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La saga de los Avatares - Ascensión

Iniciado por Psyro, 06 de Mayo de 2009, 20:25

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Psyro

Sartash



El clérigo era un hombre mayor, aunque no tanto como pudiera aparentar. Arrastraba tras de sí cincuenta y siete años, al menos cuarenta más de lo que a muchos les hubiera gustado verle con vida. Pero siempre se le había dado bien llevar la contraria.
Nació con un problema en su pierna. Al principio, nada grave; aunque lo hacía de forma extraña, su lesión no le impidió aprender a caminar como un niño corriente. Todo fue bien, hasta que cumplió los seis años.
Fuera a donde fuera, la gente que lo miraba no lo veía a él. Sólo al pobre niño que, con menos de diez años, necesitaba un bastón para mantenerse de pie. Nadie veía a Sartash. Sólo al pequeño tullido.
Creció solo, en su cuarto. Allí, en Athoria, no era más que un pobre crío indefenso y asustado. Como todos, en cierto modo. La gran guerra, a la que pronto comenzaron a llamar Avatharea, no terminaría hasta cinco años después. Su padre murió en una de las muchas batallas que se libraron por aquel entonces. Nadie se molestó en buscar su cuerpo. No era más que uno de los miles de fallecidos, y ni siquiera se trataba de alguien importante. Un pobre artesano de la ciudad, que jamás había empuñado un arma.
Al año siguiente, su madre se casó por segunda vez, con un soldado. Después de todo aún era joven, e incapaz de mantener a su hijo ella sola. Y una vez terminada la guerra, los pocos guerreros que lograron sobrevivir habían conseguido fama y fortuna. Muchos incluso se hicieron con un título nobiliario, ya fuera comprado o entregado por el rey como muestra de reconocimiento.
Su padrastro no se convirtió en noble, pero sin duda tenía suficiente dinero como para darles la estabilidad financiera que necesitaban.
Diez meses después, Sartash tenía un hermano. Y trató de apreciarle, pero fue incapaz. El pequeño era el centro de la casa, incluso para su propia madre. El día en que se dio cuenta de que, con un año, su hermanastro iba más rápido gateando que él mismo corriendo con su bastón, supo que debía irse.
No sin cierta satisfacción, el esposo de su madre logró que le aceptaran en la Iglesia. Aún no había cumplido los catorce años cuando vistió por primera vez la túnica marrón de los servidores de Azhdar, la diosa.
Su situación mejoró como clérigo. Dedicaba días y noches a estudiar. Geografía, matemáticas, historia... pronto había leído cada uno de los libros del castillo. A veces incluso se olvidaba de dormir o asistir a misa, para desesperación del Padre.
Pero su auténtica obsesión era la anatomía. Se sumergía en las páginas de los antiguos volúmenes de medicina durante horas, con la esperanza de encontrar algo que pudiera ayudarle a caminar con normalidad. Algo que pudiera curarle.
El rastro le llevó a Isdar, donde se practica la medicina más avanzada de cuantos reinos hayan existido. Nadie lamentó la marcha del clérigo, nadie hizo preguntas. Pocos lo conocían lo bastante como para echarle de menos. Y quienes lo hacían, se alegraron con su marcha. Su carácter se había agriado, como producto de la soledad, el odio... y la terrible sensación de impotencia que lo atravesaba sin piedad cada vez que trataba, en vano, de levantarse de su silla. Pronto caía al suelo sin remedio, incapaz de mantenerse en pie por sí solo.
Para cuando emprendió su viaje, llevaba años al servicio de lord Umber, dirigente de la provincia de Darnia y amigo cercano al rey, como tutor de su primogénito, Barthor. El Padre lo mandó hacia allí sin dudar. Quizá para librarse de él, tal y como había hecho antes su padrastro. En cualquier caso, su nuevo señor era mucho más generoso. Le mantuvo a su servicio aún cuando su hijo alcanzó la mayoría de edad, quedando al cargo de la biblioteca y de su consejo. Jamás sabría por qué le cayó tan bien. Quizá porque cumplía su trabajo con eficiencia. En cualquier caso, parecía algo compartido por su hijo. A la muerte de Umber, de cincuenta y dos años de edad, Barthor fue nombrado su heredero. Como tal, mantuvo a Sartash en todas sus funciones. La diferencia consistía en que el difunto señor lo consideraba un hombre que, con todos sus defectos, cumplía su labor de forma eficaz. Un trabajador decidido, y buen maestro. Barthor, además, le tenía por un amigo. Ese mismo año le permitió ausentarse por un tiempo para realizar su tan anhelado viaje al Bosque Blanco.
En Isdar, los mejores sanadores del mundo lo atendieron. Y todo lo que pudieron hacer por él fue darle un bastón nuevo y un guía para el viaje de vuelta. Un huérfano, por lo visto. No le importaba. Se creyó morir cuando vio a aquel muchacho de orejas picudas sujetando el que iba a ser su nuevo cayado, de madera blanca proveniente de un Ish- Valar.
En aquel momento sintió deseos de golpear al tharen, como tantas otras veces a lo largo de su vida. Y sin embargo, el joven jamás le abandonó. Por alguna extraña y poderosa razón, siguió a su lado, soportándole, aprendiendo de él, haciéndole compañía. Siendo un amigo.
Acababa de cumplir los cuarenta y tres cuando regresó a los dominios de Umber. Y el tharen le acompañó, pese a no haber sido invitado. El clérigo jamás dio muestras de gratitud. Sólo era un crío.
Quince años después, allí, entre los árboles de Akneth, hubiese dado lo que fuera por un minuto de charla con su viejo amigo. Pero ya no había vuelta atrás.
Fil estaba muerto.

El camino se le antojó largo y tedioso, aunque apenas hubiese durado unos quince minutos. Eran demasiadas cosas las que escapaban a su control.
Érica aún no había despertado, Deidri se encontraba sola y el herrero, desaparecido. Su única compañía por el momento era Ailen, y eso más que reconfortarle le asustaba, aunque una parte de él no podía evitar sentirse intrigado. ¿Quién, o mejor, qué era? Un ser como aquel... capaz de matar con el simple roce de su piel, pero también de hacer sanar cualquier herida.
Tanto Érica como él mismo eran una prueba irrefutable de ello. A la joven la había salvado de una muerte segura. Y en cuanto a Sartash... estaba andando.
Aunque por primera vez desde que tenía memoria, sintió que no deseaba caminar. Tan pronto como sintió los primeros rayos de sol sobre él, se dejó caer, poniendo cuidado en que Érica, que seguía inconsciente y apoyada sobre su hombro, no se golpease. Ailen reparó en ello de inmediato.
-Anciano, ya os he conducido al exterior -dijo el tharen, girándose hacia él-. Ahora, debería marcharme.
-No puedo ocuparme de ella solo.
El clérigo pronunció aquellas palabras con convicción. Sin embargo, sonaron huecas, como si estuviera barajando sus posibilidades en vez de pedir ayuda. O quizá hiciera ambas cosas.
-Y tampoco -continuó- dejarla atrás. Su tío me mataría...
-Busca un guía. Cerca de aquí hay una posada. En dirección sudeste.
Sartash creyó vislumbrar un atisbo de tristeza en los extraños ojos de Ailen. No obstante, insistió.
-Tienes razón. Después de todo, somos un anciano y una joven indefensa que, dicho sea de paso, está muy buena. Seguro que la amable gente de esa posada tuya se vuelca en ayudarnos. ¿Y si decimos que vamos de tu parte? ¿Qué ocurrirá, nos darán una habitación gratis...? ¿O la acuchillarán los mercenarios después de violarla?
-Mírame... -murmuró el tharen-. Soy un monstruo. ¿Crees que estarías mejor si voy con vosotros? Debería estar lejos de todo.
-Por lo que a mi respecta -le interrumpió-, eso no son más que gilipolleces. ¿Te sientes como un monstruo? ¿Crees que eres una máquina de matar? ¿Que eres peligroso? ¿¡Y mi pierna!? -exclamó de repente-, ¿¡Qué clase de monstruo es capaz de hacer que un inválido vuelva a andar!? ¡Ninguno! No sabes quién eres, pero en vez de intentar averiguarlo, te escondes. Te... escondes...
Tomó aire. Hasta se había fatigado con aquella charla. Ailen desvió la mirada, sin saber que responder.
-Puedes hacerle daño a los que te rodean -siguió el clérigo-, pero también ayudarles.
-No tienes... no tienes ni idea de lo que es esto. Sentir que... que sería mejor estar muerto.
-¿Ah no? –Sonrió Sartash con amargura-. He pasado años pensándolo. Pero yo no me rendí, orejas pi...
La imagen de Filion apareció de improviso en su cabeza. No logró terminar la palabra.
-La diferencia, anciano, es que tú puedes elegir la muerte. Pero yo... -prosiguió, asiendo un cuchillo que el clérigo no le había visto sacar antes.
El tharen clavó la hoja en su corazón. Las rodillas le temblaron, pero cuando extrajo el arma de su pecho volvió a la normalidad. La herida había desaparecido.
-... yo no.
Los ojos de Sartash se abrieron como platos. No había podido fijarse antes, pero las ropas del tharen estaban llenas de cortes, sobre todo a la altura del cuello y el pecho. Sin duda había tratado de quitarse la vida más de una vez.
-Con más razón, debes ser fuerte. Los dioses tienen reservado algo para ti, sin duda.
-¿Los dioses...? una vez... -dijo Ailen, meditativo- Una vez, alguien a quien apreciaba me dijo algo sobre los dioses. Que yo era un avatar de Nerbal.
El clérigo recibió aquellas palabras con sorpresa. Todo el mundo, o al menos el trozo de mundo con un mínimo de cultura, sabía que sólo los dioses menores enviaban avatares. En ningún tratado ni libro de historia aparecía un elegido de Nerbal, Shorel o Azhdar. Parecía algo más propio de cuentos o leyendas antiguas.
-Eso es... -murmuró para sí- Es posible que pueda encontrar una pista sobre quién... o qué eres tú.
-¿Dónde? -preguntó Ailen con un interés tan desmesurado que casi se podría confundir con la desesperación-. Habla, anciano, te lo ruego.
-Debo encontrar un libro. No voy a engañarte, es poco probable que lo halle. Pero existe la posibilidad de que esté en la biblioteca de mi señor. Por alguna casualidad, es mi destino. ¿Qué me dices, eh? ¿Nos acompañas a la señorita y a mí a cambio de respuestas?
El tharen desvió la mirada, pensativo.
-¿Cómo sé que no me engañas?
-No puedes saberlo. Cuando lleguemos, puede que des con lo que necesitas y puede que no. Pero si declinas mi oferta, no habrá un quizá. ¿Entiendes?
La contestación llegó tras unos segundos de silencio que se hicieron eternos para ambos.
-Voy a buscar a mi caballo. Os acompañaré.

Sorry but you are not allowed to view spoiler contents.

Liga ociosa de supervillanos matagatitos.

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Psyro

Deidri



Fuego.
Deidri estaba acostumbrada a sentirlo. Desde muy niña, había sido parte de ella, como también lo habían sido las miradas. Miradas de miedo. De preocupación. De lástima.
Nadie era capaz de verla a ella a través de las llamas que brotaban de sus manos. Ni siquiera su hermana. Érica entendía su don como una enfermedad que la hacía vulnerable. Nunca lo había dicho, pero no era necesario.
Deidri lo sabía por cómo la miraba. Había tenido que aprender a leer en los ojos de la gente, porque parecía que cuando los demás estaban con ella, de nada servía atender a las palabras. Con el tiempo ella también aprendió a fingir. Y eso era lo que hacía sin darse cuenta la mayor parte del tiempo. Tratar de aparentar que no pasaba nada, cuando lo cierto es que, muy en su interior, se sentía extraña y sola, por mucha gente que hubiese junto a ella. Sonreía, y los demás sonreían con ella; y por un tiempo, todo parecía tan perfecto que Deidri tenía la sensación de que en cualquier momento su hermana la abrazaría y diría: "No te preocupes Dei. Todo ha sido un mal sueño."
Pero nunca había dejado de sentir el fuego. Y en realidad, no quería dejar de hacerlo. La sensación que la recorría cuando hacía aparecer una llama, por ínfima que resultase a la vista, era más agradable que cualquier otra que pudiese imaginar. Más reconfortante que un abrazo, más tierna que un beso.
Se sentía bien siendo como era. Los que parecían no hacerlo, comprendió, eran los demás. Era su problema, no el de ella.
Parecía una mala broma. El fuego era más intenso en ese momento de su vida que en cualquier otro que pudiese recordar. Ahora que lo había perdido todo...
Al principió pensó que el fuego trataba de consolarla de algún modo, de hacer que se sintiera mejor. Pero no; era aquel lugar lo que estaba avivando sus fuerzas hasta el punto de no sentir cansancio alguno. Algo la reclamaba, aunque no lo hiciera mediante el uso de palabras o gestos, sino a través de esa llama que se agitaba en su interior desde que tenía memoria.
-¡Eh, eh!
Deidri se giró. La voz provenía de Ed, uno de los tres extraños que la escoltaban hacia el campamento. Se encontraba varios pasos por detrás de ella... y los demás también. Por lo visto, les había adelantado.
-¿Cómo sabes que es por allí? -preguntó el avatar.
-No... no lo sé. Empecé a andar y...
-Pues nos has adelantado a todos -le interrumpió la otra joven, Chris-. Casi parece que somos nosotros los que te seguimos a ti.
-Bueno -siguió Ed-, quizá haya sido casualidad. Además esta grieta no es tan ancha como para que pudieras desviarte.
-Tienes razón -asintió Deidri. Pero en el fondo sabía que aquello no había sido ninguna casualidad, porque no había levantado la vista del suelo en ningún momento. Sin quererlo, estaba contestando a la llamada.
Volvían a su cabeza imágenes de todo lo acontecido desde su paso por Akneth... y más aún. Veía las llanuras en las que había dejado a sus amigos a su suerte. Sobre ellas, sangre, y tres cuerpos. No necesitaba mirar hacia sus caras para saber quienes eran. Entonces el escenario cambió. Ya no estaba en la enorme planicie, sino en la montaña. Sujetaba a Demian con todas sus fuerzas, asomada por el borde del precipicio. Y él caía.

-¿Te pasa algo? -Preguntó Ed, mientras se acercaba a ella-. Vosotros dos seguid, ahora os cogemos -le indicó a sus compañeros, que obedecieron sin más.
-No -contestó Dei sin más-. No me pasa nada.
-Nadie grita por nada.
La joven desvió la mirada, incómoda. Ni siquiera se había dado cuenta de que acababa de dejar escapar un grito al recordar la imagen de su amigo cayendo. Un chillido apenas audible, pero que había llamado la atención del joven.
-Mira -continuó éste-. Sé que no lo has pasado muy bien, aunque no nos hayas contado por qué. Y lo entiendo, ya que no nos conoces. Pero ya ha pasado. No puedes hacer nada.
-No... -pronunció ella, sin habla.
-¿No, qué?
-No necesito que nadie me diga cómo debo sentirme ahora. Y menos un extraño.
-Tienes razón, perdona -la cara de Ed comenzaba a teñirse de rojo -Mi intención no era...
-Déjalo, por favor. -le cortó. La joven siguió caminando, sin mirar atrás. Hasta que oyó de nuevo la voz del joven a sus espaldas.
-No. No lo dejo, porque sé cómo te sientes.
-¡Tú no sabes nada! ¡Así que no me vengas con esas! ¿Crees...? ¿Crees que me voy a sentir mejor porque un desconocido venga y me diga "eh, te has quedado sola, todos los que querías ya estarán muertos por tu culpa, ¡Pero no te preocupes, ya no puedes hacer nada! ¡Yo te entiendo!"?
-¡En ese campamento...! -replicó él, alzando la voz. La temperatura del ambiente empezaba a aumentar, sin duda a causa de los poderes de la joven, y se le notaba nervioso-. En ese campamento... -volvió a empezar, más sereno- no hay más que gente como tú. A la que han perseguido, humillado y hasta mutilado... por ser como son. Pero tienes razón, no soy quién para decirte cómo debes sentirte. Te pido disculpas.
Ed reemprendió la marcha sin añadir nada más, pero Deidri no se percató de ello. En su situación actual no era capaz de centrarse en nada de lo que ocurría a su alrededor. Ni siquiera le importaba estar cubierta de polvo y hollín, o tener la ropa destrozada.
Cuando, varios minutos después, llegaron al campamento, tardó unos segundos en ser consciente de ello. Aquel lugar consistía en poco más que un montón de tiendas fabricadas con materiales diversos. Algunas eran sólo una desgarbada estructura de madera que había sido cubierta por varias capas de tela. Otras eran de piedra o incluso de ladrillos de barro cocido. Más que un campamento, aquello parecía una pequeña aldea que había subsistido durante años sin entrar en contacto con el exterior.
A su entrada, la gente detuvo sus quehaceres para darles la bienvenida. Un grupo de niños se acercó corriendo, gritando y riendo. Uno de ellos, un muchacho de cabellos rubios que no superaba los seis años de edad, se abalanzó sobre el gigante que los acompañaba. Deidri no sabía su nombre, aunque tampoco le interesó en un primer momento. El gigantón cogió al pequeño y lo levantó por encima de su cabeza con una sola mano, lo que provocó aún más risas.
Mientras, algunos hombres se acercaron a estrechar la mano de Ed. El más joven de ellos no aparentaba tener menos de cuarenta, pero a pesar de ello demostraban verdadera admiración por él. Quizá fuera el líder de todo el grupo.
Pronto, más gente se unió a la bienvenida. Personas de todas las edades, tanto varones como mujeres, se encontraban allí. En total debían de ser alrededor de cuarenta.
-"¿Todos son avatares?" -pensó Deidri, asombrada.
Considerando que ella misma, en condiciones normales, era capaz de vencer a unos cinco soldados antes de caer agotada, aquella pequeña población casi podría considerarse un ejército. Aunque, como pudo observar más tarde, había pocos hombres de una edad comprendida entre la de Ed y la suya; casi todos eran ancianos o niños. Además, unos pocos padecían algún tipo de minusvalía. Una señora con un muñón en el lugar que debería ocupar su mano derecha se encontraba entre los pequeños, instándoles a seguir jugando lejos de allí. Cuando sus miradas se cruzaron, Deidri no pudo evitar sentir un escalofrío. Y de repente, todos parecieron reparar en la joven al mismo tiempo.
-¿Quién es, papi? -preguntó el niño que aún seguía en los brazos del enorme gigantón.
-Si, Ed -saltó uno de los hombres-. ¿De dónde ha salido?
-Es una forastera especial -contestó, señalando a la cima del barranco.
-¿Prisionera? -Preguntó otro- ¿O hermana?
-Hermana. Ya os he dicho que es especial.
Una de las mujeres dio entonces un paso al frente.
-No había organizada ninguna búsqueda allí arriba. ¿Insinúas que la jovencita nos ha encontrado... por casualidad?
-Sí
-"No" -pensó Dei-. "Ni siquiera debería poder caminar ahora mismo. Esto no puede ser casualidad"
-¿Y a qué se dedica? -Saltó otra de las voces-. ¿Hielo, viento o roca?
-Pues ella... ella...
-Fuego -pronunció Chris, con toda la naturalidad del mundo.
Todas las miradas se posaron sobre ella durante un momento. Luego, hasta el más joven de los niños se echó a reír.
-Muy buena, Chris ¡Eh miradme todos! -el hombre que acababa de hablar hizo que una buena porción del suelo se elevara bajo sus pies, formando una columna de un metro de altura que le dejaba a la vista de todos -¡Soy un avatar del fuego! ¡Estaba jugando al escondite!
Sólo cuatro personas no estallaron en carcajadas.
Y para colmo, empezaba a hacer demasiado calor.
-En serio -dijo el tipo que se encontraba sobre la roca, aún riéndose-. ¿Qué es?
-Fuego -repitió Ed, solemne.
-No me lo creo. Joder, Ed.
-No es ninguna broma.
-Está bien. Supongamos -se encogió de hombros-, supongamos que es verdad. Entonces no tendría ningún reparo en demostrarlo, ¿no?
El joven examinó a Dei con la mirada, en espera de que diera una respuesta.
-No tengo nada que demostrar -contestó ella al fin-. Sólo quiero verle, y me iré.
"En cuanto averigüe por qué parece que este lugar se empeña en llamar mi atención..."
- ¿Verle? Ah, es... amiga del tipo que encontramos. Vale niña, este es el trato. Chris te congela, y si sales del hielo, te dejamos verlo.
-No pienso hacerlo -interrumpió Chris-. Además ¿Qué crees que pensaría Mae de esto? ¿Está en su tienda, no? Pues vamos a esperar a que se despierte para armar tu espectáculo.
-Mae no es nuestra líder.
-¡Pero es mil veces más sensata que tú!
-¡Perdona por no creer que vuestra amiguita sea hija del fuego sin tener ni una prueba! Mae es la última que ha nacido, y tiene, ¿Cuántos? ¿Ochenta años, quizá? Si esa niña no demuestra ser quien dice ser, a mis ojos no es más que una extraña. Una extraña que pretendéis meter en nuestro hogar.
-No podemos obligarla a hacer lo que no desea -le contradijo Ed-. Pero deberías saber que esta niña es capaz de convertirte en un pollo asado. Yo lo vi. Y por poco lo siento en mis carnes.
-Está bien -se rindió-. Confío en ti, y creo que los demás también. Pero que pase a ver a Mae antes de nada. Ella sabrá lo que hacer.
-Ah, ahora sí te interesa recurrir a Mae –suspiró Chris-. ¿Te parece bien, Deidri?
-Está bien. Veré a... Mae.
Ed asintió.
-Te llevaré a su tienda.

De nuevo, Deidri sentía las miradas a sus espaldas. Incluso entre los que eran como ella se sentía desplazada. ¿Dónde quedaba su lugar en el mundo?
La tienda de Mae, si podía llamarse así, era a buen seguro la más grande de todo el campamento. Estaba construida con rocas enormes, que habían sido colocadas formando un círculo. El techo, sin embargo, era de una mezcla de barro cocido y paja.
Una pieza de tela colocada en la entrada hacía las veces de puerta. Ni siquiera se trataba de una pieza bonita; su utilidad era más práctica que decorativa. Después de todo, en aquel lugar los lujos no tenían razón de ser.
Ed corrió la rústica cortina y, con un gesto de su mano, invitó a Dei a entrar.
-Mae, disculpa si te molesto. Pero creo que aquí hay alguien a quién debes...
-Lo sé, niño, lo sé. Lo he notado hace horas.
Una mujer alta, de no menos de sesenta, se encontraba de pie, en medio de la cabaña. Sus ropas eran sencillas y su aspecto frágil, pero aún así imponía más respeto que muchos de los nobles engalanados con sus brillantes armaduras que Deidri había visto pasar por el castillo de su tío.
La anciana llevaba el pelo, blanco como la nieve, recogido en una coleta que caía por su espalda. Sus ojos, ahora puestos sobre la muchacha, eran de un color ámbar tan vivo que casi asustaba. Y la ausencia casi total de luz no hacía sino agravar la sensación de solemnidad y respeto que aquella figura desprendía. Aunque la situación de oscuridad acabó pronto. Con un solo gesto de la mano izquierda de Mae, una hilera de antorchas, dispuestas por las paredes de la única sala que componía la cabaña, se encendieron al unísono.
-Os dejo solas -murmuró Ed, sobrecogido.
-Espera ahí muchacho -le detuvo la anciana-. Acompaña a esta jovencita a los baños. Dioses, pareciera que la pobre ha llegado hasta aquí rodando por el barranco.
-¿...qué?
-Lo que has oído. Y dale ropas nuevas. Detestaría ser una mala anfitriona.
-Pero ella... ella es...
-Disculpe -interrumpió Dei-, pero sólo deseo hablar con usted y ver... el cuerpo. No necesito nada más.
-Niña. Yo te he esperado durante sesenta años. ¿No eres capaz de esperar sesenta minutos? Vamos. Ante todo, el deber de hospitalidad. Después hablaremos de... lo que tengamos que hablar.
-Está bien. Gracias, señora -Cuantas veces habría repetido esa fórmula a lo largo de su vida, en el castillo...
-Vamos -la llamó Ed-. Te enseñaré dónde es.
Los "baños" resultaron ser un edificio independiente del resto. Se encontraban en el interior de una estructura de piedra, bastante parecida a la de la vivienda de Mae, solo que más pequeña. Tampoco poseía ventana alguna, pero en lugar de una entrada disponía de cuatro, situadas en la parte delantera, la de atrás y a cada lado. Cada una de ellas daba a un baño por completo independiente de los otros tres, lo que era de agradecer dado que parecía no haber más que cuatro lavabos para todo el campamento.
A Dei siempre le había gustado bañarse, como a la mayoría de las mujeres del castillo, que solían poner más atención a su aseo personal. De igual modo, los trabajadores del campo o las minas necesitaban usar los baños bastante a menudo, ya que solían estar bastante sucios después de una larga jornada de trabajo. Por el contrario, los demás hombres podían pensar en el baño como en algo propio de mujeres y eunucos. Esta actitud de rechazo hacia el jabón era incluso más generalizada entre los nobles varones, que consideraban el baño algo de plebeyos.
-Bueno, te dejo -le dijo Ed-. Volveré en un rato con algo que puedas ponerte. Dentro tienes... toallas, y eso. El agua estará fría, aunque no creo que te suponga mucho problema, ¿no?
-Hasta ahora –se despidió ella, negando con la cabeza.

La joven corrió la cortina con recelo. El interior estaba tan oscuro como la vivienda de Mae, pero aquí también había una hilera de velas a lo largo de la pétrea pared. Deidri concentró una pequeña llama en la palma de su mano y fue encendiéndolas una por una.
-"Sin embargo, la anciana ni siquiera se movió del sitio para encenderlas todas" -pensó-. "Debe de ser muy poderosa..."
Examinó la pequeña salita. Al fondo descansaba una especie de caldero de metal que se alzaba varios centímetros sobre el suelo gracias a cuatro largas patas. Debajo, en el suelo, había restos de hollín y madera quemada. Aquello debía de servir para calentar el agua.
Un tubo, que se abría a placer mediante una llave colocada en el extremo, conectaba el caldero con la bañera. Era muy diferente de la de su castillo; no tan trabajada aunque sí más llamativa. Consistía en esencia en bloque de piedra grisácea con forma ovalada sin tallar. Más bien parecía que la habían modelado, como si de arcilla se tratase. Además, el lavabo de su tío no disponía de calentador. Los sirvientes eran los encargados de preparar el agua, que traían ya en su punto.
Unos cubos de madera llenos de agua completaban el mobiliario. Dei introdujo el dedo en el primero de ellos. Estaba helada, pero bastaron unos segundos para que la temperatura se elevase lo suficiente. Después, vació los cubos en la bañera.
Aunque con cierto reparo, se despojó de su ropa, o de lo que quedaba de ella, más bien. El anillo de fuego que tuvo que crear para librarse de los jinetes había chamuscado buena parte del tejido, que en algunas zonas estaba destrozado como consecuencia de los golpes y arañazos sufridos durante el descenso por el precipicio. Y el haber utilizado la parte de brazos y piernas que se encontraba en mejor estado para confeccionar la cuerda no le daba mucho mejor aspecto a su atuendo. Casi parecía una mendiga, o algo peor.
Intentó no prestarle mayor atención al montón de tela rota que yacía en el suelo y se metió en el agua, que no tardó en calentarse por el contacto con su piel. Al principio se le hizo un poco extraño todo aquello. No estaba acostumbrada a bañarse sola. Por lo general eran dos sirvientas de su tío las que se encargaban de todo. Dei las odiaba, sobretodo por su afición a tirarla del pelo en un vano intento de domar su cabello.
Una vez que logró encontrar la pastilla de jabón, perdida en el fondo de la bañera, tardó pocos minutos en salir del agua. Cerca de la puerta encontró una pequeña repisa en la pared donde se encontraban apilados un par de trozos largos de tela. El tejido era algo áspero, pero Dei no le hizo ascos. Tampoco había nada mejor con lo que secarse.
-¿Estás lista? -la voz de Ed sonó de improviso desde el exterior.
-¡Espera! -contestó ella mientras se cubría con la toalla-. Vale, ya puedes pasar.
El joven obedeció a regañadientes, aunque se tapaba los ojos con la mano izquierda. Mientras, con la derecha le extendía sus ropas nuevas.
-No hace falta que vayas a ciegas, no voy desnuda.
-Por si acaso. Una vez Chris casi me convierte en una estatua de hielo porque la vi sin querer. No quiero volverme una vela ahora.
Estaba de broma, pero había un tono en sus palabras que parecía indicar que decía la verdad. Además, aún no había retirado la mano.
Dei se desprendió de la tela que la cubría y se puso la ropa. Era bastante flexible, aunque le quedaba un poco justa. De todas formas, se sentía más cómoda con esa sencilla indumentaria color marrón que con sus harapos. Después abandonó la estancia, dejando Ed aún en su interior.
-Me voy. Cuando hayas terminado de cambiarte, Mae te estará esperando.
-Vale -contestó ella desde fuera.
El joven, aún con los ojos tapados, tardó un momento en darse cuenta de que se había marchado ya.
Deidri volvió a la tienda de Mae dándose cierta prisa. Deseaba acabar con todo esto cuanto antes. Ver a Demian... enterrarlo. Y luego volver junto a su tío. Aunque aún no sabía como iba a lograrlo.
Corrió la tela que hacía de puerta y se dispuso a entrar. La anciana la esperaba, sentada en el mismo suelo.
-Con su permiso, señora.
-Adelante, niña... adelante. Siento no poder ofrecerte una silla, pero puedes sentarte aquí mismo, enfrente de mí.
Dei obedeció. A medida que se acercaba a ella, notaba como el fuego de su interior crecía cada vez más...
-¿Dónde está Demian? -Le preguntó-. ¿Y qué es lo que me ha llamado a este lugar?
-¿Cómo te llamas, pequeña?
Mae formuló la pregunta con tal naturalidad que por un momento desconcertó a la joven.
-Deidri
-Ah... es Henia. Ya pocas familias utilizan la legua antigua para nombrar a sus hijos. ¿Sabes lo que significa?
-N-no, pero... -comenzaba a impacientarse.
-Significa paz. No deja de ser... irónico.
-¿Por qué me cuenta esto? Lo que yo quiero saber...
-Calma, niña –la interrumpió-. Sé como te sientes. Pero no quién eres. Por eso debo charlar contigo antes de pasar a asuntos más importantes.
-¿De qué está hablando? ¿Por qué todo el mundo se empeña en asegurar que sabe cómo me siento? ¡Usted no sabe nada!
-Tienes razón. No sé nada de ti. Pero lo siento. Si te calmas, te lo explicaré. Si no, hablare con alguna piedra del camino, sacaré el mismo provecho pero al menos no tendré dolor de cabeza. ¿Y bien?
-Hable... por favor -se resignó la joven.
-Deidri, has sido bendecida con un don precioso. ¿Eres consciente de ello, verdad?
-Sí.
-¿Sí, o creías que sí? Noto tus dudas... el dolor las alimenta. El dolor de haber perdido... y la culpa.
La muchacha abrió los ojos de pura incredulidad, aún sin quererlo.
-¿Cómo puede...?
-Hace un momento me has preguntado... "¿qué me ha llamado?" niña, nada te ha traído a este lugar salvo lo que llevas en tu interior. Antes de nada, ten eso muy presente -la joven asintió con la cabeza-. Bien. Todo tiene su explicación. Estás aquí, porque captaste mi aura.
-¿Su aura?
-Llámalo así, o espíritu, o esencia, o como te plazca. Los avatares que han sido elegidos por un mismo dios están todos conectados entre sí por medio de algo que no podemos percibir a simple vista, pero sí sentirlo en nuestro interior. Todos llevan dentro una parte de esa esencia que los hace ser como son. Llegaste hasta aquí porque lo que llevas dentro te avisó de mi presencia, y hasta te dio fuerzas para seguirme.
-¿Así que podemos... notar a los demás, aunque estén muy lejos?
La anciana movió la cabeza de un lado a otro, en señal de desacuerdo.
-No funciona así. Los vínculos existen, pero al haber tantos avatares, es muy difícil sentirlos. Y percibir a una persona concreta resulta imposible. Hace siglos... incluso décadas, cuando los nuestros eran mucho más numerosos, ni siquiera se sabía todo esto.
-¿Entonces por qué eres... es -se corrigió- capaz de... leerme?
-Porque -pronunció con seriedad- tú y yo somos las únicas elegidas del fuego que quedan en todo el mundo.
Deidri se quedó sin habla al percibir la tristeza que afloraba en los ojos de la anciana.
-Niña -prosiguió-. Cuando yo era joven, sólo había tres más. Uno de ellos, el segundo en morir, era mi hermano mayor. Dolió, sí. Yo le quería. Sin embargo, al último en irse apenas le conocí. Y a pesar de ello, su muerte me causó un pesar aún mayor... un pesar que he soportado durante años, porque noté que no existía nadie en el mundo como yo. Fue como si... arrancaran algo que llevas dentro. De esto hace ya sesenta años. Y te digo, que jamás olvidaré ese día. Como tampoco olvidaré el día primero del octavo mes de hace quince años.
-Es mi... es cuando nací... yo...
-Sí. Es la primera vez en mi vida que te veo, pequeña, pero supe hace mucho que habías nacido. Porque dejé de sentir ese dolor.
-S-significa eso que...
-Significa que, a no ser que nazca otro elegido de Ardea, cuando yo muera pasarás por lo mismo que yo pasé. No obstante, tengo intención de vivir unos cuantos años más... veinte, o treinta. Ahora no debes preocuparte de lo que vendrá -sonrió-. Tienes bastante con lo que ya ha pasado. Pero es necesario que sepas lo que puede ocurrir para que estés preparada.
-¿Eso es todo?
-No. Hay más, pero ya lo descubrirás, a su tiempo.
-¿Entonces puedo verlo?
-¡Mircea! ¡Claire! -Gritó la anciana-. Ya podéis traerlo.
De inmediato, dos mujeres de mediana edad entraron, portando lo que parecía ser una camilla hecha a partir de retales cosidos. Sobre ella descansaba el cuerpo inerte de Demian, cubierto por una pieza de tela.
Una vez que hubieron dejado su carga en el suelo se marcharon de nuevo. Deidri se acercó a toda prisa. Casi no se atrevía a destaparlo y afrontar la visión del rostro del que hacía pocas horas era su compañero. Cuando por fin reunió valor para hacerlo, casi se le paró el corazón.
-No... ¡¡No!!
El hombre que yacía ante ella era mayor. Su rostro estaba cubierto por una tupida barba, y en su penacho descansaba el escudo de armas de Akneth. Aquel era Grez, el jinete que había tratado de forzarla. No Demian.
-Niña... ¿Qué ha ocurrido?
-No es él -sollozó-. Este hombre no es quien yo creía.
-Lo lamento mucho -la anciana se había levantado, y ahora la rodeaba con sus brazos. Dei respondió al abrazo casi sin darse cuenta-. Le encontraremos, pequeña. Puedes quedarte con nosotros hasta entonces.
-G-gracias... -respondió ella, con los ojos húmedos.
Lo peor era que ni aún entonces logró echarse a llorar.

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Psyro

#72
Con esto acaba la primera parte del primer Volumen. Llegado este punto igual conviene decir que la historia está dividida en tres volúmenes o libros, de los que el primero tiene 3 partes y el segundo y el tercero 2. De momento tengo hasta la primera parte del segundo libro, mas o menos.

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Blood

Jejeje bueno pues al final parece que los muertos vuelven a la vida.

Sobre la división pues bueno a mi tanto me da (entre otras cosas porque no tiene nada que ver conmigo xDD). Sólo espero el comienzo del siguiente volumen.

PD: Gracias por ofrecernos esta historia :P.
En contra del uso de corbatas xD


Calabria


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Wind_Master

Me gustaría leérmela, Psyro, pero así a primera vista veo que los párrafos son un poco ladrillo. Te aconsejo separarlos (un poco más) para que no se hagan interminables.
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<- Este huevo dragón es legendario

Psyro

Me temo que es un problema del paso doc-foro. Tardo una animalada en ir separando párrafos y el ctrl c, ctrl v no me respeta sangrados.

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Psyro

Perdonad el abandono, pero ha pasado una cosilla. Teng el borrador presentado a un concurso a ver si puedo publicar, y se me exige que no lo difunda antes del fallo. Me temo que hasta marzo que se decide el ganador, nada. A partir de ahi, pues o os toca comprarlo o sigo poniendolo.

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Nuly

Cita de: Psyro en 29 de Diciembre de 2009, 00:30
Perdonad el abandono, pero ha pasado una cosilla. Teng el borrador presentado a un concurso a ver si puedo publicar, y se me exige que no lo difunda antes del fallo. Me temo que hasta marzo que se decide el ganador, nada. A partir de ahi, pues o os toca comprarlo o sigo poniendolo.

¿Y que toca ahora?
Gracias, Memmoch

"-Hoy estudiaremos el pentágono. (Profesora)
-¿Y mañana el Kremlin?... Digo, para equilibrar." (Mafalda)




Cita de: Ningüino Flarlarlar en 12 de Agosto de 2011, 12:08
Felicidades, Logan. Ya no tendré que darme prisa para contestarte los sms.

Psyro

Hasta el veintialgo de abril que vence el plazo en que la editorial puede reclamar derechos, esperar xD

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