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La saga de los Avatares - Ascensión

Iniciado por Psyro, 06 de Mayo de 2009, 20:25

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Psyro

Demian


Demian se levantó, sobresaltado. Había pasado una mala noche, aunque no sabría explicar por qué. No acostumbraba a recordar lo que soñaba.
Aún somnoliento se desperezó, y avanzó hacia la forja. Tenía que acabar el encargo. Pero lo que encontró en lugar de su lugar de trabajo fue la cama vacía de Sartash.
El armazón de madera le golpeó en las rodillas. Reprimiendo un grito, el herrero abandonó la habitación, dolorido. Los recuerdos del día anterior regresaron a su cabeza a la vez: la pelea con el guardia, Deidri, la despedida, la huida de la ciudad... y Deidri de nuevo. Por supuesto que la estaba agradecido por salvarle, pero no podía evitar sentirse incómodo en su presencia. ¿Qué honor podía encontrarse en un combatiente como ese? ¿Acaso había tenido ella que practicar con la espada a escondidas cada noche? ¿Sabía siquiera lo que significaba esa palabra? No, a ella le habían entregado todo hecho, y tenía a su lado gente dispuesta a todo por sacarla de cualquier lío.
Demian no. Y aunque jamás había pensado que su vida era mejor o peor que la de cualquier otro, no podía evitar sentir un cierto rechazo hacia la muchacha.
El herrero se hallaba sumido en estos pensamientos cuando Sartash entró en la habitación.
-Anda, si te has levantado. Que detallista.
-¿Por qué no me has despertado?
-Porque te hubiesen convencido para que les acompañaras a ir a por los caballos. Sí, ya sabes, el orejas picudas, la chica-troll y la increíble niña-lumbre.
Demian miró al clérigo sin comprender.
-A ver si te lo puedo explicar de otro modo. Eres tan noble y tonto que te hubieses ofrecido a acompañarles, y te necesito aquí. Tenemos que hablar de tu contrato laboral.
Acto seguido, desapareció por la puerta, haciéndole un gesto para que le siguiera. El joven obedeció.
Pronto llegaron a la habitación contigua. Era, al igual que la otra, bastante pequeña, pero muy acogedora. El mobiliario, consistente en un enorme baúl, una mesa y tres sillas, era también el mismo. Solo que esta tenía una cama en vez de dos, por lo que en cierto modo resultaba un cuarto más espacioso.
-Bien -dijo Sartash, sentándose-. Empecemos. ¿Qué te trae por aquí?
-¿Cómo? Vine porque...
-Porque te lo dijo un desconocido.
-Un desconocido no, un hombre que en cierto modo colaboró en salvarme la vida.
El clérigo sonrió, complacido por la respuesta.
-Al grano. Troll y niña-lumbre son las sobrinas de Lord Barthor, el señor de Darnia en nombre de su Majestad Wilhem II de Athoria –tomó aire, quizá de forma exagerada-, que por alguna casualidad es amigo mío. Si voy con ellas es solo por saldar una vieja deuda, no creas que aprecio la compañía de Érica. Y de paso, mientras velo por la seguridad de sus amadas sobrinitas con el orejas picudas, le busco un herrero nuevo. El suyo se rompió jugando a "detén el martillo del caballero negro con la cabeza".
-Y yo soy el herrero de repuesto.
-¡Bravo! Buena capacidad deductiva.
-¿No tenéis herreros en Darnia? No tiene sentido que te encarguen...
-Bueno, si nos ponemos técnicos, no me ha encargado nada. Hago este pequeño trabajo por amor al arte. Y porque siempre es más conveniente rodearse de gente que te debe favores, no sé si me entiendes.
-¿Y por qué me cuentas esto? Me dijiste que iba a trabajar para ti, ya imaginaba que no sería de carnicero.
-No, por si quieres dar marcha atrás.
-¿Qué?
Demian miró al clérigo, confuso. La sonrisa burlona que casi siempre cruzaba su rostro había desaparecido. Hablaba en serio.
-Tienes que asumir una cosa: Deidri es un avatar. Y ha elegido una época mala para nacer. Hace quinientos años podría ganarse bien la vida, pero ahora no es tan fácil.
-Pero el rey Wilhem...
-El rey va a morir pronto, si no lo ha hecho ya. Y conozco a su hijo. Un chiquillo adorable, sí, pero créeme: no le gustan los avatares. Y si obliga a Barthor a entregársela, ten por seguro que se liará una buena. Ya sabes como son estas cosas, empiezan con un "oye, te importa entregarme a tu sobrina para quemarla viva" y acaban con el castillo destruido, con o sin herrero dentro.
-¿Conoce el príncipe a Deidri?
-Por supuesto.
-¿Y sabe que es un avatar?
-Lo dudo, pero no va a estar ciego toda la vida. Tarde o temprano se enterará de qué es. ¿Y sabes por qué? Porque es de la nobleza. Un panadero puede pasar desapercibido, la sobrina de un gran señor, no.
El herrero meditó sus palabras durante un momento.
-¿Y qué sugieres, que vuelva a Akneth? Me matarán, y pondré en peligro a mi padre. Y ella me salvó la vida.
-No, muchacho, no te cuento esto para que te vayas. Sino para que sepas el riesgo que corres viniendo con nosotros.
-Ya, pues... gracias.
-Vale, contratado. Vamos a desayunar.
-Espera. Tú eres clérigo, ¿no?
-¿Me ha delatado el medallón, mi sobrecogedora mente llena de conocimientos, o el que lleven llamándome "clérigo" desde que nos conocemos tú y yo? ¿Necesitas un consejo, o algo así?
-No, quiero respuestas. ¿Qué son los avatares? ¿Es verdad que son elegidos de los dioses?
-Si nos ponemos técnicos, no. Son los elegidos de Algunos dioses. ¿Estás familiarizado con la historia de la creación?
-No.
-A la porra el desayuno. En fin, te la contaré resumida.

"En el principio había dos entidades: Shorel y Nerbal. Las dos llegaron a la vez, y existen desde que existe el universo mismo.
Shorel y Nerbal paseaban de un lado para otro, pensando. Porque veían todo frío, y vacío. Así que un día, decidieron colaborar.
La cosa empezó mal desde el principio. Los dos eran tan poderosos que cada vez que intentaban crear algo, destruían lo anterior e interferían en el trabajo del otro.
Así que pelearon. Y de toda esa energía desprendida, de toda su lucha, nacieron las estrellas, la luna y Henerial, nuestro mundo.
Los dos se quedaron sorprendidos. Y decidieron darse otra oportunidad, aunque a regañadientes. Pero de nuevo, se vieron incapaces de cooperar. Cuando Shorel creaba, Nerbal destruía.
Entonces nació Ella. Azdhar. Nadie sabe a ciencia cierta de dónde surgió, pero se cree que provino de toda la energía desprendida por los dos coléricos dioses. Ella también miró al mundo, como hicieran antes sus hermanos. Pero en vez de tratar de competir, lo que hizo fue canalizar la fuerza de Shorel y Nerbal. Ponerlo todo en su justa medida para que cada una de las creaciones estuviese en equilibrio. Y así nació el mundo como lo conocemos hoy."


-Vale pero... ¿Los avatares?
-Los avatares no son obra de ningún Dios mayor. Durante la creación, del mismo modo que Azdhar había nacido antes, aparecieron otros dioses. Dioses menores, que son los llamados por algunos "elementales", y sirven a su padre y a su madre. De Nerbal y Azhdar nació Issel, el agua, y Assel, la roca. Y de Shorel y su hermana, Ardea, el fuego, y Uma, el viento. La razón de que no tengan clérigos a su servicio es que ellos mismos no se consideran dioses a la altura de sus padres, solo sus siervos.
-Vale pero...
-Por el amor de... ¿quieres callarte para que acabe de contarte la historia?
-Perdón.
-Ya. Bien, cada uno de los dioses, los antiguos y los nuevos, asumió un papel creador. Assel e Issel recubrieron el mundo, Ardea y Uma le dieron forma. Entonces, Shorel creó la vida. Puede sonar artificial, pero es lo que hizo. Y Nerbal, la muerte, por supuesto. Y todo eso, todas esas pequeñas piezas, Azhdar las hizo encajar entre sí como un perfecto rompecabezas. Pero, pese a que la Diosa había traído el equilibrio, no podía hacer lo mismo con la paz. Sus hermanos seguían odiándose, aunque no pudiesen luchar de forma directa. Porque Azhdar en verdad ama este mundo, y una lucha entre los dioses lo destruiría. Y como dos tetas tiran más que dos carretas, pues... El caso –continuó-, es que sus hijos heredaron de algún modo el odio de sus padres. Pero tampoco podían luchar, de modo que ingeniaron algo que pudiese alterar el equilibrio sin romperlo.
-Y crearon los avatares.
-Sí. Cada avatar es un reflejo a pequeña escala de los poderes de un dios. Es su forma de manifestarse superiores a su rival. No, no me preguntes por qué, los dioses son muy raros. Basta con que sepas que Shorel y Nerbal no se manifiestan nunca en el mundo de forma directa, sólo sus hijos lo hacen. En tiempos antiguos, cuando los dioses hablaban a los hombres en sueños o a través de oráculos, esta historia fue narrada muchas veces.
-Entiendo. ¿Entonces son... son buenos, o malos?
-Si tuviese fuerzas, te daría con el bastón. Los avatares son lo que quieran ser, los hay buenos y malos. Lo único malo, es la ignorancia. De la ignorancia nace el odio irracional. No juzgues las cosas por lo que son, sino por cómo son. Me voy a desayunar. -Anunció, y cojeando como siempre, abandonó el cuarto.
Demian no se levantó. Pensó en lo que le había dicho Sartash durante un buen rato, olvidando todo lo demás.
-Juzgar las cosas por cómo son...
-¿Cómo dices? –pronunció una voz desde la puerta.
-Ah, Deidri... -dijo el herrero, sobresaltado. No había reparado en la presencia de la joven.
-Acabamos de volver. Espero que hayas desayunado, porque nos vamos en cuanto Fil prepare los caballos.
-Vale... vale, ya bajo. Oye, Dei...
-¿Si?
-Gracias. De verdad, muchas gracias.
La muchacha recibió las palabras con sorpresa.
-Pero si en Akneth... quiero decir, ya me agradeciste...
-Pero esta vez lo hago de verdad.
Demian se sintió aliviado al realizar la pequeña confesión. Luego los dos sonrieron.

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Psyro

Ailen



Ailen se detuvo a contemplar la bestia que tenía delante. Jamás había montado a caballo, pero aún así el animal parecía estar dispuesto a  obedecerle. Al menos, no se lo estaba poniendo más difícil. El único problema era el propio Ailen.
Para empezar, tenía que subirse a su lomo. Estuvo a punto de caerse de espaldas al menos en dos ocasiones, que acabaron sólo en una indescriptible maniobra de equilibrio con una sola pierna. Por si no fuera lo bastante complicado, alguien decidió colocar ahí unas extrañas cuerdas que debían de servir para hacerle tropezar. No le extrañó. Nadie le deseaba ningún bien en la posada. Ni siquiera él mismo.
Cuando Tyra le condujo hasta las cuadras, le arrojó un saquito con monedas y se marchó sin despedirse. Estaba llorando. El tharen quiso contarle cuánto lo sentía, explicarle que había avisado a Brom de lo que podía ocurrir. Que sólo trataba de ayudar al flautista. Las palabras no llegaron a brotar. En el fondo, ni él mismo se lo creía. Era un monstruo. Y debía estar lejos de todo el mundo. Mientras trataba de montar sobre el caballo, se preguntó si no habría cometido su maestro un terrible error al liberarle. Encerrado era inofensivo. Ahora...
¿Y no sabía Dorimen lo que era capaz de hacer? ¿Cómo pudo soltarle, a pesar de ello? ¿Qué clase de persona liberaría a un monstruo así?

No es qué, es quién. Eres Ailen, un muchacho que ha vivido entre cadenas y cuyo padre le abandonó. Un muchacho inocente que va a ser libre.

Las palabras volvieron  su cabeza al pensar en su maestro. Era su único amigo, y hasta de eso dudaba. Los últimos acontecimientos le habían dado más motivos de sospecha que de gratitud. Y la idea de dudar de él le atormentaba ¿Pero y si le había estado utilizando todo ese tiempo? ¿Y si en verdad era un loco?
Cuando al fin consiguió subir, apoyándose en aquellas traicioneras cuerdas, tuvo problemas con ese artilugio que llevaba ceñido al lomo. Haciendo memoria, recordó que su maestro se refirió a ello en alguna ocasión con el nombre de "silla", pero los caballos no eran naturales del bosque y sus conocimientos al respecto no eran demasiado profundos. Trató de investigar aquel aparato, que para nada veía demasiado práctico. Si se colocaba lo bastante cerca como para amarrarse al cuello del animal, estaba incómodo por culpa de esa silla. Y si se echaba para atrás, lo justo como para reposar sobre una parte más lisa y agradable, era muy difícil sujetarse a ningún lado.
Se le ocurrió que podía utilizar esas otras cuerdas que colgaban de la boca del animal para sujetarse. Entonces recordó haber visto en grabados y dibujos cómo los jinetes athorianos las empleaban para dar órdenes al animal y evitar caerse. Riendas. No eran ninguna trampa mortal para sus pies colocada por la posadera.
Más tranquilo por su descubrimiento, probó a agitarlas en el aire para que el animal se moviera. Sin creérselo del todo, contempló cómo el caballo obedecía a la primera y abandonaba aquel lugar, aún con la incerteza de a dónde se dirigiría pero con la seguridad de que no iba a volver.

Y así había ido pasando el tiempo, dejándose llevar por el animal en la medida de lo posible y eligiendo caminos al azar que le alejaran de allí. Con el paso de las horas, perdió la noción del tiempo.
El tharen acababa de redescubrir un concepto nuevo: el cansancio. Por segunda vez en su vida, se sentía algo decaído, como si no le quedaran fuerzas. Aún así quiso seguir, pero al parecer su montura ya estaba más familiarizada con esa sensación y paró de súbito para reposar. Resignado, el jinete desmontó y se esforzó en arrastrar al animal unos metros más sujetando las riendas. Para él era bastante sencillo, aunque doloroso, olvidar la fatiga. El animal no lo tenía tan fácil.
Lo cierto es que se trataba de un ser formidable. Robusto pero tranquilo, obediente y salvaje. Se preguntó por qué habría podido Tyra querer desprenderse de un ejemplar así. Para librarse del tharen, le hubiese sobrado con decirlo.
La sombra de la duda cruzó su mente al instante. La posada no debía de dar tanto dinero como para ir regalándolo, y aún así se lo habían dado, junto a aquel extraordinario animal. La única explicación era...
-El caballo de Brom –se lamentó, mientras acariciaba su lomo y tirara de las riendas para hacerle andar un poco más.
Estaba llevando el animal del hombre que había asesinado. Aquella perspectiva le quitó de repente todas las ganas de seguir avanzando.
-Lo siento mucho –logró decir-. No quería hacerle daño a tu amo. Yo sólo... pretendía ayudar a alguien.
No esperaba respuesta de ningún tipo ni esta se produjo. Sin embargo, la confesión le alivió bastante de su culpa.
-¿Tienes nombre? .preguntó, investigando desde cera al caballo en busca de alguna marca, grabado o señal. No halló nada-. Es igual. Te llamaré... Soy muy malo con los nombres. Te llamaré Caballo. Supongo que bastará.
Caballo relinchó. Lo más probable es que se tratara de una forma de expresar su agotamiento. El tharen prefirió interpretarlo como un "de acuerdo". Después de aquellos minutos de reposo, volvió al camino.
Cerca de allí había un bosque. Lo notaba. Algo en su instinto le aseguraba que no muy lejos crecían árboles, aunque no sabía nada de la geografía local. Entre otras cosas, porque desconocía dónde se encontraba. Si al menos pudiera orientarse, haría memoria para remontarse a sus clases de geografía.
Nada. Lo único que tenía era aquel presentimiento, de modo que confió en estar en lo cierto y caminó.
Apenas media hora después, sus sospechas se cumplieron. Aunque el lugar no se parecía en nada a Isdar, era un bosque, al fin y al cabo. Ató las riendas de su caballo poco antes de la entrada. Por algún motivo que no acertaba a comprender, el animal se negaba a internarse con el tharen entre la vegetación.
-"Akneth" –recordó-. "Mi maestro me habló de este lugar..."
Entonces debía de haber recorrido bastante más distancia de la que esperaba. Y, para mayor sorpresa, siempre hacia el oeste. El bosque de Isdar bordeaba Athoria, envolviéndola en parte por el noreste.
Subió a la rama más alta de uno de los árboles, un ejemplar joven y robusto, y se echó. No obstante, trató de no alejarse demasiado del exterior. No quería perder de vista su a caballo.
La rama no era demasiado cómoda ni incómoda. Era mejor que nada, al menos. También podía dormir sobre el suelo, pero se sentía más a gusto entre las copas.
-"Como en casa" –se dijo con amargura. Desechó la idea de inmediato. Él no tenía nada a lo que llamar hogar.
Además, ese bosque le producía una cierta angustia. Para empezar, casi no había luz en el interior, lo que le recordaba sin remedio a su celda en el Ish-Valar hueco: el único punto de oscuridad en medio del bosque de la luz. Pero no era eso lo que le incomodaba. Había algo sobrecogedor, como una presencia siniestra. Ailen se preguntó si sería capaz de burlar el sueño igual que podía olvidarse del cansancio. Palpó su cuchillo, sobresaliente entre sus ropas. Sólo tenía que probar.
No. Al menos dormido no tenía que pensar. Estaba acostumbrado a las pesadillas. A lo que no sabía si llegaría a acostumbrarse era a aquella horrible sensación de culpa y desplazo que lo devoraba por dentro.
El tharen cerró los ojos y durmió.

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Hans


El joven clérigo acudió puntual a su cita. Debía encontrarse con el Padre en sus aposentos en cuanto amaneciera.
No obstante, quizá por la costumbre adquirida en las misas, Anthem se estaba retrasando. Cosa que extrañó a Hans de sobremanera, puesto que lo habitual era que se encontrara en su habitación.
Cinco minutos después apareció por el pasillo. En cierto modo, semejante precisión a la hora de llegar tarde era casi paradójica. Pero el clérigo saludó a su preceptor con cordialidad, como si no hubiera pasado nada.
-Buenos días, Padre.
-Buenos días Hansel. Disculpa mi pequeño retraso.
-No hay nada que disculpar. Pero decidme, ¿Cómo es que os encontrabais fuera de vuestro cuarto a estas horas?
En seguida se arrepintió de sus palabras. Podía haber sonado como una insolencia.
-Hoy no he dormido, me t-t-t-temo –pronunció-. Pasa, por favor.
El joven clérigo obedeció. La habitación que encontró ante sí ya le resultaba más que familiar, pero aun así no dejaba de sorprenderse al entrar. Era modesta, y no demasiado grande, al contrario que tantas otras de las destinadas a las grandes personalidades que habitaban el castillo de la capital athoriana. Siempre había sentido curiosidad al respecto, y al fin se atrevió a preguntar.
-Si no es indiscreción, Padre... ¿cómo es que esta habitación es tan... acogedora?
-Oh, no es mi cuarto. Dispongo de otra habitación más... espaciosa, digamos, para seguir con tu juego de eufemismos –Hansel desvió la vista, algo avergonzado-. La de enfrente de la sala de audiciones. Pero por desgracia acabé llenándola de libros hasta el punto de que no tengo sitio para la cama, de modo que me trasladé aquí con el permiso de su majest-t-tad Wilhem, que los dioses le ayuden. Ahora uso mi otra alcoba como estudio.
-Tantos libros...
-El saber es el poder. El conocimiento lo es todo, hijo. Te permite prepararte para lo que viene y entender lo que fue.
-¿Lo que viene?
Anthem asintió.
-Ocurren cosas en ese castillo... traiciones. Saben que yo lo sé, y van a por mí.
-¿Quiénes?
-El príncipe y sus consejeros.
Hans le dirigió a su preceptor una mirada escéptica. ¿A quién iba a traicionar el príncipe cuando de un momento a otro se iba a convertir en la persona con más poder del reino? Además, no le parecía un hombre capaz de hacerle daño a una mosca.
Sin duda, el Padre estaba perdiendo la poca cordura que le quedaba.
-Entonces, andad con cuidado -decidió seguirle la corriente.
-Eso hago, hijo, pero me lo ponen muy difícil... dioses, en mi propia iglesia...
-¿Cómo decís?
-¿No te diste c-c-cuenta? -Anthem se acercó un poco más a él, como si temiera que le oyeran-. Esa chica... la Voz... es una de ellos.
-¿La chic...? ¡¿Aela?!
-¡Chsssst! Baja la voz –susurró.
-Co... como ordenéis.
El Padre sonrió, complacido.
-Bien, no te he llamado aquí por eso. De hecho, temo haberte implicado. Perdona a este viejo idiota.
-No hay nada que perdonar.
La siguiente hora transcurrió sin incidentes. Los dos clérigos se sentaron en torno a una pequeña mesa de madera y charlaron acerca de los deberes de Hans como su ayudante, así como de temas referentes a la Iglesia y la orden clerical. Después discutieron sobre cuestiones filosóficas, y por primera vez en todo el día, Anthem no tartamudeó ni una vez. Parecía incluso más seguro de sí mismo.
-"Cómo una mente tan brillante puede haberse deteriorado de esa forma" -se lamentó el joven clérigo.
-Me alegra ver que aún hoy en día existen jóvenes con la cabeza bien puesta -comentó el Padre-, pero no tienes razón -y con eso, zanjó el debate.
-Sin duda, sois más sabio que este humilde clérigo. Le prometo que trataré de documentarme mejor para otra ocasión.
Y sin duda lo decía en serio. Si había algo en el mundo que a Hans le gustara más que leer, era discutir, aunque fuese sobe temas insustanciales. Pero el Padre era un gran erudito, y resultaba un auténtico placer poder aprender de él cara a cara.
-Si me disculpas, muchacho -dijo, levantándose de la pequeña silla de mimbre -T-t-t-tengo otros asuntos que atender lo antes posible. Espero que mañana podamos volver a encontrarnos aquí a la misma hora.
-Como digáis -asintió.
No pudo evitar reparar en que la mano del Padre acariciaba con delicadeza un limón maduro. Su fijación con la fruta empezaba a ser de lo más desconcertante.
-Ah, antes me gustaría pedirte un favor. ¿Puedes traerme un libro de mi habitación? Mi otra habitación, mejor dicho -se corrigió.
-¿Cuál es su título?
-Ah, eso me da igual, sorpréndeme –suspiró.
Tras hacer una cortés reverencia, Hans se marchó, extrañado ante el singular ruego y, sobre todo, ante la forma de pedirlo. Casi sonó resignado.
Cruzó el pasillo, no con demasiada prisa, y se dirigió hacia el cuarto del Padre. Por el camino se topó con más de un guardia, aunque no parecieron reparar en su presencia. Parecían más que conmocionados, pero el clérigo no le dio demasiada importancia a ese hecho. El deber le llamaba.
Una vez alcanzado su destino, se dio cuenta de que Anthem no había exagerado ni lo más mínimo. No sólo había libros en las estanterías; algunos estaban apilados en el suelo, otros sobre la cama, e incluso en el alféizar de la ventana. Se acercó a uno de los montones y cogió uno de los libros al azar.

Sobre los avatares
Brandon Thorngarld

Tras una ojeada rápida, decidió dejar el volumen en su sitio y seguir buscando. Pero lo único que encontró fueron títulos como La Avatharea, La guerra de los dioses... o más sencillo aún: Avatares. Extrañado, buscó durante largos minutos algún libro que no tuviese nada que ver con el tema, hasta que encontró un viejo tomo de tapas duras, cubierto de polvo:

III

Ni siquiera aparecía el nombre del autor, pero a Hans no le importó. Sujetando su hallazgo, se encaminó de nuevo hacia el lugar en el que el Padre esperaba.
Ya en la puerta, le pareció oír algo proveniente del interior. El clérigo se sorprendió tratando de agudizar el oído para descubrir de qué se trataba. No era una conducta muy propia de él.
Con dificultades, logró distinguir la voz del Padre, pero junto a él debía haber al menos una persona más. Una mujer joven, si no se equivocaba. Confiando en no molestar, golpeó la madera con los nudillos y entró.
Anthem se encontraba tirado en el suelo, tiritando como un niño asustado. Su cara reflejaba verdadero terror. Apuntaba con el dedo índice hacia algún lugar situado a espaldas de Hans.
-¡¡Padre!! ¿Estáis...?
-¡Llegas demasiado pronto! ¡Detrás de ti, muchacho!
El clérigo se dio la vuelta con rapidez para encontrarse con una extraña silueta envuelta en telas negras. No logró ver su cara, oculta bajo un capuchón. De igual modo, tampoco se dio cuenta de que sus manos sostenían algo parecido a una aguja o un pequeño dardo que fue a parar al cuello del joven clérigo.
Horas después no recordaría a su atacante. Ni siquiera tendría la certeza de haber pisado esa habitación. Pero jamás olvidaría lo que oyó en el momento mismo de caer al suelo, desplomado.
Era una voz. Una voz dulce, casi celestial, que fue poco a poco convirtiéndose en una risa no menos bella.

-Imnis kirieh, imnis iruleh...

Después todo se volvió negro.

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Sartash



Sartash avanzaba sin demasiada prisa, como de costumbre. Por lo general caminaba despacio debido a su cojera, pero ahora que iba a caballo, lo hacía por puro placer. Por eso y por fastidiar a Érica, que les había obligado a partir sin haber desayunado.
El clérigo sujetaba las riendas con una mano, mientras que la otra se dedicaba a juguetear con su bastón.
-¡Viejo loco! -Gritó la joven, unos metros por delante- ¡Date prisa o nos vamos sin ti!
-¿A dónde? ¡Te recuerdo que no sabes ni dónde estás!
Y no se equivocaba. Al salir de Akneth se habían desviado de su rumbo por culpa de las prisas y la falta de luz. En vez de llegar a Mirdea, acabaron en una pequeña ciudad llamada Durel, donde habían pasado lo que quedaba de noche. Fue un verdadero golpe de suerte, ya que en el estado en que se encontraban no podían haber llegado mucho más lejos. Estaban cansados, no tenían caballos y, por si fuera poco, se vieron obligados a cargar con Deidri, que había usado sus habilidades más de lo que podía aguantar.
-¡Tengo mapas!
-¡Te los robé!
Érica reprimió las ganas de retroceder para pegarle una paliza al clérigo.
-¿Por dónde tenemos que ir?
-¡Pídelo por favor!
-¡Por favor, no me obligues a desenvainar mi espada!
-Que poco sentido del humor -murmuró, mientras sacaba el mapa. Akneth estaba al sureste. Muy al norte la capital, Athoria. Al oeste, al montañas de Urinem. Y al noreste, el castillo de su tío-. Vale, hacia el noreste, sólo tendremos que avanzar un poco más de lo que tocaría si hubiésemos pasado por Mirdea, como en el viaje de ida.
Sartash trató de hacer memoria. Hacía semanas habían salido del castillo de lord Barthor hacia el suroeste. Pasaron por Mirdea y bordearon el bosque de Akneth sin demasiados contratiempos. Todo para llegar al estúpido castillo en ruinas de Akmen, que había pertenecido al padre de las chicas.
Pero en el viaje de vuelta, solo habían encontrado un problema tras otro. Primero, a Érica se le ocurrió la brillante idea de atravesar el bosque en lugar de bordearlo para ganar tiempo, a lo que los caballos se negaron. Después, casi los arrestan en Akneth. Y ahora estaban desviados un  par de kilómetros de su ruta original.
-"Y todo para ver un montón de piedras" -pensó Sartash con amargura.
Estaba claro que Barthor las mimaba demasiado.

Las primeras montañas asomaron a su izquierda. Aunque se encontraban a varios kilómetros y a esa distancia no eran más que unos cuantos picos diminutos, Demian no pudo evitar abrir la boca de pura incredulidad.
-Eh, herrero. Vuelve con los vivos.
-Perdona. Es la primera vez que veo algo así...
Al poco rato, un incesante ruido invadió las llanuras. El sonido de los cascos chocando con el suelo a toda prisa. Sartash miró a su derecha con curiosidad. Se trataba de un grupo de unos veinte jinetes, quizá más. Y se dirigían hacia ellos.
-Mira Dei -la llamó Filion-, deben de ser caballeros del rey que vuelven a Athoria.
-La ciudad no va a echar patas -murmuró el clérigo-. ¿Por qué tendrán tanta prisa...? Eh, orejas picudas, intenta ver si llevan algún blasón en la coraza
-Parece... un lobo negro sobre fondo rojo. Ese emblema es de...
-De Akneth -continuó Érica.
Entonces lo entendió.
-¡Corred! -Gritó Sartash, mientras obligaba a su caballo a ir más deprisa-. ¡No es un jodido desfile, nos buscan a nosotros!
-¿Cómo nos han encontrado? -preguntó Filion mientras sujetaba las riendas con fuerza.
-Se lo habrá dicho algún pajarito en la posada, ¿qué más da? ¡Tú limítate a correr!
-Nos... ¡nos van a alcanzar! –Exclamó Érica-. Sus caballos son más rápidos...
Sartash lo sabía. Sabía que no tenían posibilidades de huir, pero necesitaba ganar algo de tiempo para idear un plan. Cada minuto era de oro.
Entonces empezaron las flechas. La primera pasó cerca de la cabeza de Filion, pero no logró dar en el blanco. La segunda tuvo que desviarla Érica con la espada, El resto se consumieron en el aire, sin más.
-¡No malgastes tus fuerzas, niña! – La advirtió Sartash-. ¡Haz un hilo a la altura de las patas de los caballos!
La muchacha obedeció. La cuerda de fuego emanó de su dedo índice. Al menos tres de las bestias cayeron al suelo doloridas, con sus jinetes incluidos. Otra más huyó espantada.
Sartash reprimió un gesto triunfal. Aún quedaban veinticinco, que avanzaban hacia ellos incansables. Deidri trató de crear un segundo hilo, pero esa vez los jinetes no cayeron en la trampa y les ordenaron a sus caballos que saltaran.
En cuestión de minutos los tuvieron delante, cortándoles el paso.
Érica agitó la espada con rapidez. Para cuando Demian y Filion desenvainaron, la joven ya tenía el arma clavada en el pecho de uno de los caballeros.
Hubieran podido salir airosos con doce rivales menos, pero la diferencia numérica era abrumadora. Por mucho que se empeñaran en luchar, no tardarían en caer.
-¡Deidri, huye! -Ordenó el clérigo.
-¡No voy a dejar a mi hermana aquí!
-¡Niña, hazme caso! ¡Eres útil solo cuando puedes chamuscar soldados sin quemarnos a nosotros también, así que huye!
La muchacha miró a su hermana un momento, como esperando que dijera algo para que el anciano se callara. Pero Érica no pudo darse cuenta. Trataba de defenderse de los ataques de tres enemigos que se cernían sobre ella.
Entonces, sin motivo aparente su caballo salió disparado en dirección a las montañas. Jamás se daría cuenta de que Sartash había golpeado el muslo de su montura con su bastón. Ni de que eso la salvaría la vida.
-"Estará bien" –pensó-, "o al menos, mejor que aquí. Si está sola podrá desplegar todo su poder. Con nosotros cerca, sólo la estorbamos... y no necesitamos más peligros cerca"
De inmediato, diez de los jinetes corrieron tras ella, ante la desconsolada mirada de Érica, que acababa de darse cuenta de que su hermana no estaba.
-¡¡¡Dei!!! ¡¡¡DEIIII!!!
-¡Érica! -La llamó el clérigo- ¡Ella puede defenderse!
-¡No! Es una niña, es...
El sonido de su espada chocando con otro acero la distrajo por un momento. Trató de buscar con la mirada a sus compañeros. El clérigo cabalgaba en círculos, tratando de no enzarzarse en combate. Filion se defendía a la desesperada de cinco jinetes, mientras esgrimía sus dos espadas. Ella hacía lo propio con otros cinco. Y Demian... Demian había desaparecido.
-¿Acaso ha... huido?
Aquel momento de duda fue fatal. Notó cómo una espada atravesaba su hombro. Con un grito de dolor, respondió con un golpe dirigido contra el cuello del jinete. Su cabeza cayó en el acto.
Entonces, vio como Filion se alejaba unos metros y desmontaba.
-¡¡Eeeeeh!! -Gritó-. ¡Es a mí a quien queréis! ¡Yo soy el avatar!
Todos se giraron hacia el tharen. Sartash no necesitó más para comprender los planes de su amigo.
-Érica, huiremos hacia el sur. Es nuestra última oportunidad.
Sólo cuando se dio cuenta de que había llamado a la muchacha por su verdadero nombre, supo que estaban perdidos.

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Liga ociosa de supervillanos matagatitos.

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Psyro

Índice en el primer post. Actualizo cuando me vayais diciendo.

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Khram Cuervo Errante


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Gagula

Me he leído los capítulos más antiguos, y el prólogo no me gusta mucho, la verdad. Demasiada información para mí. Más que ir metiéndome en la historia, se me hacía un resumen de los personajes. Lo posterior sí me ha ido enganchando. Menos mal, porque si no, qué sufrimiento  :lol:
Sé Libre
"Y sin embargo, amor."()
Sapere Aude. (H)

Psyro

Digamos que tenía 16 años cuando acabé el prólogo :lol:

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freedom fighter

Bueno, ya me he leído los primeros capítulos y el prólogo y están bastante bien. La trama es interesante y está bien escrito, sólo destacar un par de errores:

Desde mi punto de vista cambiaría la medida kilómetros por millas, pies o medidas parecidas, pues kilómetros resta epicismo al relato.

Hay un par de faltas en el primer capítulo. Un "este" que debería ir acentuado, dos o tres "solo" que deberían ir también acentuados (creo, vaya. Que hay algunos que cuesta discernirlos xD). Y un detalle, en el prólogo nombras a una de las chicas "Érica" mientras que en el primer capítulo lo haces como "Erica" (sin tilde).

A parte de eso, te animo a seguir escribiendo y/o posteando xD

Psyro

Lo de los kilómetros me lo he planteado alguna vez, pero es que me parece una chorrada. En todo caso me inventaré algún sistema alternativo, porque si quito los kilómetros no va a ser para meter millas. De todas formas lo revisaré. que creo que en capítulos futuros cambio el sistema.

Lo de la Erica sin tilde es porque el botón de reemplazar de word me vacila. Los "solo/sólo" solo se acentúan en caso de ambigüedad, así que están bien. Revisaré los "este".

Gracias por comentar ^^

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