Noticias:

Miles de niños mueren inexplicablemente atragantados al intentar tragarse un cactus

Menú Principal

La saga de los Avatares - Ascensión

Iniciado por Psyro, 06 de Mayo de 2009, 20:25

0 Miembros y 1 Visitante están viendo este tema.

Psyro

Sartash



-¿Entonces, todos vosotros sois avatares?
Sartash pareció ignorar la pegunta del anciano. En vez de darle una respuesta, examinó con detenimiento el lugar en el que, a duras penas, habían logrado esconderse de la multitud.
La casa del herrero era pequeña y de construcción rústica, pero bastante acogedora. Había sido realizada con madera y piedra, como la mayoría de los edificios circundantes. Contaba con tres habitaciones: el baño, la cocina, y una más grande que hacía las veces de dormitorio y sala de estar. Además, en la parte trasera había un pequeño taller donde se encontraba la forja,  o eso dedujo por el permanente olor a brasas que despedía el rincón.
-No -contestó Filion-. Sólo ella.
El hombre asintió en silencio. Estaba pálido y rígido, tal vez incluso más que la mesa en la que se encontraban sentados. Sin duda, había pasado un mal trago.
-Muchacho -dijo Sartash, llamando al hijo del herrero-, ¿Por qué te enfrentaste a ese hombre?
Filion le miró con curiosidad. El clérigo se desembarazó de los ojos del tharen con rudeza. Sabía lo que pensaba: se estaba metiendo donde no le llamaban. Bueno, ya que estaban en medio de aquel lío tan innecesario como peligroso, al menos quería saber por qué.
-Nos insultó. A mí y a...
-¡Soy un terrible anfitrión! -interrumpió el anciano-. Hijo, acompáñame a la cocina. Nuestros invitados estarán hambrientos.
El aludido se disponía ya a levantarse, cuando fue detenido por el clérigo.
-Es muy amable, pero el chico debe de estar agotado. Ya voy yo -dijo, ante la atónita mirada de sus compañeros de viaje. ¿Tan raro era que quisiera ser buena persona? No tuvo que contestar. Erica le observaba con el mismo cuidado que uno miraría a un lobo a punto de tirarse a tu cuello.
Sartash se levantó de la silla tan rápido como se lo permitieron sus cansados pies, mientras sus compañeros le seguían con la vista. Ni que les hubieran hipnotizado. Después cogió su bastón y aguardó a que el dueño de la casa se pusiese en marcha.

-Vas a explicarme lo que pasa -dijo, una vez que se hallaron solos en la cocina
-No sé a que te refieres
-Lo sabes muy bien -el herrero desvió la mirada ante esta acusación-. Cada vez que el chico menciona lo que ocurrió, cambias de tema. Ocultas algo.
-No es cierto
-Otra vez mientes.
-Por favor... no me obligues a...
-Desde el momento en que esa jovencita le salvó la vida a tu chico nos hemos metido en un lío. No es que quiera abusar de tu hospitalidad, pero dime lo que pasa o te meto el bastón por el culo.
-Su madre era un avatar -al parecer se había tomado en serio la amenaza-. Hacía hielo... con las manos. No era peligrosa, pero aún así...
-La mataron -sentenció.
-Sí -afirmó el anciano, con lágrimas en los ojos-. Tenía solo seis años cuando ocurrió. Desde entonces, he sentido auténtico miedo por mi hijo. Si hubiera nacido como ella... no sabes la cantidad de veces que he deseado enviarle lejos, cuanto más mejor.
-Los poderes de un avatar no son algo que pase de padres a hijos. Son como un regalo
-¿Regalo? ¡Maldita sea! ¡¿Regalo!?
El clérigo retrocedió. Su anfitrión había pasado de comportarse como un gato cobardica a un tono de voz que no aventuraba nada bueno para su integridad física. Sin embargo, pronto se calmó de nuevo.
-La mataron por el mero hecho de existir.
-¿Siguen impartiendo justicia de esa forma en Akneth? Porque entonces os habéis quedado un poco atrás en lo que a leyes se refiere.
-Ni un solo avatar ha vuelto a morir.
-¿A qué viene tanto revuelo entonces?
-¿Sabes por qué no mueren los avatares? Porque ya no nacen muchos, o se esconden bastante bien -dijo, más calmado-. Pero los guardias suelen tomarla con sus familias, incluso sin pruebas. Y la mayoría de las veces...
-Lo sospechaba. La Compañía Roja se toma la justicia por su mano a veces, ¿eh?
-Después de lo que ha ocurrido, no tardarán en venir a por mi hijo. Y si descubren a vuestra amiguita la apresarán también.
-No, no lo harán. El muchacho se viene con nosotros -sugirió. O más bien, anunció-. Piénsatelo bien.
Se acercó a la puerta con lentitud, esta vez premeditada. Quería saber si seguían hablando de él. Pero las voces que oyó le decepcionaron un poco.
-¿Te llamas Demian, verdad? -preguntó Deidri, con una sonrisa.
-¿Cómo lo sabes?
-Lo leí en la empuñadura de tu espada. ¿La hiciste tú?
-Fue el primer trabajo que hice sin ayuda. No es perfecta, pero es mía.
El joven desvió la mirada, distraído. Parecía estar en todas partes salvo en ese cuarto. Sólo salió de su ensimismamiento al reparar en las orejas de Fil con mayor detenimiento. Seguro que no había visto un tharen antes.
-Creo que aún no te he dado las gracias -pronunció al fin.
-Fue fácil.
-Ya... claro. Perdona, pero tengo que acabar un encargo. Hasta luego -se despidió, dirigiéndose hacia el pequeño taller.
Deidri parecía confundida ante semejante respuesta
-No lo entiendo -afirmó, dirigiéndose a sus dos compañeros-. ¿Creéis que he dicho algo malo?
-No lo sé, Dei. Quizá deberías ir a hablar con él -contestó Érica.
-No te preocupes demasiado -añadió Filion-. Vamos a dormir aquí, así que puedes hablar con él por la mañana.
-Siento discrepar -Sartash acababa de entrar de nuevo en la sala. Tras él caminaba el viejo herrero-. Bueno, en realidad no lo siento.
-¿Acaso vamos a salir temprano?
-No. Nos vamos ya
-¡Pero si vinimos a la ciudad para pasar aquí la noche!
Érica parecía alarmada. Lo que, tratándose de la joven, significaba que si no soltaba algo convincente pronto lo amenazaría con romperle la nariz.
-La situación es complicada, así que me voy. Y el orejas picudas se viene, porque si no aplastaré todos los malditos arbustos que encuentre por el camino. Vosotras haced lo que queráis.
El clérigo aguardó a que sus palabras hicieran efecto. Nadie se atrevió a replicar, ni siquiera la joven. Aunque tampoco parecía demasiado disconforme con la idea de irse por su cuenta. Era un buen momento para dar la otra noticia... y luego desaparecer un rato hasta que los ánimos se calmasen.
-Ah, por cierto, el muchacho nos acompañará. Me voy a dar un paseo.
-¿Qué? -exclamó la joven-. ¡Viejo loco, ven aquí ahora mismo!
Sartash se dirigió hacia la puerta y abandonó la casa, ignorando al resto del grupo y al estupefacto anfitrión. Después se acercó a la madera de la entrada y apoyó el oído. No es que le gustara espiar a los demás, por mucho que aquél día pareciera que se dedicaba a ello de forma profesional. Es sólo que convenía saber cómo de largo tenía que dar el paseo antes de volver si quería regresar ileso a casa.
-¿Está de acuerdo en dejar que su hijo...? -oyó decir a Filion.
-Sé... sé que es lo mejor para él. Con vosotros estará a... se labrará un futuro -rectificó- Voy a echarle de menos, pero sé que estará bien. Ahora, yo... voy a hablar con Demian.
-Érica... ¿Tú entiendes algo? -preguntó el tharen, una vez que el herrero hubo abandonado la sala.
-No. No es un chico extraordinario. Reconozco que se le da bien manejar la espada, pero nos hemos encontrado con guerreros más hábiles y fuertes que él y...
-...Y Sartash no le pidió a ninguno de ellos que nos acompañara. ¿Entonces qué es, para reemplazar al herrero que servía a tu tío, o porque trama algo?
La joven no contestó, sino que se volvió desviando la mirada hacia la entrada de la pequeña estancia.
-Nos está escuchando, seguro.
-Sí -asintió el tharen.
-Qué va -murmuró Sartash sonriendo, a salvo de sus preguntas desde el exterior de la casa. Notó que sus compañeros fruncieron el ceño y decidió largarse antes de que a alguno le diera por levantarse y le sorprendiera allí.
Las calles de la ciudad parecían haberse vaciado en cuestión de minutos. Al caer la noche, casi todos sus habitantes habían regresado a casa. Sólo quedaban fuera algunos comerciantes, los cuales recogían sus tiendas a toda prisa para proteger sus artículos de los posibles ladrones. Muchos dormirían esa noche al aire libre. Otros, en sus puestos mismos. En ese sentido, los abrathianos eran mucho más prácticos. Solían viajar en caravanas interminables por todo el mundo, cuyas carretas se desmontaban con facilidad para convertirse en sus tenderetes. No era mal sitio para descansar. De todas formas, pocas personas se atreverían a robar a un abrathiano. Ya no sólo porque se defendieran entre ellos con una ferocidad asombrosa. Con el celo que guardaban de sus posesiones, siempre se corría el riesgo de ser descubierto... y quizá hasta comprando más de un cachivache innecesario, persuadido por la legendaria capacidad de convicción de estos vendedores.
Ajeno todo lo demás, y a la vez analizando cada detalle que encontraba a su paso, Sartash deambulaba sin demasiadas preocupaciones en la cabeza. Necesitaba relajarse para luego pensar mejor cómo iban a salir de allí, a ser posible sin organizar escenitas como la de la increíble niña-lumbre tumbando a un puñado de guardias. A pesar de ello, una parte de su cerebro no era capaz de permanecer quieta, ajena a todo cuanto había a su alrededor. Sartash era un observador excepcional.
Sujetó su bastón con más fuerza al llegar a una pequeña escalinata. Tampoco era capaz de olvidarse de su cayado ni por un momento. Y no porque fuera una pieza bella o peculiar en extremo, que también: pocas personas en el mundo llevaban consigo una fabricada por los tharens a partir de una rama de Ish-valar. Había un recuerdo en particular que se aferraba con insistencia a la mente del clérigo, a menudo anteponiéndose a cualquier otro pensamiento. Tenía más de cincuenta años. Su enfermedad lo acompañaba desde los ocho. Podría decirse que Sartash era un recordador excepcional.
Sartash nunca hablaba de ello con nadie, y los que le conocían bien habían aprendido a no preguntar.
El clérigo analizó la situación en la que se encontraba. Si lo que le había contado el herrero era cierto, al día siguiente tendrían un nutrido grupo de soldados tras ellos. Sin duda Deidri podría ocuparse de ellos sin problemas, a no ser...
"A no ser que su rival sea otro avatar..."
No, las posibilidades eran mínimas. Los avatares no eran bienvenidos entre los soldados del rey; no desde la guerra. Pero aunque se tratara de guerreros normales, les pondrían las cosas mal a partir de cierto número.
Y luego estaba el chico...
Algo le distrajo de sus pensamientos. Pese a que no era capaz de ver con total precisión lo que ocurría en la noche, pudo percibir cómo un buen puñado de hombres se movía hacia él. La luz de la luna caía sobre ellos, haciendo brillar decenas de armaduras.
Sartash se ocultó en un oscuro callejón mientras los guardas avanzaban. Por suerte, el color de su vestimenta le ayudaba a permanecer desapercibido.
El clérigo dirigió una significativa mirada hacia el cielo nocturno. No le costó más de unos segundos encontrar la estrella de Azhdar, la diosa a la que servía. O al menos, el lugar en que en teoría debía encontrase, pues unos densos nubarrones tapaban ahora el cielo.
Sin desalentarse por este hecho, que cualquier miembro de su orden identificaría como un mal presagio, el clérigo introdujo su mano en un pequeño saquillo que guardaba en su túnica. En su interior halló una masa pastosa de color gris oscuro que arrojó al suelo tan pronto como le fue posible. Aquel era uno de los frutos que había cosechado años atrás, en una larga investigación acerca del fuego y su aplicación práctica. De su mesa de trabajo en la biblioteca de Darnia habían resultado descubrimientos que muchos reyes adquirirían sin dudarlo por su valor para la guerra. Él los desestimó sin dudar: su trabajo no tenía como fin crear un arma, sino el estudio del fuego.
Inclinándose, empezó a mezclar el mejunje con unas extrañas rocas guardaba en el mismo saquillo, mientras molía la masa con su cayado. Después se apartó un par de pasos y vertió el contenido de una botellita llena de líquido.
Otros hubiesen alzado sus oraciones a la espera de lluvia, pero el resultado iba a ser el mismo. Una pequeña bocanada de humo surgió de la sustancia gris. En cuestión de segundos, y como si de un dragón escupiendo se tratase, un enorme torrente de niebla se elevó varios metros. Sonriendo, el clérigo se apresuró a escapar antes de que le resultase imposible encontrar el camino de vuelta.

Sorry but you are not allowed to view spoiler contents.

Liga ociosa de supervillanos matagatitos.

http://33.media.tumblr.com/50db7f18944ac0911893b71a9348b313/tumblr_inline_nvf0donWV31qiczkk_500.gif

Psyro

Demian



Demian alcanzó un viejo trapo que descansaba en la mesa de trabajo y se secó el sudor de la frente. Después lanzó una mirada de soslayo a la forja. El encargo estaba listo. De hecho, lo estaba desde hacía varias horas.
El joven se dirigió hacia su pequeña silla de mimbre para dejarse caer sobre ella. Estaba agotado. El oficio de herrero era bastante duro, y debido a la avanzada edad de su padre, casi siempre tenía que trabajar solo. Pero no era ese el motivo de su cansancio actual, sino el enfrentamiento contra el guardia.
Durante toda su vida, Demian había tenido que aguantar burlas y humillaciones por ser el hijo de un avatar. ¿Por qué hablaban de su madre como si fuera un monstruo y en cambio trataban a esa muchacha como una enviada de los dioses? ¿Qué dioses consideraban justo entregar semejante poder a una niña mimada? Ella no había necesitado trabajar jamás, no hacía falta más que verla para darse cuenta. En cambio, él, que se había dejado el aliento en la forja más de una vez, que había aprovechado su poco tiempo libre para entrenarse con la espada esperando poder cerrar más de una boca... jamás alcanzaría la fuerza de la muchacha.
En ese momento, su padre entró en la habitación, arrancándolo de sus pensamientos.
-¿Ocurre algo malo? -preguntó el joven, levantándose preocupado
-¡No, no! Más bien al contrario...
-¿Qué pasa, padre? -se inquietó el joven, que no pudo dejar de percibir un tono de tristeza en las palabras del anciano.
-El clérigo me ha pedido permiso para que vayas con ellos. Las chicas son nobles, y tendrías trabajo en el castillo de lord Barthor. El señor de Darnia en nombre de su majestad, nada más y nada menos.
-¿Quieren que les acompañe? ¡Eso sería...!
Demian no pudo completar la frase. Pese a lo atractiva que le resultaba la idea, se le plantearon demasiados inconvenientes en un solo segundo.
-¿Pero cómo te las arreglarás tú en la forja?
-No te preocupes por eso. Puedo contratar a un aprendiz.
-¿Con qué dinero?
-Con el que ahorraré de tus gastos. Además, no tiene por qué ser para siempre. La forja seguirá aquí si decides volver.
El muchacho no sabía como contestar. No conocía nada más allá de las murallas de Akneth
-Pero... voy a echarte mucho de menos –murmuró, intentando que las lágrimas no aflorasen. No quería llorar delante de su padre.
De lo que no se dio cuenta fue de que las mejillas de su padre llevaban ya un rato húmedas.
-Y yo a ti, hijo. Pero sé que estarás a salvo. Conocerás mundo... enseña a los herreros de Darnia cómo forjamos en Akneth ¿eh?
El muchacho sonrió, desviando la mirada hacia la puerta. ¿Las chicas eran familiares de lord Barthor? ¿Y qué hacían allí? Resultaba demasiado sospechoso. Claro que la pequeña le había salvado la vida... era, desde luego, un gran motivo para confiar en ellos.
-Odio que haga eso –oyó decir a la mayor a través de la madera-. No sé si lo hace para ordenar sus ideas, para dejarnos meditar o para cabrearme.
-Se refiere al clérigo –informó su padre.
-Ten paciencia -murmuró Filion, adivinando lo que sentía su amiga-. No puede tardar mucho más.
-No, no mucho -exclamó una tercera voz desde la entrada.
Los pasos de Sartash retumbaban en el suelo con ritmo irregular, fruto de su cojera. Hasta desde la habitación contigua podían adivinarse las intervenciones de su bastón entremezcladas con sus pisadas. Demian se sorprendió de lo poco que había tardado en llegar a la entrada, sobre todo siendo un tullido. ¿A qué tanta prisa?
-¡Chico! ¡Sal de ahí! –le exclamó, aporreando la madera.
-¡Estoy despidiéndome! –replicó sin pensarlo. Aunque tampoco sabía qué más decirle a su progenitor por mucho que se esforzara en buscar las palabras.
-¡Bueno, pues ya te despides por carta! ¡O sales, o entro!
-¿Es tan urgente que no puedes dejar que el muchacho se despida? -preguntó el tharen
-Hay una pequeña tropa de guardias a diez minutos de aquí -contestó, sin dejar de dar golpes-. Les he entretenido un poco, pero si tardamos demasiado y nos pillan por aquí, luego la tomarán con el pobre herrero. Cosa que a mí no me importa mucho, pero...
-Vale, vale –se resignó el chico. Apenas le dio tiempo a coger un par de cosas antes de abrir la puerta. Partiría sólo con su espada, un par de monedas que tenía ahorradas y su ropa. Tampoco es que tuviera muchas más posesiones, o tiempo para cogerlas. Pensándolo mejor, depositó el dinero en la forja con disimulo. Las chicas eran nobles, ¿no? A su padre le harían más falta-. Ya salgo.
-Pues hale, andando –ordenó el clérigo mientras se dirigía a la salida.
-Hasta otra –dijo Erica. El anciano herrero besó la mano de la joven con cortesía-. No te preocupes. Cuidaremos de Demian.
-Gracias. Gracias a todos. Sobre todo a ti, jovencita –dijo cuando Fil y Dei pronunciaron sus respectivas despedidas. Luego se acercó y besó su mano también.
-Nos volveremos a ver, padre –afirmó, conteniendo las ganas de abrazarlo.
-Claro que sí.
-¿Hola? ¿Si? –Interrumpió Sartash-. ¿Quién llama? Ah, una legión de guardias. Ahora salimos, que tenemos que despedirnos de la alfombra. ¡Venga, por todos los dioses!
El grupo salió sin más dilación. Demian miró hacia atrás un momento para ver todo lo que dejaba atrás. Luego notó cómo el clérigo revolvía algo en un saquillo que guardaba en su túnica. Instantes después, la niebla ocultaba por completo el hogar que siempre había sido suyo. Se giró y prefirió no contemplar por más tiempo su pasado mientras la bruma lo devoraba.
Porque contemplar era en efecto lo que la niebla impedía. Se había adueñado de la mayor parte de la calle con relativa facilidad. Y a pesar de que el muchacho estaba seguro de que el ingenio no bastaba para ocultar toda la ciudad, un vistazo bastó para cerciorarse de que el clérigo debía de haber ido esparciendo su potingue por todo el camino de vuelta para dificultar su captura.
-¿Cómo vamos a salir de aquí si no dejas de echar esa cosa por todas partes, Sartash? –canturreó Deidri sin aparentar demasiada preocupación, aunque sí algo de fatiga.
-Ahí es donde entra en juego el herrero. Tachaaaaán. Tú vives aquí, chico, así que espero que no te cueste llevarnos hasta la salida. A ser posible, sin pasar por el camino de los guardias.
-Claro.
-Fil, tú procura estar atento por si oyes voces viniendo hacia nosotros. Chica-lumbre, si alguien se pierde haz una llama pequeña –matizó-, que sirva como punto de referencia. Y Chica-ogro, tú... calladita y sin protestar.
-No prometo nada.
-Vale. Pues nos vamos de excursión.
Una vez que el grupo se hubo colocado según las instrucciones de Sartash, comenzaron la huida. A cada paso que daban cerca de alguna casa llegaba a sus oídos el rumor inquieto de la desconcertada población. Muchos se agolpaban en las ventanas sin atreverse a salir, paralizados por el extraño fenómeno. Algunos abrían sus puertas para salir a investigar, pero desistían con rapidez cuando la niebla comenzaba a introducirse en sus viviendas.
-No me queda demasiado. Chico, ¿falta mucho para salir? Eh... ¿chico?
-Estoy aquí.
-¿Y qué es lo que tengo delante?
-A mí –suspiró Erica, resignada.
-Vaya, te favorece la bruma. No se te ve ni una pizca.
-Da gracias a los dioses por que no te vea yo tampoco.
-Gracias, dioses. Bueno, chico. Contesta.
-Aún nos queda un rato.
-¿Seguro que sabes lo que haces?
-La ciudad está un poco en pendiente hacia el oeste desde mi casa. La construyeron entre algunas pequeñas colinas. Si seguimos hacia abajo, llegaremos hasta la muralla –explicó, palpando los edificios con sus manos para ubicarse-. Esto debe de ser... la barbería del señor Zackary. Tiene el muro lleno de arañazos porque una vez...
-Vale, pero contesta.
-Sí –respondió en un murmullo-. Sé lo que hago.
-Tranquilo, te acostumbrarás a él –le aseguró Filion-. Por cierto, ¿cuánto durará esto, Sartash?
-Cerca de media hora. Quizá algo más, si no hay mucho viento.
-¿Y de dónde has sacado el potingue?
-Lo inventé yo.
-¿Inventaste un moco que suelta humo? –se burló Erica.
-En realidad lo inventé un poco por accidente. Investigaba cosas estupendas, mágicas e increíbles de las que no tienes ni idea ni la tendrás. Fastídiate.
-Ya.
-¿A eso se dedican los clérigos en Darnia? –Preguntó Demian con curiosidad-. En Akneth casi todos son maestros, o médicos. O se encargan de los funerales y los partos.
-Como en todas partes –le explicó Filion-. Los clérigos estudian a los dioses, y los dioses se manifiestan en el mundo. Así que todos sin excepción se dedican a estudiar el mundo. Los clérigos de Athoria suelen ser tutores, maestros, sanadores... pero todos tienen que saber mucho sobre cuanto les rodea antes de dedicar ese conocimiento a la práctica. Y unos pocos se dedican a experimentar para descubrir aún más cosas.
-¿Tú también eres médico? –le dijo al anciano un maravillado Demian.
-No –respondió con sequedad-. Los médicos son unos inútiles.
El ambiente se volvió más denso. Puede que la bruma tuviera bastante que ver al respecto, pero aún así Demian estaba seguro de que había tocado un tema delicado para Sartash. Los demás lo sabían y prefirieron no añadir nada.
El resto del trayecto transcurrió en completo silencio, roto sólo de cuando en cuando por el sonido de una ventana que se abre o del silbido que anunciaba que el clérigo hacía brotar una nueva columna de niebla. Sin embargo, estas iban desapareciendo poco a poco según avanzaban, hasta que quedó visible una enorme llanura cubierta por un manto de hierba amarillenta. Filion reasumió su papel como guía en cuanto pudo percibir de nuevo la luz de las estrellas. Deidri parecía la más feliz de dejar atrás la ciudad. Estaba agotada por el viaje y por el uso de su poder.
-Mirdea se encuentra a dos jornadas de viaje. Si nos damos prisa, quizá algo menos -informó el tharen.
-Bien... -Sartash parecía pensativo-. ¿A nadie le apetece caminar durante treinta horas más?
-Deberíamos parar -se limitó a contestar Érica.
-La niebla se disipará en muy poco tiempo. ¿Quieres que nos sorprenda toda la maldita guardia de la ciudad?
- Mira a tu alrededor, esto es una enorme llanura. No llegaremos muy lejos a pie y sin un lugar donde ocultarnos seremos un blanco fácil.
-Tienes razón. Pues nada, vamos a sentarnos aquí a esperar. A los soldados los mataré yo a garrotazos, vosotros buscad piedras por si hay arqueros.
-Los guardias no saben dónde estamos -interrumpió Fil- Antes de salir, tratarían de encontrarnos por la ciudad, lo que nos da un tiempo.
-Estamos agotados, Fil. Lo sabes tan bien como yo, no te pongas de su parte.
-Lo sé. Pero no veo alternativa. Si paramos y nos descubren...
-La mayoría de los soldados estarán borrachos por las fiestas –añadió Demian. Les costará organizarse para atraparnos. Tal vez... si camináramos sólo un poco más...
-Está bien –se resignó la muchacha-. En marcha.

Sorry but you are not allowed to view spoiler contents.

Liga ociosa de supervillanos matagatitos.

http://33.media.tumblr.com/50db7f18944ac0911893b71a9348b313/tumblr_inline_nvf0donWV31qiczkk_500.gif

Psyro

Ailen



Ailen caminaba con torpeza, alejándose cada vez más del bosque. No era capaz de recordar en qué momento había dejado atrás la corteza fulgurante del último Ish-Valar, pero lo cierto es que el bosque se encontraba a sus espaldas desde hacía tiempo. Y no había resultado nada fácil. Caminó en lo que se le antojó como una eternidad, con el incesante murmullo de las voces de mil bestias sonando a su alrededor. Acechándole. Para su sorpresa, ninguna atacó. Quizá la fortuna le sonreía. Sin embargo, el tharen no pudo evitar pensar que ni los seres más peligrosos del bosque deseaban verse cara a cara con él. ¿Quién sería el monstruo más terrible de todos? ¿Los lobos blancos? ¿Las mortíferas serpientes arbóreas? ¿Los Aaran, los poderosos rinocerontes lanudos? ¿O él mismo?
Según los mapas que había estudiado, la ciudad más cercana a la frontera era Neriador. En línea recta desde Isdar el viaje llevaba varias horas en condiciones normales. Cualquiera hubiese acusado ya el cansancio de atravesar un terreno tan hostil. Ailen no era ajeno a la fatiga, y por primera vez en su existencia, sintió que necesitaba parar. Ocurrió cuando aún se encontraba caminando entre los inmensos árboles: las piernas le pesaron, respondían con mucha menos eficacia. Era una sensación a nueva, y agobiante en extremo. Pronto perdió el control de sus pies. Tropezó con una raíz que sobresalía por el suelo y cayó de bruces. Lo que notó entonces fue parecido, a una escala mucho menor, al inmenso dolor que recorrió todo su cuerpo tras precipitarse al vacío desde el gigante arbóreo del que su maestro le empujara unas horas antes. Se había torcido el tobillo. Daba igual. Al levantarse la herida ya había desaparecido, e incluso notó cómo la fatiga se esfumaba de la pierna afectada. Entonces, Ailen descubrió que, si bien el cansancio le golpeaba como al resto, tenía una forma de librarse de él. Ni siquiera eso podía vencerle.
De este modo, había ganado casi sin quererlo un buen margen de tiempo que el resto del mundo necesitaría para reposar. El único problema era que, pese a haber estudiado decenas de mapas en sus clases de geografía, a saberlo todo sobre el bosque y sus alrededores... jamás había estado allí. Ni allí, ni en ningún otro sitio. Se encontraba perdido, inseguro de haberse mantenido en línea recta toda la travesía. Entonces, una terrible duda le asaltó. ¿Y si se había desviado de su rumbo? ¿Cómo iba a encontrar Neriador en ese caso? Necesitaba parar a ordenar sus ideas. ¿Qué iba a hacer? ¿A dónde ir? Disponía de todo el tiempo del mundo, pero no le servía de nada. Es más, no lo quería para nada.
Por fin, creyó ver un pequeño edificio en medio del camino. Una posada quizá, o un albergue. La idea le animó durante unos instantes, hasta que recordó que no tenía ni una moneda. Piezas metálicas imprescindibles para la obtención de bienes. Siguió avanzando. No tenía opción, después de todo.
El local resultó ser más grande de lo que aparentaba en la distancia. Tenía dos plantas y un establo en la parte trasera que albergaba seis caballos, a los que había que sumar unos cuantos más que se encontraban atados cerca. Por el ruido proveniente del interior, los dueños de los animales debían de estar pasándolo en grande.
El tharen se acercó a la modesta puerta de madera y empujó. No ocurrió nada. Tardó unos segundos en descubrir que necesitaba bajar el picaporte y empujar a la vez. Cuando oyó las bisagras chirriar, abrió los ojos como platos. Nunca había visto nada parecido.
Nadie pareció percatarse de su aparición. A su izquierda, seis hombres algo borrachos ocupaban una mesa redonda cubierta con un mantel blanco. Había unas cuantas velas preparadas y comida en abundancia. Y por supuesto, cerveza. Por la derecha, la fiesta era aún mayor: serían cerca de diez hombres que se hallaban colocados en círculo alrededor de un espléndido fuego. En el centro, uno de ellos tocaba una especie de flauta y los otros reían y cantaban. También había una mujer que bailaba al son de música. Era delgada y de rasgos finos. Al sonreír enseñaba unos dientes blancos como perlas, aunque algo torcidos. Pero lo que más llamó la atención de Ailen era su cabello rojizo. Entre los tharen, el rojo era un color poco frecuente, de la misma forma que no había ninguno, salvo el mismo Ailen, que tuviese el pelo negro.
Pero eso no le preocupaba ahora. Toda su atención estaba concentrada en la música. Jamás había escuchado nada igual. Las notas parecían bailar en el aire, como si estuvieran vivas. Sonaban en su cabeza, embriagándolo. Empezó a encontrarse aturdido pero, para cuando quiso darse cuenta, estaba moviendo pie con timidez al compás de la canción.

El ciego Frey pasea por el camino
Ha perdido su queso, pero tiene vino
Tras el va su perro, el pequeño Waldo
Con sed de vino, y un queso que ha mangado
Entonces, entre los arbustos, surgió una sombra...
¿Será un oso, será un bandido, o será...?


-¡Es una puta! -gritó uno.
La chica pelirroja se fijó en Ailen. Ignorando a los demás hombres, incluso a uno que acababa de pellizcarla en el muslo, se acercó a él mostrando su dentadura al completo.
-Bienvenido a la posada, forastero. ¿De dónde vienes? -preguntó.
-Del... del bosque
-¿De Isdar? ¡Vaya, vaya, así que eres un bichito del bosque! No te había reconocido, con esa capucha y la malla que te tapa la cara. ¿Es que tienes frío?
-Eh... sí –mintió. Le costaba asimilar las nociones de "frío" o "calor" que pudiera entender la joven. Él siempre había llevado la misma ropa y estaba acostumbrado. Además, cuanto menos tuviera que hablar de ello, mejor.
-No importa. Aquí puedes entrar en calor... -la muchacha le echó un vistazo rápido y dejó escapar una carcajada -¿Cuál es tu nombre, tharen?
-Ailen.
-¿Bromeas? -la muchacha volvió a reírse.
-¿Qué tiene de malo?
Nunca se había parado a pensar en si le gustaba o no su nombre. El único que lo usaba era su maestro, y lo más seguro era que el mismo Dorimen fuese la persona que se lo puso. El maestro... ¿Cómo se encontraría?
-He visto alguno más de los tuyos por aquí. Casi todos criminales exiliados –desvió la mirada con una mueca de tristeza-. El caso es que sé un poco de vuestro idioma, y tú... ¿te llamas "cuervo"? Claro que no me extraña, vistiendo de negro por completo... ¿Hay un hombre debajo de tus plumas?
-Sólo son ropas.
-Ya lo veo. Ropas sucias, además. Cualquiera diría que has llegado hasta aquí rodando. Vamos, te prepararé la bañera. ¿Piensas quedarte por la noche?
-No tengo dinero.
-Vaya, eso es un problema. Al baño invita la casa, luego ya veremos. Acompáñame.
Ailen atravesó la sala común siguiendo a la muchacha pelirroja. Justo al otro extremo de la habitación había unas escaleras que comunicaban con el piso de arriba. Muy cerca de las mismas se encontraba la puerta de las cocinas.
La primera planta consistía a grandes rasgos en un largo pasillo con tres habitaciones a cada lado. Cuando llegaron a la segunda por la izquierda la joven posadera se detuvo y le invitó a pasar.
-No creo que necesites más -dijo, ya en el interior. Era un cuarto pequeño, apenas contenía una bañera de metal con forma circular y unos diez cubos de agua apilados en un rincón. También había un pequeño estante que guardaba los restos de una pastilla de jabón. -Puedes dejar tus cosas en esa estantería. ¿Sabes? Llevo trabajando aquí desde que nací, y creo que solo mis padres y yo hemos usado esa bañera alguna vez. Esos cerdos de ahí abajo son mercenarios o comerciantes en el mejor de los casos.
-¿Qué tengo que hacer?
-¿No me digas que no te has bañado nunca?
Ailen recordó su cautiverio en Isdar. Una vez cada tres días, un hombre llegaba a su celda con dos cubos de agua fría y se lo tiraba por encima, sin acercarse demasiado. Durante mucho tiempo pensó que se trataba de una forma más de torturarle.
-Llenas la bañera con los cubos y te metes dentro, no tiene demasiado misterio –explicó la joven Aunque está fría, te aviso. Si me das tu ropa la lavaré.
El de Isdar asintió en silencio y empezó a desnudarse. La posadera puso cara de sorpresa, por algún motivo. El tharen lo ignoró. Tampoco se le daba demasiado bien reconocer expresiones. El único que había hablado con el era su maestro.
Al retirar la capucha, una mata de pelo negro cayó hasta situarse por debajo de los hombros. Cogió un mechón con su mano y se lo acercó a la cara para examinarlo. No había tenido muchas ocasiones de verlo, al menos mientras aún estaba en su cabeza. Cuando satisfizo su curiosidad, entró en la bañera sin quitarse la máscara ni los guantes.
-Voy a... a lavar esto -murmuró la muchacha mientras recogía toda la ropa de suelo. Enseguida vuelvo.
La espera duró cerca de quince minutos, aunque a Ailen no le importó. Le gustaba el agua, pese a que estaba helada, y había aprovechado para beber de uno de los cubos. No tenía un sabor agradable, pero era mejor que nada. Cuando la posadera regresó él aún no había salido de la bañera.
-Te dejo aquí la ropa. Y esto -le tendió el cuchillo con cuidado, sujetándolo por la hoja -Me he llevado un buen susto cuando lo he visto. Ya puedes marcharte, aunque... tu atuendo aún esta húmedo. Y esa agua, muy fría...
La muchacha se cernió sobre él sin llegar a entrar en la bañera. No se molestó en ocultar un chillido agudo cuando el líquido mojó sus ropas.
Comenzó a desabrocharse la parte superior del vestido con una sonrisa pícara. Después tapó sus pechos con el brazo izquierdo, en una fingida muestra de timidez. Era la primera vez que Ailen veía una mujer como ella, y no entendía muy bien lo que acababa de ocurrir.
-Dime... -le susurró al oído -¿Por qué llevas esa máscara? No puedes ser tan feo. No estás nada mal para ser un bicho de los árboles. Déjame que te ayude.
Notaba las manos de la muchacha. La tela impedía que entraran en contacto con su piel, pero aún así podía sentirlos. Eran tan delicados que no parecía que pudiesen pertenecer a una posadera, acostumbrada como estaba a los trabajos en la cocina. Poco a poco sus dedos deslizaron hacia el borde de la tela que le tapaba el rostro. Ailen cerró los ojos un momento y casi se dejó llevar por una sensación nueva que no supo nombrar.

Matarás a todo aquél que toque tus manos

-¡¡No!! -gritó mientras se incorporaba con brusquedad-. La joven cayó al suelo y con ella casi toda el agua. -No debes tocarme...
-¿Qué te pasa? ¿He hecho algo que...?
-Tú no lo entiendes... no es culpa tuya –añadió.
-Primero te desnudas delante de mí y luego me tiras como si fuera una... una...
-Déjame, por favor –rogó-. Yo me iré ahora mismo.
Sintió que su corazón echaba una carrera con sus pulmones. Estuvo tan cerca...
La joven abandonó el baño mientras volvía a taparse, con una expresión indescriptible, al menos para el tharen, reflejada en su rostro.
De pronto se sintió fatal por lo que había pasado. La muchacha no tenía nada de culpa. Él era el monstruo.
-Un monstruo sin manos... -se repitió con amargura.
Con las manos aún temblando a causa de lo ocurrido, Ailen arremolinó toda la ropa a sus pies y la observó con detenimiento. Jamás se había vestido por sí mismo. Aunque había visto hacerlo.
Varios minutos después, y tras una titánica lucha con las mangas de su indumentaria y todo aquello que requería ser abrochado, estaba casi listo. Apenas dio un par de pasos cuando decidió que tenía que cambiarse de pie las botas, y ya de paso apretar más el nudo. Si es que podía llamársele así. Al final decidió meter los cordones bajo la lengüeta asegurándose de que quedaran bien sujetos, antes que arriesgarse a caminar con dos lazadas mal realizadas.
Bajó las escaleras tan rápido como pudo. Sus ropas aún no estaban secas, pero le daba igual. No iba a morirse de frío. De hecho, no iba a morirse de ninguna de las maneras.
Al descender reparó en que la música había cesado en la sala común, lo cual era normal dado que el flautista estaba tirado en el suelo con la nariz rota. Todos, excepto los hombres que momentos atrás ocupaban la mesa, se habían marchado ya. Ahora se encontraban cerrados en torno al músico. Uno de ellos, ajeno al grupo, vomitaba en un rincón. Antes de que el tharen acabase de bajar las escaleras, el borracho perdió el sentido y cayó sobre su propia inmundicia.
-¡Te he dicho que cantes la del ahorcado, maldito bufón! -exclamó uno de los hombres.
-Sí -dijo otro-. Más vale que hagas algo divertido.
-¡Pero yo no conozco esa canción! -el flautista parecía aterrado-. Lleguemos a un acuerdo ¿eh? Somos hombres civilizados.
-¿Qué ha pasado? -preguntó Ailen
-¡Esta alimaña me ha robado un saco lleno de monedas! Soy un tipo de...  -el hombre hizo una breve pausa para eructar y prosiguió- ...principios. Así que le di la oportunidad de cantar para saldar nuestra deuda ¡y se niega!
-¡Te juro que no conozco esa canción! -Durante unos instantes se dirigió al tharen, suplicante- ¡lo juro! ¡Lo juro!
-No creo que mienta, ¿por qué iba a querer recibir una paliza por unas monedas?
-Oye Brom -uno de los presentes se dirigió al que había agredido al músico-. Igual el duende este también necesita aprender modales.
-No soy ningún duende.
-Cállate ya, pesado -rugió el tal Brom.
-¡Espera!
Ailen se giró para ver quién había hablado. Era una mujer joven que acababa de salir de las cocinas, junto con otra que debía de ser su madre. La posadera se interpuso entre ambos. El tharen se alegró de reconocerla.
-Perdona lo de antes, yo sólo...
-Calla –le interrumpió Brom-. Tyra, aparta un momento, preciosa. Solo voy a ponerles la nariz en la nuca a estos dos cretinos.
-No puedo dejarte, hombretón...
La muchacha se giró con presteza y le propinó un puñetazo en la cara al tharen. Éste, sorprendido, cayó al suelo ante las risas de todos los presentes salvo el aterrado músico. La nariz le empezó a sangrar, aunque no tardó más de un segundo en cerrarse la hemorragia.
-Vale, listo -exclamó la posadera  -Todo tuyo, pero no me manches todo el suelo con las tripas de este maricón.
Aquel tipo era una montaña en condiciones normales, pero desde el suelo la impresión que causaba era aún mayor. El gigante comenzó a patearle las costillas con tanta fuerza que más de una se quebró. El dolor fue insoportable durante unos segundos, aunque las lesiones no tardaban en desaparecer.
-Te lo ruego... no quiero hacerte daño...
-¿Habéis oído eso? -Toda la sala prorrumpió en carcajadas- Él no quiere hacerme daño a mí -rió mientas se inclinaba hacia él. Luego le sujetó la cabeza con las dos manos, lo alzó... y con un solo gesto le partió el cuello. El cuerpo inerte de Ailen cayó de nuevo, como si se tratase de un muñeco. -Bueno, ahora le toca al musiquito ladrón. Me pregunto cuál de los dos hará más ruido al romperse.
El flautista no tuvo tiempo de terminar de mojarse los pantalones. El tharen se alzaba de nuevo ante ellos como si no hubiera pasado nada.
-¡Pero qué coño! ¿De qué estáis hechos los duendes?
-Te he dicho que no soy un duende. Deja que me marche. No quiero hacer daño a nadie.
-Tú por eso no te preocupes -Brom desenvainó un cuchillo, mientras los demás hombres gritaban su nombre y pateaban el suelo.
No tardó en cargar, sujetando el arma con firmeza. La primera estocada iba dirigida al cuello de su rival, pero Ailen la esquivó por poco con un movimiento de tronco. No tuvo tan suerte en la segunda intentona. De no haber parado la hoja con su mano izquierda, le hubiera herido en la cara. Un débil hilo de sangre brotó de la herida, goteando sobre el suelo.
Y por fin, el tercer ataque impactó en su objetivo. El cuchillo atravesó el pecho del tharen, que a duras penas consiguió seguir en pie. Alzó la mano, tembloroso, y la cerró sobre el cuello de Brom, tratando de defenderse.
Cuando la carne de su oponente comenzó a tornarse de un color negruzco, Ailen abrió los ojos como platos y se retiró con rapidez. Ya era tarde. El gigante yacía ante sus pies, reducido a poco más que una montaña huesos calcinados. Aún parecía vibrar en el aire el grito que profirió.
-"Mi guante..." -se lamentó, mientras examinaba la palma de su mano. El puñal de su adversario le había roto la tela, dejando al descubierto buena parte de la piel.
-E-escúchame -murmuró una aterrada Tyra. Los demás permanecían en silencio -no queremos problemas. Puedes coger el caballo que más te guste y te daremos algo de oro,  después te marcharás para no volver. ¿Entendido? No quiero más muertes... monstruo.

Sorry but you are not allowed to view spoiler contents.

Liga ociosa de supervillanos matagatitos.

http://33.media.tumblr.com/50db7f18944ac0911893b71a9348b313/tumblr_inline_nvf0donWV31qiczkk_500.gif

Psyro

Filion



Unos densos nubarrones cubrían el cielo nocturno por completo, cosa que todos agradecieron sobremanera durante la huída de la ciudad. Esa noche no había ninguna estrella que iluminara el camino ni un ápice. Sólo la luna parecía tener intención de delatar la posición del grupo, pero sus esfuerzos resultaban en vano ante la inmensidad de los campos que rodeaban Akneth. Sin embargo, una vez que los muros de la ciudad quedaron atrás, Filion empezó a lamentar este hecho: no tenían ninguna garantía de estar caminando en la dirección correcta. Debían ir hacia el oeste pero, dada su situación actual, bien podían haberse desviado durante la travesía.
Además, el cansancio que arrastraban resultó ser un enemigo más duro que todo un regimiento de soldados. Salvo Demian, que acababa de unirse a la peculiar compañía, el resto llevaba caminando desde el amanecer. Los caballos  no podían atravesar el bosque de Akneth y se habían visto obligados a soltarlos. Guardaban la esperanza de encontrarlos a su salida o, en caso contrario, de poder comprar nuevas monturas.
Por desgracia, alguna divinidad parecía estar divirtiéndose a su costa. Quizá uno de esos diablillos que aparecen en los cuentos para niños, donde disfrutan atormentando a los viajeros.
La cabeza le daba vueltas. A pesar de todo, se obligó a seguir. Los demás no debían de encontrarse mucho mejor que él.
-Un poco más -se dijo.
Erica lideraba ahora la marcha, sin dar muestra alguna de cansancio. Como siempre. La joven era demasiado enérgica como para dejarse abatir. Enérgica y orgullosa. De modo que a Filion no le extrañó en absoluto la fortaleza de la que aquella muchacha hacía gala.
En cambio, lo que nunca dejaría de sorprenderle era la capacidad de Sartash para seguir adelante. De todos los presentes sería a todas luces el menos adecuado para caminar durante mucho rato: anciano, y tullido. Y a pesar de ello, no sólo no dejaba escapar ni un jadeo de fatiga, sino que además andaba silbando como si nada. De cuando en cuando echaba mano de uno de sus saquillos, extraía una peculiar pasta hecha de raíces y se la echaba a la boca para masticarla. El tharen había oído que aquella sustancia era utilizada a menudo por pastores de los reinos del norte cuando debían ascender por las montañas, pero desconocía su composición exacta.
Algo que podía parecer muy peculiar, teniendo en cuenta la tradicional habilidad botánica de su linaje. Los tharen conocían las propiedades de miles de plantas, que empleaban para un sinfín de usos. Desde una forma para darle consistencia a las comidas hasta el veneno más mortal del mundo, los expertos de Isdar habían sabido darle uso al mundo vegetal en el que se desenvolvían desde que el mundo era joven. Por supuesto que podrían acceder a los ingredientes de la pasta que empleaba Sartash por muy lejos que crecieran. Lo que ocurre es que, para ellos, resultaba una pérdida de tiempo. Los habitantes del bosque no necesitaban un gran fondo físico: en su hogar había poco espacio para las carreras. No estaban hechos para aguantar mucho tiempo en actividad, sino para realizar movimientos rápidos y ágiles como trepar de una rama a otra. Como consecuencia, sólo los más instruidos sabían de la exótica mezcla.
Y por la misma razón, a Filion se le estaban agotando las fuerzas mucho antes que a su incombustible amiga.
En el caso de Deidri, la fatiga era aún mayor. Un avatar no posee poderes ilimitados. Ante un gran esfuerzo se resienten, como todo el mundo. Y la trifulca con los guardias no había hecho más que agravar su malestar.
-"Además, sólo es una niña..." –pensó Fil.
Tenían que parar. O mejor, rogar a los dioses porque apareciera una posada en el camino. Acampar en medio de la llanura con media ciudad buscándoles no sería lo más sensato, después de todo. ¿Pero hasta cuándo aguantarían?
No tuvo tiempo para ser optimista. Antes de que llegara a repasar de nuevo sus opciones, oyó un ruido seco a sus espaldas. Al girarse vio a Deidri tendida sobre la hierba, extenuada por completo.
Corrió a socorrer a la joven. Para cuando los demás quisieron darse cuenta de lo que acababa de ocurrir, él ya estaba sobre la muchacha comprobando su respiración y pulso.
-¡¡Dei!! –exclamó Erica, que ya iba un par de metros por delante del resto.
-Tranquila –murmuró el tharen-. Sólo está mareada. No puede seguir a este ritmo más tiempo. Necesitamos parar a descansar.
-Te lo dije, maldito viejo –bramó la joven-. No podíamos seguir. Pero nada, vosotros...
-A lo mejor si hubiésemos rodeado el bosque en vez de atravesarlo ahora tendríamos caballos –replicó este con una sonrisa cargada de fingida inocencia.
-Vale, ya es tarde para recriminarse nada –los calmó Filion-. Es arriesgado quedarnos aquí, pero no tenemos remedio.
-No os preocupéis –saltó Sartash-. Sé cómo arreglar esto.
-¿Ah sí? –replicó el tharen arqueando una ceja. Reconocía ese tono en la voz del clérigo, y no auguraba nada bueno.
-Sí, mira. Tú, herrero, ven aquí.
-¿Yo? –respondió Demian.
-No, el otro, el listo. Siéntate delante de Deidri. Muy bien. Ahora Erica, pon las manos de tu hermana en los hombros del chaval.
La joven obedeció con dudas.
-Como nos estés tomando el pelo...
-Vale, herrero, cógela por las piernas.
-¿Qué haga qué? –contestó avergonzado.
-Las piernas, sólo tiene dos. No es muy difícil. Ya está, ¿no? Genial. Intenta levantarte.
Erica maldijo en voz baja. Filion no pudo evitar soltar una carcajada al ver al joven sujetando a su amiga.
-Pues hale –le animó Sartash-. Ahora sigue en esa postura mientras caminas un par de horitas. Y no te quejes, que la chica está en los huesos.
-Podías haberte ahorrado todo eso, no me importa llevarla –confesó-. No estoy cansado.
-Ya, se me olvidaba que eres una heroica miniatura de caballero. De todas formas así era más divertido.
Un graznido distrajo a Filion de la conversación. El tharen no pudo reprimir un escalofrío. Lo más probable era que se tratara de un buitre que se había alejado demasiado de las montañas, cosa que no le tranquilizaba demasiado. No le gustaban los pájaros. Las aves eran animales de mal agüero para los de su raza, sobre todo las de color negro como aquella. Pero al margen de este hecho, esos animales siempre le habían puesto nervioso sin remedio. Y un buitre no dejaba de ser uno muy grande.
-¿Va todo bien? –preguntó Erica
-Sí... sí, claro.
-Siguen dándote miedo –sonrió, divertida.
-No es miedo, es... rechazo –afirmó, buscando al animal en el cielo.
-Seguro. Como aquella vez, cuando tuve que ir a las pajareras a enviar una carta para...
-Allí hay humo –la interrumpió.
-No me cambies de tema –rió. Luego se dio cuenta de lo que significaba aquello-. ¿Humo? ¿De una fogata, o algo así?
La joven entrecerró los ojos sin demasiado éxito. Ella no podía ver nada en medio de la oscuridad nocturna. Filion distinguía con cierta nitidez las siluetas de cuanto les rodeaba gracias a sus ojos de tharen, pero sólo a una distancia media. La columna de humo avanzaba de frente, ocultando en parte la luna. Al concentrarse en el horizonte, creyó ver un par de tímidas luces.
-Creo que es una aldea pequeña, o una posada. Menos mal –se alivió, obviando el hecho de que, de no haber sido por el buitre, quizá no se hubiera percatado de aquello.
-Vamos chaval, un último esfuerzo –animó Sartash a Demian-. Pronto podrás librarte de la carga.
Sólo los pasos ansiosos de una compañía llena de optimismo tras el descubrimiento y la colleja que Erica le propinó al clérigo por sus palabras rompieron la calma que imperaba, y que no parecía que fuera a romperse a corto plazo.

Sorry but you are not allowed to view spoiler contents.

Liga ociosa de supervillanos matagatitos.

http://33.media.tumblr.com/50db7f18944ac0911893b71a9348b313/tumblr_inline_nvf0donWV31qiczkk_500.gif

Psyro

Hans



La música envolvía el ambiente aquella noche. Igual que todas las demás. Pero en cierto modo, esta misa era diferente. Ninguno de los presentes podía apartar de su cabeza la idea de que el rey podía morir en cualquier momento.
No obstante, las tradiciones de la iglesia debían ser seguidas a rajatabla, aún en situaciones tan especiales. La celebración comenzaba con la entrada de los clérigos en el templo. Si bien lo normal era celebrar al menos una misa por semana, la hora y hasta el día podían variar. Era privilegio del Padre el decidir cuándo debían reunirse, salvo que una situación especial forzara a hacerlo. Por ello, pese a que nadie entendía el motivo de aquella reunión tan imprevista, pues se había comunicado aquel mismo día, no se oyó ninguna voz cuestionando las decisiones del anciano y sabio Anthem.
Nunca se abrían las puertas del edificio antes del anochecer, ni tampoco después de que saliera el sol. Cuando el último de los asistentes hacía acto de presencia, debía darle la vuelta a un pequeño reloj de arena que se encontraba en el altar. Antes de que el último grano de arena cayese, cosa que solía ocurrir en unos cinco minutos, el Padre entraba en el templo. Aquella costumbre, que todos seguían sin vacilar entendiesen o no su significado, tenía su razón de ser en los primeros días de la Iglesia: El Padre era el primero de los clérigos, el que debía guiar a toda la Orden en el reino. Y a la vez debía ser el último: el más humilde, al servicio del resto. Los fundadores de la Iglesia no concibieron la figura de un líder, sino la de un organizador.
La historia se había encargado con el tiempo de torcer las cosas en más de una ocasión. Durante la Avatharea, por ejemplo, el apoyo de la Iglesia al monarca resultó vital. No obstante, y aunque en la actualidad el Padre gozara de una influencia poco inferior a la del rey, su poder real era bastante reducido, dirigido siempre a la propia Orden y nunca al exterior de ella. En gran parte esta situación se debía al clima de posguerra que hacía poco comenzaba a desaparecer, pero también al propio Anthem, quien no encontraba ninguna necesidad en inmiscuirse en los asuntos del reino como hicieran algunos de sus predecesores. Hansel estaba convencido de que nadie en todo el reino estaba más capacitado para desempeñar su labor, al margen de los rumores que se oían por doquier. Y él sabía de lo que hablaba, claro. No le quedaba más remedio.
Cuando apenas faltaban unos segundos para el fin de los cinco minutos, Anthem cruzó el umbral de la entrada. Aunque ya nadie le llamaba así; no desde que se convirtió en la cabeza de la Iglesia hacía ya cuarenta años. Ahora era Padre, ni más ni menos. Todos conocían su nombre, y nadie lo usaba. Ni siquiera el propio Hansel, por muy cerca de él que se encontrara. Era su aprendiz, su ayudante personal. Se exigía de él que se mostrara aún más respetuoso si cabe, por mucho que a la hora de la verdad su relación fuese mucho más familiar. Le consideraba poco menos que un padre. Uno de verdad. Nada relacionado con formulismos y cargos.
Hans se arrodilló, como todos los demás. Había dedicado buena parte de su vida a estudiar cada uno de los pasos a seguir en la liturgia. No importaba que un clérigo novato no hubiese asistido aún a su primera misa: cuando llegara el momento, se desenvolvería sin problemas. Se preparaban a conciencia para ello. Hans era en cierto modo inexperto. No podía decirse que fuese un recién llegado, ni tampoco que estuviese al mismo nivel que la mayoría de la Orden. Modesto como era, no se atrevería a aventurar qué había llevado a Anthem a confiar en él como su segundo, salvo quizá que la juventud jugaba a su favor.
Al reincorporarse reparó en la presencia de las Voces. Las cinco mujeres se encontraban ahora detrás del Padre, formando un semicírculo a sus espaldas. Una de ellas, situada en el centro, comenzó a cantar. Su timbre era grave, casi pesado, pero no tanto como la oronda sacerdotisa.
Poco después las otras Voces se unieron a su compañera. La canción estaba escrita en Kaea, la lengua natal de Athoria, aunque había pocos en el mundo que no la hablaran. Se trataba a todas luces de una composición reciente, pero no por ello resultaba menos conmovedora. Hablaba de la historia de los tres grandes dioses, Nerbal, Shorel y Azhdar. Cuando la melodía cesó, Hans se percató de que habían omitido varias estrofas. Antes de que tuviera tiempo para extrañarse sobre este hecho, el Padre alzó las manos y empezó a hablar:
-Hoy como sabéis es un día gris, hermanos. Nuestro amado rey s... s-se debate entre la vida y la muerte. Roguemos a los d-d-dioses por su mejoría.
Las palabras cayeron como un jarro de agua fría sobre todos. Y no sólo por el mensaje que transmitían, de sobra conocido por todos, sino por ese tartamudeo. Hacía tiempo ya que se rumoreaba que el monarca no era el único personaje ilustre enfermo en Athoria. Anthem tenía una condición física notable para una persona de su edad, pero en cuanto a su salud mental la realidad era más dura. Apenas dormía, había empezado a tartamudear y en ocasiones sufría ataques de pánico provocados por cosas tan mundanas como un pájaro o una flor. Hans lo sabía mejor que nadie. El anciano podía dar muestras de mejoría una mañana, y dos jornadas después sorprenderle con una petición tan desconcertante como un barril de limones. A pesar de ello, él confiaba en el Padre y su buen criterio... pero no todos eran tan optimistas.
-Por fortuna, no todas son malas not-t-ticias. Este mes, dos nuevos jóvenes han pasado a formar parte de nuestra Iglesia bajo el nombre de c-c-clérigos. Karl, servidor de Shorel y Jaime, de Nerbal.
Los sacerdotes aplaudieron con cortesía al oír el nombre de los dos jóvenes. Primero los que portaban la túnica blanca, servidores de Shorel. Después los que vestían de rojo, seña de aquellos que seguían a Nerbal. Hansel se unió a la bienvenida al oír el nombre de Karl pese a que apenas le conocía. Poco más de dos meses atrás, cuando era su propio nombre el pronunciado por el Padre, todos le recibieron del mismo modo.
El Padre hizo un gesto con la mano que indicaba que aún no había terminado de hablar.
-Además, una nueva hermana pasa a engrosar las filas de los siervos de Azhdar.
Se oyó un murmullo de sorpresa. En los últimos tiempos eran pocas las sacerdotisas que dedicaban su vida a honrar a la diosa. Y los clérigos de túnica marrón escaseaban aún más.
-La joven Aela -prosiguió, señalando a una de las Voces-, es la nueva incorporación.
La sacerdotisa dio un paso al frente, con una enorme sonrisa. Sin duda era joven, de no más de diecinueve años. Era inusual que alguien de su edad adoptara la túnica clerical, por lo que Hans imaginó que debía ser hija o sobrina de algún otro sacerdote.
La muchacha parecía bastante feliz, de todos modos. Las mejillas se le habían tornado de un color rojizo, que contrastaba con su pelo rubio. Era toda una preciosidad, llena de vida y alegría. Tanto, que Hans empezó a sospechar quién le relevaría como ayudante del Padre La idea le desanimó un poco, pero tras pensarlo bien no le pareció tan terrible. Lo normal era que nadie durara en su cargo mucho más de un par de meses. Hacía tiempo que el nombre de la joven aparecía en boca de todos. Daban por hecho que reemplazaría a Hansel.
Mientras, el Padre no sonreía. Más bien todo lo contrario, había en su mirada un brillo extraño, cercano al miedo. Y cuando Aela comenzó a cantar, el brillo se intensificó.
Por suerte, nadie se fijó en la expresión de Anthem. Los clérigos escuchaban a la sacerdotisa con interés. Tenía una voz dulce, tan encantadora como su sonrisa. Y además cantaba en Heniá, la lengua antigua, lo que decía mucho de su formación:

Ô Dorimen arethen es
/Que poderosos son los [dos] dioses/
Men oh lah dorimeh dun parthis
/pero cuánto más perfecta [es] la diosa/
Tahl agoeriae, tahl dirahae
/Tan grande, tan sabia/
Imnis kirieh, imnis iruleh.
/Sagrada señora, sagrada madre/

-¡Basta! -gritó el Padre.
La canción se detuvo de súbito. Las mejillas de la muchacha habían pasado a una nueva tonalidad de rojo aún más oscura, pero no era la única sorprendida.
-Basta... -repitió, con más calma-. Una... una f-f-fantástica voz, sin duda. Puedes volver a tu lugar, niña.
Aela obedeció de inmediato. Un murmullo general invadió la sala durante unos instantes. O lo hubiese hecho en otras circunstancias, si la reacción de Anthem no les hubiera dejado a todos mudos.
-P-p-por último, antes de comenzar la oración, tengo una decisión más que anunciar. Como todos sabéis, lo tradicional es que pasado cierto tiempo el ayudante del Padre abandone su cargo a favor d-d-d... de otro clérigo más joven –concluyó al fin.
Hans tragó saliva. Iba a echar de menos aquello, por mucho que se tratara de una posición de mayor responsabilidad.
-Sin embargo, nunca había encontrado un ayudante tan capaz como Hansel, siervo de Shorel. Por ello, todo seguirá como hasta ahora por tiempo indefinido. Y ahora, comencemos.

Sorry but you are not allowed to view spoiler contents.

Liga ociosa de supervillanos matagatitos.

http://33.media.tumblr.com/50db7f18944ac0911893b71a9348b313/tumblr_inline_nvf0donWV31qiczkk_500.gif

Psyro

De momento va. Me estoy planteando si no sera mas comodo usar algun blog, o algu.

Sorry but you are not allowed to view spoiler contents.

Liga ociosa de supervillanos matagatitos.

http://33.media.tumblr.com/50db7f18944ac0911893b71a9348b313/tumblr_inline_nvf0donWV31qiczkk_500.gif

Blood

Jeje se pone interesante, muchas historias que seguro se cruzan .... continua.

Y sobre lo de donde postear al estar, o mejor dicho al no estar en papel, a mí me es indiferente leerlo por aquí o por un blog. Ahora bien colócalo en donde más cómodo sea para ti.
En contra del uso de corbatas xD


Nuly

Cita de: Psyro en 14 de Noviembre de 2009, 00:07
De momento va. Me estoy planteando si no sera mas comodo usar algun blog, o algu.

O usar el primer post y spoilers.
Gracias, Memmoch

"-Hoy estudiaremos el pentágono. (Profesora)
-¿Y mañana el Kremlin?... Digo, para equilibrar." (Mafalda)




Cita de: Ningüino Flarlarlar en 12 de Agosto de 2011, 12:08
Felicidades, Logan. Ya no tendré que darme prisa para contestarte los sms.

Ningüino CDR-lar

Cita de: Arkady en 14 de Noviembre de 2009, 02:49
Cita de: Psyro en 14 de Noviembre de 2009, 00:07
De momento va. Me estoy planteando si no sera mas comodo usar algun blog, o algu.

O usar el primer post y spoilers.

O links: En el primer post linkeas todos los capítulos. Y al final de cada uno pones links al siguiente y al anterior.
Cita de: Orestes en 28 de Junio de 2012, 02:47
Hay partes del comportamiento de los bonobos que molan y otras que no molan tanto. Como pasa con la Biblia.

Cita de: Aliena en 08 de Agosto de 2008, 00:38
Hoijan, a follar al parque.

Cita de: Mime en 26 de Enero de 2012, 20:33
Los trapos sucios se limpian en casa  X(

Psyro

Garret


Los primeros rayos de sol se proyectaron sobre el castillo de Athoria, despertándolo de su letargo. La actividad a primeras horas de la mañana era bulliciosa. Todo un ejército de cocineros y pinches se desvivían por tener listo el desayuno, los soldados y guardias efectuaban el cambio de turno, los clérigos comenzaban sus estudios...
La única estancia del castillo que permanecía en reposo era la sala del trono. Su habitual ocupante se encontraba en un cuarto mucho menos lujoso, pero sin duda más cómodo y apropiado para su estado de salud.
El rey dormía.
Como de costumbre, Ernst no contestó el saludo de Garret. Se limitó a hacer un movimiento de cabeza para dar a entender que le había visto llegar y después se marchó. Aún somnoliento, el joven guarda ocupó su lugar frente a la puerta y comenzó a trabajar.
A Garret le encantaba su trabajo. Sobre todo, porque le daba tiempo para pensar y el resto de su tiempo no solía pensar mucho, o eso le decían sus compañeros. En qué, eso no lo sabía ni el mismo. Jamás le enseñaron a leer o escribir, pero sí a contar, y eso se agradece sobremanera cuando tu trabajo consiste en pasar horas de pie sin moverte. A veces contaba baldosas, o moscas, pero la mayoría de las veces contaba ideas. Una vez pasó todo el día dándole vueltas a la ocurrencia de crear algún sistema para comunicarse con los guardias del pasillo. Porque Garret no era un tipo inteligente, pero sí práctico, y si alguien pretendía entrar por la fuerza en la habitación del rey se sentía más cómodo pudiendo llamar a una veintena de guardias. Así que le comentó la idea a Dihl.
Él si era listo. Tanto, que a veces le costaba comprender a su amigo. De modo que le prometió que meditaría su idea.
Al día siguiente apareció ante él, sonriente, con una campanilla en la mano. Le aseguró que si la tocaba con fuerza, los guardias acudirían cuanto antes. Durante un tiempo, Garret trató de averiguar de dónde había podido sacar su amigo el pequeño artilugio. Hasta que llegó a sus oídos la noticia de que los cocineros andaban como locos por el castillo buscando algo parecido a una campanilla dorada que les había desaparecido. Al menos el ladrón había tenido el extraño detalle de dejar unas monedas en su lugar.
Porque Dihl era de todo menos un ladrón. De hecho, si formaba parte de la Compañía Azul era porque no le gustaban nada los ladrones. Garret meditaba a menudo sobre la vocación de su amigo, y se preguntaba si él mismo hacía lo correcto allí. ¿Era lo que quería hacer, o sólo lo que podía hacer?
Aquel día, sin embargo, no estaba para pensar. Y no porque acabara de levantarse y hubiese olvidado desayunar antes de ocupar su puesto. Su inquietud se debía a lo que ocurría en el interior.
El príncipe se encontraba a los pies de la cama, junto un clérigo nuevo y varios sanadores más. Parecía que ni el Padre ni el tal Blinden, o como demonios se llamara el clérigo, habían podido acudir. De hecho, no los veía desde aquella charla que tuvieron con Joseph. Tampoco le extrañó mucho. Si no acudían a los aposentos del rey, era imposible que se encontraran.
El guardia rozó la madera con sus dedos. Era lo mismo de cada día, desde el rey enfermó. Pero esta vez pasaba algo distinto, pensó. No oía voces. Dentro, todo estaba como muerto.
Pronto se arrepintió de usar esa expresión. Trató sin éxito de convencerse de que no ocurría nada. El guardia era testarudo hasta para hablarse a sí mismo.
De repente, la puerta se abrió a sus espaldas. Garret se giró, sobresaltado. Trató de vislumbrar lo que ocurría en el interior de la habitación, pero se lo impidió la multitud que abandonaba el cuarto. En sus rostros se reflejaba una mezcla de nerviosismo y perplejidad, y eso no le dio buena espina al inquieto guardia.
-¿Qué ha pasado? ¿Está bien?
-Las noticias no podrían ser mejores
Era el príncipe quien contestaba a su pregunta. El príncipe de verdad, no el reflejo que durante los últimos días había estado caminando de un lado para otro, agobiado y triste, temiendo por su padre.
Estaba sonriendo.
-No sabemos bien lo que ha pasado, pero empieza a mejorar. Incluso... abrió los ojos una vez.
-Me... me alegra oír eso, mi señor
-Continúa en tu puesto, soldado. Y ahora más que nunca, estate atento. Debo irme, a mi pesar.
Sin esperar respuesta, el heredero se perdió por el largo pasillo. Garret tuvo que resistir la tentación de pasar a ver al rey, una vez que la estancia quedó desocupada. Pero su deber era permanecer en la puerta y vigilar la entrada, pasara lo que pasase. Sabía que tenía que cumplir las órdenes del príncipe, por la seguridad del monarca.
Así que, como es obvio, se moría de ganas por entrar. Sin embargo, poco a poco pasaron los minutos y, para sorpresa del guardia, la puerta seguía cerrada. "Será la edad" pensó. "Ya no soy ningún crío inquieto, y tengo mis responsabilidades. Así que protegeré al rey, pase lo que pase"
Pronto tuvo que arrepentirse de su arenga mental. Un sonido seco atravesó la puerta de madera. Quizá fuera la ventana, golpeada por el viento.
Puede que cualquier otro vigilante no hubiera hecho caso del ruido. Cualquier otro hubiera pensado que era imposible acceder a la habitación, salvo por la entrada que él mismo se encargaba de bloquear.
Pero muy en el fondo, Garret seguía siendo un crío inquieto.
Entreabrió la puerta, despacio. Las bisagras chirriaron, incluso más que de costumbre. El interior estaba oscuro, pero el guardia puedo ver la silueta del rey tumbado en su cama, respirando con dificultad. Las ventanas estaban cerradas. Procurando no hacer más ruido, recuperó su posición y suspiró aliviado.
Tardó unos segundos en pensar con claridad. Reprimiendo las ganas de pegase un puñetazo, abrió la puerta de nuevo, esta vez sin preocuparse por no armar escándalo.
-"Las ventana están cerradas, imbécil, el ruido no lo ha podido hacer el viento. Dioses, si ni siquiera hace viento hoy" -se lamentó.
La luz del pasillo atravesó la entrada, iluminando el cuarto. Y allí estaba: una figura encapuchada se erguía junto al rey dormido, esgrimiendo una daga con la mano derecha.
-¡¡Eh tú!! ¡¡No te muevas ni un pelo!!
El extraño se giró con rapidez al sentir que había sido descubierto. Garret desenvainó su espada y se lanzó hacia él, pero no era tan ágil como su rival y cayó al suelo de bruces. Este descuido sirvió para que el encapuchado tuviese tiempo de abrir las ventanas. Dejando caer su arma, se subió a la cornisa. El guardia trató de impedir su huida, sujetando su túnica.
Entonces el hombre saltó. Se precipitó como un rayo hacia el vacío, dejando a Garret con un trozo de tela negra en la mano y muy confuso, pero a la vez orgulloso. Había detenido al agresor. El rey estaba a salvo.
Sólo cuando vio las sábanas teñidas de un inconfundible color rojo, hizo sonar la campanilla con tanta fuerza que sintió un latigazo de dolor en el hombro.
Y gritó. Gritó cuanto pudo, porque el rey acababa de morir.

Los minutos siguientes pasaron muy deprisa, pero Garret supo que no los olvidaría jamás. Primero llegaron los demás guardias, que no tardaron en dar la voz de alarma. Después, todo el mundo: médicos, clérigos, nobles...
Y el príncipe.
Cuando entró en la habitación, nadie le había advertido de lo ocurrido. No hubo tiempo. Pero al ver a todas esas personas, no tardó en saber lo que pasaba.
-Garret -le llamó, procurando no perder los nervios-. ¿Qué ha pasado? ¿No era tu guardia?
Todas las miradas fueron a parar hacia él. Durante un corto espacio de tiempo, había pasado desapercibido entre la multitud. Eso se acabó.
-Yo... yo no... majestad, os juro que nadie cruzó la puerta. No se quién entró ni como, pero le juro que...
-Es suficiente. Guardias –pronunció con voz grave, llamando a dos de los soldados-, acompañadle hasta mis aposentos. Deseo escuchar su versión.
Los hombres obedecieron sin dudar al que acababa de convertirse en su nuevo rey. Garret les siguió, cabizbajo. Temía que no le creyeran, pero aún sentía más la muerte de Wilhem.
La caminata por el castillo se hizo larga y tediosa. Durante el trayecto, el soldado vio a los habitantes del castillo, inmersos en sus tareas. Seguro que ignoraban lo que había ocurrido, y por un momento los envidió.
Aquellos pensamientos no duraron demasiado. Los dos guardias lo llevaron hasta la habitación y esperaron fuera. No conocía sus nombres, pero daba igual. No los hubiese recordado.
El cuarto del antiguo príncipe resultaba impresionante. Las blancas paredes estaban adornadas por tapices, bordados con hilos granates, al igual que las sábanas y colcha de la suntuosa cama. La ventana dejaba pasar bastante luz, por lo que la impresión que causaba todo aquel lujo era aún mayor.
Al cabo de un rato, el nuevo rey apareció. Su rostro estaba pálido, pero no dio muestras de flaqueza en ningún momento. Justo lo que se esperaba del portador de la corona. Garret contempló con admiración la firmeza que despedían aquellos ojos grises.
-Ahora, cuéntame tu versión -ordenó. Garret no pudo evitar darse cuenta de que le estaba tratando de forma un tanto familiar, pero no sabía si eso era bueno o muy malo.
-Yo estaba en la puerta, señor. Os juro que no me moví ni un momento. Y entonces... entonces oí un ruido dentro. Pensé que alguien podía haber entrado por la ventana, pero está muy alta, y además estab... estaba cerrada. Yo no quería entrar, de verdad, pero pensé que... que...
-Tranquilízate. Hiciste bien al entrar. Ahora descríbeme al culpable.
-Iba de negro -afirmó, más tranquilo-. Pero no pude ver su cara, la tapaba con un capuchón. Y llevaba un cuchillo, de mango negro también. Abrió las ventanas y se arrojó. Os juro que intenté... pero ya habrá muerto... la caída...
-Bien, te creo. Encontramos el cuchillo, y un trozo de tela negra. Ahora mismo buscan al responsable.
-Pero... la caída...
-Hay alguien en este castillo que pudo sobrevivir al golpe, mi buen guardia. Pero no diré más ni me atreveré a hacer acusaciones hasta que no haya pruebas. Y... gracias por intentarlo.
-Cumplía mi deber, señor. Pero hubiera muerto si con eso... si...
El rey sonrió un momento, agradecido.
-Pero señor -insistió Garret-. ¿Qué clase de persona puede sobrevivir a la caída desde lo alto del castillo?
-Tienes razón, ninguna persona. La única criatura capaz de hacerlo es un avatar.
El guardia palideció. La última vez que oyó esa palabra fue de niño, e iba en la misma frase que "fuego" "guerra" y "muertes".
-Avatar...
-Sí. Hay gente que dice que esas cosas son los elegidos de los dioses. No puedo creerlo, ¿quién puede estar tan ciego...? Son monstruos, eso son.
-Claro, mi señor
-Esta madrugada, sin ir más lejos, me llegó un aviso desde Akneth. Uno de esos seres derribó a varios miembros de la Compañía Roja de la ciudad. Después huyó con un criminal y tres compañeros más. ¿Puedes creer que esa sea una persona normal?
-No, mi señor
-Te alegrará saber que le quedan horas contadas. Apenas me llegó el aviso en una paloma mensajera, envié orden se seguir al grupo de rebeldes. Nada menos que treinta jinetes les siguen el ras...
Alguien interrumpió la conversación. Un guardia acababa de entrar en la estancia.
-Majestad -saludó, inclinándose-. Hemos encontrado al culpable en las afueras del castillo. Tal y como sospechabais, se trata del monstruo de vuestro primo Joseph.

Sorry but you are not allowed to view spoiler contents.

Liga ociosa de supervillanos matagatitos.

http://33.media.tumblr.com/50db7f18944ac0911893b71a9348b313/tumblr_inline_nvf0donWV31qiczkk_500.gif

Últimos mensajes

El hilo con el increíble título mutante de jug0n
[30 de Abril de 2024, 21:29]


Adivina la película de jug0n
[30 de Abril de 2024, 21:28]


Gran Guía de los Usuarios de 106 de Orestes
[30 de Abril de 2024, 15:15]


Felicidades de Paradox
[29 de Abril de 2024, 12:40]


¿Qué manga estás leyendo? de M.Rajoy
[26 de Abril de 2024, 11:54]