiente. Por todas partes se alzaban inalcanzables árboles tan altos que no se llegaba a ver su fin y que formaban una sombra acogedora que servían de consuelo a las tropas que marchaban hacia un posiblemente funesto destino. Cada escuadrón iba agrupado en una formación muy estructurada: diez columnas con diez filas. Y sí, lo estoy contando en femenino. Eran ejemplares hembras los que atacaban, como siempre. Su sociedad apenas concedía hombres y estos eran solo usados para la reproducción con la reina. Al poco tiempo morían. En cambio, la regente (única fértil del reino) casi siempre daba a luz hembras. Éstas, podían agruparse en tres tipos según sus condiciones: el primero, y menos común, era cuando salían poseedoras de alas, además de con la capacidad de generar progenie, motivo por el que estaban destinadas a abandonar su hogar para formar el suyo propio donde serían máquinas de engendrar hijos, igual que su madre; el segundo, las más comunes, infértiles y de tamaño más pequeño, pasaban su vida recogiendo alimentos y construyendo las enormes estructuras que poseía el reino y por último, el tipo con el que nos encontramos ahora, más grandes y robustas, destinadas a la guerra, por lo demás, iguales a las anteriores, tanto que se las podría considerar como una simple versión de ellas.

Para estas criaturas, el concepto de conciencia individual era algo más que abstracto. Pensaban en grupo, actuaban en grupo y se movían en grupo. Por algún motivo eran la especie más numerosa del planeta que habitaban y una de las que más antigüedad llevaban a sus espaldas. Un planeta que las hacía ver pequeñas y que las llenaba de obstáculos. Si no fuese por su capacidad para coordinarse y mantenerse en grupo, no habrían conseguido nada de lo que habían conseguido. Eran uno de los reinos más prósperos, con una guarida enorme donde su reina estaba más que cómoda para seguir generando nuevos integrantes de la magnífica sociedad que constituían. No es que yo, como espectador alejado, sea imparcial, es que de verdad que era un reino increíble. La mayoría (las que se dedicaban a las obras y a la guerra) estaban constituidas por un físico bien claro y diferenciado en cuatro partes ordenadas horizontalmente: la primera, la llamaremos cabeza, tiene dos ojos, dos antenas y la boca; la segunda, que nombraremos mesosoma, un sustantivo que se me acaba de ocurrir, es como el tronco de su cuerpo, de él salen los tres pares de patas que poseen; para la tercera tengo un nombre muy guay: pecíolo, digamos que es una construcción de segmentos metasomales, qué experto que parezco usando palabras complicadas y por último, la cola, o gáster para quien se haya encariñado con los nombres inventados de las anteriores. Con estas características, eran capaces de levantar hasta cincuenta veces su peso. Daros cuenta cuán formidables eran.

Así como las he descrito, esta colonia tenía a los mejores ejemplares de su especie. Sus obreras trabajaban con perfectos resultados y proveían de comida abundante al resto, la reina producía millones de individuos nuevos y las guerreras, las guerreras sí que sabían lo que hacían. Habían ganado en una maniobra defensiva envidiable a unos animales de ocho patas que las duplicaban en tamaño y que producían una materia blanca y pegajosa. Había acabado con un ejército de criaturas verduscas alargadas que las cuadruplicaban en físico, que realizaban increíbles saltos y que había pensado, ilusas ellas, que podrían robar las plantas conseguidas por el más magnífico reino de la más magnífica especie. Sin embargo, era en ese momento cuando debían demostrar de qué estaban hechas, pues se enfrentarían por primera vez contra uno de sus más importantes enemigos de especie. Ya no era una cuestión de evitar que otros asalten su territorio, ahora irían a casa del enemigo y le demostrarían por qué eran la sociedad más influyente.

El motivo del ataque era mera supervivencia. Las crías de las bestias que atacarían, llamémosles larvas por ponerles un nombre, eran unos perfectos estimulantes de crecimiento para los hongos de los que se alimentaba la especie atacante. Y ese verano no habían conseguido suficientes hojas (las cosechaban a fin de que en ellas crezca su alimento) para que la estimulación de su crecimiento sea la más óptima, así que había que contrarrestarlo con algún aliciente que solvente la pérdida. Era una cuestión de vida o muerte, si no conseguían esos ejemplares, toda la colonia pasaría hambre durante el invierno. Y recordemos que estas apasionantes criaturas no tienen una conciencia individual influyente, piensan en conjunto. No se pueden permitir que el conjunto pase hambre.

El nido, ya conocen mi manía de ponerle un nombre a todo, donde viven las presas tiene unas entradas claramente diferenciadas. Aunque en esta ocasión están obstruidas. Alguien ha hablado de más en la taberna. Esto no puede pasar en una estructura que piensa en grupo, es inadmisible. La reina se enfadará y posiblemente alguna cabeza acabe separada de su cuerpo. Pero no importa, nada de eso impedirá el asalto. Hay que pensar en el bien común, no importa que las posibilidades de muerte hayan aumentado con la pérdida del factor sorpresa, sólo importa que si no se consigue el ataque, la magnífica construcción social que las mantiene vivas a todas, se caería por su propio peso. No atacan por gusto, es algo que quiero dejar claro, si no por mera necesidad.

A medida que se acercan, comienzan a poder discernir sobre qué es lo que obstruye su paso hacia el interior del nido. Y se llevan una sorpresa al comprobar que no es otra cosas que la cabeza de las defensoras. Aquí es donde me parece que tendré que explicar algunas cosas. La especie a quien atacarán es parecida a la suya propia, también tienen obreras y soldados. Y los encargados de la guerra tienen la característica de poseer una cabeza casi tan grande como el resto del cuerpo. Sin embargo, eso no era un impedimento para las asaltantes. Una vez llegaron a la entrada, hicieron uso de una de sus especializaciones que las diferenciaba del resto de la colonia, una sustancia tóxica que se alojaba en unas glándolas de su cabeza y que despedían a través de sus pinzas, ubicadas en la boca. Con lo que no contaban, es que los cabezones que impedían el paso poseían un mecanismo parecido, pero sustituyendo tóxico por pegajoso.

Lograron pasar al interior, pero costó muchas vidas. Sin embargo, cada una de esas guerreras que caía, por sí sola no era más que una millonésima parte del conjuto y como lo que importa es el conjunto, no es relevante contar quiénes cayeron. Una vez dentro, se encontraron con aún soldados enemigos. Quienes con sus enormes cabezas se empeñaban en impedir el paso de las guerreras del reino más importante de la especie más importante. Como en el primer intento de defensa, no tuvo éxito. La sustancia que desprendían nuestras féminas era letal para sus adversarios y eso quedaba claro con los múltiples cadáveres que decoraban el suelo cavernoso de la construcción invadida. El ataque consistía en: morder, desprender el veneno al mordido, avanzar, volver a morder, etc. Era un ciclo infinito y muy tedioso, pero que poco a poco fue llevando a nuestras amigas a la cámara de las larvas.

Como el resto, construida de tierra, pero es este caso era muchísimo más grande que los estrechos túneles que hasta ahora venían recorriendo. En ella, habían unas cuantas obreras enemigas manteniendo a las crías, las cuales estaba ubicadas en unos montículos hechos especialmente para ellas. Comenzaba el asalto. En mucho menos tiempo del que venían invirtiendo habían conseguido mermar a las representantes de la especie asaltada presentes y en menos aún, había cogido su recompensa con la boca. Ahora sólo quedaba abandonar el nido y partir rápido hacia su hogar para seguir cultivando los hongos que las mantendrían vivas el invierno siguiente. Y procedieron como si de un trámite se tratara. Sin mirar a quienes se quedaban atrás, siempre pensando y actuando como un conjunto. Recorrieron el camino de vuelta y en nada estaban fuera. Solo quedaba volver al acogedor reino, el más próspero de la especie más próspera.

Por fin comenzaban a vislumbrar su objetivo. Ya estaba casi terminada la misión, ¿qué quedaba?, disfrutar de un invierno cómodo. A medida que se acercaban, se respiraba en la conciencia colectiva de nuestras compañeras de aventuras un aire de felicidad por ver su hogar. Por fin volverían al sitio donde nacieron y crecieron y se juntaría con el resto de su camada. No olvidemos, por favor que me canso de repetirlo, que son un conjunto, si no están todas, no se sienten completas. Por eso, no es del todo cierto que abandonaron sin más a las caídas, sintieron su muerte, pero no podían permitirse perder más. Es como cuando te cortas un brazo para no perder la vida. Cuando ya estaban a sólo un paso de entrar en su preciado hogar, algo salió de entre los inmensos ejemplares vegetales que las rodeaban, llamémosle pasto. Era por lo menos, cien veces más grande. Podía mantenerse en pie con dos patas y dejar otras dos en el aire a la altura de su rostro, el cual era redondo y sin casi pelo. Un sonido fuertísimo y aturdidor inundó el ambiente.

- Omiga, omiga, omiga. - Seguido de algo parecido a una risa.

El ser agito con fuerza las patas que no tocaban el suelo y se sentó de pleno sobre su colonia. Era el fin.

Faerindel

#2
Relato nº3

"Cara de Poker"

-En otro orden de cosas, conectamos en directo con el Palacio del Elíseo, donde la primera ministra Duquesne va a recibir al secretario de Estado Maxwell, como paso previo a las negociaciones que, tanto la UE como los EEUU, pactaron el año anterior. Teniendo en cuenta el curso de la situación internacional, es probable que de esta reunion salga un nuevo acuerdo de defensa que revitalice las relaciones translanticas, debilitadas tras la última guerra mundial, a propuesta de la UE, aunque tambien es cierto que se puedan producir nuevos anuncios referentes a la situación de la economia, el articulo 9 de la constitución Europea, asi como el tema de los refug..-

-Por dios, estamos en nuestra hora libre, dejad la televisión y dejadnos echar la partida tranquilos- La cara de preocupación de Willis contrastaba con la del resto de hombres que se encontraban en ese momento en la sala. No por nada Willis habia apagado la televisión con el mando a distancia, al pensar que le distraia de la partida de poker, en la cual llevaba cuatro manos sin oler buenas cartas

-No la tomes con esos dos solo porque vayas perdiendo, Willis – respondió Bouquet mientras recogía del tapete el naipe que justo acababa de repartir Johansen, y lo añadía a su mano.
Un leve gruñido fue lo que obtuvo por respuesta, algo que replicó con una sonrisa torcida.

En el otro lado de la sala, los dos androides miraban la situación con una mezcla de curiosidad y estupor.
Hay algo que no entiendo, Beta- El androide Beta se giro para atender a su compañero dejando de prestar atención a la partida que los cinco miembros de las diversas fuerzas de seguridad de la UE destacadas para la ocasión estaban disputando
-¿Por qué preocuparnos de acuerdos de seguridad y defensa mutua en estos tiempos? La UE tiene su propio aparato militar, ¿no es asi?
No es nada descabellado – respondio Beta- ten en cuenta que desde la última guerra, los EEUU perdieron prácticamente todo su poder de disuasión, y su economia entro en una grave recesion. Creo que, por encima de todo, los que buscan ambas partes es tratar de apuntalar sus puntos flacos, los EEUU buscan estabilidad economica, y la UE estabilidad politica a ambos lados del atlantico...

¡Ya basta vosotros dos! – Willis estaba cada vez más nervioso - ¡Estamos tratando de llevar una partida seria aquí!
-Eh eh, cálmate Willis, no te cebes con ellos dos hombre, solo están hablando – tercio Sanders.
Beta y Gamna se quedaron pensativos. Para androides como ellos, las partidas de cartas basadas puramente en el azar no les interesaban mucho como pasatiempo. Sin embargo Beta tenia cierto interes, no por la partida, si no por el desarrollo de la misma. Uno de los hombres llevaba ganando prácticamente toda la partida, mano tras mano.
-Este juego del poker – penso Gamma- se basa sobre todo en probabilidades, pero lo que no entiendo es porque el Señor DePuy está ganando sistemáticamente...
-Si, eso me estaba preguntando yo Gamma
- ¡Ya es suficiente androides!, estoy aquí en una lucha a vida o muerte y vosotros dos teorizando sobre un juego que no entendeis
-Y sin embargo es cierto – interrumpio Bouquet a Willis rapidamente, tratando de calmar el tono de la conversación- DePuy simplemente tiene cara de poker.
-Yo estoy acostumbrado, por mi linea de trabajo, a tener realmente asuntos de vida o muerte en mis manos. Para mí, el poker no es más que un juego de niños.

Las palabras de DePuy hicieron callar al resto, que se le quedo mirando. Willis inmediatamente respondió
-Ja, que presuntuoso puedes llegar a ser. Creeme, yo soy el primero en reconocer que, si acaso no eres el mejor, estas entre los mejores francotiradores del mundo...pero comparar el poker con juegos de niños ¿No crees que es algo descabellado?
-Bueno, no exactamente. Pero una vez tuve una experiencia que me abrió los ojos. Desde ese dia puedo saber prácticamente que piensa cada persona mirandole a la cara...realmente aquella vez senti el miedo verdadero, senti la muerte tan cerca que pense que aquel dia seria el último...ese dia conocí a una persona que me cambió para siempre, y cambió mi modo de percibir el mundo.
Los androides sintieron una tremenda curiosidad, y hablaron al unísono
-Señor DePuy, ¿quién es esa persona?
DePuy cogio la carta que le acababan de repartir, y la colocó en su mano. El Diez de Picas. Acto seguido cogio 5 fichas y las colocó sobre el tapete
-¿Quereís oir la historia? – Los androides reaccionaron como niños pequeños "Sí, sí, cuentanosla, cuentanosla" gritaron entusiasmados. DePuy dio una calada más a su cigarro – De acuerdo, la contaré, si el resto de vosotros ve mi apuesta.
Bouquet vio el juego, Sanders tambien. Johansen se unió al envite. Willis no obstante vaciló un instante. Miro la ultima carta que habia recibido, el as de picas.
-De acuerdo, veo tu envite, pero no porque quiera oir tu historia, simplemente quiero jugar- acto seguido colocó sus fichas en el montón.

DePuy dejó sus cartas boca abajo sobre el tapete. Bebió un trago del whysky de malta que tenia a su lado, y dejó su cigarro en el cenicero. Se reclinó sobre su asiento, y comenzó a hacer memoria.

-Hace 13 años, durante la guerra, ocurrio todo esto. Asia central estaba sumida en una atroz guerra de desgaste, Europa occidental estaba recuperandose del batacazo de la guerra nuclear, mientras que los EEUU se secesionaron en varias republicas independientes. No obstante el Dominio Americano pronto se hizo con el control de buena parte del pais, y en un intento de asegurarse el sustento energetico, lanzó una campaña hacia Centroamérica para controlar el golfo de Mexico.
Para lograrlo, involucraron a la ONU en una mision supuestamente Humanitaria, ya que la intervención del dominio se enmascaro como de apoyo al gobierno derrocado de Mexico. Por medio de bombardeos en alfombra y al avance de las divisiones mecanizadas, lograron capturar la capital del pais en apenas tres semanas de campaña.
Yo me aliste en las Brigadas Zapatistas Internacionales, creadas para apoyar al gobierno legal Mexicano, ya que la pasividad de la UE en el resto de conflictos derivados de la guerra nuclear me asqueaba profundamente. Por eso decidí enrolarme como mercenario.

Tras la captura de la capital, el ejercito mexicano y las tropas mercenarias se dedicaron a la guerra de guerrillas. Mi escuadron se quedo aislado en la localidad rural de Michuacan, y tras varios dias de bombardeo sobre la zona, pronto me encontre aislado, completamente solo. En esos dias solo me preocupaba sobrevivir el tiempo suficiente hasta que se firmara un armisticio y me extraditaran...y mientras esperaba me llevaba a unos cuantos por delante.
Fue en esos dias cuando ocurrio. Avisté un pelotón de tropas de la ONU, por radio pude interceptar que llevaban consigo una cabeza nuclear tactica, lo cual me vendria muy bien, si conseguia eliminar al pelotón, como via de negociación y escape.
Les embosque. Use un emisor de interferencias para aislarles de su cuartel general e ir matandoles uno a uno, lentamente.
Pero algo salio mal. Su oficial al mando era tremendamente bueno, y pronto me fueron acorralando en un hospital semiderruido. En ese momento sabia que mi final estaba cerca, ya que a los francotiradores se nos suele matar en el momento de rendirnos. Sentia el miedo, oia los pasos  de una persona que se acercaba por los pasillos, devastados por la metralla y los bombardeos.
Estaba en el tejado, acorralado, sin escapatoria posible, parapetado tras una columna esperando a que mi enemigo se acercara. Y apareció súbitamente. Era una mujer.
Ambos nos miramos e instintivamente, aunque la estaba apuntando con mi rifle, me escondí tras la columna que usaba de parapeto. Nunca habia visto nada igual antes, una cara petrea, insondable, los ojos fijos, el pulso firme. En los apenas dos segundos que transcurrieron desde que aparecio y me escondí tras la columna, oi tres disparos que alcanzaron mi equipo de interferencias y comunicación.
Tres disparos, con un arma semiautomatica, a una distancia de 100 metros. Me acojone, pues me di cuenta que tenia enfrente de mí a un ciborg. Y lo entendí. Estaba a punto de morir.
Imaginaba en mi cabeza una vez, y otra, los posibles resultados de todos los cursos de accion que se me ocurrian. Y moria en todos ellos, alcanzado por una sola bala disparada por una ciborg precisa y mortal, con software preparado específicamente para el disparo a media distancia...
En mi desesperación, reparé de nuevo en mi equipo de comunicación. Tres disparos lo habian inutilizado. ¿Por qué tres disparos? ¿Significaba eso entonces que no disponia de control de disparo, y por eso gastó tres balas para asegurarse de que impactaba en el equipo? ¡Si! Debia ser eso. No poseia control de disparo, solo era un gámbito. Tenia que serlo. Disparó para neutralizar la señal de interferencias y poder descargarse el programa de control via satelite...
Traté de calmar mi pulso, debía disparar antes de que se completara la transferencia de datos y pudiera acertarme...debía hacerlo ya.
Me asomé y disparé. Oí dos disparos. Sangraba. La Mujer solo recibio un rasguño en la mejilla derecha, yo perdí mi ojo izquierdo...en apenas un par de segundos la tenia delante mia, apuntandome con su semiautomatica.
-Eres bueno con el rifle, hijo de puta – me dijo – Ahora eres mio.
Vi como esbozaba una media sonrisa. Y lo comprendí. Tenia el software de control de disparo todo el tiempo...me había engañado por completo. Su cara me engañó
Me perdonó la vida y me llevo con ella.

La sala estaba completamente en silencio, absortos todos ante la historia que justo terminó de contar DePuy.
Willis intervino rapidamente
-Muy bonito, pero creo recordar que esa historia la vi en el cine hace poco tiempo. Buen intento para desviar la atención de la partida...pero esta vez no vas a ganar, se que tratabas de obtener escalera de color, pero yo tengo Poker de Ases – Willis mostro sus cartas sobre el tapete, mostrando específicamente el As de Picas.
DePuy permaneció inmutable. Se levanto de la mesa y recogio su cigarro, su chaqueta, y cojio la maleta donde solia llevar su rifle de tiro.
-Bouquet, hazme un favor y recoge mi dinero del tapete, tengo que irme ya
Bouquet se quedo pasmado. –¿Recoger tu dinero?, ¡Willis tiene Poker de Ases!
DePuy se alejo por los pasillos mientras Bouquet trataba de llamarle la atencion
-Dejale, ha mentido sobre su historia, es de esperar que mienta sobre sus cartas, no puede ganarme, ¡es materialmente imposible ya que tengo la mejor mano! Simplemente no puede soportar perder – Dijo con cierto regodeo

Beta se acerco a las cartas que DePuy habia dejado sobre la mesa apenas unos segundos antes, y la sorpresa inundo su cara
-¡Mirad, mirad todos! ¡La última carta que recibio el Señor DePuy es el nueve de Picas! ¡El Señor DePuy ha ganado! ¡Tiene escalera de color!

Bouquet comenzo a reir, mientras que Sanders, Johansen, y sobre todo, Willis, se quedaron estupefactos y en silencio.

Gamma se quedo mirando la negra figura de DePuy mientras se alejaba de la sala y la algarabía que Beta monto...

-Si ganó la partida...¿quiere decir entonces que su historia era cierta? Pensó el androide mientras veia la tenue columna de humo del cigarro de DePuy fundirse con el aire y desaparecer.

Faerindel

#3
Relato nº4

"El último"

En la distancia, el sol rojo se ponía por el este. La extraña luz provocaba aún más extraños juegos de sombras en las encaladas paredes de los edificios de la aldea. El imponente templo revestido de mármol purpúreo refulgió a la puesta de sol con rabia, retando al astro rey a volver al día siguiente, rivalizando con su apostura en belleza y orgullo. Las primeras penumbras comenzaron a pasearse por el firmamento, llegando furtivas, como los ladrones en la negra noche. Pronto, la primera de las dos lunas se alzaría en el cielo, desafiante, lanzando a la noche el reto de oscurecerla por completo. La segunda, mucho más pequeña, saldría algo más tarde. Era la señal que esperaba.
En el pequeño pueblo, todos los que habían acudido a un cierto sitio, miraban con desconfianza al extraño. Alto, de constitución enjuta, pero de bellísimas manos, el extranjero no había dejado indiferente a nadie. Ninguno de los parroquianos había visto su rostro, siquiera cuando había llegado al pueblo. Siempre había ido embutido en un gabán negro, con una amplia capucha que le cubría la cara. Los más atrevidos, habían conseguido vislumbrar unos ojos encendidos a fuego, o eso decían. Para ser justos, lo único que se conseguía ver fuera de aquel embozo no era más que unos cuantos mechones de pelo plateado que caían en una revoltosa cascada sobre los hombros y el pecho del desconocido. Muchos sí habían visto sus manos.
Amable y cordial, aquel extraño desconocido no había dicho una sola palabra descortés, ni había armado jaleo alguno. Se limitaba a contestar escuetamente a las preguntas, a ayudar silenciosamente a quienes lo necesitaran y a pagar religiosamente lo que pedía. No le faltaba generosidad al recién llegado. Parecía que despilfarrara una fortuna a lo loco, sin mirar si pagaba una opípara comida o un triste vaso de vino. El desconocido había ido dejando un rastro de oro y plata tras de sí, que más de uno y de dos habían aprovechado para posicionarse por encima de sus vecinos. Y en cada uno de estos sencillos actos, mostraba unas manos blancas, suaves, pero recias y fuertes. Su tacto era cálido, con ese tipo de calidez que llega directa al corazón. Muchos miraban maravillados las manos del recién llegado, asombrados. Era inconcebible que aquel desastrado viajero, con su capa llena de polvo del camino, las gastadas botas de cuero y el rostro escondido, tuviera unas manos tan bellas y tibias como aquellas. Sin duda, su rostro debía ser igual de hermoso y si lo tapaba, era porque sentía vergüenza de algo que había hecho.
Ahora, envuelto en la capucha, y sentado en un oscuro rincón de la taberna "El escudo de oro", el extraño viajero tomaba un vaso de cerveza tibia. El sabor no le era agradable, pero le reconfortaba. Prefería el frescor del lúpulo deshaciéndose en su boca en lugar del calor de los vapores etílicos llegando a su cabeza, imparables, como si buscaran derribarle encima de la mesa. Después de lo que había vivido, necesitaba un consuelo, que muchas veces encontraba en la bebida. Aunque esta noche no lo encontraría, no si se cumplía su destino, que debía llegar en unos cuantos instantes.
No era ni mucho menos un borracho, pero su desgracia lo arrastraba a la cerveza. Haber traicionado a tu pueblo, provocando la caída del rey, era una desgracia, desde luego.
Los clientes habituales de la taberna cuchicheaban, hablando del extranjero. No podían saber mucho de él, oculto como estaba bajo la capa. A veces, el viajero se giraba, como si los hubiera oído. Entonces se oía un murmullo de sorpresa y excitación contenida y las voces cesaban, para volver a encenderse un instante después. El afán de chismorreo de la parroquia era insaciable, y cualquier movimiento o ademán que intentara el extranjero daba lugar a un torrente constante de rumores y cuchicheos. Se hablaba mucho del hombre del gabán negro. Había muchísimos rumores y ninguno era cierto. O sería más justo decir que todos tenían su parte de verdad. Muchas de las cosas que se oían decían que el extranjero era un hechicero de gran poder que había vuelto de la oscuridad para redimir sus pecados. Otras tantas, decían que el viajero era el último de un pueblo que se había extinguido hacía unas décadas, en una de las cruentas guerras que habían asolado el continente. Otras, contaban que el extraño era un asesino que vagaba buscando el perdón de los fantasmas de sus víctimas, mientras buscaba otras a las que asesinar. Todas estaban equivocadas, y todas tenían razón.
La puerta se abrió, restallando contra la pared. El viento que soplaba fuera había arrancado la cancela de las débiles manos. Una ráfaga de aire frío recorrió la estancia cuando una dama entró, provocadora. Llevaba un justillo de cuero que remarcaba su esbelta silueta bajo la vaporosa túnica de gasa que vestía. Sus redondeces asomaban entre las capas del tenue tejido, excitando a muchos que pusieron sus ojos en ella. Su exuberante figura y su exótica piel cautivaron a los que la miraron más detenidamente. Y la dulzura de su fragancia enamoró a los que no podían verla ni mirarla. La belleza de la mujer de piel azul consiguió lo que no había conseguido ninguna de las toses ni indiferencias del viajero: acallar el murmullo incesante de los clientes de la taberna, que, por primera vez, se habían puesto de acuerdo sobre algo concerniente al viajero: aquella hermosura venía a verle a él.
Caminó, con un hipnotizante contoneo, exhibiendo su pura belleza por toda la habitación hasta llegar a la mesa del encapuchado, donde se sentó. Sus ojos, tan azules como su piel, miraron inquisitivamente a su interlocutor, que le devolvió la mirada sin ceremonias. En la oscuridad del rincón, la dama pudo percibir dos ojos oscuros, con más sabiduría de la que cabía esperar en un viajero como aquel. La miraba fijamente, sin apartar aquellos ancianos ojos de los suyos, unos ojos que parecían ver más allá de lo que la mujer quería enseñar, taladrando cualquier escudo que se esgrimiera hasta llegar a la verdad última de la propia persona. Dejaba entrever aquella penumbra una perilla bien cuidada, que enmarcaba unos labios finos y cuarteados por el viento del desierto que había conducido al viajero hasta allí. Los rasgos, afables, sonreían bajo la tupida oscuridad de la capucha. La mujer rebulló intranquila en su asiento, no sabía si por los incontables pares de ojos que la observaban desde atrás o por el único par que la sonreían frente a frente. La dama, reunió todo su valor e instó al caballero a dejar caer la capucha. La musical voz sonó en la sala común de la taberna y rebotó por las paredes de madera, llenando de alegres sonidos los oídos de todos los que la escucharon.
El viajero tomó otro sorbo de la cerveza. Sin mediar más palabra, hizo un acompasado ademán, casi ensayado, como los que realizan los malos actores ambulantes que montan sus pobres actuaciones en tabernas de mala muerte, sobreactuado. La capucha cayó de la noble testa y dejó al descubierto un rostro joven y agradable, que los parroquianos nunca habrían imaginado. Su melena plateada le caía sobre la espalda. La dama bajó la vista, mientras un murmullo de aterrado asombro recorrió la sala. Nunca los habitantes de la aldea habían visto un rostro tan joven en un hombre en apariencia tan anciano.
Se oyeron voces que decían: "es un dios"; "nos han visitado los Divinos". Pero el viajero sonreía. La sonrisa que esbozaba fue suficiente para ruborizar a la mujer de piel azul, que adquirió el mismo tono que el que horas antes había mostrado el mármol del templo a la tenue luz del atardecer. "Son dos dioses", proclamó alguien. El molesto susurro se convirtió en un clamor reverencial según el rumor se fue extendiendo por toda la habitación. Casi una letanía, los rumores fueron transformándose en una especie de oración dirigida a aquellos dos seres, que lejos de ser quienes habían creído que eran, parlamentaban suavemente.
Ella hablaba agitadamente, atropellándose en las palabras y gesticulaba. Él sólo sonreía y decía un monosílabo de vez en cuando, o quizá, más separadamente todavía, enlazaba tres o cuatro palabras, pero mucho más calmado. Una de aquellas bonitas manos descansaba plácidamente sobre el asa del pichel que había escanciado el sucio tabernero, acercándolo a intervalos a la boca del viajero. No se mostraba nervioso. Simplemente hacía lo que le dictaba su corazón en aquel momento.
Se acercaba su hora. La mujer azul y él lo sabían.
El viajero apuró su cerveza, pagó generosamente al tabernero (el kut dorado que le dio podría haber pagado media ciudad) por aquel nauseabundo brebaje y salió sin chistar, aún con una sonrisa dibujada en los labios. La dama le siguió presurosa y le agarró por un brazo, con mirada desesperada. El joven la miró, con una mezcla de ternura e impotencia en los ojos. No le detendría. Había ido a encontrarse con su destino, y era aquello lo que encontraría. Su mirada delataba que quería quedarse con ella, abrazarse a su fragante piel cerúlea y no despegarse jamás de su lado. Deseaba poseerla cada noche, desde entonces y hasta el final de la mismísima eternidad, cuando el mundo cambiara y ellos dos pudieran alejarse de allí, muriendo al fin, quedando libre de las promesas que les ataban a lo terreno más allá de su propia voluntad. Quería poder posar su cabeza en el hombro de ella mientras le acariciaba el rostro con sus suaves manos del color de la aguamarina. Todo aquello lo había sentido ya. Y habría dado lo que fuera por volver a sentirlo una y otra vez. Aquella mirada fue una despedida definitiva.
No le dijo nada más. Laarifa, la mujer de piel azul se quedó llorando en la puerta de la taberna mientras el viajero, al que apodaban el "Dragón Errante", salía corriendo de allí con la espada desenvainada. Ella calló sobre la calle, arrodillada, desesperanzada. Los guijarros se clavaron en las gráciles y esbeltas rodillas, haciendo brotar una brillante gota de sangre allí donde se hincaban en la extraña carne. Cada una de sus lágrimas laceraba el hermoso rostro, como si fuera un venenoso ácido, deformando las bellas facciones con el dolor y la tristeza. Caían al suelo y se confundían con la lluvia que, incansable, mojaba el empedrado de la calle Mayor, formando regueros que cada vez se hacían más caudalosos y se perdían en la misma dirección que el trotamundos, que ya se había alejado de ella y había torcido en una esquina, desapareciendo de la vista de la muchacha.
La lluvia lo cegaba mientras recorría el camino que lo separaba de la plaza del pueblo. Las hebillas que sujetaban la vaina al cinto tintineaban a cada paso, con cada zancada. La enorme hoja cortaba la manta de agua que iba cayendo. Cada brazada desviaba las gotas de agua, salpicando en todas direcciones, igual que sus botas en los pequeños charcos que se quedaban entre el empedrado. Su corazón bombeaba cada vez más deprisa, por la frenética carrera y por el creciente nerviosismo. La sangre le hervía en las venas, marcando a fuego una a una todas sus arterias. Las sienes le retumbaban con cada uno de los latidos de su corazón, que podrían ser los últimos. Empezó a sudar a borbotones, a pesar de la lluvia. Los reguerones de sudor resbalaban por su cabello, metiéndose por las planchas de cuero de la coraza, haciéndole sentir un frío estremecimiento cada vez que pasaba por una de sus vértebras. Los vellos se le erizaron con el frescor que le transmitía aquella tormenta. Sus sentidos se amplificaron, captando hasta el último detalle de los últimos pasos que lo separaban de su meta. El olor del bizcocho de limón que una madre preparaba a sus pequeños; la fragancia de la madera de pino quemada en una chimenea contigua; los sonidos llenos de vida de los niños que juegan en el corral con los animales que se han refugiado del aguacero; el blanco encalado de las viviendas que parecían estrecharse en el tramo final de la calle.
La calleja desembocaba en la plaza del pueblo, a la sombra de las enormes torres del templo. Bajo una de aquellas sombras se adivinaba una figura que ya conocía. Un hombre enorme, de la raza septentrional estaba de pie en el centro de la plaza, esperándole apoyado en una lanza casi tan grande como él. El color oscuro de su piel se recortaba contra el majestuoso revestimiento del santuario. Llevaba una coraza de madreperla, coronada por un casquete que cubría la pulida calva. El rostro no tenía ni un solo pelo: ni barba, ni cejas, ni pestañas. Pero aún así, su expresión seguía siendo igual de feroz.
La segunda luna asomaba ya en el horizonte.
El viajero no se detuvo siquiera. Se lanzó contra su enemigo, blandiendo con las dos manos el mandoble. Levantó con ímpetu la hoja, alzándose en un gran salto, con la hoja por encima de su cabeza. El ágil salto, de gracia felina, finalizó con un gran tajo. Un estruendoso rugido surgió de su pecho, haciendo reverberar el aire en los oídos de su enorme enemigo. El gigante levantó su jabalina, que detuvo con el astil el envite del vagabundo. Sonrió petulante, sabedor de que había ganado ventaja con aquel movimiento. Giró suavemente las muñecas, haciendo bajar al viajero al suelo. Este no llegó casi a tocar el enlosado del pórtico del templo: un nuevo salto le lanzó hacia delante, con la hoja dispuesta a atravesar el cuerpo de su enemigo. El hombretón volvió a interponer la pica en el camino de la espada. La feroz mirada del trotamundos se encontró con la engreída mirada de su oponente. El ambiente se electrizó y aquel momento de duda lo aprovechó el titán para lanzar una patada al viajero que lo desplazó varios metros.
El septentrional se lanzó a la carga, con la pica por delante de él. Al joven no le dio tiempo casi a apartarse, obteniendo por muy poco una gran rasgadura en la capa de lluvia que lo cubría. Rápidamente giró con rabia sobre si mismo, dispuesto a descargar un golpe con su espada, pero el asta de la lanza de su enemigo lo golpeó en las corvas, haciéndole caer. El hombretón, teniéndolo a su merced, se volvió como si fuera un torbellino, con un ímpetu diabólico, con la punta de la jabalina dispuesta a atravesarle el cuello. El inexorable avance del arma se detuvo violentamente cuando ésta se clavó en el barro, al rodar el viajero sobre sí mismo, volviendo a recuperar la verticalidad. Ahora los dos volvían a estar en igualdad de condiciones.
Los reflejos felinos del vagabundo reaccionaron inmediatamente y volvió a atacar al norteño. Girando su espada por encima de su cabeza, el joven viajero atacó el flanco de su oponente; éste lo había cubierto convenientemente con la lanza y de nuevo cargó contra el viajero para matarlo.
El guerrero errante volvió a caer. Tuvo que empujarse con los pies para evitar ser atravesado por la jabalina en la que el septentrional trataba de ensartarlo una y otra vez. Con una hábil maniobra, dio un puntapié a uno de los talones del gigante, haciéndolo caer y levantándose simultáneamente con la espada dispuesta a partir en dos al septentrional. Su adversario detuvo la hoja con el asta de la lanza haciendo saltar chispas con el choque de las armas. Lejos de amedrentarse, el viajero volvió a descargar el acero una y otra vez, repetidamente, con lágrimas en los ojos, recordando su dolor. Con cada golpe, la rabia de su pueblo traicionado y desaparecido, descerrajaba otro impacto sobre el norteño. Un pueblo antiguo y orgulloso, diezmado por gente como aquel gigantón de piel oscura. Un pueblo glorioso que había desaparecido, que había sido olvidado, borrado, por la envidia de unos pocos y las ansias de dominio de muchos. Un pueblo que había muerto libre.
Por fin, el asta se partió en dos y el acero llegó a la carne del septentrional, atravesando sus músculos, piel y huesos, hasta hacerle una grieta por la que su alma pudo escapar tan aprisa como un rayo. Una lluvia de sangre y sesos se unió a la que caía del cielo, embadurnando las losetas de la plaza en una espesa mezcla que tiñó de un bonito color rosado el suelo de la entrada del templo, ocultando con su belleza la atrocidad que había ocurrido allí en ese momento.
El vencedor arrojó de sí la espada y se arrodilló. Por fin era libre... por fin descansaría...
Dejó caer la capa que le protegía y se arrodilló en el barro. Su cuerpo, fibroso y desnudo, se bañó en la sangre de su oponente, el barrillo que se había formado con el polvo del suelo y la torrencial lluvia que no había dejado de caer en toda la noche. El cabello plateado se quedó lacio, colgando, pesado, conteniendo el agua que habían absorbido durante la carrera y la lucha. Jadeó agotado. Su respiración se hizo más sonora y en su interior, la maldición se liberó. Creció el fuego del que había nacido, se prendió en sus pulmones y llenó sus entrañas, inflamando su extraña sangre, que había permanecido aletargada durante tanto tiempo. Sus miembros se ensancharon y alargaron. Sus músculos se tensaron y el hermoso rostro se deformó. Gritó con toda la potencia de sus entrañas, llenando con aquel estruendoso rugido el aire de la madrugada.
Laarifa llegó corriendo, mientras aquel bramido crecía en intensidad. Era una llamada de dolor, de melancolía. Toda la soledad del mundo estaba en aquel animalesco fragor que inundaba la lluviosa noche. En el suelo había marcas de una lucha constante, fiera y sangrienta. Ante ella, una bestia de color negro, con los ojos rojos la miró fijamente. Agitó orgullosa su cresta de espinas y desplegó sus alas. Sus enormes garras comenzaron a elevarse del suelo y la bestia exhaló un rugido desafiante y altivo, al que acompañó de una llamarada. Volvió a dirigir su mirada a Laarifa, pero esta vez con una mezcla de ternura, añoranza y amor roto, mientras seguía ascendiendo lentamente. Después, volvió a rugir, estremeciendo a la mujer, mientras destilaba una nueva cantidad de veneno inflamable, y se elevó rápidamente, desapareciendo tan rápido como el viento.
Laarifa miró hacia el cielo, con los ojos bañados en lágrimas. La lluvia había cesado para dejar paso a un sol radiante, que le permitió ver al dragón alejarse un buen rato. Cuando por fin desapareció, la dama de piel azul musitó:
- Libre al fin; vengaste a tu pueblo. Adiós, Dragón Errante, el último dragón.

Faerindel

#4
Relato nº5

"40 más 1"


Un bote con ocho bolígrafos iguales, signo de las manías de un escritor maniático, folios esparcidos por encima de la mesa, algunos con párrafos sueltos, otros escritos hasta los márgenes y los más hechos gurruños por aquí y por allá consecuencia de un  cubo de basura lleno a rebosar. Últimamente esta era la imagen del despacho de Pier, uno de los muchos escritores noveles que tienen que devanarse los sesos para poder entregar un mínimo de tres o cuatro novelas por año a su editor con la ilusión de que, al menos, una de ellas le parezca decente y con suerte decida publicarla en una tirada de cien ejemplares que quedarán enterrados entre revistas del corazón, alejados de la mirada del lector, en los quioscos callejeros.

Pero a Pier las ideas no le llegaban, todo lo que se le ocurría le parecía desechable, carente de calidad y acababa rodando por la mesa en forma de bola de papel. La situación se estaba tornando rutinaria y cada día que pasaba eran nuevas decepciones. Harto de no escribir nada aceptable, Pier empezó a deshacer las bolas de papel que pululaban a su alrededor para leerlas en busca de la razón por la que no conseguía escribir nada decente. Tras leer tres historias descartadas empezó a preocuparse, todo lo que leía era lo mismo, la misma historia, las mismas palabras y oraciones, los mismos tachones, la única diferencia era dónde se cortaban los relatos, algunos llegaban a tener cuatro hojas, otras a penas un par de párrafos, pero la historia era la misma. Resuelto, cogió el cubo de basura y lo vació sobre el escritorio para leer todo lo que había ido lanzando, algunos relatos llevaban más de dos meses cogiendo polvo en el fondo del cubo.

Pier no podía creer lo que estaba leyendo, todos y cada uno de los folios que leía tenían escrito lo mismo, ninguno se diferenciaba del otro, llegó a leer cuarenta veces las mismas frases, a conocer a los mismos personajes, lo único diferente que había entre las historias eran los exoesqueletos secos de dos decenas de bolígrafos, todos iguales a los que habían en su bote sobre la mesa.

Aterrado y confundido dio un respingo en su silla y la tiró hacia atrás, levantándose de un salto y separándose del escritorio, de pronto la imagen le dejó petrificado. Una visión de papeles arrugados le turbaba, pero aun era más perturbadora la cantidad de bolígrafos gastados que había mezclados con ellos. No había que ser muy avispado para darse cuenta de que era demasiada tinta gastada para escribir apenas cincuenta hojas, algo no encajaba.

Sin comprender nada se dijo que sería mejor pasar un tiempo fuera de aquel despacho y alejarse de aquella persona esclavizada y automatizada en que le había convertido la escritura. Salió a la calle, se montó en su coche, un Ford Escort del 83, y puso dirección a ninguna parte en especial. Diez minutos después empezó a acalorarse y gotas de sudor comenzaron a perlar su frente y sus brazos, cuando se quiso dar cuenta tenía todo su cuerpo cubierto de un líquido azulón de olor fuerte que se hacía con el control de su cuerpo. No lo podía creer, el coche giró, estaba volviendo a su estudio.

Minutos después subía las escaleras y entraba de nuevo en su despacho, definitivamente ya no era dueño de sus actos, se sintió obligado a sentarse en su silla y a situar el bolígrafo entre sus dedos, su mano izquierda cogió un folio en blanco y se puso a escribir, pero no era él quién decidía qué escribía.

Las palabras fluían bajo su mano y no se sorprendió al ver que podía leer lo que sus dedos escribían mientras su mano, que seguía avanzando renglón tras renglón, iba plasmando la misma historia que ya había leído cuarenta veces ese mismo día. Lo que le sorprendió fue cuando, al fijarse en el bolígrafo, vio que a través de la montura del mismo el nivel de la tinta de la mina descendía visiblemente y se introducía en su mano a través de la yema de sus dedos.

De pronto comprendió lo que pasaba, la tinta de sus bolígrafos, todos iguales, era la causante de todo, tenía que hacer algo pero ya no mandaba en su cuerpo y no podía dejar de escribir. Su desesperación le hacía sudar exageradamente, cubriendo su cuerpo de la tinta que había ido absorbiendo, lo que le exasperaba más todavía y le hacía transpirar aun más. Extrañamente empezó a ganar control sobre sus manos y escribía cada vez más lentamente hasta que el bolígrafo se paró sobre el papel y fue capaz de soltarlo.

Había sudado toda la tinta de su cuerpo, la cual se acumuló en el suelo, bajo su silla, y se alejó deslizándose bajo la puerta. Pier quedó exhausto pegado a la pared y de nuevo como único dueño de su cuerpo, al mirar sobre su escritorio todos los folios estaban en blanco y los ocho bolígrafos iguales de su bote, vacíos.

Camuflada en la oscuridad de la noche, nadie se daba cuenta de una mancha espesa que se desplazaba por la avenida principal y se colaba en la tienda de la esquina con la calle Queen.

A la mañana siguiente, una mañana soleada de sábado y primer fin de semana de rebajas de verano, la avenida principal era un hervidero de gente, con todas la tiendas a rebosar de clientes, un joven de ascendencia coreana entraba en la tienda de la esquina de la calle Queen con intención de mercarse un amplio suministro de bolígrafos, libretas y demás enseres para escribir su primera obra como licenciado en filosofía.

El joven Tseng pronto comprobó que ese día estaba inspirado, escribía sin apenas darse cuenta, iba llenando páginas al mismo ritmo que iba gastando bolígrafos, aunque debido a su excitación no se percató de este hecho. Su mano parecía tener alas y conforme iba rellenando páginas más rápido iba desechando monturas de bolígrafos vacías. Poco a poco una segunda conciencia empezó a colarse dentro de Tseng, al principio le pareció que era parte de la rebosante imaginación que le embargaba ese día, que inducía que partes de las situaciones de su historia le parecieran reales y, por tanto, se entregaba a ellas para solucionarlas.

Al caer la tarde los folios escritos se amontonaban sobre el escritorio de Tseng, y dos conciencias convivían dentro de su cabeza. Lo más impactante para Tseng era que empezó un diálogo interno entre su yo real y su nuevo yo huésped sin dejar de escribir su relato. Sin duda, esta segunda conciencia había anestesiado su mente para poder ir accediendo a su consciente poco a poco y sin ser reconocido como un ente hostil. De esta manera consiguió empezar a relacionarse con Tseng sin sobresaltos.

El organismo huésped le explicó a Tseng cómo se había introducido en su cuerpo en forma de tinta a través de la yema de sus dedos utilizando los bolígrafos que había comprado en la mañana y que era muy importante para él acabar la tarea que había empezado. Tenía que escribir la historia de la caída de su pueblo a manos de una raza superior que les había condenado a vivir confinados en una materia líquida hasta que su historia fuera descubierta y contada. Su pueblo había vagado durante milenios por el espacio hasta que fue a parar a la tierra donde descubrió sobresaltado que sus habitantes dominaban el arte de la escritura. Tras varios fracasos le habían escogido a él para un último intento desesperado, ya que hasta ese momento todos los seres en los que se había introducido, escritores frustrados que buscaban abrirse un hueco en el mundo de las letras, acababan ofuscándose, pues desde el principio no creían en lo que estaban escribiendo. En cambio en él encontraron una mente abierta y sin las presiones debidas a malos resultados con las editoriales, así pues su mente había aceptado la historia sin trabas ni cortapisas y no trataba de buscarle defectos.

Tres días después la historia había sido escrita y toda la tinta salió del cuerpo de su anfitrión en forma de sudor y por arte de magia toda la tinta se transformó en diminutos seres rosáceos que desaparecieron tras agradecer a Tseng su colaboración. Antes de que se fueran Tseng les había pedido si podía publicar el relato como propio, obteniendo una respuesta afirmativa.

Pocos meses después, Pier se acercaba a su librería habitual a comprar la novela que estaba en boca de todos y que se la definía como la última obra de arte del siglo XXI.
Al coger el el libro y leer las primeras líneas, Pier palideció al reconocer cada una de las palabras que meses atrás había leído más de 40 veces.

Faerindel

#5
Relato nº6

"Pequeño cuento infantil - Historia de un trovador"


La muchedumbre estaba reunida en torno a la plaza cercana al ayuntamiento. Según cotilleaban las bocas más enteradas de este pequeño y apartado pueblo de la meseta castellana, un joven trovador se había acercado por aquí para narrar las fabulosas y emocionantes aventuras que había vivido junto a un honorable caballero.

-Creedme o no creedme, esa es vuestra decisión, yo solo vengo a narrar las aventuras de un caballero y su humilde servidor, yo.- Dijo el trovador acallando a la muchedumbre para poder empezar.

-"Cerremos los ojos e imaginemos un caballero de tez morena, cabello oscuro y con gran cantidad de cicatrices remarcadas por todo el cuerpo. Destaca una en la frente que a pesar de haberle provocado grandes problemas mentales es una seña de identificación a su valor, ya que se la produjo luchando contra el sultán de Alheb´ Algui venciéndole en batalla y haciendo huir en retirada al ejército enemigo."-

La muchedumbre quedó asombrada ante tal hazaña.

"- En verdad se la hizo un día que se encontró con una moneda en el suelo y cuando se fue a agachar chocó contra el yelmo de otro caballero que también la había avistado desde su corcel.

Bueno, el caso es que mi amo cabalgaba en su esmirriado corcel dirigiéndose con gran majestuosidad hacia el castillo que coronaba tal ciudad.

-Quiero recuperar lo que es mío Pedro, y estoy dispuesto a luchar por conseguirlo ¿Os lo he dicho?- Me volvió a decir por enésima vez.

- No mi señor no me lo habéis dicho.-

-Entonces os explicaré.- Me empezó a contar.- Hace apenas dos años, yo era el señor de un gran castillo y servía al rey nuestro señor matando sarracenos en el nombre de Dios. Pero un caballero cristiano, de origen italiano, de la zona de Génova. Génova es muy bonita sabéis ¿Habéis estado alguna vez allí?- Me preguntó desviándose del tema.-

- No señor, nunca he tenido tal honor, pero por favor seguid contando.-

- Ahh sí, sí por supuesto. Bueno ese caballero un tal Antonio del Piero, reclamó mi territorio argumentando que era suyo. A mí me defendían 100 hombres y la fuerza de Dios, es una lástima que el poder divino no sea capaz de matar 1000 italianos. Así que sin más dilación decidí retirarme a mi castillo. Cuando el italiano llegó al castillo donde yo estaba escondido, me ofreció la rendición a cambio de perdón, el problema es que mi perdón no le servía de nada sin mis castillos y mis tierras. Así que sin más remedio se los entregué. Y ahora sin castillo ni hogar toca implorar a Dios y al rey nuestro señor, que me de la razón para así poder echar a ese sucio italiano de mi castillo, y poder vivir mis últimos años como los primeros, cazando en el bosque y buscando mozas jóvenes.- Entre tanto narrar llegamos al castillo, donde un guardia nos cortó el paso y nos preguntó:

-¿Qué os trae por el castillo real hombres de buena fe?-

He de resaltar su acento francés y que su tono no era el más amable.

- Vengo a hablar con el rey, un asunto muy importante me trae hasta aquí. He de reclamar los territorios otrora míos ahora de un hombre llamado Antonio.-

- Entonces pasad su señoría, pero vuestro acompañante muy a mi pesar deberá esperar.-
Aunque un poco triste espero yo, mi amo aceptó y al castillo entró. Largo tiempo esperé yo por fuera, de lo que hablaron no tengo ni idea. Pero ahora con el apoyo del rey mi amo habría de enfrentarse en justo combate con el italiano ni credo ni Dios ahí lo que importaba era la agilidad, la velocidad, la habilidad y la experiencia, y eso a mi amo le sobraba de buena gana, os lo aseguro yo."- Una mosca interrumpió al trovador, que muy enfadado abanó su mano intentando espantarla, hasta que la mosca se largó. Un, dos, tres, vuelta a empezar. –Maldita mosca.- Bramó enfadado volviendo a espantarla, esta vez por fin se largó.

-"Cuando llegamos, mi amo empezó a llorar, el sucio castillo ahora estaba limpio y bien cuidado y las medio derruidas y roñosas casas estaban bien construidos y sin el menor ápice de polvo. La verdad es que si que daban ganas de llorar, el pueblo parecía decente y el castillo aún. Aunque me temo que mi amo añoraba esa suciedad y ese polvo, le gustaba ver como esas asquerosas ratas correteaban por todos lados del castillo, además presumía de solo haberse bañado dos veces en su vida, creedme, acercarse a él solía ser bastante peligroso y alguna que otra vez la gente caía desmayada del nauseabundo hedor. El caballero italiano ese tal Antonio, se acercó a mi amo y le preguntó:

-¿Qué hacéis aquí humilde caballero, yo no os he dado permiso para entrar en esta mi hacienda? –

- Vengo a retaros a un duelo. ¡A muerte! –

El italiano, aunque dudoso aceptó. Los dos desmontaron de las cabalgaduras y desenvainaron su espada dispuestos a luchar. Pero de repente una voz sonó del interior del castillo.

-¡Cariño ya es hora de comer! – Gritó la mujer del italiano.

- Ahora no mujer, me estoy enfrentando a un caballero a un duelo a muerte.-

-¿Cómo qué a muerte? ¡De eso nada, que estás resfriado! –

-Pero por favor, ¿Qué quieres que hagamos sino? –

- Echad una carrera hasta la cima del Monte de los Cerezos, pero acuérdate de ir bien resguardado del frío.-

-Me parece una excelente idea. Echemos una carrera.- Dijo mi amo al italiano, que de buen grado aceptó.


Al principio mi amo le sacó una gran ventajaal italiano, pero para desgracia de mi amo, una cuerda que accidentalmente estaba allí hizo que su caballo se tropezara haciendo volar a mi amo varios metros directo a un árbol cercano.

El italiano a pesar de haber hecho trampas llegó a la meta y ganó a mi amo de forma justa.

Pero cuando mi amo se acercó a felicitar al italiano y admitir su derrota, El genovés no pudo aguantar tan hediondo olor desprendido por mi señor que se desmayó.

En esto aproveché yo para robarle las pocas monedas que tenía y su fina ropa bordada en oro y hecha con la más fina y delicada seda de oriente. Y mi amo no iba a ser menos, ya que ató al italiano y lo envió en barco de vuelta a su tierra natal, donde al parecer era un fugitivo e iba a ser encarcelado un tiempecito."-

- Y así es como mi humilde amo recuperó sus territorios y ganó...- El final quedó interrumpido por los tomates que impactaron en su cuerpo, seguido de las lechugas y las coliflores. El trovador asustado, salió corriendo en su caballo y huyó de ese desagradecido pueblo sin algo más que un pringue de tomate.

Cuando ya parecía haberse librado de la tomatina, se encontró con varios matones a sueldo que le esperaban en la entrada, el trovador creyó distinguir entre uno de ellos al genovés, pero no se pudo asegurar porque tuvo que correr durante varias horas por toda la ciudad dando golpes a diestro y siniestro con su lira, bueno al final del día no era más que un pequeño palo con varias cuerdas resquebrajadas, y el trovador solo un potingue de tomate y golpes repartidos desigualmente por todo el cuerpo.

Faerindel

#6
Relato nº7

"Lágrimas"

La luz de la luna llena se reflejaba en los grandes ojos azules de la elfa, arrancando destellos color plata que parecían reforzar su determinación. Su piel parecía aun más blanca en contraste con el ensortijado cabello negro que le rozaba los hombros. Envarada en el lindero del claro, Ashiaün intentaba no pensar en nada. Podía sentir el roce de la seda de la que estaba hecho su simple vestido que le caía recto hasta los pies, ya que no era su atuendo habitual. No podía negarlo, se sentía mucho mas cómoda con los ropajes de cuero suave que sus hermanos del bosque le regalaron tiempo atrás.

Inconscientemente, se llevo la mano izquierda a la frente al nacimiento de un blanco mechón que parecía plata derretida  esa noche, y que era el motivo por el cual había sido educada por los elfos del bosque. Sus mismos padres, los reyes de Lutharia, la  habían abandonado una noche como esa cuando apenas se había desprendido del seno de su madre. Según las leyendas, un nacido con el pelo color plata traería la desgracia a su pueblo, y sus progenitores no quisieron esperar a que todo su cabello se volviera del mismo color. Y ahora los dos estaban muertos. Su madre en el parto de su segundo hijo, un varón, pero que no poseía ni un cabello oscuro, y su padre en una descarga mágica cuando, la misma noche que su esposa había fallecido, intento asesinar al recién nacido para así atajar el mal de raíz, y la magia innata del bebe lo fulminó.

Ella se había enterado de los detalles hacía mas bien poco, ya que había crecido protegida en la espesura de los bosques, educada y entrenada por una familia que le demostró que las leyendas no tenían mas poder que el que les confería quien creía en ellas.  Ahora era la jefa de las cazadoras de su clan y una experta en seguir cualquier pista. Pero no había sido ese un bastante entrenamiento, sino que habían descubierto que la llamada de la magia era fuerte en ella, y habían dedicado todo el tiempo libre en llenar ese aspecto de su educación.

Hacía dos meses que sus maestros la habían obligado a abandonar el seguro refugio del antiguo bosque para que, según ellos, aprendiera más. Pero pronto la realidad la golpeó con fuerza. Ella era heredera a trono en un reino sumido en luchas internas. Unas luchas creadas a partir de la incompetencia de su hermano para reinar. Nadie aceptaría en el trono a un mago sin preparación alguna en el combate, y menos aun cuando apenas era un aprendiz. Ashiaün se había colado en el palacio sin ser vista y havia comprendido la verdad: su hermano se dedicaba en cuerpo y alma a los estudios para comprender y controlar un poder demasiado fuerte  que amenazaba con devorarlo. Si lo consiguiera, podría ser alguien temible, aunque su única ambición, igual que la suya propia, era mostrar que las leyendas se equivocaban.  Aquella noche la elfa había salido casi llorando del palacio. Por culpa de un absurdo poder en su interior, su hermano no podía ser el bondadoso rey que estaba destinado a ser. Se había jurado ayudarlo desde las sombras.

Ahora estaba al norte, en el corazón de los Bosques Eternos,  intentando encontrar la respuesta definitiva. Aspiró fuertemente, haciendo acopio de todo su valor, y, aferrando el cayado que sus padres adoptivos le regalaron, avanzó con paso firme en el círculo formado por los Cedros Milenarios. Una vez en el centro, se arrodillo pidiendo consejo a los dioses, implorando su ayuda. A su alrededor el silencio era absoluto. Hasta el viento había parado de mecer las hojas de los árboles. El tiempo pasaba lentamente  burlándose de ella, pero su determinación no flaqueó. Un suave murmullo comenzó a crecer desde la hierba, como si la tierra le susurrara un secreto que solo ella podía oír. A medida que el sonido se hacia mas y mas fuerte, Ashiaün podía sentir como, con cada latido, un dolor cada vez mas profundo de alojaba en su alma. Y es que ese susurro eran miles de voces. Miles de espíritus élficos lloraban mientras pronunciaban las palabras que la elfa jamás esperó escuchar:

"El pueblo elfo está destinado a caer. Desde la noche de los tiempos los dioses luchan entre si, y ahora la paz ha huido del mundo. El rey loco desencadenó los poderes divinos en este mundo y los dioses continuaran su guerra caminando entre los mortales. Cuando el último cedro caiga, el tiempo de los elfos habrá llegado a su fin. Todo hijo de los dioses portará la marca de su antecesor."

Ante esas palabras, Ashiaün no pudo siquiera levantarse para dar la voz de alarma. Permanecía de rodillas, si piel brillando por el sudor bajo la distante luz de la luna, con la frente apoyada en la tierra, mientras amargas lágrimas manaban de sus ojos. Y no podía evitar que sus puños, apretados por la frustración golpeasen una y otra vez el suelo. El destino estaba escrito, y su hermano seria el primero en caer en una estúpida disputa entre dioses.

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