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Las crónicas de Empelanta: Orígenes

Iniciado por El tipo, 01 de Junio de 2008, 01:53

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El tipo

Es la primera de un total de tres historias que cuentan el futuro de la Humanidad tras un desastre global. La primera es sobre la caída, el segunda sobre la recuperación y la tercera... valla uno a saber. Para los que vienen del foro Libro de Abordo les aviso que esta verción está correjida. Cambié los errores que tenía por otros  :P


1) El anciano:

Llovía fuerte en el poblado, el monzón de invierno había llegado temprano este año. O al menos eso decía mi madre mientras fileteaba el dorado que habían pescado esta mañana mis hermanos. Un monstruo más grande que yo que me miraba sin pestañear desde la mesa donde mi madre le refregaba un cuchillo en su piel haciéndole saltar cosas blancas y duras que no había visto antes.

Ella no sabía  que estaba allí, siempre me echaba de la cocina cuando iban a preparar algún animal recién traído de fuera de la empalizada. Decían que no tenía edad suficiente para esas cosas. ¡YA TENÍA 6! ¡Yo podía hacer más cosas que ellos y aún así no me dejaban quedarme a ver como acariciaban la piel de ese pescado con un cuchillo!

Luego, como si no le importase nada, hundió el cuchillo en el cuello del pececito. Moviéndolo lentamente, cortando más y más profundo su cuerpo. Mientras que hablaba con una vecina.

-Che Irma ¿Ya viste al extranjero recién llegado?
-Sí, es un viejo loco todo mugriento. De seguro trae la peste.- Decía una mujer con voz chillona y nariz de bruja desde la ventana. Entre mis amigos sabíamos que ella había echado un embrujo a mi hermano mayor para poder casarse con él. Lo sabíamos.- Aún no me explico cómo pudieron dejarlo quedarse los del consejo.
-Dicen que tiene un rifle de antaño.- Decía mi madre mientras salían crujidos del pez.- Uno de esos que te permitían disparar a miles de metros sin errar el tiro.
-Bah, es pura basura. Son puros cuentos chinos. Esas cosas no existieron ni nunca existirán.
-Oí que se lo demostró al viejo Tom.- Comentó mi madre, mientras arrojaba la cabeza del animalito a en un balde cerca de donde estaba.- Afirma que es verdad.

Los ojos de aquel ser estaban clavados en los míos. Me miraba con sus ojos blanquecinos sin pestañar.  Contemplándome en silencio... Algo se calló a mis espaldas haciendo bastante ruido. Mi madre me gritó algo, pero no la oí. Solo corrí alejándome de aquel pez sin cabeza.

Corrí chapoteando entre los charcos por buena parte del pueblo, sin detenerme solo corriendo pisando el agua. Las gruesas y frías gotas mojaban mi rostro. Tenía ganas de llorar, quizá lo estuviera haciendo pero no se lo reconoceré a nadie. Estaba llegando a una esquina en la empalizada donde se alzaba una enorme torre de madera cubierta de cueros de vacas pelados, cuando resbalé en el barro y volé en el aire. Como en las historias que me contaban para dormir de la gente del pasado, pero sin feliz aterrizaje.

Cada parte de mi cuerpo vibró con el golpe, me dolía todo y no pude contener el llanto. Sé que antes ya lloraba, pero nunca se lo diría a nadie. Lloraba por la caída y por toda el agua helada que ahora tenía encima.
-¿Qué haces chiquillo?- dijo una voz.
-¡Yo no soy un...!- Le empecé a protestar a ese señor pero cuando vi su abrigo negro como la noche y su rostro lleno de arrugas y cicatrices me quedé sin habla. Era un monstruo.
-¿Un chiquillo? Ven, levántate que vas a pescar un resfriado.- El hombre me tendió la mano. Pero yo sabía que había algo siniestro en aquel ser, lo sentía en mis huesos cuando temblaban. ¿Sino por qué todos los villanos visten de negro?

-¡Agustín!- Gritó angustiada mi madre a lo lejos.- ¡Agustín!
-¡Aquí está señora!- La llamó el extraño.- Creo que es él.
-¡Agustín! ¿Cómo vas a salir corriendo así?- Decía mi madre mientras me revisaba, luego se dio vuelta para agradecer al extraño pero al verlo se paró en secó.
-Soy Gustavo Rodrigues. Un placer conocerla.
-Gracias.- Le contestó fríamente mi madre y se fue sin más arrastrándome del brazo.


No volví a ver a ese ser en toda la tarde, en realidad no vi a nadie en toda la tarde. La lluvia seguía cayendo con fuerza sobre nuestro poblado. No podía sacarme de la cabeza al extranjero. De seguro fue su influencia la que hizo que mamá le hiciera eso al pez. ¿Cómo podría ser de otra manera? Son cosas que tendría que hablar con Darío y tomar decisiones. Si él puede hacer esas cosas no debe quedarse. Es una amenaza.

Iba a ir a la casa de Darío cuando recordé que estaba castigado por estar en la cocina cuando no debía. Además seguía lloviendo. El poder de ese hombre no tenía límites. Pensaba en que hacer cuando mi madre me llamó, mi estomago indicaba que era hora de la cena y me fui corriendo. Después de mi encuentro tenía ganas de comer algo.

-¿Qué comemos mamá?- pregunté.
-Todavía no. Hay una reunión del consejo.
-¡Pero mami! Yo tengo hambre.
-Nada de peros, y tú vas a venir con migo.
-Pero...
-Nada de peros.- Mamá estaba realmente enojada.-  Vendrás con migo o te dejo con la tía Irma.

No había nada más que discutir. Fui con ella a la cabaña del consejo que quedaba en medio del pueblo. El edificio más grande que había visto, el doble de alto que mi casa y con un techo que era el piso de quien estuviera arriba. Mi madre decía que había visto tiempos mejores en los que estaba pintada toda de blanco  y que todas  las ventanas estaban tapadas por los valiosos vidrios. Unas cosas transparentes que decían que los antiguos usaban a menudo en sus casas. Ahora de eso sólo quedaban dos ventanas con tan misterioso material.

La verdad para mí fue siempre igual con sus paredes de madera con una capa de grises y verdes. Una capa con sus grietas y valles, con sus lomas y cerros. Siempre con el olor a madera mojada del que los adultos se quejaban pero a mi me gustaba. Adentro había una gran sala en la que entraba toda mí casa, iluminada por miles, quizá millones de velas. En ella había varias filas de asientos para que todos se sentaran y escucharan las pesadas y aburridas palabras que alguien del consejo fuera a decir desde su fila de asientos que miraban para el lado contrario que los otros. Y esta vez no sería a excepción.

Poco a poco se fue llenando la sala con toda la gente del pueblo, el carnicero, mi hermano mayor Juan y la bruja que lo embrujó, Pedro el cazador que casi nunca está en el pueblo, Marcela la licorera y su esposo Lucas, el médico del pueblo y ambos padres de Darío. Lo busqué a él y no estaba.

También estaban los miembros del consejo, gente que no conocía bien y que no me interesaba conocer bien. Sólo hablaban de temas tan aburridos como agricultura, las vacas, árboles y más agricultura.

Cuando todos estuvieron en su sitio, el viejo Tom que era al único que conocía del consejo por sus largos y aburridos discursos empezó a hacer uno de esos. Felicitó a Lucas por salvar el perro de caza de Pedro. Dijo algo de que no habría problemas este año con el agua por la maldita lluvia que me arruinó el día... De no se qué restos del pasado que iban a repartir en cuanto se comprobara si funcionaban... Y me estaba por quedar dormido cuando sonó la palabra extranjero. La misma que dijo mi madre antes de cortarle la cabeza al pescado.

-... ya ha estado viendo los alrededores del pueblo como algunos ya habréis visto. Él les salvó la vida a Pedro y Ricardo durante su última incursión en las ruinas de Bella Unión, la ciudad de las tres naciones. Por ese motivo es que se le permitió entrar a nuestro pueblo, Rincón del Puma.- Una forma oscura se levantó de una silla. Al principio no sabía que era, pero no tardé en reconocerla. Era el extranjero.
-Señoras y señores.- Comenzó a decir aquel ser que fingía ser un hombre.- Me llamo Gustavo Rodrigues. No es necesario que finjan, se que a muchos no les caigo bien por mi apariencia y por ser de fuera del pueblo. Y no se los reprocho, en estos tiempos oscuros esos prejuicios han permitido sobrevivir a muchos pueblos como el suyo.
"No es que me incumba, pero en lo personal esa actitud les permitirá sobrevivir. No prosperar.- Varios murmullos de desaprobación lo interrumpieron por unos segundos.- Esa es su decisión. Lo único que les pido es que me permitan quedarme con ustedes hasta que termine el invierno."
"No pienso ser una molestia, me ganaré el techo y el sustento ayudando en el pueblo. Puedo enseñarles muchas cosas, conozco los significados de los símbolos antiguos de algunas zonas lejanas. Puedo leer muchas de las inscripciones de los antiguos artefactos y puedo enseñarles a hacerlo. Puedo...
-¿Cómo puedes hacer esas cosas? Anciano.- Lo interrumpió descortésmente Lucas.- ¿Cómo sabemos que no eres más que un charlatán?
-Porque tengo muchos años. Señor...
-Lucas.
-Llevo muchos años en esta Tierra. Yo vi...- Una lagrima salió del rostro del extranjero.- Yo vi como las grandes naves se iban... Y nos dejaban a nosotros aquí.
-Tonterías.- Dijo Lucas
-Pode ser que você goste do português, or do you like English- y así siguió el extranjero hablando en las lenguas malditas de los antiguos.
-Con eso es suficiente.- Interrumpió Tom.- Antes de esta reunión ya habíamos comprobado sus conocimientos en estos temas. Son auténticos, no está fingiendo.
-¿Y que hay de las grandes naves?- Preguntó alguien con tono escéptico. Esta vez contestó el extranjero.
-Yo podría haber visto nacer los abuelos de muchos de ustedes.
-El punto es que le salvó la vida a dos de nosotros.- dijo Tom.- Debemos agradecérselo y por eso se va a quedar en mi casa hasta que termine el invierno. Él va a enseñarle lo que sabe a todo aquel que lo desee en este lugar todos los días antes de la cena. Termina la reunión.
Cada quien se fue a su casa, primero sin prisa, luego corriendo al salir al agua helada de afuera. Una vez en casa mi madre sirvió la comida y me llamó para comer. Pero lo que había en el plato me dio nauseas. Era pescado.

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Psyro

"conmigo" va todo junto, y no sé si he visto alguna cosilla más, pero me alegra verte por aquí ^^

Sorry but you are not allowed to view spoiler contents.

Liga ociosa de supervillanos matagatitos.

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El tipo

Lo veo en tu cara  :lol:


2) Sueños del pasado:

La reunión había terminado por fin y no fue tan mala como había esperado. O eso se decía Tom mientras cenaba a la luz del fuego de una estufa con su mujer Margaret, su hijo Emiliano y su huésped. Sabía que su familia no le gustaba la idea de que el extranjero se quedase con ellos todo ese tiempo. Y no lo ocultaban, el malestar estaba presente en el silencio sepulcral que reinaba en la habitación, en el ambiente espeso, hasta la gotera de la esquina parecía tener un sonido hostil al caer en una vasija de barro.

Y sin embargo aquel extraño seguía comiendo como si nada, acostumbrado tal vez a aquella indiferencia hostil que debió haber recibido una y otra vez durante todos esos años. ¿Pero cuántos serían?
-¿Qué edad tienes?- Preguntó abruptamente Emiliano leyendo los pensamientos de su padre. El extranjero se tomó su tiempo para contestar, mientras tragaba un bocado del Dorado que habían pescado los hermanos de Juan y que su madre, Nora, amablemente les había convidado.

-Hace mucho tiempo que perdí la cuenta, joven.- Respondió Gustavo con un dejo de amargura en la voz y con una de las miradas más tristes que halla visto.-El tiempo le borra el significado a todas las cosas, incluso a si mismo... En especial cuando crees que ya tendrías que haber muerto hace muchas cosechas.
-¿Qué pasó?- Preguntó Margaret ignorando la mirada triste y apesadumbrada de su invitado. Estaba claro que su intención no era hacerlo sentir cómodo.
-Es una larga historia.- Contestó lentamente y con una indiferencia que no hacía juego con sus ojos- Muy larga, y este no es el momento para contarla.

Esperaba que en cualquier momento llegara otra pregunta que incomodara más a nuestro invitado, que lo hiciera sentir más indeseado de lo que ya debería sentirse. Para que se fuera.

Pero la pregunta no llegó, Margaret podía estar enojada pero no era una mala persona. Sin embargo al extranjero tampoco pareció importarle eso. Como si ya haya pasado por lo mismo hace mucho tiempo muchas veces. Su triste mirada se perdía en la nada, más allá de las cazuelas de guiso de pescado, de la madera y los lujosos vasos de plástico... ¿Por qué lo llamaba para si mismo extranjero y no por su nombre? Se preguntó pero sabía la respuesta. Es que eso era. Un extranjero que perfectamente podía traer la muerte y ruina al Rincón del Puma. Pero no podía echarlo sin más, no después de lo que hizo.
-Es increíble como pasa el tiempo.- Continuó Gustavo hablando para sus adentros.-La vida parece que se acorta, lo que antes eran una generación ahora son casi tres. Unos pocos años de oscuridad bastan para borrar miles de historia escrita, que jamás se pensó que se fuera a borrar.
-¿Que quieres decir?- Pregunté asombrado de ser él el que hacía aquellas preguntas.
-Nada... todo.- Fue su respuesta.- Ha sido una cena agradable, buenas noches.

Y sin más se fue hacia el colchón que habíamos preparado para él, con la paja más seca que pudimos conseguir, en un rincón de la habitación. No tardó mucho en quedarse dormido. Mi familia y yo hicimos lo mismo una vez terminado el guiso de pescado. En eso pensaba cuando me fuí a dormir, esa debía ser la comida más elaborada que comiera su invitado en mucho tiempo.

Le costaba creer que alguien de su edad pudiera sobrevivir una semana solo, lejos de cualquier centro poblado. Y menos que alguien de su edad se mantuviera en tan buen estado, como solían decir por ahí. Gustavo debía pasar el medio siglo de edad, una edad que nadie había alcanzado jamás que el supiera. Ni siquiera él que era el más viejo del pueblo con sus 45 años esperaba alcanzar una edad semejante. Ya podía sentir la muerte rondándolo, en cada articulación al moverla, en cada hueso en los días fríos. En mi corazón cuando hacía algún esfuerzo.

-La magia de los antiguos debe estar en él.- Me dije a mi mismo antes de dormirse junto a su esposa en aquel lecho de pastos casi secos y aserrín que llamaba cama.

Tom se encontraba sumido en un sueño profundo, alguien que lo estuviera viendo notaría como sus ojos se movían rápidamente de un lado a otro detrás de los parpados. Pero no había nadie en la habitación además de su esposa también dormida a la que abrazaba. Dormía profundamente, soñando un sueño que no recordaría al despertar. Ni el ruido del muro de agua que caía afuera, podía despertarlo. Pero un sonido ahogado lo sacó de aquel lo profundo sueño.

El sonido se fue repitiendo una y otra vez, a veces varias veces seguidas, otras muy separadas y no siempre uno igual al anterior. Se fue repitiendo hasta que terminaron despertándolo.

Todavía medio dormido, Tom escuchó por un rato la extraña sucesión de quejidos y gritos ahogados mientras se despertaba. Al cabo de unos minutos supo de donde venían, del otro lado de la pared de troncos de eucalipto. Donde descansaba el extranjero.

Se apartó lentamente de Margaret para no despertarla, pero ya estaba despierta.
-¿Qué pasa?- preguntó medio dormida.   
-No lo se, voy  a ver.

Tom fue caminando por la oscuridad de su cuarto con la misma confianza de un ciego lo hace por la suya. Hacia cuarenta años que vivía en aquel lugar y nada se había movido desde hacia unos doce cuando nació Emiliano, conocía su casa de cuatro habitaciones con un pasillo que las unía. El edificio más grande de todo el pueblo después de la sala del consejo.

Fue por el pasillo hacia la tenue luz rojiza que salía del comedor donde descansaba el extranjero. Y allí lo encontró, revolviéndose sobre el montón de aserrín en sus sueños. Como si tratara de golpear el aire con un garrote imaginario y murmuraba algo totalmente incomprensible.

Lo miró unos momentos, casi como divirtiéndose de verlo moverse de esa forma con su abrigo negro y pesado a la luz del moribundo fuego. Pero el siguiente grito ahogado del extranjero lo hizo reaccionar. No podía dejarlo así. Se arrodilló a su lado y empezó a sacudirlo.

-Despierta, estás so...- El brillo rojizo de una hoja de metal pasó frente a sus ojos a la vez que un rugido de ataque digno de un puma o un perro salvaje salía de la garganta de Gustavo. Ante él tenía el rostro cubierto de cicatrices y arrugas del extranjero con sus ojos marrones bien abiertos.

Allí se quedaron, duros como piedra, con las caras a unos cuantos centímetros una de la otra, con una mezcla de sorpresa y terror. Tom estaba inclinado sobre el extranjero, y él con el brazo estirado al lado de la cabeza de Tom, y en la mano una de las hojas cortas de los antiguos. Una de las legendarias navajas suizas de las mil hojas.

-Lo... lo siento.- Empezó a disculparse Gustavo mientras retiraba el brazo. A pesar de la edad, había reaccionado a tiempo y desviado la hoja de su cuello.- Siempre me pasa cuando duermo bajo techo. ¿Estás bien?
-Si.- Le contestó aún sin recobrarse del susto- ¿Qué fue eso?
-Demonios del pasado.- Fue la respuesta.- Será mejor que mañana duerma en otro lado.
-Veré que puedo hacer. Ahora dame eso.- Dijo Tom señalando la navaja. Gustavo la miró unos segundos, resistiéndose a entregarla.
-Toma.- Dijo mientras empujaba la hoja por un costado y esta giraba hasta meterse en su empuñadura. Tal y como decían los rumores y leyendas sobre ellas.- Devuélvemela cuando me valla.
-Falta para eso.
-¿En serió?- La mirada de Gustavo parecía leerle la mente.

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Thylzos

Ya sabes lo que opino, así que me limito a exigir una continuación inmediata.

Gracias freyi *.*


Cita de: Gambit en 26 de Enero de 2010, 10:25
Follar cansa. Comprad una xbox 360, nunca le duele la cabeza, no discute, no hay que entenderla, la puedes compartir con tus amigos...

Superjorge

Sorry but you are not allowed to view spoiler contents.

Thylzos

Te haré esta pregunta con delicadeza:

¿Es que no piensas seguir, leñes?

Gracias freyi *.*


Cita de: Gambit en 26 de Enero de 2010, 10:25
Follar cansa. Comprad una xbox 360, nunca le duele la cabeza, no discute, no hay que entenderla, la puedes compartir con tus amigos...

El tipo

Contigo son 20 personas que quieren mi cabeza xD Debo ser popular.
Ya sigo pasando en limpio los capítulos.


3) Consejo de guerra
La lluvia había perdido fuerza y las nubes su color oscuro, parecía que el sol fuera a salir de a momentos, o eso veía a trabes de la pequeña ventana por la que miraba hacia afuera. Pero aún así el agua fría seguía cayendo lo suficientemente fuerte como para que no me dejaran salir. Sin embargo debía salir, el futuro de Rincón del Puma dependía de ello.

Nuestros padres habían retrasado la reunión del consejo de los 3 hasta bien entrada la tarde, siempre con el versito que no se aburrían de repetir: No salgas porque te vas a enfermar. Pero ya había visto ir corriendo a Darío y a Emiliano a nuestra sala de consejo. Esperaban por mí.

-Mamá, puedo verte cocinar...- Le pedí.
-De ninguna manera Agus.- Como odiaba que me llamara así.- No quiero que te pases llorando toda la noche.
-Mamá no lloraba, tenía una gotera arriba.
-Lo que digas Agus, me voy a cocinar.

Se fue tal y como quería de la habitación, y yo hice lo que había planeado durante muchas horas reales, no de las que los adultos decían que eran minutos. ¿Por qué será que siempre acortando el tiempo? Y después se quejan que éste no les da.

La puerta de la casa estaba en la cocina y como mi madre estaba ahí como que no podía salir por ahí, así que me puse a buscar otra salida. Había varias ventanas en la habitación, decenas de ellas como por la que estaba mirando, pero no podía pasar por ellas desde hacía unos meses. Pero había una mucho más grande que perfectamente podía usar de puerta. No lo era porque mi madre no quería dar un saltito para entrar con la cabeza agachada.

Primero intenté saltando pero estaba muy alto, era más fácil entrar porque había un barril roto del otro lado. Eso me dio una idea, corrí una silla que había hecho el viejo Tom cuando era carpintero, o eso decía mi madre.

Intenté de nuevo pero no era suficiente, probé agregando el antiguo libro de cocina de mi madre. No se para que lo tenía, ella misma decía que le gustaría entender la lengua de tinta de los antiguos. Aunque para mí preparar comida de hace tanto no era bueno, con todo el tiempo que dicen que ha pasado debían apestar a comida de puerco. Quizá hasta gusanos tendrían las comidas que de las que hablaba silenciosamente ese libro.

Llegué a agarrarme del borde, me aferré bien y me levanté con toda la fuerza de mis brazos. Tanta que salí rodando por encima de la ventana y caí dentro del viejo barril lleno de agua helada. Por suerte este se volcó enseguida, y caí al suelo embarrado y duro. Pero no había tiempo para que me quedara, era mi deber asistir a la reunión. Me levanté y salí corriendo a la choza que quedaba cerca del portón del pueblo. Si dejaba de correr no lo volvería a hacer por el frío, fui una luz  cruzando el pueblo, nadie me vio de tan rápido que fui y abrí la puerta de esa cabaña enmohecida.

-No dejó dormir a nadie durante toda la noche. Estuvo haciendo ruidos extraños durante todo el tiempo.- Protestaba Emiliano con unas muy visibles ojeras.- Hola Agus... por dios ¿qué te ha pasado?
-Nada importante, ya estoy aquí y es todo.

Allí estábamos los tres niños del pueblo, Emiliano, Darío y yo, en la casa casi abandonada del cazador medio loco, el edificio más pequeño de todo el pueblo. Él se había ido temprano esa mañana a pesar de la lluvia, dejándoles libre el parlamento del consejo de los menores, segundo en importancia de Rincón del puma.

Quizás no se pareciera a la inmensa sala del consejo de los grandes, y menos en esos días de lluvia con las cortinas de madera cerradas y todas esas goteras. Pero no le cabía ninguna duda de que se trataban temas mucho más importantes e interesantes.

-De seguro estaba invocando demonios.- Afirmé con toda seguridad, o eso intenté, no paraba de temblar.
-Por supuesto. ¡Monstruos que salen de noche para comer niños pequeños!- Se burló Emiliano recordándome que era el doble de grande que yo en altura y edad. Como si yo no pudiera hacer las mismas cosas que él. En eso se parecía cada vez más a los adultos, lo estábamos perdiendo.
-No es momento para bromas, esto es serio.- Dijo Darío previendo una pelea por el bien de Emiliano. Él siempre nos interrumpía para evitar que lo dejara en ridículo frente a Jimena, la niña estúpida a la que no le podía sacar los ojos de encima.- Mi padre dice que es un portador de plagas en potencia.
-¿Y qué es eso?- Pregunté, se hizo un largo silencio solo interrumpido por el castañetear de mis dientes, mientras reflexionábamos sobre la naturaleza de esa amenaza a la que los adultos se negaban a hacer frente de la forma que debía hacerse. Era un trabajo para niños.
- Solo tú no sabes eso.- Acusó Darío- En fin... ¿Qué es lo que sabemos?
-Escuché que esta noche iba a dormir a la sala del consejo de los Adultos, en el piso de arriba.- Dijo Emiliano con una nota de preocupación en la voz.- ¿Pueden creerlo? A nosotros que vivimos aquí no nos dejan entrar nada más que en alguna charla mientras que a él, que nadie conoce, lo dejan vivir ahí. No es justo.

Se hizo un profundo silencio, la noticia de tal injusticia nos dejó sin habla, incluso dejé de tiritar. Solo el agua que caía desde el techo lo interrumpía. Como si a la madre naturaleza tampoco e importara lo más mínimo la presencia de aquel ser. Sus poderes no tenían límite.

-Es magia negra, estoy seguro... Debe ser el maestro de la Bruja Irma.- Afirmé más convencido que antes y con la voz más firme, esta vez Emiliano no dijo nada. Todos éramos testigos de los poderes de Irma y sabíamos que tenían que venir de algún lado. Pero jamás habíamos imaginado que la fuente sería tan siniestra.
-¿Sabes algo más Emiliano?- Preguntó Darío.
-Hay algo más, pero no estoy seguro... estaba bastante dormido.
-¿Qué?
-Escuché algo de que mi padre le quitó... una espada de antaño.- Dijo con una nota de miedo en la voz, hasta las goteras parecieron callar.
-¿Quieres decir que tuvo un arma de más de un metro escondida sin que nadie la viera?- Pregunté asombrado.
-Imposible.- Dijo Darío.
-No sé, pero ahora mi padre tiene un corte largo en la barba, y él nunca se corta al afeitarse.- Dijo Emiliano.- Quizá necesitemos ayuda de las niñas...
-No me digas.- Le protesté.- ¿En quién estas pensando? ¿Será en tu amada Jimena, o tal vez piensas que la tarada de Sofía puede ayudar?
-Te pasaste de...
-¡BASTA! Se comportan como idiotas.- Nos volvió a interrumpir Darío, como si él fuera el jefe con apenas dos años más que yo.- Necesitamos un plan y tiene que ser muy bueno, algo que lo haga irse.
-¡Ya sé! Podemos romper los vidrios del consejo y decir que fue él.- Propuse con entusiasmo, esa era la solución.
-Puede funcionar.- Dijo Darío.
-Si, y si nos descubren nos echan a nosotros.- Dijo Emiliano.- ¿Además cómo esperas romperlos? Han estado ahí desde que yo tengo memoria y han aguantado montones de esos granizos  tan dolorosos que a veces caen del cielo. Son irrompibles.
-Aguafiestas.- Le protesté.
-No se peleen, no es un buen momento.- Dijo con cansancio Darío.- ¿Y si hacemos que Irma lo transforme en sapo?
-¡No seas bestia! ¿No ves que él le enseñó todo lo que sabe?- Le dije, a veces decía cosas estúpidas.
-¿Cómo lo sabes?- Me preguntó Darío.- ¿No es que para todo hay que tener pruebas?
-Escondió una espada de metro y medio ante nuestras propias narices.- Dijo Emiliano.
-Tienes razón.- Reconoció Darío.
-Y si ponemos una vasija con agua verde y maloliente sobre la puerta del consejo, entonces cuando el pasa. ¡Zas! Le cae todo eso y se va rajando del pueblo.- Propuse.
-Me parece bien.- Dijo una voz extrañamente familiar desde la ventana cerrada.-Pero tendría que bañarme y limpiar el piso. Mejor pónganme hojas de ortiga en el mate... Por cierto, dejó de llover pueden salir a jugar.

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