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Comunidad CientoSeis => Literatura => Mensaje iniciado por: Psyro en 06 de Mayo de 2009, 20:25

Título: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Psyro en 06 de Mayo de 2009, 20:25
Pues nada, que me he animado a colgar mi novela a cosa de dos capítulos por semana. Estoy intentando publicarla, así que ya avisaré de cualquier novedad.

Obviamente...

Esta obra está bajo una licencia Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 de Creative Commons. Para ver una copia de esta licencia, visite http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/3.0/ o envie una carta a Creative Commons, 559 Nathan Abbott Way, Stanford, California 94305, USA.

Aparte, ya ha sido registrada como toca en el RPI.

...así que la cuelgo aquí en exclusividad. Hale, voy a ello.

Ah, aviso, los capítulos van en plan Canción de Hielo y Fuego o El círculo de Fuego (que es de dónde saqué la idea, irónicamente). Es decir, cada uno, salvo el prólogo, está desde los ojos de una persona distinta.

INDICE

Prólogo (http://www.cientoseis.es/index.php?topic=14225.msg214388#msg214388)
Filion (http://www.cientoseis.es/index.php?topic=14225.msg214395#msg214395)
Garret (http://www.cientoseis.es/index.php?topic=14225.msg220107#msg220107)
Ailen (http://www.cientoseis.es/index.php?topic=14225.msg220111#msg220111)
Sartash (http://www.cientoseis.es/index.php?topic=14225.msg325613#msg325613)
Demian (http://www.cientoseis.es/index.php?topic=14225.msg325614#msg325614)
Ailen (http://www.cientoseis.es/index.php?topic=14225.msg325616#msg325616)
Filion (http://www.cientoseis.es/index.php?topic=14225.msg325617#msg325617)
Hans (http://www.cientoseis.es/index.php?topic=14225.msg325618#msg325618)
Garret (http://www.cientoseis.es/index.php?topic=14225.msg325923#msg325923)
Demian (http://www.cientoseis.es/index.php?topic=14225.msg325925#msg325925)
Ailen (http://www.cientoseis.es/index.php?topic=14225.msg325926#msg325926)
Hans (http://www.cientoseis.es/index.php?topic=14225.msg325929#msg325929)
Sartash (http://www.cientoseis.es/index.php?topic=14225.msg325930#msg325930)
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Psyro en 06 de Mayo de 2009, 20:27
Prólogo


La luz apenas lograba atravesar las frondosas copas de los árboles que formaban el bosque de Akneth. Aquel era sin duda un lugar único, donde el pasado y el presente se unían para hacerse uno, donde las leyendas parecían cobrar vida. Y por mucho que eruditos y estudiosos de todas las clases rieran ante tales afirmaciones, Akneth se alzaba, desafiante, como devolviendo la carcajada. Sin duda, la leyenda negra de este antiguo rincón había crecido en gran medida gracias al pueblo, pues pocas cosas son más agradecidas en una taberna que un viajero con una buena historia y monedas que gastar en cerveza.

Sin embargo, la fama del bosque no se debía sólo a la difusión de estos cuentos. Era innegable la sensación de que los árboles albergaban algo más que pájaros y lobos, algo tan oscuro que hacía que los caballos se sintieran poco dispuestos a atravesar la foresta. Aunque hacía siglos que las caravanas de comerciantes no cruzaban por allí, no pocos los viajeros que, desoyendo al sentido común, se habían perdido en el intrincado laberinto de ramas por intentarlo. Incluso los abrathianos provenientes del sur, cuya larga tradición como mercaderes les había dado fama de ser capaces de vender "hasta agua al mar", según rezaba un refrán athoriano, preferían rodearlo.

Con todo, Érica había decidido que prefería cruzar sin los caballos antes que perder el tiempo trazando círculos. Y cuando la joven decidía algo, poco podían hacer sus compañeros.

Pero por fortuna para ellos, contaban con la extraordinaria vista de Filion, característica de los de su raza. Los tharen de Isdar no se diferenciaban demasiado del resto de los hombres. Aunque algo menos robustos que sus congéneres de ciudad, el haberse habituado a una vida en los bosques les había dotado de mayor agilidad y unos ojos tan hábiles que resultaba difícil escapar de su alcance. Con todo, el único rasgo físico que permitía distinguirles con efectividad eran sus orejas, un tanto puntiagudas en el extremo superior.

Filion caminaba despacio, buscando el trayecto más corto hacia la salida. En otras circunstancias, la marcha le supondría mucho menos tiempo y esfuerzo; después de todo, los suyos habitaban Isdar, el mayor bosque del mundo, desde que el mundo era joven. Sin embargo, ahora avanzaba con más cuidado del habitual. Un solo descuido podía suponer el riesgo de perder de vista a alguno de sus compañeros. Y además, Akneth no se parecía en nada al bosque blanco que le vio nacer.
Por detrás de él caminaba Érica, aferrando su espada con una serenidad sorprendente para sus diecinueve años. Y tras ella, su hermana pequeña, Deidri. Pese a la diferencia de edad, las dos muchachas guardaban un gran parecido. Ambas tenían el pelo rubio, como toda su familia paterna, y los delicados rasgos de su madre. Solo que ellas no lo sabían, salvo por los comentarios que habían ido oyendo en boca de viejos amigos de sus progenitores. Sólo un puñado de personas, entre las que se encontraron las hermanas y su nodriza, lograron salvarse del devastador incendio que asoló el castillo que las vio nacer, cuando la menor no tenía ni un año cumplido.

Desde entonces vivían a cargo de su tío, quien las acogió sin dudar al recibir la noticia de la muerte de su hermano. Puesto que no tenía vástagos propios pese a haber contraído matrimonio en más de una ocasión, pronto pasaron a serle tan queridas como si fueran suyas. Habían recibido la educación que se esperaba de dos jóvenes nobles de su clase: nada menos que las herederas de Lord Barthor, "Soberano de la provincia de Darnia en nombre de su majestad, Wilhem II de Athoria", tal y como rezaba su título. Con la salvedad de que Érica pasó más horas de su infancia con una espada en la mano que con una aguja.
Es como su padre -solían decir todos-. Igual de valiente y testaruda.
Hasta tenía sus mismos ojos verdosos. Los de la pequeña, de un marrón casi cobrizo, guardaban más semejanza a los maternos. Y, como si aquello fuese un reflejo del carácter de las muchachas, también poseía el aura de encantadora inocencia que no abandonó a su progenitora ni en la adultez.

Cerrando la comitiva iba Sartash, el clérigo que se encargó de buena parte de su educación en el castillo igual que hiciera años atrás con lord Barthor, por mucho que le pesara tanto al maestro como a la mayor de las pupilas. La única razón que empujaba a Erica a soportarlo era su deplorable costumbre de llevar la razón en todo, y la inexplicable confianza que su tío depositaba en él.

Y la única razón que le obligaba a él a soportar a la joven era una promesa formulada una tormentosa noche de invierno, en la que tenía más cerveza que sangre corriéndole por las venas. El tío de las muchachas había sido pupilo suyo largos años atrás, y aunque Sartash dejó la profesión de docente cuando las chicas crecieron, a menudo solía llamar a su viejo maestro para pedirle consejo. No obstante, sabía que la única forma de convencerle para guiar a sus sobrinas en el viaje era emborrachándole, pese a que el anciano tuviese, en teoría, la obligación de obedecer al amo del castillo. Cuando el clérigo despertó a la mañana siguiente, felicitó a su señor y amigo por haberle engañado. Después le golpeó las piernas con su bastón "por no respetar las canas".

Y ni la oposición de la joven heredera ni su intentona de salir del castillo antes de lo previsto para que el anciano no las siguiera sirvieron de algo. Cuando ya creía haberse librado de él, apareció en el camino con una sonrisa triunfal y un brillo en los ojos que parecía decir "Fastídiate ogro, sabía que lo ibas a intentar". A ella la sacó de quicio. Podía haberse quedado en la cama. Se hubiese evitado acompañarlas, que era lo último que le apetecía en el mundo, y hubiese tenido una excusa perfecta para ello. Pero decidió que fastidiarla era mucho más divertido.

A ella y a todo el mundo. Hasta se reía de los otros clérigos, llevando esa túnica negra que no se quitaba salvo para lavarla. El blanco, el marrón y el rojo eran los colores que siempre habían caracterizado a los miembros de la Orden, al menos en Athoria. A él, si no fuera por el medallón que le colgaba del cuello, cualquiera podía tomarle por un bibliotecario.

Filion se detuvo. Ahora se encontraban frente a un pequeño lago. Tras más de un día de estancia en el bosque, los árboles parecían por fin desaparecer a su alrededor, permitiendo que el sol iluminara el paisaje. Todos tuvieron que apartar la vista o protegerse los ojos con la mano, acostumbrados como estaban ya a la oscuridad de Akneth.

-Qué extraño. Según mis cálculos, el bosque debería continuar dos kilómetros al sur. Pero ya no hay más árboles.
-Claro, orejas picudas -le llamó Sartash-. Fíjate bien.

El tharen dirigió su mirada hacia el horizonte. La luz le daba de cara, aunque no era un problema para los tharen, acostumbrados a la luz del bosque de Isdar. Consiguió vislumbrar los altos muros de la ciudad, que se erguían a pocos kilómetros de distancia. Una enorme explanada carente de vegetación era lo único que les separaba de su destino. Eso y el diminuto acuífero, bordeado por decenas de tocones de madera.

-Lo han talado -pronunció, apretando el puño-. ¿Para qué pueden querer...?

Por cada tronco dañado, un hueso roto. Esas palabras constituían el único cartel de bienvenida del reino de los tharen en Isdar, y resumían a la perfección la opinión sus habitantes acerca de los leñadores.

-Filion -le llamó Érica, mientras apoyaba su mano en el hombro del interpelado-. No tenemos tiempo. Pronto se pondrá el sol y debemos llegar a la ciudad antes de que eso ocurra.
-La muñeca rubia tiene razón. Con lamentos y maldiciones no vas a conseguir nada, orejas picudas, así que puedes quedarte aquí plantando hierbajos o seguirnos -proclamó el clérigo, mientras se dirigía hacia las murallas, cojeando como siempre.
Érica dirigió a su amigo una mirada de soslayo y corrió tras Sartash, mientras el tharen meditaba, cabizbajo.

Entonces notó cómo una mano agarraba la suya. Filion se giró para contemplar a Deidri. La joven le dedicó una sonrisa y empezó a andar, llevando a su compañero consigo sin permitirle siquiera una protesta. En el fondo, tenía el mismo don que su hermana para hacerse obedecer, aunque era algo más instintivo. La pequeña poseía una dulzura natural que no podía compararse al genio de la mayor.

-"Mejor" -se dijo Filion. No quería imaginarse a Deidri enfadada.
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Psyro en 06 de Mayo de 2009, 20:33
Filion


Los muros de Akneth, diseñados por los mejores arquitectos de su tiempo, se alzaban majestuosos, como retando al cielo. Su estructura era sólida y, pese al paso de los siglos, parecía en perfecto estado. No en vano, la ciudad se vanagloriaba de no haber sido tomada nunca. La enorme puerta de entrada, ante la que se encontraban brillaba bajo el cielo azulado, con los estandartes rojos mostrando unos lobos que parecían abalanzarse sobre ellos al ondear al viento. Deidri atravesó el umbral con aire alegre. Podían verse ya las concurridas calles, abarrotadas de vendedores e ilusionistas. Parecía que la ciudad entera estaba celebrando algo.

-Lo había olvidado por completo -se lamentó Érica-. Son las fiestas de primavera. Nos va a ser difícil encontrar un sitio donde... ¡Deidri, ven aquí!

La muchacha obedeció. Se había dejado seducir por ese aire festivo y estaba a punto de adentrarse aún más entre la multitud.

-Perdona Eri. Sólo quería verlo todo más de cerca
-Está bien, pero no te alejes de nosotros.

El grupo avanzó entre la agobiante multitud. Montones de personas se abalanzaban sobre la hilera de puestos donde los comerciantes vendían sus productos, por lo general a un precio desorbitado. La alegre música de los artistas callejeros sonaba por toda la ciudad. Resultaba imposible que alguien estuviera pasando un mal rato en esa situación. Y sin embargo...

Filion sabía que aquellos sonidos se clavaban en la mente de Sartash como si fuesen aguijones. El clérigo no acababa de comprender cual era la emoción que podía suscitar un tipo con la cara pintada haciendo el ridículo, tal y como le había expresado al menos un centenar de veces. Según él, ilusionistas al menos tenían algo de mérito pero... ¿esos bufones cantarines?

-Deberíamos ir buscando un sitio donde pasar la noche -sugirió, si bien empleó un tono que se asemejaba más a una orden.
-¿Con todo este lío aquí montado? -murmuró Filion -Va a ser difícil.
-Perdone -dijo Érica, dirigiéndose al encargado de uno de los puestos-. ¿Sabe de algún lugar donde pasar la noche?
-Mtrifsca voyan dem nitiebscy -contestó este, tendiéndole un puñado de pulseras de cuero-. Quirien deft

El clérigo trató de contener la risa mientras el mercader abrathiano los miraba sin comprender. Ella los ignoró, y le repitió la misma pregunta a un segundo vendedor con aspecto más local.

-Claro preciosa. Tú puedes pasar la noche conmigo si quieres.

Ahora sí, Sartash tuvo que hacer un enorme esfuerzo para no prorrumpir en carcajadas. Filion tuvo que sujetarla con fuerza para evitar que la muchacha le atizara un puñetazo en la nariz. Lo que el tharen no sabía era si pensaba darle al vendedor o al clérigo.
Indignada, se alejó de allí con las risas sonando aún en su cabeza. Sin embargo, pronto se detuvo. Apenas había dado media decena de pasos cuando percibió que la multitud se encontraba rodeando a dos hombres. Filion se acercó también a curiosear, aunque no necesitó aproximarse demasiado para contemplar la escena.
El primero de ellos parecía un guardia. Su rostro era hermoso, pero tenía una expresión de superioridad que le hacía parecer repulsivo. Era alto y ancho de hombros, y vestía una espectacular armadura sobre el uniforme rojo de los soldados de Akneth con el escudo de la ciudad, una cabeza de lobo, grabado en el pecho. Esgrimía además una espada adornada con joyas en la empuñadura. Era, a todas luces, un equipo bastante caro, sobre todo en comparación al de su oponente. Debía de ser capitán de la Compañía Roja como mínimo.

El "hombre" que tenía enfrente, pues no debía de ser mucho más mayor que Deidri, vestía ropas modestas y manchadas de hulla y ceniza. Tenía el pelo oscuro, lo que contrastaba con sus ojos, de un color verde claro. Lo más seguro es que fuera herrero. Aún así, aquellos brazos parecían habituados a trabajos mucho más ligeros que los de la forja. Su "arma", pues casi era una broma al lado de la de su rival, temblaba en el brazo de su portador. Filion pensó que aquel acero mal templado debía de estar a punto de salir huyendo de allí, y era probable que los demás presentes opinaran igual.

Pero los demás presentes no tenían la vista de un tharen. Se fijó en sus ojos, al principio con curiosidad. El color era bastante similar al tono de los de Erica. Luego notó en ellos una chispa que no supo describir. ¿De verdad estaba tan nervioso como les hacía creer?

-¡Muchacho! -gritó el guardia-. No veo necesidad de teñir el suelo de sangre. Si lo que quieres es morir, inscríbete en el torneo de mañana y deja a esta buena gente seguir con sus compras
-¡Retira lo que has dicho!
-Hijo... -La mano de un hombre que acababa de salir de entre la multitud, quizá su padre, se posó en su hombro-. No es importante, por favor, vayámonos -dijo, con un brillo de tristeza en sus ojos.
-¿Vas...? ¿Vas a permitir que nos insulte?

Érica estaba tan concentrada en la contienda que no se dio cuenta de que sus compañeros se hallaban ya detrás de ella. Siempre le había interesado más esgrimir una espada que oír cuentos en los que eran otros quienes luchaban. Filion sonrió para sí al reparar en el interés que ponía la muchacha en aquella discusión. En parte, era bastante responsable de su gusto por el acero. Después de todo, fue su primer rival.

-Maldito crío, haz caso a tu padre
-Lo haré si pides disculpas.
-Se acabó. No sé quien te has creído que eres, pero esto no va a quedar así.

La multitud observaba horrorizada cómo el caballero cargaba contra el joven. Sólo unos pocos, que por su equipo adornado con el rojo de Akneth prometían no ser demasiado imparciales, animaban a los luchadores. Pero en contra de todo pronóstico, el muchacho esquivó el golpe. Apenas tardó unos segundos en reincorporarse y atacar al soldado. Este, sorprendido, a duras penas logró interponer su acero en el camino del de su rival.

Filion comprendió. No eran nervios lo que muchos creyeron adivinar en el temblor de su mano: era rabia. El chico sabía lo que hacía.
Ahora sí, la multitud prorrumpió en vítores. Lo que en principio parecía una lucha desigual estaba resultando ser mucho más entretenida. Solo el anciano padre del muchacho parecía estar pasándolo mal.

Una nueva embestida del caballero, ahora furioso, obligó al joven a hacerse a un lado con rapidez. La ferocidad del ataque fue tal que el guerrero no tuvo tiempo de frenarse. Algunos espectadores se apartaron entre gritos. Después se oyó un golpe seco, y la espada terminó clavándose en una de las vigas de madera que sujetaban la caseta de un mercader de Abrath.

-¡Acaba con él!
-¡Vamos chico, ya es tuyo!

El gentío aullaba y pateaba eufórico, mientras el fornido guerrero hacía acopio de toda su fuerza para desincrustar su arma con el mercader balbuceando a su alrededor una incomprensible mezcla de idiomas. No obstante, el muchacho no movió un solo músculo. Solo cuando su rival logró recuperar su espada, atacó. Algunos aplaudieron este acto. Otros estaban convencidos de que, o bien era imbécil, o bien quería morir ahí mismo.

-¡Vaya, este chico es un héroe! -bramó Sartash-. Igual de idiota perdido que todos los héroes, al menos.

El espectáculo continuó, con varias acometidas más por parte de los rivales. Ambos estaban ya exhaustos, si bien el cansancio era más acuciante en el joven. Puede que tuviera madera de espadachín, pero no llegaba ni de lejos a la experiencia de su rival. Y si había logrado a aguantar el desequilibrio de fuerzas era sólo porque su tamaño y la falta de armadura le daban una agilidad que el soldado no poseía. Con el tiempo, sin embargo, sus movimientos fueron volviéndose más torpes. Ante la última embestida del guerrero se vio obligado a retroceder, acercándose más al impaciente público.

Filion percibió un movimiento a espaldas del muchacho. Momentos después, dos enormes brazos se cernieron sobre el agotado herrero, sujetándolo con fuerza. El apresado intentaba liberarse, pero sus esfuerzos resultaron en vano. El tharen buscó con la mirada al culpable de la treta. No se sorprendió demasiado al descubrir a uno de los compañeros del soldado.

-Te pedí que abandonaras, niñato.
-¿Necesitas que te echen una mano para librarte de un niñato?
-Insolente...

Una mueca burlona afloró en el rostro del guerrero. La multitud abucheaba. Al menos, casi toda la multitud. Algunos hasta se atrevieron a arrojarle un par de pedradas, que rebotaron en la armadura sin demasiadas consecuencias. Pero nadie se mostró dispuesto a ayudar al joven.

-Voy a echarle una mano -anunció Erica.
-Y un huevo, tú te quedas aquí -la contradijo Sartash, agarrándola por el brazo antes de que llegara a desenvainar.
-¡Le va a matar! ¿Es que eres tan...?
-¿Tan qué? ¿Sensato? Perdona por no querer pelearme con toda la maldita guardia de la ciudad.
-No estamos solos.
-Lo estaremos cuando haya que buscar responsables. Y recuerda de quién eres sobrina. ¿No eras tú la del "paso de que nos escolten treinta caballeros, viajaremos de incógnito"? Pues quédate quieta y no llames la atención.
El soldado alzó la espada...
-Lo siento, pero no puedo dejarlo así -pronunció una voz femenina.

...el acero silbó al cortar el aire...

-¡No! ¡Quieta! -exclamó Filion, tratando de detenerla.

...y detuvo la estocada en el último momento. Alguien, una jovencita de cabellos rubios, había saltado desde la muchedumbre, interponiéndose entre ambos contrincantes. No llevaba arma alguna. Si el guardia no la hubiese visto a tiempo, le habría partido la cabeza en dos.

-¡Deidri! -gritó su hermana, sin creer lo que estaba viendo.

El tharen maldijo en silencio. Estaba tan centrado en la batalla que casi no tuvo tiempo de reaccionar. Para cuando se dio cuenta de que la muchacha se disponía a saltar al círculo, era tarde.

-Agarro a una, y se me escapa la otra, iros al cuerno -murmuró Sartash.
-No pueden hacerla daño -dijo Filion, tratando de calmar a Erica.
-Pero me temo que nuestro plan de pasar desapercibidos se ha ido al traste -insistió el clérigo.
-Pequeña, apártate -ordenó el soldado con un tono casi infantil-. No me importa acabar con la vida de ese insolente, pero si me viera obligado a matarte, mi pesar sería profundo.
-No voy a permitir que le toques -replicó la muchacha, sin perder la sonrisa.
-¡Hoy debe de ser el día de las causas perdidas y las muertes innecesarias y no me han informado! ¡Te doy una ultima oportunidad, niña! -exclamó. La muchacha no se inmutó. Tras unos segundos de espera, el guerrero estalló en cólera.- Como gustes.

La espada se dirigió contra el delicado cuello de la joven. La muchedumbre ahogó un grito, esperando ver el suelo teñido de sangre de un momento a otro. Pero eso jamás ocurrió. Antes de que el acero impactara contra su objetivo, el arma se tiñó de un color rojo vivo. Su portador tuvo que arrojarla al suelo con rapidez, entre gritos de dolor. Por el humo que brotaba, el puño de su espada parecía haberle abrasado la mano.

Pocos entendían lo que acababa de ocurrir. La joven ni siquiera se había movido. No había hecho nada por parar el golpe, al menos en apariencia. Y aun así, estaba ilesa.
Un segundo soldado saltó junto a su compañero. Por un momento, todos se olvidaron del herrero, que cayó al suelo agotado.

La muchacha dio un paso hacia delante, entre los gritos de los asombrados espectadores: sus manos estaban envueltas en llamas, pero no parecía dolorida ni asustada. Entonces todos lo comprendieron, y algunos comenzaron a correr sin esperar a la resolución del enfrentamiento.

-¡Es un avatar!
-¡Una enviada de los dioses!

El guerrero, aunque desalentado, se abalanzó sobre la muchacha. Deidri no se movió hasta que tuvo a su agresor lo bastante cerca. Entonces, una  columna de fuego brotó de sus manos para golpearle, arrojándole al suelo. Aún así, Filion estaba seguro de que la chica no tenía intención de herirle. Más que las llamas en sí, había empleado como arma el calor. La elegante armadura se había convertido en poco más que una bonita cacerola al contacto del fuego, y su portador sintió como si estuvieran cocinándole vivo. Entre lastimosos gemidos de dolor, lo que parecía ser una segunda arremetida se convirtió en un desesperado intento por zafarse de su defensa. Algunas risas se hicieron audibles cuando su piel afloró, toda roja y sudorosa y aumentaron de volumen ante la improvisada retirada de los soldados, en especial del que había quedado en ropa interior.

Una parte de la multitud estalló en aplausos y ovaciones. Otros huyeron asustados a ejemplo de los guardias, recordando las historias antiguas. Lo que era seguro, es que el plan de pasar desapercibidos se había ido al traste.
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Superjorge en 06 de Mayo de 2009, 20:58
el prólogo no cuenta como capítulo, quiero otro ><
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Khram Cuervo Errante en 06 de Mayo de 2009, 21:03
Yo ya la he leído...
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Psyro en 06 de Mayo de 2009, 22:53
se agradecen los comentarios, pero no voy a poenr demasiados capitulos a la semana porque así es difícil ponerse a leer un tochaco de tropecientas páginas
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: hyspano en 17 de Mayo de 2009, 20:46
Hola, quería preguntar por la ración de 2 capitulos de esta semana, que viendo que se acaba la semana y no se sabe nada, me he decidido a preguntar.

Sólo es curiosidad. Qué me va gustando y quería seguir leyendo la historia, si se va a seguir colgando; sino pues una pena, pero estás en tu derecho Psyro.

Saludos, Hyspano
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: master ageof en 17 de Mayo de 2009, 22:00
También yo leí esta parte.
Ya sabes que me encanta esta saga. Es genial que la continuaras y que ahora la vuelvas a postear.

Empecemos con los nombres. Creo que ya te lo dije antes, eres un hasha con los nombres. Son todos tan buenos, tan sonoros, tan identificativos.

En el terreno de corrección lingüística, reitero que está muy bien, aunque he encontrado un laísmo:
Citar-No pueden hacerla daño -dijo Filion, tratando de calmar a Erica.
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Psyro en 18 de Mayo de 2009, 01:15
Hombre master, gracias por señalarme los fallitos esos que está bien corregirlos. Lo habré leído como 2000 veces y siempre se escapa algo.

Mañana postearé dos o tres más. Quizá le meta prisa al número por semana porque algunos ya habéis leído los primeros
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Psyro en 18 de Mayo de 2009, 19:04
Garret



El rey dormía.
Wilhem II el grande había gobernado el reino de Athoria durante más de cincuenta años. Se le entregó la corona cuando no era más que un niño de quince. Un niño asustado, como todos en aquella época. Su padre Gregor, apodado "el cruel", muerto en extrañas circunstancias, dejó como heredero al hermano mayor de Wilhem, un muchacho huraño y enfermizo llamado Joseph. Pero aquel joven, lejos de inspirar confianza, se ganó el rechazo del consejo real, que no tardó en deponerle en favor de su hermano menor.

Wilhem fue nombrado rey casi por azar, en una época que todos prefieren mantener en el olvido. La época de los avatares. Pese a ello, el monarca logró sacar a Athoria de la pésima situación en la que se encontraba sumida. Fue él quien estableció de nuevo la división del reino en seis provincias para mejorar su administración y articuló las Compañías velando por la protección de sus súbditos. Quien animó a los suyos en la contienda. Quien la ganó.

No era extraño que la noticia de su enfermedad hubiese caído como un jarro de agua fría, pese a sus sesenta y siete años de edad. Quizá todos habían asumido que viviría para siempre.
Garret de la Casa Thandruin, al igual que la inmensa mayoría de los athorianos, no había conocido otro rey. El monarca ya ocupaba el trono de plata mucho antes de que él naciera.

Y ahora a él, como soldado de la Compañía Azul al servicio de su majestad, le había sido encomendada la misión de vigilar la entrada de los aposentos de Wilhem. A sus veintidós años. Cualquiera en su situación estaría orgulloso, y Garret Thandruin no era una excepción, aunque por motivos quizá algo distintos a lo que cabría esperar. A él no le preocupaba demasiado el honor ni la confianza. De hecho, se sentía incómodo si la gente volcaba en él demasiadas expectativas. Más bien era la facilidad con la que se desarrollaba su cometido lo que le llenaba de satisfacción.
Pasaba las horas frente a aquella puerta, impidiéndole el paso a quienquiera que pretendiese entrar. Sólo el príncipe Eduard podía ver a su padre, además del equipo de clérigos que velaban por mantener con vida al rey. El joven guardia pensaba que podía hacerse un ejército con todos aquellos viejos de túnicas marrones, blancas y rojas. Pero por fortuna para él, tanto el príncipe como los sanadores solían permanecer en la habitación todo el día, salvo cuando las responsabilidades del heredero le mantenían alejado de su padre. En ese caso, podía pasarse horas y horas sin aparecer, lo que no suponía ningún contratiempo para la labor de Garret.
Y a pesar de que el trabajo pudiese antojarse arriesgado, más idóneo para algún hombre de valor y destreza que pudiese garantizar la seguridad del rey, la realidad era bien distinta. Más que protector, uno diría que cumplía la tarea de cualquier portero. A nadie que no estuviese autorizado para entrar se le ocurría jamás ir a molestar. Y por supuesto, no debía de haber nadie en toda Athoria que quisiese lastimar al monarca... pero si así fuera, un grupo de no menos de diez soldados se encontraban siempre deambulando por el pasillo. De modo que el trabajo de vigilante consistía en limitarse a permanecer de pie en la entrada a la habitación del enfermo y soltar algún "Buen día, mi señor" cada vez que alguna persona importante cruzaba el pasillo.

Justo en ese momento, Garret notó cómo la puerta se abría a sus espaldas. Haciéndose a un lado pudo ver al joven lord Eduard. Le caía bien el príncipe. A veces se detenía a hablar un poco con el guardia. Sin embargo, hacía unos días que no le dirigía la palabra. Y no le culpaba por ello: sus obligaciones con el reino eran muchas y a eso había que añadir la preocupación que sufría por su padre.

-Buen día, mi señor -pronunció con toda su cortesía.

Su saludo fue contestado con un ligero movimiento de cabeza. Lucía un carísimo atuendo con el verde y el azul, los colores de Athoria, como motivo principal. Su frente, como de costumbre, iba ceñida con una diadema delgada de plata. Garret dedujo que iba a otra de esas fiestas que los nobles del castillo celebraban en honor del rey para pedir por su pronta recuperación. Durante el instante en que pudo ver el rostro del heredero, contempló con preocupación dos oscuros surcos bajo sus ojos grises.
Era tarde, y el sueño comenzaba a adueñarse de Garret Thandruin. Por fortuna, Ernst llegó como cada madrugada para hacer el cambio de guardia.
Los dos eran hombres de la Compañía Azul, tenían la misma edad y llevaban cerca de dos semanas viéndose todos los días, y a pesar de ello no hablaban nunca. Esto intrigó a Garret en un principio. Entendía que un gran lord no se dignara a hablar con él pero no que le ignorara su propio compañero.

Aunque no era curioso por naturaleza, trató de averiguar el porqué de semejante actitud, temeroso de haber ofendido a Ernst en alguna ocasión que no recordara. Casi sintió alivio al descubrir que el motivo de que no le hablara era otro bien distinto. Según Dihl, el soldado había sido un ladronzuelo durante toda su vida hasta que le atraparon. El rey Wilhem le dio la oportunidad de evitar la prisión vistiendo el azul como compensación por sus numerosos aunque poco graves crímenes. Lo que el buen rey no sabía es que tan pronto como fue admitido en la compañía azul al servicio de su majestad, el capitán Danethorn le cortó la lengua con un cuchillo. Y si Dihl lo decía debía de ser cierto.
No sólo porque fuese su mejor amigo y confiase en su palabra, sino porque parecía  tener la habilidad de enterarse de todo lo que ocurría en el castillo incluso antes de que pasara. Los que le conocían habían llegado a pensar que era como uno de esos brujos que aparecen en los cuentos. O peor aún. Estaba en todas partes: uno pensaría que tenía orejas en cada rincón de la fortaleza.

Sin poder quitarse de la cabeza la imagen de su amigo aguardándole en cada recodo del camino, Garret avanzó por el gigantesco pasillo en dirección a su cuarto. Por lo general, los soldados de azul dormían en un cuartel situado cerca del castillo. Pero él era el encargado de velar por el rey y se le había habilitado un pequeño espacio en la fortaleza.
El primer día de servicio casi se pierde en aquella enorme construcción. Orientarse no era su punto fuerte y tuvo que dibujar un mapa en una servilleta que guardó tras la comida. Le costó unos días aprenderse el recorrido de memoria. La vieja casa de su abuela, o hasta el cuartel de la compañía, no eran más que cobertizos al lado de la monstruosa mole de roca que se alzaba en el corazón de la capital del reino desde tiempos inmemoriales.

-Giro a la derecha desde los aposentos del rey y continúo recto -murmuró para sí mismo -Y ahora a la derech... izquierda.

Algo llamó su atención cuando estaba a punto de doblar la esquina. Dos personas parecían discutir a pocos metros de su cuarto. Procurando no hacer ruido, se apoyó en la pared y prestó atención.
Eran dos hombres. Reconoció la voz del primero sin problemas: se trataba del clérigo que estaba al cargo de Wilhem. Un gran médico, con fama incluso en el bosque de Isdar. Todo el mundo sabía que la medicina de los tharen era más avanzada, sobre todo en lo referido a botánica. Aún así, los miembros de la Orden que decidían dedicarse al arte de la curación, que no eran todos ni mucho menos, eran hombres capaces y expertos, más que cualquier médico ambulante de los que iban recorriendo pueblos y ciudades.

-Por última vez, ¡no puedes verle! -exclamó
-¡Demonio con túnica! Tengo más derecho que tú a velar por él en estos momentos.
Garret  estaba seguro de haber oído a ese tipo antes, pero no conseguía recordar quién era. De todas formas, no era muy bueno con los nombres.
-Las órdenes del príncipe fueron claras. Sólo él y los médicos que atendemos al rey podemos verle. Lo siento, Joseph. -mintió. Resultó tan evidente el uso del sarcasmo que hasta el guardia pudo percibirlo a la primera. Sonrió, satisfecho por su perspicacia, antes de caer en la cuenta de lo que acababa de oír.
-"¡Joseph!" -se lamentó el soldado. El sobrino del rey fue poco querido por el pueblo desde que nació. Era igual que su difunto padre, y no solo en el nombre.
-¿Y quién va a impedirme que entre en su cuarto? ¿Tú, anciano?
-¡Los centinelas que deambulan por ese pasillo! ¡El guardia de la entrada!

Una fugaz oleada de orgullo se apoderó de Garret por un instante. Se preguntó si el clérigo lo conocía de algo.

-"No, es evidente que no" -pensó.

El ingenio del guardia a la hora de meterse consigo mismo le sorprendía hasta a él. Con los otros no le funcionaba por mucho tiempo que empleara en hallar una respuesta mordaz.
Pero siendo sinceros, no se imaginaba deteniendo a nadie con eficacia. El motivo por el que le habían designado para su misión se le escapaba, habiendo decenas de hombres más fuertes, inteligentes o experimentados. Debía de dar igual: con los vigilantes del pasillo, nadie lograría entrar sin permiso en la habitación.

-A no ser que trepase por la pared y se colara por la ventana -rió. Con la altura del castillo, aquello sólo era posible para los pájaros.

Al reparar en que lo había dicho en voz alta, contuvo las ganas de darse un bofetón. Lo último que necesitaba era que le descubrieran espiando.

-Sé lo que te propones, y no lo permitiré -siguió hablando el clérigo, ajeno a las cavilaciones de Garret.
-¿Lo que me propongo?
-Si Eduard desapareciera, tú heredarías el trono. Vamos, no mientas. Anhelas reinar. Entérate, joven: el trono le pertenece por derecho a tu primo.
-Por derecho, le pertenecía a mi padre. Pero eso no me importa. Sólo quiero ver a mi tío.
-Como ya dije... las órdenes del príncipe son claras. Pasa una buena noche. Se te ve cansado -observó el anciano-. ¿Me acompañáis, Padre?

Garret se rascó la cabeza. ¿Cómo iba a ser Joseph el padre de un clérigo que debía de doblarle en edad como poco?
Entonces recordó que ese era el nombre de un cargo de la Iglesia. El líder de los clérigos de toda Athoria, si no se equivocaba. Que la abuela le perdonara, pero tenía muy descuidados sus conocimientos sobre religión. Entonces ¿había otra persona allí? Porque él no la había oído hablar.
Trató de asomarse en la esquina del pasillo para ver mejor. El corazón casi se le escapó por la boca. ¿Qué estaba haciendo? Cerró los ojos y volvió a su posición tras el muro como si se hubiese descubierto a sí mismo en alguna clase de pillería.

-Oh, no, muy gentil por tu parte -respondió la voz de un tercer hombre, también de edad avanzada-. Mi ayudante debe de andar como loco buscándome. Creo que me he entretenido demasiado...

Garret oyó pasos, y se apresuró a apoyarse contra la pared. El clérigo pasó a su lado como si no existiera. Claro que no había más que fijarse en sus lentes para percatarse de que no debía de ser un lince, ni mucho menos.

-Espero que sepas perdonarle -pronunció el Padre con una voz serena-. Blinthem es un gran hombre, muy sabio. Pero peca de desconfiado, y juzga en exceso las apariencias.
-No le excuséis, por favor. De todas formas, estoy acostumbrado. Vaya a donde vaya, me miran con cautela. Y ni siquiera puedo casarme hasta que lo haga mi primo, para evitar que se piense que intento asaltar el trono, o algo así. Lo siento -suspiró-, no sé por qué os cuento esto.
-Porque lo necesitabas. Buena parte de mi trabajo es escuchar al que lo necesita, lord Joseph. Sabes dónde encontrarme, si así lo deseas.
-Claro. Hasta otra, Padre.
-Hasta otra.

De nuevo, oyó pasos. Sin embargo, la voz de Joseph los interrumpió.

-¿Aunque cómo estás tan seguro de que lo que quiero de verdad no es quedarme con el trono?
-Nadie puede estar seguro de nada. Ni siquiera yo.
-Desearía que mi primo fuese un gran rey -respondió al fin, tras unos segundos de silencio interminables.
-Yo también, hijo. Yo también...

El soldado abandonó su escondite y, tras sendos "Buenos días, señor" a los presentes, que comenzaban a separar sus caminos, corrió hacia su habitación. El Padre parecía buena persona. Joseph no le daba tan buena espina. Daba igual. Tampoco tenía que tratar con él.

-Qué bien me va a venir echar un sueñecito... -se dijo.

A pocos metros de allí, el rey dormía.
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Psyro en 18 de Mayo de 2009, 19:13
Ailen


Ailen abrió los ojos una vez más. Y como cada noche, se odió por ello. Era un preso. El único preso que jamás ha existido en el anciano bosque de Isdar.
El castigo para los tharen que acababan con la vida de uno de sus semejantes era el exilio. Los hombres que habían cometido un crimen tan horrible como para que sus congéneres no quisieran tener que volver a verle jamás eran despojados de todas sus pertenencias, marcados con un hierro al rojo en la ceja para prevenir a los que el muy infeliz encontrara por el camino y expulsados para siempre. Pero él no era un asesino normal. De hecho, ni siquiera era un asesino, que el supiera.
Por otro lado, los culpables de crímenes menores, como hurtos, peleas y demás, solían ser multados o privados de algún privilegio. Por ejemplo, a los que robaban comida en el mercado se les prohibía acercarse a cualquier puesto de alimentos o árbol frutal durante un mes, dependiendo entonces para subsistir de sus amigos o de sus habilidades como cazador. Y el bosque el mejor sitio para sobrevivir sin ayuda. Los tharen valoraban la libertad sobre cualquier otra cosa, y nunca se els ocurriría crear cárceles o mazmorras como las que existían en los castillos athorianos. Sin embargo, él...

Notaba las cadenas que aprisionaban sus muñecas. Nunca había visto sus manos. A veces se preguntaba cómo serían, tras el frío metal y los guantes de piel de topo que llevaba. Y su cara... Dórimen le trajo una vez un espejo de plata, fabricado más allá del bosque. Una máscara de tela cubría su rostro casi por completo. Pero pudo ver sus ojos. Casi lloró al contemplarlos; parecían de oro. Dórimen sí lloró.
Había sido su maestro y su único amigo. Desde que Ailen era niño él había estado allí, como responsable de su educación. Al parecer, su padre no sufría remordimientos por haberle encerrado con cadenas en aquel tronco hueco, pero le hubiera horrorizado que su hijo fuese un analfabeto. Así que Dórimen iba allí dos veces por semana. Le dio clases de historia, matemáticas y geografía, y hasta le enseñó a leer. Por desgracia, en su situación le fue imposible aprender a escribir.
Estaba encerrado desde que tenía memoria y moriría en ese mismo lugar. Pero lo peor era que ni siquiera sabía lo que había hecho.
En el exterior se oían pasos. Reconocía esas pisadas; eran casi las únicas que había escuchado en años. Dórimen entró en la celda, jadeante. Llevaba un cuchillo en la mano.

-¿Ma... maestro?
-No, hoy no soy tu maestro, Ailen. Hoy soy tu amigo. He esperado mucho tiempo a tener una oportunidad como la de hoy -dijo, acercándose con rapidez.
-¿Qué vas a hacer?
-Voy a sacarte de aquí.
-¡No! te... te...
-No pasará nada. Chico, llevo planeando esto desde que te encerraron -el tharen comenzó a rasgar las cadenas con el cuchillo. Para su sorpresa, parecía dar resultado. Después, le liberó de los grilletes-. Acero abrathiano, como el de tus cadenas. Es lo único que se corta a sí mismo, no existe un metal más duro. Pronto serás libre.
-No, no quiero ser libre, no puedo... ¿y... y si te descubren?
-Los guardias duermen, les acerté con un dardo que contenía rosazul. Y el resto de la ciudad está ocupado celebrando el aniversario de nacimiento del príncipe.

Las cadenas hicieron un ruido seco al caer al suelo. Ailen trató de caminar, pero el esfuerzo resultó en vano. Tenía las piernas atrofiadas después de veinte años de cautiverio en los que apenas podía moverse durante unos minutos cada día. Dórimen le levantó de nuevo y colocó el brazo de su alumno sobre su hombro para ayudarle a caminar.
Jamás había visto algo tan hermoso. Los tharen construían sus ciudades en las copas de unos enormes árboles llamados Ish-valar. Los ejemplares ancianos llegaban a los sesenta metros de alto y tres de diámetro. Su madera era blanquecina, como si estuviese hecha de nácar, y devolvía la luz de la luna  con mayor intensidad.
Contempló también su "celda". No era más que una abertura hecha en el tronco de uno de los gigantescos árboles, pero la madera de éste no era blanca, sino azabache. Su Ish-valar se encontraba a varios metros del resto y la única forma posible de llegar a él era mediante un sistema de cuerdas que colgaban de las ramas más altas para sujetarse.

-No tienes fuerzas para trepar -susurró el maestro -Salta.
- ¿Cuántos metros nos separan del suelo?
-¡Salta, Ailen! No tenemos toda la noche.

Ailen miró hacia abajo. Los ojos le dolían a causa de las luces provenientes de la ciudad. Casi no veía el final del monstruoso salto.
Pero sin saber como, se dejó arrastrar hasta el borde de la madera y cayó. El aire le golpeaba desde abajo, impidiéndole gritar. Ni siquiera lo hizo cuando notó que su cuerpo chocaba contra el suelo.
Cada hueso sonó como si hubiera estallado en mil pedazos. Jamás había sentido un dolor mayor que aquel. No pudo darse cuenta de que Dórimen ya había descendido siguiendo un método sin duda más cómodo. Su maestro le tendió la mano...
...y se levantó. Se levantó y caminó como si no hubiera pasado nada. Notaba que el dolor desaparecía e incluso se sintió con más fuerzas que antes.

-No puedo acompañarte por más tiempo, hijo. Debes dejar el bosque.
-¿Qué...? -"¿qué ha pasado?", hubiera querido preguntar-. ¿Qué soy?
-No es qué, es quién. Eres Ailen, un muchacho que ha vivido entre cadenas y cuyo padre le abandonó. Un muchacho inocente que va a ser libre.
-Debí morir. La caída... dioses, me rompí hasta el último de los huesos y aún así...
-No morirás de esta forma -el anciano tharen se llevó la mano a su cinturón para sacar su cuchillo y un sobre. -Ten. Cuando hayas dejado Isdar, lee la carta. Pero antes debo hacerte una advertencia: jamás toques a nadie con esas manos. No te quites los guantes. Está todo en la carta. Ahora, huye.

Ailen corrió sin parar durante horas. Intentó no pensar. Ahora debería estar a salvo.
Y sin embargo, jamás se había sentido más vulnerable.
Se encontraba en un mundo que no conocía y la única persona a la que había llegado a apreciar había desaparecido de su vida. Estaba solo.
Por fin llegó al final del boque. El reino de Isdar abarcaba hasta el último de los árboles, de modo que la nación se extendía de forma natural. Los tharen no conquistaban con espadas, sino con semillas. Para los de su raza, todo lo puro provenía de la naturaleza.

-"Con razón me encadenaron" -pensó. -"Soy un monstruo."

Sus ojos dorados empezaron a humedecerse. Durante todo el tiempo que estuvo preso jamás había derramado una lágrima. Quizá era hora de empezar a llorar.
Tambaleante, siguió caminando durante un tiempo más, pese a haber perdido de vista el último de los árboles. Hasta que no pudo más y se dejó caer sobre la fina alfombra de hierba que descansaba bajo sus pies. No se encontraba cansado, y eso le alteraba aún más.
Entonces recordó la carta. La había llevado en la mano todo el tiempo, y aún así había estado a punto de olvidarse de ella. Esgrimiendo el cuchillo de acero abrathiano, abrió el sobre y comenzó a leer, tumbado sobre su espalda:

Si lees estas palabras, significará que lo he conseguido. Escribo tres meses después de tu encierro.
He sido designado como tutor tuyo, así que espero que cuando sostengas esta carta ya te haya enseñado todo lo que necesitas saber para comprender lo que voy a decirte.
Eres un avatar.


Ailen se incorporó. Las palabras lo golpearon con dureza. Su maestro le había contado con todo detalle lo que sucedió en la Avatharea: miles de vidas fueron arrebatadas como consecuencia de la orden de ejecución de todos aquellos que poseyeran poderes provenientes de los dioses.
Algunos se rebelaron e incluso trataron de marchar a la guerra, dando lugar a uno de los episodios más trágicos acontecidos desde que el primer reino fue fundado.
Y él era uno de ellos.

Por fortuna, hace años que la ejecución de los avatares no está permitida. Pero tú eres raro entre los raros; el dios que te eligió fue el señor de la muerte. No tengo constancia de la existencia de elegidos de Nerbal ni siquiera en pleno apogeo de la Avatharea, e imagino que hoy en día eres el único que queda. Te tienen miedo.

Lo sabía. Era un monstruo.

Tu padre te rechazó por ello y no puso pegas cuando ordenaron que te apresaran. Tu madre murió en el parto. Según la matrona fuiste tú, pero ella también murió al poco tiempo. No lo sientas, no es culpa tuya. Comprendo que esta confesión te resulte dolorosa. Sin embargo, mereces saber la verdad.

No quería seguir leyendo. Era un asesino, y lo peor es que estaba libre. ¿Y si volvía a matar?

Aprovecha el poder se te ha dado. Eres único. Matarás a todo aquel que roce tus manos y ninguna herida física puede hacerte daño. Puede que no haya nada en este mundo capaz de herirte.
Piensa en todo lo que puedes hacer.


No podía creer lo que había leído en ese último párrafo. "Eres único", "Piensa en todo lo que puedes hacer". Ese no era Dórimen, su maestro. Su único amigo. El hombre que había escrito eso era un perturbado.
El texto continuaba tras aquellas líneas, pero prefirió no continuar.

-¿Y si todo este tiempo... solo jugaba conmigo? Como un pájaro encerrado en una jaula.

Pronunció aquellas palabras casi sin darse cuenta, como si esperara una respuesta. Pero estaba solo. Siempre lo había estado y siempre lo estaría.
Ahora las lágrimas brotaban con voluntad propia. Sin darse cuenta, estrujó el papel con su mano izquierda hasta convertirlo en una pelota ilegible. Luego se acercó la hoja del cuchillo a la garganta y apretó.
El arma había penetrado varios centímetros en su cuello y la sangre brotó con fluidez. Pero tan pronto como alejó su mano, la herida se cerró sin dejar más evidencia de su acto que una mancha roja en sus ropajes.
Volvió a intentarlo, con idénticos resultados.

Y otra vez.

"Eres un avatar"

Y otra.

"Según la matrona, la mataste tú"

Y otra.

"Matarás a todo aquel que roce tus manos"

Y otra.

Un alarido atravesó la noche. Era un grito de rabia y dolor, pero sobre todo de impotencia. Un grito que nadie oiría jamás.

Y otra...
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Psyro en 10 de Noviembre de 2009, 20:54
Me han sugerido que vuelva a poner la novela. A mí personalmente me da igual, pero no voy a currar si nadie lee. ¿Interesados?
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Thylzos en 10 de Noviembre de 2009, 21:49
Yo no estoy precisamente con mucho tiempo libre, pero si te decides a seguirla, este fin de semana o alguna noche de insomnio me comprometo a leerlo y ponerte mi opinión ^^:
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Khram Cuervo Errante en 10 de Noviembre de 2009, 21:57
Yo sí.
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: freedom fighter en 10 de Noviembre de 2009, 22:03
Yo también me comprometo a leerlo ;) (Sólo me he leido el Prólogo, pero pinta bien, así que me lo leeré todo en cuanto encuentre unos minutejos xD )
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Psyro en 10 de Noviembre de 2009, 23:13
Por capítulos, o del tirón xD
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Sandman en 10 de Noviembre de 2009, 23:20
Yo sólo lo leeré si tengo tu garantía de que escribirás un relato.

Cosa que no tendré, pero me gusta intentar un chantaje.
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Blood en 11 de Noviembre de 2009, 22:50
Hola bueno pues yo me he leido estos fragmentos y la verdad que uno se queda con ganas de más. Si bien no ando sobrado de tiempo libre (ni escribo xDD) y voy leyendo varias cosas, ya admito que la historia parece interesante. Yo la leería.

Espero continuees, te animo a ello.
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Calabria en 11 de Noviembre de 2009, 23:48
Leído. Más :gñe:
De exo me he leído más xq lo pillé cnd lo colgabas en el libro de a bordo, pero la verdad es que se me ha olvidado.
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Nuly en 12 de Noviembre de 2009, 23:25
Yo quiero más >_<
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Psyro en 14 de Noviembre de 2009, 00:02
Sartash



-¿Entonces, todos vosotros sois avatares?
Sartash pareció ignorar la pegunta del anciano. En vez de darle una respuesta, examinó con detenimiento el lugar en el que, a duras penas, habían logrado esconderse de la multitud.
La casa del herrero era pequeña y de construcción rústica, pero bastante acogedora. Había sido realizada con madera y piedra, como la mayoría de los edificios circundantes. Contaba con tres habitaciones: el baño, la cocina, y una más grande que hacía las veces de dormitorio y sala de estar. Además, en la parte trasera había un pequeño taller donde se encontraba la forja,  o eso dedujo por el permanente olor a brasas que despedía el rincón.
-No -contestó Filion-. Sólo ella.
El hombre asintió en silencio. Estaba pálido y rígido, tal vez incluso más que la mesa en la que se encontraban sentados. Sin duda, había pasado un mal trago.
-Muchacho -dijo Sartash, llamando al hijo del herrero-, ¿Por qué te enfrentaste a ese hombre?
Filion le miró con curiosidad. El clérigo se desembarazó de los ojos del tharen con rudeza. Sabía lo que pensaba: se estaba metiendo donde no le llamaban. Bueno, ya que estaban en medio de aquel lío tan innecesario como peligroso, al menos quería saber por qué.
-Nos insultó. A mí y a...
-¡Soy un terrible anfitrión! -interrumpió el anciano-. Hijo, acompáñame a la cocina. Nuestros invitados estarán hambrientos.
El aludido se disponía ya a levantarse, cuando fue detenido por el clérigo.
-Es muy amable, pero el chico debe de estar agotado. Ya voy yo -dijo, ante la atónita mirada de sus compañeros de viaje. ¿Tan raro era que quisiera ser buena persona? No tuvo que contestar. Erica le observaba con el mismo cuidado que uno miraría a un lobo a punto de tirarse a tu cuello.
Sartash se levantó de la silla tan rápido como se lo permitieron sus cansados pies, mientras sus compañeros le seguían con la vista. Ni que les hubieran hipnotizado. Después cogió su bastón y aguardó a que el dueño de la casa se pusiese en marcha.

-Vas a explicarme lo que pasa -dijo, una vez que se hallaron solos en la cocina
-No sé a que te refieres
-Lo sabes muy bien -el herrero desvió la mirada ante esta acusación-. Cada vez que el chico menciona lo que ocurrió, cambias de tema. Ocultas algo.
-No es cierto
-Otra vez mientes.
-Por favor... no me obligues a...
-Desde el momento en que esa jovencita le salvó la vida a tu chico nos hemos metido en un lío. No es que quiera abusar de tu hospitalidad, pero dime lo que pasa o te meto el bastón por el culo.
-Su madre era un avatar -al parecer se había tomado en serio la amenaza-. Hacía hielo... con las manos. No era peligrosa, pero aún así...
-La mataron -sentenció.
-Sí -afirmó el anciano, con lágrimas en los ojos-. Tenía solo seis años cuando ocurrió. Desde entonces, he sentido auténtico miedo por mi hijo. Si hubiera nacido como ella... no sabes la cantidad de veces que he deseado enviarle lejos, cuanto más mejor.
-Los poderes de un avatar no son algo que pase de padres a hijos. Son como un regalo
-¿Regalo? ¡Maldita sea! ¡¿Regalo!?
El clérigo retrocedió. Su anfitrión había pasado de comportarse como un gato cobardica a un tono de voz que no aventuraba nada bueno para su integridad física. Sin embargo, pronto se calmó de nuevo.
-La mataron por el mero hecho de existir.
-¿Siguen impartiendo justicia de esa forma en Akneth? Porque entonces os habéis quedado un poco atrás en lo que a leyes se refiere.
-Ni un solo avatar ha vuelto a morir.
-¿A qué viene tanto revuelo entonces?
-¿Sabes por qué no mueren los avatares? Porque ya no nacen muchos, o se esconden bastante bien -dijo, más calmado-. Pero los guardias suelen tomarla con sus familias, incluso sin pruebas. Y la mayoría de las veces...
-Lo sospechaba. La Compañía Roja se toma la justicia por su mano a veces, ¿eh?
-Después de lo que ha ocurrido, no tardarán en venir a por mi hijo. Y si descubren a vuestra amiguita la apresarán también.
-No, no lo harán. El muchacho se viene con nosotros -sugirió. O más bien, anunció-. Piénsatelo bien.
Se acercó a la puerta con lentitud, esta vez premeditada. Quería saber si seguían hablando de él. Pero las voces que oyó le decepcionaron un poco.
-¿Te llamas Demian, verdad? -preguntó Deidri, con una sonrisa.
-¿Cómo lo sabes?
-Lo leí en la empuñadura de tu espada. ¿La hiciste tú?
-Fue el primer trabajo que hice sin ayuda. No es perfecta, pero es mía.
El joven desvió la mirada, distraído. Parecía estar en todas partes salvo en ese cuarto. Sólo salió de su ensimismamiento al reparar en las orejas de Fil con mayor detenimiento. Seguro que no había visto un tharen antes.
-Creo que aún no te he dado las gracias -pronunció al fin.
-Fue fácil.
-Ya... claro. Perdona, pero tengo que acabar un encargo. Hasta luego -se despidió, dirigiéndose hacia el pequeño taller.
Deidri parecía confundida ante semejante respuesta
-No lo entiendo -afirmó, dirigiéndose a sus dos compañeros-. ¿Creéis que he dicho algo malo?
-No lo sé, Dei. Quizá deberías ir a hablar con él -contestó Érica.
-No te preocupes demasiado -añadió Filion-. Vamos a dormir aquí, así que puedes hablar con él por la mañana.
-Siento discrepar -Sartash acababa de entrar de nuevo en la sala. Tras él caminaba el viejo herrero-. Bueno, en realidad no lo siento.
-¿Acaso vamos a salir temprano?
-No. Nos vamos ya
-¡Pero si vinimos a la ciudad para pasar aquí la noche!
Érica parecía alarmada. Lo que, tratándose de la joven, significaba que si no soltaba algo convincente pronto lo amenazaría con romperle la nariz.
-La situación es complicada, así que me voy. Y el orejas picudas se viene, porque si no aplastaré todos los malditos arbustos que encuentre por el camino. Vosotras haced lo que queráis.
El clérigo aguardó a que sus palabras hicieran efecto. Nadie se atrevió a replicar, ni siquiera la joven. Aunque tampoco parecía demasiado disconforme con la idea de irse por su cuenta. Era un buen momento para dar la otra noticia... y luego desaparecer un rato hasta que los ánimos se calmasen.
-Ah, por cierto, el muchacho nos acompañará. Me voy a dar un paseo.
-¿Qué? -exclamó la joven-. ¡Viejo loco, ven aquí ahora mismo!
Sartash se dirigió hacia la puerta y abandonó la casa, ignorando al resto del grupo y al estupefacto anfitrión. Después se acercó a la madera de la entrada y apoyó el oído. No es que le gustara espiar a los demás, por mucho que aquél día pareciera que se dedicaba a ello de forma profesional. Es sólo que convenía saber cómo de largo tenía que dar el paseo antes de volver si quería regresar ileso a casa.
-¿Está de acuerdo en dejar que su hijo...? -oyó decir a Filion.
-Sé... sé que es lo mejor para él. Con vosotros estará a... se labrará un futuro -rectificó- Voy a echarle de menos, pero sé que estará bien. Ahora, yo... voy a hablar con Demian.
-Érica... ¿Tú entiendes algo? -preguntó el tharen, una vez que el herrero hubo abandonado la sala.
-No. No es un chico extraordinario. Reconozco que se le da bien manejar la espada, pero nos hemos encontrado con guerreros más hábiles y fuertes que él y...
-...Y Sartash no le pidió a ninguno de ellos que nos acompañara. ¿Entonces qué es, para reemplazar al herrero que servía a tu tío, o porque trama algo?
La joven no contestó, sino que se volvió desviando la mirada hacia la entrada de la pequeña estancia.
-Nos está escuchando, seguro.
-Sí -asintió el tharen.
-Qué va -murmuró Sartash sonriendo, a salvo de sus preguntas desde el exterior de la casa. Notó que sus compañeros fruncieron el ceño y decidió largarse antes de que a alguno le diera por levantarse y le sorprendiera allí.
Las calles de la ciudad parecían haberse vaciado en cuestión de minutos. Al caer la noche, casi todos sus habitantes habían regresado a casa. Sólo quedaban fuera algunos comerciantes, los cuales recogían sus tiendas a toda prisa para proteger sus artículos de los posibles ladrones. Muchos dormirían esa noche al aire libre. Otros, en sus puestos mismos. En ese sentido, los abrathianos eran mucho más prácticos. Solían viajar en caravanas interminables por todo el mundo, cuyas carretas se desmontaban con facilidad para convertirse en sus tenderetes. No era mal sitio para descansar. De todas formas, pocas personas se atreverían a robar a un abrathiano. Ya no sólo porque se defendieran entre ellos con una ferocidad asombrosa. Con el celo que guardaban de sus posesiones, siempre se corría el riesgo de ser descubierto... y quizá hasta comprando más de un cachivache innecesario, persuadido por la legendaria capacidad de convicción de estos vendedores.
Ajeno todo lo demás, y a la vez analizando cada detalle que encontraba a su paso, Sartash deambulaba sin demasiadas preocupaciones en la cabeza. Necesitaba relajarse para luego pensar mejor cómo iban a salir de allí, a ser posible sin organizar escenitas como la de la increíble niña-lumbre tumbando a un puñado de guardias. A pesar de ello, una parte de su cerebro no era capaz de permanecer quieta, ajena a todo cuanto había a su alrededor. Sartash era un observador excepcional.
Sujetó su bastón con más fuerza al llegar a una pequeña escalinata. Tampoco era capaz de olvidarse de su cayado ni por un momento. Y no porque fuera una pieza bella o peculiar en extremo, que también: pocas personas en el mundo llevaban consigo una fabricada por los tharens a partir de una rama de Ish-valar. Había un recuerdo en particular que se aferraba con insistencia a la mente del clérigo, a menudo anteponiéndose a cualquier otro pensamiento. Tenía más de cincuenta años. Su enfermedad lo acompañaba desde los ocho. Podría decirse que Sartash era un recordador excepcional.
Sartash nunca hablaba de ello con nadie, y los que le conocían bien habían aprendido a no preguntar.
El clérigo analizó la situación en la que se encontraba. Si lo que le había contado el herrero era cierto, al día siguiente tendrían un nutrido grupo de soldados tras ellos. Sin duda Deidri podría ocuparse de ellos sin problemas, a no ser...
"A no ser que su rival sea otro avatar..."
No, las posibilidades eran mínimas. Los avatares no eran bienvenidos entre los soldados del rey; no desde la guerra. Pero aunque se tratara de guerreros normales, les pondrían las cosas mal a partir de cierto número.
Y luego estaba el chico...
Algo le distrajo de sus pensamientos. Pese a que no era capaz de ver con total precisión lo que ocurría en la noche, pudo percibir cómo un buen puñado de hombres se movía hacia él. La luz de la luna caía sobre ellos, haciendo brillar decenas de armaduras.
Sartash se ocultó en un oscuro callejón mientras los guardas avanzaban. Por suerte, el color de su vestimenta le ayudaba a permanecer desapercibido.
El clérigo dirigió una significativa mirada hacia el cielo nocturno. No le costó más de unos segundos encontrar la estrella de Azhdar, la diosa a la que servía. O al menos, el lugar en que en teoría debía encontrase, pues unos densos nubarrones tapaban ahora el cielo.
Sin desalentarse por este hecho, que cualquier miembro de su orden identificaría como un mal presagio, el clérigo introdujo su mano en un pequeño saquillo que guardaba en su túnica. En su interior halló una masa pastosa de color gris oscuro que arrojó al suelo tan pronto como le fue posible. Aquel era uno de los frutos que había cosechado años atrás, en una larga investigación acerca del fuego y su aplicación práctica. De su mesa de trabajo en la biblioteca de Darnia habían resultado descubrimientos que muchos reyes adquirirían sin dudarlo por su valor para la guerra. Él los desestimó sin dudar: su trabajo no tenía como fin crear un arma, sino el estudio del fuego.
Inclinándose, empezó a mezclar el mejunje con unas extrañas rocas guardaba en el mismo saquillo, mientras molía la masa con su cayado. Después se apartó un par de pasos y vertió el contenido de una botellita llena de líquido.
Otros hubiesen alzado sus oraciones a la espera de lluvia, pero el resultado iba a ser el mismo. Una pequeña bocanada de humo surgió de la sustancia gris. En cuestión de segundos, y como si de un dragón escupiendo se tratase, un enorme torrente de niebla se elevó varios metros. Sonriendo, el clérigo se apresuró a escapar antes de que le resultase imposible encontrar el camino de vuelta.
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Psyro en 14 de Noviembre de 2009, 00:03
Demian



Demian alcanzó un viejo trapo que descansaba en la mesa de trabajo y se secó el sudor de la frente. Después lanzó una mirada de soslayo a la forja. El encargo estaba listo. De hecho, lo estaba desde hacía varias horas.
El joven se dirigió hacia su pequeña silla de mimbre para dejarse caer sobre ella. Estaba agotado. El oficio de herrero era bastante duro, y debido a la avanzada edad de su padre, casi siempre tenía que trabajar solo. Pero no era ese el motivo de su cansancio actual, sino el enfrentamiento contra el guardia.
Durante toda su vida, Demian había tenido que aguantar burlas y humillaciones por ser el hijo de un avatar. ¿Por qué hablaban de su madre como si fuera un monstruo y en cambio trataban a esa muchacha como una enviada de los dioses? ¿Qué dioses consideraban justo entregar semejante poder a una niña mimada? Ella no había necesitado trabajar jamás, no hacía falta más que verla para darse cuenta. En cambio, él, que se había dejado el aliento en la forja más de una vez, que había aprovechado su poco tiempo libre para entrenarse con la espada esperando poder cerrar más de una boca... jamás alcanzaría la fuerza de la muchacha.
En ese momento, su padre entró en la habitación, arrancándolo de sus pensamientos.
-¿Ocurre algo malo? -preguntó el joven, levantándose preocupado
-¡No, no! Más bien al contrario...
-¿Qué pasa, padre? -se inquietó el joven, que no pudo dejar de percibir un tono de tristeza en las palabras del anciano.
-El clérigo me ha pedido permiso para que vayas con ellos. Las chicas son nobles, y tendrías trabajo en el castillo de lord Barthor. El señor de Darnia en nombre de su majestad, nada más y nada menos.
-¿Quieren que les acompañe? ¡Eso sería...!
Demian no pudo completar la frase. Pese a lo atractiva que le resultaba la idea, se le plantearon demasiados inconvenientes en un solo segundo.
-¿Pero cómo te las arreglarás tú en la forja?
-No te preocupes por eso. Puedo contratar a un aprendiz.
-¿Con qué dinero?
-Con el que ahorraré de tus gastos. Además, no tiene por qué ser para siempre. La forja seguirá aquí si decides volver.
El muchacho no sabía como contestar. No conocía nada más allá de las murallas de Akneth
-Pero... voy a echarte mucho de menos –murmuró, intentando que las lágrimas no aflorasen. No quería llorar delante de su padre.
De lo que no se dio cuenta fue de que las mejillas de su padre llevaban ya un rato húmedas.
-Y yo a ti, hijo. Pero sé que estarás a salvo. Conocerás mundo... enseña a los herreros de Darnia cómo forjamos en Akneth ¿eh?
El muchacho sonrió, desviando la mirada hacia la puerta. ¿Las chicas eran familiares de lord Barthor? ¿Y qué hacían allí? Resultaba demasiado sospechoso. Claro que la pequeña le había salvado la vida... era, desde luego, un gran motivo para confiar en ellos.
-Odio que haga eso –oyó decir a la mayor a través de la madera-. No sé si lo hace para ordenar sus ideas, para dejarnos meditar o para cabrearme.
-Se refiere al clérigo –informó su padre.
-Ten paciencia -murmuró Filion, adivinando lo que sentía su amiga-. No puede tardar mucho más.
-No, no mucho -exclamó una tercera voz desde la entrada.
Los pasos de Sartash retumbaban en el suelo con ritmo irregular, fruto de su cojera. Hasta desde la habitación contigua podían adivinarse las intervenciones de su bastón entremezcladas con sus pisadas. Demian se sorprendió de lo poco que había tardado en llegar a la entrada, sobre todo siendo un tullido. ¿A qué tanta prisa?
-¡Chico! ¡Sal de ahí! –le exclamó, aporreando la madera.
-¡Estoy despidiéndome! –replicó sin pensarlo. Aunque tampoco sabía qué más decirle a su progenitor por mucho que se esforzara en buscar las palabras.
-¡Bueno, pues ya te despides por carta! ¡O sales, o entro!
-¿Es tan urgente que no puedes dejar que el muchacho se despida? -preguntó el tharen
-Hay una pequeña tropa de guardias a diez minutos de aquí -contestó, sin dejar de dar golpes-. Les he entretenido un poco, pero si tardamos demasiado y nos pillan por aquí, luego la tomarán con el pobre herrero. Cosa que a mí no me importa mucho, pero...
-Vale, vale –se resignó el chico. Apenas le dio tiempo a coger un par de cosas antes de abrir la puerta. Partiría sólo con su espada, un par de monedas que tenía ahorradas y su ropa. Tampoco es que tuviera muchas más posesiones, o tiempo para cogerlas. Pensándolo mejor, depositó el dinero en la forja con disimulo. Las chicas eran nobles, ¿no? A su padre le harían más falta-. Ya salgo.
-Pues hale, andando –ordenó el clérigo mientras se dirigía a la salida.
-Hasta otra –dijo Erica. El anciano herrero besó la mano de la joven con cortesía-. No te preocupes. Cuidaremos de Demian.
-Gracias. Gracias a todos. Sobre todo a ti, jovencita –dijo cuando Fil y Dei pronunciaron sus respectivas despedidas. Luego se acercó y besó su mano también.
-Nos volveremos a ver, padre –afirmó, conteniendo las ganas de abrazarlo.
-Claro que sí.
-¿Hola? ¿Si? –Interrumpió Sartash-. ¿Quién llama? Ah, una legión de guardias. Ahora salimos, que tenemos que despedirnos de la alfombra. ¡Venga, por todos los dioses!
El grupo salió sin más dilación. Demian miró hacia atrás un momento para ver todo lo que dejaba atrás. Luego notó cómo el clérigo revolvía algo en un saquillo que guardaba en su túnica. Instantes después, la niebla ocultaba por completo el hogar que siempre había sido suyo. Se giró y prefirió no contemplar por más tiempo su pasado mientras la bruma lo devoraba.
Porque contemplar era en efecto lo que la niebla impedía. Se había adueñado de la mayor parte de la calle con relativa facilidad. Y a pesar de que el muchacho estaba seguro de que el ingenio no bastaba para ocultar toda la ciudad, un vistazo bastó para cerciorarse de que el clérigo debía de haber ido esparciendo su potingue por todo el camino de vuelta para dificultar su captura.
-¿Cómo vamos a salir de aquí si no dejas de echar esa cosa por todas partes, Sartash? –canturreó Deidri sin aparentar demasiada preocupación, aunque sí algo de fatiga.
-Ahí es donde entra en juego el herrero. Tachaaaaán. Tú vives aquí, chico, así que espero que no te cueste llevarnos hasta la salida. A ser posible, sin pasar por el camino de los guardias.
-Claro.
-Fil, tú procura estar atento por si oyes voces viniendo hacia nosotros. Chica-lumbre, si alguien se pierde haz una llama pequeña –matizó-, que sirva como punto de referencia. Y Chica-ogro, tú... calladita y sin protestar.
-No prometo nada.
-Vale. Pues nos vamos de excursión.
Una vez que el grupo se hubo colocado según las instrucciones de Sartash, comenzaron la huida. A cada paso que daban cerca de alguna casa llegaba a sus oídos el rumor inquieto de la desconcertada población. Muchos se agolpaban en las ventanas sin atreverse a salir, paralizados por el extraño fenómeno. Algunos abrían sus puertas para salir a investigar, pero desistían con rapidez cuando la niebla comenzaba a introducirse en sus viviendas.
-No me queda demasiado. Chico, ¿falta mucho para salir? Eh... ¿chico?
-Estoy aquí.
-¿Y qué es lo que tengo delante?
-A mí –suspiró Erica, resignada.
-Vaya, te favorece la bruma. No se te ve ni una pizca.
-Da gracias a los dioses por que no te vea yo tampoco.
-Gracias, dioses. Bueno, chico. Contesta.
-Aún nos queda un rato.
-¿Seguro que sabes lo que haces?
-La ciudad está un poco en pendiente hacia el oeste desde mi casa. La construyeron entre algunas pequeñas colinas. Si seguimos hacia abajo, llegaremos hasta la muralla –explicó, palpando los edificios con sus manos para ubicarse-. Esto debe de ser... la barbería del señor Zackary. Tiene el muro lleno de arañazos porque una vez...
-Vale, pero contesta.
-Sí –respondió en un murmullo-. Sé lo que hago.
-Tranquilo, te acostumbrarás a él –le aseguró Filion-. Por cierto, ¿cuánto durará esto, Sartash?
-Cerca de media hora. Quizá algo más, si no hay mucho viento.
-¿Y de dónde has sacado el potingue?
-Lo inventé yo.
-¿Inventaste un moco que suelta humo? –se burló Erica.
-En realidad lo inventé un poco por accidente. Investigaba cosas estupendas, mágicas e increíbles de las que no tienes ni idea ni la tendrás. Fastídiate.
-Ya.
-¿A eso se dedican los clérigos en Darnia? –Preguntó Demian con curiosidad-. En Akneth casi todos son maestros, o médicos. O se encargan de los funerales y los partos.
-Como en todas partes –le explicó Filion-. Los clérigos estudian a los dioses, y los dioses se manifiestan en el mundo. Así que todos sin excepción se dedican a estudiar el mundo. Los clérigos de Athoria suelen ser tutores, maestros, sanadores... pero todos tienen que saber mucho sobre cuanto les rodea antes de dedicar ese conocimiento a la práctica. Y unos pocos se dedican a experimentar para descubrir aún más cosas.
-¿Tú también eres médico? –le dijo al anciano un maravillado Demian.
-No –respondió con sequedad-. Los médicos son unos inútiles.
El ambiente se volvió más denso. Puede que la bruma tuviera bastante que ver al respecto, pero aún así Demian estaba seguro de que había tocado un tema delicado para Sartash. Los demás lo sabían y prefirieron no añadir nada.
El resto del trayecto transcurrió en completo silencio, roto sólo de cuando en cuando por el sonido de una ventana que se abre o del silbido que anunciaba que el clérigo hacía brotar una nueva columna de niebla. Sin embargo, estas iban desapareciendo poco a poco según avanzaban, hasta que quedó visible una enorme llanura cubierta por un manto de hierba amarillenta. Filion reasumió su papel como guía en cuanto pudo percibir de nuevo la luz de las estrellas. Deidri parecía la más feliz de dejar atrás la ciudad. Estaba agotada por el viaje y por el uso de su poder.
-Mirdea se encuentra a dos jornadas de viaje. Si nos damos prisa, quizá algo menos -informó el tharen.
-Bien... -Sartash parecía pensativo-. ¿A nadie le apetece caminar durante treinta horas más?
-Deberíamos parar -se limitó a contestar Érica.
-La niebla se disipará en muy poco tiempo. ¿Quieres que nos sorprenda toda la maldita guardia de la ciudad?
- Mira a tu alrededor, esto es una enorme llanura. No llegaremos muy lejos a pie y sin un lugar donde ocultarnos seremos un blanco fácil.
-Tienes razón. Pues nada, vamos a sentarnos aquí a esperar. A los soldados los mataré yo a garrotazos, vosotros buscad piedras por si hay arqueros.
-Los guardias no saben dónde estamos -interrumpió Fil- Antes de salir, tratarían de encontrarnos por la ciudad, lo que nos da un tiempo.
-Estamos agotados, Fil. Lo sabes tan bien como yo, no te pongas de su parte.
-Lo sé. Pero no veo alternativa. Si paramos y nos descubren...
-La mayoría de los soldados estarán borrachos por las fiestas –añadió Demian. Les costará organizarse para atraparnos. Tal vez... si camináramos sólo un poco más...
-Está bien –se resignó la muchacha-. En marcha.
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Psyro en 14 de Noviembre de 2009, 00:04
Ailen



Ailen caminaba con torpeza, alejándose cada vez más del bosque. No era capaz de recordar en qué momento había dejado atrás la corteza fulgurante del último Ish-Valar, pero lo cierto es que el bosque se encontraba a sus espaldas desde hacía tiempo. Y no había resultado nada fácil. Caminó en lo que se le antojó como una eternidad, con el incesante murmullo de las voces de mil bestias sonando a su alrededor. Acechándole. Para su sorpresa, ninguna atacó. Quizá la fortuna le sonreía. Sin embargo, el tharen no pudo evitar pensar que ni los seres más peligrosos del bosque deseaban verse cara a cara con él. ¿Quién sería el monstruo más terrible de todos? ¿Los lobos blancos? ¿Las mortíferas serpientes arbóreas? ¿Los Aaran, los poderosos rinocerontes lanudos? ¿O él mismo?
Según los mapas que había estudiado, la ciudad más cercana a la frontera era Neriador. En línea recta desde Isdar el viaje llevaba varias horas en condiciones normales. Cualquiera hubiese acusado ya el cansancio de atravesar un terreno tan hostil. Ailen no era ajeno a la fatiga, y por primera vez en su existencia, sintió que necesitaba parar. Ocurrió cuando aún se encontraba caminando entre los inmensos árboles: las piernas le pesaron, respondían con mucha menos eficacia. Era una sensación a nueva, y agobiante en extremo. Pronto perdió el control de sus pies. Tropezó con una raíz que sobresalía por el suelo y cayó de bruces. Lo que notó entonces fue parecido, a una escala mucho menor, al inmenso dolor que recorrió todo su cuerpo tras precipitarse al vacío desde el gigante arbóreo del que su maestro le empujara unas horas antes. Se había torcido el tobillo. Daba igual. Al levantarse la herida ya había desaparecido, e incluso notó cómo la fatiga se esfumaba de la pierna afectada. Entonces, Ailen descubrió que, si bien el cansancio le golpeaba como al resto, tenía una forma de librarse de él. Ni siquiera eso podía vencerle.
De este modo, había ganado casi sin quererlo un buen margen de tiempo que el resto del mundo necesitaría para reposar. El único problema era que, pese a haber estudiado decenas de mapas en sus clases de geografía, a saberlo todo sobre el bosque y sus alrededores... jamás había estado allí. Ni allí, ni en ningún otro sitio. Se encontraba perdido, inseguro de haberse mantenido en línea recta toda la travesía. Entonces, una terrible duda le asaltó. ¿Y si se había desviado de su rumbo? ¿Cómo iba a encontrar Neriador en ese caso? Necesitaba parar a ordenar sus ideas. ¿Qué iba a hacer? ¿A dónde ir? Disponía de todo el tiempo del mundo, pero no le servía de nada. Es más, no lo quería para nada.
Por fin, creyó ver un pequeño edificio en medio del camino. Una posada quizá, o un albergue. La idea le animó durante unos instantes, hasta que recordó que no tenía ni una moneda. Piezas metálicas imprescindibles para la obtención de bienes. Siguió avanzando. No tenía opción, después de todo.
El local resultó ser más grande de lo que aparentaba en la distancia. Tenía dos plantas y un establo en la parte trasera que albergaba seis caballos, a los que había que sumar unos cuantos más que se encontraban atados cerca. Por el ruido proveniente del interior, los dueños de los animales debían de estar pasándolo en grande.
El tharen se acercó a la modesta puerta de madera y empujó. No ocurrió nada. Tardó unos segundos en descubrir que necesitaba bajar el picaporte y empujar a la vez. Cuando oyó las bisagras chirriar, abrió los ojos como platos. Nunca había visto nada parecido.
Nadie pareció percatarse de su aparición. A su izquierda, seis hombres algo borrachos ocupaban una mesa redonda cubierta con un mantel blanco. Había unas cuantas velas preparadas y comida en abundancia. Y por supuesto, cerveza. Por la derecha, la fiesta era aún mayor: serían cerca de diez hombres que se hallaban colocados en círculo alrededor de un espléndido fuego. En el centro, uno de ellos tocaba una especie de flauta y los otros reían y cantaban. También había una mujer que bailaba al son de música. Era delgada y de rasgos finos. Al sonreír enseñaba unos dientes blancos como perlas, aunque algo torcidos. Pero lo que más llamó la atención de Ailen era su cabello rojizo. Entre los tharen, el rojo era un color poco frecuente, de la misma forma que no había ninguno, salvo el mismo Ailen, que tuviese el pelo negro.
Pero eso no le preocupaba ahora. Toda su atención estaba concentrada en la música. Jamás había escuchado nada igual. Las notas parecían bailar en el aire, como si estuvieran vivas. Sonaban en su cabeza, embriagándolo. Empezó a encontrarse aturdido pero, para cuando quiso darse cuenta, estaba moviendo pie con timidez al compás de la canción.

El ciego Frey pasea por el camino
Ha perdido su queso, pero tiene vino
Tras el va su perro, el pequeño Waldo
Con sed de vino, y un queso que ha mangado
Entonces, entre los arbustos, surgió una sombra...
¿Será un oso, será un bandido, o será...?


-¡Es una puta! -gritó uno.
La chica pelirroja se fijó en Ailen. Ignorando a los demás hombres, incluso a uno que acababa de pellizcarla en el muslo, se acercó a él mostrando su dentadura al completo.
-Bienvenido a la posada, forastero. ¿De dónde vienes? -preguntó.
-Del... del bosque
-¿De Isdar? ¡Vaya, vaya, así que eres un bichito del bosque! No te había reconocido, con esa capucha y la malla que te tapa la cara. ¿Es que tienes frío?
-Eh... sí –mintió. Le costaba asimilar las nociones de "frío" o "calor" que pudiera entender la joven. Él siempre había llevado la misma ropa y estaba acostumbrado. Además, cuanto menos tuviera que hablar de ello, mejor.
-No importa. Aquí puedes entrar en calor... -la muchacha le echó un vistazo rápido y dejó escapar una carcajada -¿Cuál es tu nombre, tharen?
-Ailen.
-¿Bromeas? -la muchacha volvió a reírse.
-¿Qué tiene de malo?
Nunca se había parado a pensar en si le gustaba o no su nombre. El único que lo usaba era su maestro, y lo más seguro era que el mismo Dorimen fuese la persona que se lo puso. El maestro... ¿Cómo se encontraría?
-He visto alguno más de los tuyos por aquí. Casi todos criminales exiliados –desvió la mirada con una mueca de tristeza-. El caso es que sé un poco de vuestro idioma, y tú... ¿te llamas "cuervo"? Claro que no me extraña, vistiendo de negro por completo... ¿Hay un hombre debajo de tus plumas?
-Sólo son ropas.
-Ya lo veo. Ropas sucias, además. Cualquiera diría que has llegado hasta aquí rodando. Vamos, te prepararé la bañera. ¿Piensas quedarte por la noche?
-No tengo dinero.
-Vaya, eso es un problema. Al baño invita la casa, luego ya veremos. Acompáñame.
Ailen atravesó la sala común siguiendo a la muchacha pelirroja. Justo al otro extremo de la habitación había unas escaleras que comunicaban con el piso de arriba. Muy cerca de las mismas se encontraba la puerta de las cocinas.
La primera planta consistía a grandes rasgos en un largo pasillo con tres habitaciones a cada lado. Cuando llegaron a la segunda por la izquierda la joven posadera se detuvo y le invitó a pasar.
-No creo que necesites más -dijo, ya en el interior. Era un cuarto pequeño, apenas contenía una bañera de metal con forma circular y unos diez cubos de agua apilados en un rincón. También había un pequeño estante que guardaba los restos de una pastilla de jabón. -Puedes dejar tus cosas en esa estantería. ¿Sabes? Llevo trabajando aquí desde que nací, y creo que solo mis padres y yo hemos usado esa bañera alguna vez. Esos cerdos de ahí abajo son mercenarios o comerciantes en el mejor de los casos.
-¿Qué tengo que hacer?
-¿No me digas que no te has bañado nunca?
Ailen recordó su cautiverio en Isdar. Una vez cada tres días, un hombre llegaba a su celda con dos cubos de agua fría y se lo tiraba por encima, sin acercarse demasiado. Durante mucho tiempo pensó que se trataba de una forma más de torturarle.
-Llenas la bañera con los cubos y te metes dentro, no tiene demasiado misterio –explicó la joven Aunque está fría, te aviso. Si me das tu ropa la lavaré.
El de Isdar asintió en silencio y empezó a desnudarse. La posadera puso cara de sorpresa, por algún motivo. El tharen lo ignoró. Tampoco se le daba demasiado bien reconocer expresiones. El único que había hablado con el era su maestro.
Al retirar la capucha, una mata de pelo negro cayó hasta situarse por debajo de los hombros. Cogió un mechón con su mano y se lo acercó a la cara para examinarlo. No había tenido muchas ocasiones de verlo, al menos mientras aún estaba en su cabeza. Cuando satisfizo su curiosidad, entró en la bañera sin quitarse la máscara ni los guantes.
-Voy a... a lavar esto -murmuró la muchacha mientras recogía toda la ropa de suelo. Enseguida vuelvo.
La espera duró cerca de quince minutos, aunque a Ailen no le importó. Le gustaba el agua, pese a que estaba helada, y había aprovechado para beber de uno de los cubos. No tenía un sabor agradable, pero era mejor que nada. Cuando la posadera regresó él aún no había salido de la bañera.
-Te dejo aquí la ropa. Y esto -le tendió el cuchillo con cuidado, sujetándolo por la hoja -Me he llevado un buen susto cuando lo he visto. Ya puedes marcharte, aunque... tu atuendo aún esta húmedo. Y esa agua, muy fría...
La muchacha se cernió sobre él sin llegar a entrar en la bañera. No se molestó en ocultar un chillido agudo cuando el líquido mojó sus ropas.
Comenzó a desabrocharse la parte superior del vestido con una sonrisa pícara. Después tapó sus pechos con el brazo izquierdo, en una fingida muestra de timidez. Era la primera vez que Ailen veía una mujer como ella, y no entendía muy bien lo que acababa de ocurrir.
-Dime... -le susurró al oído -¿Por qué llevas esa máscara? No puedes ser tan feo. No estás nada mal para ser un bicho de los árboles. Déjame que te ayude.
Notaba las manos de la muchacha. La tela impedía que entraran en contacto con su piel, pero aún así podía sentirlos. Eran tan delicados que no parecía que pudiesen pertenecer a una posadera, acostumbrada como estaba a los trabajos en la cocina. Poco a poco sus dedos deslizaron hacia el borde de la tela que le tapaba el rostro. Ailen cerró los ojos un momento y casi se dejó llevar por una sensación nueva que no supo nombrar.

Matarás a todo aquél que toque tus manos

-¡¡No!! -gritó mientras se incorporaba con brusquedad-. La joven cayó al suelo y con ella casi toda el agua. -No debes tocarme...
-¿Qué te pasa? ¿He hecho algo que...?
-Tú no lo entiendes... no es culpa tuya –añadió.
-Primero te desnudas delante de mí y luego me tiras como si fuera una... una...
-Déjame, por favor –rogó-. Yo me iré ahora mismo.
Sintió que su corazón echaba una carrera con sus pulmones. Estuvo tan cerca...
La joven abandonó el baño mientras volvía a taparse, con una expresión indescriptible, al menos para el tharen, reflejada en su rostro.
De pronto se sintió fatal por lo que había pasado. La muchacha no tenía nada de culpa. Él era el monstruo.
-Un monstruo sin manos... -se repitió con amargura.
Con las manos aún temblando a causa de lo ocurrido, Ailen arremolinó toda la ropa a sus pies y la observó con detenimiento. Jamás se había vestido por sí mismo. Aunque había visto hacerlo.
Varios minutos después, y tras una titánica lucha con las mangas de su indumentaria y todo aquello que requería ser abrochado, estaba casi listo. Apenas dio un par de pasos cuando decidió que tenía que cambiarse de pie las botas, y ya de paso apretar más el nudo. Si es que podía llamársele así. Al final decidió meter los cordones bajo la lengüeta asegurándose de que quedaran bien sujetos, antes que arriesgarse a caminar con dos lazadas mal realizadas.
Bajó las escaleras tan rápido como pudo. Sus ropas aún no estaban secas, pero le daba igual. No iba a morirse de frío. De hecho, no iba a morirse de ninguna de las maneras.
Al descender reparó en que la música había cesado en la sala común, lo cual era normal dado que el flautista estaba tirado en el suelo con la nariz rota. Todos, excepto los hombres que momentos atrás ocupaban la mesa, se habían marchado ya. Ahora se encontraban cerrados en torno al músico. Uno de ellos, ajeno al grupo, vomitaba en un rincón. Antes de que el tharen acabase de bajar las escaleras, el borracho perdió el sentido y cayó sobre su propia inmundicia.
-¡Te he dicho que cantes la del ahorcado, maldito bufón! -exclamó uno de los hombres.
-Sí -dijo otro-. Más vale que hagas algo divertido.
-¡Pero yo no conozco esa canción! -el flautista parecía aterrado-. Lleguemos a un acuerdo ¿eh? Somos hombres civilizados.
-¿Qué ha pasado? -preguntó Ailen
-¡Esta alimaña me ha robado un saco lleno de monedas! Soy un tipo de...  -el hombre hizo una breve pausa para eructar y prosiguió- ...principios. Así que le di la oportunidad de cantar para saldar nuestra deuda ¡y se niega!
-¡Te juro que no conozco esa canción! -Durante unos instantes se dirigió al tharen, suplicante- ¡lo juro! ¡Lo juro!
-No creo que mienta, ¿por qué iba a querer recibir una paliza por unas monedas?
-Oye Brom -uno de los presentes se dirigió al que había agredido al músico-. Igual el duende este también necesita aprender modales.
-No soy ningún duende.
-Cállate ya, pesado -rugió el tal Brom.
-¡Espera!
Ailen se giró para ver quién había hablado. Era una mujer joven que acababa de salir de las cocinas, junto con otra que debía de ser su madre. La posadera se interpuso entre ambos. El tharen se alegró de reconocerla.
-Perdona lo de antes, yo sólo...
-Calla –le interrumpió Brom-. Tyra, aparta un momento, preciosa. Solo voy a ponerles la nariz en la nuca a estos dos cretinos.
-No puedo dejarte, hombretón...
La muchacha se giró con presteza y le propinó un puñetazo en la cara al tharen. Éste, sorprendido, cayó al suelo ante las risas de todos los presentes salvo el aterrado músico. La nariz le empezó a sangrar, aunque no tardó más de un segundo en cerrarse la hemorragia.
-Vale, listo -exclamó la posadera  -Todo tuyo, pero no me manches todo el suelo con las tripas de este maricón.
Aquel tipo era una montaña en condiciones normales, pero desde el suelo la impresión que causaba era aún mayor. El gigante comenzó a patearle las costillas con tanta fuerza que más de una se quebró. El dolor fue insoportable durante unos segundos, aunque las lesiones no tardaban en desaparecer.
-Te lo ruego... no quiero hacerte daño...
-¿Habéis oído eso? -Toda la sala prorrumpió en carcajadas- Él no quiere hacerme daño a mí -rió mientas se inclinaba hacia él. Luego le sujetó la cabeza con las dos manos, lo alzó... y con un solo gesto le partió el cuello. El cuerpo inerte de Ailen cayó de nuevo, como si se tratase de un muñeco. -Bueno, ahora le toca al musiquito ladrón. Me pregunto cuál de los dos hará más ruido al romperse.
El flautista no tuvo tiempo de terminar de mojarse los pantalones. El tharen se alzaba de nuevo ante ellos como si no hubiera pasado nada.
-¡Pero qué coño! ¿De qué estáis hechos los duendes?
-Te he dicho que no soy un duende. Deja que me marche. No quiero hacer daño a nadie.
-Tú por eso no te preocupes -Brom desenvainó un cuchillo, mientras los demás hombres gritaban su nombre y pateaban el suelo.
No tardó en cargar, sujetando el arma con firmeza. La primera estocada iba dirigida al cuello de su rival, pero Ailen la esquivó por poco con un movimiento de tronco. No tuvo tan suerte en la segunda intentona. De no haber parado la hoja con su mano izquierda, le hubiera herido en la cara. Un débil hilo de sangre brotó de la herida, goteando sobre el suelo.
Y por fin, el tercer ataque impactó en su objetivo. El cuchillo atravesó el pecho del tharen, que a duras penas consiguió seguir en pie. Alzó la mano, tembloroso, y la cerró sobre el cuello de Brom, tratando de defenderse.
Cuando la carne de su oponente comenzó a tornarse de un color negruzco, Ailen abrió los ojos como platos y se retiró con rapidez. Ya era tarde. El gigante yacía ante sus pies, reducido a poco más que una montaña huesos calcinados. Aún parecía vibrar en el aire el grito que profirió.
-"Mi guante..." -se lamentó, mientras examinaba la palma de su mano. El puñal de su adversario le había roto la tela, dejando al descubierto buena parte de la piel.
-E-escúchame -murmuró una aterrada Tyra. Los demás permanecían en silencio -no queremos problemas. Puedes coger el caballo que más te guste y te daremos algo de oro,  después te marcharás para no volver. ¿Entendido? No quiero más muertes... monstruo.
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Psyro en 14 de Noviembre de 2009, 00:05
Filion



Unos densos nubarrones cubrían el cielo nocturno por completo, cosa que todos agradecieron sobremanera durante la huída de la ciudad. Esa noche no había ninguna estrella que iluminara el camino ni un ápice. Sólo la luna parecía tener intención de delatar la posición del grupo, pero sus esfuerzos resultaban en vano ante la inmensidad de los campos que rodeaban Akneth. Sin embargo, una vez que los muros de la ciudad quedaron atrás, Filion empezó a lamentar este hecho: no tenían ninguna garantía de estar caminando en la dirección correcta. Debían ir hacia el oeste pero, dada su situación actual, bien podían haberse desviado durante la travesía.
Además, el cansancio que arrastraban resultó ser un enemigo más duro que todo un regimiento de soldados. Salvo Demian, que acababa de unirse a la peculiar compañía, el resto llevaba caminando desde el amanecer. Los caballos  no podían atravesar el bosque de Akneth y se habían visto obligados a soltarlos. Guardaban la esperanza de encontrarlos a su salida o, en caso contrario, de poder comprar nuevas monturas.
Por desgracia, alguna divinidad parecía estar divirtiéndose a su costa. Quizá uno de esos diablillos que aparecen en los cuentos para niños, donde disfrutan atormentando a los viajeros.
La cabeza le daba vueltas. A pesar de todo, se obligó a seguir. Los demás no debían de encontrarse mucho mejor que él.
-Un poco más -se dijo.
Erica lideraba ahora la marcha, sin dar muestra alguna de cansancio. Como siempre. La joven era demasiado enérgica como para dejarse abatir. Enérgica y orgullosa. De modo que a Filion no le extrañó en absoluto la fortaleza de la que aquella muchacha hacía gala.
En cambio, lo que nunca dejaría de sorprenderle era la capacidad de Sartash para seguir adelante. De todos los presentes sería a todas luces el menos adecuado para caminar durante mucho rato: anciano, y tullido. Y a pesar de ello, no sólo no dejaba escapar ni un jadeo de fatiga, sino que además andaba silbando como si nada. De cuando en cuando echaba mano de uno de sus saquillos, extraía una peculiar pasta hecha de raíces y se la echaba a la boca para masticarla. El tharen había oído que aquella sustancia era utilizada a menudo por pastores de los reinos del norte cuando debían ascender por las montañas, pero desconocía su composición exacta.
Algo que podía parecer muy peculiar, teniendo en cuenta la tradicional habilidad botánica de su linaje. Los tharen conocían las propiedades de miles de plantas, que empleaban para un sinfín de usos. Desde una forma para darle consistencia a las comidas hasta el veneno más mortal del mundo, los expertos de Isdar habían sabido darle uso al mundo vegetal en el que se desenvolvían desde que el mundo era joven. Por supuesto que podrían acceder a los ingredientes de la pasta que empleaba Sartash por muy lejos que crecieran. Lo que ocurre es que, para ellos, resultaba una pérdida de tiempo. Los habitantes del bosque no necesitaban un gran fondo físico: en su hogar había poco espacio para las carreras. No estaban hechos para aguantar mucho tiempo en actividad, sino para realizar movimientos rápidos y ágiles como trepar de una rama a otra. Como consecuencia, sólo los más instruidos sabían de la exótica mezcla.
Y por la misma razón, a Filion se le estaban agotando las fuerzas mucho antes que a su incombustible amiga.
En el caso de Deidri, la fatiga era aún mayor. Un avatar no posee poderes ilimitados. Ante un gran esfuerzo se resienten, como todo el mundo. Y la trifulca con los guardias no había hecho más que agravar su malestar.
-"Además, sólo es una niña..." –pensó Fil.
Tenían que parar. O mejor, rogar a los dioses porque apareciera una posada en el camino. Acampar en medio de la llanura con media ciudad buscándoles no sería lo más sensato, después de todo. ¿Pero hasta cuándo aguantarían?
No tuvo tiempo para ser optimista. Antes de que llegara a repasar de nuevo sus opciones, oyó un ruido seco a sus espaldas. Al girarse vio a Deidri tendida sobre la hierba, extenuada por completo.
Corrió a socorrer a la joven. Para cuando los demás quisieron darse cuenta de lo que acababa de ocurrir, él ya estaba sobre la muchacha comprobando su respiración y pulso.
-¡¡Dei!! –exclamó Erica, que ya iba un par de metros por delante del resto.
-Tranquila –murmuró el tharen-. Sólo está mareada. No puede seguir a este ritmo más tiempo. Necesitamos parar a descansar.
-Te lo dije, maldito viejo –bramó la joven-. No podíamos seguir. Pero nada, vosotros...
-A lo mejor si hubiésemos rodeado el bosque en vez de atravesarlo ahora tendríamos caballos –replicó este con una sonrisa cargada de fingida inocencia.
-Vale, ya es tarde para recriminarse nada –los calmó Filion-. Es arriesgado quedarnos aquí, pero no tenemos remedio.
-No os preocupéis –saltó Sartash-. Sé cómo arreglar esto.
-¿Ah sí? –replicó el tharen arqueando una ceja. Reconocía ese tono en la voz del clérigo, y no auguraba nada bueno.
-Sí, mira. Tú, herrero, ven aquí.
-¿Yo? –respondió Demian.
-No, el otro, el listo. Siéntate delante de Deidri. Muy bien. Ahora Erica, pon las manos de tu hermana en los hombros del chaval.
La joven obedeció con dudas.
-Como nos estés tomando el pelo...
-Vale, herrero, cógela por las piernas.
-¿Qué haga qué? –contestó avergonzado.
-Las piernas, sólo tiene dos. No es muy difícil. Ya está, ¿no? Genial. Intenta levantarte.
Erica maldijo en voz baja. Filion no pudo evitar soltar una carcajada al ver al joven sujetando a su amiga.
-Pues hale –le animó Sartash-. Ahora sigue en esa postura mientras caminas un par de horitas. Y no te quejes, que la chica está en los huesos.
-Podías haberte ahorrado todo eso, no me importa llevarla –confesó-. No estoy cansado.
-Ya, se me olvidaba que eres una heroica miniatura de caballero. De todas formas así era más divertido.
Un graznido distrajo a Filion de la conversación. El tharen no pudo reprimir un escalofrío. Lo más probable era que se tratara de un buitre que se había alejado demasiado de las montañas, cosa que no le tranquilizaba demasiado. No le gustaban los pájaros. Las aves eran animales de mal agüero para los de su raza, sobre todo las de color negro como aquella. Pero al margen de este hecho, esos animales siempre le habían puesto nervioso sin remedio. Y un buitre no dejaba de ser uno muy grande.
-¿Va todo bien? –preguntó Erica
-Sí... sí, claro.
-Siguen dándote miedo –sonrió, divertida.
-No es miedo, es... rechazo –afirmó, buscando al animal en el cielo.
-Seguro. Como aquella vez, cuando tuve que ir a las pajareras a enviar una carta para...
-Allí hay humo –la interrumpió.
-No me cambies de tema –rió. Luego se dio cuenta de lo que significaba aquello-. ¿Humo? ¿De una fogata, o algo así?
La joven entrecerró los ojos sin demasiado éxito. Ella no podía ver nada en medio de la oscuridad nocturna. Filion distinguía con cierta nitidez las siluetas de cuanto les rodeaba gracias a sus ojos de tharen, pero sólo a una distancia media. La columna de humo avanzaba de frente, ocultando en parte la luna. Al concentrarse en el horizonte, creyó ver un par de tímidas luces.
-Creo que es una aldea pequeña, o una posada. Menos mal –se alivió, obviando el hecho de que, de no haber sido por el buitre, quizá no se hubiera percatado de aquello.
-Vamos chaval, un último esfuerzo –animó Sartash a Demian-. Pronto podrás librarte de la carga.
Sólo los pasos ansiosos de una compañía llena de optimismo tras el descubrimiento y la colleja que Erica le propinó al clérigo por sus palabras rompieron la calma que imperaba, y que no parecía que fuera a romperse a corto plazo.
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Psyro en 14 de Noviembre de 2009, 00:06
Hans



La música envolvía el ambiente aquella noche. Igual que todas las demás. Pero en cierto modo, esta misa era diferente. Ninguno de los presentes podía apartar de su cabeza la idea de que el rey podía morir en cualquier momento.
No obstante, las tradiciones de la iglesia debían ser seguidas a rajatabla, aún en situaciones tan especiales. La celebración comenzaba con la entrada de los clérigos en el templo. Si bien lo normal era celebrar al menos una misa por semana, la hora y hasta el día podían variar. Era privilegio del Padre el decidir cuándo debían reunirse, salvo que una situación especial forzara a hacerlo. Por ello, pese a que nadie entendía el motivo de aquella reunión tan imprevista, pues se había comunicado aquel mismo día, no se oyó ninguna voz cuestionando las decisiones del anciano y sabio Anthem.
Nunca se abrían las puertas del edificio antes del anochecer, ni tampoco después de que saliera el sol. Cuando el último de los asistentes hacía acto de presencia, debía darle la vuelta a un pequeño reloj de arena que se encontraba en el altar. Antes de que el último grano de arena cayese, cosa que solía ocurrir en unos cinco minutos, el Padre entraba en el templo. Aquella costumbre, que todos seguían sin vacilar entendiesen o no su significado, tenía su razón de ser en los primeros días de la Iglesia: El Padre era el primero de los clérigos, el que debía guiar a toda la Orden en el reino. Y a la vez debía ser el último: el más humilde, al servicio del resto. Los fundadores de la Iglesia no concibieron la figura de un líder, sino la de un organizador.
La historia se había encargado con el tiempo de torcer las cosas en más de una ocasión. Durante la Avatharea, por ejemplo, el apoyo de la Iglesia al monarca resultó vital. No obstante, y aunque en la actualidad el Padre gozara de una influencia poco inferior a la del rey, su poder real era bastante reducido, dirigido siempre a la propia Orden y nunca al exterior de ella. En gran parte esta situación se debía al clima de posguerra que hacía poco comenzaba a desaparecer, pero también al propio Anthem, quien no encontraba ninguna necesidad en inmiscuirse en los asuntos del reino como hicieran algunos de sus predecesores. Hansel estaba convencido de que nadie en todo el reino estaba más capacitado para desempeñar su labor, al margen de los rumores que se oían por doquier. Y él sabía de lo que hablaba, claro. No le quedaba más remedio.
Cuando apenas faltaban unos segundos para el fin de los cinco minutos, Anthem cruzó el umbral de la entrada. Aunque ya nadie le llamaba así; no desde que se convirtió en la cabeza de la Iglesia hacía ya cuarenta años. Ahora era Padre, ni más ni menos. Todos conocían su nombre, y nadie lo usaba. Ni siquiera el propio Hansel, por muy cerca de él que se encontrara. Era su aprendiz, su ayudante personal. Se exigía de él que se mostrara aún más respetuoso si cabe, por mucho que a la hora de la verdad su relación fuese mucho más familiar. Le consideraba poco menos que un padre. Uno de verdad. Nada relacionado con formulismos y cargos.
Hans se arrodilló, como todos los demás. Había dedicado buena parte de su vida a estudiar cada uno de los pasos a seguir en la liturgia. No importaba que un clérigo novato no hubiese asistido aún a su primera misa: cuando llegara el momento, se desenvolvería sin problemas. Se preparaban a conciencia para ello. Hans era en cierto modo inexperto. No podía decirse que fuese un recién llegado, ni tampoco que estuviese al mismo nivel que la mayoría de la Orden. Modesto como era, no se atrevería a aventurar qué había llevado a Anthem a confiar en él como su segundo, salvo quizá que la juventud jugaba a su favor.
Al reincorporarse reparó en la presencia de las Voces. Las cinco mujeres se encontraban ahora detrás del Padre, formando un semicírculo a sus espaldas. Una de ellas, situada en el centro, comenzó a cantar. Su timbre era grave, casi pesado, pero no tanto como la oronda sacerdotisa.
Poco después las otras Voces se unieron a su compañera. La canción estaba escrita en Kaea, la lengua natal de Athoria, aunque había pocos en el mundo que no la hablaran. Se trataba a todas luces de una composición reciente, pero no por ello resultaba menos conmovedora. Hablaba de la historia de los tres grandes dioses, Nerbal, Shorel y Azhdar. Cuando la melodía cesó, Hans se percató de que habían omitido varias estrofas. Antes de que tuviera tiempo para extrañarse sobre este hecho, el Padre alzó las manos y empezó a hablar:
-Hoy como sabéis es un día gris, hermanos. Nuestro amado rey s... s-se debate entre la vida y la muerte. Roguemos a los d-d-dioses por su mejoría.
Las palabras cayeron como un jarro de agua fría sobre todos. Y no sólo por el mensaje que transmitían, de sobra conocido por todos, sino por ese tartamudeo. Hacía tiempo ya que se rumoreaba que el monarca no era el único personaje ilustre enfermo en Athoria. Anthem tenía una condición física notable para una persona de su edad, pero en cuanto a su salud mental la realidad era más dura. Apenas dormía, había empezado a tartamudear y en ocasiones sufría ataques de pánico provocados por cosas tan mundanas como un pájaro o una flor. Hans lo sabía mejor que nadie. El anciano podía dar muestras de mejoría una mañana, y dos jornadas después sorprenderle con una petición tan desconcertante como un barril de limones. A pesar de ello, él confiaba en el Padre y su buen criterio... pero no todos eran tan optimistas.
-Por fortuna, no todas son malas not-t-ticias. Este mes, dos nuevos jóvenes han pasado a formar parte de nuestra Iglesia bajo el nombre de c-c-clérigos. Karl, servidor de Shorel y Jaime, de Nerbal.
Los sacerdotes aplaudieron con cortesía al oír el nombre de los dos jóvenes. Primero los que portaban la túnica blanca, servidores de Shorel. Después los que vestían de rojo, seña de aquellos que seguían a Nerbal. Hansel se unió a la bienvenida al oír el nombre de Karl pese a que apenas le conocía. Poco más de dos meses atrás, cuando era su propio nombre el pronunciado por el Padre, todos le recibieron del mismo modo.
El Padre hizo un gesto con la mano que indicaba que aún no había terminado de hablar.
-Además, una nueva hermana pasa a engrosar las filas de los siervos de Azhdar.
Se oyó un murmullo de sorpresa. En los últimos tiempos eran pocas las sacerdotisas que dedicaban su vida a honrar a la diosa. Y los clérigos de túnica marrón escaseaban aún más.
-La joven Aela -prosiguió, señalando a una de las Voces-, es la nueva incorporación.
La sacerdotisa dio un paso al frente, con una enorme sonrisa. Sin duda era joven, de no más de diecinueve años. Era inusual que alguien de su edad adoptara la túnica clerical, por lo que Hans imaginó que debía ser hija o sobrina de algún otro sacerdote.
La muchacha parecía bastante feliz, de todos modos. Las mejillas se le habían tornado de un color rojizo, que contrastaba con su pelo rubio. Era toda una preciosidad, llena de vida y alegría. Tanto, que Hans empezó a sospechar quién le relevaría como ayudante del Padre La idea le desanimó un poco, pero tras pensarlo bien no le pareció tan terrible. Lo normal era que nadie durara en su cargo mucho más de un par de meses. Hacía tiempo que el nombre de la joven aparecía en boca de todos. Daban por hecho que reemplazaría a Hansel.
Mientras, el Padre no sonreía. Más bien todo lo contrario, había en su mirada un brillo extraño, cercano al miedo. Y cuando Aela comenzó a cantar, el brillo se intensificó.
Por suerte, nadie se fijó en la expresión de Anthem. Los clérigos escuchaban a la sacerdotisa con interés. Tenía una voz dulce, tan encantadora como su sonrisa. Y además cantaba en Heniá, la lengua antigua, lo que decía mucho de su formación:

Ô Dorimen arethen es
/Que poderosos son los [dos] dioses/
Men oh lah dorimeh dun parthis
/pero cuánto más perfecta [es] la diosa/
Tahl agoeriae, tahl dirahae
/Tan grande, tan sabia/
Imnis kirieh, imnis iruleh.
/Sagrada señora, sagrada madre/

-¡Basta! -gritó el Padre.
La canción se detuvo de súbito. Las mejillas de la muchacha habían pasado a una nueva tonalidad de rojo aún más oscura, pero no era la única sorprendida.
-Basta... -repitió, con más calma-. Una... una f-f-fantástica voz, sin duda. Puedes volver a tu lugar, niña.
Aela obedeció de inmediato. Un murmullo general invadió la sala durante unos instantes. O lo hubiese hecho en otras circunstancias, si la reacción de Anthem no les hubiera dejado a todos mudos.
-P-p-por último, antes de comenzar la oración, tengo una decisión más que anunciar. Como todos sabéis, lo tradicional es que pasado cierto tiempo el ayudante del Padre abandone su cargo a favor d-d-d... de otro clérigo más joven –concluyó al fin.
Hans tragó saliva. Iba a echar de menos aquello, por mucho que se tratara de una posición de mayor responsabilidad.
-Sin embargo, nunca había encontrado un ayudante tan capaz como Hansel, siervo de Shorel. Por ello, todo seguirá como hasta ahora por tiempo indefinido. Y ahora, comencemos.
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Psyro en 14 de Noviembre de 2009, 00:07
De momento va. Me estoy planteando si no sera mas comodo usar algun blog, o algu.
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Blood en 14 de Noviembre de 2009, 01:44
Jeje se pone interesante, muchas historias que seguro se cruzan .... continua.

Y sobre lo de donde postear al estar, o mejor dicho al no estar en papel, a mí me es indiferente leerlo por aquí o por un blog. Ahora bien colócalo en donde más cómodo sea para ti.
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Nuly en 14 de Noviembre de 2009, 02:49
Cita de: Psyro en 14 de Noviembre de 2009, 00:07
De momento va. Me estoy planteando si no sera mas comodo usar algun blog, o algu.

O usar el primer post y spoilers.
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Ningüino CDR-lar en 14 de Noviembre de 2009, 10:47
Cita de: Arkady en 14 de Noviembre de 2009, 02:49
Cita de: Psyro en 14 de Noviembre de 2009, 00:07
De momento va. Me estoy planteando si no sera mas comodo usar algun blog, o algu.

O usar el primer post y spoilers.

O links: En el primer post linkeas todos los capítulos. Y al final de cada uno pones links al siguiente y al anterior.
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Psyro en 14 de Noviembre de 2009, 23:11
Garret


Los primeros rayos de sol se proyectaron sobre el castillo de Athoria, despertándolo de su letargo. La actividad a primeras horas de la mañana era bulliciosa. Todo un ejército de cocineros y pinches se desvivían por tener listo el desayuno, los soldados y guardias efectuaban el cambio de turno, los clérigos comenzaban sus estudios...
La única estancia del castillo que permanecía en reposo era la sala del trono. Su habitual ocupante se encontraba en un cuarto mucho menos lujoso, pero sin duda más cómodo y apropiado para su estado de salud.
El rey dormía.
Como de costumbre, Ernst no contestó el saludo de Garret. Se limitó a hacer un movimiento de cabeza para dar a entender que le había visto llegar y después se marchó. Aún somnoliento, el joven guarda ocupó su lugar frente a la puerta y comenzó a trabajar.
A Garret le encantaba su trabajo. Sobre todo, porque le daba tiempo para pensar y el resto de su tiempo no solía pensar mucho, o eso le decían sus compañeros. En qué, eso no lo sabía ni el mismo. Jamás le enseñaron a leer o escribir, pero sí a contar, y eso se agradece sobremanera cuando tu trabajo consiste en pasar horas de pie sin moverte. A veces contaba baldosas, o moscas, pero la mayoría de las veces contaba ideas. Una vez pasó todo el día dándole vueltas a la ocurrencia de crear algún sistema para comunicarse con los guardias del pasillo. Porque Garret no era un tipo inteligente, pero sí práctico, y si alguien pretendía entrar por la fuerza en la habitación del rey se sentía más cómodo pudiendo llamar a una veintena de guardias. Así que le comentó la idea a Dihl.
Él si era listo. Tanto, que a veces le costaba comprender a su amigo. De modo que le prometió que meditaría su idea.
Al día siguiente apareció ante él, sonriente, con una campanilla en la mano. Le aseguró que si la tocaba con fuerza, los guardias acudirían cuanto antes. Durante un tiempo, Garret trató de averiguar de dónde había podido sacar su amigo el pequeño artilugio. Hasta que llegó a sus oídos la noticia de que los cocineros andaban como locos por el castillo buscando algo parecido a una campanilla dorada que les había desaparecido. Al menos el ladrón había tenido el extraño detalle de dejar unas monedas en su lugar.
Porque Dihl era de todo menos un ladrón. De hecho, si formaba parte de la Compañía Azul era porque no le gustaban nada los ladrones. Garret meditaba a menudo sobre la vocación de su amigo, y se preguntaba si él mismo hacía lo correcto allí. ¿Era lo que quería hacer, o sólo lo que podía hacer?
Aquel día, sin embargo, no estaba para pensar. Y no porque acabara de levantarse y hubiese olvidado desayunar antes de ocupar su puesto. Su inquietud se debía a lo que ocurría en el interior.
El príncipe se encontraba a los pies de la cama, junto un clérigo nuevo y varios sanadores más. Parecía que ni el Padre ni el tal Blinden, o como demonios se llamara el clérigo, habían podido acudir. De hecho, no los veía desde aquella charla que tuvieron con Joseph. Tampoco le extrañó mucho. Si no acudían a los aposentos del rey, era imposible que se encontraran.
El guardia rozó la madera con sus dedos. Era lo mismo de cada día, desde el rey enfermó. Pero esta vez pasaba algo distinto, pensó. No oía voces. Dentro, todo estaba como muerto.
Pronto se arrepintió de usar esa expresión. Trató sin éxito de convencerse de que no ocurría nada. El guardia era testarudo hasta para hablarse a sí mismo.
De repente, la puerta se abrió a sus espaldas. Garret se giró, sobresaltado. Trató de vislumbrar lo que ocurría en el interior de la habitación, pero se lo impidió la multitud que abandonaba el cuarto. En sus rostros se reflejaba una mezcla de nerviosismo y perplejidad, y eso no le dio buena espina al inquieto guardia.
-¿Qué ha pasado? ¿Está bien?
-Las noticias no podrían ser mejores
Era el príncipe quien contestaba a su pregunta. El príncipe de verdad, no el reflejo que durante los últimos días había estado caminando de un lado para otro, agobiado y triste, temiendo por su padre.
Estaba sonriendo.
-No sabemos bien lo que ha pasado, pero empieza a mejorar. Incluso... abrió los ojos una vez.
-Me... me alegra oír eso, mi señor
-Continúa en tu puesto, soldado. Y ahora más que nunca, estate atento. Debo irme, a mi pesar.
Sin esperar respuesta, el heredero se perdió por el largo pasillo. Garret tuvo que resistir la tentación de pasar a ver al rey, una vez que la estancia quedó desocupada. Pero su deber era permanecer en la puerta y vigilar la entrada, pasara lo que pasase. Sabía que tenía que cumplir las órdenes del príncipe, por la seguridad del monarca.
Así que, como es obvio, se moría de ganas por entrar. Sin embargo, poco a poco pasaron los minutos y, para sorpresa del guardia, la puerta seguía cerrada. "Será la edad" pensó. "Ya no soy ningún crío inquieto, y tengo mis responsabilidades. Así que protegeré al rey, pase lo que pase"
Pronto tuvo que arrepentirse de su arenga mental. Un sonido seco atravesó la puerta de madera. Quizá fuera la ventana, golpeada por el viento.
Puede que cualquier otro vigilante no hubiera hecho caso del ruido. Cualquier otro hubiera pensado que era imposible acceder a la habitación, salvo por la entrada que él mismo se encargaba de bloquear.
Pero muy en el fondo, Garret seguía siendo un crío inquieto.
Entreabrió la puerta, despacio. Las bisagras chirriaron, incluso más que de costumbre. El interior estaba oscuro, pero el guardia puedo ver la silueta del rey tumbado en su cama, respirando con dificultad. Las ventanas estaban cerradas. Procurando no hacer más ruido, recuperó su posición y suspiró aliviado.
Tardó unos segundos en pensar con claridad. Reprimiendo las ganas de pegase un puñetazo, abrió la puerta de nuevo, esta vez sin preocuparse por no armar escándalo.
-"Las ventana están cerradas, imbécil, el ruido no lo ha podido hacer el viento. Dioses, si ni siquiera hace viento hoy" -se lamentó.
La luz del pasillo atravesó la entrada, iluminando el cuarto. Y allí estaba: una figura encapuchada se erguía junto al rey dormido, esgrimiendo una daga con la mano derecha.
-¡¡Eh tú!! ¡¡No te muevas ni un pelo!!
El extraño se giró con rapidez al sentir que había sido descubierto. Garret desenvainó su espada y se lanzó hacia él, pero no era tan ágil como su rival y cayó al suelo de bruces. Este descuido sirvió para que el encapuchado tuviese tiempo de abrir las ventanas. Dejando caer su arma, se subió a la cornisa. El guardia trató de impedir su huida, sujetando su túnica.
Entonces el hombre saltó. Se precipitó como un rayo hacia el vacío, dejando a Garret con un trozo de tela negra en la mano y muy confuso, pero a la vez orgulloso. Había detenido al agresor. El rey estaba a salvo.
Sólo cuando vio las sábanas teñidas de un inconfundible color rojo, hizo sonar la campanilla con tanta fuerza que sintió un latigazo de dolor en el hombro.
Y gritó. Gritó cuanto pudo, porque el rey acababa de morir.

Los minutos siguientes pasaron muy deprisa, pero Garret supo que no los olvidaría jamás. Primero llegaron los demás guardias, que no tardaron en dar la voz de alarma. Después, todo el mundo: médicos, clérigos, nobles...
Y el príncipe.
Cuando entró en la habitación, nadie le había advertido de lo ocurrido. No hubo tiempo. Pero al ver a todas esas personas, no tardó en saber lo que pasaba.
-Garret -le llamó, procurando no perder los nervios-. ¿Qué ha pasado? ¿No era tu guardia?
Todas las miradas fueron a parar hacia él. Durante un corto espacio de tiempo, había pasado desapercibido entre la multitud. Eso se acabó.
-Yo... yo no... majestad, os juro que nadie cruzó la puerta. No se quién entró ni como, pero le juro que...
-Es suficiente. Guardias –pronunció con voz grave, llamando a dos de los soldados-, acompañadle hasta mis aposentos. Deseo escuchar su versión.
Los hombres obedecieron sin dudar al que acababa de convertirse en su nuevo rey. Garret les siguió, cabizbajo. Temía que no le creyeran, pero aún sentía más la muerte de Wilhem.
La caminata por el castillo se hizo larga y tediosa. Durante el trayecto, el soldado vio a los habitantes del castillo, inmersos en sus tareas. Seguro que ignoraban lo que había ocurrido, y por un momento los envidió.
Aquellos pensamientos no duraron demasiado. Los dos guardias lo llevaron hasta la habitación y esperaron fuera. No conocía sus nombres, pero daba igual. No los hubiese recordado.
El cuarto del antiguo príncipe resultaba impresionante. Las blancas paredes estaban adornadas por tapices, bordados con hilos granates, al igual que las sábanas y colcha de la suntuosa cama. La ventana dejaba pasar bastante luz, por lo que la impresión que causaba todo aquel lujo era aún mayor.
Al cabo de un rato, el nuevo rey apareció. Su rostro estaba pálido, pero no dio muestras de flaqueza en ningún momento. Justo lo que se esperaba del portador de la corona. Garret contempló con admiración la firmeza que despedían aquellos ojos grises.
-Ahora, cuéntame tu versión -ordenó. Garret no pudo evitar darse cuenta de que le estaba tratando de forma un tanto familiar, pero no sabía si eso era bueno o muy malo.
-Yo estaba en la puerta, señor. Os juro que no me moví ni un momento. Y entonces... entonces oí un ruido dentro. Pensé que alguien podía haber entrado por la ventana, pero está muy alta, y además estab... estaba cerrada. Yo no quería entrar, de verdad, pero pensé que... que...
-Tranquilízate. Hiciste bien al entrar. Ahora descríbeme al culpable.
-Iba de negro -afirmó, más tranquilo-. Pero no pude ver su cara, la tapaba con un capuchón. Y llevaba un cuchillo, de mango negro también. Abrió las ventanas y se arrojó. Os juro que intenté... pero ya habrá muerto... la caída...
-Bien, te creo. Encontramos el cuchillo, y un trozo de tela negra. Ahora mismo buscan al responsable.
-Pero... la caída...
-Hay alguien en este castillo que pudo sobrevivir al golpe, mi buen guardia. Pero no diré más ni me atreveré a hacer acusaciones hasta que no haya pruebas. Y... gracias por intentarlo.
-Cumplía mi deber, señor. Pero hubiera muerto si con eso... si...
El rey sonrió un momento, agradecido.
-Pero señor -insistió Garret-. ¿Qué clase de persona puede sobrevivir a la caída desde lo alto del castillo?
-Tienes razón, ninguna persona. La única criatura capaz de hacerlo es un avatar.
El guardia palideció. La última vez que oyó esa palabra fue de niño, e iba en la misma frase que "fuego" "guerra" y "muertes".
-Avatar...
-Sí. Hay gente que dice que esas cosas son los elegidos de los dioses. No puedo creerlo, ¿quién puede estar tan ciego...? Son monstruos, eso son.
-Claro, mi señor
-Esta madrugada, sin ir más lejos, me llegó un aviso desde Akneth. Uno de esos seres derribó a varios miembros de la Compañía Roja de la ciudad. Después huyó con un criminal y tres compañeros más. ¿Puedes creer que esa sea una persona normal?
-No, mi señor
-Te alegrará saber que le quedan horas contadas. Apenas me llegó el aviso en una paloma mensajera, envié orden se seguir al grupo de rebeldes. Nada menos que treinta jinetes les siguen el ras...
Alguien interrumpió la conversación. Un guardia acababa de entrar en la estancia.
-Majestad -saludó, inclinándose-. Hemos encontrado al culpable en las afueras del castillo. Tal y como sospechabais, se trata del monstruo de vuestro primo Joseph.
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Psyro en 14 de Noviembre de 2009, 23:15
Demian


Demian se levantó, sobresaltado. Había pasado una mala noche, aunque no sabría explicar por qué. No acostumbraba a recordar lo que soñaba.
Aún somnoliento se desperezó, y avanzó hacia la forja. Tenía que acabar el encargo. Pero lo que encontró en lugar de su lugar de trabajo fue la cama vacía de Sartash.
El armazón de madera le golpeó en las rodillas. Reprimiendo un grito, el herrero abandonó la habitación, dolorido. Los recuerdos del día anterior regresaron a su cabeza a la vez: la pelea con el guardia, Deidri, la despedida, la huida de la ciudad... y Deidri de nuevo. Por supuesto que la estaba agradecido por salvarle, pero no podía evitar sentirse incómodo en su presencia. ¿Qué honor podía encontrarse en un combatiente como ese? ¿Acaso había tenido ella que practicar con la espada a escondidas cada noche? ¿Sabía siquiera lo que significaba esa palabra? No, a ella le habían entregado todo hecho, y tenía a su lado gente dispuesta a todo por sacarla de cualquier lío.
Demian no. Y aunque jamás había pensado que su vida era mejor o peor que la de cualquier otro, no podía evitar sentir un cierto rechazo hacia la muchacha.
El herrero se hallaba sumido en estos pensamientos cuando Sartash entró en la habitación.
-Anda, si te has levantado. Que detallista.
-¿Por qué no me has despertado?
-Porque te hubiesen convencido para que les acompañaras a ir a por los caballos. Sí, ya sabes, el orejas picudas, la chica-troll y la increíble niña-lumbre.
Demian miró al clérigo sin comprender.
-A ver si te lo puedo explicar de otro modo. Eres tan noble y tonto que te hubieses ofrecido a acompañarles, y te necesito aquí. Tenemos que hablar de tu contrato laboral.
Acto seguido, desapareció por la puerta, haciéndole un gesto para que le siguiera. El joven obedeció.
Pronto llegaron a la habitación contigua. Era, al igual que la otra, bastante pequeña, pero muy acogedora. El mobiliario, consistente en un enorme baúl, una mesa y tres sillas, era también el mismo. Solo que esta tenía una cama en vez de dos, por lo que en cierto modo resultaba un cuarto más espacioso.
-Bien -dijo Sartash, sentándose-. Empecemos. ¿Qué te trae por aquí?
-¿Cómo? Vine porque...
-Porque te lo dijo un desconocido.
-Un desconocido no, un hombre que en cierto modo colaboró en salvarme la vida.
El clérigo sonrió, complacido por la respuesta.
-Al grano. Troll y niña-lumbre son las sobrinas de Lord Barthor, el señor de Darnia en nombre de su Majestad Wilhem II de Athoria –tomó aire, quizá de forma exagerada-, que por alguna casualidad es amigo mío. Si voy con ellas es solo por saldar una vieja deuda, no creas que aprecio la compañía de Érica. Y de paso, mientras velo por la seguridad de sus amadas sobrinitas con el orejas picudas, le busco un herrero nuevo. El suyo se rompió jugando a "detén el martillo del caballero negro con la cabeza".
-Y yo soy el herrero de repuesto.
-¡Bravo! Buena capacidad deductiva.
-¿No tenéis herreros en Darnia? No tiene sentido que te encarguen...
-Bueno, si nos ponemos técnicos, no me ha encargado nada. Hago este pequeño trabajo por amor al arte. Y porque siempre es más conveniente rodearse de gente que te debe favores, no sé si me entiendes.
-¿Y por qué me cuentas esto? Me dijiste que iba a trabajar para ti, ya imaginaba que no sería de carnicero.
-No, por si quieres dar marcha atrás.
-¿Qué?
Demian miró al clérigo, confuso. La sonrisa burlona que casi siempre cruzaba su rostro había desaparecido. Hablaba en serio.
-Tienes que asumir una cosa: Deidri es un avatar. Y ha elegido una época mala para nacer. Hace quinientos años podría ganarse bien la vida, pero ahora no es tan fácil.
-Pero el rey Wilhem...
-El rey va a morir pronto, si no lo ha hecho ya. Y conozco a su hijo. Un chiquillo adorable, sí, pero créeme: no le gustan los avatares. Y si obliga a Barthor a entregársela, ten por seguro que se liará una buena. Ya sabes como son estas cosas, empiezan con un "oye, te importa entregarme a tu sobrina para quemarla viva" y acaban con el castillo destruido, con o sin herrero dentro.
-¿Conoce el príncipe a Deidri?
-Por supuesto.
-¿Y sabe que es un avatar?
-Lo dudo, pero no va a estar ciego toda la vida. Tarde o temprano se enterará de qué es. ¿Y sabes por qué? Porque es de la nobleza. Un panadero puede pasar desapercibido, la sobrina de un gran señor, no.
El herrero meditó sus palabras durante un momento.
-¿Y qué sugieres, que vuelva a Akneth? Me matarán, y pondré en peligro a mi padre. Y ella me salvó la vida.
-No, muchacho, no te cuento esto para que te vayas. Sino para que sepas el riesgo que corres viniendo con nosotros.
-Ya, pues... gracias.
-Vale, contratado. Vamos a desayunar.
-Espera. Tú eres clérigo, ¿no?
-¿Me ha delatado el medallón, mi sobrecogedora mente llena de conocimientos, o el que lleven llamándome "clérigo" desde que nos conocemos tú y yo? ¿Necesitas un consejo, o algo así?
-No, quiero respuestas. ¿Qué son los avatares? ¿Es verdad que son elegidos de los dioses?
-Si nos ponemos técnicos, no. Son los elegidos de Algunos dioses. ¿Estás familiarizado con la historia de la creación?
-No.
-A la porra el desayuno. En fin, te la contaré resumida.

"En el principio había dos entidades: Shorel y Nerbal. Las dos llegaron a la vez, y existen desde que existe el universo mismo.
Shorel y Nerbal paseaban de un lado para otro, pensando. Porque veían todo frío, y vacío. Así que un día, decidieron colaborar.
La cosa empezó mal desde el principio. Los dos eran tan poderosos que cada vez que intentaban crear algo, destruían lo anterior e interferían en el trabajo del otro.
Así que pelearon. Y de toda esa energía desprendida, de toda su lucha, nacieron las estrellas, la luna y Henerial, nuestro mundo.
Los dos se quedaron sorprendidos. Y decidieron darse otra oportunidad, aunque a regañadientes. Pero de nuevo, se vieron incapaces de cooperar. Cuando Shorel creaba, Nerbal destruía.
Entonces nació Ella. Azdhar. Nadie sabe a ciencia cierta de dónde surgió, pero se cree que provino de toda la energía desprendida por los dos coléricos dioses. Ella también miró al mundo, como hicieran antes sus hermanos. Pero en vez de tratar de competir, lo que hizo fue canalizar la fuerza de Shorel y Nerbal. Ponerlo todo en su justa medida para que cada una de las creaciones estuviese en equilibrio. Y así nació el mundo como lo conocemos hoy."


-Vale pero... ¿Los avatares?
-Los avatares no son obra de ningún Dios mayor. Durante la creación, del mismo modo que Azdhar había nacido antes, aparecieron otros dioses. Dioses menores, que son los llamados por algunos "elementales", y sirven a su padre y a su madre. De Nerbal y Azhdar nació Issel, el agua, y Assel, la roca. Y de Shorel y su hermana, Ardea, el fuego, y Uma, el viento. La razón de que no tengan clérigos a su servicio es que ellos mismos no se consideran dioses a la altura de sus padres, solo sus siervos.
-Vale pero...
-Por el amor de... ¿quieres callarte para que acabe de contarte la historia?
-Perdón.
-Ya. Bien, cada uno de los dioses, los antiguos y los nuevos, asumió un papel creador. Assel e Issel recubrieron el mundo, Ardea y Uma le dieron forma. Entonces, Shorel creó la vida. Puede sonar artificial, pero es lo que hizo. Y Nerbal, la muerte, por supuesto. Y todo eso, todas esas pequeñas piezas, Azhdar las hizo encajar entre sí como un perfecto rompecabezas. Pero, pese a que la Diosa había traído el equilibrio, no podía hacer lo mismo con la paz. Sus hermanos seguían odiándose, aunque no pudiesen luchar de forma directa. Porque Azhdar en verdad ama este mundo, y una lucha entre los dioses lo destruiría. Y como dos tetas tiran más que dos carretas, pues... El caso –continuó-, es que sus hijos heredaron de algún modo el odio de sus padres. Pero tampoco podían luchar, de modo que ingeniaron algo que pudiese alterar el equilibrio sin romperlo.
-Y crearon los avatares.
-Sí. Cada avatar es un reflejo a pequeña escala de los poderes de un dios. Es su forma de manifestarse superiores a su rival. No, no me preguntes por qué, los dioses son muy raros. Basta con que sepas que Shorel y Nerbal no se manifiestan nunca en el mundo de forma directa, sólo sus hijos lo hacen. En tiempos antiguos, cuando los dioses hablaban a los hombres en sueños o a través de oráculos, esta historia fue narrada muchas veces.
-Entiendo. ¿Entonces son... son buenos, o malos?
-Si tuviese fuerzas, te daría con el bastón. Los avatares son lo que quieran ser, los hay buenos y malos. Lo único malo, es la ignorancia. De la ignorancia nace el odio irracional. No juzgues las cosas por lo que son, sino por cómo son. Me voy a desayunar. -Anunció, y cojeando como siempre, abandonó el cuarto.
Demian no se levantó. Pensó en lo que le había dicho Sartash durante un buen rato, olvidando todo lo demás.
-Juzgar las cosas por cómo son...
-¿Cómo dices? –pronunció una voz desde la puerta.
-Ah, Deidri... -dijo el herrero, sobresaltado. No había reparado en la presencia de la joven.
-Acabamos de volver. Espero que hayas desayunado, porque nos vamos en cuanto Fil prepare los caballos.
-Vale... vale, ya bajo. Oye, Dei...
-¿Si?
-Gracias. De verdad, muchas gracias.
La muchacha recibió las palabras con sorpresa.
-Pero si en Akneth... quiero decir, ya me agradeciste...
-Pero esta vez lo hago de verdad.
Demian se sintió aliviado al realizar la pequeña confesión. Luego los dos sonrieron.
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Psyro en 14 de Noviembre de 2009, 23:18
Ailen



Ailen se detuvo a contemplar la bestia que tenía delante. Jamás había montado a caballo, pero aún así el animal parecía estar dispuesto a  obedecerle. Al menos, no se lo estaba poniendo más difícil. El único problema era el propio Ailen.
Para empezar, tenía que subirse a su lomo. Estuvo a punto de caerse de espaldas al menos en dos ocasiones, que acabaron sólo en una indescriptible maniobra de equilibrio con una sola pierna. Por si no fuera lo bastante complicado, alguien decidió colocar ahí unas extrañas cuerdas que debían de servir para hacerle tropezar. No le extrañó. Nadie le deseaba ningún bien en la posada. Ni siquiera él mismo.
Cuando Tyra le condujo hasta las cuadras, le arrojó un saquito con monedas y se marchó sin despedirse. Estaba llorando. El tharen quiso contarle cuánto lo sentía, explicarle que había avisado a Brom de lo que podía ocurrir. Que sólo trataba de ayudar al flautista. Las palabras no llegaron a brotar. En el fondo, ni él mismo se lo creía. Era un monstruo. Y debía estar lejos de todo el mundo. Mientras trataba de montar sobre el caballo, se preguntó si no habría cometido su maestro un terrible error al liberarle. Encerrado era inofensivo. Ahora...
¿Y no sabía Dorimen lo que era capaz de hacer? ¿Cómo pudo soltarle, a pesar de ello? ¿Qué clase de persona liberaría a un monstruo así?

No es qué, es quién. Eres Ailen, un muchacho que ha vivido entre cadenas y cuyo padre le abandonó. Un muchacho inocente que va a ser libre.

Las palabras volvieron  su cabeza al pensar en su maestro. Era su único amigo, y hasta de eso dudaba. Los últimos acontecimientos le habían dado más motivos de sospecha que de gratitud. Y la idea de dudar de él le atormentaba ¿Pero y si le había estado utilizando todo ese tiempo? ¿Y si en verdad era un loco?
Cuando al fin consiguió subir, apoyándose en aquellas traicioneras cuerdas, tuvo problemas con ese artilugio que llevaba ceñido al lomo. Haciendo memoria, recordó que su maestro se refirió a ello en alguna ocasión con el nombre de "silla", pero los caballos no eran naturales del bosque y sus conocimientos al respecto no eran demasiado profundos. Trató de investigar aquel aparato, que para nada veía demasiado práctico. Si se colocaba lo bastante cerca como para amarrarse al cuello del animal, estaba incómodo por culpa de esa silla. Y si se echaba para atrás, lo justo como para reposar sobre una parte más lisa y agradable, era muy difícil sujetarse a ningún lado.
Se le ocurrió que podía utilizar esas otras cuerdas que colgaban de la boca del animal para sujetarse. Entonces recordó haber visto en grabados y dibujos cómo los jinetes athorianos las empleaban para dar órdenes al animal y evitar caerse. Riendas. No eran ninguna trampa mortal para sus pies colocada por la posadera.
Más tranquilo por su descubrimiento, probó a agitarlas en el aire para que el animal se moviera. Sin creérselo del todo, contempló cómo el caballo obedecía a la primera y abandonaba aquel lugar, aún con la incerteza de a dónde se dirigiría pero con la seguridad de que no iba a volver.

Y así había ido pasando el tiempo, dejándose llevar por el animal en la medida de lo posible y eligiendo caminos al azar que le alejaran de allí. Con el paso de las horas, perdió la noción del tiempo.
El tharen acababa de redescubrir un concepto nuevo: el cansancio. Por segunda vez en su vida, se sentía algo decaído, como si no le quedaran fuerzas. Aún así quiso seguir, pero al parecer su montura ya estaba más familiarizada con esa sensación y paró de súbito para reposar. Resignado, el jinete desmontó y se esforzó en arrastrar al animal unos metros más sujetando las riendas. Para él era bastante sencillo, aunque doloroso, olvidar la fatiga. El animal no lo tenía tan fácil.
Lo cierto es que se trataba de un ser formidable. Robusto pero tranquilo, obediente y salvaje. Se preguntó por qué habría podido Tyra querer desprenderse de un ejemplar así. Para librarse del tharen, le hubiese sobrado con decirlo.
La sombra de la duda cruzó su mente al instante. La posada no debía de dar tanto dinero como para ir regalándolo, y aún así se lo habían dado, junto a aquel extraordinario animal. La única explicación era...
-El caballo de Brom –se lamentó, mientras acariciaba su lomo y tirara de las riendas para hacerle andar un poco más.
Estaba llevando el animal del hombre que había asesinado. Aquella perspectiva le quitó de repente todas las ganas de seguir avanzando.
-Lo siento mucho –logró decir-. No quería hacerle daño a tu amo. Yo sólo... pretendía ayudar a alguien.
No esperaba respuesta de ningún tipo ni esta se produjo. Sin embargo, la confesión le alivió bastante de su culpa.
-¿Tienes nombre? .preguntó, investigando desde cera al caballo en busca de alguna marca, grabado o señal. No halló nada-. Es igual. Te llamaré... Soy muy malo con los nombres. Te llamaré Caballo. Supongo que bastará.
Caballo relinchó. Lo más probable es que se tratara de una forma de expresar su agotamiento. El tharen prefirió interpretarlo como un "de acuerdo". Después de aquellos minutos de reposo, volvió al camino.
Cerca de allí había un bosque. Lo notaba. Algo en su instinto le aseguraba que no muy lejos crecían árboles, aunque no sabía nada de la geografía local. Entre otras cosas, porque desconocía dónde se encontraba. Si al menos pudiera orientarse, haría memoria para remontarse a sus clases de geografía.
Nada. Lo único que tenía era aquel presentimiento, de modo que confió en estar en lo cierto y caminó.
Apenas media hora después, sus sospechas se cumplieron. Aunque el lugar no se parecía en nada a Isdar, era un bosque, al fin y al cabo. Ató las riendas de su caballo poco antes de la entrada. Por algún motivo que no acertaba a comprender, el animal se negaba a internarse con el tharen entre la vegetación.
-"Akneth" –recordó-. "Mi maestro me habló de este lugar..."
Entonces debía de haber recorrido bastante más distancia de la que esperaba. Y, para mayor sorpresa, siempre hacia el oeste. El bosque de Isdar bordeaba Athoria, envolviéndola en parte por el noreste.
Subió a la rama más alta de uno de los árboles, un ejemplar joven y robusto, y se echó. No obstante, trató de no alejarse demasiado del exterior. No quería perder de vista su a caballo.
La rama no era demasiado cómoda ni incómoda. Era mejor que nada, al menos. También podía dormir sobre el suelo, pero se sentía más a gusto entre las copas.
-"Como en casa" –se dijo con amargura. Desechó la idea de inmediato. Él no tenía nada a lo que llamar hogar.
Además, ese bosque le producía una cierta angustia. Para empezar, casi no había luz en el interior, lo que le recordaba sin remedio a su celda en el Ish-Valar hueco: el único punto de oscuridad en medio del bosque de la luz. Pero no era eso lo que le incomodaba. Había algo sobrecogedor, como una presencia siniestra. Ailen se preguntó si sería capaz de burlar el sueño igual que podía olvidarse del cansancio. Palpó su cuchillo, sobresaliente entre sus ropas. Sólo tenía que probar.
No. Al menos dormido no tenía que pensar. Estaba acostumbrado a las pesadillas. A lo que no sabía si llegaría a acostumbrarse era a aquella horrible sensación de culpa y desplazo que lo devoraba por dentro.
El tharen cerró los ojos y durmió.
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Psyro en 14 de Noviembre de 2009, 23:20
Hans


El joven clérigo acudió puntual a su cita. Debía encontrarse con el Padre en sus aposentos en cuanto amaneciera.
No obstante, quizá por la costumbre adquirida en las misas, Anthem se estaba retrasando. Cosa que extrañó a Hans de sobremanera, puesto que lo habitual era que se encontrara en su habitación.
Cinco minutos después apareció por el pasillo. En cierto modo, semejante precisión a la hora de llegar tarde era casi paradójica. Pero el clérigo saludó a su preceptor con cordialidad, como si no hubiera pasado nada.
-Buenos días, Padre.
-Buenos días Hansel. Disculpa mi pequeño retraso.
-No hay nada que disculpar. Pero decidme, ¿Cómo es que os encontrabais fuera de vuestro cuarto a estas horas?
En seguida se arrepintió de sus palabras. Podía haber sonado como una insolencia.
-Hoy no he dormido, me t-t-t-temo –pronunció-. Pasa, por favor.
El joven clérigo obedeció. La habitación que encontró ante sí ya le resultaba más que familiar, pero aun así no dejaba de sorprenderse al entrar. Era modesta, y no demasiado grande, al contrario que tantas otras de las destinadas a las grandes personalidades que habitaban el castillo de la capital athoriana. Siempre había sentido curiosidad al respecto, y al fin se atrevió a preguntar.
-Si no es indiscreción, Padre... ¿cómo es que esta habitación es tan... acogedora?
-Oh, no es mi cuarto. Dispongo de otra habitación más... espaciosa, digamos, para seguir con tu juego de eufemismos –Hansel desvió la vista, algo avergonzado-. La de enfrente de la sala de audiciones. Pero por desgracia acabé llenándola de libros hasta el punto de que no tengo sitio para la cama, de modo que me trasladé aquí con el permiso de su majest-t-tad Wilhem, que los dioses le ayuden. Ahora uso mi otra alcoba como estudio.
-Tantos libros...
-El saber es el poder. El conocimiento lo es todo, hijo. Te permite prepararte para lo que viene y entender lo que fue.
-¿Lo que viene?
Anthem asintió.
-Ocurren cosas en ese castillo... traiciones. Saben que yo lo sé, y van a por mí.
-¿Quiénes?
-El príncipe y sus consejeros.
Hans le dirigió a su preceptor una mirada escéptica. ¿A quién iba a traicionar el príncipe cuando de un momento a otro se iba a convertir en la persona con más poder del reino? Además, no le parecía un hombre capaz de hacerle daño a una mosca.
Sin duda, el Padre estaba perdiendo la poca cordura que le quedaba.
-Entonces, andad con cuidado -decidió seguirle la corriente.
-Eso hago, hijo, pero me lo ponen muy difícil... dioses, en mi propia iglesia...
-¿Cómo decís?
-¿No te diste c-c-cuenta? -Anthem se acercó un poco más a él, como si temiera que le oyeran-. Esa chica... la Voz... es una de ellos.
-¿La chic...? ¡¿Aela?!
-¡Chsssst! Baja la voz –susurró.
-Co... como ordenéis.
El Padre sonrió, complacido.
-Bien, no te he llamado aquí por eso. De hecho, temo haberte implicado. Perdona a este viejo idiota.
-No hay nada que perdonar.
La siguiente hora transcurrió sin incidentes. Los dos clérigos se sentaron en torno a una pequeña mesa de madera y charlaron acerca de los deberes de Hans como su ayudante, así como de temas referentes a la Iglesia y la orden clerical. Después discutieron sobre cuestiones filosóficas, y por primera vez en todo el día, Anthem no tartamudeó ni una vez. Parecía incluso más seguro de sí mismo.
-"Cómo una mente tan brillante puede haberse deteriorado de esa forma" -se lamentó el joven clérigo.
-Me alegra ver que aún hoy en día existen jóvenes con la cabeza bien puesta -comentó el Padre-, pero no tienes razón -y con eso, zanjó el debate.
-Sin duda, sois más sabio que este humilde clérigo. Le prometo que trataré de documentarme mejor para otra ocasión.
Y sin duda lo decía en serio. Si había algo en el mundo que a Hans le gustara más que leer, era discutir, aunque fuese sobe temas insustanciales. Pero el Padre era un gran erudito, y resultaba un auténtico placer poder aprender de él cara a cara.
-Si me disculpas, muchacho -dijo, levantándose de la pequeña silla de mimbre -T-t-t-tengo otros asuntos que atender lo antes posible. Espero que mañana podamos volver a encontrarnos aquí a la misma hora.
-Como digáis -asintió.
No pudo evitar reparar en que la mano del Padre acariciaba con delicadeza un limón maduro. Su fijación con la fruta empezaba a ser de lo más desconcertante.
-Ah, antes me gustaría pedirte un favor. ¿Puedes traerme un libro de mi habitación? Mi otra habitación, mejor dicho -se corrigió.
-¿Cuál es su título?
-Ah, eso me da igual, sorpréndeme –suspiró.
Tras hacer una cortés reverencia, Hans se marchó, extrañado ante el singular ruego y, sobre todo, ante la forma de pedirlo. Casi sonó resignado.
Cruzó el pasillo, no con demasiada prisa, y se dirigió hacia el cuarto del Padre. Por el camino se topó con más de un guardia, aunque no parecieron reparar en su presencia. Parecían más que conmocionados, pero el clérigo no le dio demasiada importancia a ese hecho. El deber le llamaba.
Una vez alcanzado su destino, se dio cuenta de que Anthem no había exagerado ni lo más mínimo. No sólo había libros en las estanterías; algunos estaban apilados en el suelo, otros sobre la cama, e incluso en el alféizar de la ventana. Se acercó a uno de los montones y cogió uno de los libros al azar.

Sobre los avatares
Brandon Thorngarld

Tras una ojeada rápida, decidió dejar el volumen en su sitio y seguir buscando. Pero lo único que encontró fueron títulos como La Avatharea, La guerra de los dioses... o más sencillo aún: Avatares. Extrañado, buscó durante largos minutos algún libro que no tuviese nada que ver con el tema, hasta que encontró un viejo tomo de tapas duras, cubierto de polvo:

III

Ni siquiera aparecía el nombre del autor, pero a Hans no le importó. Sujetando su hallazgo, se encaminó de nuevo hacia el lugar en el que el Padre esperaba.
Ya en la puerta, le pareció oír algo proveniente del interior. El clérigo se sorprendió tratando de agudizar el oído para descubrir de qué se trataba. No era una conducta muy propia de él.
Con dificultades, logró distinguir la voz del Padre, pero junto a él debía haber al menos una persona más. Una mujer joven, si no se equivocaba. Confiando en no molestar, golpeó la madera con los nudillos y entró.
Anthem se encontraba tirado en el suelo, tiritando como un niño asustado. Su cara reflejaba verdadero terror. Apuntaba con el dedo índice hacia algún lugar situado a espaldas de Hans.
-¡¡Padre!! ¿Estáis...?
-¡Llegas demasiado pronto! ¡Detrás de ti, muchacho!
El clérigo se dio la vuelta con rapidez para encontrarse con una extraña silueta envuelta en telas negras. No logró ver su cara, oculta bajo un capuchón. De igual modo, tampoco se dio cuenta de que sus manos sostenían algo parecido a una aguja o un pequeño dardo que fue a parar al cuello del joven clérigo.
Horas después no recordaría a su atacante. Ni siquiera tendría la certeza de haber pisado esa habitación. Pero jamás olvidaría lo que oyó en el momento mismo de caer al suelo, desplomado.
Era una voz. Una voz dulce, casi celestial, que fue poco a poco convirtiéndose en una risa no menos bella.

-Imnis kirieh, imnis iruleh...

Después todo se volvió negro.
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Psyro en 14 de Noviembre de 2009, 23:24
Sartash



Sartash avanzaba sin demasiada prisa, como de costumbre. Por lo general caminaba despacio debido a su cojera, pero ahora que iba a caballo, lo hacía por puro placer. Por eso y por fastidiar a Érica, que les había obligado a partir sin haber desayunado.
El clérigo sujetaba las riendas con una mano, mientras que la otra se dedicaba a juguetear con su bastón.
-¡Viejo loco! -Gritó la joven, unos metros por delante- ¡Date prisa o nos vamos sin ti!
-¿A dónde? ¡Te recuerdo que no sabes ni dónde estás!
Y no se equivocaba. Al salir de Akneth se habían desviado de su rumbo por culpa de las prisas y la falta de luz. En vez de llegar a Mirdea, acabaron en una pequeña ciudad llamada Durel, donde habían pasado lo que quedaba de noche. Fue un verdadero golpe de suerte, ya que en el estado en que se encontraban no podían haber llegado mucho más lejos. Estaban cansados, no tenían caballos y, por si fuera poco, se vieron obligados a cargar con Deidri, que había usado sus habilidades más de lo que podía aguantar.
-¡Tengo mapas!
-¡Te los robé!
Érica reprimió las ganas de retroceder para pegarle una paliza al clérigo.
-¿Por dónde tenemos que ir?
-¡Pídelo por favor!
-¡Por favor, no me obligues a desenvainar mi espada!
-Que poco sentido del humor -murmuró, mientras sacaba el mapa. Akneth estaba al sureste. Muy al norte la capital, Athoria. Al oeste, al montañas de Urinem. Y al noreste, el castillo de su tío-. Vale, hacia el noreste, sólo tendremos que avanzar un poco más de lo que tocaría si hubiésemos pasado por Mirdea, como en el viaje de ida.
Sartash trató de hacer memoria. Hacía semanas habían salido del castillo de lord Barthor hacia el suroeste. Pasaron por Mirdea y bordearon el bosque de Akneth sin demasiados contratiempos. Todo para llegar al estúpido castillo en ruinas de Akmen, que había pertenecido al padre de las chicas.
Pero en el viaje de vuelta, solo habían encontrado un problema tras otro. Primero, a Érica se le ocurrió la brillante idea de atravesar el bosque en lugar de bordearlo para ganar tiempo, a lo que los caballos se negaron. Después, casi los arrestan en Akneth. Y ahora estaban desviados un  par de kilómetros de su ruta original.
-"Y todo para ver un montón de piedras" -pensó Sartash con amargura.
Estaba claro que Barthor las mimaba demasiado.

Las primeras montañas asomaron a su izquierda. Aunque se encontraban a varios kilómetros y a esa distancia no eran más que unos cuantos picos diminutos, Demian no pudo evitar abrir la boca de pura incredulidad.
-Eh, herrero. Vuelve con los vivos.
-Perdona. Es la primera vez que veo algo así...
Al poco rato, un incesante ruido invadió las llanuras. El sonido de los cascos chocando con el suelo a toda prisa. Sartash miró a su derecha con curiosidad. Se trataba de un grupo de unos veinte jinetes, quizá más. Y se dirigían hacia ellos.
-Mira Dei -la llamó Filion-, deben de ser caballeros del rey que vuelven a Athoria.
-La ciudad no va a echar patas -murmuró el clérigo-. ¿Por qué tendrán tanta prisa...? Eh, orejas picudas, intenta ver si llevan algún blasón en la coraza
-Parece... un lobo negro sobre fondo rojo. Ese emblema es de...
-De Akneth -continuó Érica.
Entonces lo entendió.
-¡Corred! -Gritó Sartash, mientras obligaba a su caballo a ir más deprisa-. ¡No es un jodido desfile, nos buscan a nosotros!
-¿Cómo nos han encontrado? -preguntó Filion mientras sujetaba las riendas con fuerza.
-Se lo habrá dicho algún pajarito en la posada, ¿qué más da? ¡Tú limítate a correr!
-Nos... ¡nos van a alcanzar! –Exclamó Érica-. Sus caballos son más rápidos...
Sartash lo sabía. Sabía que no tenían posibilidades de huir, pero necesitaba ganar algo de tiempo para idear un plan. Cada minuto era de oro.
Entonces empezaron las flechas. La primera pasó cerca de la cabeza de Filion, pero no logró dar en el blanco. La segunda tuvo que desviarla Érica con la espada, El resto se consumieron en el aire, sin más.
-¡No malgastes tus fuerzas, niña! – La advirtió Sartash-. ¡Haz un hilo a la altura de las patas de los caballos!
La muchacha obedeció. La cuerda de fuego emanó de su dedo índice. Al menos tres de las bestias cayeron al suelo doloridas, con sus jinetes incluidos. Otra más huyó espantada.
Sartash reprimió un gesto triunfal. Aún quedaban veinticinco, que avanzaban hacia ellos incansables. Deidri trató de crear un segundo hilo, pero esa vez los jinetes no cayeron en la trampa y les ordenaron a sus caballos que saltaran.
En cuestión de minutos los tuvieron delante, cortándoles el paso.
Érica agitó la espada con rapidez. Para cuando Demian y Filion desenvainaron, la joven ya tenía el arma clavada en el pecho de uno de los caballeros.
Hubieran podido salir airosos con doce rivales menos, pero la diferencia numérica era abrumadora. Por mucho que se empeñaran en luchar, no tardarían en caer.
-¡Deidri, huye! -Ordenó el clérigo.
-¡No voy a dejar a mi hermana aquí!
-¡Niña, hazme caso! ¡Eres útil solo cuando puedes chamuscar soldados sin quemarnos a nosotros también, así que huye!
La muchacha miró a su hermana un momento, como esperando que dijera algo para que el anciano se callara. Pero Érica no pudo darse cuenta. Trataba de defenderse de los ataques de tres enemigos que se cernían sobre ella.
Entonces, sin motivo aparente su caballo salió disparado en dirección a las montañas. Jamás se daría cuenta de que Sartash había golpeado el muslo de su montura con su bastón. Ni de que eso la salvaría la vida.
-"Estará bien" –pensó-, "o al menos, mejor que aquí. Si está sola podrá desplegar todo su poder. Con nosotros cerca, sólo la estorbamos... y no necesitamos más peligros cerca"
De inmediato, diez de los jinetes corrieron tras ella, ante la desconsolada mirada de Érica, que acababa de darse cuenta de que su hermana no estaba.
-¡¡¡Dei!!! ¡¡¡DEIIII!!!
-¡Érica! -La llamó el clérigo- ¡Ella puede defenderse!
-¡No! Es una niña, es...
El sonido de su espada chocando con otro acero la distrajo por un momento. Trató de buscar con la mirada a sus compañeros. El clérigo cabalgaba en círculos, tratando de no enzarzarse en combate. Filion se defendía a la desesperada de cinco jinetes, mientras esgrimía sus dos espadas. Ella hacía lo propio con otros cinco. Y Demian... Demian había desaparecido.
-¿Acaso ha... huido?
Aquel momento de duda fue fatal. Notó cómo una espada atravesaba su hombro. Con un grito de dolor, respondió con un golpe dirigido contra el cuello del jinete. Su cabeza cayó en el acto.
Entonces, vio como Filion se alejaba unos metros y desmontaba.
-¡¡Eeeeeh!! -Gritó-. ¡Es a mí a quien queréis! ¡Yo soy el avatar!
Todos se giraron hacia el tharen. Sartash no necesitó más para comprender los planes de su amigo.
-Érica, huiremos hacia el sur. Es nuestra última oportunidad.
Sólo cuando se dio cuenta de que había llamado a la muchacha por su verdadero nombre, supo que estaban perdidos.
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Psyro en 14 de Noviembre de 2009, 23:29
Índice en el primer post. Actualizo cuando me vayais diciendo.
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Khram Cuervo Errante en 14 de Noviembre de 2009, 23:55
Por mí, ya...
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Gagula en 15 de Noviembre de 2009, 02:02
Me he leído los capítulos más antiguos, y el prólogo no me gusta mucho, la verdad. Demasiada información para mí. Más que ir metiéndome en la historia, se me hacía un resumen de los personajes. Lo posterior sí me ha ido enganchando. Menos mal, porque si no, qué sufrimiento  :lol:
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Psyro en 15 de Noviembre de 2009, 02:57
Digamos que tenía 16 años cuando acabé el prólogo :lol:
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: freedom fighter en 15 de Noviembre de 2009, 15:50
Bueno, ya me he leído los primeros capítulos y el prólogo y están bastante bien. La trama es interesante y está bien escrito, sólo destacar un par de errores:

Desde mi punto de vista cambiaría la medida kilómetros por millas, pies o medidas parecidas, pues kilómetros resta epicismo al relato.

Hay un par de faltas en el primer capítulo. Un "este" que debería ir acentuado, dos o tres "solo" que deberían ir también acentuados (creo, vaya. Que hay algunos que cuesta discernirlos xD). Y un detalle, en el prólogo nombras a una de las chicas "Érica" mientras que en el primer capítulo lo haces como "Erica" (sin tilde).

A parte de eso, te animo a seguir escribiendo y/o posteando xD
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Psyro en 15 de Noviembre de 2009, 16:04
Lo de los kilómetros me lo he planteado alguna vez, pero es que me parece una chorrada. En todo caso me inventaré algún sistema alternativo, porque si quito los kilómetros no va a ser para meter millas. De todas formas lo revisaré. que creo que en capítulos futuros cambio el sistema.

Lo de la Erica sin tilde es porque el botón de reemplazar de word me vacila. Los "solo/sólo" solo se acentúan en caso de ambigüedad, así que están bien. Revisaré los "este".

Gracias por comentar ^^
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Blood en 15 de Noviembre de 2009, 16:20
Pues de nuevo... a la espera jeje.
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Khram Cuervo Errante en 15 de Noviembre de 2009, 17:35
El sistema de leguas, jornadas y demás queda bastante bien...
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Psyro en 15 de Noviembre de 2009, 17:39
Creo que pillaré el sistema romano, si no me da por inventarme uno. "Jornadas" solo mola cuando el viaje dura una semana, para un trayecto de horas queda un poco tonto xDD
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Khram Cuervo Errante en 15 de Noviembre de 2009, 17:44
Cita de: Psyro en 15 de Noviembre de 2009, 17:39
Creo que pillaré el sistema romano, si no me da por inventarme uno. "Jornadas" solo mola cuando el viaje dura una semana, para un trayecto de horas queda un poco tonto xDD

Media jornada... XD
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Psyro en 15 de Noviembre de 2009, 17:59
Y para 15 minutos, qué, pongo fracciones de jornada? xD
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: EPI el Anonimo en 15 de Noviembre de 2009, 18:01
Cita de: Psyro en 15 de Noviembre de 2009, 17:59
Y para 15 minutos, qué, pongo fracciones de jornada? xD
Cuarto de jornada.

Y para cinco minutos:
Doceabo de jornada.

:lol:
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Lictea en 15 de Noviembre de 2009, 18:03
15 minutos no es un trayecto, es un paseo.

EPI, tus jornadas son muy muy cortas.
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Psyro en 15 de Noviembre de 2009, 18:11
Yo estaba presponiendo que una jornada equivale a un día, así que si 15 minutos son un cuarto de jornada imagino que el planeta donde transcurra mi historia está encima de un tocadiscos.
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: EPI el Anonimo en 15 de Noviembre de 2009, 18:17
Cita de: Lictea en 15 de Noviembre de 2009, 18:03
EPI, tus jornadas son muy muy cortas.

Ya me he dado cuenta:

15 min = un noventa y seisabo (1/96) de jornada
5 min = un doscientos ochenta y ochoabo (1/288) de jornada. :lol:


PD: Ahora sí.
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Gilles en 15 de Noviembre de 2009, 18:48
Ah, las denominaciones de tiempo...

un vuelo de águila, un paso de lobo o un trote de caballo se usaban antes para determinar espacios de tiempo cortos en trayectos conocidos.

Por ejemplo, en la saga de los Volsungos, se especifica que el reino de Burgundia cubria varias jornadas "a vuelo de águila", y que Miklagard, la capital del mundo (vamos, Bizancio) estaba a varios tiros de Mjolnir...

hazte una idea, la gente usa siempre nombres para cosas usuales, solo es pensar qué emplear para cada denominación.
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: EPI el Anonimo en 15 de Noviembre de 2009, 18:59
Cita de: Gilles en 15 de Noviembre de 2009, 18:48
Ah, las denominaciones de tiempo...

un vuelo de águila, un paso de lobo o un trote de caballo se usaban antes para determinar espacios de tiempo cortos en trayectos conocidos.

Por ejemplo, en la saga de los Volsungos, se especifica que el reino de Burgundia cubria varias jornadas "a vuelo de águila", y que Miklagard, la capital del mundo (vamos, Bizancio) estaba a varios tiros de Mjolnir...

hazte una idea, la gente usa siempre nombres para cosas usuales, solo es pensar qué emplear para cada denominación.

También se utiliza el "vuelo de golondrina europea" y "vuelo de golondrina africana".
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Psyro en 15 de Noviembre de 2009, 22:28
Vale, aquí muere la discusión que esto desvirtúa mi hilo.
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Nuly en 17 de Noviembre de 2009, 16:52
MOOOOOOOOOOOOOOOOOOOAR.
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Psyro en 17 de Noviembre de 2009, 21:14
Filion


-Se están escapando -anunció uno de los jinetes-. El anciano y la muchacha.
-Bah, y qué coño importa -contestó otro-. Tenemos al monstruo.
Sí, le tenían. Filion lo sabía demasiado bien como para no sentir miedo. Pero ahora lo único que podía hacer era intentar ganar tiempo.
-Nuestras órdenes eran claras. Debíamos acabar con el avatar y todos sus acompañantes. Hay que ir tras ellos.
-¿Qué clase de rey envía a treinta de sus hombres contra un grupo de cinco viajeros? -saltó el tharen- ¡Un anciano, una joven de quince años, un muchacho poco mayor! ¿Son esos rivales dignos de la compañía azul de su majestad? ¿O de la roja de Akneth?
-¡Calla, maldito demonio! Los que son como tú... deberían estar muertos, o encerrados.
-No digas eso -le replicó uno de sus compañeros-. No todos son...
-Son peligrosos –sentenció.
-Mi abuela era uno de ellos Y mi abuelo...
-Tu abuelo estaba loco por ella, todos lo sabemos. Y quizá en su lugar yo hubiera hecho lo mismo. En cualquier caso -añadió, señalado hacia Filion-, tenemos órdenes. Y ahora él debe morir.
-Podría convertiros a todos en velas -mintió el tharen-. ¿Estáis dispuestos  morir por vuestro señor?
-Si no lo estuviéramos, no estaríamos aquí.
El de Isdar no sabría decir de qué boca salieron aquellas palabras. Eran demasiados como para darse cuenta de quién hablaba en cada ocasión. Sin embargo, sí se fijó en que la expresión de muchos cambió al oír aquello. Puede que algunos estuviesen dispuestos a perder la vida... pero otros no. ¿Podría usar aquello en su favor, o empeoraría la situación aún más?
-"Sartash ya sabría qué hacer" -se dijo a sí mismo.
Y lo más seguro es que fuese cierto. Siempre había admirado la capacidad de su amigo para pensar a toda velocidad, incluso cuando la mayoría de la gente no podría más que echarse a llorar y rendirse. Apenas había tardado unos segundos en ponerse en marcha desde el momento en que Filion se bajó del caballo, pese a que era más que consciente de lo que suponía aquel gesto. Y sin embargo, ni un gesto, ni una mirada de dolor. El clérigo siempre era frío. Aunque deseara morirse, ocultaba sus sentimientos a la perfección. Como aquella vez, en Isdar...
Los recuerdos se agolparon en la mente del tharen, tan rápido que apenas podía asimilarlos. Quizá fuera cierto que tu vida pasa ante tus ojos cuando la muerte se acerca. Porque estaba claro que era eso lo que iba a ocurrir. Sólo unos minutos... y ellos se darían cuenta de que no era un avatar. Le matarían, sin duda. La superioridad numérica de sus enemigos abrumaba. Y después, irían a por sus amigos.
-Entonces ¿qué hacemos? -preguntó uno de los jinetes, quizá el que había hablado antes en primer lugar.
-No creo que los otros vayan muy lejos. Sus caballos no están hechos para correr demasiado. Los alquilaron en la ciudad.
-Y aunque no fuera así... son un anciano y una muchacha.
-Eh, que la putita casi me saca un ojo -protestó otro- Y se ha cobrado vidas con esa espada, sin duda.
-Pero está herida. No irán muy lejos.
Filion clavó sus ojos en el soldado que acababa de hablar. Sin darse cuenta, sus dedos apretaron con más fuerza el mango de su espada. Érica... había sido su compañera de juegos cuando era más joven. Después, cambiaron las espadas de madera por las de acero. El tío de las chicas no podía negarle el deseo de aprender a manejar el arma, pero sin duda sufría mucho con la idea de que su sobrina quisiese ser como los hombres que morían en su nombre casi a diario. El tharen se sentía en parte culpable de aquello. Cuando jugaban, siempre ganaba él. Y si se dejaba vencer, la muchacha se daba cuenta y corría para darle patadas. Filion tenía catorce años, y Érica ocho, pero lo que le faltaba en edad le sobraba de genio.

-Si me dejas ganar no mejoraré nunca -le solía decir- Y tengo que mejorar. ¿Quién va a cuidar de Dei si no? Es muy chiquitita.

Siempre había sido así. Tozuda, decidida. Fuerte, y segura de sí misma. Y cuando hablaba, pocos se atrevían a llevarla la contraria. Ni siquiera su tío, que había renunciado a sus esperanzas de casarla con algún otro poderoso señor de Athoria, como heredera suya que era. Sólo Dei  podía permitirse el lujo de no hacerla caso y salir más o menos impune.
-Eh, no me gusta nada cómo me mira -se lamentó el soldado- ¿No creéis que empieza a hacer más calor? ¡Dioses, vamos a morir!
¿Y cómo se encontraría Dei? Filion temía por ella. La muchacha siempre había sido la niña mimada del castillo, y no solo por su inusual poder. Siempre alegre, siempre riendo... Para él, era como su hermana pequeña. ¿Cómo iba a arreglárselas ahora que estaba sola?
-Lo mejor será que acabemos cuanto antes. -dijo otro- Somos diez contra uno, no sé a qué coño esperamos.
-Aguardad... ¿no creéis que si de verdad pudiera acabar con nosotros sin pestañear, lo habría hecho ya?
-Sí... sí, tienes razón.
-"Esto no marcha" -se lamentó  Filion-. "Necesitan más tiempo..."
Confiaba en Sartash. Lo había hecho durante toda su vida, desde que salió con él de Isdar. Sólo tenía que distraerles un poco más. A él siempre se le ocurría qué hacer en los peores momentos. Y aunque no fuera así... querría confiar en el clérigo.
Érica le había preguntado muchas veces por qué seguía soportándole. Después de todo, el anciano jamás le había dado una muestra de gratitud. Nunca le había llamado amigo, ni tampoco era más amable con él que con el resto.

-Tienes que darte cuenta de lo que esconde cada gesto -le respondió una vez- No importa lo que él haga o diga, sé lo que piensa.
-Sólo es un amargado orgulloso.
-Por eso mismo. No importa lo que él piense en realidad, no te lo mostrará si no le conviene. Sé lo que es estar solo...
-Tu caso es distinto. Tu eras huérfano, él...
-Él tiene su propia infancia traumática. Y reaccionó construyéndose un muro a su alrededor. Está amargado por algo que ocurrió hace tiempo, y que no me ha querido contar. Y también, por lo de su pierna. Pero estoy seguro de que si me fuera, me echaría de menos en el fondo. Y a ti también.
-¿Estás de broma? Fil, por más que te empeñes en pensar lo contrario, Sartash sólo es un hombre cansado, hosco y triste. Y un grandísimo imbécil sin sentimientos. Yo le doy igual, y tú... también.


No, el tharen no podía estar de acuerdo con su amiga. Pero en el fondo, una parte de él siempre se mantendría en la duda. ¿Y si ella tenía razón, y el único motivo por el que no había reaccionado al verle desmontar era que le daba igual? ¿Iba a morir por alguien que en verdad no lo apreciaba?

-"No" -se dijo-. "Él no es así. En el fondo, es como cualquier persona. Y aunque me equivocara, no hago esto solo por él. También por Érica. Y por mí."
-Contesta a esto, avatar. -le imperó uno de los jinetes-, ¿Cuál es tu poder?
-El del fuego -mintió Fil.
-¿Y quiénes son las otras personas?
-A eso no voy a contestar.
-¿Y si llegáramos a un trato?
-¿Qué clase de trato me ofreces tú en nombre de tu rey?
-Sus nombres, a cambio de una muerte digna.
-Sus nombres son Elderon, Galadar, Aeda y...
El tharen vaciló. También estaba Demian... El herrero le había demostrado ser una persona noble y valiente en Akneth. ¿Pero por qué no estaba allí, entonces? ¿Por qué habría huido? Y... ¿no sería mejor que él mismo le imitase?
-...y Erador.
-Y una mierda -sonrió el jinete- Esos son palabras en el idioma de Isdar, no pueden ser el nombre de nadie que haya nacido fuera del bosque.
-Tú también mientes. Es imposible verle dignidad a todo esto.
-Si seguimos perdiendo el tiempo, los otros dos se escaparán -interrumpió uno.
-Pues venga, venid a por mí -Filion trató de parecer seguro pero, aún así, sus rodillas temblaban con nerviosismo- ¿Quién quiere morir primero?
-Se acabó -pronunció uno de los jinetes, mientras descabalgaba. Se trataba del mismo que antes había mencionado a su abuelo, y también el que había preguntado por sus amigos- Yo lucharé con él, a solas. Si muero a espada, nos miente. Él no sería el avatar; bastaría con que quedarais tres aquí para encargaros mientras los demás perseguís a los que huyen. Si muero por el fuego, lanzaos contra él a la vez. Y si no muero... pues no hay más que hablar.
Sus compañeros parecieron estar de acuerdo. Sin perder tiempo, los caballos retrocedieron a una distancia prudencial, rodeando a los combatientes.
Fil le examinó con la mirada durante un instante. También temblaba. Su rostro era imponente, de rasgos duros y expresión severa. Llevaba una barba descuidada, de color castaño, como sus cabellos. Tenía la nariz ancha y las cejas pobladas. Fruncía el ceño, como si pretendiera vencerle con la mirada y no con el acero. Pero en sus ojos brillaba la inquietud y el miedo del que sabe que va a morir. Y el mismo brillo se reflejaba ahora en la cara del tharen.
El soldado se lanzó contra él, espada en mano. Filion había previsto su movimiento con anterioridad, de modo que no le costó interponer su arma en la trayectoria de la de su rival. Sus reflejos eran mucho mejores, en parte gracias a su privilegiada vista, don de los que habitan Isdar. Pero la fuerza de su oponente era mayor; no en vano, su altura le sobrepasaba en una cabeza, y la anchura de sus hombros casi bastaba para abarcar a dos hombres de tamaño medio. Aquel luchaba con fiereza, y sin duda tenía mayor experiencia en el manejo de las armas. El tharen retrocedió un par de pasos, resistiendo a duras penas la embestida. Y de no haber utilizado también su segunda espada para parar el golpe, a buen seguro hubiese caído al suelo.
El segundo ataque no se hizo esperar. Ni el tercero, ni el cuarto. Fil los detuvo todos con acierto, pero empezaba a perder terreno. De seguir así, se cansaría demasiado rápido.
Tenía que ganar tiempo como fuera.
Entonces fue él quien tomó la iniciativa. Una de sus armas se dirigió hacia el cuello del soldado, mientras la otra apuntaba al tronco. Su rival reaccionó con rapidez, deteniendo ambas hojas con la suya. El sonido del metal chocando repicaba con fuerza en la verde llanura.
El soldado se detuvo a unos dos metros, jadeante. El tharen también paró para recuperar el aliento. Llevaban luchando unos minutos sin que ninguno pareciera imponerse.
-Esta claro que no es el avatar -saltó uno de los jinetes que contemplaban la lucha- Ya te habría vencido con el fuego.
-Sí, es mejor que pares -dijo otro- No pongas en riesgo tu vida, idiota.
-Si no es un avatar -contestó el guerrero, jadeante- Merece morir con dignidad. Yo se lo daré, partid si queréis.
-Claro, y si te vence, que se vaya tan tranquilo. Si lo que quieres es luchar solo, adelante. Pero no nos moveremos hasta que haya un cadáver  tumbado sobre la hierba.
El soldado rugió, lanzándose de nuevo hacia Filion. Y como en la ocasión anterior, el golpe resultó fallido. Los aceros de ambos se cruzaron otra vez, con furia, rompiendo el silencio. Y otra vez más, y una tercera.
Hasta que Fil sintió que no podía más. El choque fue tan potente que su espada salió volando, a poca distancia de uno de los caballos, que se incorporó sobre sus patas traseras, relinchando asustado.
Un arma no era suficiente para repeler a su rival por más tiempo. Ambos lo sabían. El soldado cogió aire por última vez, apuntó con su arma hacia el estómago del tharen y embistió.
El metal atravesó su cuerpo. La sangre no tardó en brotar, tiñendo sus ropas y el suelo que pisaban. Fil logró articular con dificultad un chillido, apenas audible. Después sonrió. Pronto dejaría de doler.
-Dime... -murmuró- ¿Qué hizo tu abuelo? ¿Por qué le mataron?
El soldado sonrió con amargura, sin soltar la espada que aún permanecía clavada en sus entrañas. Los labios le temblaron por un instante, como si dudara lo que estaba a punto de decir.
-Mi abuelo luchó del lado de los avatares por mi abuela. Dominaba el fuego. Ella... logró escapar junto a unos pocos, no se a dónde. Él no tuvo tanta suerte. Y cuando le atraparon, le mandaron a la horca, por haber participado en las revueltas callejeras.
-Pues eso -pronunció, con dificultad- es más de lo que he hecho yo.
El soldado le miró a los ojos. Al principio con desdén. Luego con sorpresa y terror a partes iguales. No había visto venir la mano izquierda del tharen, que dirigía la espada justo hacia su nuca. La cabeza impactó contra el suelo con un golpe seco, para después rodar unos centímetros más antes de detenerse.
-¡Maldito bastardo! -gritó uno de los jinetes- ¡Lo has matado a traición!
-Júrame... ante los dioses... que no harás tú lo mismo con mis amigos -contestó Filion-. Entonces tendrás derecho a lanzar todos los insultos que quieras hacia mí y mi linaje, mientras pueda yo oír... oír...
Jadeó, dolorido, sin poder acabar la última palabra, y después se derrumbó hacia delante, empujado por el cuerpo decapitado del que hasta hacía poco era su oponente. El cadáver parecía resistirse a soltar el mango de su espada, que se hundió aún más en el cuerpo del tharen. La sangre lo salpicaba todo, tanto la suya como la del cuerpo que descansaba bajo él. Estaba acabado.
-Vámonos -sugirió otro-. Si tardamos mucho más tiempo, el sacrificio de un soldado de la Compañía Azul habrá sido en vano. Ellos escaparán.
-¿Y qué pasa con éste? ¿Le remato?
-No -sonrió-, déjale ahí. Esa herida no va a curarse, al contrario. Irá a peor. Se quedará ahí ensartado, hasta que empiece a vomitar sangre. Quizá algún buitre de los que habitan las montañas le vea, y comience a devorarlo mientras vive. Sigamos el rastro de esos dos que han escapado, rápido.
En cuestión de segundos, la llanura quedó sumida en un silencio casi total. Ya apenas se podían oír los cascos de los caballos golpeando contra el suelo. Estaba solo.
Filion apoyó las manos en el cuerpo sin vida que yacía soportando su peso y estiró los brazos con todas sus fuerzas. El filo de la espada aún le arañaba por dentro, quemándole. Sin embargo, aquel intento por liberarse fracasó, y cayó de nuevo.
Un débil hilo de sangre resbalaba por la comisura de sus labios, confundiéndose con la que ya manchaba su cara, gran parte de la cual no le pertenecía en origen.
Hizo un esfuerzo más. Los codos le temblaban de pura debilidad, su respiración se hacía más irregular y su vista perdía precisión. Gritó. Una mezcla de dolor y triunfo, al verse libre por fin cuando logró extraerse el arma. Las manos del soldado muerto aún la aferraban con una determinación antinatural. Se habían quedado rígidas por completo.
El tharen trató de arrastrarse sobre la hierba, hacia las montañas. No podía levantarse, pero si forzaba su cuerpo quizá el sufrimiento tardara menos en desaparecer. Quizá....
Pronto no pudo más. Con sus últimas energías, se dio la vuelta para quedar al fin tendido boca arriba, mirando al cielo. No había ni una nube...
-Qué difícil es pensar en algo concreto antes de morir -pronunció, o más bien, quiso pronunciar. La mitad de esas palabras no llegaron a salir de su boca. Se acercaba el final-. Diosa, por favor, haz que el viaje sea corto.
Su cuerpo comenzó a temblar de forma involuntaria. Hacía frío, pero el dolor comenzaba a desaparecer. Estaba perdiendo la sensibilidad. Filion suspiró. No se arrepentía de nada que hubiese hecho. Se iba, pero lo hacía sonriendo, con el inmenso orgullo de haberlo dado todo por los suyos, aunque teñido de la incertidumbre de no saber si su sacrificio había sido en vano. Quizá se encontraría pronto con ellos en el otro mundo.
Poco a poco, cerró los ojos.
El dolor había desaparecido.
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Psyro en 17 de Noviembre de 2009, 21:17
Deidri



Ya era tarde para volver atrás. Deidri lo sabía, y por eso no pudo evitar que afloraran las lágrimas.
Tenía miedo. Sus amigos estaban rodeados, y mientras ella corría para ponerse a salvo. Sintió asco de sí misma. Pero cuando vio el grupo de diez jinetes siguiéndola, lo supo.
Ya era tarde para volver atrás.
La cabalgada apenas duró media hora. Y podría haber sido aún más corta, si sus perseguidores hubieran querido. Iban rápido, sí, pero no tanto como la primera vez que atacaron, cuando los viajeros estaban unidos.
Sabían que se dirigía a las montañas, y que no tenía escapatoria. Sólo jugaban con ella. A pesar de todo, siguió corriendo sin descanso, incluso cuando las primeras cumbres se encontraron ante ella. Lo que no esperaba ver era un precipicio.
Allí, entre las montañas, se extendía una enorme grieta. Casi parecía antinatural, como si la franja hubiese sido excavada. Pero nadie podría haber hecho algo así en una sola vida.
Y sin embargo, ahí estaba, cortándole el paso. Deidri detuvo a su caballo apenas unos centímetros antes del final del suelo. Procurando mantener la calma, desmontó. Sus perseguidores hicieron lo mismo.
-¿Por qué? -Preguntó la muchacha, sollozando - ¿Por qué nos habéis atacado?
-Un monstruo camina con vosotros -contestó uno de los jinetes. -Tenemos órdenes de acabar con él, sea quien sea.
-¿No serás tú el demonio, verdad jovencita? -dijo otro
-No -replicó-. No soy ningún monstruo.
Las lágrimas cesaron. Quizá, porque Deidri había tomado conciencia de que tendría que luchar por su vida. Quizá porque su cuerpo las había evaporado.
Con los brazos  envueltos en llamas, la joven atacó. Una bola de fuego salió silbando de su mano izquierda, impactando en uno de los soldados. El golpe no le mató en el acto, pero las quemaduras que se apreciaban en su piel no dejaban lugar a duda. Estaba condenado. No tardó en caer al suelo entre aullidos agónicos. Sólo entonces, Deidri se dio cuenta de lo que acababa de hacer. Jamás se creyó capaz de herir a nadie de ese modo, y sin embargo...
-¡Es ella!
La joven no sabía quien profirió el grito. No importaba. Bajo los jinetes se levantó un muro ardiente que acabó con otros tres. Su férrea determinación a la hora de atacar la asustó incluso a ella misma, aunque las circunstancias no dejaban espacio para lamentos ni diplomacia.
-¡Monstruo!
Deidri jamás había matado. Jamás había hecho un muro tan potente como para derretir la carne de su víctima. Pero en ese momento no pudo sentirse horrorizada por lo que acababa de hacer.
Los seis supervivientes se mantuvieron a una distancia prudencial, sin atreverse a avanzar.
De repente uno se abalanzó hacia ella, esgrimiendo su espada con fuerza. La muchacha echó la cabeza hacia atrás, gritando y apretó los puños. Pudo ver el cielo durante un momento, entre las montañas... hasta que una esfera de llamas la rodeó por completo. Todo era fuego, incluso el soldado que había cometido el error de romper las distancias.
Entonces notó que algo iba mal. La temperatura de su cuerpo estaba bajando, y la cúpula se debilitó.
-No pude seguir el ritmo –apuntó uno-. Se le nota en la cara.
-Será un monstruo... pero es uno pequeño.
Había llegado al límite, y sus enemigos lo sabían.
Haciendo acopio de toda su fuerza, Deidri levantó un segundo muro.
Cuando las llamas se extinguieron, aún quedaban tres jinetes en pie, La muchacha cayó al suelo, agotada. Y se preparó para morir.
-¡Eh, mirad! -sonrió uno-, ¡La muy hijaputa se ha quedado dormida!
-Vamos Grez, clávale tu espada de una vez y vamos a ver si ya han terminado con el resto.
-Espera, espeeera. Esta muchachita se ha cargao a seis de nuestros compañeros
-Siete -le corrigió uno de los caballeros.
-A ver, diez menos tres... eh, tienes razón. Peor para ella.
Deidri sintió la mirada del jinete recorriéndola por completo, y se estremeció. La cúpula de fuego había chamuscado un poco su ropa, dejando al descubierto buena parte de su piel en piernas, hombros y vientre. Y el tal Grez parecía haber reparado en ello.
-¿Cuántos años tendrá? ¿Quince? ¿Diecisiete?
-Quince, diría yo -contestó otro solado, adivinando sus intenciones-. Sin duda ya es una mujercita.
El jinete se acercó más a ella, con una extraña sonrisa. Cuando la agarró del brazo, una pequeña chispa surcó el aire.
-¡Eh, mirad! -Rió-. ¿Creéis que si sigo saldrán más? ¡Puede ser un espectáculo!
Grez se colocó sobre ella, sujetándola del pelo con fuerza. Mientras, su otra mano la acarició el cuello, para ir descendiendo hacia la cadera. Deidri ahogó un grito cuando el guardia se arrojó sobre ella, embistiéndola.
Tardó unos segundos en darse cuenta de que estaba muerto.
Ni siquiera tenía fuerzas para desembarazarse del cuerpo, pero alguien lo hizo por ella. De una patada, lo que quedaba de Grez cayó por el acantilado, como un muñeco.
Una figura se alzaba entre la muchacha y los dos soldados supervivientes, pero Deidri no logró distinguirle con claridad. Su vista estaba nublada.
El extraño comenzó a defenderse de los ataques que sus rivales efectuaban a la vez. Por suerte, contaba con dos espadas.
-F-f... Fil -murmuró la exhausta muchacha-. Fil, sálvame.
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Psyro en 17 de Noviembre de 2009, 21:18
Demian



Durante unos instantes eternos, no oyó más que el sonido del metal al chocar. Después, cuando descubrió la débil voz de Deidri, recordó por qué estaba allí. Y sintió odio, porque no era la primera vez que trataban de arrebatarle a un ser querido de esa forma.
Pero esta vez estaba preparado.
Demian no sabía cómo lograrían escapar Érica y los demás. Pero sí era consciente de que Deidri no podía luchar contra diez jinetes ella sola, y por eso los había seguido. Apenas había meditado la acción, pero ya no había tiempo de arrepentirse. Confiando en que los demás saldrían adelante, siguió luchando.
Era bastante hábil con la espada, sobre todo para tratarse de un humilde herrero de diecisiete años, pero estaba solo. Tenía que esforzarse tanto en evitar que le hirieran que sus fuerzas se agotaban mucho más rápido que las de sus oponentes. Y cada vez le costaba más trabajo detener los golpes. Uno de ellos resultó tan brutal que lo obligó a retroceder en una maniobra demasiado arriesgada. Si volvía a ocurrir, caería por el precipicio. Y si no lo había hecho ya era gracias al segundo arma que portaba, obtenida del cadáver de uno de los soldados.
El siguiente ataque no lo bloqueó, sino que trató de esquivarlo arrojándose al suelo. Luego se desplazó a un lado con un movimiento rápido y hundió su espada en la pierna de uno de los jinetes, que cayó de rodillas entre gritos de dolor.
Pero aquel pequeño desliz no duró mucho tiempo. Pronto, el herrero tuvo encima a sus dos rivales como si nada hubiera pasado. Y cada vez era más difícil parar los golpes.
No pudo evitar pensar en su madre. Al menos, en lo poco que recordaba de ella. Se la habían llevado cuando él no tenía más que seis años. Pasaron meses hasta que entendió que no iba a volver. Y aún años después de lo ocurrido no podía evitar evocar su rostro cada vez que la nieve llamaba a su puerta en invierno, cuando se refugiaba del frío entre sus mantas. Entonces venía a su mente el recuerdo de sus manos de escarcha, de cómo jugaban a hacer pequeños hombres de hielo en pleno verano. El recuerdo de su olor. Y el de su voz. Sobre todo, el de su voz. Ella le cantaba sobre tierras lejanas. Canciones de caballeros que vencían cualquier obstáculo con su honor y coraje, de damas que esperaban a ser salvadas y de monstruos horribles.
Allí los monstruos eran más humanos que horribles, el caballero era un herrero humilde y la dama en apuros le había salvado a él la vida. Nada sonaba igual que en boca de su madre, al menos en apariencia. Porque si de algo estaba seguro era de que iba a tener que imponerse a base de coraje y honor. Valiéndose sólo de su espada, por bueno que fuese manejándola, no iba a lograr la victoria tal y como estaban las cosas. Estaba en desventaja numérica, y ya no contaba con el factor sorpresa. Se preguntó cómo había aguantado tanto sin que le hirieran.
El primer corte certero no tardó mucho más en llegar. El acero de uno de sus rivales, el que no tenía la pierna herida, penetró en su estómago. Un débil hilo de sangre resbaló por la comisura de sus labios, salpicando el suelo. Aún conservando el arma hundida en su cuerpo, Demian se abalanzó contra su agresor. Con un corte limpio, la cabeza del jinete se separó de sus hombros.
El herrero cayó de espaldas, agotado. Con cuidado, trató de sacarse la espada. La herida comenzó a sangrar en abundancia.
Mientras, su último rival se acercaba hacia él, dispuesto a darle el golpe de gracia. Y lo hubiera conseguido, de no ser por la cojera que arrastraba. Demian tuvo el tiempo justo para interponer su propio acero entre ambos. Después intentó desembarazarse de su atacante propinándole una patada en el pecho. Aunque no lo logró en primera instancia, cuando descargó un segundo golpe sobre la herida de la pierna si tuvo éxito.
Los dos se encontraban ahora en el suelo, exhaustos. El jinete le miraba con atención. Examinaba cada gesto suyo, quizá procurando que no le cogiera por sorpresa. Demian sintió un escalofrío cuando sus ojos se encontraron. No fue sino entonces cuando reparó en lo lejos que acababa de llegar. Estaba luchando contra un soldado, alguien que a buen seguro ya debía de haberse cobrado más de una víctima. El herrero no había matado a nadie antes.
-"No he tenido más remedio" -se dijo-. "No he tenido más remedio. Fue su culpa. Mi deber es protegerla..."
Pero por mucho que se repitiera aquellas palabras, supo que jamás olvidaría lo que acababa de hacer. Esa era otra parte que su madre había omitido en sus canciones. No la culpó por ello, y tampoco se arrepintió de seguir adelante. Llevaba años entrenando con su espada. Aprendió a utilizarla casi a la vez que su padre le enseñó el oficio de la forja. Sólo que en sus clases de esgrima no había maestro alguno.
Y tampoco adversario, salvo algún muchacho de la ciudad. Claro que en ese caso utilizaban armas de madera. Y no era lo mismo. No podía comparar la sensación que le cruzaba de principio a fin cuando sostenía su espada con una pelea de mentira en la que su oponente sujetaba un palito. Casi prefería derribar enemigos invisibles. Trazar movimientos letales en el aire. O, mientras tuviera la posibilidad, ver un duelo de verdad. A veces se organizaban torneos en Akneth, de los cuales no se había perdido ninguno. Necesitaba observar para aprender. Y necesitaba aprender para estar preparado.
El duelo de miradas aún se prolongó unos segundos, mientras Demian calculaba su siguiente acción. El soldado estaba haciendo lo mismo, lo sabía. Miró hacia su espada, antes de detenerse de nuevo en los ojos del muchacho. Y luego, desvió la vista hacia la otra persona que se encontraba allí con vida. ¿Por qué se fijaba en Deidri?
-No te atreverás -rugió Demian, comprendiendo.
El guerrero se levantó de improviso para abalanzarse sobre la joven, pero Demian fue más rápido y le interceptó. Ambos cayeron de nuevo y trataron de combatir con los puños, ante la imposibilidad de usar la espada a tan escasa distancia. Ninguno se dio cuenta de que se encontraban demasiado cerca del borde hasta que fue demasiado tarde.
El soldado fue el primero en caer. Tratando a la desesperada de agarrarse a algo, cerró el puño en torno al tobillo de Demian. El joven sólo pudo observar como el peso de su enemigo lo arrastraba hacia una muerte segura
Ya se daba por perdido cuando notó cómo una mano sostenía su brazo, evitando el fatal desenlace por el momento. Una mano temblorosa y menuda, que estaba sacando fuerzas de donde no las había.
-Demian -murmuró Deidri con dificultad-, aguanta un poco más...
La muchacha dejó escapar un grito de dolor. No era capaz de arrastrarles a los dos. Mientras, el herrero luchaba por librarse de aquella carga que con tanto ahínco se sujetaba a su pierna. El soldado parecía ignorar las patadas que el joven le propinaba con su pierna libre, pero Deidri no. Aquel balanceo comenzaba a tirar de ella hacia el fondo. Y si continuaba, caerían los tres.
Demian era consciente de ello, de modo que trató de no moverse. Sujetando aún su espada, dirigió varias estocadas hacia abajo. Por fin, logró hundir su acero en la frente del jinete, que cayó sin remedio por la enorme grieta.
-¡Sí! -exclamó de puro júbilo.
Miró hacia arriba. Deidri no compartía el entusiasmo del herrero. Más bien al contrario. Pese a haberse librado del soldado, no era capaz de tirar de él hacia arriba.
-Un esfuerzo más... -murmuró ella.
Sus manos empezaban a separarse. Demian trató de ascender por su brazo, pero tuvo que parar de inmediato. La muchacha había quedado tan cerca del borde a causa de aquella última maniobra que casi podía ver su cara con total nitidez. Estaba pálida, llena de arañazos y empapada en sudor y lágrimas. Entonces supo lo que iba a ocurrir.
Recordó la voz de su madre. Sus canciones. Tendría que tirar de honor y coraje.
-Dei, lo siento.
-¿Qué...? -masculló con un hilo de voz.
-No puedes... hacer nada por sacarme de aquí. Por eso lo siento.
-No digas tonterías, te... te voy a sacar... te...
-Dei, suéltame. Te estas acercando al borde demasiado. Vas a caer también...
-¡No! Sólo tienes que aguantar...
Los ojos se le humedecieron. Por última vez, su mente viajó a una época en que todas sus preocupaciones se reducían a procurar que un pequeño ejército de muñecos de hielo en miniatura resistiera sin derretirse el trayecto del comedor a la forja para enseñárselos a su padre. Cayó en la cuenta de que no volvería a verle. Al menos estaba seguro de que no le olvidaría en la morada de Nerbal, igual que no había olvidado jamás a su madre
La idea le hizo feliz. Además, la muchacha estaba a salvo, después de todo. Se lo debía. Ella le había salvado.
-Lo siento -se despidió.
Honor y coraje. Demian colocó el filo de su espada frente a su cuello. Y ante la aterrada mirada de su compañera, el acero se hundió en la carne.

Durante unos minutos, Deidri siguió resistiéndose a dejar caer el cuerpo del herrero. Cuando ya no aguantó más, sus dedos se aflojaron y el cadáver de su amigo se perdió en las profundidades de aquel enorme vacío.
Y junto a él, el llanto de la muchacha.
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Psyro en 17 de Noviembre de 2009, 21:20
Sartash



Los caballos empezaban a no dar más de sí. Aquellas no eran monturas habituadas a las carreras largas, y Sartash lo sabía. Igual que sabía también que sólo en un lugar tenían alguna oportunidad de esconderse.
Daba igual cuánto pudiera haberlos distraído Fil. En aquellas enormes llanuras, no sería demasiado difícil encontrarles. Sólo había un lugar  de mínima importancia en la dirección que todos los jinetes les habían visto tomar.
Pero con todo, el bosque de Akneth era su única esperanza.
El trayecto a caballo se hizo mucho más corto, sobre todo porque no había necesidad de parar en ninguna ciudad intermedia para descansar. Apenas fue una hora de cabalgada, pero al clérigo se le antojó larga y tediosa. Sobre todo, cuando el sonido de unas cuarenta pezuñas empezó a retumbar en la planicie a sus espaldas.
Al aparecer los primeros árboles, ya los tenían encima. Nueve jinetes que corrían hacia los dos compañeros con el único objetivo de matarlos, uno menos de los que se habían quedado atrás con el tharen.
-Orejas picudas... -se lamentó- Al menos te llevaste a uno de esos bastardos contigo.
Desde el momento mismo en que vio que el tharen bajaba del caballo, sabía que ya estaba muerto. Pero por alguna extraña razón, no había reparado en lo que ello suponía hasta que sus perseguidores aparecieron. Que no volvería a ver a su amigo nunca más.
El clérigo descabalgó. Su montura no iba a internarse en el bosque, eso ya lo habían experimentado no hacía mucho. Aquellos árboles guardaban algo, algo antiguo. Y se dice que quien ha atravesado Akneth una vez, no vuelve a hacerlo. Por eso confiaba en su plan.
Tenían unos minutos para correr entre la vegetación y ocultarse. Justo el tiempo que tardarían los jinetes en darse cuenta de que sus caballos no les obedecerían en aquel lugar.
-¡Érica, rápido!
La joven obedeció sin rechistar. Los dos se movieron tan rápido como les fue posible. Por desgracia, esa velocidad no era suficiente. Sartash había olvidado que su compañera estaba herida de gravedad. Y  también que él era un tullido.
Se ocultaron tras un viejo tronco hueco, y esperaron. Esperaron durante más de quince minutos.
-"Tenemos que quedarnos aquí" -pensó el clérigo, tratando de ordenar sus ideas. Se sentía impotente, como si sólo pudieran aguardar al inevitable desenlace-. "Estarán buscándonos".
Algo crujió entre la maleza, interrumpiendo sus pensamientos. Ninguno de los dos podía ver de qué se trataba, aunque no cabía duda de que era bastante grande. Entonces, el animal salió de los arbustos. Era un enorme lobo gris. Parecía un ejemplar anciano, y tenía una pata dañada, pero era lo bastante peligroso como para meterles en problemas.
Érica sujetó su espada con fuerza. La bestia les observaba, clavando en ellos dos ojos que eran rojos como el fuego. Entonces gruñó, dejando al descubierto todos sus dientes, y se lanzó hacia ellos.
La joven se levantó en el acto e interpuso su espada. Pero el lobo cayó sobre ella con todo su peso, arrojándola al suelo. El forcejeo no duró mucho.
Sartash estaba paralizado. El animal se encontraba sobre su compañera, y había descargado sus zarpas contra su cuello. Érica no se movía.
Además, el ruido no podía haber pasado inadvertido para nadie en los alrededores. No tardaron en aparecer cuatro de los soldados, que contemplaban la escena a cierta distancia.
-¡Mirad! -Dijo uno-. Los dioses nos han mandado un nuevo amigo, suave y blandito.
-Vaya, igual nos hace el trabajo sucio –se pavoneó otro. Sin embargo, dio un paso atrás al sentirse demasiado cerca de la bestia.
Entonces, el lobo se fijó en Sartash. El clérigo se encontraba encogido en el suelo, con el bastón como único medio de protegerse. Era sin duda una presa fácil, mucho más que los jinetes.
-¡Acaba con él, chico!
El animal se lanzó contra el anciano, con la boca abierta de par en par. Sartash cerró los ojos y esperó a que llegara el final. Pero el final no llegó.
El lobo se encontraba suspendido en el aire. Algo, o más bien alguien, había caído de los árboles, y sujetaba con su mano el cuello de la enorme bestia, que luchaba por liberarse.
El desconocido no movió ni un músculo más. En cuestión de segundos, el lobo empezó a perder el cabello. Su piel se volvió negra, y su carne quedó reducida a un montón de cenizas.
-¿Estás bien? -preguntó, con gentileza. Sartash hubiera jurado que sonreía, pero era difícil de saber. La única parte de su cuerpo que no iba tapada por completo eran unos extraños ojos de iris dorado.
Antes de que pudiera responder, uno de los soldados se arrojó contra el desconocido, espada en mano. No pudo esquivar el golpe, y el acero se clavó en su espalda hasta sobresalir por el pecho. Pero no pareció inmutarse. Con toda la tranquilidad del mundo, se dio la vuelta y extrajo el arma de su cuerpo, mientras la herida se cerraba sola bajo sus ropas.
-Marchaos. Ya.
Los soldados no necesitaron oírlo dos veces. Sin dudarlo, salieron corriendo.
-¡No! -Se lamentó Sartash-. Ellos...
-Ellos no serán una nueva víctima que añadir a mi lista. Lo siento, anciano.
-No... tienes razón. Dioses, Fil... ¡Érica!
El clérigo corrió hacia el cuerpo de la joven. Sin embargo, cuando apenas había dado dos pasos cayó al suelo. En algún momento durante los últimos minutos había soltado su bastón. Sin parecer darse cuenta, continuó su camino, casi arrastrándose.
La muchacha no se movía lo más mínimo, pero su pecho ascendía y descendía con debilidad, como si tratase de respirar a la desesperada.
-¡Érica! ¡Despierta, abre los ojos! ¡Vamos!
-Lo lamento –pronunció el extraño, empleando una voz monocorde. Casi parecía una frase lanzada por cortesía, en absoluto natural.
-La odio con toda mi alma. Pero...
-No te entiendo, anciano.
-Olvídalo...-suspiró-. Necesito un favor. Solo éste, y te dejaré tranquilo. Mátala. No va a sobrevivir, y... no me gustaría que sufriese.
-No. No puedo hacerlo.
-Esto no es un asesinato. Es un acto de compasión. Por... favor. Mátala. Lo haría yo, si pudiese.
El desconocido asintió y cerró los ojos, quizá para no enfrentarse a lo que iba a hacer. Luego extendió su mano hacia la muchacha. Sartash reparó en que llevaba un guante rasgado que dejaba al descubierto buena parte de la piel. ¿Pretendía matarla con un roce? ¿Era eso lo que le había sucedido al animal que ahora yacía convertido en polvo?
Si era eso lo que se propuso, lo cierto es que no llegó a tocarla. Un halo de luz blanquecina comenzó a envolver su brazo, iluminando el bosque. Cuando el fulgor llegó hasta Érica, la muchacha se encogió. La herida de su cara comenzó a desaparecer, igual que la del pecho.
El extraño se retiró de un salto. Aún había sangre en el cuerpo de la joven, pero no tenía ni un rasguño. Tampoco abrió los ojos, aunque ya respiraba con normalidad. Estaba a salvo.
-¡La madre que me...! -Exclamó Sartash, con los ojos abiertos como platos- ¿Quién eres tú?
-Mi nombre es Ailen. Y no sé quién se supone que soy.
El desconocido hundió la cara entre sus manos. Quizá quiso llorar, pero las lágrimas no brotaron en ningún momento.
-¿Ailen...? –Preguntó el anciano de inmediato, al reconocer la procedencia de ese nombre-. ¿Eres de Isdar?
Como única respuesta, Ailen  retiró su capucha. El clérigo contempló con asombro las orejas que caracterizaban a los habitantes del gran bosque. Y, cuando reparó en sus cabellos, la expresión del anciano se torció pasando a reflejar algo más cercano al miedo que a la sorpresa inicial. ¿Cómo iba a ser un tharen, si ninguno tenía el pelo negro?
"Me temo que hice la pregunta equivocada. No es quién, es qué"
El tharen se acercó hacia él y extendió su mano. Sartash trató de retroceder, alarmado, hasta que se dio cuenta de que la mano que le tendía era la que conservaba el guante en buen estado. Calmándose, le agarró del brazo y se incorporó. Después se acercó hacia Érica y trató de levantarla.
-Os ayudaré a salir de aquí -dijo Ailen-. Podrían estar siguiéndoos aún.
El clérigo asintió en silencio. Colocó el brazo de su compañera sobre sus propios hombros y comenzó a andar. Sólo cuando transcurrieron unos segundos, se dio cuenta de que no estaba utilizando su bastón.
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Thylzos en 17 de Noviembre de 2009, 23:17
Joer, no te puedo seguir el ritmo con mis tiempos xD.

A ver si este finde me pongo y la termino de leer para poder comentarte.
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Khram Cuervo Errante en 18 de Noviembre de 2009, 09:05
Me da la impresión de haberlo leído ya esto...
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Blood en 19 de Noviembre de 2009, 00:14
No sé porque pero presentía que Ailen no iba a ser tan destructivo después de todo jeje. Nos hemos quedado sin dos personajes pero bueno aún hay esperanza jeje.

Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Psyro en 19 de Noviembre de 2009, 00:33
Puf, ahora que lo releo, debería pegarle un repasito a todos los capítulos viejos. Cómo se nota el paso de los años xD

En fin, faltan sólo un par para empezar a poner capítulos de los que no llegué a colgar en ogame. Si os está gustando me alegro de verdad ^^
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Nuly en 19 de Noviembre de 2009, 00:53
"Y a los que no, que os follen". :3
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Lictea en 19 de Noviembre de 2009, 01:03
No ha dicho "a los que les estén gustando", si no "si os están gustando", pero vamos que si no te gustan no los leas (que nadie te obliga y en paz).
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Nuly en 19 de Noviembre de 2009, 01:50
No, pero a mí me gusta :3
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Calabria en 20 de Noviembre de 2009, 00:25
Me cago en tus putos laísmos Psyro, me sacan completamente de la historia (y no me digas ahora que te los señale, no me acuerdo dónde están)
Por lo demás muy bien, menuda escabechina has liado y eso que alguno parecía que iba a ser importante.
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Ryle en 20 de Noviembre de 2009, 05:55
Psyro, tú sigue posteando. Cuando arregle la impresora, me leo todo de tirón ;)
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Psyro en 20 de Noviembre de 2009, 17:56
Cita de: Calabria en 20 de Noviembre de 2009, 00:25
Me cago en tus putos laísmos Psyro, me sacan completamente de la historia (y no me digas ahora que te los señale, no me acuerdo dónde están)
Por lo demás muy bien, menuda escabechina has liado y eso que alguno parecía que iba a ser importante.

Soy madrileño xDDD

Corregí un huevazo de la primera parte en adelante, epro lso primeros capitulos son un caos, sintiendolo en el alma. Me aprecio en su dia bastante absurdo revisar cosas que seguramente acabe por reescribir, porque no es lo mismo lo que tenia en mente con 16 años que ahora.
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Calabria en 26 de Noviembre de 2009, 18:40
Tengo mono
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Psyro en 26 de Noviembre de 2009, 20:00
Deidri



El precipicio cada vez era menos profundo. Con cada piedra que quedaba atrás, Deidri sentía que recobraba fuerzas. Algo la llamaba al fondo de aquella grieta antinatural, animándola a continuar el descenso. Ya no era solo el deseo de recuperar el cuerpo de su amigo. Había algo más.
La joven había quedado tendida en el suelo varias horas antes de ser capaz de levantarse de nuevo Ni siquiera sabía decir cuántas habían transcurrido, ni si permaneció consciente durante todo aquel lapso de tiempo. Daba igual. Al despertar, se sintió con más energía que nunca. Tanto que hasta pensó por un momento que había fallecido y se dirigía a la morada de Nerbal. Las heridas que sufría la convencieron de que aún seguía viva. Y desde el fondo de la grieta, algo la llamaba con insistencia, sin saber cómo ni por qué.
Anudando piezas de tela previamente arrancadas del uniforme de los guardias muertos, improvisó algo parecido a una cuerda para descender. Por desgracia, la mayoría de ellos estaban calcinados, por lo que tuvo que usar una pequeña parte de sus propias ropas. En un principio no le dio demasiada importancia al hecho de llevar brazos y piernas al descubierto, pero cuando apenas llevaba descendidos un par de metros se arrepintió, pues las piedras de aquella gigantesca pared rocosa solían estar bastante afiladas por los bordes. Pronto, la joven se encontró cubierta de arañazos.
Deidri trató de no pensar en ello. Todo lo que quería era llegar abajo.
Por supuesto, había barajado la posibilidad de regresar al camino, donde se había separado del resto, pero tuvo que desechar la idea. No sabía cuántos soldados más podrían estar esperando lejos de las montañas. Además, los otros sabían donde se encontraba. Si habían sobrevivido, irían a buscarla.
Una lágrima le resbaló por la mejilla. Quería creer que su hermana estaría bien, que había logrado huir. Y Filion, y hasta Sartash. Sin embargo, cada vez que intentaba pensar en sus caras se encontraba con la imagen de Demian cayendo. Como mínimo le debía encontrar su cuerpo y quemarlo, según la costumbre athoriana. Si en dos días no había rastro de su hermana, trataría de regresar al castillo de su tío.
Con cuidado, se agarró a un nuevo saliente. Al levantar el pie unos cuantos guijarros cayeron, haciendo que se tambalease. Hacía unos quince minutos que su particular cuerda se había quedado corta, por lo que se vio obligada a prescindir de ella. Ahora solo dependía de sus pies y manos, y cualquier error podía matarla.
Por fortuna, el tiempo siguió pasando, inalterable, sin que hubiera ningún accidente. Las rocas eran cada vez más grandes y pronto pudo continuar su trayecto saltando de una a otra. A medida que la muchacha se adentraba más en la grieta, sentía que el cansancio iba desapareciendo. Y aquella sensación, fuera lo que fuera, iba en aumento.
El descenso hubiera resultado mucho más largo y complicado en condiciones normales. Pero con cada metro que avanzaba, cada piedra que dejaba atrás, sus fuerzas crecían.
Cuando sus pies tocaron el suelo, habían transcurrido poco menos de dos horas.
Deidri miró a su alrededor. El suelo estaba cubierto por una tupida mata de hierbas que la llegaban por encima de las rodillas. Iba a ser muy difícil dar con su amigo.
Empezó a buscar entre las plantas de su alrededor, aunque sin éxito. Allí, entre el verde, no había absolutamente nada. El terreno era liso por completo, y apenas había alguna pequeña roca de cuando en cuando. Además, los brotes se encontraban dispuestos en hileras. Sin duda, alguien había preparado todo aquello. No podía ser obra de la naturaleza.
Algo se agitó entre los cultivos. Entonces, una suave brisa comenzó a bañar todo el lugar. Era una sensación agradable, o lo hubiese sido en otras circunstancias. Pero Deidri continuaba su búsqueda, ajena a todo lo demás.
Pronto la brisa aumentó en intensidad. La corriente de aire se cerró en torno a la muchacha, como formando un pequeño ciclón. Antes de que pudiera reaccionar, algo la empujó hacia la pared rocosa. El viento la golpeaba contra el muro, impidiendo que pudiera moverse.
La temperatura comenzó a descender con rapidez. Deidri observó atónita cómo apenas unos segundos después una gruesa capa de hielo cubrió sus manos esposándola a la piedra. Sólo entonces, el viento cesó.
Trató de liberarse, pero era inútil. Estaba atrapada, por mucho que forcejease.
-Sabía que había alguien más por aquí, ¿Has visto, Ed?
La voz sonó a su izquierda. No había reparado en la presencia de un pequeño grupo que se encontraba también en el campo. En cambio, ellos sí la habían visto. Y no cabía duda, eran avatares.
El que había hablado era un hombre, no demasiado mayor. Tendría unos treinta años. Era alto y ancho de hombros, y llevaba la cara cubierta por una espesa barba pelirroja. A su lado había una chica de la misma edad que Deidri. De hecho se parecían bastante, salvo porque ella tenía el pelo de color negro y los ojos azules.
Por último, frente a ellos se encontraba una tercera persona, el joven al que habían llamado Ed. Era alto, aunque no tanto como su compañero. Llevaba el pelo revuelto, cayéndole hasta los hombros, y lucía una mal afeitada barba de tres días.
-Sí, lo he visto, grandullón -murmuró- .¿Quién eres tú? –preguntó de inmediato, dirigiéndose a Dei.
La muchacha no contestó. Estaba demasiado furiosa para hacerlo. Y demasiado triste.
-Habla -le ordenó Ed-. ¿Qué te trae por aquí?
El viento volvió. Comenzó rodeando las manos de aquel joven, para luego arremeter con fuerza contra la pared rocosa. No hacía falta ser muy listo para entender aquella amenaza.
-Lo diré por última vez. Encontramos el cuerpo de otro más. Dime quienes sois y qué buscáis, o la siguiente irá contra tu estómago.
-¿C-c-cuerpo? Demian... ¿habéis encontrado a Demian?
El aire la golpeó en el vientre, dejándola sin respiración.
-Contesta a mis preguntas, y me plantearé hacer lo mismo con las tuyas.
-Suéltame, y me plantearé contestar.
Un segundo ataque la sacudió por completo. Su cuerpo no tardó en empezar a aumentar de temperatura.
-Chris -pronunció el joven -Tu hielo se está fundiendo, ¿Qué haces?
-No es culpa mía, cielo -contestó la muchacha de los ojos azules-. Ha empezado a hacer más calor aquí.
-Soltadme -repitió Deidri con un tono que ni ella misma reconoció-. Ahora.
Una llama la envolvió desde las manos hasta la altura del codo. Después se giró hacia sus captores y lanzó un torrente de fuego contra ellos. La otra chica contestó con un ataque similar, aunque constituido por hielo. Los dos rayos chocaron con estrépito, neutralizándose.
-¡Muchacha! ¡Eres un avatar...! ¡Eres una elegida de Ardea! –exclamó el hombretón, con los ojos como platos.
-El fuego ha vuelto... -murmuró Chris.
Todos parecían atónitos. Deidri los miró sin entender.
-Vosotros también lo sois.
-Pero hasta ahora sólo habíamos visto a una elegida del fuego –le explicó la joven-. Hace sesenta años que no aparece ninguna otra.
-¿Y qué más da?
-¿No lo entiendes? -Insistió Ed-. Que tú estés aquí significa algo.
-Eres tú quien no lo entiende
Deidri hizo un esfuerzo por contener las lágrimas.
-"Demian está muerto. Está muerto, porque quiso salvarme. Y... ni siquiera sé por qué lo hizo"  –pensó-. "¿Fue por mí... o por saldar una deuda?"
-Se me ocurre algo -sugirió Ed-. Ven con nosotros al campamento. Cuéntanos lo que sepas y haremos lo mismo. Después podrás ver el cuerpo de ese amigo tuyo... y perdona el ataque, por cierto.
La muchacha meditó aquellas palabras unos segundos. ¿Tenía otra opción? Podían saber dónde estaba el cuerpo de Demian. Y si quisieran hacerla daño... eran tres contra una. Pese a su temerario comportamiento de hacía unos minutos, debido sin duda a una situación que la sobrepasaba por completo, sabía que no estaba en condiciones de vencer.
Asintió, no sin ciertas dudas.
-¿Qué campamento es ese?
-Bueno, lo llamamos así pero en realidad es un refugio. El refugio de los avatares de toda Athoria.
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Psyro en 26 de Noviembre de 2009, 20:02
¿?



Abrió los ojos. Unos que no sabía si eran suyos.
No podría decir dónde se encontraba, ni tampoco quién era. Su mente estaba en blanco: intentó recordar su nombre, pero hasta algo tan elemental resultó en vano. Ni tan siquiera era capaz de reconocer sus manos. Tenía la certeza de que eran suyas. Las movía, respondían a sus órdenes. Sin embargo, le resultaban tan desconocidas como si hubieran sido las de cualquier otro.
Una luz inundó el lugar. O más bien al revés. Allí no había más que eso, luz; tan bella y brillante que tuvo que desviar la mirada. Por mucho que buscara no tenía un suelo que pisar, o una pared en la que apoyarse.
Y después vino la oscuridad.
Sintió deseos de avanzar. La sombra le llamaba con insistencia, a la vez que el fulgor desaparecía poco a poco. Pronto, todo se apagó a su alrededor.
Hasta la oscuridad empezó a desaparecer también. No quedó nada allí salvo él mismo. Sintió inquietud por primera vez, porque de verdad deseaba haberse sumergido en la negrura. Lo necesitaba tanto como hubiera necesitado comer o dormir. Mientras la sensación de agobio le torturaba, comenzó a andar. Si es que en aquel mundo era correcto usar ese término, pues no había nada que pisar con los pies ni un punto al que dirigirse.
Le dolía la cabeza. Cada vez que intentaba recordar algo, notaba como si le golpearan con un martillo.
-Martillo... -murmuró. La palabra le resultaba tan familiar...
Siguió andando durante horas, sin encontrar rumbo para sus pies pero tampoco para sus pensamientos. No estaba cansado. De hecho, dudó que el cansancio existiera en realidad. Allí sólo estaba él. Y lo demás no importaba. Incapaz de llegar hasta las desaparecidas sombras y sin saber quién era, no quería ni siquiera buscarle un sentido a todo. Se sentía vacío.
-Martillo...
El dolor se agudizó. Cayó al suelo, trató de gritar. Pero el sonido no salió de su boca. O al menos, él no lo oyó.
-Fuego...
Poco a poco se fue reincorporando y continuó su camino. De repente supo que buscaba algo, algo que lo esperaba en medio de la nada más absoluta.
Fue entonces cuando Ella apareció. Se presentó ante él vistiendo una fina túnica plateada, que apenas ocultaba su perfecta figura. Una diadema del mismo color recogía sus cabellos dorados. Era sin duda la mujer más bella que había visto, pese a que no recordaba a ninguna otra. No importaba. Su belleza trascendía lo humano.
Avanzó hacia él con decisión. Y de pronto se sintió pequeño, porque sabía quién era la persona que se encontraba delante.
-Varah, mortal -pronunció en perfecto Henia a modo de saludo. Su voz era dulce, casi musical.
-¿Es ese mi nombre? -preguntó-. ¿Mortal?
-Aquí nada tiene nombre, porque nada lo necesita, hijo mío. ¿Cómo prefieres que te llame?
-No lo sé. No recuerdo ningún nombre.
-Entonces te llamaré así de forma provisional. Debes saber que eres la primera cosa que me obliga a pensar cómo referirme a ella en este lugar.
Ella sonrió, pero él no sabía cómo sentirse. Podía sentir su mirada atravesar cada centímetro de su cuerpo, con aquellos ojos imposibles. Salvo por un iris verdoso que le recordó enormemente al suyo propio, eran del todo negros.

-Sé quién eres tú. Azhdar. ¿Qué hago aquí, hablando...?
Su voz se llenó de inseguridad. No tenía sentido.
-¿...con una diosa? –concluyó por fin.
-Estás aquí porque yo lo quise. No tengas miedo.
Ella se acercó aún más, pero siguió guardando una cierta distancia. Y durante unos segundos, él no sintió nada. Sólo paz.
Sólo a Ella.
-¿Dónde estoy?
-En ninguna parte. Estás en la mitad del Camino. Has dejado el camino de Shorel, el de la vida. Pero no has fallecido tampoco, porque no has llegado aún con Nerbal. Te he reclamado para mí, mortal. Te necesito. Así que aquí estás. No muerto, pero tampoco vivo.
La cabeza le daba vueltas. Cada nueva información le atravesaba como una flecha, aturdiéndolo.
-¿Qué puedes querer de mí?
-Mi pobre muchacho...  mientras estés aquí no podrás recordar tu vida anterior. Y cuando regreses y abras los ojos, me olvidarás. Pero el mensaje que voy a darte volverá a ti tarde o temprano. Por eso, voy a contártelo todo. Porque algún día necesitarás saber.
-Te escucho.
-Antes dime, ¿qué sabes de la Gran Guerra?
- ¿La Avatharea? -La palabra acudió a su memoria antes de que él mismo se diese cuenta.
Ella negó con la cabeza
-La Avatharea sólo fue una consecuencia. Antes que eso, se libró una batalla más importante. Me temo que casi todos la han olvidado ya.
-¿Cuál?
-La que libraron Assel y Uma, querido. Mis hijos lucharon una vez en tu mundo y lo destruyeron casi por completo. Es por eso que decidieron que en adelante no volverían a hacerlo. Y por ello también nacieron los avatares, hace casi cuatro mil años. Vuestros libros de historia no tocan el tema. ¿Cómo hablar de algo que no se conoce?
Él meditó aquellas palabras. Estaba casi seguro de haber oído algo semejante con anterioridad, pero no podía asegurarlo con convicción.

"Porque Azhdar realmente ama este mundo, y una lucha entre los dioses lo destruiría"

Las palabras retumbaron en su cabeza. De nuevo sintió dolor.
-He hecho todo lo posible por que eso no vuelva a suceder. Pero aún van a librase dos batallas más. Primero, Issel y Ardea. Sus dos elegidos están ya listos, y es inevitable que se enfrenten. Y cuando eso suceda, llegará el turno de sus padres.
Él se estremeció.
-¿Te refieres a...?
La diosa asintió con la cabeza.
-También ellos han decidido acabar con su rivalidad. Lo que puede ocurrir cuando sus dos avatares, los más poderosos que jamás ha visto nadie, luchen... Es imposible saberlo. Por eso, he decidido actuar. Querido, yo también enviaré a mis elegidos. Serán ellos los que mediarán entre el fuego y el hielo, entre la vida y la muerte. Y de ellos dependerá todo lo demás. ¿Comprendes lo que eso implica? ¿Sabes cuál es tu papel?
-Sí.
-Entonces todo está listo.
La luz apareció de nuevo. El muchacho avanzó hacia ella sin dudar. De pronto anheló aquella nueva puerta que se le abría, tanto como había deseado cruzar a las sombras tiempo atrás. Antes de desaparecer y abandonar aquel camino, pudo oír la voz de la diosa llamándolo por última vez.
-Aún no despertarás. Pasarán horas antes de que puedas hacerlo, tal vez días. Y tampoco puedo curar tu cuerpo por completo. Sé fuerte.
-Lo seré.
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Psyro en 26 de Noviembre de 2009, 20:05
Sartash



El clérigo era un hombre mayor, aunque no tanto como pudiera aparentar. Arrastraba tras de sí cincuenta y siete años, al menos cuarenta más de lo que a muchos les hubiera gustado verle con vida. Pero siempre se le había dado bien llevar la contraria.
Nació con un problema en su pierna. Al principio, nada grave; aunque lo hacía de forma extraña, su lesión no le impidió aprender a caminar como un niño corriente. Todo fue bien, hasta que cumplió los seis años.
Fuera a donde fuera, la gente que lo miraba no lo veía a él. Sólo al pobre niño que, con menos de diez años, necesitaba un bastón para mantenerse de pie. Nadie veía a Sartash. Sólo al pequeño tullido.
Creció solo, en su cuarto. Allí, en Athoria, no era más que un pobre crío indefenso y asustado. Como todos, en cierto modo. La gran guerra, a la que pronto comenzaron a llamar Avatharea, no terminaría hasta cinco años después. Su padre murió en una de las muchas batallas que se libraron por aquel entonces. Nadie se molestó en buscar su cuerpo. No era más que uno de los miles de fallecidos, y ni siquiera se trataba de alguien importante. Un pobre artesano de la ciudad, que jamás había empuñado un arma.
Al año siguiente, su madre se casó por segunda vez, con un soldado. Después de todo aún era joven, e incapaz de mantener a su hijo ella sola. Y una vez terminada la guerra, los pocos guerreros que lograron sobrevivir habían conseguido fama y fortuna. Muchos incluso se hicieron con un título nobiliario, ya fuera comprado o entregado por el rey como muestra de reconocimiento.
Su padrastro no se convirtió en noble, pero sin duda tenía suficiente dinero como para darles la estabilidad financiera que necesitaban.
Diez meses después, Sartash tenía un hermano. Y trató de apreciarle, pero fue incapaz. El pequeño era el centro de la casa, incluso para su propia madre. El día en que se dio cuenta de que, con un año, su hermanastro iba más rápido gateando que él mismo corriendo con su bastón, supo que debía irse.
No sin cierta satisfacción, el esposo de su madre logró que le aceptaran en la Iglesia. Aún no había cumplido los catorce años cuando vistió por primera vez la túnica marrón de los servidores de Azhdar, la diosa.
Su situación mejoró como clérigo. Dedicaba días y noches a estudiar. Geografía, matemáticas, historia... pronto había leído cada uno de los libros del castillo. A veces incluso se olvidaba de dormir o asistir a misa, para desesperación del Padre.
Pero su auténtica obsesión era la anatomía. Se sumergía en las páginas de los antiguos volúmenes de medicina durante horas, con la esperanza de encontrar algo que pudiera ayudarle a caminar con normalidad. Algo que pudiera curarle.
El rastro le llevó a Isdar, donde se practica la medicina más avanzada de cuantos reinos hayan existido. Nadie lamentó la marcha del clérigo, nadie hizo preguntas. Pocos lo conocían lo bastante como para echarle de menos. Y quienes lo hacían, se alegraron con su marcha. Su carácter se había agriado, como producto de la soledad, el odio... y la terrible sensación de impotencia que lo atravesaba sin piedad cada vez que trataba, en vano, de levantarse de su silla. Pronto caía al suelo sin remedio, incapaz de mantenerse en pie por sí solo.
Para cuando emprendió su viaje, llevaba años al servicio de lord Umber, dirigente de la provincia de Darnia y amigo cercano al rey, como tutor de su primogénito, Barthor. El Padre lo mandó hacia allí sin dudar. Quizá para librarse de él, tal y como había hecho antes su padrastro. En cualquier caso, su nuevo señor era mucho más generoso. Le mantuvo a su servicio aún cuando su hijo alcanzó la mayoría de edad, quedando al cargo de la biblioteca y de su consejo. Jamás sabría por qué le cayó tan bien. Quizá porque cumplía su trabajo con eficiencia. En cualquier caso, parecía algo compartido por su hijo. A la muerte de Umber, de cincuenta y dos años de edad, Barthor fue nombrado su heredero. Como tal, mantuvo a Sartash en todas sus funciones. La diferencia consistía en que el difunto señor lo consideraba un hombre que, con todos sus defectos, cumplía su labor de forma eficaz. Un trabajador decidido, y buen maestro. Barthor, además, le tenía por un amigo. Ese mismo año le permitió ausentarse por un tiempo para realizar su tan anhelado viaje al Bosque Blanco.
En Isdar, los mejores sanadores del mundo lo atendieron. Y todo lo que pudieron hacer por él fue darle un bastón nuevo y un guía para el viaje de vuelta. Un huérfano, por lo visto. No le importaba. Se creyó morir cuando vio a aquel muchacho de orejas picudas sujetando el que iba a ser su nuevo cayado, de madera blanca proveniente de un Ish- Valar.
En aquel momento sintió deseos de golpear al tharen, como tantas otras veces a lo largo de su vida. Y sin embargo, el joven jamás le abandonó. Por alguna extraña y poderosa razón, siguió a su lado, soportándole, aprendiendo de él, haciéndole compañía. Siendo un amigo.
Acababa de cumplir los cuarenta y tres cuando regresó a los dominios de Umber. Y el tharen le acompañó, pese a no haber sido invitado. El clérigo jamás dio muestras de gratitud. Sólo era un crío.
Quince años después, allí, entre los árboles de Akneth, hubiese dado lo que fuera por un minuto de charla con su viejo amigo. Pero ya no había vuelta atrás.
Fil estaba muerto.

El camino se le antojó largo y tedioso, aunque apenas hubiese durado unos quince minutos. Eran demasiadas cosas las que escapaban a su control.
Érica aún no había despertado, Deidri se encontraba sola y el herrero, desaparecido. Su única compañía por el momento era Ailen, y eso más que reconfortarle le asustaba, aunque una parte de él no podía evitar sentirse intrigado. ¿Quién, o mejor, qué era? Un ser como aquel... capaz de matar con el simple roce de su piel, pero también de hacer sanar cualquier herida.
Tanto Érica como él mismo eran una prueba irrefutable de ello. A la joven la había salvado de una muerte segura. Y en cuanto a Sartash... estaba andando.
Aunque por primera vez desde que tenía memoria, sintió que no deseaba caminar. Tan pronto como sintió los primeros rayos de sol sobre él, se dejó caer, poniendo cuidado en que Érica, que seguía inconsciente y apoyada sobre su hombro, no se golpease. Ailen reparó en ello de inmediato.
-Anciano, ya os he conducido al exterior -dijo el tharen, girándose hacia él-. Ahora, debería marcharme.
-No puedo ocuparme de ella solo.
El clérigo pronunció aquellas palabras con convicción. Sin embargo, sonaron huecas, como si estuviera barajando sus posibilidades en vez de pedir ayuda. O quizá hiciera ambas cosas.
-Y tampoco -continuó- dejarla atrás. Su tío me mataría...
-Busca un guía. Cerca de aquí hay una posada. En dirección sudeste.
Sartash creyó vislumbrar un atisbo de tristeza en los extraños ojos de Ailen. No obstante, insistió.
-Tienes razón. Después de todo, somos un anciano y una joven indefensa que, dicho sea de paso, está muy buena. Seguro que la amable gente de esa posada tuya se vuelca en ayudarnos. ¿Y si decimos que vamos de tu parte? ¿Qué ocurrirá, nos darán una habitación gratis...? ¿O la acuchillarán los mercenarios después de violarla?
-Mírame... -murmuró el tharen-. Soy un monstruo. ¿Crees que estarías mejor si voy con vosotros? Debería estar lejos de todo.
-Por lo que a mi respecta -le interrumpió-, eso no son más que gilipolleces. ¿Te sientes como un monstruo? ¿Crees que eres una máquina de matar? ¿Que eres peligroso? ¿¡Y mi pierna!? -exclamó de repente-, ¿¡Qué clase de monstruo es capaz de hacer que un inválido vuelva a andar!? ¡Ninguno! No sabes quién eres, pero en vez de intentar averiguarlo, te escondes. Te... escondes...
Tomó aire. Hasta se había fatigado con aquella charla. Ailen desvió la mirada, sin saber que responder.
-Puedes hacerle daño a los que te rodean -siguió el clérigo-, pero también ayudarles.
-No tienes... no tienes ni idea de lo que es esto. Sentir que... que sería mejor estar muerto.
-¿Ah no? –Sonrió Sartash con amargura-. He pasado años pensándolo. Pero yo no me rendí, orejas pi...
La imagen de Filion apareció de improviso en su cabeza. No logró terminar la palabra.
-La diferencia, anciano, es que tú puedes elegir la muerte. Pero yo... -prosiguió, asiendo un cuchillo que el clérigo no le había visto sacar antes.
El tharen clavó la hoja en su corazón. Las rodillas le temblaron, pero cuando extrajo el arma de su pecho volvió a la normalidad. La herida había desaparecido.
-... yo no.
Los ojos de Sartash se abrieron como platos. No había podido fijarse antes, pero las ropas del tharen estaban llenas de cortes, sobre todo a la altura del cuello y el pecho. Sin duda había tratado de quitarse la vida más de una vez.
-Con más razón, debes ser fuerte. Los dioses tienen reservado algo para ti, sin duda.
-¿Los dioses...? una vez... -dijo Ailen, meditativo- Una vez, alguien a quien apreciaba me dijo algo sobre los dioses. Que yo era un avatar de Nerbal.
El clérigo recibió aquellas palabras con sorpresa. Todo el mundo, o al menos el trozo de mundo con un mínimo de cultura, sabía que sólo los dioses menores enviaban avatares. En ningún tratado ni libro de historia aparecía un elegido de Nerbal, Shorel o Azhdar. Parecía algo más propio de cuentos o leyendas antiguas.
-Eso es... -murmuró para sí- Es posible que pueda encontrar una pista sobre quién... o qué eres tú.
-¿Dónde? -preguntó Ailen con un interés tan desmesurado que casi se podría confundir con la desesperación-. Habla, anciano, te lo ruego.
-Debo encontrar un libro. No voy a engañarte, es poco probable que lo halle. Pero existe la posibilidad de que esté en la biblioteca de mi señor. Por alguna casualidad, es mi destino. ¿Qué me dices, eh? ¿Nos acompañas a la señorita y a mí a cambio de respuestas?
El tharen desvió la mirada, pensativo.
-¿Cómo sé que no me engañas?
-No puedes saberlo. Cuando lleguemos, puede que des con lo que necesitas y puede que no. Pero si declinas mi oferta, no habrá un quizá. ¿Entiendes?
La contestación llegó tras unos segundos de silencio que se hicieron eternos para ambos.
-Voy a buscar a mi caballo. Os acompañaré.
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Psyro en 26 de Noviembre de 2009, 20:06
Deidri



Fuego.
Deidri estaba acostumbrada a sentirlo. Desde muy niña, había sido parte de ella, como también lo habían sido las miradas. Miradas de miedo. De preocupación. De lástima.
Nadie era capaz de verla a ella a través de las llamas que brotaban de sus manos. Ni siquiera su hermana. Érica entendía su don como una enfermedad que la hacía vulnerable. Nunca lo había dicho, pero no era necesario.
Deidri lo sabía por cómo la miraba. Había tenido que aprender a leer en los ojos de la gente, porque parecía que cuando los demás estaban con ella, de nada servía atender a las palabras. Con el tiempo ella también aprendió a fingir. Y eso era lo que hacía sin darse cuenta la mayor parte del tiempo. Tratar de aparentar que no pasaba nada, cuando lo cierto es que, muy en su interior, se sentía extraña y sola, por mucha gente que hubiese junto a ella. Sonreía, y los demás sonreían con ella; y por un tiempo, todo parecía tan perfecto que Deidri tenía la sensación de que en cualquier momento su hermana la abrazaría y diría: "No te preocupes Dei. Todo ha sido un mal sueño."
Pero nunca había dejado de sentir el fuego. Y en realidad, no quería dejar de hacerlo. La sensación que la recorría cuando hacía aparecer una llama, por ínfima que resultase a la vista, era más agradable que cualquier otra que pudiese imaginar. Más reconfortante que un abrazo, más tierna que un beso.
Se sentía bien siendo como era. Los que parecían no hacerlo, comprendió, eran los demás. Era su problema, no el de ella.
Parecía una mala broma. El fuego era más intenso en ese momento de su vida que en cualquier otro que pudiese recordar. Ahora que lo había perdido todo...
Al principió pensó que el fuego trataba de consolarla de algún modo, de hacer que se sintiera mejor. Pero no; era aquel lugar lo que estaba avivando sus fuerzas hasta el punto de no sentir cansancio alguno. Algo la reclamaba, aunque no lo hiciera mediante el uso de palabras o gestos, sino a través de esa llama que se agitaba en su interior desde que tenía memoria.
-¡Eh, eh!
Deidri se giró. La voz provenía de Ed, uno de los tres extraños que la escoltaban hacia el campamento. Se encontraba varios pasos por detrás de ella... y los demás también. Por lo visto, les había adelantado.
-¿Cómo sabes que es por allí? -preguntó el avatar.
-No... no lo sé. Empecé a andar y...
-Pues nos has adelantado a todos -le interrumpió la otra joven, Chris-. Casi parece que somos nosotros los que te seguimos a ti.
-Bueno -siguió Ed-, quizá haya sido casualidad. Además esta grieta no es tan ancha como para que pudieras desviarte.
-Tienes razón -asintió Deidri. Pero en el fondo sabía que aquello no había sido ninguna casualidad, porque no había levantado la vista del suelo en ningún momento. Sin quererlo, estaba contestando a la llamada.
Volvían a su cabeza imágenes de todo lo acontecido desde su paso por Akneth... y más aún. Veía las llanuras en las que había dejado a sus amigos a su suerte. Sobre ellas, sangre, y tres cuerpos. No necesitaba mirar hacia sus caras para saber quienes eran. Entonces el escenario cambió. Ya no estaba en la enorme planicie, sino en la montaña. Sujetaba a Demian con todas sus fuerzas, asomada por el borde del precipicio. Y él caía.

-¿Te pasa algo? -Preguntó Ed, mientras se acercaba a ella-. Vosotros dos seguid, ahora os cogemos -le indicó a sus compañeros, que obedecieron sin más.
-No -contestó Dei sin más-. No me pasa nada.
-Nadie grita por nada.
La joven desvió la mirada, incómoda. Ni siquiera se había dado cuenta de que acababa de dejar escapar un grito al recordar la imagen de su amigo cayendo. Un chillido apenas audible, pero que había llamado la atención del joven.
-Mira -continuó éste-. Sé que no lo has pasado muy bien, aunque no nos hayas contado por qué. Y lo entiendo, ya que no nos conoces. Pero ya ha pasado. No puedes hacer nada.
-No... -pronunció ella, sin habla.
-¿No, qué?
-No necesito que nadie me diga cómo debo sentirme ahora. Y menos un extraño.
-Tienes razón, perdona -la cara de Ed comenzaba a teñirse de rojo -Mi intención no era...
-Déjalo, por favor. -le cortó. La joven siguió caminando, sin mirar atrás. Hasta que oyó de nuevo la voz del joven a sus espaldas.
-No. No lo dejo, porque sé cómo te sientes.
-¡Tú no sabes nada! ¡Así que no me vengas con esas! ¿Crees...? ¿Crees que me voy a sentir mejor porque un desconocido venga y me diga "eh, te has quedado sola, todos los que querías ya estarán muertos por tu culpa, ¡Pero no te preocupes, ya no puedes hacer nada! ¡Yo te entiendo!"?
-¡En ese campamento...! -replicó él, alzando la voz. La temperatura del ambiente empezaba a aumentar, sin duda a causa de los poderes de la joven, y se le notaba nervioso-. En ese campamento... -volvió a empezar, más sereno- no hay más que gente como tú. A la que han perseguido, humillado y hasta mutilado... por ser como son. Pero tienes razón, no soy quién para decirte cómo debes sentirte. Te pido disculpas.
Ed reemprendió la marcha sin añadir nada más, pero Deidri no se percató de ello. En su situación actual no era capaz de centrarse en nada de lo que ocurría a su alrededor. Ni siquiera le importaba estar cubierta de polvo y hollín, o tener la ropa destrozada.
Cuando, varios minutos después, llegaron al campamento, tardó unos segundos en ser consciente de ello. Aquel lugar consistía en poco más que un montón de tiendas fabricadas con materiales diversos. Algunas eran sólo una desgarbada estructura de madera que había sido cubierta por varias capas de tela. Otras eran de piedra o incluso de ladrillos de barro cocido. Más que un campamento, aquello parecía una pequeña aldea que había subsistido durante años sin entrar en contacto con el exterior.
A su entrada, la gente detuvo sus quehaceres para darles la bienvenida. Un grupo de niños se acercó corriendo, gritando y riendo. Uno de ellos, un muchacho de cabellos rubios que no superaba los seis años de edad, se abalanzó sobre el gigante que los acompañaba. Deidri no sabía su nombre, aunque tampoco le interesó en un primer momento. El gigantón cogió al pequeño y lo levantó por encima de su cabeza con una sola mano, lo que provocó aún más risas.
Mientras, algunos hombres se acercaron a estrechar la mano de Ed. El más joven de ellos no aparentaba tener menos de cuarenta, pero a pesar de ello demostraban verdadera admiración por él. Quizá fuera el líder de todo el grupo.
Pronto, más gente se unió a la bienvenida. Personas de todas las edades, tanto varones como mujeres, se encontraban allí. En total debían de ser alrededor de cuarenta.
-"¿Todos son avatares?" -pensó Deidri, asombrada.
Considerando que ella misma, en condiciones normales, era capaz de vencer a unos cinco soldados antes de caer agotada, aquella pequeña población casi podría considerarse un ejército. Aunque, como pudo observar más tarde, había pocos hombres de una edad comprendida entre la de Ed y la suya; casi todos eran ancianos o niños. Además, unos pocos padecían algún tipo de minusvalía. Una señora con un muñón en el lugar que debería ocupar su mano derecha se encontraba entre los pequeños, instándoles a seguir jugando lejos de allí. Cuando sus miradas se cruzaron, Deidri no pudo evitar sentir un escalofrío. Y de repente, todos parecieron reparar en la joven al mismo tiempo.
-¿Quién es, papi? -preguntó el niño que aún seguía en los brazos del enorme gigantón.
-Si, Ed -saltó uno de los hombres-. ¿De dónde ha salido?
-Es una forastera especial -contestó, señalando a la cima del barranco.
-¿Prisionera? -Preguntó otro- ¿O hermana?
-Hermana. Ya os he dicho que es especial.
Una de las mujeres dio entonces un paso al frente.
-No había organizada ninguna búsqueda allí arriba. ¿Insinúas que la jovencita nos ha encontrado... por casualidad?
-Sí
-"No" -pensó Dei-. "Ni siquiera debería poder caminar ahora mismo. Esto no puede ser casualidad"
-¿Y a qué se dedica? -Saltó otra de las voces-. ¿Hielo, viento o roca?
-Pues ella... ella...
-Fuego -pronunció Chris, con toda la naturalidad del mundo.
Todas las miradas se posaron sobre ella durante un momento. Luego, hasta el más joven de los niños se echó a reír.
-Muy buena, Chris ¡Eh miradme todos! -el hombre que acababa de hablar hizo que una buena porción del suelo se elevara bajo sus pies, formando una columna de un metro de altura que le dejaba a la vista de todos -¡Soy un avatar del fuego! ¡Estaba jugando al escondite!
Sólo cuatro personas no estallaron en carcajadas.
Y para colmo, empezaba a hacer demasiado calor.
-En serio -dijo el tipo que se encontraba sobre la roca, aún riéndose-. ¿Qué es?
-Fuego -repitió Ed, solemne.
-No me lo creo. Joder, Ed.
-No es ninguna broma.
-Está bien. Supongamos -se encogió de hombros-, supongamos que es verdad. Entonces no tendría ningún reparo en demostrarlo, ¿no?
El joven examinó a Dei con la mirada, en espera de que diera una respuesta.
-No tengo nada que demostrar -contestó ella al fin-. Sólo quiero verle, y me iré.
"En cuanto averigüe por qué parece que este lugar se empeña en llamar mi atención..."
- ¿Verle? Ah, es... amiga del tipo que encontramos. Vale niña, este es el trato. Chris te congela, y si sales del hielo, te dejamos verlo.
-No pienso hacerlo -interrumpió Chris-. Además ¿Qué crees que pensaría Mae de esto? ¿Está en su tienda, no? Pues vamos a esperar a que se despierte para armar tu espectáculo.
-Mae no es nuestra líder.
-¡Pero es mil veces más sensata que tú!
-¡Perdona por no creer que vuestra amiguita sea hija del fuego sin tener ni una prueba! Mae es la última que ha nacido, y tiene, ¿Cuántos? ¿Ochenta años, quizá? Si esa niña no demuestra ser quien dice ser, a mis ojos no es más que una extraña. Una extraña que pretendéis meter en nuestro hogar.
-No podemos obligarla a hacer lo que no desea -le contradijo Ed-. Pero deberías saber que esta niña es capaz de convertirte en un pollo asado. Yo lo vi. Y por poco lo siento en mis carnes.
-Está bien -se rindió-. Confío en ti, y creo que los demás también. Pero que pase a ver a Mae antes de nada. Ella sabrá lo que hacer.
-Ah, ahora sí te interesa recurrir a Mae –suspiró Chris-. ¿Te parece bien, Deidri?
-Está bien. Veré a... Mae.
Ed asintió.
-Te llevaré a su tienda.

De nuevo, Deidri sentía las miradas a sus espaldas. Incluso entre los que eran como ella se sentía desplazada. ¿Dónde quedaba su lugar en el mundo?
La tienda de Mae, si podía llamarse así, era a buen seguro la más grande de todo el campamento. Estaba construida con rocas enormes, que habían sido colocadas formando un círculo. El techo, sin embargo, era de una mezcla de barro cocido y paja.
Una pieza de tela colocada en la entrada hacía las veces de puerta. Ni siquiera se trataba de una pieza bonita; su utilidad era más práctica que decorativa. Después de todo, en aquel lugar los lujos no tenían razón de ser.
Ed corrió la rústica cortina y, con un gesto de su mano, invitó a Dei a entrar.
-Mae, disculpa si te molesto. Pero creo que aquí hay alguien a quién debes...
-Lo sé, niño, lo sé. Lo he notado hace horas.
Una mujer alta, de no menos de sesenta, se encontraba de pie, en medio de la cabaña. Sus ropas eran sencillas y su aspecto frágil, pero aún así imponía más respeto que muchos de los nobles engalanados con sus brillantes armaduras que Deidri había visto pasar por el castillo de su tío.
La anciana llevaba el pelo, blanco como la nieve, recogido en una coleta que caía por su espalda. Sus ojos, ahora puestos sobre la muchacha, eran de un color ámbar tan vivo que casi asustaba. Y la ausencia casi total de luz no hacía sino agravar la sensación de solemnidad y respeto que aquella figura desprendía. Aunque la situación de oscuridad acabó pronto. Con un solo gesto de la mano izquierda de Mae, una hilera de antorchas, dispuestas por las paredes de la única sala que componía la cabaña, se encendieron al unísono.
-Os dejo solas -murmuró Ed, sobrecogido.
-Espera ahí muchacho -le detuvo la anciana-. Acompaña a esta jovencita a los baños. Dioses, pareciera que la pobre ha llegado hasta aquí rodando por el barranco.
-¿...qué?
-Lo que has oído. Y dale ropas nuevas. Detestaría ser una mala anfitriona.
-Pero ella... ella es...
-Disculpe -interrumpió Dei-, pero sólo deseo hablar con usted y ver... el cuerpo. No necesito nada más.
-Niña. Yo te he esperado durante sesenta años. ¿No eres capaz de esperar sesenta minutos? Vamos. Ante todo, el deber de hospitalidad. Después hablaremos de... lo que tengamos que hablar.
-Está bien. Gracias, señora -Cuantas veces habría repetido esa fórmula a lo largo de su vida, en el castillo...
-Vamos -la llamó Ed-. Te enseñaré dónde es.
Los "baños" resultaron ser un edificio independiente del resto. Se encontraban en el interior de una estructura de piedra, bastante parecida a la de la vivienda de Mae, solo que más pequeña. Tampoco poseía ventana alguna, pero en lugar de una entrada disponía de cuatro, situadas en la parte delantera, la de atrás y a cada lado. Cada una de ellas daba a un baño por completo independiente de los otros tres, lo que era de agradecer dado que parecía no haber más que cuatro lavabos para todo el campamento.
A Dei siempre le había gustado bañarse, como a la mayoría de las mujeres del castillo, que solían poner más atención a su aseo personal. De igual modo, los trabajadores del campo o las minas necesitaban usar los baños bastante a menudo, ya que solían estar bastante sucios después de una larga jornada de trabajo. Por el contrario, los demás hombres podían pensar en el baño como en algo propio de mujeres y eunucos. Esta actitud de rechazo hacia el jabón era incluso más generalizada entre los nobles varones, que consideraban el baño algo de plebeyos.
-Bueno, te dejo -le dijo Ed-. Volveré en un rato con algo que puedas ponerte. Dentro tienes... toallas, y eso. El agua estará fría, aunque no creo que te suponga mucho problema, ¿no?
-Hasta ahora –se despidió ella, negando con la cabeza.

La joven corrió la cortina con recelo. El interior estaba tan oscuro como la vivienda de Mae, pero aquí también había una hilera de velas a lo largo de la pétrea pared. Deidri concentró una pequeña llama en la palma de su mano y fue encendiéndolas una por una.
-"Sin embargo, la anciana ni siquiera se movió del sitio para encenderlas todas" -pensó-. "Debe de ser muy poderosa..."
Examinó la pequeña salita. Al fondo descansaba una especie de caldero de metal que se alzaba varios centímetros sobre el suelo gracias a cuatro largas patas. Debajo, en el suelo, había restos de hollín y madera quemada. Aquello debía de servir para calentar el agua.
Un tubo, que se abría a placer mediante una llave colocada en el extremo, conectaba el caldero con la bañera. Era muy diferente de la de su castillo; no tan trabajada aunque sí más llamativa. Consistía en esencia en bloque de piedra grisácea con forma ovalada sin tallar. Más bien parecía que la habían modelado, como si de arcilla se tratase. Además, el lavabo de su tío no disponía de calentador. Los sirvientes eran los encargados de preparar el agua, que traían ya en su punto.
Unos cubos de madera llenos de agua completaban el mobiliario. Dei introdujo el dedo en el primero de ellos. Estaba helada, pero bastaron unos segundos para que la temperatura se elevase lo suficiente. Después, vació los cubos en la bañera.
Aunque con cierto reparo, se despojó de su ropa, o de lo que quedaba de ella, más bien. El anillo de fuego que tuvo que crear para librarse de los jinetes había chamuscado buena parte del tejido, que en algunas zonas estaba destrozado como consecuencia de los golpes y arañazos sufridos durante el descenso por el precipicio. Y el haber utilizado la parte de brazos y piernas que se encontraba en mejor estado para confeccionar la cuerda no le daba mucho mejor aspecto a su atuendo. Casi parecía una mendiga, o algo peor.
Intentó no prestarle mayor atención al montón de tela rota que yacía en el suelo y se metió en el agua, que no tardó en calentarse por el contacto con su piel. Al principio se le hizo un poco extraño todo aquello. No estaba acostumbrada a bañarse sola. Por lo general eran dos sirvientas de su tío las que se encargaban de todo. Dei las odiaba, sobretodo por su afición a tirarla del pelo en un vano intento de domar su cabello.
Una vez que logró encontrar la pastilla de jabón, perdida en el fondo de la bañera, tardó pocos minutos en salir del agua. Cerca de la puerta encontró una pequeña repisa en la pared donde se encontraban apilados un par de trozos largos de tela. El tejido era algo áspero, pero Dei no le hizo ascos. Tampoco había nada mejor con lo que secarse.
-¿Estás lista? -la voz de Ed sonó de improviso desde el exterior.
-¡Espera! -contestó ella mientras se cubría con la toalla-. Vale, ya puedes pasar.
El joven obedeció a regañadientes, aunque se tapaba los ojos con la mano izquierda. Mientras, con la derecha le extendía sus ropas nuevas.
-No hace falta que vayas a ciegas, no voy desnuda.
-Por si acaso. Una vez Chris casi me convierte en una estatua de hielo porque la vi sin querer. No quiero volverme una vela ahora.
Estaba de broma, pero había un tono en sus palabras que parecía indicar que decía la verdad. Además, aún no había retirado la mano.
Dei se desprendió de la tela que la cubría y se puso la ropa. Era bastante flexible, aunque le quedaba un poco justa. De todas formas, se sentía más cómoda con esa sencilla indumentaria color marrón que con sus harapos. Después abandonó la estancia, dejando Ed aún en su interior.
-Me voy. Cuando hayas terminado de cambiarte, Mae te estará esperando.
-Vale -contestó ella desde fuera.
El joven, aún con los ojos tapados, tardó un momento en darse cuenta de que se había marchado ya.
Deidri volvió a la tienda de Mae dándose cierta prisa. Deseaba acabar con todo esto cuanto antes. Ver a Demian... enterrarlo. Y luego volver junto a su tío. Aunque aún no sabía como iba a lograrlo.
Corrió la tela que hacía de puerta y se dispuso a entrar. La anciana la esperaba, sentada en el mismo suelo.
-Con su permiso, señora.
-Adelante, niña... adelante. Siento no poder ofrecerte una silla, pero puedes sentarte aquí mismo, enfrente de mí.
Dei obedeció. A medida que se acercaba a ella, notaba como el fuego de su interior crecía cada vez más...
-¿Dónde está Demian? -Le preguntó-. ¿Y qué es lo que me ha llamado a este lugar?
-¿Cómo te llamas, pequeña?
Mae formuló la pregunta con tal naturalidad que por un momento desconcertó a la joven.
-Deidri
-Ah... es Henia. Ya pocas familias utilizan la legua antigua para nombrar a sus hijos. ¿Sabes lo que significa?
-N-no, pero... -comenzaba a impacientarse.
-Significa paz. No deja de ser... irónico.
-¿Por qué me cuenta esto? Lo que yo quiero saber...
-Calma, niña –la interrumpió-. Sé como te sientes. Pero no quién eres. Por eso debo charlar contigo antes de pasar a asuntos más importantes.
-¿De qué está hablando? ¿Por qué todo el mundo se empeña en asegurar que sabe cómo me siento? ¡Usted no sabe nada!
-Tienes razón. No sé nada de ti. Pero lo siento. Si te calmas, te lo explicaré. Si no, hablare con alguna piedra del camino, sacaré el mismo provecho pero al menos no tendré dolor de cabeza. ¿Y bien?
-Hable... por favor -se resignó la joven.
-Deidri, has sido bendecida con un don precioso. ¿Eres consciente de ello, verdad?
-Sí.
-¿Sí, o creías que sí? Noto tus dudas... el dolor las alimenta. El dolor de haber perdido... y la culpa.
La muchacha abrió los ojos de pura incredulidad, aún sin quererlo.
-¿Cómo puede...?
-Hace un momento me has preguntado... "¿qué me ha llamado?" niña, nada te ha traído a este lugar salvo lo que llevas en tu interior. Antes de nada, ten eso muy presente -la joven asintió con la cabeza-. Bien. Todo tiene su explicación. Estás aquí, porque captaste mi aura.
-¿Su aura?
-Llámalo así, o espíritu, o esencia, o como te plazca. Los avatares que han sido elegidos por un mismo dios están todos conectados entre sí por medio de algo que no podemos percibir a simple vista, pero sí sentirlo en nuestro interior. Todos llevan dentro una parte de esa esencia que los hace ser como son. Llegaste hasta aquí porque lo que llevas dentro te avisó de mi presencia, y hasta te dio fuerzas para seguirme.
-¿Así que podemos... notar a los demás, aunque estén muy lejos?
La anciana movió la cabeza de un lado a otro, en señal de desacuerdo.
-No funciona así. Los vínculos existen, pero al haber tantos avatares, es muy difícil sentirlos. Y percibir a una persona concreta resulta imposible. Hace siglos... incluso décadas, cuando los nuestros eran mucho más numerosos, ni siquiera se sabía todo esto.
-¿Entonces por qué eres... es -se corrigió- capaz de... leerme?
-Porque -pronunció con seriedad- tú y yo somos las únicas elegidas del fuego que quedan en todo el mundo.
Deidri se quedó sin habla al percibir la tristeza que afloraba en los ojos de la anciana.
-Niña -prosiguió-. Cuando yo era joven, sólo había tres más. Uno de ellos, el segundo en morir, era mi hermano mayor. Dolió, sí. Yo le quería. Sin embargo, al último en irse apenas le conocí. Y a pesar de ello, su muerte me causó un pesar aún mayor... un pesar que he soportado durante años, porque noté que no existía nadie en el mundo como yo. Fue como si... arrancaran algo que llevas dentro. De esto hace ya sesenta años. Y te digo, que jamás olvidaré ese día. Como tampoco olvidaré el día primero del octavo mes de hace quince años.
-Es mi... es cuando nací... yo...
-Sí. Es la primera vez en mi vida que te veo, pequeña, pero supe hace mucho que habías nacido. Porque dejé de sentir ese dolor.
-S-significa eso que...
-Significa que, a no ser que nazca otro elegido de Ardea, cuando yo muera pasarás por lo mismo que yo pasé. No obstante, tengo intención de vivir unos cuantos años más... veinte, o treinta. Ahora no debes preocuparte de lo que vendrá -sonrió-. Tienes bastante con lo que ya ha pasado. Pero es necesario que sepas lo que puede ocurrir para que estés preparada.
-¿Eso es todo?
-No. Hay más, pero ya lo descubrirás, a su tiempo.
-¿Entonces puedo verlo?
-¡Mircea! ¡Claire! -Gritó la anciana-. Ya podéis traerlo.
De inmediato, dos mujeres de mediana edad entraron, portando lo que parecía ser una camilla hecha a partir de retales cosidos. Sobre ella descansaba el cuerpo inerte de Demian, cubierto por una pieza de tela.
Una vez que hubieron dejado su carga en el suelo se marcharon de nuevo. Deidri se acercó a toda prisa. Casi no se atrevía a destaparlo y afrontar la visión del rostro del que hacía pocas horas era su compañero. Cuando por fin reunió valor para hacerlo, casi se le paró el corazón.
-No... ¡¡No!!
El hombre que yacía ante ella era mayor. Su rostro estaba cubierto por una tupida barba, y en su penacho descansaba el escudo de armas de Akneth. Aquel era Grez, el jinete que había tratado de forzarla. No Demian.
-Niña... ¿Qué ha ocurrido?
-No es él -sollozó-. Este hombre no es quien yo creía.
-Lo lamento mucho -la anciana se había levantado, y ahora la rodeaba con sus brazos. Dei respondió al abrazo casi sin darse cuenta-. Le encontraremos, pequeña. Puedes quedarte con nosotros hasta entonces.
-G-gracias... -respondió ella, con los ojos húmedos.
Lo peor era que ni aún entonces logró echarse a llorar.
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Psyro en 26 de Noviembre de 2009, 20:08
Con esto acaba la primera parte del primer Volumen. Llegado este punto igual conviene decir que la historia está dividida en tres volúmenes o libros, de los que el primero tiene 3 partes y el segundo y el tercero 2. De momento tengo hasta la primera parte del segundo libro, mas o menos.
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Blood en 26 de Noviembre de 2009, 23:18
Jejeje bueno pues al final parece que los muertos vuelven a la vida.

Sobre la división pues bueno a mi tanto me da (entre otras cosas porque no tiene nada que ver conmigo xDD). Sólo espero el comienzo del siguiente volumen.

PD: Gracias por ofrecernos esta historia :P.
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Calabria en 30 de Noviembre de 2009, 01:07
Moar
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Wind_Master en 30 de Noviembre de 2009, 13:25
Me gustaría leérmela, Psyro, pero así a primera vista veo que los párrafos son un poco ladrillo. Te aconsejo separarlos (un poco más) para que no se hagan interminables.
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Psyro en 30 de Noviembre de 2009, 14:05
Me temo que es un problema del paso doc-foro. Tardo una animalada en ir separando párrafos y el ctrl c, ctrl v no me respeta sangrados.
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Psyro en 29 de Diciembre de 2009, 00:30
Perdonad el abandono, pero ha pasado una cosilla. Teng el borrador presentado a un concurso a ver si puedo publicar, y se me exige que no lo difunda antes del fallo. Me temo que hasta marzo que se decide el ganador, nada. A partir de ahi, pues o os toca comprarlo o sigo poniendolo.
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Nuly en 30 de Marzo de 2010, 01:24
Cita de: Psyro en 29 de Diciembre de 2009, 00:30
Perdonad el abandono, pero ha pasado una cosilla. Teng el borrador presentado a un concurso a ver si puedo publicar, y se me exige que no lo difunda antes del fallo. Me temo que hasta marzo que se decide el ganador, nada. A partir de ahi, pues o os toca comprarlo o sigo poniendolo.

¿Y que toca ahora?
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Psyro en 30 de Marzo de 2010, 12:24
Hasta el veintialgo de abril que vence el plazo en que la editorial puede reclamar derechos, esperar xD
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Der Metzgermeister en 20 de Agosto de 2010, 00:03
Me estoy haciendo con los relatos aquí publicados (en el foro) para pasarlos a fichero y guardarlos en el ordena e imprimirlos o leerlo tranquilamente. Obviamente, éste no es una excepción. Así que ante mi curiosidad lectora, ¿qué pasó al final? ¿Vas a seguir publicando?
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Psyro en 20 de Agosto de 2010, 07:13
No creo xDD
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Nuly en 20 de Agosto de 2010, 07:47
Cita de: Psyro en 20 de Agosto de 2010, 07:13
No creo xDD

Permite que te diga hijo de puta.
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Der Metzgermeister en 20 de Agosto de 2010, 12:51
¿Acaso he de considerar a esa frase el significado implícito y optimista de que si queremos gozar con la lectura de la saga de Avatares, tendremos que remendar los agujeros de nuestros bolsillos? :lol:
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Ryle en 20 de Agosto de 2010, 23:07
Pero, ¿has abandonado el proyecto acaso? :/
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Psyro en 22 de Agosto de 2010, 01:41
No, si la novela la terminé. Otra cosa es que me de palo ponerla, que ahora me parece muy adolescente.

Pero vamos, que viendo que la publicación es casi imposible, si que podria colgarla si no me diera tanta pereza. Y esta la tengo en el registro, asi que no problem. Pero son 300 paginas y paso.

Si acaso, nuly, te la envio.
Título: Re: La saga de los Avatares - Ascensión
Publicado por: Nuly en 22 de Agosto de 2010, 05:31
*-* yo encantadísima.
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