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Alt.NWB - Archivo 2: La Fortaleza

Iniciado por ayrendor, 05 de Abril de 2011, 01:16

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madison


ayrendor

#161

Xerim se encontraba al borde de un ataque de ansiedad. Sus manos temblaban como si estuviera helando y no podía parar de mover los pies. La espera le estaba matando lentamente en aquella pequeña antesala del edificio central de la academia. Él había sido directamente conducido allí sin explicación alguna. Al parecer un tribunal particular iba a evaluar su propuesta, lo cual no era nada habitual; y, por si fuera poco,  ni siquiera le habían permitido mandar un mensaje a Moritaka para que acudiera raudo a asistirle. Xerim no sabía exactamente cuanto tiempo había permanecido en aquella sala, aunque probablemente no era tanto como el hubiera podido imaginar. Los minutos pasaban lentamente mientras él temía ser llamado ante el comité antes de la llegada del Cirk. La sala, cuyas paredes estaban pintadas de color crema, no tenía más adorno que un triste jarrón vacío sobre una mesa decrepita. Si al menos hubiera tenido algo con lo que entretenerse, no hubiera empezado a hiperventilar. Se encontraba mirando fijamente el suelo cuando escucho la puerta moverse. La sangre se le heló durante unos segundos hasta que fue consciente de que la puerta que se había abierto era la misma por la que él había entrado a la habitación.  Moritaka entró con la frente perlada de sudor y una expresión de preocupación en el rostro. Intentó ponerse a hablar, pero con la fatiga las palabras chocaban en su paladar y se atropellaban en los dientes. Xerim pudo entender solo sílabas de lo que trataba de contarle. Finalmente, se detuvo para coger aire y se le quedo mirando fijamente.

-Estás horrible – dijo mientras hacia un esfuerzo por aumentar la cantidad de aire que sus pulmones podían almacenar-. ¿No has dormido?

-¿Tanto se nota? – preguntó el joven. Había evitado deliberadamente mirarse en el espejo esa mañana-. No he podido pensar en otra cosa durante toda la noche.

- Bueno,  no creo que podamos hacer nada con eso a estas alturas – sentenció el maestro mientras rebuscaba en sus bolsillos-. Será mejor que prepares los diamantes antes de que te convoquen. Yo ya te he seleccionado los fragmentos más limpios para la prueba, así no perderás el tiempo – continuó mientras le pasaba unas pequeñas piedrecillas de color granate.

Xerim dominó sus extremidades antes de ponerse en pie. Con los dientes apretados con fuerza y un peso muerto en el centro del estómago, se las arreglo para llegar hasta la mesa. Sus manos se habían vuelto torpes, y fue una completa odisea desempaquetar el prototipo sin que sufriera ningún daño. Cuando lo tuvo preparado para empezar se quedó en blanco, no sabía por donde comenzar el proceso. Moritaka no tardó en percatarse de la situación anímica en la que Xerim estaba apresado. Compadeciéndose de su antiguo alumno, decidió acercarse para asistirle en la tarea. En los momentos en que sus ojos se cruzaron, Moritaka, forzó una sonrisa con intención de tranquilizar al joven alquimista. Lamentablemente, aquello era una tarea casi imposible en aquellos momentos de tensión.

-Todo irá bien – mintió descaradamente-. Tu proyecto es una apuesta segura, no van a rechazarlo.

-Si eso es cierto, ¿Por qué tengo esta sensación en el estomago? – preguntó sin alzar el rostro-. Es como si me estuvieran acechando
.
Moritaka cerró los ojos para ocultar sus sentimientos. Acababa de darse cuenta de que nadie había informado al chico de los cambios de última hora. Nadie se merecía lo que iba a ocurrir, y mucho menos Xerim, el cual ya había sufrido a lo largo de su vida más que la mayoría de los supervisores de la sala contigua. Durante unos instantes se debatió entre la idea de contarle todo, o, dejarle que afrontará el examen a ciegas con la esperanza de que no se percatará de la adición al tribunal. El timbre, que servía de aviso para los aspirantes, cortó el dilema. Xerim dio media vuelta sin pensárselo dos veces, si dudaba lo más seguro sería que huyera de allí.. Al mismo tiempo, se aferró a la vara hasta que sus manos se volvieron blancas por la falta de circulación. Una mano en su hombro le detuvo.

-Pase lo que pase, y veas lo que veas, sigue adelante – comenzó Moritaka con sus ojos claros fijos en los orbes rojos de Xerim-.  Has luchado mucho para estar aquí. No dejes que nada te lo arruine. Tu puedes con esto, známy.

-Známy – murmuró Xerim antes de seguir adelante hacia el tribunal.



La sala donde le esperaban era una réplica de la sala central de exámenes. Ocho paredes limitaban el espacio donde los aspirantes a una plaza de laboratorio debían demostrar tener algo nuevo que aportar al mundo alquímico. En el centro, una mesa con los utensilios básicos era la única ayuda que se proporcionaba a los antiguos estudiantes. Cualquier otro utensilio o material debía ser aportado por los examinados, los cuales se veían obligados a solicitar una autorización cuando los materiales eran exóticos, peligrosos, o inflamables, lo cual ocurría más a menudo de lo que podía parecer. Alrededor de él, y tras una pequeña barandilla que en caso de accidente era de poca ayuda, se ubicaban los diferentes alquimistas asignados para supervisar la prueba. La gran mayoría eran seleccionados al azar, aunque siempre existía la posibilidad de solicitar la presencia en las pruebas de una determinada persona. El veredicto era comunicado en el momento en que se considerara absolutamente decidido el destino del alumno. En ocasiones eso podía postergarse semanas, sin embargo, en muchos de los casos se tardaba apenas unos pocos minutos. Aquel preciso día, al igual que había pasado cientos de veces antes, la decisión ya había sido tomada antes de la exhibición, aunque eso es algo que Xerim no sabría hasta semanas después.

La demostración fue sobre ruedas. Xerim convirtió su cuerpo en el de un perfecto autómata que repetía los movimientos que miles de veces había recreado en su mente.  Mostró los planos mientras explicaba, sin dejarse ni el más mínimo detalle, como cada engranaje se conectaba con el siguiente. Posteriormente, pasó a mostrar el prototipo real parte por parte. Durante todo el proceso fue bombardeado a preguntas que supo responder a la perfección. Fue como dejarse llevar por la corriente, había memorizado los datos de tal forma que todo fluyo a través de él. El momento de mayor tensión fueron las mezclas alquímicas. Los diamantes rojos sirvieron en la mayoría de las combinaciones, exceptuando un par donde fallaron. No hubo explosiones, simplemente no ocurrió nada. Aceptable, pensó él arrepentido de haber desconfiado de la palabra de Moritaka el día anterior.  

Para cuando todo terminó, Xerim respiró tranquilo tras recobrar el control. Los alquimistas habían comenzando a hablar entre ellos, debatiendo lo que acababan de ver ante sus ojos. Sin embargo, aquella presión en la boca del estómago no desaparecía. Xerim sentía que en aquella sala había algo que no podía ser definido, como una presencia esperando para saltarle encima. Sus ojos buscaron por la habitación sin éxito durante unos minutos interminables. Y entonces, en menos de lo que se tarda en pestañear, apareció allí como surgido de la nada. En realidad, había estado en ese lugar durante toda la prueba. Había permanecido oculto y en silencio sabedor de la presión que ejercía sobre Xerim. Posiblemente había disfrutado viéndole entrar con paso temeroso y gesto apesadumbrado. El único motivo por el que lo estaba viendo ahora era porque él lo permitía. Desde su posición privilegiada, con una sonrisa altiva y desafiante, le observaba Crow Navayin. Sus ojos grises le observaban con detenimiento, deleitándose con la incomodidad que producía en el joven examinado. El resto del rostro permanecía protegido por la sombra de la amplia capucha color madera de su capa. No obstante, era en su cuello donde estaba el origen de la incomodidad que presionaba el vientre de Xerim. El broche color cobre con forma de felino que el Noble portaba, además de mantener la capa sujeta, emitía una leve vibración apenas perceptible para el ojo humano. Su funcionamiento era un secreto para todos excepto su dueño. Sus efectos eran difíciles de describir, a pesar de que Xerim estaba seguro de haber estado sufriéndolos desde antes de entrar al examen. Fue en ese momento cuando el pálido joven se percató de las palabras que Moritaka le había dedicado antes de entrar en la sala. Todas las piezas del rompecabezas se unieron en su mente. En primer lugar, aquello era una farsa, todos habían sido avisados del papel que debían representar en aquella particular obra. Cada pregunta había sido preparada con antelación. Para continuar, no había ni rastro de Nawqo Navayin, el cual debía estar demasiado ocupado para participar en aquella representación. Y sobre todo la parte final y más dolorosa, iban a denegar su proyecto.


Lo que ocurrió en aquella sala tras la aparición de Crow forma una nube borrosa en los recuerdos de Xerim. Un "espontaneo" representante del tribunal le recitó un discurso sobre el esfuerzo y la superación al que calificar de manido hubiera sido quedarse corto. Tras él, otros compañeros tomaron la palabra para dirigirle disertaciones similares que le emplazaban a volver con otra propuesta en unos meses. Finalmente, abandonó la sala sin rumbo fijo y con la maquiavélica sonrisa del Noble grabada a fuego en su mente. Probablemente Crow ya había puesto sus manos sobre el otro prototipo que su tío había pedido amablemente a Xerim tras el pequeño incidente. Nadie le impediría fabricarlo y armar con él a sus leales.

A medida que Xerim se imaginaba los posibles usos armamentísticos de su herramienta con los que el Noble podría conseguir sus egoístas objetivos, un nuevo sentimiento crecía en su interior. Era un nuevo fuego que le animaba a continuar el camino sin mirar atrás. Si Crow pretendía armarse con su herramienta, ¿Qué impedía a Xerim armar a otros para defenderse?


Cita de: Maxus en 17 de Marzo de 2012, 19:07Todos tenemos derecho a ser una personalidad de Ayr. Lo pone en algún sitio de la Constitución uhm

Cita de: PsyroUna vez un zubat atacó a rayd y estaba tan confuso que fue a casa de ayrendor a pegarle una paliza.

Cita de: Idunne en 17 de Enero de 2012, 17:52
Cita de: khalanos en 17 de Enero de 2012, 17:13
Cita de: Skiles en 17 de Enero de 2012, 16:33Bleach

one piece?

Jungle Wa Itsumo Hare Nochi Guu

ayrendor


Día 3

PdM – 18.

Tareas Obligatorias

Visitar la Academia  – 8.

Tareas Opcionales

• Desistir por hoy – 7.

• Venderle la idea a Veldro – 7.


Se abren las votaciones.



Cita de: Maxus en 17 de Marzo de 2012, 19:07Todos tenemos derecho a ser una personalidad de Ayr. Lo pone en algún sitio de la Constitución uhm

Cita de: PsyroUna vez un zubat atacó a rayd y estaba tan confuso que fue a casa de ayrendor a pegarle una paliza.

Cita de: Idunne en 17 de Enero de 2012, 17:52
Cita de: khalanos en 17 de Enero de 2012, 17:13
Cita de: Skiles en 17 de Enero de 2012, 16:33Bleach

one piece?

Jungle Wa Itsumo Hare Nochi Guu

El tipo

#163
Venderle la idea a Veldro

Jodemos al malo y es posible que por miedo a las replesalias la ciudad no se llene de crateres humeantes (lo que es bueno) o al menos nos aseguramos de que si lo hace sea a lo grande (lo que es divertido  :laugh: )

Asumiendo de que no nos embosquen asesinos salidos del Assasin's Creed  :pelotita:

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Minerva

yo también creo que deberíamos venderle la idea a Veldro, y es la segunda vez que coincido con el tipo así por lógica... xDDDD miedo!!

Mime

Venga, vale, no me gusta la, pero peor es desistir.

Venderle la idea a Veldro

madison


ayrendor


Los edificios se convirtieron en borrones a los lados del campo visual de Xerim. Había centrado de tal manera la atención en su objetivo que todo lo demás se había vuelto prescindible para su cerebro. Nadie se atrevió a molestar el paso de aquel pálido diablo con ojos de fuego que avanzaba como movido por una fuerza sobrenatural. Una vez llegado a "El Vestigio", fue cuestión de minutos encontrar a alguien que portara la garra de Veldro. En aquella ocasión era un miliciano que servía exclusivamente a la fuerza armada del Noble y que no puso mucho inconveniente en indicarle que debía dirigirse a la Torre de los Astros. Aquel antiguo templo era una construcción que, a pesar de haber perdido la mayor parte de su estructura, era fácilmente distinguible desde la lejanía. A medida que te aproximabas al corazón del barrio las rudimentarias banderas marcadas con la garra comenzaban a multiplicarse en las fachadas de las casas. Se podía sentir en el ambiente que los dataranos no tenían ninguna influencia en ese lugar. No obstante, nadie parecía estar descontento con la situación. Veldro era un hombre con el que era difícil contactar, pero tenía un gran grupo de seguidores que sabían cumplir con su labor. 

Nadie se había molestado en medir la altitud de la torre antes de su destrucción. Posiblemente nunca se les había ocurrido que aquella arcaica edificación pudiera verse afectada hasta tal extremo. En la actualidad se mantenían en pie unos treinta metros en un frágil equilibrio. Las seis caras del edificio habían sido reforzadas en numerosas ocasiones. Sin embargo, nada parecía poder detener el progresivo deterioro de las paredes. La única entrada que no se había derrumbado, o clausurado de forma preventiva, estaba ubicada en la cara Sureste. Cinco guardias armados la protegían con recelo. El líder de aquel grupo, que casualmente tenía un gran número de cicatrices en el rostro, fue el que le detuvo.

-¿Vienes a ver al Hurón? – preguntó con voz rota.

-Si nadie me lo impide, así será – respondió el joven alquimista con mirada desafiante.

-Había oído que tu eras más tranquilo – dijo con una sonrisa mientras se hacia a un lado-. Pero eres igualito a tu hermana.

Xerim ignoró las palabras del guardia y atravesó el umbral. En otras circunstancias le habría molestado aquella afirmación, a él no le gustaba la actitud con la que Savage afrontaba la vida. El interior estaba aparentemente desierto. Unas voces lejanas llegaban desde uno de los pisos superiores. Tras un rápido ascenso por un par de escaleras de caracol que daban acceso a diferentes pasillos, Xerim, fue capaz de localizar el origen de los sonidos. Al acercarse al portón pudo apreciar como un letrero tallado en madera indicaba que esa habitación había albergado una sala de mapas. Desde su posición se podían escuchar retazos de una acalorada conversación, la cual el alquimista no tenía intención de interrumpir, que se mantenía que el interior. Con sumo cuidado deslizo la hoja y se coló sigilosamente en el cuarto. La antesala era un espacio vacío y sin ventanas que comunicaba con otro de mayor tamaño. La puerta que debía separar ambos había sido arrancada de cuajo. Xerim decidió permanecer justo en el umbral hasta que la conversación llegara a un punto muerto. 


En aquella amplia sala de mapas había diez personas reunidas. A pesar de que por los gritos podría parecer que todas estaba discutiendo, tan solo dos de ellas estaban intercambiando opiniones de forma poco amistosa. Xerim no fue capaz de adivinar el origen de la discusión, aunque estaba seguro de que lo único que impedía a Merice saltar encima de aquel hombre, el cual no paraba de soltar improperios tras un escritorio, era que fuera su jefe. Veldro era un hombre habilidoso capaz de desquiciar a cualquiera con sus expresiones, preguntas y peticiones. Sus pequeños ojos volaban por la habitación mientras hablaba a gran velocidad. Su ayudante personal, ubicado en una mesa cercana, apenas podía mantener el ritmo apuntando todo lo que se decía. En segundo plano tres milicianos asistían sorprendidos al espectáculo. Por su expresión podía notarse que no eran invitados asiduos de ese tipo de reuniones.
Otro tema eran los cuatro hombres estaban situados tras la exaltada consejera. Él único que parecía realmente preocupado por la charla era el joven alto de ojos verdes y pelo castaño próximo a la ventana. Su nombre era Kelquo, y era la mano derecha del Noble. Extraoficialmente también era pareja de Merice, aunque eso era algo que pocos se atrevían a mencionar en la presencia de ambos. No muy lejos de él otro de los hombres de confianza del Hurón observaba divertido la escena. De ojos rasgados y sonrisa gatuna, Tyfoid  era el tirador del equipo. A mayor distancia, y jugando distraídos a algún juego de cartas, se encontraban Kiyopsi el mensajero, envuelto en sus ropajes negros como tenía por costumbre, y Sócofon "espada mellada", el cual era el instructor de las fuerza armada de Veldro. Lo cierto es que la escena parecía sacada de una obra de teatro cómica de esas que aun se representaban en "El Distrito" una vez a la semana. Pasaron casi diez minutos antes de que se percataran de la presencia del alquimista. La conversación, la cual tras aquel tiempo Xerim había podido adivinar que trataba sobre una negociación comercial, se cortó de inmediato. Veldro, que era un hombre directo, fue el primero en dirigirse a él.

-¿Te envía tu hermana? – dijo extrañado por la presencia de Xerim.

-No, vengo por mi cuenta – respondió el alquimista con decisión-. Traigo una oferta.

-Bien, bien, un poco de aire fresco – dijo mirando maliciosamente a Merice-. ¡Por fin alguien que trae posibilidades!

Xerim se quedó en silencio. En ese momento solo la mano de Kelquo sobre el hombro de la mujer pudo frenar el impulso asesino que recorría el cuerpo de ella. La tensión podía sentirse en el aire. No obstante, y para sorpresa de todos, fue el bromista de Tyfoid quien calmó los ánimos ignorando la última frase de su jefe.

-¿Y bien? Que es eso que tienes que proponer a nuestro ilustre y comprensivo líder – dijo con un fingido tono solemne.

-Creo que me gustaría discutirlo en privado con él – apuntó Xerim para encubrir el repentino miedo que le daba proponer aquello allí mismo-. No es algo para tomarse a la ligera.

Veldro giró la cabeza en su dirección, aunque permaneció con la mirada perdida mientras su mano tocaba la empuñadura del arma colgada de su cinto. Xerim le había visto hacerlo al menos en tres ocasiones. En esos momentos parecía observar cosas que nadie más podía vislumbrar, como si ninguno de los presentes pudiera entender lo que ocurría realmente en la habitación. Tras unos segundos suspiro y cerro los ojos. Daba la impresión de que soportaba el peso del mundo sobre sus hombros. Aquello era señal de que había tomado una decisión.

-Me temo que ahora no puedo prestarte toda la atención que desearía y que, probablemente, te mereces – comenzó el Noble disculpándose-. Sin embargo, estaré encantado de recibirte mañana a primera hora aquí mismo si te parece bien.

Xerim asintió con la cabeza. El Hurón le respondió del mismo modo, al mismo tiempo que le hacia una breve seña con la mano para indicarle que abandonara la sala. Así era el trato con los Nobles, te despachaban como si estuvieras a sus órdenes aunque no fuera el caso. A pesar de ello, bastaba con echarle una mirada a Crow y a Veldro para darse cuenta de que no todos tenían la misma alma, el mismo objetivo y los mismos escrúpulos.


Cita de: Maxus en 17 de Marzo de 2012, 19:07Todos tenemos derecho a ser una personalidad de Ayr. Lo pone en algún sitio de la Constitución uhm

Cita de: PsyroUna vez un zubat atacó a rayd y estaba tan confuso que fue a casa de ayrendor a pegarle una paliza.

Cita de: Idunne en 17 de Enero de 2012, 17:52
Cita de: khalanos en 17 de Enero de 2012, 17:13
Cita de: Skiles en 17 de Enero de 2012, 16:33Bleach

one piece?

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Día 3

PdM – 18.

Tareas Obligatorias

Visitar la Academia  – 8.

Tareas Opcionales

• Desistir por hoy – 7.

Venderle la idea a Veldro – 7.


Así termina el Día 3.




Cita de: Maxus en 17 de Marzo de 2012, 19:07Todos tenemos derecho a ser una personalidad de Ayr. Lo pone en algún sitio de la Constitución uhm

Cita de: PsyroUna vez un zubat atacó a rayd y estaba tan confuso que fue a casa de ayrendor a pegarle una paliza.

Cita de: Idunne en 17 de Enero de 2012, 17:52
Cita de: khalanos en 17 de Enero de 2012, 17:13
Cita de: Skiles en 17 de Enero de 2012, 16:33Bleach

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Interludio


El Mensajero de los Dioses

La oscuridad envolvió la ciudad por completo. Desde el tejado de aquella casa lo único que permitía orientarse eran las luces perpetuas de la Torre Datar. Aquella noche las estrellas estaban ocultas tras espesos nubarrones. Poco después del descenso del Sol, una fina cortina de lluvia había comenzado a caer de forma continua. Kiyopsi podía sentir como las gotas impactaban en su capucha diseñada especialmente para ser impermeable. El sonido de las botas chapoteando le advirtió de que venían a buscarle.

-Mensajero, el jefe quiere verte – dijo el hombre enviado para avisarle.

Kiyopsi bajó por las escaleras laterales del edificio en cuanto quedaron libres. El patio de aquel bloque de casas había sido despejado para evitar que los materiales, que normalmente ocupaban el espacio, se echaran a perder. En una de las esquinas, bajo el refugio que proporcionaba un tejadillo de madera, Sócofon fumaba en pipa. El juego de luces y sombras resaltaban la larga cicatriz que cruzaba su frente. Los años comenzaba a pesarle al viejo soldado que, si bien ya no era capaz de realizar grandes esfuerzos físicos, aun era capaz de pegar una paliza a los haraganes de sus aprendices. El mensajero recordó con gusto la divertida partida de cartas que habían disfrutado aquella tarde.  Aquel hombre podía ser un poco tosco, pero sabía pasárselo bien.
A Veldro le gustaba descansar en las habitaciones situadas lo más al Este posible, así que en aquella base el espacio no era muy grande. Los restos de una frugal cena estaban sobre una pequeña mesa de caoba. Junto a la ventana, y aun vestido con la ropa de faena, el Noble aguardaba mirando por la ventana. Kiyopsi aguardó en silencio a que le explicara porque había solicitado su presencia. Veldro era un hombre que apreciaba la disciplina y a menudo se reflexionaba en presencia de otras personas. Nadie solía cometer más de una vez el error de interrumpir sus pensamientos.

-Cuando llueve el mundo se limpia – comenzó Veldro, rompiendo el sepulcral silencio-. Aquí debería llover más a menudo.

-¿Has visto el mierda de sistema de alcantarillado que tenemos? – bromeó él, a modo de respuesta-. Moriríamos ahogados.

-A veces creo que eso sería lo mejor para la ciudad– continuó el Noble lúgubremente-. En fin – dijo –,  ¿Hoy visitarás a Ílerc?

-Debería, he estado postergándolo casi cuatro días – dijo mientras recordaba el dolor que llevaba soportando las últimas jornadas.

De nuevo el silencio se apodero de la estancia. Veldro llevó su mano a la empuñadura cobriza de aquel machete del que nunca se separaba. Últimamente lo hacia muy a menudo, algunos hubieran dicho que demasiado. Kiyopsi, uno de los pocos conocedores de las propiedades de aquel objeto, sabía que eso era una señal que algo grande se aproximaba. Durante unos segundos, que para el Hurón seguramente resultaron minutos, el corazón de Kiyopsi resonó como un tambor en sus oídos. No era la primera vez que sufría los efectos de aquel trance, y no era nada agradable. Tras eso, el Noble volvió en si como si nada hubiera ocurrido.

-Dile que te de los planos – solicitó su jefe mientras pasaba la mano por su lacio pelo cobrizo-. Y pídele que doble la seguridad de "La Manigua". Hombre precavido, vale por dos.

-De acuerdo, los tendrás aquí antes de que amanezca – prometió Kiyopsi a su jefe.


Los negros callejones de la ciudad no guardaban secretos para él. Se había criado corriendo y saltando por los rincones de la urbe junto a sus hermanos. A día de hoy, aquellos juegos les habían convertido en la élite del cuerpo de mensajeros. Kiyopsi era feliz con la calidad de vida que había alcanzado. Trabajar para un Noble como Veldro tenía muchas ventajas. La principal era la libertad para actuar cuando no se requería su presencia. Aunque debía reconocer que el dinero era un gran aliciente para tomar los riesgos que a veces suponían sus encargos.
Fue una cuestión de minutos llegar a "La Manigua" para alguien como él. El pequeño túnel que permitía atravesar "El Invernadero" por sus cimientos, el cual poca gente conocía, le permitió ahorrarse un par de molestos controles. Los enormes árboles de aquel barrio eran un espectáculo cuando llovía. Las gotas, que se acumulaban en las grandes hojas, brillaban debido a las especiales propiedades de aquellas plantas. El olor indescriptible de aquel lugar, tan diferente de la amalgama de olores del resto de la ciudad, era una experiencia irrepetible y que rivalizaba con los jardines que rodeaban "El Vergel". El sistema de puentes permitía moverse con facilidad entre las copas de los árboles, donde las cabañas habían sido construidas sobre los ramajes más gruesos y resistentes. Cuando pensó que estaba lo suficientemente cerca del corazón del bosque emitió un silbido largo. Casi inmediatamente, un hombre vestido de azul con una flor de lis en el protector pectoral apareció frente a él. Kiyopsi le mostró el símbolo de la garra que tenía oculto en la manga. No precisaban de ninguna señal más para entenderse. El sirviente de Ílerc le condujo en dirección al suelo mediante un discreto juego de cuerdas sujeto a la plataforma. Tras unos metros de descenso, pudo distinguir una puerta oculta en el árbol que estaban aprovechando para bajar. Ambos cogieron impulso y saltaron hacia ella.

La construcción dentro de los árboles de "La Manigua" era un secreto a voces. Ya desde tierna edad, se advertía a los niños de las consecuencias de caer de un árbol y enfrentarse a los espectros de la flor atrapados en sus raíces. La realidad era que nadie sobreviviría a una caída así, pero con el paso de los años los jóvenes aprendían que esos espectros eran simples humanos a servicio del Noble que controlaba el barrio. No todos los troncos permitían aquella clase de habitáculos redondeados, los cuales servían de perfecto escondite para los hombres de Ílerc, por lo que su ubicación exacta se mantenía en absoluto secreto. Aquel en particular tenía un diámetro de casi seis metros, algo poco común. En el centro se había colocado una mesa redonda, que apenas levantaba un cuarto de metro del suelo, donde unos tarros rellenos de ungüentos habían sido depositados. Kiyopsi se sentó en el suelo a esperar la llegada de su anfitrión. Ílerc, por su parte, no se hizo de rogar y llegó apenas un par de minutos después. Desde el suelo el Noble imponía con su semblante serio y su pelirroja cabellera. En realidad, ese efecto se desvanecía cuando te ponías de pie junto a él. Ílerc era un hombre de estatura media-baja que hubiera sido rechazado en las filas de los dataranos.

-Esta vez te has demorado varios días – dijo mientras se agachaba para igualar su posición-. Como tengas quemaduras graves te vas a ganar un capón de tu hermana.

-Entonces esperemos que no se entere.

Kiyopsi retiro la capucha para descubrir su brillante cabello rubio. Luego, con extremo cuidado para no despertar mayor dolor, se quitó los guantes y la parte superior de su vestimenta. Su pálida y delicada piel había sido dañada sobretodo en los puntos donde la ropa dejaba algún resquicio al descubierto. Cuando acudía a aquellas sesiones de curación siempre se acordaba de Xerim y Savage, cuya piel no se quemaba con facilidad. Por desgracia, él sufría de la maldición del albinismo, y poco podía hacer contra ello. Por suerte contaba con los conocimientos de Ílerc, posiblemente el mejor médico-alquimista de la ciudad.

-No se como tienes el valor de aparecer cuatro días tarde con el cuerpo así – le reprochó el Noble mientras aplicaba uno de los ungüentos por las zonas quemadas-. ¿Sabes el riesgo que corres cada vez que haces esto?

-Seguramente menor que ejercer de contacto entre tú y Veldro – replicó Kiyopsi apretando los dientes ante el picor que había despertado en el cuello aquel potingue.

-Buena respuesta – le respondió carcajeándose del mensajero-. Imagino que te han pedido algo, o estarías en cualquier otro lugar escaqueándote.

-¡Oh!, como me conoces maese alquimista – dijo el mensajero en un tono de burla-. Me ha pedido que le entregues unos planos.

De pronto la mano del pelirrojo se detuvo. Kiyopsi imagino que estaba tratando de descifrar a que se refería Veldro con su petición. No era la primera vez que tenía que transmitir un mensaje que ni el destinatario llegaba a entender a la perfección.

-Ha puesto mucho énfasis en la palabra "planos" si eso te resulta más específico.

-Ya se de que me hablas – cortó en tono serio el  líder de los espectros-. Simplemente no es una buena señal.

-Lo había imaginado – concedió Kiyopsi-. Tocó la empuñadura antes de pedírmelo.

-Pues esperemos que no te quemes los pies – dijo el alquimista médico mientras volvía a trabajar en las partes quemadas-. Vamos a necesitar tus pies en los días venideros.


Cita de: Maxus en 17 de Marzo de 2012, 19:07Todos tenemos derecho a ser una personalidad de Ayr. Lo pone en algún sitio de la Constitución uhm

Cita de: PsyroUna vez un zubat atacó a rayd y estaba tan confuso que fue a casa de ayrendor a pegarle una paliza.

Cita de: Idunne en 17 de Enero de 2012, 17:52
Cita de: khalanos en 17 de Enero de 2012, 17:13
Cita de: Skiles en 17 de Enero de 2012, 16:33Bleach

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