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Buen Puerto

Iniciado por Reactive, 22 de Septiembre de 2009, 23:22

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Reactive

Bloodthirsty

Muy buen relato jeje. Fácil de leer, te atrapa en ese aura que consigues con las descripciones.

Y ahora vamos a ver que tal le va en tierra a Hussin jeje (y a ver si conocemos ese pasado).

Reactive

Wind_Master

Reactive, niño, esto está de capa caída. Vamos, deléitanos con uno de tus brillantes relatos, que es el proyecto menos desarrollado por ahora.

Reactive

Como usted mande, Wind. Sigo con esto.

Por algo era Undistaíra la ciudad del sol. El calor era asfixiante. Los rayos caían como losas sobre la piel de los escasísimos transeúntes, y eso que ya no era mediodía. Daba igual. Eunán suspiró, aún a la sombra bajo el portal de un edificio del Barrio Portuario de Undistaíra, se secó el sudor de la frente y echó a andar.

Sus ropas, pese a ser las características de la zona, eran casi excesivas. Vestía una larguísima túnica de un suave color marrón claro, desgarbada y ligeramente descolorida, manchada de barro en los bajos. Calzaba unas sandalias de cuero sencillas, nada del otro mundo. La poblada barba con la que llegó había desaparecido, y en su lugar había una corta aunque visible barba de un par de días; el pelo estaba ahora recortado, pero los flecos negros seguían cubriendo la frente morena. Su altura seguía resultando imponente, pero su aspecto común y vulgar, casi inofensivo, le hacían el rosto hasta amable, pese a la cicatriz de su mejilla izquierda. También sus formas: andaba, se movía, y miraba como alguien normal. Nada de extrañezas.

Pasó de largo la oficina de recién llegados, donde cuatro días antes se había presentado ante los guardias. Se fijó en los distintos barcos anclados: el que le había traído había partido hacía ya dos días, pero llegaban otros. Los barcos de pesca iban y venían, la mayoría de ellos pequeños, aunque no por ello menos estéticos: la madera brillaba tanto como en los grandes. La vela de uno de ellos mostraba un complicado diseño de peces y arpones; su dueño debió de echarle muchas horas de trabajo. Un señor de mediana edad y el que presumiblemente sería su hijo descargaban mercancías en la costa en ese preciso instante, a gritos de "¡Papá, ahí va otra!". Los barcos más grandes tenían otros símbolos. El más grande de ellos, un carguero enorme de más de cuarenta metros de eslora, tenía la madera de las barandillas pintada de negro y las velas teñidas de un fondo rojo, sobre el que resaltaba la imagen de una flecha atravesando un escudo: el símbolo de Clan Tyasri, uno de los que dominaban la sociedad de Avadur.

La ciudad estaba ciertamente inactiva a esas horas: era día de descanso para el mercado y la mayor parte de la gente estaba en casa, aguardando a que el calor arreciara y la famosa fiesta nocturna de Undistaíra comenzara en el Barrio de la Esperanza. Nadie habría adivinado que aquellas calles ahora vacías solían estar repletas de hombres y mujeres regateando por el mejor precio o cargando y descargando materiales de sol a sol. Parecía como si, ante el asfixiante calor, los casi ciento sesenta mil habitantes de Undistaíra se hubieran puesto de acuerdo para no existir. Sólo algunos comercios de comida o de bienes de primera necesidad permanecían abiertos, pero estaban bajo mínimos. Todos los demás descansaban.

Eunán cruzó el enorme muelle a paso ligero, y una vez llegó al extremo Este torció hacia el Norte. El camino pavimentado hacía soportable la caminata a pesar del asfixiante calor del verano de Undistakiano, pero de todas maneras a Eunán se le hizo muy largo. Pasó un comercio de joyas cerrado, dejó atrás la oficina de un prestamista y giró a la derecha justo antes de entrar en el Barrio de la Esperanza. Prosiguió hasta llegar al Barrio Espinoso, revisando cuidadosamente que todo lo que había observado en los últimos tres días fuera correcto. Allí estaba el almacén de grano, fácilmente reconocible por estar hecho de piedra, y unos pasos más adelante estaba el negocio de joyas que él sabía estaba a punto de desaparecer. Al lado de éste se erguía imponente la central de Oficiales Portuarios, la última antes de llegar al Barrio Espinoso. Tardó poco en alcanzar la puerta que marcaba la salida del bullicio y la entrada a la pobreza.

Undistaíra era una ciudad francamente grande, dividida en tres grandes distritos. El Barrio Portuario era el más importante de la ciudad, su corazón. Para empezar, porque Undistaíra no dejaba de ser una colonia de Avadur, y por lo tanto su razón de ser no era otra que el comercio marítimo. Los barcos iban y venían, decenas de barcos pesqueros o comerciales, militares o exploradores. Undistaíra era la cuarta colonia más grande de Avadur, y como tal el trasiego de navíos en ciertas épocas del año podía ser increíble. Y claro, todos esos viajes tenían que ser documentados, para lo cual los Oficiales del Puerto empleaban a cientos de hombres y mujeres altamente cualificados.

Y luego todas las mercancías que las naves traían debían de ser comercializadas en algún sitio. Ése era el fin del Barrio Portuario: tanto el paseo marítimo como la Avenida Nafar Arkisk no eran más que ubicaciones ideales para el mercado Undistakiano, y toda la zona circundante estaba repleta de comercios o locales destinados a la compra venta. Así pues, el Barrio Portuario era el centro de Undistaíra, donde miles de personas trataban de hacerse una fortuna negociando y regateando.

Al Oeste del Barrio Portuario residían todos los más o menos ricos de Undistaíra, todos aquellos que usando distintas artimañas se habían hecho con una fortuna en la ciudad del calor. El Barrio de la Esperanza, que así se llamaba, era el hogar de la todas las familias acaudaladas de la Colonia, y también de algunas que no lo eran tanto pero que gustaban de aparentar. Las mansiones eran espeluznantes, en especial las que daban a la playa; pero también lo eran las posibilidades de ocio que ofrecía el distrito. Desde la compra de materiales como las joyas o las ropas hasta la mejor música y el mejor teatro de todo Avadur, pasando por otro tipo de entretenimientos como la escritura, la lectura o la religión. También había en este distrito varios Colegios de Clan: uno de los Clanes Tyasri, Shaeth y Caissa y tres del Clan Idirith, el más popular en la colonia y al que pertenecía Eunán.

Para contrastar con la riqueza y la exuberancia del Barrio de la Esperanza, al Norte y al Este de la ciudad se extendía el Barrio Espinoso, nombrado así por su cercanía a la cordillera de las Espinosas. Era el hogar de todos los trabajadores más humildes de la ciudad, y también, en especial la zona norte, de los más inmundos criminales de la Colonia. Cuánto más se alejara uno del linde con el Barrio Portuario y el Barrio de la Esperanza, más impactantes eran las vistas de extrema pobreza, hambre y desesperación. El entretenimiento era casi inexistente... De no ser por una de las maravillas arquitectónicas de Avadur: el Estadio de Sa – San de Undistaíra, el más grande del mundo, que permanecía en el centro del Barrio Espinoso. La idea había sido darle un empujón al Barrio, y no iba en mal camino. Hacía treinta años que el Estadio se había construido, y ya la Avenida de Shajun, que llevaba directamente desde el mercado del Barrio Portuario hasta el Estadio de Sa – San, parecía haberse convertido en un oasis de riqueza entre el desierto que representaba el Barrio Espinoso. Los comercios poblaban toda la calle, desde las zapaterías hasta las tiendas más exóticas de muebles Khardhanianos o cerámica de Lisadar, pese a que, saliendo de esa avenida, la pobreza era casi palpable.

Aún así, había mucho aprovechable en el Barrio Espinoso. Precisamente por todos sus defectos, era de largo la zona más barata de la Colonia, y no estaba mal comunicada... Si sabías buscar el lugar. Con las minas de las Espinosas a un lado y las oportunidades que representaba el Barrio Portuario al otro, a Eunán, un comerciante nato, sólo le hacía falta encontrar una avenida decente que lo conectase todo y empezar a negociar. Y lo mejor es que ya lo había hecho.

Eunán pasó de largo el linde entre los tres barrios y se internó de cabeza en el Barrio Espinoso, andando por el camino de tierra que se conocía como la Avenida de Rar Fa'Sunú. Andó un buen trecho, dejando atrás almacenes y más almacenes y alguna casa ocasional, cruzó la intersección con la Avenida de Shajun, la única calle pavimentada de todo el Barrio, y alargó su caminata durante un rato más. Finalmente, se detuvo frente a lo que parecía ser un almacén. El barro con el que se había construido seguía intacto, pero la puerta de madera apenas existía y las ventanas estaban deshechas. La pintura que alguna vez debió recubrir la fachada estaba ya tapada por hileras de arena, barro, polvo y suciedad. El tejado parecía poder desplomarse en cualquier momento y caerse desde las alturas. Un cartel, colgado del marco de la puerta, indicaba claramente que el almacén estaba en venta, y lo hacía en varios idiomas. Eunán se permitió una media sonrisa, revisó cautelosamente que nadie le hubiera seguido desde el puerto y cruzó la calle hasta el local.

Llamó a la puerta, o más bien a la pared de al lado, y no se sorprendió cuando no hubo respuesta. Era día de descanso. No esperó más tiempo y llamó a la puerta de la casa de al lado, que, Eunán ya se había informado, pertenecía al dueño del almacén. No era una casa mala ni mucho menos, de hecho, era de las mejores de la zona. Eunán casi sonrió de nuevo. Esperó un momento y la puerta se abrió. Ante él apareció un hombre bastante más bajo que él, calvo y con un poblado bigote moreno, piernas cortas y cintura ancha. Vestía sorprendentemente bien para un habitante del Barrio Espinoso, y sus ojos recorrieron la figura de Eunán de arriba abajo. Eunán, que iba vestido con una túnica marrón desgarbada y manchada, unas sandalias rotas y sin sombrero, además de ir despeinado y con barba de dos días, no podía ser menos que un pobre mendigo.

– ¿Qué quiere? – le preguntó a Eunán, de malos modos.
– Verá, señor, venía de parte de un humilde mercader de pieles a ofrecerle un buen trato – comenzó Eunán, metiéndose en el papel –. He oído que es usted uno de los hombres más ricos del Barrio, y mi jefe ha pensado que tal vez le intere...
– Lo siento – dijo él, todavía extrañado de que Eunán no fuera un pobre que se arrastraba por las calles – pero no puedo aceptar la oferta. No paso por un buen momento para acceder a tratos, por muy buenos que éstos sean.

– Cuánto lo lamento – continuó Eunán, sin inmutarse. El hombre le empezó a mirar con disgusto: no sólo le había interrumpido su descanso un hombre con ropas pobres y aspecto desgarbado, sino que además parecía burlarse de su mala situación económica –. Aún así, pienso que debería mirar este trato. De verdad le digo que las pieles son de Kayard, y de primera calidad, y estoy convenci...
– Oiga, le repito que no estoy en situación de aceptar ningún trato – soltó el hombre, cortante –. ¿Acaso no ve el estado en el que se encuentra mi amacén? ¡Apenas podría guardar las pieles que le comprara! – Eunán miró al almacén como si fuera la primera vez en la vida que viera uno. Para aquel hombre eso debía de ser hasta creíble.

– ¿Éste es su almacén? – preguntó Eunán. El hombre abrió la boca para replicar, pero Eunán fue más veloz –. Uno de mis vecinos me comentó que estaba en venta y me dijo la cifra, pero ahora mismo no la recuerdo.
– Pues le puede decir a su jefe – contestaba el hombre – que mi amacén está en venta y que por él sí que aceptaría un buen trato. Algo así como cuatro mil arkisks –. Eso era un robo. Eunán prefirió esperar –. Aunque, para alguien tan desgraciado como usted – siguió el hombre, ya con una sonrisa burlona, enfadado y sabiendo de su venganza. Los nervios de Eunán saltaron: ¡ésta era su ocasión! – podría dejarlo en ochocientos arkisks.
El hombre estalló en carcajadas casi violentas y se dio la vuelta dispuesto a cerrar la puerta, dando por finalizada la conversación. Eunán le tocó el hombro con la mano izquierda, y, cuando el hombre se giró para despedirse de él, la mano derecha de Eunán le enseñó mil arkisks. El hombre le miró sorprendido primero y petrificado después.

– Yo... Yo... ¿Cuánto hay ...? – sus grandes ojos se habían recluido y su sonrisa burlona había mudado de dueño, pero el hombre ya había cogido los billetes.
– Mil arkisks, señor.
– ¿Y de dónde ha sacado usted mil ark...?
– Eso no es asunto suyo – cortó Eunán, ahora llevando él la conversación – Tiene mi dinero. Haga el favor de entregarme las llaves...
– Esto es poco por este almacén – objetó.
– ...o de devolverme los billetes – completó Eunán, ignorándole y extendiendo la mano derecha. El hombre dudó, e hizo amago de devolverle los arkisks a Eunán, pero finalmente suspiró.

– Espere un momento – se dio la vuelta y volvió al rato con varias llaves –. Son seis llaves del almacén. Hay tres entradas: la puerta principal, una trasera y una trampilla que lleva a los túneles – le comentó –. Tiene seis copias de cada llave. Tome – le dijo, dándoselas todas. El hombre parecía triste, pero tenía el dinero que tanta falta le hacía.
– Muchas gracias – comentó Eunán, inclinando levemente la cabeza. El hombre respondió con el mismo gesto, aunque con un deje de melancolía.
– Éste era mi almacén, ¿sabe? – hizo una corta pausa, pensándose si seguir por ahí o no. Decidió que no. Parecía, de repente, abatido, triste ante la posibilidad de deshacerse de lo que seguramente siempre había sido suyo –. Bueno, cuídelo mucho, por favor. Ya me contará cómo le va.
– Hecho.

– Hasta otra, señor...
– Hael, señor Hael – el hombre le tocó el hombro izquierdo con su mano derecha en señal de despedida, y esperó lo propio –. Antes de despedirme, quisiera hacerle una pregunta, si me lo permite.
– Por supuesto – contestó el hombre, extrañado y con un gesto de súbito agotamiento.
– ¿En qué piensa trabajar ahora?
– Si le soy sincero – contestó, tras pensárselo un momento – no tengo ni la más remota idea. Buscaré por los muelles a ver si hay algo – explicó, casi desolado. Había pocas posibilidades.

– Pues le voy a hacer una oferta, señor – le sorprendió Eunán –. Necesitaré alguien que se encargue de mantener este almacén en orden en cuanto comience a llenarlo, que será pronto – explicaba Eunán, poniendo cara de emprendedor –. Apenas conozco a nadie aquí – mintió descaradamente – y he pensado que usted podría ser un hombre perfecto para el puesto – la cara del hombre se iluminó repentinamente. Parecía que la vida le sonreía: vendía su almacén por una cifra adecuada y además el comprador le empleaba inmediatamente. Empezó a pensar que la fortuna estaba de su lado –. ¿Qué me dice?
– Señor Hael, no sabe lo feliz que me acaba de hacer – exclamó, con una sonrisa amplia, de oreja a oreja, tras una corta pausa para tomar aire –. A falta de discutir mis honorarios, acepto, claro que sí.
– También usted me hace feliz a mí, señor... ¿Cuál es su nombre?
– Asehen Oweis, señor Hael – contestó el hombre, repentinamente feliz y enérgico –. Pase, señor Hael, que le invitaré a un vaso de agua mientras discutimos mis honorarios... Si no le importa, claro – casi se disculpó.
– Para nada, señor Oweis – aceptó Eunán, entrando en la casa con una media sonrisa de satisfacción por el trabajo cumplido.

Reactive

Wind_Master

Brillante, Reactive. Haces gala de unas descripciones tan buenas y meticulosas, que los relatos podrían llenarse sólo con eso.

No obstante, tengo un "pero"; casi al principio del relato dices lo siguiente:
CitarLa barba había desaparecido y el pelo estaba ahora recortado, pero los flecos negros seguían cubriendo la frente morena.

Y ya al final dices:
CitarEunán, que iba vestido con una túnica marrón desgarbada y manchada, unas sandalias rotas y sin sombrero, además de ir despeinado y con barba de dos días, no podía ser menos que un pobre mendigo.
A no ser que no haya reparado en algún párrafo en el que diga que hasta ese momento han pasado un par de días, creo que he encontrado una pequeña contradicción.

Reactive

Pequeño error. Quería decir que, partiendo del anterior trozo, en el que Eunán llevaba una barba larga y poblada, esa barba larga y poblada había desaparecido y había sido sustituída por una barba de dos días. Mis disculpas xD. Ahora mismo lo cambio.

Reactive

EPI el Anonimo

Bueeeno, como siempre un relato magnífico que dan ganas de seguir y seguir leyéndolo. Pero busquemos en sus entrañas a ver que fallos podemos sonsacarle.

Primero voy a decir un par de cosas de la primera parte que se me saltaron la primera vez:
CitarLa vendedora, una mujer de aspecto desenfadado, con cabellos marrones y voz de sargento, no daba abasto aún con la ayuda del que parecía ser su hijo, de unos doce o trece años y de cabellos tan rubios como amarilla era la luz del sol.
Creo que es a basto.
CitarÉl que creía ver más que nadie parecía haber estado ciego ante lo que verdad importaba.
Y entre el segundo que y verdad devería ir un de ante lo que de verdad importaba.
Pero son ligeros fallos.

Y tengo una pregunta. ¿Por qué el capital siente terror al ver a Eunán en el barco? ¿Es que acaso le reconoce?


Pasemos al segundo post:
¿Cómo sabe en cuatro días que ese almacen está en venta, o que el nogocio de joyas está a punto de desaparecer?

Los tres barrios son el Barrio del puerto, el de la Esperanza y el EEspinoso, ¿no?.

¿Es de nuestro asunto de donde ha sacado Eunán los mis arkisks? (joder tio no podías ponerle un nombre más facilito a la moneda).

CitarEspere un momento – se dio la vuelta y volvió al rato con varias llaves –. Son seis llaves del almacén. Hay tres entradas: la puerta principal, una trasera y una trampilla que lleva a los túneles – le comentó –. Tiene seis copias de cada llave. Tome – le dijo, dándoselas todas. El hombre parecía triste, pero tenía el dinero que tanta falta le hacía.
Esto me desconcierta un poco. Son tres llaves del almacen (delante, detras y abajo) y seis copias de cada. ¿Por qué pone que son seis llaves del almacen? ¿No serían 18?


Bueno nos vemos.

Citartiendas más exóticas de muebles Khardhanianos

Chincha que a vosotros no os incluye en su relato :P .

Reactive

arkantos_elgrande

Me ha gustado bastante, aunque no puedo comentar gran cosa, porque aún no se sabe nada. espero que sigas a ver si podemos empezar ya a situar los lazos entre los distintos personajes que has citado.



Por cierto, tu solo escribiras sobre esta ciudad?

Reactive

Master Ageof

Muy bien. Me pregunto en qué estará pensando nuestro amigo Eunán.

Veo un error importante:
CitarAndó
Anduvo

El estilo, como siempre, muy depurado. Las descripciones del principio son muy buenas. Empleando una metáfora gastronómica, son muy sabrosas. La descripción de la ciudad, los barrios, el lugar, todo.

Veo que la ciudad tiene 160.000 habitantes, y es de las colonias más grandes de Avadur. Es decir, que en Bardha las ciudades más grandes rondan ese número de habitantes. Es un dato importante a tener en cuenta.
No tengo mucho más que decir, sólo que continúes :P

Reactive

Me disculparéis que apenas tenga tiempo para postear, pero dejo esto por aquí. He leído todo lo nuevo, pero no tengo tiempo para postear. Espero que estéis pasando todos unas buenas vacaciones, ya nos leeremos.

Mientras las monedas caían lentamente, una a una, sobre la mesa del Oficial Portuario, Eunán pensaba en lo mucho que le tranquilizaba el sonido del metal chocando con la madera así, de forma relajada. El Oficial contaba el dinero lenta y meticulosamente, como correspondía, comenzando a creerse que el negocio iba en serio. A su lado, Ninké Fa'Ijno, un comerciante mayor, que podría fácilmente rondar los cuarenta y cinco años y estar cerca ya del retiro, supervisaba el recuento.

La brisa entraba por la ventana de la oficina, removiendo el recortado y despeinado pelo moreno de Eunán, que iba igual de impresentable que un rato antes, cuando compró el almacén. Aún no había caído la noche, pero el sol ya amenazaba con despedirse y ocultarse tras el océano infinito hasta la mañana siguiente. Afortunadamente, eso significaba vida en Undistaíra. Y vida significaba gente. Y gente era justo lo que Eunán necesitaba ahora.

La tarde había sido productiva. Sí, había invertido cerca de mil quinientos arkisks, pero ya había conseguido el almacén y el amarradero que necesitaría, y a buen precio. Además, se había asegurado a un trabajador leal para el almacén. Asehen Oweis podía ser un hombre desafortunado, pero era buena persona. De eso se había dado cuenta Eunán enseguida. Además, era agradecido y estaba en deuda con Eunán por sacarle de los problemas; y Eunán necesitaba exactamente eso: alguien competente y leal, alguien que hiciera su trabajo sin alardes y que no le diera una puñalada a las primeras de cambio. Había tenido suerte y se lo había encontrado allí mismo, junto con el almacén. Igual se equivocaba, pero pagándole diez arkisks cada luna llena se lo podía permitir.

El almacén y el embarcadero estaban justo donde los necesitaba. El almacén estaba en una zona lo suficientemente pobre como para ser realmente barato, pero también cerca de la Avenida de Shajún y por lo tanto con potencial para ser un lugar interesante. El amarradero estaba en el extremo este del muelle, justo donde la Avenida de Rar Fa'Sunú, en la que estaba el almacén, desembocaba al paseo marítimo.

– Está todo, señor Ijno – exclamó el Oficial Portuario –. Trescientos treinta y ocho arkisks – anunció, mientras le entregaba la bolsa con todas las monedas al comerciante.
– Gracias, Aikuser – contestó, cogiendo la bolsa, despidiéndose tocando el hombro izquierdo del oficial con su mano derecha. Se giró hacia Eunán, que esperaba discretamente al lado de la puerta –. Ahí tiene la escritura, señor Hael. Para serle sincero, me acaba de hacer un gran favor comprándome el amarradero.
– Oh, para nada, señor. Es usted el que me ha hecho un gran favor dejándolo a un precio tan generoso – dijo Eunán. El comerciante sonrió.
– Ya me pasaré por aquí para ver cómo le va, señor Hael.
– Siempre será bienvenido – sonrió Eunán también, despidiéndose a la manera undistakiana –. Hasta pronto, señor Ijno.
– Hasta pronto. Adiós, Aikuser.
– Hasta la próxima, señor Ijno – se despidió también el oficial.

– Bueno, muchas gracias a usted también, señor Sundim – dijo Eunán. El Oficial Portuario le sonrió a él también.
– De nada, señor Hael – contestó – Sólo esperó que usted sea tan buen compañero como el señor Ijno – Eunán rió, y el Oficial movió los pies nerviosamente.
– Descuide, señor Sundim.
– Aikuser, por favor – pidió el oficial, acompañándole hasta la puerta.
– Erm... Antes de irme, ¿le importaría que le distrajera un momento, Aikuser? – preguntó Eunán, alejándose de la puerta. El oficial le miró extrañado, pero asintió un momento después.
– Ningún problema, señor Hael – él se dirigió de vuelta a su mesa –. Al fin y al cabo, hoy parece ser un día tranquilo –. Sonrió y se sentó de nuevo –. Dígame.
– Verá, soy nuevo en la ciudad, y pensé...

– Siéntese, señor Hael – invitó el oficial antes de que prosiguiera. Eunán lo hizo.
– Gracias, Aikuser. Decía, que soy nuevo en esta ciudad y no la conozco muy bien – mintió Eunán. A decir verdad, se la conocía como la palma de su mano – Busco empleados para el transporte de mercancías desde el Barrio Espinoso hasta aquí. ¿Sería muy... atrevido preguntarle acerca de los mejores lugares para encontrar empleados?
– Para nada, señor Hael – contestó el oficial, como siempre, sonriendo –. ¿Le importa que le haga algunas preguntas indiscretas acerca de las mercancías que piensa transportar?
– En absoluto, Aikuser.

– ¿Piedras, joyas o armas?
– Por el momento, piedras –. Quizá no fuera buena idea, pero siendo Oficial Portuario tardaría poco en enterarse de todas maneras.
– ¿Valiosas?
– Bastante, sí.
– ¿En grandes cantidades?
– Tal vez.

El oficial se recostó sobre su cómoda silla, sonriendo ante la respuesta de Eunán.

– Puede confiar en mí, señor Hael.
– Descuide – ambos rieron. Luego el oficial se puso algo más serio.
– Bueno... Va a necesitar gente de fiar, señor Hael. Eso no es tan fácil de encontrar en una ciudad tan grande como ésta, si le soy sincero –. Eso sí que era cierto, reconoció Eunán – Mi consejo es que no pierda tiempo y busque esta misma noche en la Plaza de Avadur. Allí suelen reunirse los desempleados de clase media o alta. Por supuesto le saldrán más caros, pero al menos tendrá unos trabajadores bastante fiables. ¿Sabe de qué plaza le hablo?

"Claro."

– Lo cierto es que no, Aikuser.
– Bueno, no tiene más que seguir el Paseo Marítimo hasta que encuentre dos grandes estatuas de barcos preciosos. Lo reconocerá en cuanto llegue. Allí tuerza a la derecha, y es la primera plaza de esa avenida.
– Perfecto –. Eunán se disponía a levantarse.
– Ah, señor Hael... ¿Me permite darle dos consejos?
– Claro – Eunán se volvió a sentar.

– Cuando llegue a la plaza, pregunte por Raek Ealwen. Es un hombre de mi plena confianza, con experiencia en transportes peligrosos y que pasa por una mala época.
– Perfecto –. Eunán recordó el nombre.
– Y... Tenga cuidado en sus negocios, señor Hael. El sector al que pretende entrar está dominado por un comerciante agresivo y... No muy de fiar, si usted me entiende – le sonrió Aikuser.
– ¿Su nombre?

– Korja Zyruk, señor Hael. No le pediré que recapacite sus planes comerciales, pero sí que sea muy cuidadoso y que vigile por donde pisa. Esta ciudad puede ser un peligro para los desconocidos, créame. Si tiene algún problema, no dude en acudir a mí. Pero no se lo piense – le advirtió, aunque con muy buena fe –. Unos días pueden ser la diferencia entre no sufrir pérdidas o ... - se encogió de hombros.
– Entendido – contestó Eunán –. Muchas gracias por todo, Aikuser.
– De nada, señor Hael – contestó él, siempre sonriente, acompañándole por segunda vez hasta la puerta –. Hasta pronto, señor Hael.

* * *

Llamó tres veces a la puerta, esperó un momento, y golpeó la madera otras dos veces. Esperó, mientras analizaba el edificio. Estaba hecho de ladrillos de arcilla, como la gran mayoría de edificios de la ciudad, pero hasta por la noche se notaba que estaba sucio y descolorido. Su color crema original era ya un marrón oscurecido, de distintos tonos según su cercanía al suelo, y la puerta de madera estaba negra de suciedad y daba la impresión de poder caerse en cualquier momento. Eunán casi se arrepintió de haber llamado a la puerta, no fuera que se rompiera.

– ¿Hussin? – preguntó alguien del otro lado. Eunán entornó los ojos.
– No – dijo, con mucho tiento –, no sé de quién me habla –. La puerta se abrió, y un rostro familiar le saludó con una sonrisa.
– Casi no te reconozco, Hussin – le decía su compañero mientras le estrechaba la mano. Eunán cruzó el umbral y cerró la puerta a su espalda –. Estás muy cambiado.

– Ya, bueno – le restaba importancia Eunán –. Cosas que pasan –. Miró a su alrededor. El local estaba completamente vacío, a excepción de una mesa redonda y unas sillas en el centro, y una pequeña despensa al fondo. Las ventanas estaban cerradas. Una pequeña lámpara de aceite iluminaba la sala desde la mesa.
– Siéntate, Hussin – le invitó su compañero mientras se aproximaban a la mesa. Tomaron asiento en los sitios más cercanos a la puerta – ¿Quieres algo? ¿Agua, tal vez?
– Si me ofreces algo, me lo beberé, sí – contestó Eunán.

El compañero de Eunán se levantó un momento, sirvió dos tazas y se sentó de nuevo. Le dio una a Eunán y se quedó la otra él.

– ¿Y bien? ¿Qué tal tu día?
– Ha ido bien – repuso Eunán –. He comprado el almacén y el amarradero, ambos por un buen precio.
– ¿Cuánto es un buen precio?

Eunán rió. Atherr le dio un trago a su taza de agua.

– ¿Nunca cambias, eh Atherr? – su compañero sonrió –. He gastado mil arkisks en el almacén, y otros trescientos treinta y ocho en el amarradero –. Atherr asintió, su mirada clavada en Eunán, divertida –. ¿Qué estás mirando? –. Esta vez fue el turno de Atherr, que rió en silencio. Más que una risa, parecía un jadeo.
– Es increíble los bajos pecios que consigues siempre, Hussin – admitió él –. No sé cómo lo haces. Yo ayer regateé por un amarradero y lo más que conseguí fue que me lo dejaran por quinientos – negó con la cabeza, como siempre hacía. Eunán sonrió y bebió un poco él –. Dame un momento, que apunto todo eso.

Se levanto rápidamente. Eunán aprovechó para ver si había cambiado. Atherr era un hombre más bien menudo, de corta estatura y más flaco de lo normal. Eso no había cambiado, y seguramente nunca lo haría. Tenía el pelo rubio recortado e iba completamente afeitado, cosa que era distinta antes y que podía hacerle parecer más débil o menos intimidatorio. Su nariz aguileña, sus rasgos duros y su voz cortante le otorgaban, sin embargo, una presencia imponente.

– A ver, repítemelo, por favor –. Eunán lo hizo, mientras Atherr anotaba a toda velocidad. Debía de ser uno de los escribas más rápidos de toda Avadur.
– Y anota también un salario de diez arkisks a Asehen Oweis.
– ¿Aseherr Ofeis?
– No, Asehen Oweis. Asehen Oweis – repitió Eunán.
– Vale, vale. Y ¿quién es ése?
– El anterior dueño del almacén. Le he contratado como supervisor.

Atherr le miró incrédulo. Eunán se sintió casi intimidado, como cada vez que su compañero le miraba fijamente. Porque si había algo realmente curioso de Atherr eran sus ojos: uno verde fuego y el otro azul cielo. Una mirada de mago, pese a que él no era uno.

– Yo alucino contigo, Hussin.
– Eunán.
– Vale, perdona. Eunán – Atherr repasó los apuntes –. No está nada de mal para ser el primer día de trabajo, ¿no?
– Todavía no he terminado – sonrió Eunán – Salgo ahora mismo para la Plaza de Avadur a buscar empleados para mis carros.
– ¿Y mañana?

– Visitaré Asazhira y Nerenezhaíra. Son pueblos mineros de las espinosas, pequeños, de unos dos mil o tres mil habitantes. Casi todos trabajan en las minas. Trataré de buscar buenos tratos por el oro.
– ¿Oro? ¿No habíamos quedado que sería hierro y plata?
– Tuve que hacer un cambio de planes – admitió Eunán – pero ya informé a Serym.
– Me lo tenías que haber dicho a mí antes – le abroncó su compañero.

– Ya, bueno. Fue improvisado. Me enteré de que había un jugador nuevo en la Colonia, un tal Korja Zyruk, que dominaba el mercado del hierro de arriba abajo. Además, varias personas me han avisado de que es peligroso.
– Como si eso supusiera un problema.
– Esto no es Ísur, Atherr, ni siquiera es Nundavira. Aquí si alguien tiene el dinero, tiene el poder. A este tío le teme toda la ciudad. Sin fondos, no le sacaremos de ahí –. Eunán trató de ser convincente, porque sabía que tenía razón y más valía que su compañero lo entendiera.
– Podría sufrir una caída en el Paseo Marítimo, Eunán. Para eso trajimos a Ainesá.

– Es inútil, Atherr. El monopolio estaría aún ahí, y sin fondos es imposible derribarlo. Créeme si te digo que aquí las cosas funcionan así. Sin dinero no eres nadie –. Atherr le miró fijamente. No parecía convencido –. Atherr... Por una vez soy yo el que te pide paciencia a ti. He vivido aquí durante un año, sé de lo que hablo –. Atherr le dio otro trago a su taza.
– Así que oro, ¿no?
– Sí, Serym podrá seguir entrando en la manufactura de joyas así. Y el oro está relativamente descontrolado en toda la Colonia –. Atherr suspiró.
– ¿Y cuánto calculas que tardarás en hacerte con el control de eso? ¿Año y medio?
– ¿Del oro, dices? –. Atherr asintió –. Alrededor de cuatro meses – su compañero le miró con la boca abierta –. Tal vez cinco.
– Definitivamente – le dijo su compañero, dando un breve trago a la jarra y levantándose de la silla – estás loco.

Eunán sonrió de oreja a oreja.

Reactive

Wind_Master

Sensacional, como siempre. ¿Vas a desarrollar una civilización? Porque al ritmo en que se suceden los acontecimientos, vas a necesitar muchos relatos y mucho tiempo para hacerlo.

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