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Proyecto Bardha: Ubura

Iniciado por Wind_Master, 23 de Septiembre de 2009, 12:27

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Wind_Master

02.09.2009, 11:58

Una vez leído me ha parecido algo recurrente. Me explico: siempre usas la misma técnica para hablar de las nuevas criaturas del Caos, los sueños de Van (desde la Cosmogonía III) y la llegada de Caos a otros planetas. Por una parte está bien porque ameniza la lectura (pues condensarlo todo en un solo relato se convertiría en demasiado denso), pero por la otra está el inconveniente de que empieza a volverse repetitivo. Llega Caos a un pueblo, los nativos luchan contra Caos. Caos, que nunca se cansa y no teme a nada, siempre vence. Los nativos intentan siempre diferentes formas de hacer frente a Caos pero siempre son derrotados y convertidos a Caos.

Luego hay una cosa que no me cuadra. Dices que Caos llega a los planetas a partir de un fragmento de Caos puro. Pero eso no explica cómo se las monta Harkan para aparecer en todas las confrontaciones, pues él no forma parte de ese Caos puro del que surgen los huines (vaya, según entiendo yo la transformación de Harkan al lado oscuro).

Por último hay una cosa que no me gusta, y es que siempre los Héroes nativos se las ingenian para hacer frente a Caos de una manera "mágica" que no existe en Bardha. Unos con una barrera mágica, otros sacrificándose todos para entregarle su fuerza al héroe, otros viajando a planos diferentes... Es decir, si se sigue por esta línea todas estas cosas deben ser exportables a Bardha, ¿o es que en los demás universos se puede y en Bardha no? Y si hiciésemos eso cambiaríamos por completo, al menos en el aspecto mágico, Bardha.

Bueno, esos son los tres puntos que por mí desentonan un poco en la Cosmogonía. (El primero aún no ha empezado a desentonar del todo, pero si sigues recurriendo a él a mi modo de ver sí que empezará a sonar repetitivo). Pero exceptuando eso y las otras dos dudas que me surgen me gusta la nueva fauna de siervos de Caos que estás creando.

[freedom fighter]
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<- Este huevo dragón es legendario

Wind_Master

#31
Cosmogonía IV - "El Encuentro"




Bajo la luz tenue del candil, las facciones del individuo que lo sostenía se volvían aún más duras, si es que tal cosa era posible. Caminaba por la oscuridad impenetrable de la mina acompañado por tres hombres más; dos de ellos sus siervos, y el otro un simple minero asustado.
- Cuéntame de nuevo esa historia. – Solicitó Arci, un fornido guerrero de hoja diestra y corazón ardiente.
- Ya se lo he dicho . . . señor. – Dijo con voz quebrada el minero. – Estábamos picando cuando dimos con una roca negra completamente. Hágame caso, pues de otra cosa no sé – y aquello era obvio – pero llevo años cavando en esta mina y jamás he visto nada parecido. El caso es que llamé a los chicos y comenzamos a machacarla. Después de mucho trabajo pudimos abrirnos paso a través de ella.

El portador del candil hizo un gesto, y la comitiva paró en seco.
- ¿Qué pasa? – Preguntó en murmullo aquel campesino. Arci se llevó la mano a los labios pidiendo silencio.

Después de unos tensos segundos, el líder hizo otro gesto y reanudaron el paso.
- ¿Qué le ha perturbado, mi señor? – Preguntó esta vez su otro sirviente; un tipo bajo y delgaducho, pero de mente ágil y despierta.
- Me ha parecido notar . . . algo. – Respondió sin más él. – No te preocupes, Szar.

Mientras, la conversación de aquel hombre sencillo continuó.
- El caso es que la roca parecía ser la entrada a una gruta, o qué se yo. – Explicó con cierta ansiedad. – Allí dentro encontramos unos cristales extraños, de un mineral desconocido por nosotros. Y le vuelvo a decir que de otra cosa no sabré, pero de rocas . . .
- Sí, sí. – Asintió el guerrero, un tanto cansado de la interminable respuesta.
- Pero lo que nos asustó a los chicos y a mí no fueron esos cristales; es más, quizás podamos sacar una buena tajada por ellos, eso seguro. – Elucubró, al tiempo que una sonrisa codiciosa surcaba su cara. – Lo que realmente nos asustó fue un zumbido extraño que había un poco más adelante, en la oscuridad. No se parecía a nada que yo hubiera escuchado antes, eso seguro. No era un pescador, ni un enjambre de herrumbres, era . . . otra cosa.
- ¿Y nadie tuvo el valor de coger una antorcha e ir a comprobar qué causaba tal ruido? – Inquirió el guerrero, mientras arqueaba las cejas.
- Nadie, señor. En las entrañas de la tierra duermen muchas cosas, y no cosas precisamente bonitas y peludas como un conejo. – Y soltó una carcajada áspera.

Claro que aquello no explicaba la presencia allí de un druida de la madre y dos de sus sirvientes, pues habría bastando con pagar una cantidad sustanciosa a un grupo de cazarrecompensas, o a unos perros de la guerra, y hubieran dado buena cuenta de la criatura.
Pero, al escuchar su largo relato, Vandrus había decidido investigar; en las Altas Guerras, aquella montaña había sido una de las zonas cubiertas por la Oscuridad y las criaturas -sombras, de modo que tenía miedo de que unos mineros hubieran desenterrado algo que había permanecido siglos encerrado.

De cualquier forma, continuaron su descenso hasta el corazón de la montaña, que parecía mucho más profunda de lo que aparentaba a simple vista.
- Pero bueno, llevamos casi una hora caminando, ¿y todavía no hemos llegado? – Preguntó molesto Szar.
- Vos mismo podéis comprobar que la situación de unos mineros es mucho más difícil de lo que parece. – Comentó aquel hombre de lengua incansable. – Las capas superiores ya han sido excavadas por nuestros antepasados, de modo que no tenemos más opción que ir muy muy abajo para encontrar nuevas vetas.
- Y a todo esto. –Interrumpió el hombre que iba a la cabeza. Los tres quedaron sorprendidos, pues no había abierto la boca desde que había cruzado la entrada de la mina, muchos metros por encima de ellos ahora. - ¿Cómo saben exactamente dónde están las vetas?

Durante un segundo, parecía que aquel hombre había perdido milagrosamente el habla, pero no fue así.
- Verá, señor, nosotros tenemos una herrumbre. – Dijo en tono de confidencia.
- ¿Una herrumbre? – Repitió. – ¿Una de esas pequeñas sabandijas?
- Sí, señor. La pequeña Rojilla nos ha ayudado bastante. – Dijo con orgullo. – Tiene un olfato . . .  bueno; no tiene nariz, pero nosotros le llamamos así; tiene un olfato prodigioso.
- Creía que las herrumbres vivían en grupos, y que huían de las personas. – Dijo el druida con su voz grave y monocorde.
- Y así es, señor. Nos la encontramos en medio de una galería, herida. – Y volvió a adoptar ese tono. – Algún bicho la atacó y su grupo la abandonó. Tiene una pata chula, pero por lo demás, está bien. De vez en cuando le damos algo de escoria, pero no le gusta. Tenemos que tener cuidado con ella, porque algunas veces intenta comerse el metal de las herramientas.

El agudo Szar miró con complicidad a su compañero, y este se encogió de hombros. Al fin, el parlanchín hombre les indicó que había llegado a la sección en cuestión. Esta era bastante más baja que las anteriores, y el frío procedente de algún lugar distante les hacía daño en los pulmones.
- Vayan con cuidado ahora. – Advirtió. – Todavía no hemos terminado de limpiar el suelo, y las rocas de los lados están afiladas como cuchillos.

Siguiendo las indicaciones, el grupo avanzó con cuidado de no tropezar y destrozarse el costado contra uno de aquellos dientes que sobresalían con malicia por doquier.
- Ahora, si son tan amables, ayúdenme a mover esta roca. – Y señaló a una particularmente grande.
- ¿Qué hace esa roca ahí? – Preguntó Szar. El minero lo miró como si se acabara de dar cuenta de que estaba loco, con la boca entreabierta.
- No ha escuchado nada de lo que he dicho. – Repuso.
- Poco, la verdad. – Afirmó.
- Esta roca sella el túnel. Ya sabe, para que la cosa no pueda escapar de allí.

Vandrus pensó que  una simple roca no iba a contener a una criatura que había permanecido años atrapada allí, clamando por salir, pero la ignorancia de las gentes sencillas era así. Entre Arci y el hombre, consiguieron moverla a un lado, y en cuanto la pequeña entrada quedó libre, Vandrus sintió de nuevo aquella sensación, y esta vez de una forma inequívoca.
- Allí dentro se esconde algo, realmente. – Dijo.- Estad atentos.

Uno a uno, fueron entrando agachado por la pequeña abertura. Esta daba a una galería natural, mucho más amplia y alta, de modo que pudieron recuperar su posición normal por fin.
- ¡Vaya! – Exclamó asombrado Arci. – ¿Esos son los minerales de los que me habéis hablado?

Allí, delante suyo, las paredes estaba cubiertas por unos cristales de un color púrpura oscuro, que brillaban bajo la luz de la antorcha de una forma peculiar, casi hipnótica. El astuto Szar se acercó a uno de ellos y extendió la mano.
- ¡Alto! – Ordenó el druida. – No los toquéis. Eso es éter condensado y cristalizado a lo largo de los siglos. Nunca había visto tanto en un mismo lugar.

Szar miró a su señor, y luego al prodigioso mineral. Finalmente se dio por vencido y regresó junto a los otros con la cara enfurruñada.
- Y la criatura . . . – Preguntó Arci, mientras sentía como cada minuto que su espada permanecía envainada era un minuto perdido. - ¿Quiere decir que es una sombra?
- Un huine, eso me temo. – Asintió su señor. – No permitáis que os toque, o se apoderará de vuestra mente y de vuestro cuerpo. Si eso ocurre, encomendad vuestra alma a Madre.

Szar se sacudió con un escalofrío, y preguntó:
- ¿Dónde está?

El hombre pidió silencio y se alejó unos pasos, después agudizó el oído y les hizo una señal para que se acercaran.
- ¿No oís un susurro?
- Un zumbido, más bien. – Dijo el guerrero.
- No, es como un chirrido. – Lo corrigió el zorro.
- Sí, eso es. – Dijo, con el rostro serio.
- Está bien, vamos a avanzar. – Dijo el druida. – Será mejor que se quede aquí.

El minero no necesitó que se lo dijeran dos veces, así que se echó a un lado mientras protegía su candil como un tesoro, y les deseó buena suerte.
Los tres avanzaron con precaución, al tiempo que sus manos reposaban en las espadas, preparados.


Después de caminar unos veinte metros, llegaron a otra de aquellas espectaculares formaciones geológicas. Ahora, el ruido era mucho más claro; se trataba de una especie de chirrido molesto que provenía de algún sitio.
- ¡Por amor de Madre! – Exclamó Szar. – Estos cristales son todavía mayores. Deben valer una fortuna.

Aquello provocó una terrible mirada por parte de Vandrus.
- Creo que aquí hay algo que debería ver, señor. – Dijo Arci. Este se acercó y quedó petrificado ante la visión; allí, una criatura huine de pequeño tamaño había quedado atrapada entre el cristal morado, fosilizada como uno un insecto en el ámbar.
- Por la Madre. – Susurró, y elevó una plegaria rápida. – No puedo creerlo.

Tuvieron que pasar unos instantes antes de que volviera en sí mismo.
- ¿Cómo ha ocurrido esto? – Preguntó Arci, confuso.
- Los huines atraen el éter. En esta zona hay una gran densidad de éter, de modo que actuó como un foco y todo él se cristalizó a su alrededor. – Explicó Szar.

Vandrus lo volvió a mirar, ignorando de dónde había sacado tales conocimientos, pero no dijo nada.
- Pero habrían hecho falta eónes para que sucediera algo así. – Murmuró el druida, y volvió a elevar una plegaria.
- ¿Está vivo todavía? – Preguntó el guerrero mientras se llevaba la mano a la empuñadura.
- Mucho me temo que sí. – Afirmó el druida.

Mientras sus compañeros permanecían contemplando a la criatura atrapada, el codicioso Szar se deslizó entre ellos y se alejó un poco, hasta una de aquellos cristales intrigantes. Eran perfectos, con un brillo y un aspecto que no parecía haber sufrido los estragos del tiempo, tan únicos y mágicos como el primer copo de nieve que cae al suelo. Sus ojos golosos recorrieron la formación hasta el mismo suelo, como enraizada. Justo allí, un pequeño fragmento se había separado del resto y yacía tirado. Szar echó una rápida ojeada a sus compañeros, se agachó y lo recogió rápidamente. Lo sostuvo en su mano, y lo hizo girar durante un momento. Después, elevó la palma hasta la altura de sus ojos y lo contempló desde cerca, sintiendo su poderoso hechizo. Tan puro era, que pudo ver un poco de su rostro; sus ojos, su naríz aguileña, su boca de finos labios, reflejado en él. Súbitamente, reparó en un tercer ojo, blancuzco y siniestro, que lo miraba como un reflejo también, pero desde el fondo del pequeño cristal.

- ¡Szar! – Llamó a voz de grito el druida. – Maldita sea, como estés intentando . . . - Pero su voz quedó ahogada.


Escuchó unos gritos, seguidos de un golpe sordo, luego otro, y después silencio. Un silencio tenso que duró sólo unos instantes. Después escuchó como una hoja era arrastrada por el suelo y un repiqueteo. Finalmente, escuchó como algo caía fragmentado al suelo, y de nuevo otro grito. El hombre estaba hecho un ovillo de miedo, lo más pegado posible a la pared fría y áspera. Algo salió de entre la gruta tambaleándose y haciendo aspavientos. Reparó en la luz de su candil, pero ya era demasiado tarde; lo había visto. Se acercó a él y alzó un brazo cubierto por una sustancia que recordaba a la brea.
- Por la Madre. - Fue lo último que dijo.



Había estado escuchando gritos durante toda la noche. Gritos que cortaban el frío y se clavaban en su ser como puñales. Pero no podía detenerse allí, en medio del camino pedregoso, puesto que la luz selénica bañaba todo el páramo y lo que fuera que estaba acechando lo vería.

Continuó andando durante una hora aproximadamente, y durante todo ese tiempo continuó escuchándolos. ¿Le estaba siguiendo? ¿O era que aquel camino pedregoso rematado por paredes montañosas le estaba jugando una pala pasada? A pesar de eso, no se detuvo, puesto que necesitaba un lugar en el que refugiarse.

Avanzó unos doscientos metros y comprobó que un borde del camino descendía hasta lo que parecía un riachuelo que encauzaba la poca agua que recogían las montañas en aquella época. De nuevo, un grito desgarrador le asaltó y le puso el corazón en la boca. Van se giró y descubrió una figura aferrada a uno de los salientes de la pared opuesta. Parecía humana, pero no podía asegurarlo. Tenía algo parecido a unos tentáculos y una mano deforme y anormalmente grande. Van no se lo pensó dos veces y saltó hacia el desnivel. Derrapó mientras intentaba frenar la caída con las manos, pero sólo consiguió arrastrar una pequeña avalancha de pequeñas rocas que lo empujó con más fuerza.
La criatura aulló y se lanzó a por él de cabeza, pero no tuvo la misma destreza que el muchacho, así que se fue al suelo y descendió dando vueltas de campana mientras su cuerpo se destrozaba una y otra vez. Tal era la velocidad que llevaba que rebasó al muchacho y se estrelló contra las rocas, rebotó un par de veces y cayó al riachuelo.

Van llegó hasta tierra firme y se quedó quieto. ¿Estará muerto? Pensó. Pero no tuvo que esperar más de unos segundos para darse cuenta de que no era así. Tumbado bocarriba en el agua, aulló de nuevo, y algo pareció despegarse él. Era una piel negruzca y como con vida propia. De nuevo gritó, pero esta vez con la voz de un hombre. Un grito de dolor, pero también de terror. La batalla se tornó más frenética incluso. Después de unos cuantos pataleos más, el hombre quedó inerte sobre la superficie del agua, con sus ojos abiertos mirando al cielo.

Van estaba paralizado ante la horrible representación que había tenido lugar delante de sus ojos. Justo cuando parecía que todo había terminado, el cuerpo dio otro espasmo y por sus orificios mano un icor negro, que se precipitó al agua. Esta adquirió una tonalidad oscura y pareció brillar durante un segundo. El muchacho se dejó caer en el suelo y continuó mirando. Algo pareció salir torpemente del agua. No se parecía a nada que hubiera visto antes. Era una especie de mancha reptante y pegajosa. Se arrastró hasta quedar a escasos dos metros del muchacho, que no daba crédito. La mancha se revolvió y se estiró un par de veces hasta que quedó quieta. Un ojo pequeño y blanquecino, en contraposición con el resto de sus ser, surgió en medio de la criatura. Después, una fisura se abrió en medio de su abotagado cuerpecillo. Ambos se contemplaron durante un tenso momento.

- Van . . . – Le pareció que las palabras salían de la abertura, pero no eran más que una serie de chirridos. La voz sonaba dentro de su cabeza con claridad. – El que ha escuchado la llamada del Caos.

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<- Este huevo dragón es legendario

Khram Cuervo Errante

Muy bueno... sólo una cosa. Lo que se hace con el alma es encomendarla a los dioses no encomiarla... :P

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