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Alt.NWB - Archivo 2: La Fortaleza

Iniciado por ayrendor, 05 de Abril de 2011, 01:16

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ayrendor

-¿No tienes nada mejor que hacer?

La pregunta pilló por sorpresa a Xerim. La verdad es que no, no tenía absolutamente nada más que hacer ese día. Después de su exitosa visita al sistema de alcantarillado una sensación liberadora, que hacia mucho tiempo que no sentía, había invadido al joven alquimista. El sol aun se encontraba ascendiendo, por lo tanto Xerim disponía de un tiempo considerable para dedicar a lo que él quisiera. Lo más sensato hubiera sido descansar, el problema de insomnio no parecía ir a desaparecer de la noche a la mañana. Sin embargo, el alquimista era un culo de mal asiento. Apenas quince minutos después de despedirse de Kiyopsi, ya se le habían ocurrido más de cinco ideas sobre que hacer con su libertad. Y entre todas había una que destacaba por encima del resto: la búsqueda que había abandonado en la Biblioteca. Nunca había sido una de sus prioridades, aunque siempre se lo había tomado demasiado en serio para considerarlo una simple afición. Emplear unas cuantas horas allí abajo buscando no iba a resultarle perjudicial.

El intercambio en el mostrador del recibidor fue frío. El encargado, un tipo espigado y de gesto serio, lo despachó con rapidez. No hubo indicación alguna sobre a donde debía dirigirse. Xerim se preguntó si era debido a que le había reconocido, o si atendía así a todos los visitantes. Posiblemente fuera lo primero, si alguien hubiera tenido que orientarse por el antiguo mapa que permanecía en la pared, habría tratado de descender al sótano por la antigua escalinata que ya no existía. Una caída de unos cuatro metros hacia los escombros resultantes del derrumbamiento sería el fin del supervisor de turno.

La escalera auxiliar, convertida en único punto de acceso desde hacia ya muchos años, era una boca negra por la que Xerim estaba acostumbrado a descender. Quizá la comisión encargada del mantenimiento del edificio debería empezar a considerar mejorar la iluminación de ciertos puntos como aquel. El desgaste del suelo piedra comenzaba a hacerlo peligrosamente resbaladizo. No obstante, parecía ser que siempre tenían otras cosas más importantes en las que dedicar el escaso dinero que recaudaban a base de donaciones. Al final de aquel tramo le esperaba la pequeña habitación que servía de oficina a Sophos. No era un hombre ni muy amable, ni muy educado, pero cumplía con su función a la perfección. Xerim no sabía durante cuantos años había trabajado como vigilante de descensos en aquel lugar, aunque estaba seguro que llevaba desde antes de que él hubiera nacido. Encontrarle sentado tras su ajada mesa de trabajo era algo poco común, ya que por norma general se encargaba personalmente de comprobar el correcto funcionamiento del sistema de poleas. Ese día se daba la excepción que confirma la regla. Sophos se encontraba repanchingado en su sillón de cuero ojeando un ejemplar antiguo cuando realizó la pregunta.

-¿No tienes nada mejor que hacer? – dijo con su voz rota. Sonaba como si una bolsa de guijarros hubiera sido introducida por su garganta y fuera agitada cada vez que trataba de hablar. Sus ojos de búho le miraron con verdadera curiosidad.

-No – respondió de forma secante Xerim. Quería bajar al sótano inmediatamente. La idea de descender se había convertido en cuestión de segundos en una necesidad apremiante. Era como si algo le dijera que tenía que ir abajo, y que cuanto más rápido lo hiciera sería mucho mejor.

-Bueno, entonces no tengo más remedio que darte las cosas y acompañarte.

Sophos deposito el volumen sobre la mesa como si fuera una frágil figura de cristal. Al incorporarse un crujido que provenía de su columna vertebral resonó en toda la habitación. ¿Cuántos años tenía aquel hombre cuyas articulaciones sonaban como bisagras oxidadas? Nunca se lo había preguntado, pero podía deducir con seguridad que más de treinta y cinco. Sin embargo, juraría que llevaba teniendo ese aspecto de "más de treinta y cinco" durante bastante tiempo. Tras su escritorio había una serie de taquillas incrustadas en un amplio hueco de la pared. En cada una de ellas había un equipo de descenso preparado para ser usado. Sophos inspeccionó un par hasta encontrar el que buscaba. Después de eso le indicó con la mano que le siguiera a través del único pasadizo que había al lado opuesto de la entrada.

El pasillo había sido iluminado con algún tipo de sustancia pegajosa que emitía un ligero brillo rojizo. Probablemente su origen era alquímico y había sido echo especialmente para esas paredes. Xerim conocía mejor que nadie lo que podía ocurrir con las sustancias que desprendían algún tipo de energía cuando se aplicaban en ambientes no aptos. Al fondo podía verse un resplandor tenue que provenía de una antorcha situada en la estancia a la que se dirigían. Cuando llegaron allí, estaban sobre los restos de una habitación de la cual apenas quedaban cinco metros cuadrados. Los derrumbamientos subterráneos de la Biblioteca habían sido devastadores. Aquel lugar había sido un pequeño almacén que conectaba con el recibidor inferior del edificio. Tras la destrucción de la escalinata principal se convirtió en el único modo de poder acceder a la parte soterrada. Nadie se había atrevido a mover los escombros de la gran escalera que posiblemente se habían convertido en pilares improvisados. Sin embargo, las grietas enormes que se habían abierto allí abajo no solo habían ocasionado la desaparición de parte del antiguo almacén, el pasillo que conectaba al recibidor había sido sustituido por un abismo negro. Para cruzarlo se había construido un estable, aunque visualmente patético, puente de madera. Hasta el más valiente pisaba con precaución sobre aquellos tablones dañados por la humedad.

El recibidor inferior era una copia del que se encontraba unos seis metros más arriba. Xerim se imagino que ocurriría si el puente de madera se rompiera inesperadamente. Atrapados entre un muro de pedruscos enormes y un grieta circular que descendía entre los diferentes sótanos no habría muchas opciones de sobrevivir. Al borde de la grieta había un total de doce sistemas de poleas que se empleaban para descender a los sótanos. El alquimista se sorprendió de que uno de ellos estuviera en pleno funcionamiento.

-Creí que no había nadie aquí abajo.

-Pues te equivocabas – dijo Sophos mientras preparaba las cuerdas y el arnés que Xerim iba a utilizar. Parecía ansioso por regresar a su oficina a leer.

-Normalmente cuando estás solo siempre te encuentras supervisando las bajadas – argumentó Xerim defendiendo su idea. Había una creciente incomodidad que estaba llevando a Sophos a ser más tajante que de costumbre-. Por si hay un accidente, ya sabes.

-Bueno chico – replicó suspirando-, quizá no quería estar presente si algo pasaba. Igual deseaba hacerle un favor al mundo. Medio barrio, puede que incluso media ciudad, se alegraría de que quien esta ahí abajo no volviera.

Sophos le paso el arnés alrededor del cuerpo y lo amarró con fuerza. El alquimista aun trataba de procesar la dureza que había en sus palabras cuando el hombre se alejó sin mirar atrás. Xerim se sintió tentado a preguntarle quien iba a ser su acompañante allí abajo, aunque imagino que si no había escuchado un nombre a esas alturas no lo iba a obtener preguntando. El alquimista se acercó al borde de la grieta con forma de círculo y miro al abismo. No estaba seguro del motivo, pero intuyo que algo le devolvió la mirada.



El descenso hasta el tercer sótano fue extremadamente tranquilo. El sonido de la cuerda deslizándose por el mecanismo solo era perturbado por el goteo ocasional de alguna filtración. En cuestión de minutos se colocó a la altura de su objetivo y a tres metros de distancia del tramo de suelo más cercano. Se balanceó suavemente hasta que finalmente sus pies rozaron la superficie donde debía posarse. Entonces, cuando se encontraba en el punto álgido de su balanceo y con un movimiento ensayado hasta la saciedad, soltó cuerda y eso evito que el movimiento pendular continuara.  "Perfecto", pensó Xerim felicitándose por la precisa maniobra. Sacó un par de barras de luz de su bandolera y las prendió con un movimiento de muñeca. Ahora solo era cuestión de encontrar la sala dedicada a los mapas de ese nivel. Esas habitaciones eran el objetivo de Xerim cada vez que descendía. La búsqueda de mapas antiguos había sido una de las mayores pasiones de su abuelo Eujen. Un entusiasmo que había sido trasmitida a su nieto como si se tratara de una cuestión genética. Para el alquimista hacer esas búsquedas también resultaba una manera de honrar la memoria de su abuelo.

Fue una hora después de entrar en la habitación, posiblemente justo tras descubrir un antiguo plano de una PIA cuyo número era irrelevante, cuando consideró que tenía que haber planos de "La Fortaleza" allí abajo. Aunque la construcción era muy antigua, las continuas obras y reformas debían haber quedado plasmadas en alguno de los tomos almacenados. Había una estantería únicamente dedicada a planos de la ciudad en la pared Oeste del cuarto. Puede que tardara en encontrarlo, pero tarde o temprano saldría a la luz.


La mesa que ocupaba el espacio central del cuarto estaba llena de libros abiertos. El sudor perlaba la frente del alquimista que llevaba horas de búsqueda sin éxito. En realidad, Xerim se encontraba muy cerca de su objetivo aunque nunca llegaría a saberlo. El destino, o la fuerza invisible de la casualidad, hicieron coincidir el momento en que el alquimista posó su mano sobre el tomo correcto con aquel en que el vello de su nuca se erizo. Se dio la vuelta ágilmente interponiendo las barritas de luz entre lo que allí hubiera y él. Fue una reacción instintiva que días después le costaría muy caro. Frente a él se encontraba un muchacho agraciado que lucia una sonrisa cruel. Su vestimenta, la cual alternaba el negro y el purpura amoratado, hacia parecer que portaba un manto de sombras. Sus ojos oscuros dirigían miradas rápidas que barrían toda la habitación. Parecía buscar algo oculto entre las estanterías. Su mano refulgía de un blanco azulado mientras ligeros arcos eléctricos saltaban entre sus dedos.

-No deberías estar aquí – le dijo con un tono autoritario. Avanzo un par de pasos más hacia él sin mirarle a los ojos. Xerim pudo ver entonces mejor su peto liso decorado por un único rayo color purpura. Era una variante del símbolo de la Tormenta que había visto brillar de color amarillo en los petos del resto de miembros del cuerpo militar.

-¿Qué haces Darío? – preguntó el alquimista. Un segundo después se arrepintió de haber dicho nada. Ni siquiera estaba seguro de por que motivo lo había preguntado.

-No es de tu incumbencia, pequeño diablo – le respondió la mano izquierda del Noble que lideraba la Tormenta. Darío no era famoso por su ternura y bondad. Solía hacer gala de su ira contra quien se atreviera a importunarlo-. Coge tus cosas y lárgate. Me estorbas.

-Aun no he terminado aquí – replicó Xerim-, debo terminar mi tarea.

-Me pregunto como podrás seguir si te dejo al nivel intelectual de un vegetal – amenazó alzando su mano electrificada contra él-. ¿Qué cara pondrá la zorra de tu madre? – le dijo mientras fingía reflexionar-, ¡Ah, no! Se me olvidaba que estaba muerta.

Xerim le dedico una mirada de odio con toda la intensidad que su cuerpo podía transmitir. Con gusto le habría metido la mano electrificada por el culo y habría disfrutado del espectáculo. Ahora entendía el motivo por el que Sophos no vigilaba cuando él había llegado. La idea de regresar y aguardar a que Darío tratara de ascender para cortar su cuerda cruzó la mente de Xerim como una estrella fugaz. Algo debió cambiar en la cara del alquimista ya que su acompañante se dio cuenta del ligero cambio.

-Lárgate ya, antes de que me canse – repitió mientras acercaba su mano hacia Xerim. Desde esa distancia se podían apreciar los pequeños discos incrustados bajo la piel del brazo de un modo caprichoso. Ese era el origen de la corriente que Darío utilizaba como arma-. No digas que no te avise, monstruo.

Xerim estaba paralizado del terror. Su mente trabajaba a toda prisa para mover sus músculos repentinamente rígidos. Apenas les separaban dos palmos, luego la corriente se transmitiría desde la mano del psicópata hasta la tráquea del alquimista. En cuestión de segundos la descarga le dejaría seco. El sonido de su corazón martilleaba sus oídos. El aire parecía escapar de sus pulmones. En el fondo no era más que un crio que no había sabido retroceder a tiempo y ahora iba a pagar las consecuencias. Un hormigueo se extendió por su piel cuando solo milímetros les separaban, el preludio de lo que vendría después imaginó. Xerim cerró los ojos esperando el golpe de gracia del soldado. Un golpe que no llegaría nunca, Darío se había detenido a dos palmos de él. Su ceño estaba fruncido en un gesto de concentración. Parecía escuchar con atención algo que solo él podía oír. ¿En que momento había retrocedido? Xerim recordaba haberle visto mucho más cerca antes de cerrar los ojos. Sin embargo, allí estaba de pie en la misma posición amenazante de hacia un rato. Si aquello había sido producto de su imaginación no era algo que pudiera discernir en ese momento, aun estaba aterrorizado hasta la médula. Darío reaccionó de pronto como si hubiera visto algo, giró hacia la derecha y se alejó con el mismo silencio con el que llegó hasta la habitación. Fue el momento que Xerim decidió aprovechar para huir. Podía haber actuado como un cobarde, pero no era gilipollas.


Cita de: Maxus en 17 de Marzo de 2012, 19:07Todos tenemos derecho a ser una personalidad de Ayr. Lo pone en algún sitio de la Constitución uhm

Cita de: PsyroUna vez un zubat atacó a rayd y estaba tan confuso que fue a casa de ayrendor a pegarle una paliza.

Cita de: Idunne en 17 de Enero de 2012, 17:52
Cita de: khalanos en 17 de Enero de 2012, 17:13
Cita de: Skiles en 17 de Enero de 2012, 16:33Bleach

one piece?

Jungle Wa Itsumo Hare Nochi Guu

ayrendor

Día 5

PdM – 30.

Tareas Opcionales

• Visitar "La Feria" -7.

Conseguir un pase a Puerto Cloaca por medios no tan legales – 11.

Inspeccionar la "Biblioteca" en busca de planos de "La Fortaleza" – 7.

• Buscar a Ílerc en "La Manigua" para pedirle consejo – 10.


Se abren las votaciones.



Cita de: Maxus en 17 de Marzo de 2012, 19:07Todos tenemos derecho a ser una personalidad de Ayr. Lo pone en algún sitio de la Constitución uhm

Cita de: PsyroUna vez un zubat atacó a rayd y estaba tan confuso que fue a casa de ayrendor a pegarle una paliza.

Cita de: Idunne en 17 de Enero de 2012, 17:52
Cita de: khalanos en 17 de Enero de 2012, 17:13
Cita de: Skiles en 17 de Enero de 2012, 16:33Bleach

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> Darle una bofetada a Xerim por no tomar los planos

> La feria

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     ----

- Enseñar a Xerim a hacer la grulla.

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Romper la cuerda del matón presuntuoso de mierda

ayrendor


Para cuando Xerim se quiso dar cuenta, ya se había bebido la mitad de la botella. Aquel brebaje no se lo hubieran servido ni en las peores tabernas de la ciudad, pero cumplía el propósito del alquimista. Su mente se hallaba embotada lo justo para bloquear lo ocurrido en los sótanos y, al mismo tiempo, poder moverse sin parecer un beodo. Quería alejar sus pensamientos de aquella urbe convertida en trampa mortal. Lejos, muy lejos, tan lejos como pudiera imaginar. Quizá con algo de suerte podría llegar a la PIA donde se crió. Incluso, movido por una fuerza desconocida (llamémosla intuición), alcanzar el puesto donde su padre estaba destinado. O mejor aun, trasladarse a una de esas historias que siempre parecían acabar bien y que había memorizado cuando no era más que un crio. A su mente venían nombres como la leyenda del "Rey-Soldado Errante""El Imbatible Sedoaya", "La Bruja del pantano de fuego" y una larga lista que concluía con "El Viaje de Alqm Hawk", posiblemente uno de los cuentos infantiles más duros de todo el repertorio. Ser Alqm se le antojaba menos duro que ser Xerim en esos momentos.

No estaba muy seguro de cómo, pero había llegado hasta "La Manigua". Xerim imaginaba que su subconsciente tenía algo que ver en el asunto, había evitado visitar aquella zona deliberadamente siempre que le había sido posible desde el fallecimiento de su madre. Lo que sucedió a partir de ese momento fue puramente instintivo y en cierto modo inesperado. Movimiento por movimiento fue repitiendo los pasos que en numerosas ocasiones le había visto dar a ella. Cada árbol parecía conservar algo de aquella época donde Xerim era un pequeño de mirada despierta y andares de gato propios de quien teme ser descubierto. En algún punto incierto abandonó los restos de la botella, la cual había reducido su contenido a menos de un cuarto del original, y se interno en una pequeña arboleada algo separada de sus grandes hermanos mayores por un estrecho puente flotante. Nadie solía andar por esas pequeñas copas que se usaban como almacenes al aire libre, eso las convertían en lugares perfectos para acceder al suelo. En ese caso, oculto tras un par de arbustos, había una pequeña escalera tallada en uno de los troncos. Descendió ágilmente dominado por la sensación de libertad que le proporcionaba aquel líquido. Fue como sentirse niño otra vez. De no haber estado bebido se hubiera cagado del miedo, pensó mientras soltaba una carcajada por su ocurrencia. En un par de ocasiones se le ocurrió soltarse y acabar con todo aquel juego. Estaba arto de vivir para otros, quería tomar una decisión solo por si mismo. Finalmente, cosa que en momentos posteriores se llegaría a plantear como un error, tocó el suelo antes de poder decidirse.

Pisar tierra firme era algo que no todas las personas llegaban a hacer en su vida. La ciudad era un oasis gris rodeado de un abrasador desierto. Incluso para ir al bosque, uno de los pocos reductos verdes cartografiado, tenías que pedir un permiso que no siempre era concedido. Descender a las raíces de los árboles de "La Manigua" también era algo controlado al milímetro, aunque en este caso por los espectros. La luz no llegaba a la mayoría de los rincones de allí abajo, pero Xerim podía ver a lo lejos un claro iluminado por la luz del sol. Fueron un par de espectros de la flor quienes cortaron el paso de Xerim cuando había avanzado unos treinta metros. Sus caras iban cubiertas por vendajes azules a juego con el resto de la vestimenta. El alquimista les dedicó una mirada como las que su madre solía lanzar, una de esas capaz de ver más allá de los individuos. No hizo falta nada más, ambos se apartaron y le dejaron avanzar hacia la zona iluminada. Aquel era un lugar que había visitado decenas de veces cuando aun no sabía distinguir la realidad de la ficción, un sitio donde aprendió más de botánica que en todos sus años de estudio en el Geo y un pequeño jardín que representaba un recuerdo de un mundo que había sido roto. En aquel pequeño edén un hombre de pelo inusual le esperaba.

-Pareces recién salido de un cenagal – dijo con un tono severo-. Toma asiento, no quiero que te desmayes ahí de pie.



La infusión que Ílerc le preparó con rapidez le sentó como una patada en los riñones. Durante cinco minutos el profundo dolor apenas le dejo respirar. Por suerte el alquimista había previsto los efectos de su pócima y le había acomodado entre dos rocas que servían de reposabrazos para un improvisado sillón. A medida que recuperaba el control de la totalidad de su cuerpo, Xerim tomó conciencia de donde estaba. El claro olía a flores frescas, un aroma que había perdido cuando su casa se quemó. En aquellos treinta metros cuadrados, y repartida en diversos niveles de altura, había abundante flora y un arroyo que había sido manipulado para realizar recorridos aparentemente caprichosos. Ílerc era el jardinero de aquella pequeña parcela oculta de los ojos del mundo. Con su vara colgada a la espalda parecía un dibujo salido de los libros de combate de Úthrer. Cuando el médico-alquimista pudo comprobar que su paciente se había recuperado se sentó frente a él.

-No me puedo creer que te hayas puesto a beber – le reprochó el pelirrojo con cara de pocos amigos-. No es ya cuestión de edad – aclaró mientras descolgaba su vara y la ponía frente a el-, si no de la hora que es.

-"La planta que pueda crecer recta sin ayuda, siéntase libre para robar el sol a sus hermanas" – citó recordando un antiguo proverbio que Jinu solía repetir.

-No me vengas con frases hechas, aun te puedo pegar una paliza en ese campo.

-Me rindo entonces, poco puedo hacer contra el maestro de citas, pesadilla de los niños y líder de los espectros – bromeó Xerim para calmar los ánimos-. Además, si beber me ha traído hasta aquí tampoco puede ser tan malo.

-No lo sé. Si llevabas años sin pisar este sitio sería por un buen motivo – reprochó el Noble. Su mirada estaba clavada en Xerim, parecía querer averiguar hasta su último secreto.

-¿Si te digo que no recordaba como llegar, me creerás? – preguntó Xerim sonriendo.

-Supongo que si vuelves a partir de hoy podré creerte, pequeño engatusador. A veces te pareces demasiado a tu madre – confesó el antiguo compañero de trabajo de su madre.

El silencio se hizo en el jardín. No era uno de esos silencios incomodos ni mucho menos. Aquella ausencia de ruido era un placer de esos que pocas veces puedes disfrutar. Su madre podía pasarse horas así, trabajando junto a Ílerc en sus flores. A veces parecía olvidarse de la presencia de sus hijos e incluso del resto del planeta. Savage siempre había comentado, a espaldas de los implicados como es lógico, que de no haber existido su padre, Ílerc habría pretendido que fueran algo más que amigos y compañeros. Sin embargo, eso era algo que nunca habían podido confirmar.

-Has venido a preguntarme algo, así que escúpelo ya – soltó Ílerc como si supiera el camino que sus pensamientos habían tomado.

-Yo no...no... – intentó argumentar Xerim mientras buscaba en su mente el motivo de la excursión. Entonces se dio cuenta de que lo que estaba buscando había estado delante de sus narices todo el tiempo-. Si, es cierto. He venido a hacerte una pregunta, pero no me había dado cuenta hasta ahora.

-¿Es referente a tu madre? – interrumpió el médico. Xerim se limitó a asentir-. Lo imaginaba.

-Necesito saber si crees que Crow fue el culpable de su muerte. Necesito saber si Savage tiene motivos reales para seguir su venganza personal – confesó el joven alquimista-. Tengo que saber si estoy ayudando a combatir una quimera.

Ílerc se quedó callado. Su lengua parecía moverse bajo sus labios, como si intentará ser un ventrílocuo. Sus manos estaban clavadas en sus rodillas, parecía realizar un esfuerzo tremendo.

-Si y no – respondió finalmente, mirando fijamente a su interlocutor-. Él fue uno de los partidarios de no permitir a tu hermana salir a por el remedio que podría haber prolongado su vida. No obstante, él no tenía suficiente influencia para dominar a todo el Consejo. Si algo mató a tu madre, fue la negligencia de muchos de sus miembros.

-Entiendo. Me lo temía.

-Pero si cambias tu pregunta – continuó diciendo-, y quieres saber quien se benefició más del fallecimiento de tu madre. Te tendría que decir, sin duda alguna, que Crow era uno de los mayores detractores del trabajo que ella desarrollaba con las plantas. ¿Recuerdas el pequeño jardín de vuestra casa?

-Por supuesto, pasábamos horas allí sentados – afirmó Xerim, el cual guardaba aun gran número de recuerdos de sus travesuras por aquel campo.

-Cuando la casa se quemó, cuando fue – hizo una pequeña pausa- incendiada. Se culpo a los árboles que teníais plantados de haber iniciado el proceso. Sin embargo, tu madre tenía más de doscientas flores rosas con forma de cúpula plantadas. ¿Conoces el nombre de esas flores? – espero unos segundos para que Xerim pudiera pensarlo y continuó-. Se llaman "apaga-fuegos" o "come-brasas". ¿Cómo pudo incendiarse una casa rodeada de esas flores? Es totalmente imposible a no ser que el fuego empezara desde dentro.

-Así que, siguiendo tu razonamiento, alguien quemó nuestra casa intencionadamente. Eso ya lo sospechábamos desde poco después que sucedió.

-Pues ahora recuerda quien se vería más beneficiado porque todo el trabajo de tu madre desapareciera. Justamente el brillante trabajo que había sido frenado de golpe tras su muerte y que tú hermana estaba continuando en honor a ella.

-Savage tenía razón – sentenció el joven alquimista. Después de tantos años dudando de ella había obtenido la respuesta a todas sus sospechas.

-Si Xerim. Puede que tu hermana y tu madre no fueran santas, pero ambas creían que podían mejorar el mundo. En realidad, Savage aun cree que puede hacerlo – dijo Ílerc con una gran sonrisa-. Así que porque no te vas a casa, duermes y sigues con tu difícil misión.

Xerim no sabía como el Noble se había enterado de su misión para Veldro. Ambos siempre habían tenido buenas relaciones, aunque no sabía hasta que punto. Podía haber preguntado, pero seguramente no hubiera obtenido respuesta. Además, tenía una sensación de modorra encima que no sentía desde que perdieron su casa. Lo mejor sería descansar, mañana sería otro día.


Cita de: Maxus en 17 de Marzo de 2012, 19:07Todos tenemos derecho a ser una personalidad de Ayr. Lo pone en algún sitio de la Constitución uhm

Cita de: PsyroUna vez un zubat atacó a rayd y estaba tan confuso que fue a casa de ayrendor a pegarle una paliza.

Cita de: Idunne en 17 de Enero de 2012, 17:52
Cita de: khalanos en 17 de Enero de 2012, 17:13
Cita de: Skiles en 17 de Enero de 2012, 16:33Bleach

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