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¡Extra! ¡Extra! Una gran esfera de fuego en el cielo se aproxima cada vez más a la Tierra... nunca había visto a mi triceratops tan nervioso.

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Tres Bragas (la novela de mi padre)

Iniciado por Sandman, 29 de Mayo de 2008, 20:30

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Sandman

-El matrimonio acaba por convertirse en una aburrida rutina -le informé aún dándome perfecta cuenta de que el comentario no era original, ni mucho menos. Pero... ¡vaya, algo había que decir!
-No me hace ni caso porque no puede -observó Azucena.
-¿Demasiado trabajo? -pregunté con interés.
-No. Es un maricón -explicó ella.
-¿Porque no te toca? -dije pensando en lo brutas que son algunas mujeres cuando hacen comentarios sobre sus maridos.
-No, porque es maricón. Maricón, de maricón -dijo ella con naturalidad.
En fin Federico, al día siguiente, muy tempranito, sin apenas dormir, cogíamos mi coche y nos íbamos rumbo a Alicante, a Benidorm concretamente, donde Azucena tiene un apartamento en primera línea de playa. Yo, Fede, ¿qué quieres que te diga?, iba feliz. La idea de acostarme con ella me tenía entusiasmado".
-¿Es que no te la habías tirado ya esa misma noche en tu casa? -se interesó el bajito interrumpiendo el discurso de su amigo.
-Es que no hubo oportunidad -informó Agustín-. La fiesta duró hasta bien entrado el día y nadie se fue hasta entonces. El apartamento es pequeño (ya lo sabes, has estado en él mil veces), un salón, un dormitorio, cuarto de baño y uno de esos armarios que se abren y dentro está la cocina. No hay más. Tirármela allí no habría sido otra cosa que una pura exhibición ante los amigos, algo nada propio en mí y, menos aún, cuando la mujer me gusta de verdad. Y Azucena me gustaba ciento por ciento. Comenzaba a enamorarme de ella y esas bestialidades no se hacen con las chicas a las que uno quiere de veras -observó en tono serio.
Sin darle al bajito oportunidad para contestar. Tras realizar estas observaciones, Agustín prosiguió el relato de lo sucedido:
"Benidorm, dicen, es la playa de Madrid, pero no está precisamente ahí al lado. Todavía no había cambiado de coche y el "127" tenía ya siete años. No se trataba de quemarlo. Así que no me di prisa y no llegamos hasta eso de las cuatro de la tarde, agobiados de calor y muertos de hambre. Era comienzos de Junio, la temporada de vacaciones aún no estaba en su apogeo y la mayoría de los comercios y restaurantes estaban cerrados. Sin embargo, en el propio edificio del apartamento de Azucena, funcionaba una cafetería a pleno rendimiento en espera de la temporada veraniega, ya próxima. Se trataba de una cafetería (o también podríamos llamarlo restaurante, de las que dan comidas. Fritos, platos combinados y cosas así, en fin, uno de esos establecimientos típicos de playa.
Aparqué el coche en una calle cercana al paseo marítimo, abrí el maletero y recogí el escaso equipaje que llevábamos, un bolso de viaje por cada uno de los dos. En el mío sólo llevaba una muda, el traje de baño y un neceser con el cepillo de dientes, la pasta dentífrica y un peine de carey que me acompaña siempre a todas partes. Supongo que ella llevaría más o menos eso mismo, esto es, sólo lo más necesario para pasar dos o tres días fuera de casa. Porque tres días, como máximo, era el tiempo que duraría el viaje de negocios a Barcelona inventado por Azucena para engañar al marido, al maricón Raimundo. "Ineludible ir a Barcelona, amor mío", decía la nota que le dejó sobre la mesilla de noche al marido, al tal Raimundo, a Raimundo el maricón. Pero la excusa era creíble. Azucena se veía obligada a viajar frecuentemente a Barcelona por motivos de su trabajo, de manera que la nota tranquilizaría al esposo. Eso me dijo. Y el detalle que tenía procurando evitar disgustos al marido, me gustó, me gustó muchísimo por la delicadeza de carácter que descubría. Cuando nos disponíamos a entrar en el edificio de apartamentos, picándome en la nariz el agradable olorcillo a comida que provenía del cercano restaurante y observando, envidioso, como un par de turistas extranjeros, quizás alemanes, paladeaban buena cerveza en una mesita al aire libre, propuse entusiasmado:
-¿Te parece que comamos primero? Tiene buena pinta este sitio.
-Prefiero ducharme antes -dijo ella.
Llamamos al ascensor y subimos al apartamento de Azucena."
Agustín hizo un inciso:
-Si no te importa, Fede, amigo -dijo-, me ahorro la descripción de ese horrible lugar. No es cosa que importe al relato y baste con decir que era como cualquier otro apartamento de playa. Ya sabes, los hay mejores y peores, más grandes o más pequeños, pero a fin de cuentas, todos iguales, funcionalidad pura. Ni un solo adorno, ni un detalle... O cuando existen los tales adornos son de pésimo gusto, tanto que uno se ve obligado a esconderlos en el primer armario. Que venga a mano. Las típicas marinas, los jarroncitos de colorines... Son apartamentos para el verano, no sirven para ninguna otra época. Tampoco se prestan a las largas estancias...
-Puedes ahorrarte la descripción, no sufras -concedió Federico a Agustín con benevolencia. Debía temer una larga y pesada descripción de detalles decorativos. Por este motivo, exoneró a su amigo de toda explicación sobre el particular.
Pero, sin embargo, insistió sobre una cuestión distinta:
-Lo que deseo saber -dijo-, es si te la tiraste ahí mismo o te esperaste a después de comer. Entra en detalles de ese tipo, amigo, y no te vayas por las ramas.
El bajito era un genio. Hablaba directamente, sin circunloquios. Todo el mundo podría entenderlo porque se expresaba sin timideces, con suma claridad. Lo agradecí porque compartía su deseo de que el elegante Agustín concretase y no se perdiera en minucias. El estilo del alto me agradaba, un poco anticuado en la expresión (eso siempre está bien), pero, por contra resultaba algo lenta la transmisión de la idea. Ciertamente, me estaba divirtiendo, divirtiendo gracias aquellos dos.
-No te vayas por las ramas y vete al grano -insistió Federico.
Agustín pareció darse cuenta de lo que queríamos Federico y yo.
"Subimos al apartamento -explicó-, y allí no tuve opción para decidir nada, ni me dejó que se lo pidiera ni nada de eso que parece preceptivo en estos casos. En cuanto cerramos la puerta y estuvimos a solas, lanzose sobre mí comiéndome a besos, abrazándome con furia irresistible, loca la pasión, perdido el juicio. No pude ni aceptar el ataque. Ni siquiera pude responder a las frases de amor que me dirigía atropelladamente. ¡Oh! ¡Qué labios deliciosos! Nos besábamos una y otra vez y ella que se apretaba contra mí con asombroso ímpetu. Desnudándose con celeridad increíble, me arrastraba hacia la cama al tiempo que, con suma habilidad, de paso, iba quitándomelo todo. Llegué al lecho completamente desnudo y allí, Azucena, los duros pechos por delante, me embistió violentamente. Yo abajo, ella arriba, movimiento de vaivén. Ya sabes. Descansado para mí, agotador para ella. No es de esas que chilla y arma la de Dios. Pero sí que respiraba con fuerza jadeante al descender sobre mí, en el momento de máxima penetración."
Hizo una pausa efectista que yo aproveché para darle un sorbo al manhatan. Era emocionante aquella historia. Federico no dijo nada, quizás estaba impresionado. Agustín podía vanagloriarse, muy raras veces se encuentran mujeres así, así, como era esa Azucena. Y él se había portado como un hombre. De eso no cabía duda
"Bueno, Fede -prosiguió Agustín su interrumpido discurso-. tú no eres tonto y yo tampoco. Comprendí que estaba ante una pasional, ante algo serio y extraordinario. Aquello me emocionó. ¡Y pensar que el marido era maricón, que desperdiciaba aquella mujer de campeonato! Esta idea me entristeció un tanto, pero, luego, reflexionando, me di cuenta de que la frialdad del marido sólo podía traducirse en un beneficio para mí, en un beneficio como el de ahora en que Azucena, galopando sobre mí, me provocaba tremendo placer. Terminó ella antes que yo, pero yo tuve orgasmo también cumpliendo a plena satisfacción. Entonces, ella se fue a duchar y yo me quedé en la cama descansando un poco.
Luego la seguí. Me metí en la ducha con ella y, cuando comencé a enjabonarme Azucena salió para secarse. Previamente le había frotado con oloroso jabón espaldas y muslos, pechos también, juegos estos que tanto gustan a las parejas de enamorados. Se mostró encantada y agradecida. Yo estaba feliz, te puedes imaginar. Me daba pena pensar que su marido jamás la tocaba, , ¿sabes?, ¡Jamás la tocaba! ¡Cómo debía sufrir, pobrecita Azucena!
Se fue a vestir permaneciendo yo aún unos minutos secándome bien el cuerpo. Tenía hambre, había echado un buen polvo, ahora iríamos al restaurante... Yo estaba feliz como te digo, completamente feliz.
Pero cuando abandoné el cuarto de baño y entré en el dormitorio, sorprendentemente, encontré que Azucena aún no había comenzado a vestirse. Mas bien, no parecía que esa fuese su intención, En absoluto. Y me dio esa impresión Fede, porque la hallé de hinojos sobre la cama, sí, de hinojos y desnuda como te he dicho, los codos sobre la colcha, el culo en pompa. Lo orientaba en la dirección por la que forzosamente había de producirse mi llegada.
-No te vistes? ¿Se te ha perdido un pendiente? - pregunté con interés.
-Éntrame por detrás, cariño, por favor -demandó con tono premioso.
-¿Por el ano? -dije, dudando por un momento de Azucena y recordando al homosexual marido.
-No hombre, no, entra en la vagina atacando por detrás y agárrate a las tetas, -especificó con amabilidad, aunque, ¿por qué no decirlo?, como exigiendo, como mandando... Era una pasional! ¡Vaya si lo era!
Yo tenía hambre y estaba cansado. No soy como aquel tipo de aquella película, el de "Un hombre y una mujer", ese tipo que se tira a la protagonista una y otra vez después de conducir miles de kilómetros. Ya sé que Madrid no es París, y que Benidorm no es Montecarlo. Lo sé, Federico, lo sé. Tampoco había participado en ninguna carrera de "fórmula uno", pero apenas había dormido. Casi llevaba veinticuatro horas sin dormir. Estaba cansado, lo reconozco, pero ya sabes como soy... Había que cumplir y no lo dudé. Golpeaba yo para delante, golpeaba ella hacia atrás retrocediendo. Cumplí bien. De nuevo terminó ella antes y yo la seguí. Una nueva ducha, ahora más rápida, y al poco rato nos sentábamos en el restaurante de abajo."
Le di otro sorbito al manhatan. Encendí un cigarrillo. Pensé:
"Hay tipos con suerte. Yo nunca he conocido a una Azucena, ni parecida."
"... y el hecho cierto es que se me había quitado el hambre -estaba diciendo el suertudo Agustín-. Azucena tomó un primer plato de arroz de paella, de segundo un chuletón con patatas y de postre nata con nueces. Ella sí tenía apetito. Yo, por mi parte, me conformé con una simple ensalada de berros, no hubiera podido con más. Tomamos café y, luego, viendo el mar ahí, al otro lado del paseo marítimo, azul y tranquilo, propuse nos fuéramos a dar un baño. Azucena aceptó y dijo:
-Sí, vámonos. Sí, un baño en la playa. Aunque el caso es que , no tengo el bañador puesto y tendremos que subir al apartamento un instante.
Llamamos al ascensor y una vez arriba, prefirió dormir. La copiosísima comida que se había atizado, según dijo, le producía modorra irresistible. La idea de dormir, aunque sólo fuera una siesta, tal como ella había insinuado, me entusiasmó. Ya te he dicho que estaba cansado. La cama era de matrimonio. Retiramos la colcha y nos echamos juntos. Como hacía calor Azucena se quedó en sostén y bragas. A mí, sólo pensar en desvestirme, me daba una pereza enorme, de modo que me tumbé sobre la cama vestido como estaba y, a los cinco minutos, dormía como un bebé.
No sé cuanto tiempo transcurrió. De repente, me desperté sobresaltado. Azucena, sin que yo me percatara de ello, desabrochando la bragueta de mi vaquero y levantando, con no menos cuidado, el calzoncillo, había liberado el pene y trabajado con él manualmente hasta ponerlo erecto. Ahora, inclinada sobre mí, chupábalo con gusto.
-¿Qué haces? -pregunté. Y nada más preguntar, la pregunta me pareció imbécil. ¡A la vista estaba lo que estaba haciendo! ¿Cómo no iba a saber yo lo que estaba haciendo? Ella debió pensar lo mismo y quizás por eso prefirió no dar explicaciones sobre lo que hacía limitándose a decir:
-Tumbada no me lo has hecho todavía. Tumbada y por delante. ¡Anda, házmelo por delante!
Y lo decía con mimo. Quitándose las bragas se echó en la cama boca arriba abriendo las piernas. Esperaba, o para ser más exactos, me esperaba a mí."
Nuevo silencio de Agustín. Mi admiración por ese hombre crecía minuto a minuto. Me di cuenta que no eran sólo las cosas que le pasaban. Lo que más me admiraba en él, era cómo las contaba. Lograba que uno se emocionase, que uno adivinara los gestos, las situaciones, los sentimientos, todo, como si uno lo estuviera viendo allí mismo. Además esas escabrosidades, la pasión de la chica, lo que hacían, ¡vaya!, quizás aprendiese algo aquella noche. O quizás, también, , me estaba poniendo cachondo el tipo aquel con esa historia de Azucena. Entre tanto, yo debía seguir disimulando, así que no apartaba la vista de la vieja botella de coñac "Napoleón" que tenía delante. Ni siquiera me volví para echar una ojeada a aquellos dos que me tenían tan entretenido.
-¿Pero cumpliste o no cumpliste? -intervino el bajito impaciente por que el otro continuase con la narración.
Agustín hizo como que no había escuchado la pregunta de Federico:
-Me dejó descansar un buen rato -explicó-. Y luego dimos un largo paseo por la playa.
-¿Pero te la tiraste -interrumpió el bajito. Estaba claro que no pensaba dejar pasar por alto semejante detalle. Yo, me alegré por ello
-¿Qué quieres decir? -intentó escabullirse Agustín.
-Pues, coño!, ¿qué voy a querer decir? -se impacientó Federico.
-Bueno...-la voz de Agustín era insegura-. La mantuve dura, eso sí -puntualizó.
-O sea que fallaste -observó el bajito sin apiadarse.
-¡Hombre! La mantuve dura -protestó el alto-. Ella, disfrutó.
-Pero eso no es -dijo el otro.
-Depende como lo mires. Ella, disfrutó.
-Pero tú no. Reconócelo. -sentenció Federico-. Tú como un poste, nunca mejor dicho, como un poste. Estabas allí, pero como están en los sitios los postes de la luz. . .
El bajito era implacable. No tenía sentimientos.
-Habíamos echado dos hacía menos de una hora y media, o cosa así más o menos -se justificó Agustín. Pero lo hizo sin convicción, y sus palabras sonaron a disculpa.
Tuve la misma sensación que ya había tenido hacía un rato. Me pareció escuchar el ruido sordo que produce un boxeador cuando cae sobre la lona del cuadrilátero. El bajito, ese estupendo fajador, le había dado duro. Tenía esa técnica. Aguantaba hasta que el otro se descuidaba y, entonces, golpeaba duro hasta derribar al contrincante.
Pero ahora, viéndolo en el suelo, vencido, Federico se permitió un gesto caritativo con el amigo.
No te agobies -dijo-. Eso le pasa a todo el mundo. Uno vale, y dos también, pero, tres, tres polvos seguidos, eso es un mito. Nadie puede. Cuando escuches a esos que dicen siete en un día, pregúntales, pregúntales lo siguiente: "¿Con qué intervalo?". Y que te contesten. Luego, insiste y vuelve a preguntar: "¿Y durante cuantos días haces siete?". No sabrán que decir, te lo aseguro. Al menos a ti no se te arrugó, no señor. No, no señor, no se te arrugó.
"Este sí que es un amigo", pensé con emoción, "Primero lo derriba fustigando su vanidad, pero luego, viéndolo caído, le tiende una mano. y le ayuda a recobrar la confianza perdida. ¡Este sí que es un amigo!"
Blog novela, con zombies:


Sandman

El elegante Agustín, pese a las buenas intenciones de su amigo el bajito, no recuperó el buen ánimo. Cuando tomó la palabra para continuar el relato de su viaje a Benidorm, empleó un tono pesimista, alicaído, un tono de voz tan bajo que pasé serias dificultades para entender lo que decía:
"Dimos un paseo por la playa hasta las diez y media, o quizás hasta las once, no recuerdo exactamente. Estuvo bien. A esas horas del atardecer (y más en esa época, fuera de la temporada alta de turismo), la playa de Benidorm es un sitio agradabilísimo. Caminábamos por la orilla del mar, arremangados los pantalones, mojándonos los pies, mi mano derecha apretando suavemente la suya izquierda... La amaba. Comprendía lo que le había pasado. Esa ansiedad sin límites, ese marido que no la tocaba, que no la miraba siquiera...
Dejamos la playa ya de noche. Habíamos paseado durante casi cuatro horas y yo me sentía la mar de a gusto. El cansancio había desaparecido por completo. No había dormido pero no estaba cansado. Fede, tú sabes que a veces ocurre eso, que pasadas un gran número de horas sin dormir, luego, ya es igual y aguantas lo que te echen.
Regresamos para cenar. Subimos al apartamento para cambiarnos de ropa y ponernos más decentes. Tal como veníamos, llenos de arena y salitre, hubiera sido muy incómodo ir directamente a cenar al restaurante.
En fin, amigo, entonces quiso otro. Empezar por delante y acabar por detrás. Eso dijo. Todavía no lo habíamos hecho así. Y lo hice, negarse habría sido una grosería. Esta vez, para satisfacción mía, pude con ella. También en esta ocasión Azucena se satisfizo primero, pero yo también lo tuve.
Bajamos a cenar. Azucena tomó ensalada, lubina al horno con patatas y, de postre, flan de la casa. Yo, sólo la ensalada. Luego lo quiso hacer otra vez, ahora en la playa a la luz de la Luna. Me mantuve firme, pero nada más. Me gustó la escenificación, el ruido de las olas, la luz del astro nocturno bañando nuestros cuerpos y todo eso, pero del polvo apenas me enteré. Me fatigué mucho, eso sí, me fatigué muchísimo.
A las tres de la madrugada, dormía yo profundamente. Entonces, Azucena me despertó para intentar otro juego:
-¿Te gustaría el sesenta y nueve? -me susurró al oído.
-¡El sesenta y nueve! -me quejé.
Negocié como pude un polvo normal y consintió. Quitose otra vez las bragas. Habíame ya percatado de que lo de andar por ahí sólo con las bragas era en ella una costumbre. Con valor intenté seguirla en sus ardores. Salí con honra del embite, pero ligeramente mareado. Al acabar, me fui a la cocina para beber un litro de agua del grifo, o quizás fuera litro y medio, así, todo seguido, en un afán de reponer líquidos como fuera.
Y dos horas más tarde, cuando noté que Azucena, acercando su cuerpo al mío, manipulaba el pene, sobándolo sin parar y sin conseguir del estropeado instrumento ni la más mínima reacción, asustado, cobardemente, comencé a imitar un suave ronquido, el ronquido del que duerme plácidamente y no quiere ser molestado.
Me respetó no insistiendo en su amorosa demanda. Pero, cuando, a las nueve de la mañana intentó nuevas manipulaciones peniles, no me valió ningún disimulo. El mismo truco no sirve dos veces con la misma persona. Abrí los ojos y la vi, tumbada a mi vera, con el sujetador puesto y sin bragas como siempre, tratando de ejecutar lo que denominó "un agradable polvo mañanero." Mi pene y yo estábamos exhaustos, hartos. Ni mi pene ni yo mismo, deseábamos, en absoluto, aquel "agradable polvo mañanero". A esas horas, lo que nos apetecía, es un café con churros y ninguna otra cosa. El pene estaba irreconocible. De tan pequeñito, era difícil verlo.
Así que decidí retirarme. Renunciar... Le comuniqué de inmediato la decisión tomada, a las claras, y entonces ella, con expresión de asombro en el rostro, rabiosa la mirada, dijo:
-¡Anda, si tú también... ! Si eres como mi marido... , ¡un maricón!, ¡un maricón de mierda!
Fede, amigo -la voz de Agustín se quebraba por la emoción-, es doloroso oír eso, terrible. Me sentía avergonzado, débil físicamente, hundido moralmente roto. Estaba destrozado. la situación era insostenible -prosiguió Agustín-. Me vestí rápidamente y en silencio. Le propuse que regresáramos a Madrid. Rechazó el ofrecimiento. Tumbada sobre la cama, la vista clavada en el techo, el sostén por única ropa... Junto a ella, yacían las juguetonas bragas ahora hechas un montoncito informe, un guiñapito. El cuerpo de Azucena allí sobre el lecho, me pareció el de una ninfa, el de una ninfa insatisfecha e insaciable. Pensé que sus antepasadas de la Grecia Antigua resultarían cándidas y frígidas a su lado. Azucena habría dejado chiquita a Pasifae, la reina de Creta, la que se enamoró del toro blanco. Esa Pasifae hizo que Dédalo, el arquitecto, diseñara y construyera una vaca hueca de madera donde ella se introdujo una noche, desnuda, las piernas encajadas en las del extraño objeto, el cuerpo inclinado hacia adelante, su vagina simulando la de la vaca, engañó al toro gozando así de su amor bestial. Pero el rey Minos, el marido, quedó cornudo, cornudo como aquel pobre Raimundo al que no paraba de insultar Azucena llamándole maricón. También a mí me llamaba maricón ahora... En fin, aquel montoncito azul claro de las bragas de Azucena se me a quedado grabado en la imaginación para siempre. Aún hoy, transcurrido tanto tiempo desde aquel funesto día, el recuerdo de aquella inquieta braga, de aquel montoncito informe azul claro sobre la sábana blanca, me provoca vergüenza, anonada mi espíritu y un escalofrío de terror me recorre la espalda.
Abandoné el apartamento de Azucena con a cabeza gacha. Busqué el "127" y llegué a Madrid al mediodía, humillado, deprimido y, más que nada, terriblemente fatigado."
Agustín guardó silencio. Su historia era un drama, un auténtico drama. Lo compadecí. Lo compadecí, sinceramente. Me dio lástima. ¡Cómo debe de sentirse uno en situación semejante!

(hasta aquí tienen en ogame, esta última la he subido hace un ratito)
Blog novela, con zombies:


Thylzos

¿Qué manía tienen todos en hacer historias con personajes que tienen mi nombre?, es algo que me vengo preguntando desde hace mucho tiempo, como si Agustín sea un nombre común.

En otro orden de cosas, debo suponer que ya estarás contento, me he viciado...

Gracias freyi *.*


Cita de: Gambit en 26 de Enero de 2010, 10:25
Follar cansa. Comprad una xbox 360, nunca le duele la cabeza, no discute, no hay que entenderla, la puedes compartir con tus amigos...

Sandman

Pues mañana te pongo la siguiente ^^
Blog novela, con zombies:


Thylzos


Gracias freyi *.*


Cita de: Gambit en 26 de Enero de 2010, 10:25
Follar cansa. Comprad una xbox 360, nunca le duele la cabeza, no discute, no hay que entenderla, la puedes compartir con tus amigos...

El tipo

No te lo aconsejo Sandman, despues no podrás quitártelo de arriba.

Este usuario NO está patrocinado por WWW.RAE.ES

Thylzos

Cita de: El tipo en 08 de Junio de 2008, 20:56
No te lo aconsejo Sandman, despues no podrás quitártelo de arriba.

Es culpa tuya, si tuvieses sentido de la responsabilidad y siguieses la historia de vez en cuando no te tendría que molestar  X(

Gracias freyi *.*


Cita de: Gambit en 26 de Enero de 2010, 10:25
Follar cansa. Comprad una xbox 360, nunca le duele la cabeza, no discute, no hay que entenderla, la puedes compartir con tus amigos...

El tipo


Este usuario NO está patrocinado por WWW.RAE.ES

Thylzos


Gracias freyi *.*


Cita de: Gambit en 26 de Enero de 2010, 10:25
Follar cansa. Comprad una xbox 360, nunca le duele la cabeza, no discute, no hay que entenderla, la puedes compartir con tus amigos...

jmgdixcontrol

Buenisima historia.
me la estaba leyendo en el foro de ogame, y te digo lo mismo que ayi.
Continua rapido ^^:

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