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Stalin invita a sus opositores a comer en unas nuevas marisquerías llamadas "Gulag". No hay razones para sospechar nada raro.

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Buen Puerto

Iniciado por Reactive, 22 de Septiembre de 2009, 23:22

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EPI el Anonimo

BIEEEN Reactive ha vuelto!!!!

Me encantan los tres primero párrafos ("Las Voces del Futuro"), pero tampoco hay mucho más que decir.
Saludos,
EPI el Anonimo

De Vacaciones

Como Escribir una Novela
Recuerda que el Mafia es sólo un juego
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Cita de: Calabria en 02 de Junio de 2010, 13:27
Nah, es curiosidad científica. Ya sabes, para estudiar al homo semper erectus

Wind_Master

Acabo de encontrar un pequeño fallo, Reactive.

CitarMiró por última vez a su guardia personal, lesonrió
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<- Este huevo dragón es legendario

Reactive

El palacio era suntuoso. Realmente no era un palacio, si no una de las casas del Barrio de la Esperanza. Pero es que, en cualquier parte del mundo, las casas del Barrio de la Esperanza pasarían por palacios sin ningún problema. La planta baja era enorme, con un salón que sería cuatro ó cinco veces más grande que su oficina en el Barrio Portuario, que no era pequeña. Después del primer salón había otro, algo más pequeño, y además había una terraza también enorme, que daba a un jardín precioso con un estanque e hileras y más hileras de flores. En el primer salón parecían estar todos los invitados cuando Eunán llegó. Había sillas, sillones, algunas mesas para sentarse y charlar y algunos entretenimientos, como lo que parecía ser un cuentacuentos subido a un estrado en el fondo del salón. En el siguiente salón estarían las mesas para comer, y en la terraza... Pues más de lo mismo. Tampoco se podían hacer demasiadas cosas en estas fiestas.

Una mujer preciosa y con menos ropa de lo habitual se paseó a su lado y le ofreció una bebida que tenía muy buena pinta. Eunán la rechazó, pero se sirvió un buen vaso de agua fría. Casi estaban en invierno, pero el calor en Undistaíra nunca descansaba. La temperatura no era la misma que cuando Eunán llegó a la Colonia tres meses antes, pero seguía siendo más alta que la de Ivhen en verano. Eunán seguía teniendo que vestir con las ropas más fresquitas que tenía para evitar empezar a sudar.

Y ahora, con todo el mundo alrededor, seguramente haría más calor. Suspiró y se adentró en el salón. Al poco se comenzó a cruzar con conocidos: primero Neir Fa'Rikné y Sunú Fa' Sunú, comerciantes del mercado de piedras preciosas; después Anut Né, el dueño de varias galeras de carga que solía alquilar a los comerciantes necesitados; y así un sinfín de rostros familiares.

Entre todos ellos apareció el de Coryn Assym. Una pequeña seña bastó, y los dos se encontraron en la terraza, que aún estaba vacía. Coryn vestía como el político que era: una larga túnica blanca rematada de dorado en los puños y el cuello y de plateado en los bajos. Era la elegancia personificada; además, había que unirle su imponente altura y una planta envidiable. Tenía un gran futuro.

– ¿Todo bien? – preguntó Coryn, sosteniendo una copa elegantemente. Eunán asintió –. No esperaba encontrarte por la fiesta, Hus... Eunán – se corrigió –. ¿Qué haces aquí?
– Negocios – contestó Eunán –, exactamente lo mismo que tú –. Dio un trago a su vaso de agua –. ¿Atherr no te comentó que vendría?
– Hace un par de semanas que no hablo con Atherr –. Eunán asintió, mirando hacia atrás por si alguien les observaba. Nadie –. ¿A quién vienes a observar?
– A Zyruk, por supuesto. No podía perdérmelo.

– ¿Cómo va el oro?
– Bajo control. Por eso vengo a vigilar a Zyruk –. Coryn entrecerró los ojos.
– Ten cuidado, Eunán – le advirtió Coryn – No hago más que oír cosas malas de ese tipo. Ten a Ainesá preparado.
– Ya está al acecho – le tranquilizó Eunán –, aunque espero no tener que usarle por el momento.

– Por cierto, Hus... Eunán.. Necesitaré capital.
– ¿Cuándo?
– Para la próxima luna llena como tarde.
– ¿Cuánto?
– Unos cinco mil arkisks.
– Coméntaselo a Atherr. Lo tendrás en tu casa el mismo día que lo tenga registrado –. Coryn asintió, agradecido. Después se terminó lo que quedaba en la copa y miró al cielo durante unos instantes.

– Me encanta este sitio, Eunán – murmuró –. Lo prefiero cientos de veces al frío Norte. Aquí hay vida siempre.  ¡Siempre! – Respiró profundamente y después suspiró –. Volvamos al trabajo. Ya hablaremos, Eunán –. Eunán se despidió con un simple gesto.



Las conversaciones se sucedían una tras otra. Que si qué tal la familia, que cómo van los negocios, que si os habéis enterado del ataque pirata a no sé dónde, que si disturbios en el Barrio Espinoso... A Eunán estas fiestas le aburrían. Llevaba ya hora y media allí y no había hecho aún nada provechoso. Bueno, había hablado con Coryn. Y también había detectado a Ainesá por allí, pululando entre las sombras del jardín. Sabía que Serym estaría por allí, y también Saburmo, como buenos mercaderes que eran, el uno de las joyas y el otro de los muelles. Pero aparte de estos avistamientos, la tarde no había sido muy provechosa hasta el momento. Pero prometía mucho.

Eunán se armó con otro vaso de agua más y se zambulló entre la maraña de gente. Decidió que haría todo el trabajo en una hora para poder emplear todo el resto del tiempo en observar a Zyruk. Habló con varios oficiales portuarios y deslizó un par de monedas discretamente para garantizar la seguridad de sus envíos. Después habló con el vendedor de carros oficial de la ciudad y acordó la compra de otros veinticinco; inmediatamente después se hizo con sus respectivos animales de carga tras algo más de media hora de intenso regateo. Sin apenas pausa, se dirigió al encargado de las entradas para el partido de Sa-San de la semana siguiente y consiguió unas cuantas de las más caras.

No es que fuera el más apasionado de los aficionados al Sa-San, ni mucho menos. Pero Undistaíra era así: había que aparentar. En la colonia más corrupta de Avadur, y tal vez en el ambiente más podrido de toda Bardha,  aparentar era necesario. Y sobornar. Y amenazar. Y cualquier cosa. Por eso tantos mercaderes, políticos y demás personajes importantes de la vida pública Undistakiana acudían cada semana al Estadio de la Paz y la Lealtad y fingían que prestaban atención al juego:  porque a la gente le gustaba pensar que el Sa-San los igualaba a todos, que tanto los ricos como los pobres disfrutaban de lo mismo. Y los mercaderes les seguían el juego, porque lo único que perdían era comodidad: en vez de hacer negocios en sus casas, los hacían en los asientos reservados del mayor recinto deportivo de Avadur.

Al menos Eunán sí que sabía de qué iba el juego. Competían ocho hombres por equipo. El objetivo era meter una pelota de piel por unos aros de una altura de más o menos hombre y medio. Pero las reglas eran duras: se podía pegar, interceptar, empujar o agarrar al hombre del balón sin miramientos, aunque apenas se podía tocar a los que no lo llevaban. Era bastante frecuente que dos o tres jugadores de cada equipo acabaran el partido lesionados y teniendo que ser sustituidos, y no la noticia de la muerte de un jugador durante un partido no era un motivo de sorpresa. En semejantes deporte, el físico marcaba las diferencias, además de la inteligencia; justo lo que tenía Sahun Fa'Sahé, uno de los compañeros de Eunán en la misión. Tal era la importancia del Sa-San en Undistaíra que un infiltrado en el deporte podría influir en la opinión pública si la gente le apreciaba lo suficiente.

Así era Undistaíra.

Y a Eunán le gustaba. Le gustaba el frenesí de una ciudad en la que nunca había nada que se solucionase sin cientos de contratiempos. Le encantaba el juego de segundas, terceras y cuartas intenciones detrás de cada palabra. Le maravillaba la cantidad de oportunidades que un ambiente así ofrecía para el que fuera capaz de aprovecharlas. Y le empezaba a coger gusto al soborno y la amenaza y el chantaje y lo que hiciera falta.

Concluyó sus gestiones en la fiesta tras negociar un pequeño contrato para la compra de oro procedente de Ivhen con un comerciante menor al que conocía de su estancia en la nórdica colonia Eari. A partir de ahí, Eunán se centró en Korja Zyruk. Empezó por localizarle. No fue complicado: era el centro de atención de la fiesta. Ni siquiera tuvo que preguntar. Valía con escuchar las conversaciones de alrededor.

Korja estaba tumbado de lado en uno de los cómodos sillones del salón. Era un hombre imponente físicamente pese a no ser demasiado alto. Era ancho de hombros, con cejas enormes y una poblada barba negra que le cubría la mitad de la cara. Sus casi cuarenta años se notaban en unas incipientes canas y unas ligeras arrugas en las mejillas y la frente que le daban un aspecto más peligroso aún. Una cicatriz recta horizontal adornaba su frente, y, debajo de ella, unos ojos arrogantes, altivos y muy observadores no perdían detalle de todo lo que sucedía a su alrededor.  La mayor parte de los invitados todavía estaban de pie, charlando animadamente entre ellos, aunque muchos estaban posicionados en torno a Zyruk, disimulando que hacía otras cosas pero realmente estando mucho más atentos a él que a sus interlocutores. Al lado de Korja, otro número de mercaderes charlaban animadamente. Gritaban altísimo, insultaban y hablaban como querían, hacían lo que les daba la gana. Cuando una de las camareras les ofreció bebidas, uno de los compañeros de Korja le arrebató la bandeja de las manos, la depositó en una mesa bajita y forzó a la chica a sentarse sobre sus piernas, ante los vítores de todos los demás. Seguidamente, Korja y otro mercader le desanudaron las ya escasas prendas que cubrían sus pechos, dejándola desnuda de cintura para arriba. La chica pareció intentar soltarse durante un momento, pero desistió al poco. Los tres hombres comenzaron a manosearla de arriba abajo lasciva y lujuriosamente, mientras el resto animaba, vitoreaba y aplaudía.

Eunán frunció el ceño levemente. También ésa era Undistaíra. No todo podía ser bueno.

Observó a Korja Zyruk durante otro buen rato, mirando sus gestos, tratando de escuchar sus palabras, tratando de entender cómo pensaba y cómo actuaría en otras situaciones. Le vio hablar con sus amigos, le escuchó negociar con otros mercaderes, le observó mientras ordenaba a sus gregarios que hicieran esto o esto otro. La verdad es que parecía ser un hombre de lo más corriente para ser de Undistaíra. Y, sin embargo, había cosas en sus gestos...

Zyruk mandaba. Y mandaba de verdad. Es decir, se le tenía un respeto no reverencial, sino casi demente. Nadie cuestionaba lo que hacía o decía Zyruk, ni abiertamente ni de ninguna otra manera. Nadie cuchicheaba a sus espaldas. Y a él le encantaba. Cada vez que ordenaba algo, sus ojos brillaban al ver que se cumplía sin rechistar, fuera cual fuese la demanda. Su sonrisa no era nada tranquilizadora: era siniestra, dura, peligrosa, incluso sádica. Poderosa.

Eunán torció un poco el gesto y se alejó del gentío un momento. Salió al jardín, y se dirigió a una esquina. Allí esperaba, en la oscuridad, Ainesá. El jardín estaba bastante vacío: un mago estaba empezando una función en el salón, y la mayoría de los invitados estaban allí. Los que permanecían fuera no se sorprendieron. Al fin y al cabo, ellos estaban haciendo lo mismo: hablar con personajes de los barrios bajos y encargarles trabajos sucios.

Era otra más de las gestiones habituales en la colonia.

– ¿Ocurre algo, Hussin? – preguntó Ainesá, desde la oscuridad. Eunán esbozó una sonrisa a medias entre la melancolía y la diversión, y le miró largamente.
– No cambias, ¿eh? – se echó a reír. Ainesá permaneció inmóvil –. No serviría de nada decirte que me llamo Eunán Fa'Hael, ¿no?
– No – contestó escuetamente el asesino.

– Lo suponía – dijo Eunán. Hubo una ligera pausa –. Bueno, a lo que vamos. Tengo un encargo que hacerte –. Los ojos de Ainesá centellearon durante un breves momento.
– Zyruk – afirmó más que inquirió. Eunán asintió.
– Sí, Zyruk. Pero tómatelo con calma, Ainesá. No quiero que le mates aún. Quiero que le observes. Quiero que le sigas, que le persigas. Quiero que no te pierdas ni uno solo de sus gestos. Su vida tiene que serte más familiar que la tuya. Quiero que seas su sombra –. Ainesá torció el gesto ligeramente. Eunán levantó las cejas –. ¿Algún problema?
– Tienes a tus informadores para esos trabajos. Yo no he venido para espiar – le espetó el asesino, poniendo especial énfasis en la palabra 'espiar'.

– Te equivocas, Ainesá. Primero, porque te necesito. Mis informadores no son de fiar; tú, en cambio, tienes mi total confianza para este trabajo tan importante. Y segundo – prosiguió Eunán, pausando brevemente y hablando en tono amenazador, como sólo un antiguo miembro del Clan Tyasri podría hacerlo –, tú has venido aquí para hacer lo que Atherr y yo te pidamos, no lo que tú quieras –. Ainesá inspiró profundamente, a punto de hablar, pero se contuvo –. ¿Ha quedado claro?
– Sí, Hussin – contestó Ainesá, con alguna reticencia aún –. Así que observarle, ¿no? – Eunán asintió –. De acuerdo. Te iré informando cada semana o así. Y si tengo algo interesante te dejaré un aviso.

Con esas palabras se despidió. Trepó el muro del jardín con agilidad y sigilo, y desapareció entre las calles Undistakianas como el gato negro que muchas veces Eunán pensaba que era.


Khram Cuervo Errante

Tengo que releerlo, sin duda. Pero yo no pondría los gentilicios con mayúsculas...

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Wind_Master

Cada vez se va poniendo más interesante ^^
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<- Este huevo dragón es legendario

master ageof

Perfecto, Bardha continua.
Debo decir que manejas muy bien el lenguaje, así como las situaciones de espionaje y ese mundo. El capítulo mantiene el interés hasta el final.
Poco a poco vas introduciendo a nuevos personajes, y empiezo a estar deseoso de que empiece a haber follón xD
Aquellos pueblos que olvidan su historia... golpe de remo

Blood

Me encantó, me parece interesantísimo.

Y como dicen por arriba, con ganas de que empieze el movimiento.
En contra del uso de corbatas xD


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